En el pasado, los y las artistas que grababan discos expresaban la ira y tristeza de la gente con la cual compartían experiencias vitales de existencia. La música rhythm blues, que tiene sus raíces en las antiguas canciones espirituales de los esclavos, crecía y se expresaba en las comunidades y guetos en los cuales nació. Hoy, los cantantes captan y empaquetan la rabia social como un bien comercial; el artista que comercia con la rebeldía encuentra un vehículo para su ascenso social en el mundo de las grandes corporaciones, ese mundo que domina la economía y que a su vez crea los suburbios desolados que engendran la rabia.
La diferencia entre los cantantes de blues y folk de antaño, y
los cantantes de música pop de hoy, está en la dicotomía entre la temática de
las canciones y la posición de clase y las afinidades sociales de los
intérpretes. Desde los años sesenta, la brecha entre las letras y las
realidades de clase ha crecido, hasta constituir una parodia viviente. Ello
podría ser tema de bromas, si no fuera por las consecuencias políticas y
sociales más amplias que lo acompañan.
Los rebeldes
millonarios
El concierto masivo de música pop de hoy no es más que un
espectáculo comercial que distrae y entretiene a la gente. Pero lo hace en gran
parte mediante la captación de temas y preocupaciones populares,
"universalizándolo" y vaciándolos de sentido específico y de toda
propuesta social. Los cantantes pop desvían la ira hacia una representación
teatral inofensiva, en la cual las poses y las voces roncas son vistas como
intrascendentes en la vida real: la política de los gestos individuales. Los
rebeldes millonarios distraen y canalizan a la audiencia hacia una especie de
catarsis periódica que es esencialmente privada y apolítica. Las letras
violentas son la demagogia musical de la provocación personal, y son parte de
una red comercial altamente rentable.
La influencia política de la música popular ha sido inmensa.
Los cantantes y las canciones transmitidas directa o indirectamente por los
medios de comunicación han formado la conciencia, el estilo de vida y los
valores, con un alcance mucho mayor que la palabra escrita. Durante décadas, la
música y la canción han sido un fenómeno masivo, que atrae a millones de
personas con su ritmo, su prédica y sus chillidos, sus sacudones y tambaleos.
Los cantores han proyectado modos y estilos de vida. Hoy
convocan a audiencias masivas que no las consigue ningún escritor. Sus letras
son repetidas por más jóvenes que cualquier eslogan político del pasado o
presente. Sus gestos son remedados; ellos dan a la vez forma y expresión a la
ira y deseo de generaciones enteras, en tránsito entre el colegio y la
integración a la fuerza laboral. En este sentido, los músicos son los
"parteros" políticos de la transición de la adolescencia a la edad
adulta. Si tienen y expresan alguna fórmula política con respecto a la economía
y la sociedad, ella es la transformación en mercancía de la rebeldía
juvenil y una profunda conformidad con el mundo de la riqueza empresarial.
El eje de acción de los músicos populares modernos es su profunda integración a
los grandes negocios y sus redes internacionales. Estos cantantes son actores
plenos de esta configuración. Su doble función, como voceros del malestar
juvenil y como negociantes febriles que organizan imperios empresariales,
define el marco para entender un paradigma político que forma a la juventud
profundamente afectada por el deterioro del mercado laboral.
Conversaciones en dos
pistas
Hasta fines de los años sesenta, la música popular era el
medio a través del cual los movimientos sociales movilizaban, inyectaban
energía y definían la política de la Nueva Izquierda. El cambio en el papel del
músico coincide, básicamente, con el reflujo de los movimientos sociales. Y con
ese reflujo, las canciones quedaron desconectadas de la práctica. Una pasividad
política relativa va de la mano con la dependencia de la promoción comercial.
El Mercado reemplazó al Movimiento; el cantante-empresario, al
cantante-activista. La captura de una audiencia con giras cuidadosamente
montadas sustituyó la intervención espontánea en un evento político. A medida
que la música pop se convirtió, en sustancia y en persona, en gran negocio,
pasó también a reforzar la tendencia hacia la evasión individual y la
conformidad social. Los espectáculos masivos, a 30 dólares (23 euros) la
entrada, se convirtieron en sesiones terapéuticas. Se ejercitaron los pulmones,
se rompieron los tímpanos, se aceitaron las caderas, pero nada cambió.
Springteen canta a la pobreza y la impotencia política. Michael Jackson realiza
un vídeo musical en una favela de Río, a donde llega en helicóptero, bajo el
resguardo de 50 guardaespaldas armados de los barones de la droga, llevando
máscara y guantes para protegerse de la gente: los millones de pobres en el trasfondo sirven para enriquecer su
empresa con millonadas. Otro saqueo multinacional a los negros pobres del
Tercer Mundo.
No hay nada extraordinario en la presencia de Jackson en la
favela de Río. Es la historia común del descubrimiento y conversión de la
cultura juvenil en mercado juvenil. Todos juegan, algunos ganan, la mayoría
pierde.
La desconexión entre, por una parte, los temas de rebeldía
social y rabia contra la autoridad pública que están presentes en la música de
los artistas contemporáneos, y por otra, las actividades empresariales de éstos
fuera de escena, trasmite un mensaje a sus jóvenes seguidores: no tomen en
serio la rebeldía, es una forma de entrar al mundo del capital corporativo
conformista.
Los cantantes modernos están a la vez socialmente
desconectados del mundo socialmente explotado de sus audiencias, y conectados a
las élites empresariales capitalistas. Mantienen dos conversaciones a la vez. Discuten de
inversiones, ganancias y relaciones públicas con su empresa. Con sus
seguidores, mayoritariamente de clase obrera, sostienen un monólogo, explotando
su malestar, sus temores, su envalentonamiento y su necesidad de libertad de
las rutinas opresivas. Este doble discurso no sólo genera grandes ganancias a partir
de la rabia social, sino que, perversamente, perpetúa y fortalece las fuerzas y
los sistemas económicos que son la causa de los problemas. La integración social y económica de los músicos a la élite
empresarial, el 1% más cotizado de los artistas pop de EEUU, los vincula a la
sala de juntas de las grandes corporaciones internacionales.
En su calidad de ejecutivos empresariales, ellos interactúan
directa o indirectamente con autoridades gubernamentales, y se codean con otros
altos ejecutivos, inyectando un dinamismo y nuevo ímpetu al sistema empresarial
que profundiza las desigualdades económicas actuales, que son tema de sus
canciones. Esta integración explica que Sir (Mick) Jagger haya podido pasar más
tiempo en la sala de juntas el año pasado que en el camerino.
Muchos jóvenes se contentan temporalmente con este tipo de
satisfacción simbólica, mientras se les niega cualquier tipo de cambio social
sustantivo. Las audiencias se acostumbran a disociar las canciones de la acción
social. Las canciones hacen las veces de premios consuelo para los perdedores:
metas inalcanzables, pero acerca de las cuales hace bien cantar y escuchar.
Cuando los temas sociales son popularizados por un artista
integrado a la estructura empresarial, se les vacía de su sentido social: las
letras son un medio de enriquecimiento, no de compromiso. La música popular
deja de ser un medio para la organización y el cambio social. Las letras se
convierten en retórica vacía con las cuales los artistas realizan ganancias, y
ellos a su vez se convierten en "alcahuetes de la pobreza",
aprovechando el dolor y la pobreza ajena.
Música popular y
subjetividad
La relación cambiante entre cultura popular y poder político
refleja cambios más profundos en las relaciones sociales. El desplazamiento masivo
del poder, riqueza y prestigio hacia el capital ha tenido un impacto
contundente en la música popular. La noción misma de "cultura
popular" es problemática. La profunda integración de la "industria
musical" con el capital internacional, la incorporación de las
celebridades a la élite empresarial, sugiere que el concepto de cultura popular
no es sino un eslogan, al igual que la noción de capitalismo popular: los
sectores populares son el objeto de manipuleo y explotación, mientras las
celebridades empresariales son los instrumentos y los principales
beneficiarios.
El asunto de fondo es la relación entre música popular y
subjetividad. Hemos argumentado que la transformación de los principales
músicos populares en ejecutivos empresariales y su divorcio subsecuente de los
movimientos sociales ha jugado un papel importante al bloquear la emergencia de
una conciencia radical, particularmente entre la juventud. Ello tiene especial
relevancia a la luz del deterioro de las condiciones sociales de la juventud
trabajadora (crecimiento del desempleo, empleos mal remunerados sin
perspectiva, etc.) La brecha entre el grave declive socioeconómico y la débil
respuesta política ‑ausencia de rebeldía social– puede explicarse en parte por
el medio cultural al cual la juventud está más expuesta: la música. ¿Dónde
están todos los músicos comprometidos? Los movimientos no crearán
automáticamente nuevos músicos comprometidos. Hace falta una reflexión cultural
crítica sobre el presente y la recuperación del pasado. Aún más importante es
el rescate de la noción de la virtud de ser parte de un movimiento social,
antes que miembro de una billonaria compañía disquera multinacional.
James Petras / Todd Cavaluzzi
Gran artículo. La metamorfosis de la música pop y rock -ahora arraigada a las élites financieras- es un gran estimulante para los movimientos sociales fallidos. Todo va bien , mientras suene por cada rincón de un barrio, el gimme shelter de los rolling stones. Los movimientos sociales de izquierda ,manifiestan su malestar con un gran grupo de enfermos en una gran habitación ,con su casta damisela , dando a viva voz , las recetas que deben seguir los mas desfavorecidos. Y así volver a inyectar a los invisibles en la gran maquina de los sueños y dar por fin , sentido a sus vidas.
ResponderEliminarPues coincido contigo y agradezco tu acertado comentario. Porque, efectivamente, es un gran artículo (la crítica más contundente y veraz de cuantas he leído) y me sorprende que hasta la fecha no haya sido comentado por nadie.
EliminarSalud!