Universidad
Autónoma de Zacatecas – México
Resumen: El
objetivo de este artículo es analizar el surgimiento de una nueva
división internacional del trabajo en la era de los monopolios. En
una primera etapa, este proceso involucra mano de obra poco
cualificada asociada al desmantelamiento del aparato productivo en
los países de la periferia y su rearticulación con las grandes
potencias imperialistas a través del mecanismo de las cadenas
globales de valor. En una segunda fase, se produce una
reestructuración de la mano de obra altamente cualificada
relacionada con actividades intensivas en conocimiento y con los
sistemas de innovación, con Silicon Valley a la cabeza. Esta
nueva división internacional del trabajo, reconfigura las relaciones
de poder y de dependencia entre el Norte y el Sur global, o
centro-periferia, produciendo como consecuencia nuevas y extremas
modalidades de intercambio desigual dentro y entre diferentes países
y macrorregiones del sistema capitalista mundial.
INTRODUCCIÓN
En la economía política
internacional, el capital monopolista desempeña un papel cada vez
más estratégico. A través de un proceso de megafusiones y alianzas
estratégicas, esta fracción del capital ha alcanzado niveles
inusitados de concentración y centralización, a tal grado que Samir
Amin (2013) se refiere a la fase actual del capitalismo como la
era de los monopolios generalizados. Esta tendencia, asociada a
una etapa avanzada en las operaciones de la ley general de
acumulación de capital observada por Marx (capítulo XXIII,
Tomo I, 1975), ha propiciado una creciente monopolización de las
finanzas, la producción, los servicios y el comercio por un puñado
de grandes corporaciones multinacionales. En la expansión de sus
actividades, estas corporaciones han creado una red global y un
proceso de producción, financiamiento, distribución e inversión
que les ha permitido apoderarse de los segmentos estratégicos y más
rentables de las economías periféricas y apropiarse del excedente
económico producido con enormes costos sociales y ambientales.
El objetivo de este
artículo es analizar este fenómeno, con especial énfasis en el
surgimiento de una nueva división internacional del trabajo: la
exportación —directa e incorpórea— de la fuerza de trabajo.
En una primera etapa, este proceso involucra mano de obra poco
cualificada asociada al desmantelamiento del aparato productivo en la
periferia y su rearticulación con las grandes potencias
imperialistas a través del mecanismo de cadenas globales de valor.
En una segunda etapa, abarca asimismo mano de obra altamente
cualificada relacionada con actividades intensivas en conocimiento y
la reestructuración de sistemas de innovación, con Silicon Valley a
la vanguardia.
Esta nueva división
internacional del trabajo, que engloba la exportación directa e
incorpórea de fuerza de trabajo tanto de baja como de alta
cualificación, reconfigura las relaciones de poder y dependencia en
el horizonte Norte-Sur o centro-periferia, dando lugar a nuevas y
extremas modalidades de intercambio desigual dentro y entre
diferentes países y macrorregiones del sistema capitalista mundial.
Consideraciones
teóricas y metodológicas
El intercambio
desigual es un tema clave para comprender el capitalismo y el
imperialismo contemporáneos, cuyo análisis ha propiciado
múltiples debates en torno a la naturaleza de las relaciones
norte-sur o centro-periferia. El análisis de su dinámica exige una
comprensión del método dialéctico propuesto por Marx y, en
consecuencia, la necesidad de trascender el nivel de abstracción
previsto por Marx en su obra maestra, El capital, referente al
capital en general (volúmenes I y II) y muchos capitales
(volumen III). Implica, por tanto, pasar de estos niveles de
abstracción al ámbito de los Estados-nación, el comercio
internacional y la configuración del sistema capitalista mundial,
cuya consideración, aunque prevista en el plan de trabajo esbozado
por Marx en los Grundrisse (Rosdolsky, 1977), quedó fuera de
los alcances de su investigación. Esto no significa, sin embargo,
que el intercambio desigual sea un fenómeno que se desvía de las
leyes fundamentales del desarrollo capitalista postuladas por Marx en
los tres volúmenes de El capital y otros de sus escritos,
sino que, apoyándose en ellas, es posible avanzar hacia niveles de
análisis más concretos relacionados con el comercio internacional y
el desarrollo del sistema capitalista mundial. Sin entrar en mayores
detalles, lo primero que cabría señalar es que, en el nivel más
general de abstracción, la fuente primaria del intercambio desigual
—que está en la raíz del modo de producción capitalista— es la
relación entre capital y trabajo mediante el intercambio de dos
mercancías básicas: el dinero y la fuerza de trabajo.
El grueso del debate
sobre el intercambio desigual, particularmente el que se desplegó en
torno a la cuestión del desarrollo (en el marco de la escuela de
pensamiento marxista de la dependencia), parte de la formación de
los precios de producción. En este sentido, a través de la
configuración de la tasa media de ganancia y la distribución social
de la plusvalía entre capitales y ramas de producción y del
comercio, es posible comprender las relaciones desiguales de
intercambio entre bienes primarios y bienes industrializados de
acuerdo con la teoría del valor de Marx. Al nivel de abstracción
correspondiente al volumen III de El capital, todo intercambio
—como señala Andrea Ricci (2018)—, es desigual. No obstante, al
analizar el comercio internacional entran en juego varios aspectos
críticos como los diferenciales salariales (Emmanuel, 1972) y las
diferencias estructurales en la composición orgánica del capital a
lo largo y ancho de la división social del trabajo en el horizonte
Norte-Sur (Amin, 1974).
Más allá de estas y
otras consideraciones, como la potenciación del trabajo, el
arbitraje laboral global y el problema de la transformación de los
valores en precios en el contexto internacional (Astarita, 2006;
Garay, 1980; Finger, 2019; Katz, 2018), resulta de vital importancia
reconocer que:
a) El intercambio
desigual implica tanto diferenciales salariales como un desarrollo
desigual de las fuerzas productivas, sin que una u otra sean
variables independientes, sino más bien categorías dialécticamente
interrelacionadas en el ámbito de las relaciones sociales de
producción que distinguen al centro de la(s) periferia(s) del
sistema capitalista mundial (Dussel, 2019; Marini, 1974).
b) Los debates
sobre el intercambio desigual han subestimado la importancia nodal de
la ley general de acumulación capitalista postulada por Marx para
comprender el fenómeno. Esta ley, que sintetiza las contradicciones
fundamentales del desarrollo capitalista, está relacionada con la
creciente importancia que adquiere, por un lado, el capital
monopolista y, por otro, el ejército industrial de reserva del
trabajo. La distribución desigual de ambos a lo largo del eje
centro-periferia resulta crucial para comprender la dinámica del
intercambio desigual en relación con el proceso de acumulación de
capital a escala global.
c) La división
internacional del trabajo ha sido y sigue siendo un punto focal en el
análisis del intercambio desigual. Al contrario de lo que postulan
la mayoría de los analistas del intercambio desigual, esta división
no es estática ni unidimensional.
Como argumentamos en las
siguientes secciones de este trabajo, el cambio del siglo XX a las
dos primeras décadas del nuevo milenio ha contribuido al pleno
desarrollo de la nueva división internacional del trabajo surgida
con el neoliberalismo, i.e. la exportación de fuerza de trabajo,
imprimiéndole un nuevo dinamismo al incorporar al segmento de fuerza
de trabajo cualificada y altamente cualificada.
Génesis de la nueva
división internacional del trabajo
Desde finales de la
década de 1970, las grandes corporaciones multinacionales inician un
proceso de reestructuración tendente a trasladar parte de sus
procesos productivos a zonas periféricas en busca de fuerza de
trabajo barata y flexible. Se trata, en el fondo, de un nuevo
«nomadismo» en el sistema de producción mundial sustentado en los
enormes diferenciales salariales que existen y se reproducen en el
horizonte Norte-Sur, i.e. el llamado arbitraje laboral global
(Foster et al., 2011a: 18). Ello ha dado lugar a la configuración de
cadenas globales de valor, o mejor aún, redes globales de capital
monopolista, a través de la instauración de plataformas de
exportación que operan como economías de enclave en los países
periféricos (Delgado Wise y Martin, 2015). Este viraje estratégico
en la organización de la producción industrial ha sido a todas
luces espectacular: «Las 100 mayores corporaciones globales han
desplazado su producción en forma más decisiva hacia sus filiales
extranjeras [principalmente en el Sur], en que ahora se encuentran
cerca de 60% del total de sus bienes y de sus empleados y más de 60%
de sus ventas a nivel global» (UNCTAD, 2010). En similar tenor, se
estima que en la periferia alrededor de 100 millones de trabajadores
están empleados directamente en plantas de ensamblaje establecidas
en más de 5.400 zonas de procesamiento que operan en al menos 147
países (UNCTAD 2020). Ello ha transformado significativamente la
geografía global de la producción, a grado tal de que actualmente
la mayor parte del empleo industrial (más de 70%) se localiza en
países periféricos (Foster et al., 2011b).
Lo importante a destacar
de este fenómeno es que no implica una industrialización de la
periferia, sino que se trata de un doble proceso regresivo que hemos
conceptualizado como «subprimarización económica». Esto significa
que, lejos de transitar hacia un modelo de exportación
manufacturera, lo que en realidad se exporta bajo el manto de una
exportación de bienes manufacturados es fuerza de trabajo sin que
ésta salga del país. No debe perderse de vista que las plantas de
ensamble y empresas maquiladoras instaladas en países periféricos
operan con insumos importados y regímenes de exención tributaria,
lo que significa que la sustancia de lo que a través de ellas se
exporta es la fuerza de trabajo incorporada al proceso productivo. De
aquí que se trate de una exportación indirecta o incorpórea de
fuerza de trabajo bajo el disfraz o fetiche de una exportación de
productos manufacturados (Cypher y Delgado Wise, 2012; Márquez y
Delgado Wise, 2012). Tres consideraciones en relación con la génesis
e implicaciones de esta peculiar modalidad exportadora resultan
pertinentes.
La primera se refiere a
la implantación de los programas de ajuste estructural, en tanto
pilares de la reestructuración neoliberal cimentados en la tríada:
apertura, privatización y desregulación. El cometido de estos
programas, impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, fue —y continúa siendo— el desmantelamiento y
desarticulación de los aparatos productivos de dichas economías
para su rearticulación, asimétrica y subordinada, a las dinámicas
de acumulación de las principales potencias imperialistas bajo la
batuta del capital monopolista.
La segunda consideración
es que, como corolario o consecuencia de este notable viraje, los
mercados laborales se empequeñecen y precarizan generando una
desbordante masa de población redundante que es arrojada a las filas
de la informalidad y/o forzada a emigrar en dirección Sur-Norte. La
exportación directa de fuerza de trabajo, a través de la migración
laboral, es sometida a graves condiciones de vulnerabilidad y
limitaciones en sus derechos laborales y humanos. Tómese en
consideración que, bajo la égida neoliberal, se liberaliza el
comercio de todas las mercancías con excepción de la fuerza de
trabajo y que esta última es forzada a emigrar de sus países de
origen, sometiéndosele a regímenes migratorios restrictivos que
generan —como política de Estado— una creciente masa de
población «ilegal» o indocumentada que, como ocurre en el caso de
Estados Unidos, paga impuestos sin recibir beneficios sociales. Esta
fuerza de trabajo, tildada de «ilegal», pero indispensable para
cubrir necesidades del mercado laboral, es sometida a condiciones de
superexplotación laboral, discriminación y xenofobia; situación
que no solo oculta las significativas contribuciones que los
migrantes hacen a las economías y sociedades de destino, sino que
contribuye a criminalizarlos y convertirlos en enemigos públicos con
importantes dividendos políticos para la ultraderecha y el
neofascismo.
No se trata solo del
abaratamiento del costo de la fuerza laboral migrante, sino que, en
un sentido más amplio, de una modalidad de intercambio desigual
entre países de origen y destino. Tómese en cuenta que la fuerza de
trabajo que emigra no creció por generación espontánea ni se educó
gratuitamente sea cual sea su nivel de estudios. Sus costos de
reproducción social y formación educativa corrieron a cargo da las
familias del migrante y del fondo de capital social administrado por
el Estado del país de origen. Estos costos, al comparárseles con el
acumulado de remesas que envían a sus países de origen, tienden a
ser bastante más onerosos. Ello implica que, a contra sensu,
de lo que pregona el Banco Mundial y otras instituciones al servicio
de los intereses de Estados Unidos y otras potencias imperialistas,
las remesas —y por ende la migración laboral— no representan un
subsidio Norte-Sur, sino exactamente lo opuesto: un subsidio
Sur-Norte (Delgado Wise y Gaspar, 2018).
La tercera consideración
es que además de la exportación directa de fuerza de trabajo, la
exportación indirecta o incorpórea de la misma profundiza las
relaciones de intercambio desigual entre países periféricos y
centrales. Esto sucede en virtud de la transferencia de ganancias y
plusvalor hacia el exterior, generados en las plantas de ensamblaje,
en su mayoría sometidas a condiciones de comercio intrafirma o
esquemas similares de compraventa de mercancías de exportación. Se
trata, por consiguiente, de una modalidad de intercambio desigual
semejante, a escala nacional, al intercambio que se produce entre
trabajo y capital en el proceso laboral. Es difícil imaginar una
modalidad más lacerante de intercambio desigual entre países, con
el agravante de que lo que se queda en el país de origen son
salarios y prestaciones laborales muy inferiores a los que se
otorgarían en el país de destino. De este modo, se gestan los
cimientos de una nueva división internacional del trabajo arraigada
en la exportación indirecta o incorpórea y directa de fuerza de
trabajo que, en un primer momento, se nutre de mano de obra de baja,
o relativamente baja, cualificación.
El caso de México
resulta paradigmático de esta perspectiva. Sin entrar en mayores
detalles, cabe subrayar que el modelo neoliberal que se implanta en
el país es, en esencia, un modelo exportador de fuerza de trabajo,
tanto por la importancia que adquiere la industria manufacturera de
exportación(1), hegemonizada por el sector automotriz, como por su
contraparte o corolario: la migración laboral (Cypher y Delgado
Wise, 2012). Este modelo se instaura en 1982 con la implantación,
tajante, de los programas de ajuste estructural y se refuerza con la
suscripción en 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN). La plena vigencia de este modelo se manifiesta, por un
lado, en el hecho de que las exportaciones automotrices y las remesas
hayan figurado en 2019 como las principales fuentes de divisas, con
ingresos netos para el país de 58,494 y 36,045 (2) millones de
dólares, respectivamente, y, por otro lado, en el crecimiento
exponencial que experimenta la migración laboral que, en
relativamente corto tiempo, posicionó a México en la cima de la
migración mundial, apenas por debajo de la India (véase gráfico
1).
Más aún, la mitad de
las y los migrantes mexicanos que radican en Estados Unidos cargan
con el estigma de la «ilegalidad», con todo lo que ello implica en
términos de derechos laborales y humanos, sin reparar en sus
importantes contribuciones a la satisfacción de la demanda laboral y
al crecimiento económico del país vecino. Considérese, en este
sentido, que entre 2000 y 2015 la población de origen mexicano que
reside en Estados Unidos contribuyó en 14.8% —y 33.4% si se
incluye a la población de origen mexicano— al crecimiento de la
PEA y en 14.3% —y 31.3% si se incluyen a los descendientes de
mexicanos en ese país— al incremento del PIB de ese país. Para
América Latina la contribución de los migrantes y sus descendientes
a la economía y sociedad estadounidense asciende a 51.4% en el caso
de la PEA y 45.3% en el caso del PIB (véanse gráficos 2 y 3).
Reestructuración de
los ecosistemas de innovación y exportación de fuerza de trabajo en
sentido amplio
La exportación de fuerza
de trabajo —sea indirecta (incorpórea) o directa— adquiere su
connotación más amplia al incorporar fuerza de trabajo cualificada
y altamente cualificada. Este paso, que implica el tránsito de una
exportación de fuerza de trabajo en sentido restringido a otra en
sentido amplio o lato, es un fenómeno relativamente reciente
asociado a la profunda reestructuración que experimentan los
ecosistemas de innovación de cara al siglo XXI.
Desde esta perspectiva,
resulta esencial profundizar en las características del ecosistema
de innovación más avanzado en la actualidad: aquel hegemonizado por
Estados Unidos y georreferenciado en Silicon Valley y que opera como
una poderosa máquina de patentes con articulaciones en varios países
periféricos y emergentes. La forma de organización del general
intellect —concepto acuñado por Marx para enfatizar el
carácter social del conocimiento acumulado— que se realiza en este
complejo ecosistema, permite poner a disposición de las grandes
corporaciones multinacionales la capacidad científica y tecnológica
de una impresionante y creciente masa de trabajadores cualificados y
altamente cualificados provenientes y/o formados en diferentes países
del mundo, tanto del centro como de la periferia del sistema. En esta
nueva trama entran en interacción un amplio abanico de agentes e
instituciones que aceleran los ritmos de patentes y reducen los
costos y riesgos asociados a la invención (Delgado Wise, 2015;
Delgado Wise y Chávez, 2016; Míguez, 2013).
A continuación, se
exponen algunos de los rasgos más sobresalientes de lo que
concebimos como el Sistema Imperial de Innovación de Silicon Valley:
1. La
internacionalización y fragmentación de las actividades de
Investigación y Desarrollo bajo modalidades «colectivas» de
organizar e impulsar los procesos de innovación: peer-to-peer,
share economy, commons economy y crowdsourcing
economy, a través de lo que se conoce como innovación abierta
(open innovation). Se trata de modalidades de invención
«extramuros», es decir, que se localizan fuera del entorno de la
corporación multinacional y que entrañan la apertura y
redistribución espacial de actividades intensivas en conocimiento,
con la creciente participación de socios o agentes externos a las
grandes corporaciones, tales como startups —empresas
embrionarias de innovación—, proveedores de capital de riesgo,
clientes, subcontratistas, head hunters, firmas de abogados,
universidades y centros de investigación (Chesbrough, 2008). Esta
nueva forma de organizar el general intellect produce una permanente
configuración y reconfiguración de redes de innovación que
interactúan bajo un complejo tejido interinstitucional comandado por
el gran capital corporativo en mancuerna con el Estado imperial. Esta
arquitectura en red trasciende, complejiza y dinamiza, a ritmos
compulsivos, las formas precedentes de impulsar el cambio
tecnológico.
Cabe destacar que, dentro
de este entramado, el trabajo científico y tecnológico
—desarrollado a través de agentes autónomos tales como las
startups— no está subsumido formalmente al capital, en
virtud de que los inventores no son empleados de las grandes
corporaciones. De aquí que su subsunción sea sutil e indirecta,
respaldada en un marco jurídico-institucional: el Tratado de
Cooperación en Materia de Patentes (TCP) administrado por la
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) y un
sofisticado tejido ecosistémico que propicia el desarrollo colectivo
de los productos del general intellect a escala planetaria y
su apropiación privada por la vía de las patentes y otra serie de
mecanismos privativos mediados por firmas de abogados al servicio de
las grandes corporaciones multinacionales. En este sentido, se
establece una dialéctica entre el conocimiento social acumulado, su
impulso colectivo —acelerado por redes de científicos y
tecnólogos— y su cercamiento y apropiación privada (Foladori,
2017).
2. La creación de
ciudades científicas como Silicon Valley en los Estados
Unidos y los nuevos «Silicon Valley» establecidos en los últimos
años en áreas periféricas o regiones emergentes, principalmente en
Asia —como Bangalore en India—, donde se crean sinergias
colectivas para acelerar los procesos de innovación (Bruche, 2009;
Sturgeon 2003). Se trata,
en el fondo, como recalca Annalee Saxenian (2006) de un nuevo
paradigma georreferenciado, que se aparta de los viejos modelos de
investigación y desarrollo y que abre el camino hacia una nueva
cultura de la innovación basada en la flexibilidad, la
descentralización y la incorporación, bajo diferentes modalidades,
de nuevos y cada vez más numerosos jugadores que interactúan
simultáneamente en espacios locales y transnacionales. Silicon
Valley figura como el eje central de una nueva arquitectura de la
innovación mundial, en torno al cual se tejen múltiples eslabones
periféricos que operan como una suerte de maquiladoras
científico-tecnológicas localizadas en regiones, ciudades y
universidades alrededor del mundo. Ello da lugar a una nueva y
perversa modalidad de intercambio desigual, a través de la cual los
países periféricos y emergentes transfieren a los países centrales
y al capital monopolista los costos de reproducción de la fuerza de
trabajo altamente cualificada involucrada en las dinámicas de
innovación, así como el potencial para la generación de ganancias
extraordinarias o rentas monopólicas de las innovaciones.
3. La
implementación de nuevas formas de control y apropiación de los
productos del trabajo científico-tecnológico por parte de las
grandes corporaciones multinacionales, a través de diversas formas
de subcontratación, asociación, así como de manejo y
diversificación de capital de riesgo. Dicho control se establece a
través de una doble vía. De un lado, mediante equipos
especializados de abogados al servicio de las grandes
corporaciones, que conocen a fondo el marco institucional y las
normas de operación de los sistemas de patentes. Bajo el complejo e
intrincado marco jurídico-institucional impuesto por el TCP-OMPI
resulta prácticamente imposible para un inventor independiente
registrar y patentar, por sí solo, sus productos (véase gráfico
4). De otro lado, existen bufetes de abogados que operan como
cazadores de talento, contratistas, subcontratistas y gestores de
diversa índole a favor de las grandes empresas asentadas en Silicon
Valley. A esta nueva forma de injerencia y control corporativo de las
dinámicas de innovación se le conoce como inversión estratégica
(strategic investment) (Galama y James, 2008).
La manera de integrarse
la gran corporación multinacional en esta dinámica —incubada y
desplegada a través del ecosistema de Silicon Valley y sus
satélites— revela que, más que un agente propulsor del desarrollo
de las fuerzas productivas sociales, el capital monopolista opera
como un agente rentista, es decir, un agente que se apropia de
los productos del general intellect sin participar en su
gestación y desarrollo. En otras palabras, las ganancias
extraordinarias que constituyen el leitmotiv del capital
monopolista adquieren el carácter de rentas tecnológicas de acuerdo
con el significado que Marx atribuye a la renta del suelo, es decir,
la posibilidad de exigir una significativa porción del plusvalor
social por el hecho de ser propietario de un bien, en este caso la
patente, no producido ni reproducible por la fuerza de trabajo
incorporada al proceso productivo. De aquí que, en el capitalismo
contemporáneo, el capital monopolista haya dejado de actuar como un
agente progresista, en tanto motor del desarrollo de las fuerzas
productivas y se haya transformado en un ente parasitario que,
incluso, decide qué productos potencialmente trascendentes por su
valor de uso ingresan al mercado y cuáles permanecen petrificados en
la congeladora de la historia social (Foladori, 2017).
4. La expansión
en el horizonte Norte-Sur de la fuerza de trabajo en áreas de
ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, así como el
creciente reclutamiento de fuerza de trabajo altamente cualificada
originaria de la periferia a través de mecanismos de outsourcing
y offshoring. Es importante subrayar, en este sentido, que la
migración altamente cualificada proveniente de los países
periféricos desempeña un papel cada vez más relevante en los
procesos de innovación, generándose una paradójica y
contradictoria dependencia del Sur respecto del Norte: cada vez más
los generadores de patentes son originarios de países periféricos y
emergentes. Esta tendencia puede rastrearse en diferentes sectores de
la economía global, incluida la biotecnología agrícola y la
biohegemonía en cultivos transgénicos, así como la apropiación
del conocimiento indígena relacionado con tecnología de semillas
(Gutiérrez Escobar y Fitting, 2016; Lapegna y Otero, 2016; Motta,
2016).
5. La creación de
un marco institucional ad hoc orientado a la concentración y
apropiación de los productos del general intellect a través de las
patentes, bajo la tutela y supervisión de la OMPI junto a la
Organización Mundial de Comercio (OMC) (Delgado Wise y Chávez,
2016). Desde fines de la década de 1980 se advierte una tendencia a
generar una legislación ad hoc en Estados Unidos, funcional a
los intereses estratégicos de las grandes corporaciones
multinacionales en materia de derechos de propiedad intelectual
(Messitte, 2012). A través de normas y reglamentaciones promovidas
por la OMC, los alcances de esta legislación se han ampliado
significativamente. Desde esta perspectiva, la oficina del
representante de comercio de los Estados Unidos ha venido promoviendo
la firma e implementación de Tratados de Libre Comercio (TLC).
Debido a que, por su naturaleza multilateral, las disputas sobre
propiedad intelectual dentro de la OMC tienden a ser cada vez más
complejas, la estrategia de Estados Unidos incluye también
negociaciones bilaterales de TLC como medida complementaria para
controlar los mercados e incrementar las ganancias corporativas. Los
reglamentos establecidos por el TCP, modificados en 1984 y 2001 en el
marco de la OMPI-OMC, han contribuido significativamente al
fortalecimiento de esta tendencia.
Debemos señalar, además,
que el dominio estratégico en materia de innovación ejercido por
Estados Unidos a nivel mundial se manifiesta no solo en el volumen y
ritmo de las patentes generadas, sino en el hecho de que 7 de las
cien principales empresas innovadoras del mundo tienen su matriz en
Estados Unidos (Thomson Reuters, 2018); 46 de las 100 universidades
más innovadoras del mundo se ubican en territorio estadounidense
(Ewalt, 2018), y 7 de las 10 startups más exitosas del
planeta se ubican en Estados Unidos (Murgich, 2015).
Más aún, conforme a la
lógica extractiva/rentista que rige las nuevas dinámicas de
innovación, la tasa de patentes extranjeras en Estados Unidos se
elevó de 18% en 1963 a 53.1% en 2018 (U.S. Patent and Trademark
Office, 2019). Dicho incremento se ha visto favorecido por el papel
que, en el ámbito de las políticas públicas, ha ejercido el
gobierno de Estados Unidos para mantener, fortalecer y profundizar su
liderazgo científico y tecnológico a escala planetaria. De aquí
que, además del impresionante respaldo en materia inversión pública
en ciencia básica y aplicada (equivalente a 2.74 por ciento del PIB
en 2016)3, el gobierno estadounidense se distinga ―sobre todo a
partir de la década de 1990― por desplegar una agresiva política
de atracción de talento externo promovida por la National Science
Foundation, acompañada por un vigoroso aliento a una política
migratoria altamente selectiva. No es casual, que la migración
cualificada y altamente cualificada dirigida a ese país haya crecido
a una tasa que poco más que duplica la correspondiente a la
migración sin estudios superiores, como se aprecia claramente en el
siguiente gráfico.
En la misma figura se
aprecia que la participación de fuerza de trabajo cualificada y
altamente cualificada proveniente del extranjero tiende a suplir y
complementar el ritmo relativamente más pausado con el que crece la
masa crítica de científicos y tecnólogos nacidos en Estados
Unidos. No se trata solo de una relación de complementariedad, sino
de una relación de creciente dependencia de la capacidad innovadora
de la fuerza de trabajo procedente del extranjero. Otro dato
significativo es que, como se aprecia en el gráfico 6, el segmento
de inmigrantes cualificados más dinámico es aquel que registra el
más alto nivel de cualificación.
Enmarcado en esta
tendencia, otro rasgo revelador del nuevo perfil de la inmigración
altamente cualificada dirigida a Estados Unidos es que el grueso de
ella proviene de países periféricos o emergentes, como se desprende
de la figura 7. De hecho, 8 de los 10 principales países que aportan
inmigrantes con posgrado a ese país provienen de estos países. Y
más todavía: este incremento se produce, como cabría esperarlo,
principalmente con inmigrantes formados en áreas directamente
relacionadas con la innovación: ciencia, tecnología, ingeniería y
matemáticas (áreas CTIM).
No está por demás
agregar que existe una fuerte correlación entre los inmigrantes
formados en áreas CTIM y el campo laboral en el que se desempeñan,
particularmente en ámbitos profesionales y en áreas relacionadas
con actividades de innovación. Queda claro, por tanto, que la
reestructuración de los ecosistemas de innovación bajo la hegemonía
de Estados Unidos ha dado lugar a una nueva migración cualificada
proveniente de países periféricos o emergentes, la cual está
creciendo a un ritmo mayor que la migración en general y se nutre
principalmente por científicos y tecnólogos formados en áreas
CTIM.
Al igual que en el caso
de la exportación de fuerza de trabajo en sentido restringido, el
modelo exportador de fuerza de trabajo que se implanta en México se
inscribe en la ruta de exportación de fuerza de trabajo en sentido
amplio que hemos venido describiendo. Por un lado, el país cuenta
con diversos corredores científico-tecnológicos al servicio de las
grandes corporaciones multinacionales, como es el caso de
determinados centros de investigación interconectados en red que
operan al servicio de las grandes corporaciones automotrices y del
llamado Silicon Valley mexicano ubicado en Guadalajara, Jalisco(4).
Por otro lado, cabe señalar que existe una significativa y creciente
masa de mexicanos cualificados y altamente cualificados que residen
en el extranjero, como se desprende de los siguientes datos (Delgado
Wise, Chávez y Gaspar, 2021):
En 2018 había 1,476,833
profesionales y 307,868 posgraduados mexicanos en el extranjero,
distribuidos en al menos 56 países de todos los continentes, aunque
en su mayor parte se concentran en Estados Unidos y un puñado de
países europeos.
En las últimas tres
décadas, el número de posgraduados mexicanos que reside en Estados
Unidos creció exponencialmente. En este lapso, no solo su volumen se
multiplicó 5.5 veces, sino que en el nivel de doctorado su
crecimiento fue aún más espectacular: se multiplicó por ocho. Ello
implicó un reposicionamiento de México entre los países con mayor
volumen de posgraduados en Estados Unidos, al pasar del noveno lugar
en 1990, al tercero/cuarto en 2018, después de India, China y a la
par de Corea del Sur.
En 2019 el volumen de
posgraduados mexicanos con doctorado en el país vecino del norte
ascendió a 37,169, cifra que supera en dimensiones al número de
integrantes del Sistema Nacional de Investigadores del país.
El núcleo más
significativo de posgraduados mexicanos en Estados Unidos lo integran
aquellos formados en áreas CTIM (32.5%) y administración, negocios
y finanzas (17.6%) que, por lo demás, constituyen los campos del
conocimiento vinculados con el desarrollo científico y tecnológico
y las actividades productivas intensivas en conocimiento, además de
los que tuvieron mayor crecimiento a partir del año 2000.
Cualitativamente, este
importante segmento de la diáspora mexicana se distingue por sus
elevados niveles de productividad académica y desarrollo
profesional, lo que evidencia la elevada selectividad —con fuertes
exigencias en términos de estándares de calidad y competitividad
académica y profesional— a la que son sometidos los posgraduados
mexicanos que logran emigrar y establecerse en el extranjero.
Conclusión
Con los avances en el
conocimiento y particularmente como resultado del advenimiento de las
TIC y la llamada revolución de las tecnociencias, «el conocimiento
y el cambio tecnológico [están] en el centro de los procesos de
apreciación del capital» (Míguez, 2013: 27). Dada la innegable
relevancia del conocimiento como fuerza impulsora detrás de la
dinámica de la acumulación de capital y la creciente producción de
bienes intensivos en conocimiento, el capitalismo contemporáneo a
menudo ha sido considerado como capitalismo cognitivo. Empero, esto
no significa que el objetivo del sistema sea promover el
conocimiento, sino que se convierte en un medio poderoso para
incrementar las ganancias y más específicamente las ganancias
extraordinarias del capital monopolista. Así, la categoría de
propiedad intelectual, existente desde hace siglos, resurge con más
fuerza que nunca, ya que permite la objetivación del conocimiento,
encerrándolo como si se tratara de un derecho privado.
En opinión de Bolívar
Echeverría, «la primera tarea que cumple la economía capitalista
es reproducir la condición de existencia a su manera: construir y
reconstruir incesantemente una escasez artificial, partiendo de las
renovadas posibilidades de la abundancia» (Echeverría, 2011: 85).
La forma jurídica de la propiedad intelectual, como derecho
exclusivo sobre una invención mediante el mecanismo de las patentes,
permite la limitación, la segregación del conocimiento, su
mercantilización y su escasez artificial.
En este contexto, el
aumento de la migración internacional y su creciente selectividad no
pueden entenderse —como hemos venido argumentando— al margen de
las dinámicas y contradicciones arraigadas en el capitalismo
contemporáneo. De ahí que el nuevo fenómeno de la migración
cualificada y altamente cualificada no pueda entenderse al margen de
la profunda metamorfosis que experimenta el capital monopolista,
tanto en la redistribución geográfica de las actividades
manufactureras como en la reestructuración de los sistemas de
innovación. Esta metamorfosis se fundamenta en las posibilidades
abiertas por la tercera y cuarta revoluciones industriales, al tiempo
que consolida la nueva división internacional del trabajo en el
horizonte Norte-Sur: la exportación directa e incorpórea de fuerza
de trabajo, que adquiere su connotación más amplia con la inclusión
del segmento de fuerza de trabajo cualificada y altamente
cualificada. Esto, a su vez, genera nuevas y extremas modalidades de
intercambio desigual (Delgado Wise & Martin, 2015).
Dada la importancia que
tiene el trabajo intelectual (científico, tecnológico, inmaterial)
en el desarrollo del general intellect, el hecho de que un
contingente creciente de trabajadores intelectuales provenga,
precisamente, de países periféricos o emergentes, nos enfrenta a
una paradoja hasta hace poco inimaginable: la innovación, como motor
del desarrollo de las fuerzas productivas, depende crecientemente de
la participación de científicos y tecnólogos del Sur que están al
servicio del Norte, ¡y contra el Sur! Al proyectársele en el
horizonte Norte-Sur, esta paradoja refleja un potencial para una
reversión de las relaciones de dependencia tradicionales en el
ámbito del trabajo científico y tecnológico. Esta situación nos
lleva, a su vez, a un replanteamiento fundamental de la cuestión del
desarrollo bajo una nueva trama entre progreso y la búsqueda de
rentas circunscrita a la contradicción entre progreso y barbarie
inherente a la modernidad capitalista
Ante este escenario, la
pandemia de COVID-19 adquiere relevancia. Debido a su magnitud,
representa una encrucijada de dimensiones civilizatorias en la
historia del capitalismo. Por un lado, como ha escrito Luis
Arizmendi:
Stricto sensu, la
pandemia de COVID-19 es la expresión implacable pero particular de
una crisis epidemiológica planetaria de orden superior, que ha
estado expuesta a cambiarlo todo, y que revela sus mayores peligros
por su interacción con las otras dimensiones constitutivas de la
crisis epocal del capitalismo (Arizmendi 2020: 19).
Por otro, además de
incubar una tendencia neo autoritaria que conlleva la posible
instauración de un Estado de excepción mundializado, abre también,
a contra sensu, una ventana de oportunidad para la potencial
transformación o reconfiguración del sistema capitalista. Si antes
de su irrupción el neoliberalismo estaba herido de muerte, con la
pandemia se rubrica su acta de defunción. Es innegable, en este
sentido, que nos encontramos ante una fase del capitalismo en la que
sus contradicciones se exacerban a un grado extremo y los intentos de
darle aliento artificial resultan cada vez más infructuosos.
Los signos vitales del
capitalismo en tiempos de COVID-19 están cargados de una estela de
incertidumbre. A nivel internacional, el escenario está signado por
la enconada disputa interimperialista entre Estados Unidos y China,
donde la ruta que seguirá la primera potencia capitalista del mundo
ante el inminente declive de la administración Trump y la llegada de
Biden a la presidencia, no deja de ser una incógnita. No obstante,
por encima de estas y otras incertidumbres, lo cierto es que la
actual coyuntura alberga también posibilidades inéditas de
transformación social, que se perfilan a través de la forma misma
de enfrentar al virus y sus consecuencias.
Notas:
1 Integrada a la
plataforma IMMEX de importaciones temporales con exención de
impuestos, en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte y su sucesor el nuevo tratado entre México. Estados Unidos y
Canadá (T-MEC).
2 Cifras
disponibles en El Banco de México, https://www.banxico.org.mx/
3 Disponible en
https://data.worldbank.org/indicator/gb.xpd.rsdv.gd.zs
4 Véase en
https://www.forbes.com.mx/jalisco-seguira-siendo-el-silicon-valley-mexicano/.
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