21 febrero, 2014
16 febrero, 2014
06 febrero, 2014
El ciudadanismo: la sutil manera de manifestar la sumisión democráticamente.
por Crespo
De
proletarios pasamos a empleados. De sindicalistas pasamos a “cotizantes netos”.
De revolucionarios pasamos a “alterglobalizadores”. Los carceleros ahora son “funcionarios
de prisiones” y al despido libre y gratuito se le denomina “flexibilizar el
mercado”. La tortura se denomina prevención, las cárceles reinserción, los
ocupantes y los ejércitos son siempre –y en el peor de los casos- humanitarios.
Las huelgas son legales, las empresas son “grupos”, los menores son casi
siempre infractores, los marginados población excedente, los jefes son
encargados y los juzgados son capaces de velar por los derechos humanos.
Nosotros ya no somos pueblo sino que somos ciudadanos.
Los
políticos piden el voto a los ciudadanos. Representan a los ciudadanos y velan
por los intereses de los ciudadanos. Una mentalidad que se introyecta y se
extiende de forma contagiosa entre la sociedad: asistimos al advenimiento del
ciudadanismo. La palabra ciudadano hace hincapié en la individualidad de la
persona, en la ausencia de cualquier aspecto colectivo. Somos autómatas y
productivos ciudadanos. Buenos votantes y dóciles consumidores consumidos por
el constante “equilibrio progresista” con el que hacemos las cosas. Siempre
dentro de los cauces legales, siempre, de manera sistemática y cotidiana,
reproduciendo los valores y las actitudes del neoliberalismo.
Si
siempre pagas tus deudas eres un buen ciudadano. Si no te cuelas en el metro,
si condenas el robo, el sabotaje y siempre prefieres la acción mediada a la
acción directa, eres un estupendo ciudadano. Si desde tu simpatía por el
sindicalismo crees que es fundamental el derecho al trabajo en día de huelga.
Si cuando hay una injusticia delante de tus narices, el silencio es tu mejor
amigo; eres un estupendo ciudadano.
Si
crees que el capitalismo es el menos malo de los sistemas posibles que va de la
mano con otro inevitable sistema llamado democracia, eres un buen ciudadano. Si
te niegas a reconocer que democracia y fascismo son dos caras de una misma
moneda, que necesariamente sustentan al capitalismo, y por lo tanto a la
desigualdad, eres un buen ciudadano.
Si a
los cuerpos represivos les denominas trabajadores, si crees que la policía, el
ejército y las cárceles son instituciones necesarias y mejorables, eres un buen
ciudadano.
Si
crees que un pasado descrito siempre injusto por quien domina el presente y un
futuro mejor, que nunca llega, justifica todos los atropellos humanos y
animales, eres un gran ciudadano. Si crees que el trabajo asalariado puede ser
algún día digno, eres un gran ciudadano.
Si
amas la propiedad privada, si adoras el parlamentarismo. Si crees que
denunciando continuamente a tus vecinos o que comprando fabulosos bienes
materiales en cualquier centro comercial te va a convertir en más libre, eres
un buen ciudadano.
Si crees siempre en la negociación con las instituciones, en ese diálogo injusto que parte de premisas totalmente desiguales, eres un gran ciudadano.
Si “todavía es muy pronto” para tomar ese tipo de medidas “tan radicales”, si esperas para pasar a la acción a los permisos de los interlocutores válidos de la sociedad –a los gestores de capitalismo- eres un buen ciudadano.
Si la pasividad llena tu vida de hastió. Si crees en “las reglas del juego”. Si crees que quienes hacen negocios con la pobreza, “sin ánimo de lucro” como las ONGs y demás empresas que viven de ella, van acabar con esa miseria; eres un buen ciudadano.
Si crees siempre en la negociación con las instituciones, en ese diálogo injusto que parte de premisas totalmente desiguales, eres un gran ciudadano.
Si “todavía es muy pronto” para tomar ese tipo de medidas “tan radicales”, si esperas para pasar a la acción a los permisos de los interlocutores válidos de la sociedad –a los gestores de capitalismo- eres un buen ciudadano.
Si la pasividad llena tu vida de hastió. Si crees en “las reglas del juego”. Si crees que quienes hacen negocios con la pobreza, “sin ánimo de lucro” como las ONGs y demás empresas que viven de ella, van acabar con esa miseria; eres un buen ciudadano.
Si
crees que la prensa es independiente, si eres objetivo y neutral, a ti que te
gusta “de todo” (menos luchar colectivamente por una causa anticapitalista),
que crees que los extremos se tocan, que las organizaciones revolucionarias
armadas son terroristas y los que saquean, expolian y exterminan pueblos son
honrados profesionales, eres un buen ciudadano.
Si ves
en la industria farmacéutica un sinónimo de progreso, en la tecnología aspectos
revolucionarios, en la psiquiatría una ciencia indispensable. Si un sueldo te
cierra la boca y te cambia las actitudes. Si crees que la lucha de clases es
cosa del pasado, eres un gran ciudadano.
En
suma, si legitimas continuamente la opresión, la injusticia y la desigualdad
del capitalismo con ese tufillo demócrata, con esa máscara judeo‑cristiana de
la tan manida tolerancia, con ese aire de no-queda-más-remedio, eres un
estupendo ciudadano.
Si nunca te saltas los límites establecidos que marca el capital. Si cuando votas crees que estas participando y diciendo algo. Si, como los peces que siguen la corriente del río, llevas esta renovada actitud de vasta sumisión, reproduciendo los valores de la dominación con ese desdén democrático eres, quien sabe si conscientemente o no, un válido y efectivo ciudadano. Eres entonces, simple y llanamente, un trepa, un chota, un cómplice de la explotación que miras para otro lado. Un esquirol de la vida.
Si nunca te saltas los límites establecidos que marca el capital. Si cuando votas crees que estas participando y diciendo algo. Si, como los peces que siguen la corriente del río, llevas esta renovada actitud de vasta sumisión, reproduciendo los valores de la dominación con ese desdén democrático eres, quien sabe si conscientemente o no, un válido y efectivo ciudadano. Eres entonces, simple y llanamente, un trepa, un chota, un cómplice de la explotación que miras para otro lado. Un esquirol de la vida.