"El capitalismo es una fantasía autodestructiva. Ello no
sería tan grave si no destruyese, al mismo tiempo, la naturaleza, la sociedad y
la sustancia antropológica del ser humano. Y si no nos hubiese situado al borde
mismo de la extinción del género humano".
Jorge Riechmann
A la hora de hacer un balance de algunos
acontecimientos del 2015 nos concentramos en algunos sucesos que han tenido su
epicentro en Europa, no porque creamos en una visión eurocéntrica del mundo,
sino porque allí discurren procesos que marcan el camino hacia el tecnofascismo,
que se impone en todo el planeta en el presente y el futuro inmediato. Entre
esos sucesos vamos a hablar de tres: el clima, los refugiados y el terrorismo
de Estado.
Vale recordar que el 2015 fue anunciado como
el año en el que se debían cumplir los ocho objetivos del milenio, trazados en
el 2000, en el seno de la ineficaz ONU, ninguno de los cuales se logró. Esos
objetivos eran: erradicar la pobreza extrema y el hambre; lograr la enseñanza
primaria universal; promover la igualdad de los géneros y la autonomía de la
mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna; combatir el
SIDA, el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio
ambiente; y, fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Tres lustros
después de tan demagógico anuncio y cuando se llegó al año escogido, las ochos
promesas mencionadas pueden concebirse como un mal chiste y una burla a los
pobres del mundo, puesto que, en el ámbito mundial, ninguna de ellas se hizo
realidad. Y no podía ser de otra forma, en un mundo dominado por la lógica del
capital, cuyo fin supremo es obtener ganancias y no satisfacer necesidades
humanas, y por lo mismo no tiene ningún interés en erradicar el hambre (cuando
los alimentos son una codiciosa mercancía), ni las enfermedades (un negocio
dominado por las multinacionales y los países imperialistas), o preservar el
medio ambiente (ahora sometido al "capital verde")...
1
Empecemos por la noticia del año, la peor por
desgracia. No es la Cumbre del Clima, ni los atentados en París, ni los
"grandes logros tecnológicos" (como la producción de salmón
transgénico, un verdadero crimen alimenticio), se trata de un hecho crucial
para el presente y el futuro de la humanidad y de la vida en la tierra, pero
que, como es habitual, queda en un plano secundario, en páginas que nadie lee.
Nos referimos a que el 2015 ha sido el año más caluroso de la historia humana.
La información la suministró la Organización Meteorológica Mundial (OMM), organismo
que indicó que “se alcanzará el importante umbral simbólico de 1°C por encima
de los niveles preindustriales, lo que obedece a la combinación de un intenso
episodio de El Niño con el calentamiento de la Tierra provocado por la
actividad humana”. Michel Jarraud, Secretario General de esa entidad, esbozó el
problema de esta forma: “Son malas noticias para el planeta. El estado del
clima mundial en 2015 hará historia por varios motivos. Será [...] el año más cálido
del que se tengan datos, con unas temperaturas en la superficie del océano
cercanas a los niveles más elevados desde que comenzaron las mediciones. Es
probable que se cruce el umbral de 1°C”. Para completar, el quinquenio
2011-2015 es el más cálido desde que se llevan registros al respecto, lo que se
evidencia en las numerosas catástrofes que se han sucedido en diversos lugares
del planeta, tales como sequías, inundaciones y lluvias extremas. Y lo peor del caso, es que ya se vaticina con fundamento
que el 2016 será aún más cálido que el 2015, con lo que se ejemplifica que el capitalismo es un claro exponente de las leyes de Murphy: todo lo que está mal es susceptible de empeorar.
2
En ese contexto de brusca alteración
climática, causada por el capitalismo, en el mes de diciembre de 2015 se
celebró en Paris la XXI Conferencia sobre el clima (conocida como COP21), un
verdadero circo mediático, al cabo de la cual se firmó un documento por parte
de los representantes de la casi totalidad de países participantes, que la gran
prensa del mundo inmediatamente calificó como "un acuerdo histórico".
Este y otros calificativos ditirámbicos reflejan la felicidad que le produce a
los agentes del capitalismo que se hayan impuesto los intereses de las empresas
multinacionales para lucrarse con los negocios de acelerar la destrucción de la
tierra.
La Conferencia despertó grandes expectativas
en medio de las terribles noticias diarias que indican la magnitud del
trastorno climático que está en marcha, como se pone de presente con algunos hechos
contundentes: el glaciar Zachariae Isstrom, el más grande de Groenlandia, se
está derritiendo en forma acelerada, cuyas consecuencias se van a notar en los
próximos años, porque vierte cinco mil millones de toneladas de masa por año al
Océano Atlántico, lo que va a aumentar el nivel del mar en varios centímetros;
las dramáticas fotografías de un oso polar desnutrido, indican por sí solas la
magnitud del deshielo en el Océano Glacial Ártico, como resultado del aumento
de temperatura; los habitantes de las ciudades de China andan con mascarillas
entre nubes de humo tóxico, que ya no es efímero sino permanente; miles de
muertos y damnificados (entre los más pobres) en el mundo periférico,
ocasionadas por bruscas alteraciones climáticas, como en Argentina, México,
Colombia, los países africanos, Filipinas y un interminable etcétera.
Estos datos, entre miles, indican la magnitud
de la modificación climática cuyo origen es indiscutible: el modo de vida del
capitalismo, con su despilfarro de materia y energía para producir y consumir
las mercancías que le generan ganancia a un sector reducido de la población
mundial.
La energía que ha hecho posible los avances
tecnológicos y productivos del capitalismo tiene un origen fósil (carbón,
petróleo, gas) y su extracción ha permitido que el planeta entero se llene de mercancías
innecesarias y contaminantes, cuyos desechos abarrotan las tierras y océanos
del mundo, y la energía empleada se degrade en forma de gases de efecto
invernadero, GEI [entre los cuales se encuentran el Dióxido de Carbono (CO2),
el metano, vapor de agua, óxido nitroso]. Esos gases son los que han elevado la
temperatura de la tierra en las últimas décadas y van a incrementarle en forma
drástica en las próximas décadas. Esto significa que el responsable del
trastorno climático es el capitalismo, cuya existencia pone en cuestión el
futuro de millones de seres humanos y de especies animales. Sin embargo, en la Conferencia
de París quedó la impresión que las alteraciones en la temperatura no tienen
que ver con el capitalismo, cuyo nombre escasamente fue mencionado, a nombre de
una pretendida "neutralidad climática", término que se impuso en la
Cumbre.
De ahí que en el acuerdo final haya salido
ganando el capitalismo, porque no es un pacto vinculante, es decir, queda al
libre albedrío de las principales potencias capitalistas del mundo que, a su
vez, son las más contaminantes. En el acuerdo se estipula que se empezará a
aplicar en el 2020 y no de manera inmediata, como si cinco años fueran poca
cosa, ante la catastrófica situación climática. Se planteó como objetivo que
hacia el año 2100 la temperatura aumente en menos de 2ºC, un incremento que es
de por sí destructor de los ecosistemas y diversas formas de vida. Se acuerda
que la reducción en gases de efecto invernadero en cada país será voluntaria, y
no existen mecanismos para obligarlo a cumplir sus compromisos de disminución
de emisiones. En términos económicos se dispuso que los países capitalistas
"desarrollados" deben suministrar una cifra de cien mil millones de
dólares a los países "en desarrollo" para ayudarlos a disminuir sus
emisiones de GEI. Una cifra ridícula si se recuerda que la misma ONU señala que
para acabar con el hambre en el mundo se necesitan 270 mil millones de dólares,
o que el dinero que se guarda en los paraísos fiscales corresponde a unos 6
billones de dólares, como quien dice 60 veces lo que se aprobó en París.
Entre los acuerdos demagógicos, para la
galería, se encuentra el anuncio de descarbonizar la economía –es decir, dejar
de usar energías de origen fósil– y de reemplazarlas por energías limpias, cuando
al mismo tiempo los patrocinadores de la Cumbre fueron empresas petroleras y en
el acuerdo final fueron excluidos el transporte marítimo y aéreo, como si estos
no estuvieran entre los sectores que más queman energías fósiles ya que generan
el 10% de las emisiones de GEI. Además, queda sobre el tintero la perspectiva
de continuar con lo que se aprobó en Kioto de seguir contaminando a cambio de
mitigar con acciones encubridoras, como, por ejemplo, producir GEI en industrias
a base de carbono, pero sembrar bosques en otros lugares.
En fin, lo "histórico" de la Cumbre
Climática de París radica en que hubo un consenso mundial para permitir que el
capitalismo siga modificando la temperatura del planeta, o sea, destruyéndolo
sin obstáculos a la vista. De esto no cabe la menor duda puesto que hoy está
claro que el 2015 es el año más cálido de la historia humana, como indicamos
líneas arriba. Esto demuestra, como ha dicho Slavoj Zizek, que es más fácil
imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
3
En pleno siglo XXI, tan solo 25 años después
de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, cuando
se había anunciado el comienzo de una nueva era, de paz, prosperidad y democracia
para el conjunto de pueblos del viejo continente, emerge la peor crisis de
refugiados y desde la Segunda Guerra Mundial. Que lejanos parecen los tiempos
en que se cantaban loas triunfales, porque se había derrumbado el Muro de
Berlín y eso permitía la libre movilidad de los habitantes del Este hacia el
Oeste de Europa. Es bueno recordar que en 1989 el gobierno de Hungría
desencadenó la crisis que tumbaría el Muro cuando permitió que a través de su
territorio pasaran los alemanes del este hacia el oeste, vía Austria, al abrir
las fronteras con ese país. Hoy, escasos 27 años después esa misma Hungría es
la que prohíbe el paso de los migrantes que vienen del oriente medio, a los
cuales reprime brutalmente y ha ordenado la construcción de un muro (a ese sí, no
se le llama de la Infamia) en su frontera con Serbia, que tendrá una extensión
de 175 kilómetros de largo, y una altura de cuatro metros. Resulta sintomático
recordarlo, algo que hoy nadie quiere hacer, porque ya no son los tiempos
épicos del fin del bloque soviético, sino de los crujidos del capitalismo
realmente existente, que el 2 de mayo de 1989 se dio la orden a los soldados
húngaros (de un país que todavía se declaraba como socialista) de demoler la
alambrada que separaba la "civilizada" Europa del oeste, de la
vetusta Europa del Este, a la que se le anunciaba que desde ese momento se
modernizaría y los muros serían cosa del pasado.
Hoy ese anuncio nos suena como una quimera,
como si fuera una ficción que se hubiera soñado hace siglos, porque Hungría
acaba de disponer que se levanten alambradas –frente a las cuales el Muro de
Berlín parece un juego de niños–, cuya construcción se ha iniciado el 13 de
julio de 2015. Tenemos entonces un nuevo muro de la infamia en pleno centro de
Europa, Muro que, por supuesto, no tendrá la propaganda mediática opositora en
el mundo bienpensante de Occidente como si lo tuvo siempre el Muro de Berlín.
En Hungría domina un gobierno conservador que, como en otros lugares de Europa,
tiene un discurso xenófobo contra los refugiados, y por eso ha llenado de
carteles de propaganda todo el país con el lema "Si vienes a Hungría, ¡no
puedes quitarle el trabajo a los húngaros!".
Pero la iniciativa de construir el nuevo muro
en Hungría no es original de los gobernantes de ese país, puesto que en Europa
Occidental están interesados en construir esa barrera, como lo ha manifestado
abiertamente el gobierno de Austria, que ha enviado a muchos policías para que ayuden
a erigir el muro en la frontera con Serbia. Alemania está muy preocupada por
los desterrados que atraviesan el Este de Europa, si se tiene en cuenta que por
Hungría ha aumentado en casi un mil por ciento en la cantidad de entradas
ilegales con respecto al 2014 y en forma soterrada apoya el Muro de Hungría.
El Muro que se levanta en la frontera húngara
no es el primero que se construye tras el derrumbe del de Berlín, puesto que ya
existen otros en las fronteras de Grecia y Bulgaria con Turquía. En Bulgaria se
terminó un primer tramo de 20 kilómetros en septiembre de 2014, de una barrera
que tendrá unos cien kilómetros de extensión. Bulgaria quiere mostrarse como
buen alumno de la Unión Europea y ser admitido en el Acuerdo Shengen, y en
consecuencia presume de aplicar al pie de la letra todos sus dictados, entre
ellos el de impedir que los refugiados entren a Europa. Por su parte, Grecia ha
construido un muro de 10 kilómetros que tapona el curso del Río Evros, la
frontera natural con Turquía, una zona que además patrulla Frontex, la agencia
europea de control exterior.
Europa, en lugar de crear puentes de
comunicación con otros continentes y territorios, erige nuevos muros de la
vergüenza, que la convierten en un continente amurallado. En Europa se ha erigido un nuevo
"telón de acero", configurado por muros, vallas, alambradas, miles
de guardias fronterizos, exclusión, discriminación por el color de la piel o por creencia religiosa, persecución a los refugiados que vienen del Siria, Irak,
Afganistán y de otros lugares asolados por las guerras que han organizado los
propios europeos. El único cambio que presentan los nuevos muros del capital,
respecto al Muro de Berlín, es que este último pretendía contener a la gente
dentro, mientras que los de ahora quieren mantener a la gente afuera, para que
no entre nadie de los indeseables que afean a la "civilizada" Europa.
Antes de 1989 se argumentaba que era antidemocrático tener este tipo de muros,
pero ahora cuando la democracia es una quimera y se encuentra completamente prostituida
se construyen muros a lo largo y ancho de Europa.
Para completar, cunde el racismo y la
discriminación de que hacen gala políticos, prensa y gente del común, sobre lo
cual se pueden recordar algunos ejemplos, para demostrar que se ha edificado otro
muro, el peor de todos, un muro mental de intolerancia, odio y discriminación,
de tintes claramente neofascistas. En Polonia, según una encuesta del 2013, el
69% de habitantes no quieren que gente "no blanca" viva en su país.
El gobierno de Eslovaquia anunció que solo recibirá unos cuantos refugiados,
con la condición de que sean cristianos, con el argumento de que "no tenemos
mezquitas... así que cómo se van a integrar los musulmanes si no les va gustar
acá". En la República Checa, el 70% de sus habitantes piensa que no se
deben aceptar refugiados provenientes de Siria o del Norte de África, porque,
según un miembro del Parlamento: "La República Checa por mucho tiempo ha
sido una sociedad homogénea, así que no estamos acostumbrados a razas y
culturas diferentes". En este mismo país, su Presidente, Milos Zeman, sin eufemismos
afirmó que los inmigrantes son incomodos porque "nadie los ha
invitado", aduciendo la mentira que "deben respetar nuestras reglas,
al igual que nosotros respetamos las reglas cuando vamos a su país“. Justamente,
ahí está el meollo de la cuestión, que los dirigentes europeos se declaran
inocentes, como si nada tuvieran que ver con la situación de violencia,
terrorismo y miseria que existe en los países de los que la gente huye (como Libia
o Siria). Porque los europeos lo que quieren es que las consecuencias de sus
intervenciones no lleguen a su territorio, sino que se sientan únicamente en los
lugares bombardeados y donde se han aplicado sus políticas neoliberales que
hambrean y matan a la gente.
Para evitar que las víctimas de esas políticas
criminales del capitalismo ingresen al "paraíso europeo", se
construyen muros de la vergüenza, con lo que se piensa que se va a contener la
marea humana procedente del mundo periférico. Pero esa es una vana ilusión,
porque como lo dice el periodista Rafael Poch: "Es justo que quienes
fomentan guerra y miseria con imperialismo y un comercio abusivo y desigual,
reciban las consecuencias demográficas de sus acciones. Lo mismo ocurrirá, con
creces, con los futuros emigrantes del calentamiento global, ese desastre en
progresión de factura esencialmente occidental. Las estimaciones que la ONU
baraja para el futuro en materia de éxodos ambientales convertirán en un chiste
lo de ahora, incluido el trágico balance de muertos en el Mediterráneo".
De ahí que el 2015 sea el año en que más de un millón de refugiados llegó a
Europa, una cifra sin precedentes, y eso sin contar las miles de personas
(niños entre ellos) que murieron en la larga y terrible travesía por alcanzar
el que se proclama a sí mismo como "el continente de la libertad y los
derechos humanos". ¡Sarcasmo que no merece ningún comentario!
4
En el último cuarto de siglo, tras la
desaparición de la Unión Soviética, tendió a reforzarse el prejuicio que Europa
es el continente de la libertad, la justicia y los derechos humanos, idea que
se vio reforzada por la construcción de la Unión Europea. Aunque este proyecto
haya sido poco democrático y en él se haya impuesto la lógica neoliberal, durante
varios años fue presentado como un éxito, entre otras cosas por la libre
movilización de los habitantes de los países miembros del acuerdo de Schenguen,
en vigor desde 1995, que les permite desplazarse de un país a otro sin muchas
dificultades.
A raíz de este hecho los propagandistas de la
globalización empezaron a mostrar a la Unión Europea como ejemplo del fin de
las fronteras y las nacionalidades y la configuración de unos "ciudadanos
mundiales" que pueden desplazarse de un lado al otro del planeta sin
restricción de ninguna especie. Los europeos aparecían como prototipo de ciudadanía que ha rebasado los límites de las fronteras nacionales, y
que exalta el individualismo y el consumismo, y muestra como una de sus grandes
realizaciones no solamente a la Unión Europea, sino a la puesta en marcha del
Euro, moneda común, reemplazo de las antiguas monedas nacionales, como otra
pretendida muestra de la fuerza de la "globalización".
Con estos elementos (integración económica,
moneda común y libre movimiento de los ciudadanos) se suponía que Europa había
ingresado a una nueva era, casi poshistórica, en la que los grandes problemas
del capitalismo (crisis, desempleo, desigualdades) eran cosa del pasado. Se creyó
durante una quincena de años que nada entorpecería los buenos vientos de la
integración capitalista de Europa.
Pero ese sueño duró poco tiempo y ahora se ha
convertido en una pesadilla, pero no tanto para los europeos del centro –y no
los de la periferia, que siempre han sido discriminados, ya sean búlgaros, rumanos
o albaneses– sino para los millones de refugiados, que provienen del mundo
árabe, de África y de algunos países de Asia y del medio oriente y huyen de los
países asolados por las guerras imperialistas impulsadas por las potencias
europeas y los Estados Unidos (Irak, Afganistán, Libia, Siria), o de las
dictaduras que esas mismas potencias respaldan, para asegurarse el control de
materias primas y minerales (como sucede con el petróleo, el gas, el coltán, el
oro....). Porque en los últimos 25 años de prosperidad del capitalismo europeo,
eso solo era posible por la explotación redoblada de los pueblos de las
antiguas colonias europeas y por la extracción acelerada de sus recursos
naturales. La ilusión europea consistió en creer que se iban a poder mantener
separadas esas dos realidades: la de Europa con su falsa prosperidad, que
benéfica a cada vez menos sectores de la población, y la de los países asolados
por las guerras y dictaduras que son respaldadas por las potencias europeas.
Pero ese espejismo acaba de llegar a su fin
de una forma dramática, como está sucediendo en estos momentos, de una manera
inesperada, pero previsible: la huida por millones de sirios, afganos, libios,
iraquíes, somalíes... que desesperados ante la miseria y hambre que soportan,
en gran medida por las políticas impulsadas por la Unión Europea y su alianza
militar, la OTAN, prefieren arriesgar su vida y la de sus familias, antes que
permanecer en sus territorios. La estampida se ha agudizado en los últimos
meses, puesto que millones de pobres se han ido hacia Europa, con la esperanza
de encontrar refugio en el continente de los "derechos humanos".
Vana ilusión, porque en Europa en lugar de
acoger a los refugiados, se implementa una política racista de odio y xenofobia
contra los "extranjeros" indeseables, a los que se reprime y
persigue. El resultado no podía ser más patético: a los refugiados no les espera el continente de la libertad y la fraternidad, sino el del colonialismo y el
racismo, que se expresa en dos mecanismos que se han generalizado para combatir
a los refugiados: la cárcel y el cementerio. La cárcel, en el mejor de los casos, y cuando
los refugiados han logrado llegar a Europa o sus confines. Por eso vemos que se
levantan cárceles en Hungría, Croacia, Austria, España, Italia, Francia... a las que son arrojados hombres, mujeres y niños, cuyo único delito radica en
huirle a la muerte y en buscar unos cuantos mendrugos de pan para ellos y sus
familias. El cementerio, porque en su intento de
ingresar al "paraíso" europeo, día tras día mueren miles de africanos y asiáticos en los mares, en los desiertos, en los caminos insufribles, durante
el verano o en invierno... El Mar Mediterráneo, valga recordarlo, puede
convertirse en el cementerio más grande del planeta, porque cotidianamente en
sus aguas se hunden pateras y barcazas improvisadas, cada una de ellas con
cientos de personas a bordo, que mueren en su gran mayoría, ante la
indiferencia de España, Italia, Francia, Inglaterra, Alemania..., aunque de vez
en cuando aparezcan en las noticias las imágenes de algunos de los ahogados,
cuando son niños, como sucedió hace unas semanas con el niño sirio-kurdo Alyan
Kurdi, que murió ahogado en las costas griegas.
Aparte del escándalo mediático
que estos hechos suscitan, Europa se sigue blindando para detener a los
"bárbaros", porque no quieren que lleguen a ensuciar su territorio y
sus "formas civilizadas de vida". Por eso, crece el racismo y la
discriminación contra los refugiados. Eso tampoco puede detener el flujo masivo
de seres humanos que huyen, por lo que puede concluirse que la conversión de
Europa en una cárcel y un cementerio no es algo episódico y momentáneo, sino
que anticipa el fascismo que viene, que ya ponen en marcha presidentes,
primeros ministros, medios de comunicación e intelectuales de la
"civilizada" Europa que llaman a adelantar una cruzada que expulse
hasta el último "invasor", sin importar los medios que se deban
emplear. Eso tampoco podrá impedir el flujo de los pobres, porque como lo dijo
José Saramago: "El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no
valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será
conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay
retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando
el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han
empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan
estar a la altura de las circunstancias".
5
El viernes 13 de noviembre en París se
sucedieron ocho ataques sincronizados, llevados a cabo por el Estado Islámico
(ISIS). Como resultado de esos ataques murieron 129 personas y fueron heridas 350.
De inmediato, el coro mediático mundial de los órganos corporativos de
información se dio a la tarea de "explicar" el asunto, sin ningún
esfuerzo analítico ni rigor intelectual, diciendo que era el peor atentado que
se sucedía en la capital francesa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y con la ingenua pretensión de que era un
ataque que no tenía causas ni razones que lo justificaran. Para empezar no es
el mayor acto terrorista de los últimos 70 años, puesto que eso supone desconocer
la masacre de argelinos en las propias calles de París el 17 de octubre de 1961
por parte del Estado francés, cuando fueron asesinadas unas 300 personas por
las fuerzas represivas de París, siendo muchos de ellos torturados y luego sus
cadáveres se lanzaron al Rio Sena, que literalmente se llenó de sangre de los
"súbditos coloniales", que habían cometido el terrible pecado de
organizar una marcha de apoyo a la lucha de los argelinos por querer ser
independientes y atreverse a enfrentar a los ocupantes galos.
|
París el 17 de octubre de 1961 |
Llama la atención que con los sucesos de
París haya aflorado el "narcisismo compasivo", que consiste en creer
que unos muertos son más importantes que otros. Por eso, a las 129 vidas truncadas
en París se les concede un valor intrínseco superior al de los 242 rusos que
murieron días antes en un atentado de ISIS a un avión civil, o al de las 50
personas que fueron asesinadas por ISIS en un barrio de Beirut, Líbano, el 12
de noviembre, por no hablar de los miles de muertos en las guerras impulsadas
por los países imperialistas, como Francia, en Irak, Afganistán, Libia, Siria y
otros lugares del mundo. Es repugnante que en la contabilidad de muertos se
sostenga cinicamente que existen muertos de primera clase, a los que si se debe
llorar, y el resto, reducidos en el mejor de los casos a puras estadísticas.
Sobre la pretendida inocencia del Estado
francés resulta interesante recordar que ese país está inmerso en una larga
historia de opresión, de racismo y de xenofobia contra los habitantes de sus antiguos
dominios coloniales, como Argelia, que se remonta a mediados del siglo XIX, y
se proyecta hasta el día de hoy, por la discriminación que soportan los
franceses de "tercera categoría", que aunque han nacido en Francia,
por ser hijos de refugiados árabes, viven en condiciones indignas. No sorprende que algunos de esos franceses viajen
a Irak y Siria, se alisten en el ISIS, reciban entrenamiento militar y se
conviertan en voceros de la Yihad ("guerra santa") en sus propios
países de origen. Eso se comprueba con la identificación de algunos de los
atacantes del 13 de noviembre, que nacieron y crecieron en Francia, con lo que
se evidencia que no son sólo "extranjeros" los que efectuaron los
sangrientos atentados, sino que la Yihad se convirtió en un asunto interno en
el territorio de ciertas potencias europeas.
En Francia, como en los Estados Unidos, suele
olvidarse que en 1985, el gobierno de Ronald Reagan recibió en la Casa Blanca
una delegación de Talibanes, a los que calificó como combatientes por la
libertad y comparó su papel histórico con los "padres fundadores" de
la independencia de Estados Unidos.
Esos talibanes, cuyas concepciones son
profundamente retrogradas, se oponen a las conquistas de un estado laico y
quieren hacer retroceder el mundo a la edad media, recibieron dólares y armas a
gran escala para enfrentar a los soviéticos, el enemigo predilecto del
"mundo libre" en esa época. Lo que no pensaban sus mentores
occidentales era que tanto los talibanes como todos los fundamentalistas
islámicos que habían patrocinado y que tan útiles les habían sido en su cruzada
de destruir cualquier proyecto socialista y anticapitalista en el mundo árabe e
islámico, se salieran de control y dirigieran sus ataques contra sus
patrocinadores iniciales. En otras palabras, Estados Unidos, Francia y compañía
fraguaron una violencia bárbara y sectaria, que hoy tiene alcance mundial y que
de vez en cuando los toca de manera directa, como se evidencio el 13-11 en París.
Por si hubiera dudas de la responsabilidad
directa de Francia en este asunto, debe recordarse que el principal
patrocinador del ISIS es Arabia Saudita, cuya corrupta monarquía wahabita
sunita –encarnación de la forma más extrema del Islam– es abastecida de armas
por el actual gobierno de François Hollande, el mismo que proclamó una nueva
guerra contra el terrorismo tras los sucesos del 13-11. Como quien dice, las
armas y explosivos que utilizaron los yihadistas del ISIS que perpetraron la
masacre de París, fueron suministradas por Arabia Saudita, un país que a su vez
las compra a Francia y Estados Unidos. De rebote, entonces, las armas deFrancia son usadas por los terroristas del ISIS para matar franceses en suelo
parisino, pero de eso no dicen ni una palabra quienes repiten en forma mecánica
la retórica insulsa del gobierno francés.
En rigor, las autoproclamadas "guerras
contra el terrorismo", llevadas a cabo por el terrorismo imperialista, han
sido un rotundo fracaso en su pretensión de eliminar a los que ahora se
presentan como los nuevos enemigos de occidente. Aparte de los millones de
muertos, desplazados, refugiados que dejan las guerras libradas por los países
imperialistas –como puede verse en los casos de Irak, Libia, Afganistán,
Siria...– cada una de ellas genera nuevos enemigos, como se aprecia de manera
cotidiana. Y algunos de esos enemigos que han aprendido de la barbarie criminal
de sus patrocinadores occidentales, no han dudado en demostrarlo con el ataque
al corazón "civilizado", es decir, a algunas de las capitales
europeas. Cuando esa barbarie asesina toca a los promotores de la guerra en sus
propios dominios se convierte en una noticia de primera plana a nivel mundial,
y pretende olvidar las masacres que a diario se viven en Kabul, Bagdad, Damasco,
Trípoli, y en las que perecen por la acción de "bombas inteligentes",
drones y otras tecnologías sofisticadas, mujeres, niños, ancianos y personal
civil no inmiscuido en forma directa en las guerras. Todos ellos son un blanco
indiscriminado de la ofensiva imperialista, a lo que se califica como
"daños colaterales", que bien valen la pena para reafirmar la
grandeza del mundo imperialista, llámese Francia o los Estados Unidos.
Lo que se presenta en estos momentos no es
una guerra religiosa, ni una guerra de civilizaciones, como proclamaron hace
unos veinte años los ideólogos imperialistas de los Estados Unidos para justificar
su nueva cruzada de conquista en busca de petróleo y otros recursos naturales
en el mundo árabe. En verdad, lo que se ha desencadenado es un choque de
barbaries entre los portavoces del capitalismo que señalan que este es el
fin de la historia –y hacen todo para que así sea– y los que dicen encarnar la
nueva yihad, que pretende hacer regresar la rueda de la historia a la edad media, no importa que usen las
tecnologías modernas y mortales del mismo occidente.
Entender ese enfrentamiento entre barbaries
es indispensable si se quiere construir otro escenario posible que no se
rinda ante ninguna de ellas, y que no se quede prisionero del falso dilema de
escoger entre la barbarie capitalista-imperialista (representada en Estados
Unidos, Francia, Rusia o cualquier otra potencia), con sus guerras coloniales
por el control de los recursos naturales, y la barbarie fundamentalista que se
deriva de la primera, y que masacra, en nombre de valores supuestamente
religiosos, a quienes no comparten su retrograda visión del mundo y la sociedad.