28 noviembre, 2014

Para acabar con la masacre del cuerpo (Félix Guattari, 1973)


Sean cuales sean las pseudotolerancias de que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual, afectiva, a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento… Infatigablemente, continúa su sucio trabajo de castración, de aplastamiento, de tortura, de cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.

A fuerza de retenciones, de éxtasis, de lesiones, de neurosis, el Estado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime sus caracteres, distribuye sus roles, difunde sus programas… Por todas las vías de acceso a nuestro organismo, sumerge en lo más profundo de nuestras vísceras sus raíces de muerte, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales, mutila nuestros goces, somete todas las producciones vividas al control de su administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado escindido de su cuerpo, un extraño a sus deseos.

Para reforzar su terror social, experimentado como culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista con su sistema cada vez más refinado de agresión, de incitación, de chantaje, se ensañan en reprimir, en excluir, en neutralizar todas las prácticas deseantes que no tienen por efecto reproducir las formas de la dominación.

Así se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la muerte: el reino de la castración que produce al sujeto culpable, neurótico, laborioso, sumiso, explotable.

Este viejo mundo que por todas partes apesta a cadáver, nos horroriza y nos convence de la necesidad de llevar a cabo la lucha revolucionaria contra la opresión capitalista en el lugar en el que está más profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro cuerpo.

Es el espacio del cuerpo deseante al que queremos liberar de la influencia opresora. Es en este y desde este espacio que queremos trabajar para la liberación del espacio social. No hay frontera entre ambos. Yo me oprimo porque yo es el producto de un sistema de opresión extendido a todas las formas la vida.

La conciencia revolucionaria es una mistificación siempre que no pasa por el cuerpo revolucionario, el cuerpo productor de su propia liberación. Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino —implantado durante siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en rebelión contra la normalidad terrorista, los jóvenes en rebelión contra la autoridad patológica de los adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el espacio del cuerpo a la subversión y el espacio de la subversión a las exigencias inmediatas del cuerpo.

Son ellas, son ellos, quienes han comenzado a desafiar el modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el cuerpo y el sujeto, tal como funcionan en todas las esferas de la sociedad capitalista e incluso en los grupos militantes.
Son ellas, son ellos, quienes han quebrado definitivamente la vieja separación que divide a la política de la realidad experimentada para el máximo beneficio de los gerentes de la sociedad burguesa como de aquellos que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas, son ellos, quienes han abierto los canales de la gran sublevación de la vida contra las instancias de muerte que no cesan de insinuarse en nuestro organismo para someter cada vez más sutilmente la producción de nuestras energías, de nuestros deseos, de nuestra realidad, a los imperativos del orden establecido.

Una nueva línea de ruptura, una nueva línea de ataque más radical, más definitiva, es trazada, a partir de la cual se redistribuyen necesariamente las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intestinos, nuestras arterias… para hacer las piezas y las labores de la innoble mecánica de la producción del capital, de la explotación y de la familia.
Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras mucosas, de nuestra piel, de todas nuestras superficies sensibles, zonas ocupadas, controladas, reglamentadas, prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de transmisor del sistema de explotación capitalista, estatal, patriarcal, ni que nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios programada por el poder que nos cerca.
Ya no podemos sufrir no liberar, reprimir nuestros deseos, nuestra mierda, nuestra saliva, nuestras energías, conforme a las prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: Queremos destruir el cuerpo frígido, el cuerpo encarcelado, el cuerpo mortificado que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro cuerpo viviente.

Este deseo de liberación, fundamental para introducirnos a una práctica revolucionaria, llama a que salgamos de los límites impuestos a nuestra persona, que tumbemos en nosotros al sujeto, que salgamos de la sedentariedad, del estado legal para atravesar los espacios del cuerpo sin fronteras, y vivir en la movilidad deseante más allá de la sexualidad, más allá de la normalidad, de sus territorios y de sus repertorios.

Es en este sentido que algunos hemos experimentado la necesidad vital de liberarnos en común de la influencia que las fuerzas de aplastamiento y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros en particular.
Todo lo que hemos vivido sobre el modo de la vida personal, íntima, lo hemos tratado de abordar, de explorar, de vivir colectivamente. Queremos derrumbar el muro que, erigido por el interés de la organización social dominante, separa el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado de lo social.

Hemos comenzado a descubrir juntos, juntas, toda la mecánica de nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de nuestros orgasmos, de señalar al conocimiento común el universo de nuestras representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras fobias. Lo inconfesable ha devenido para nosotros materia de reflexión, de discusión pública, de explosiones políticas en el sentido en el que la política manifiesta en el campo social las aspiraciones irreductibles de lo viviente.
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder hace caer sobre todo lo que toca al funcionamiento real de las prácticas sensuales, sexuales, afectivas, como hace caer sobre el funcionamiento real de toda práctica social que produce o reproduce las formas de la opresión.

Destruir la sexualidad

Al explorar en común nuestras historias individuales, hemos podido medir hasta qué punto toda nuestra vida deseante está dominada por las leyes fundamentales de la sociedad estatal, capitalista, de tradición judeocristiana; y, en efecto, subordinada a sus reglas de eficacia, de plusvalía, de reproducción. Al confrontar nuestras experiencias singulares, sin importar qué tan libres podían habernos parecido, nos hemos dado cuenta de que no cesamos de conformarnos en los estereotipos de la sexualidad oficial, la cual reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su administración desde las camas matrimoniales a las casas de prostitución, pasando por los baños públicos, las pistas de baile, las fábricas, los confesionarios, las sex-shop, las prisiones, los liceos, los autobuses, etc…

Esta sexualidad oficial, esta sexualidad sin adjetivos, no hay duda para nosotros, no queremos acondicionarla como se acondicionan las situaciones de detención. Sino destruirla, suprimirla, porque no es más que una máquina de castración y re-castración indefinida, una máquina para reproducir en todo ser, en todo tiempo, en todo lugar, las bases del orden esclavista. La sexualidad es una monstruosidad, así sea en sus formas restrictivas, o en sus llamadas formas permisivas, y está claro que el proceso de liberalización de las costumbres y de erotización promocional de la realidad social organizada y controlada por los gerentes del capitalismo avanzado no tienen otro objetivo que hacer más eficaz la función reproductora de la libido oficial. Lejos de reducir la miseria sexual, estos tráficos no hacen otra cosa que alargar el campo de las frustraciones y de la carencia, que permite la transformación del deseo en necesidad compulsiva de consumir y asegurar la producción de la demanda, motor de la expresión capitalista. De la inmaculada concepción a la puta publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad voluntarista de las orgías burguesas, no hay ninguna ruptura. Es la misma censura la que está obrando. Es la misma masacre del cuerpo deseante la que se perpetúa. Simple cambio de estrategia. Lo que queremos, lo que deseamos, es reventar la pantalla de la sexualidad y sus representaciones para conocer la realidad de nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo viviente.

Eliminar el adiestramiento

Queremos liberar, descuadricular, desbloquear, descongestionar este cuerpo viviente para que libere sobre sí mismo todas las energías, todos los deseos, todas las intensidades aplastadas por el sistema social de inscripción y de adiestramiento.

Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de nuestras funciones vitales con su potencial integral de placer.
Queremos recuperar las facultades que son tan elementales como el placer de respirar, el cual ha sido literalmente estrangulado por las fuerzas de opresión y contaminación, queremos recuperar el placer de comer, de digerir, perturbado por el ritmo de rendimiento y la sucia comida producida y preparada según los criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar y el goce del culo sistemáticamente masacrado por el adiestramiento intrusivo de los esfínteres, por el cual la autoridad capitalista inscribe incluso en la carne sus principios fundamentales (relaciones de explotación, neurosis de acumulación, mística de la propiedad, de la limpieza, etc.); el placer de masturbarse felizmente sin vergüenza, sin angustia, ni por fracaso o compensación, sino simplemente el placer de masturbarse; el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de caminar, de moverse, de expresarse, de delirar, de cantar, de jugar con el cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos recuperar el placer de producir placer, de crear, despiadadamente anulado por los aparatos educativos encargados de fabricar trabajadores (consumidores obedientes).

Liberar las energías

Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro, para que pueda vivir por fin sin culpabilidad, sin inhibición, para que nuestra realidad cotidiana no sea esta lenta agonía que la civilización capitalista y burocrática impone como modelo de existencia a aquellos que enrola. Queremos extirpar de nuestro ser al tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las opresiones.
Sabemos evidentemente los formidables obstáculos que tendremos que superar para que nuestras aspiraciones no sean solamente el sueño de una pequeña minoría de marginados. Sabemos en particular que la liberación del cuerpo, de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas, están indisolublemente ligadas a la liberación de las mujeres y a la desaparición de cualquier especie de categorías sexuales. La revolución del deseo pasa por la destrucción del poder masculino, de todos los modelos de comportamiento y de emparejamiento que imponga así como pasa por la destrucción de todas las formas de opresión y de normalidad. Queremos terminar con los roles y las identidades impuestas por el Falo.

Queremos terminar con toda especie de asignación a una residencia sexual. Queremos que no haya más entre nosotros hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, poseedores y poseídos, mayores y menores, amos y esclavos, sino humanos transexuados, autónomos, móviles, múltiples; seres con diferencias variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus goces, sus éxtasis, sus ternuras, sin tener que hacer funcionar algún sistema de plusvalor, algún sistema de poder, si no es sobre el modo del juego.

Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como espacio productor de subversión y como lugar en el que se ejercen a fin de cuentas todas las crueldades de la opresión. Al conectar la práctica política a la realidad de este cuerpo y sus funcionamientos, al buscar colectivamente todas las vías de su liberación, ya hemos producido una nueva realidad social en la cual el máximo placer se combina con la máxima consciencia. Ésta es la única vía que puede darnos los medios para luchar directamente contra los efectos del Estado capitalista ahí donde se ejerce directamente. Éste es el único paso que nos puede hacer realmente fuertes contra un sistema de dominación que no cesa de desarrollar su poder, de debilitar, de fragilizar, a cada individuo para constreñirle a suscribir sus axiomas. Para reducirlo al orden de objeto sumiso y obediente.
(Texto originalmente publicado de manera anónima en la revista francesa Recherches n° 12, 1973, intitulada “Tres mil millones de pervertidos: Gran enciclopedia de las homosexualidades”, en la que entre otros participaron Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem y Jean-Paul Sartre. El gobierno francés decomisó y destruyó todos los ejemplares de la revista y denunció a Félix Guattari, director de la publicación, acusándolo de “afrenta a la decencia pública”.)

4 comentarios:

  1. Muy extenso y muy complejo para comentarlo de forma breve, porque muchos de estos mismos argumentos son utilizados por el sistema para crear grupos de disidentes artificiales y modelos preconcebidos de "normalidad"; Desde le ministerio de igualdad al lobby gay.

    Salud!

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    1. ¿Muy extenso? Un folio, si eso te parece muy extenso...

      Salud!

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  2. Para comentarlo de forma breve, terminé la frase. Tras lo que te he razonado el porqué.

    Salud!

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  3. Un texto muy visceral y poético. Parece que está escrito del tirón. Desgarrador. Con la represión generalizada ya no es solo la represión sexual o patriarcal. La represión lo abarca todo. La liberación no puede realizarse tema por tema. Ha de tener una solución social general o no tendrá.
    Salud y Anarquía!

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