31 mayo, 2015
29 mayo, 2015
LA PESTE CIUDADANA. LA CLASE MEDIA Y SUS PÁNICOS
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por guntherweil
Que la economía y la política vayan a la par es algo elemental. La consecuencia lógica de tal relación es que la política real ha de ser fundamentalmente conómica: a la economía de mercado corresponde una política de mercado. Las fuerzas que dirigen el mercado mundial, dirigen de facto la política de los Estados, la exterior, la interior y la local. La realidad es ésta: el crecimiento económico es la condición necesaria y suficiente de la estabilidad social y política del capitalismo. En su seno, el sistema de partidos evoluciona de acuerdo con el ritmo desarrollista. Cuando el crecimiento es grande, el sistema tiende al bipartidismo. Cuando se detiene o entra en recesión, como si obedeciera a un mecanismo homeostático, el panorama político se diversifica.
El capital, que es una relación social inicialmente basada en la explotación del trabajo, se ha apropiado de todas las actividades humanas, invadiendo todas las esferas: cultura, ciencia, arte, vida cotidiana, ocio, política… Que hasta el último rincón de la sociedad se haya mercantilizado significa que todos los aspectos de la vida funcionan según pautas mercantiles, o lo que es lo mismo, que cualquier actividad humana es gobernada por la lógica capitalista. En una sociedad-mercado de éstas características no existen clases en el sentido clásico del término (mundos aparte enfrentados), sino una masa plástica donde la clase del capital -la burguesía- se ha transformado en un estrato ejecutivo sin títulos de propiedad, mientras que su ideología se ha universalizado y sus valores han pasado a regular todas las conductas sin distinción. Esta forma particular de desclasamiento general no se traduce en una desigualdad social menguada; bien al contrario, es mucho más acentuada, pero incluso con el aguijoneo de la penuria ésta se percibe con menor intensidad y, por consiguiente, no induce al conflicto. El modo de vida burgués ha inundado la sociedad, anulando la voluntad de cambio radical. Los asalariados no quieren otro estilo de vida ni otra sociedad esencialmente diferente; a lo sumo, una mejor posición dentro de ella mediante un mayor poder adquisitivo. El antagonismo violento se traslada a los márgenes: la contradicción mayor radica más que en la explotación, en la exclusión. Los protagonistas principales del drama histórico y social ya no son los explotados en el mercado, sino los expulsados y quienes se resisten a entrar: los que se sitúan fuera del “sistema” como enemigos.
La sociedad de masas es una sociedad uniformizada, pero tremendamente jerarquizada. En la cúspide dirigente no la conforma una clase de propietarios o de rentistas, sino una verdadera clase de gestores. El poder deriva pues de la función, no del haber. La decisión se concentra en la parte alta de la jerarquía social; la desposesión, principalmente en forma de empleo basura, precariedad laboral y exclusión, se ceba en la parte más baja. Las capas intermedias, encerradas en su vida privada, ni sienten ni padecen; simplemente consienten. Sin embargo, cuando la crisis económica las alcanza, las tira hacia abajo. Entonces, dichos estratos, denominados por los sociólogos clases medias, salen de ese inmovilismo que era basamento del sistema de partidos, contaminan los movimientos sociales y toman iniciativas políticas que se concretan en nuevas formaciones. Su finalidad no es evidentemente la emancipación del proletariado, o una sociedad libre de productores libres, o el socialismo. El objetivo es mucho más prosaico, puesto que no apunta más que al rescate de la clase media, o sea, a su desproletarización por la vía político-administrativa.
La expansión del capitalismo, geográfica y socialmente, comportó la expansión de sectores asalariados ligados a la racionalización del proceso productivo, a la terciarización de la economía, a la profesionalización de la vida pública y a la burocratización estatal: funcionarios, asesores, expertos, técnicos, empleados, periodistas, profesiones liberales, etc. Su estatus se desprendía de su preparación académica, no de la propiedad de sus medios de trabajo. La socialdemocracia alemana clásica vio en esas nuevas “clases medias” un factor de estabilidad que hacía posible una política reformista, moderada y gradual, y desde luego, un siglo más tarde, su ampliación permitió que el proceso globalizador llegara al límite sin demasiadas dificultades. El crecimiento exponencial del número de estudiantes fue el signo más elocuente de su prosperidad; en cambio, el desempleo de los diplomados ha sido el indicador más claro de la desvalorización de los estudios y, por lo tanto, el termómetro de su abrupta proletarización. Su respuesta a la misma, por supuesto, no adopta rasgos anticapitalistas, ajenos completamente a su naturaleza, sino que se materializa en una modificación moderada de la escena política que reaviva el reformismo de antaño, centrista o socialdemócrata, pomposamente denominada “asalto a las instituciones”.
La clase media se halla en el centro de la falsa conciencia moderna por lo que no se contempla a sí misma como tal; para ella su condición es general. Todo lo ve bajo su óptica particular exacerbada por la crisis, sus intereses son los de toda la sociedad. Sociológicamente, todo el mundo es clase media; sus ideólogos se expresan en el lenguaje de cartón piedra de Negri, Gramsci, Foucault, Deleuze, Derrida, Baudrillard, Bourdieu, Zizek, Mouffe, etc. Para ellos el “gran acontecimiento”, la quiebra del régimen capitalista, es algo que nunca sucederá. La revolución es un mito al que conviene renunciar en aras de una contestación realista a la crisis que fomente la participación ciudadana a través de las redes sociales, o sea, la cacareada “dialéctica de contrapoder”, no que impulse el cambio revolucionario. Políticamente, todo el mundo es ciudadano, o sea, miembro de una comunidad electrovirtual de votantes, y en consecuencia, ha de apasionarse con las elecciones y las nuevas tecnologías. Cretinismo ideológico posmoderno por un lado, cretinismo parlamentario tecnológicamente asistido por el otro, pero cretinismo que cree en el poder. Su concepción del mundo le impide contemplar los conflictos sociales como lucha de clases; para ella aquellos son simplemente un problema redistributivo, un asunto de ajuste presupuestario cuya solución queda en manos del Estado, y que por consiguiente, depende de la hegemonía política de las formaciones que mejor la representan. La clase media posmoderna reconstruye su identidad política en oposición, no al capitalismo, sino a “la casta”, es decir, a la oligarquía política corrupta que ha patrimonializado el Estado. Los otros protagonistas de la corrupción, banqueros, constructores y sindicalistas, permanecen en segundo plano. La clase media es una clase temerosa, espoleada por el miedo, por lo que busca hacer amigos más que enemigos, pero ante todo busca no desequilibrar los mercados; la ambición y la vanidad aparecerán con la seguridad y la calma que proporciona el pacto político y el crecimiento. Al constituirse como sujeto político, su ardor de clase se consume todo ante la perspectiva del parlamentarismo; la contienda electoral es la única batalla que piensa librar, y ésta discurre en los medios y las urnas. En sus esquemas no cabe la confrontación directa con la fuente de sus temores y sus ansias -el poder de “la casta”- ya que sólo pretende recuperar su estatus de antes de 2008, reforma que pasa por la despatrimonialización de las instituciones, no por su liquidación.
El concepto de “ciudadanía” ofrece un sucedáneo identitario allí donde la comunidad obrera ha sido destruida por el capital. La ciudadanía es la cualidad del ciudadano, un ente con derecho a papeleta cuyos adversarios parece que no sean ni el capital ni el Estado, sino los viejos partidos mayoritarios y la corrupción, los grandes obstáculos del rescate administrativo de la clase media desahuciada. La ideología ciudadanista, a la vanguardia del retroceso social, no es una variante pasada por agua del obrerismo estalinoide; es más bien la versión posmoderna del radicalismo burgués. No se reconoce ni siquiera de boquilla en el anticapitalismo, al que considera caducado, sino en el liberalismo social de corte más o menos populista. Esto es así porque ha tomado como punto de partida la existencia degradada de las clases medias y sus aspiraciones reales, por más que se apoye en las masas en riesgo de exclusión, demasiado desorientadas para actuar con autonomía, y asimismo en los movimientos sociales, demasiado débiles para creer y mucho menos desear una reorganización de la sociedad civil al margen de la economía y del Estado. En ese punto, el ciudadanismo es hijo putativo del neoestalinismo fracasado y de la socialdemocracia obstruida. El programa ciudadanista es un programa de advenedizos, extremadamente maleable y tan políticamente correcto que da arcadas, ideal para arribistas frustrados y aventureros políticos en paro. Los principios no importan; su estrategia es conscientemente oportunista, con objetivos únicamente a corto plazo, perfectamente compatibles con pactos que el día antes de las elecciones hubieran sido considerados contra natura.
En ningún programa ciudadanista figurarán la socialización de los medios de vida, la autogestión generalizada, la supresión de la especialización política, la administración concejil, la propiedad comunal o la distribución equilibrada de la población en el territorio. Los partidos y alianzas ciudadanistas se proponen simplemente un reparto de ingresos que amplíe la base mesocrática, es decir, pugnan por unos presupuestos institucionales que detengan las privatizaciones, eliminen los recortes y reduzcan la precariedad laboral, sea por la creación de pequeñas empresas, o por la cooptación de una mayoría subempleada de titulados en las tareas administrativas, intenciones que no son nada rupturistas. No llegan a la arena política como subversivos sino como animadores; lo de cambiar la constitución de 1978 no va en serio. Todavía no han puesto el pie en el ruedo y ya exhiben realismo y moderación a raudales, enarbolando la bandera monárquica y tendiendo puentes a la denostada “casta”. Son conscientes de que una vez consolidados como organizaciones y en posesión de un capital mediático suficiente, el paso siguiente será una gestión de lo existente más clara y eficaz que la anterior. Ninguna medida desestabilizadora les conviene, pues los líderes ciudadanistas han de demostrar que la economía se desenvolverá menos críticamente si son ellos quienes están al timón de la nave estatal. Forzosamente han de presentarse como la esperanza de la salvación por la economía, por eso su proyecto identifica progreso con productividad y puestos de trabajo, o sea, es desarrollista. Persigue entonces un crecimiento industrial y tecnológico que cree empleos, redistribuya rentas y aumente las exportaciones, bien recurriendo a reformas del sistema impositivo, bien a la explotación intensiva de los recursos territoriales, incluido el turismo. Lo de menos es que los empleos sean socialmente inútiles y respondan a necesidades auténticas. El realismo económico manda y completa al realismo político: nada fuera de la política y nada fuera del mercado, todo para el mercado.
El relativo auge del ciudadanismo, con sus modalidades nacionalistas, viene a demostrar el deficiente calado de la crisis económica, que lejos de sacar a la luz las divisiones sociales y sacar a la luz las causas de la opresión, dando lugar a una protesta consciente y organizada que se plantee la destrucción del régimen capitalista, ha permitido a otros disimularlas y oscurecerlas, gracias a una falsa oposición que lejos de cuestionar el sistema de la dominación lo apuntala y refuerza. Una crisis que se ha quedado a mitad de camino, sin desencadenar fuerzas radicales. No obstante, las crisis van a continuar y a la larga sus consecuencias no podrán camuflarse como cuestión política y terminarán emergiendo como cuestión social. Todo dependerá del retorno de la lucha social verdadera, ajena a los medios y a la política, recorrida por iniciativas nacidas en los sectores más desarraigados de las masas, aquellos que tienen poco que perder si se deciden a cortar los lazos que les atan al destino de la clase media y bajan de su carro. Pero dichos sectores potencialmente antisistema hoy parecen agotados, sin fuerzas para organizarse autónomamente, incapaces de erigirse en sujeto independiente, y por eso el ciudadanismo campa a sus anchas, llamando suavemente a la puerta de los parlamentos y consistorios municipales para que le dejen entrar. Esa es la tragicomedia de nuestro tiempo.
Argelaga, 30 de abril de 2015.
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27 mayo, 2015
26 mayo, 2015
Todos aquellos que pueden adaptarse...
"Todos aquellos que pueden adaptarse a una sociedad que se adapta tan bien a la inhumanidad, todos aquellos a los que sienta bien propinar la limosna de su indiferencia tanto a su propio sufrimiento como al de sus semejantes, todos aquellos que hablan del desastre como si se tratara de un nuevo mercado con prometedoras salidas, no son nuestros hermanos". tiqqunim
25 mayo, 2015
Lo que rechazamos
"Lo que rechazamos no carece de valor ni de importancia. Es precisamente por esto por lo que el rechazo es necesario. Hay una razón que ya no aceptaremos, hay una apariencia de cordura que nos produce horror, hay una oferta de acuerdo y de conciliación que ya no escucharemos. Una ruptura se ha producido. Se nos ha conducido hasta esa franqueza que ya no tolera la complicidad". Maurice Blanchot
Ver texto completo en:
foto: Misha Gordin
"Toda tristeza es el efecto de un poder sobre mí" Gilles Deleuze
Esto quiere decir (simplifico mucho) que la alegría es todo lo que consiste en colmar una potencia. Uno experimenta alegría cuando colma, cuando efectúa una de sus potencias. Volvamos a nuestros ejemplos: yo conquisto, por poco que sea, un pedazo de color, entro un poco en el color. ¿Te das cuenta de la alegría que eso puede suponer? Es eso: he colmado una potencia. Pero entonces lo que resulta equívoco es la palabra “potencia”. Por el contrario, ¿qué es la tristeza? Se da cuando estoy separado de una potencia de la que, con razón o sin ella, me creía capaz. “Ah, podría haber hecho eso pero las circunstancias me lo impidieron”. Así, pues, eso es la tristeza. Habría que decir que toda tristeza es el efecto de un poder sobre mí. Efectuar algo de la propia potencia es siempre bueno. Eso es lo que dice Spinoza.
No hay potencia mala. Lo que es malo es el grado más bajo de la potencia, o sea, el poder. ¿Qué es la maldad? Es impedir que alguien haga lo que puede, que efectúe su potencia. De tal suerte que no hay potencia mala sino que hay poderes malos. Y tal vez todo poder sea malo por naturaleza porque el poder separa siempre a la gente que está sometida de aquello que pueden. De tal manera que Spinoza parte de ahí. En efecto la tristeza está ligada a los sacerdotes, a los tiranos, a los jueces. Se trata de gente que siempre separa a sus súbditos de aquello que estos pueden.
24 mayo, 2015
21 mayo, 2015
"Ningún ejercicio de poder conseguirá engendrar un espacio de libertad."
Tomás Ibáñez (Zaragoza, 1944) vive con los ideales libertarios como guía. Hijo del exilio en Francia, comenzó su andadura política en los grupos juveniles anarquistas franceses y de jóvenes exiliados españoles.
Desde principios de los sesenta hasta inicios de los ochenta, volcó sus energías en la construcción de organizaciones libertarias, la lucha antifranquista y la reconstrucción de la CNT en 1976.
Autor de numerosos ensayos sobre disidencia, anarquismo y lucha contra la dominación, recientemente ha publicado Anarquismo es movimiento (Virus, 2014), en el que repasa la vigencia de los ideales y postulados anarquistas en la actualidad. Ibáñez analiza el resurgimiento del anarquismo en el siglo XXI, y cómo este ha impregnado las luchas de los movimientos sociales, desde el 15M a la expansión de los centros sociales autogestionados, las cooperativas de consumo y las redes de economía alternativa. Alerta de los peligros que deben afrontar estos movimientos en el paso a la lucha por la vía electoral que algunos de estos ya preparan.
“Los cantos de sirena que anunciaban amaneceres radiantes se han extinguido”, afirma en el libro. ¿Ya no es posible esperar la liberación, la ‘anarquía’ como estado de las cosas, que postulaba el anarquismo?
Esos cantos de sirena situaban en un futuro más o menos lejano la recompensa que recibirían las luchas emancipadoras, y esa recompensa era tan fabulosa que servía para evaluar las luchas en función de cuanto nos acercaban a la ansiada meta. Lo que ya no es posible es mantener ese tipo de discurso de claro raigambre religioso, hoy hemos aprendido que el valor de las luchas no depende de las promesas que encierran sino que radica en su propio acontecer, en sus características substantivas, y en lo que permiten crear en el presente. La extinción de esos cantos oblitera la fascinación por la tierra prometida y la supeditación del trayecto a su desenlace, pero nada nos dice acerca de la posibilidad o no de alcanzar algún día una sociedad de tipo anarquista. Con independencia de que esto ocurra o no, la anarquía no radica en el futuro sino en el presente, en cada lucha, en cada logro, que reflejen sus preceptos. Con la extinción de los cantos de sirena también se derrumba la creencia en el brusco advenimiento de una sociedad que camine hacia la anarquía sobre las ruinas aun humeantes del actual sistema, el gran y fulgurante estallido revolucionario que aportaría la definitiva liberación es tan solo un mito, como también es un mito una sociedad libre de conflictos, de tensiones y de luchas. No hay ningún amanecer radiante al final del camino, simplemente porque el camino no tiene final, cada amanecer deberá ser luchado día a día, una y otra vez. Ahora bien, esto no significa que no sea preciso cultivar la utopía, pero sabiendo que sólo representa una guía para actuar en el presente y no la prefiguración de la meta que se alcanzará algún día.
Sostiene que “el anarquismo resurge en el siglo XXI, se reinventa”. ¿Qué características deja atrás y cuáles aparecen?
En la medida en que el anarquismo se fragua en el seno de las luchas contra la dominación es lógico que cambie cuando estas se modifican para seguir haciendo frente a la emergencia de los nuevos dispositivos de poder. Es decir, aquello a lo que se enfrenta el anarquismo cambia y eso le hace cambiar. Lo que el anarquismo contemporáneo deja atrás es, entre otras cosas, un conjunto de ideas influenciadas por la Modernidad, tales como la fe inquebrantable en el progreso, el encumbramiento acrítico de la Razón, una concepción demasiado simplificadora del poder, unas prácticas acordes con lo que fue la centralidad del trabajo, y también deja atrás un imaginario revolucionario construido en torno a la gran insurrección del proletariado. Se configura un anarquismo más táctico que estratégico, más presentista que utópico, donde lo que importa es la subversión puntual, local, limitada, pero radical, de los dispositivos de dominación, y la creación aquí y ahora de prácticas y de espacios que anclan la revolución en el presente, transformando radicalmente las subjetividades de quienes las desarrollan. Lo que también caracteriza al anarquismo contemporáneo es un menor encapsulamiento en sí mismo, una mayor apertura a construir conjuntamente con otras tradiciones no específicamente anarquistas una serie de proyectos y de luchas comunes.
Señala que el anarquismo “es una cosa del hoy, aquí y ahora”. ¿En qué se concreta actualmente en nuestros barrios?
El anarquismo se ha involucrado en el intento de construir una realidad vecinal hecha de realizaciones concretas, como son las cooperativas de consumo, de producción, de educación, los CSOA, las librerías, las redes de economía alternativa. No hay que olvidar que la progresiva destrucción de la vida vecinal ha sido uno de los factores que han restado fuerza al anarquismo en la medida en que es precisamente en los barrios donde se pueden tejer relaciones transversales que cuestionan distintos dispositivos de dominación, y no sólo los que se sitúan en el ámbito laboral.
También hace referencia a los “guardianes del templo”, que pretenden un “anarquismo embalsamado”, como una amenaza para la pervivencia del anarquismo. ¿Quiénes son los ‘guardianes del templo’? ¿Qué anarquismo pretenden preservar contra la fuerza de los cambios?
Digo en el libro que estuve guerreando durante un tiempo contra los “guardianes del templo” y, en efecto, durante los años de mi militancia anarquista más intensa, es decir desde principios de los años sesenta hasta los ochenta, estos constituían un serio problema en el seno de los movimientos libertarios de Francia, de Italia, o de España, por citar tan solo los que mejor conozco. Su voluntad de preservar la pureza del anarquismo heredado, de evitar cualquier contaminación por ideas o por prácticas surgidas fuera de sus fronteras, su fe, casi religiosa, en la incuestionable superioridad del anarquismo, y su dedicación a la tarea de velar por la inmutabilidad de su esencia, les encerraban en un dogmatismo y en un sectarismo impropios de cualquier sensibilidad mínimamente anarquista. Las expulsiones, las descalificaciones, las escisiones, no eran, por aquel entonces, nada infrecuentes. Hoy la propia fuerza de los cambios ha vaciado de energía las proclividades sectarias y los “guardianes del templo” ya no representan ningún problema, aunque no está de más permanecer atentas a eventuales rebrotes de actitudes fundamentalistas.
¿Qué puede aportar el anarquismo a los movimientos sociales en la actualidad?
Mucho. El anarquismo puede hacerles beneficiar de la larga experiencia que ha acumulado con relación a unos modos de funcionamiento que estos movimientos están reinventando actualmente, pero que él viene practicando desde hace mucho tiempo: modos de debatir, de decidir, de actuar basados en la democracia directa, en la horizontalidad, en el respeto de las minorías, en la no delegación permanente, en la acción directa, etc. También puede fortalecerles en el recelo que ya manifiestan hacia el ejercicio del poder, o en su desconfianza hacia la figura política de la “representación”. Vale la pena recordar en este punto la manera en la que Michel Foucault denunciaba “la indignidad de hablar en el nombre de los demás”. En la medida en que la memoria histórica de innumerables luchas surgidas “desde abajo” ha sedimentado en el seno del anarquismo, y en la medida en que las experiencias y los saberes históricos ayudan a entender mejor el presente, es obvio que el anarquismo puede ser de gran utilidad para los movimientos emergentes. Por fin, el anarquismo también puede revelarse útil poniendo de manifiesto, de forma crítica, los errores que se han cometido bajo los pliegues de su propia bandera.
¿Y qué prácticas actuales de los movimientos sociales pueden inscribirse en los preceptos del anarquismo?
La horizontalidad, el modo de conducir los debates, de elaborar las propuestas y de tomar las decisiones, el acento puesto sobre el carácter “prefigurativo” que debe impregnar los contenidos y las formas de las luchas, es decir, la insistencia sobre la necesidad de que las prácticas que se desarrollan no contradigan los fines que se persiguen. También cabe mencionar la práctica de la acción directa y el escepticismo frente a las mediaciones, la crítica de la delegación y de la representación, o el rechazo del centralismo y del vanguardismo, sin olvidar la aversión hacia cualquier forma de dominación, etc.
¿Hubo anarquismo en la eclosión del 15M?
Lo hubo, por supuesto. Suscribo plenamente las palabras de Rafael Cid cuando se refiere a él como a una “inesperada primavera libertaria”. A partir del momento en que el único sujeto político legítimo fue la propia gente que estaba presente en las plazas y que estaba implicada en la lucha, al margen de cualquier instancia exterior a ella misma, ya estábamos de lleno en el corazón de los preceptos anarquistas. Si añadimos que el recelo hacia la representación se manifestaba con una fuerza impresionante, aun resaltan más nitidamente los rasgos libertarios que lo caracterizaban. Desde mi propia concepción del anarquismo, el hecho mismo de que no se aceptasen manifestaciones identitarias, aunque fuesen anarquistas, refuerza el carácter anarquista del 15M. Saber si hay anarquismo, hoy, en el 15M es algo que se me escapa por no haber seguido con la suficiente atención su evolución más reciente, pero intuyo que su carácter heterogéneo y polimorfo habrá sabido preservar enclaves de anarquismo.
¿Lo sucedido en Can Vies (en el barrio de Sants de Barcelona), en la que sus ocupantes, con los vecinos, han seguido trabajando al margen de lo que pudiera pretender el ayuntamiento (por ejemplo reconstruyendo el centro) refleja la pervivencia de las ideas anarquistas?
Más que la pervivencia de las ideas anarquistas, lo que refleja lo sucedido en Sants es el entronque, o la sintonía, entre algunas de las características del anarquismo por una parte, y el tipo de prácticas que se desarrollaron, y que se siguen desarrollando, en el conflicto de Can Vies, por otra. Sintonía también con la sensibilidad que manifiestan amplios sectores de los colectivos que protagonizan la actual insumisión de carácter social y político. Las asambleas abiertas, la negativa a negociar lo que se considera innegociable, el rechazo de cualquier pacto que implique participar en el sistema y someterse a su lógica, la fusión de lo existencial y de lo político, es decir la no separación entre la forma de vivir y de ser, por una parte, y las prácticas políticas por otra, la acción directa manifestada incluso en la decisión de no dejar en manos ajenas la reconstrucción del edificio, todo esto establece fuertes resonancias entre el anarquismo y lo sucedido en Can Vies. La pervivencia, o incluso, la actual pujanza del anarquismo barcelonés en el seno de algunos colectivos jóvenes se manifestó en los enfrentamientos nutridos, en parte, por las columnas que confluyeron hacia Sants desde diversos barrios.
En un pasaje del libro afirma que “luchar contra el Estado consiste también en cambiar las cosas ‘abajo’, en las prácticas locales”. En los últimos años han surgido diversas experiencias autogestionadas y movimientos sociales que, como la PAH, han ejercido de contrapoder al Estado. Si estas optan por la vía electoral, ¿corren peligro de perder su fuerza emancipadora?
Desde mi punto de vista ese peligro es evidente. La integración en el sistema, asumiendo algunas de sus prácticas y adquiriendo parcelas de poder, con el loable propósito de combatirlo y de transformarlo desde dentro, desactiva más pronto que tarde la fuerza de cualquier política emancipadora. No es que, como reza el consabido tópico, “el poder corrompe…”, sino que “para llegar al poder ya hay que estar corrompido”, es imposible de otra forma porque no hay camino hacia el poder que no implique prácticas más o menos torticeras, así como múltiples dejaciones y compromisos de mayor o menor calado. Por eso soy tan ferviente defensor del ejercicio del “contrapoder” como virulento crítico del “poder popular”. El hecho de reivindicar y de trabajar para consolidar este último conduce casi siempre a dar finalmente el salto hacia la vía electoral, y, claro, cabe preguntarse ¿qué pasa entonces con el clamor de que “no nos representan”, o con el legítimo grito de “que se vayan todos”?
En línea con lo anterior, si movimientos sociales y grupos con prácticas horizontales, asamblearias y autogestionarias, llegan al ‘poder’, toman las instituciones, ¿pueden llegar a perder estas características?
No es que puedan llegar a perderlas, es que las perderán sí o sí, inevitablemente. Nunca se “toma” el poder sino que es el poder quien “nos toma”, porque como bien decía Agustín García Calvo, “el enemigo está inscrito en la forma misma de sus armas”, usarlas es reconocer su victoria y adoptar su rostro. No es preciso haber estudiado mucha psicología ni mucha sociología para saber que la inmersión en un determinado contexto y el hecho de asumir sus prácticas incide sobre la forma de ser y de pensar de cualquiera que se preste a ello. Para poder auto justificar la propia conducta es preciso poner en consonancia las ideas asumidas hasta entonces como propias con las practicas efectivamente realizadas, ignorando la indesligable simbiosis entre ideas y prácticas propugnada por el anarquismo, y olvidando aquella famosa pintada en los muros del Paris de 1968 que decía: “Actúa como piensas o acabaras pensando como actúas” . Un movimiento como el que mencionas en tu pregunta no intentaría nunca dar el salto hacia la conquista del poder si estuviese animado por la profunda convicción de que nunca ningún ejercicio de poder conseguirá engendrar un espacio de libertad.
19 mayo, 2015
El pluralismo cultural es una mentira
Entrevistado por Cuaderno de Materiales
Bien, voy a recoger lo que en cada una de las preguntas
parece traducible al lenguaje corriente y moliente, que es para mí el lenguaje
de verdad, por oposición a las jergas políticas, filosóficas y demás, que no
están hechas más que para el engaño todas ellas. De manera que, como me he
enterado un poco de las cuestiones que tocáis, voy a intentar ir traduciendo al
lenguaje vulgar, al lenguaje corriente y moliente, y no respondiendo tal vez a
todo, pero sí a la mayor parte de esas cuestiones.
En lo referente al enunciado mismo de «pluralismo
cultural», o simplemente del término «culturas» empleado en plural: esto es ya
un engaño de raíz. El pluralismo cultural es una mentira, es una realidad; pero
estas dos formulaciones que empleo no os deben chocar, porque la realidad es
esencialmente mentira, esencialmente falsa. De manera que puedo decir muy bien
que la verdad es que no hay más que una cultura, que por tanto, el pluralismo cultural
es una mentira. Es una mentira real porque, efectivamente, si alguien me habla
de la cultura bantú o de la cultura papú, yo sé que eso tiene su sitio en esta
realidad. Es decir, sea en los museos, sea en los libros acerca de culturas
africanas o polinesias, en el recuerdo de los exploradores del siglo pasado, en
viajes incluso organizados para el conocimiento de esas culturas como parte del
Ministerio de Turismo... de manera que están en la realidad. Pero claro, ya se
ve que esto es mentira. Puede haber unas cuantas culturas, pero de verdad no
hay más que una: no hay más que una que es ésta. Hay muchas maneras de
comprobar la exactitud de esto, por ejemplo: la realidad está fundada
esencialmente en el tiempo, en el manejo de un tiempo computado. Bueno, pues ya
sabéis que la manera de contar este tiempo se ajusta en todo el globo al
cómputo de los años y siglos a partir del nacimiento de Cristo, y esto desde
Tokio pasando por los papúes y los bantúes hasta llegar acá de vuelta. El final
del año y el comienzo de otro se celebra en todos los sitios del globo de la
misma manera, es decir, según lo que está mandado desde aquí. La institución de
la semana (esta institución fundada lejanamente en la creación del mundo por
Jehová en el seno de este mundo) es igualmente común, incontestable en
cualquier parte donde se presente. De manera que si hicieran falta pruebas más
tremendas y catastróficas, apenas se podrían encontrar.
Efectivamente había restos, de los que tenemos noticia, de
otras maneras de contar el tiempo, otros calendarios, otras maneras de empezar
y terminar los años, otras maneras de contar los siglos, muchas de las cuales
siguen subsistiendo por ahí vergonzantemente. Vergonzantemente, es decir,
disimulando la sumisión a la verdad de esta invasión del tiempo de la cultura
única por todas partes. Esto es, por tanto, lo primero que hay que ver con claridad,
yo creo, para evitarse muchos discursos respecto a las diversas culturas y a la
relación con la que unas veces se llama occidental, otras europea... da lo
mismo: la única. Esta es la situación en la que estamos. Todas las otras
culturas forman parte de ésta, y forman parte de ésta a través de la
descripción científica, a través de la organización de museos, a través de la
recogida del folklore; y forman parte de ésta precisamente para disimular esta
invasión global y esta unicidad. Porque la realidad es así: nunca puede
presentar descaradamente su cara verdadera (en este caso la de la invasión
global), tiene que presentar la disimulada con cosas más o menos multicolores y
diversas. Pero, por supuesto, a mí si me hablan de cultura popular me lanzo
enseguida a ver en cual de los Ministerios del Estado del Bienestar se
encuentra catalogada y situada la cultura popular. Si me hablan de cultura
bantú o cultura papú, hago lo mismo: busco a ver en que página del anuario y
del índice de los tratados científicos se encuentran la cultura papú o la
cultura bantú.
A algunas de estas cosas hacéis alusión en vuestras
preguntas de una manera, por desgracia, más culta, y por tanto más confusa,
hablando de la competencia entre lo cultural y lo gnoseológico, y sugiriendo
que sí puede haber una visión del mundo que es prepotente sobre las demás. Todo
esto lo habéis sentido y expresado hasta cierto punto, pero es confuso y flojo.
No es que sea prepotente y que no respete a las otras culturas: por el
contrario, las respeta mucho. A través de eso, de la recogida del folklore y
del cuidado por la apariencia de la diversidad cultural... Simplemente es
mentira, es que cultura no hay más que una. Seguramente tenéis la tentación de
emplear la palabra cultura de una manera muy benévola a través de vuestra
argumentación. Hay que recordar una táctica que a otros propósitos he recordado
muchas veces: cuando el poder se hace cargo de una palabra (que es lo mismo que
una noción), lo mejor que puede hacer la gente de abajo es abandonársela al
poder, no empeñarse en conservarle un buen sentido. Si el poder se ha apoderado
de la palabra cultura, lo cual es evidente (en todo el Estado del Bienestar hay
más o menos Ministerios de Cultura y demás), entonces, hay que dejársela a
ellos. Y a las otras cosas que puedan quedar por debajo vivas todavía, a pesar
de la cultura, pues no llamarlas cultura: llamarlas cualquier cosa, no llamarlas
nada, que se hagan... pero cultura es la que ellos dicen, la que se dice en los
libros editados para el perpetuo engaño y en los Ministerios de Cultura y
demás.
Y es respecto a ella, respecto a la que digo que no hay más
que una. Y que todo lo demás son intentos (a parte del disimulo que ya he
explicado un poco) para conseguir que todo lo que pudiera quedar de vivo en
danzas, en canciones, en pensamientos, en visiones del mundo diferentes de la
cultura dominante, quede reducido al modelo y a los esquemas de la cultura.
Bueno, si os parece pasaré un poco a recordaros de donde
viene esta unicidad, esta especie de monoteísmo cultural. Para ello tengo que
recurrir a mis, no recuerdos, porque mi vida es muy breve, sino a mis recuerdos
de la historia que me han contado desde pequeño, intentando, en esto como en lo
demás, aprovecharlos y por otra parte darles la vuelta. Esta unicidad y esta
tendencia a la uniformación cultural es algo que viene desde la primera
formación de la que tenemos noticia cierta, que es la de los antiguos griegos.
Surgió esa cultura, que es simplemente la nuestra desarrollada, en medio de
otras muchas cosas (lo que acabó relegándose como Oriente), en la medida en que
los helenos dieron en creerse que su lengua era la lengua, y que por tanto su
cultura era la cultura, y se olvidaban de todo lo que habían recogido
alrededor. Este dominio, en tiempos de Sócrates o de Pericles, era todavía muy
imperfecto, pero ya vinieron enseguida los príncipes macedonios, que eran un
poco forasteros y estaban perfectamente helenizados, y se encargaron de
conquistar el mundo (conquistarlo no sólo con las armas, sino con la cultura,
que era ya la única). Así se creó todo el mundo helenístico, como suele
llamársele. Y eso era el mundo: lo ecúmene, lo habitado, lo cultural. Todo el
resto eran bárbaros, gente que no hablaba la lengua que hay que hablar y que no
podían esperar otro destino más que el que se les conquistara y, por tanto,
entrar a formar parte del mismo esquema cultural. La vocación estaba ya muy clara,
sobre todo desde los tiempos de Alejandro Magno.
Después, como sabéis, vino el Imperio Romano, y una cierta
competencia por quién se iba a hacer cargo de la unificación, sobre todo con el
intento de los orientales pasados a Occidente (es decir, Cartago), prestos a
encargarse del mismo oficio. Pero Roma triunfó. Tenía que ser una la que
triunfara y se fundó el Imperio Romano, para muchos siglos de paz, de muerte
(que es a lo que suele llamarse paz). Bueno, pues el Imperio Romano fue el modelo
de la cultura única, y se reprodujo el mismo esquema con apenas variantes. Así,
a esta cultura única que hoy tenemos se la puede llamar griega, greco-romana,
se la puede llamar europea o se la puede llamar occidental: cualquiera de los
nombres es bastante inútil. Esta cultura, cuyo modelo en el Imperio Romano os
he recordado, vino desde los Renacimientos en adelante a configurarse más o
menos como Europa. Una Europa relativamente policroma y diversificada todavía,
pero unificada, sobre todo, por el empleo de una lengua de cultura escrita
única, que era el latín hasta bien avanzados los Renacimientos (el latín
medieval, del cual todas las lenguas vulgares tendrían que sufrir la
influencia). Y así se constituyó Europa, que únicamente progresó en el sentido
que decía cuando se convirtió en una Europa de los Estados (España, Francia,
Gran Bretaña...), que era el modelo político que el mundo necesitaba. El paso
siguiente lo recordáis bien: es la Europa colonial, es Europa rodeada de todas
las colonias de estos Estados fundados en su seno.
Este es el esquema que, más o menos, duraba hasta hace un
par de siglos, donde ya el intento de unificación y de sumisión de todo a lo
mismo estaba lo bastante claro. En el Estado del Bienestar la cosa ha
progresado, en el sentido de que ha dado la vuelta al globo; y por eso aquello
que todavía el siglo pasado a lo mejor tenía algún sentido llamar occidental, hoy
ya no lo tiene. Porque, ¿qué vamos a hacer? A no ser que colocáramos los
centros culturales de Kioto o Tokio muy muy al Occidente para mantener el
nombre, de tal forma que entonces nos empeñáramos en mantener eso... Luego
tendríamos que incluir a los chinos, que los pobres están entrando bajo el aro
de una manera no sólo declarada, sino además cada vez más rápida, como está
mandado. De manera que después de recordaros que la vocación de esto arranca
desde que nuestros recuerdos históricos se hacen relativamente firmes, tenéis
cómo se ha llegado a esta invasión: el procedimiento es la asimilación de todo,
cualquier cosa diversa tiene que hacerse la misma, manteniendo, como os decía
antes, algo de la apariencia y diversidad, precisamente para que la unidad
quede más definida.
En una de vuestras preguntas ampliáis la cuestión del
ámbito, que podría llamarse propiamente cultural, donde se supone que se
encerrarían desde las filosofías del mundo, de la gnosis, de la visión del
mundo, a las músicas, las artes plásticas, y todo el resto de lo que suele
regir un Ministerio de la Cultura, para extenderlo también a lo económico. Está
muy bien que hayáis hecho ese salto, pero conviene verlo también con claridad:
en el Estado del Bienestar, éste que estoy describiendo como una única cultura,
la diferencia entre la economía y la cultura es de por sí también engañosa.
Todo el mundo sabe que en este Estado del Bienestar (al cual más de una vez he
descrito como prostituto, como un Estado de la prostitución) no hay mucho lugar
a la diferencia. Todo el mundo sabe que la cultura es dinero, de una manera o
de otra. Todo el mundo sabe el juego que la economía cumple en los cuadros.
Todo el mundo conoce a los potentados norteamericanos, o más bien ahora japoneses,
comprando cuadros de impresionistas del siglo pasado para encerrarlos como inversión
en sus cajas fuertes, por poner un ejemplo entre otros muchos: es dinero, la
firma es dinero en la medida que el comercio la promociona; y todo el resto de
la cultura es dinero igualmente, mueve capital que es de lo que se trata, de
manera que la economía escultura. En realidad he mostrado que la cultura es
economía pero, por supuesto, esta relación dialéctica tiene que cumplir en los
dos sentidos: la economía es cultura. ¿De qué cosa se habla más y se discurre
más que de los movimientos de capital?, ¿qué cosa entretiene más que las
páginas de los escándalos financieros en los Estados del Bienestar? Eso es
cultura. Es cultura porque he llamado cultura a lo que se debe, a lo que ellos
mandan, de manera que cultura es la televisión, cultura es la prensa sumisa,
cultura es la edición de la mayoría de los escritos (lo mismo de orden
artístico que de orden filosófico o científico), y todo ello, por supuesto,
está incorporado a la economía sin la menor duda.
No es que esta relación entre el poder y la cultura sea
nueva, es que, como en todo lo demás, se ha perfeccionado, ha llegado a su
extremo. Cuando uno trata de imaginar la prehistoria, uno imagina ya, junto al
reyezuelo de la tribu, siempre al mago, al Ministro de la Cultura. Porque
claro, esta relación no ha hecho sino perfeccionarse hasta la unificación. De
manera que, no sólo es que las culturas del sudeste asiático, del centro
africano y de los restos de indios americanos sean simplemente una parte de
ésta y de sus Ministerios, sino que también, los varios Ministerios en el
Estado del Bienestar son, a su vez, una diversidad que sólo se mantiene para
entretener. Todos los Ministerios no son más que uno, que es el Ministerio que
se puede llamar de la Economía y la Cultura (tratando de confundir los dos términos,
porque no sólo la cultura es economía sino que la economía es cultura), de
manera que cuando antes, recordando un recuerdo de la historia, os he
presentado la invasión desde el centro sobre los bárbaros, y os he hablado de
las armas y de las letras, pues esto tenéis que aplicarlo al resto de la
evolución. La invasión es siempre al mismo tiempo una invasión militar (que no
quiere decir otra cosa que económica, porque la política está al servicio del dinero
y de su desarrollo). Al mismo tiempo militar y al mismo tiempo cultural. Esto
debe haceros parar un momento a pensar en el inmenso poder económico y militar
de la cultura. No en vano, en el Estado del Bienestar, en todos los Estados
bien desarrollados, no hay un Ministerio que se pueda comparar en poder, en el
manejo de millones, que el Ministerio de la Cultura, con la educación y todo lo
demás. Cuando Alejandro o Julio César conquistan, yendo sobre los bárbaros,
están como siempre llevando un gramático-filósofo al lado, que es el que se va
a encargar de verdaderamente establecer esa asimilación de todo lo diverso y esa
sumisión a lo mismo.
De manera que esto puede que os ayude, no sé si a aclarar,
pero a no engañarse demasiado en el planteamiento de las relaciones entre el
dominio económico y el dominio cultural. Fijaros bien en los últimos restos de
otros pueblos que pudieran haber habido en cualquier isla perdida de la
Polinesia, en cualquier rincón de una selva de Centroamérica o del centro de
África: no les queda ya más que una condena, una promesa de un futuro
inevitable, que es el quedar incorporados a esta cultura única. ¿Cómo se cumple
esta condena de los últimos restos de pueblos que pudiera haber por el mundo?
Pues se cumple, especialmente, a través de los medios culturales, a través de
la televisión, que es lo primero que se lanza hacia ese rincón de la selva. Es
decir, que se engendra un ideal incluso en los muchachos y en las mujeres de
estos restos de pueblo. Se engendra lo primero un ideal, que es aspirar a la democracia,
al confort de los bienes de consumo; cualquier tontería de esas, pero que, en cuanto
ideal, está actuando ya allí mismo, y está sirviendo para que efectivamente,
después, que lleguen los militares y los banqueros sea casi como levantar acta.
En realidad, la asimilación estaba cumplida en el momento en que allí ya había
penetrado este ideal y estafa única.
Voy a intentar aclarar eso de la flexibilidad. Esta
condición quiere decir la capacidad para volverse sobre sí mismo, contra sí
mismo. Y ésta es la paradoja que quería presentaros ahora. De forma que está
claro que, si por ejemplo, España desde el Imperio para acá es algo
esencialmente desgraciado, sometido a la idiocia, a la fe ciega, por eso se ha
impuesto. Hay que decir que, sin embargo, en la entraña de ese poder estaba una
cierta capacidad de mucha gente por acá para insultar a España, maldecir de España,
y descubrir a cada paso todos los males que le venían encima. Hasta que se
acabó de derrumbar el Imperio duró una cierta capacidad de mucha gente para
desechar la mentira (la mentira del Imperio, del poder). Estos hombres, que
tratan de reducir la historia bajo esa fecha, parece que se distinguieron bastante
en ese sentido: saber maldecir de España, es decir, descubrir de alguna manera
la mentira. La capacidad para maldecir de su poder y descubrir la mentira que
oprime a una cantidad de gente, por no hablar de un pueblo, es lo que
paradójicamente viene a convertirse en una fuerza, en la medida que el poder lo
asimila para extenderse en forma de Imperio o de otra manera cualquiera. Esto
tal vez en los antiguos griegos se ve más de cerca. Al mismo tiempo que la
aspiración a la hegemonía (por ejemplo, de los atenienses), al poderío militar de
Esparta, a la ya universalidad de Alejandro y demás, estaba latiendo siempre,
por lo bajo, entre gente de nombre y entre gente sin nombre, una especie de
capacidad para reírse de todo aquello, una especie de capacidad para descubrir
la mentira. Diógenes Laercio recuerda a Diógenes el Cínico con aquella petición
de «¡que no me quites el sol!». Frente a toda la idea del poderío de la
importancia de hacer historia que en Alejandro Magno estaba representado está,
por ejemplo, un Cínico que es capaz de reírse de todo aquello; es decir, descubrir
por lo bajo su mentira y decir: «de momento a mí... que te quites de ahí, que
no me quites el sol». Ahí está la paradoja, es eso lo que una vez asimilado por
el poder, asimilado desde arriba, se convierte en una fuerza incomparable.
De manera que ahora mismo, aquí, en este aula, metidos en
un rincón de la Sociedad del Bienestar, estamos en la misma situación
paradójica: os estoy hablando contra ello, y vosotros, ya antes de venir aquí,
estabais, como es evidente por vuestras preguntas, pensando y sintiendo contra
ello, contra esta invasión de la cultura única. Bueno, esto lo hacemos gracias
a que seguimos heredando por acá abajo, de vez en cuando, esta capacidad para volverse
contra uno mismo, para denunciar la mentira de uno mismo. Al mismo tiempo, estamos
preparados para saber que esto es lo que en cualquier momento puede traducirse en
una fuerza militar y económica incomparable con cualquiera otra. No hay por qué
ocultárselo, así ha sucedido una y otra vez, y así puede suceder en cualquier
momento.¿Qué es efectivamente lo que hace, en este momento, el inmenso poder
del Estado del Bienestar?, ¿el que lo extiende por todas partes, el que hace
jugar al globo entero en esta especie de ciclo económico cultural, representado
por la red informática universal?, ¿lo que, hasta los últimos rincones que
puedan quedar por ahí, lleva este ideal como una aspiración que se presenta
como la única posible para cualquier resto de salvaje o de desconocido que por
ahí quede? ¿Qué es lo que lo hace? Pues que seguimos siendo muchos los que
somos capaces de sentir la mentira de esto y decirlo, con más o menos
habilidades. Triste, a lo mejor, pero fijaros bien: si la cultura se redujera
solamente a la cultura oficial (es decir, la que os ofrecen la televisión y la
prensa sumisa y la inmensa mayoría de los libros, no sólo de novelistas sino de
filósofos, científicos y demás) correría el terrible peligro de resultar tan
aburrido, tan repetitivo, que no habría ya Cristo que lo aguantara y, por
tanto, perdería justamente su fuerza de imponerse. Es verdad que la gente, por
desgracia, aguanta mucho: sigue viendo las mismas idioteces en la televisión
todos los días, sigue comprándose un libro tras otro de gentes, de artistos o
pensadores o poetos que les van a decir lo mismo. Pero se supone desde ahí
arriba que no tanto, que si toda la cultura consistiera en lo que
mayoritariamente consiste, que es en la imposición de la idiotez, en la
imposición de la fe (la fe en el dinero, en el poder, en que la realidad es la
realidad y ya no hay más), correría el peligro de no ser lo bastante eficaz.
Entonces ya veis, cosa tan triste: vosotros sois la sal de la tierra. Tiene que
haber algunos que de verdad sintamos y de verdad pensemos un poco, de vez en
cuando. Que a pesar de todo digamos cosas que intenten ser de verdad, por
tanto, que inevitablemente sean una denuncia de la cultura impuesta. Seguimos
habiendo muchos, bastantes, de los que no están del todo conformados, pues
todavía nos permitimos seguir sintiendo algo de esa mentira y hasta diciéndola
con más o menos habilidad. Por un lado, nos revolvemos contra esta imposición
de la mentira universal, por otro lado estamos dentro de la cultura (estamos en
un aula de un centro del Estado del Bienestar), y al hacerle todo el mal que
podemos, al denunciar lo más claramente su mentira, estamos haciéndole el mayor
bien, dándole las mayores fuerzas, porque sólo gracias a eso puede evitar que
la fe impuesta sea un aburrimiento: tiene que pensarse que hay diversidad.
El Estado del Bienestar, la forma más perfecta de sumisión
del pueblo que conocemos, que es la democracia desarrollada, cuenta por
supuesto con la diversidad. ¿La cultural de la que hemos hablado? Sí, pero
sobre todo, la diversidad de la cultura de cada uno de vosotros. Éste es el
punto grave. No es sólo que se os quiera hacer creer que hay una cultura bantú
y una cultura papú, es que se os quiere hacer creer que hay una cultura tuya,
de fulano y de mengano, es decir, que cada uno tiene su gnosis, o como ellos
dicen, su ideología (que en definitiva es lo que los políticos suelen llamar
opinión, la opinión personal). El régimen pesa sobre nosotros, mata al pueblo,
sobre todo por este procedimiento, el de creer que cada uno sabe lo que sabe,
tiene su cultura, tiene una opinión personal, tiene una fe y una creencia que
le es propia y casi constitutiva. Sólo sobre esto puede mantenerse, porque si no,
rápidamente veis que ni los supermercados, ni las votaciones de los políticos
podrían funcionar. Esta es la diversidad con la que el régimen cuenta, pero
dentro de esta diversidad está esta otra diversidad en la que os había querido
hacer parar mientes, la diversidad que consiste no en una opinión personal
entre las opiniones personales, sino en la subsistencia de algo común, de algo
del pueblo que es capaz todavía de sentir y de denunciar la mentira de la
cultura y volverse en bloque sobre la mentira de la cultura. Esto, desde luego,
es una diversidad que no es como las otras, no se trata de mi opinión: nada de
lo que os he dicho es mi opinión personal, no es más que sentimientos y
recuerdos que me vienen de abajo. No se trata de opiniones: es una
manifestación de que, a pesar de todo lo dicho, el régimen no ha llegado a una
perfección totalmente cerrada, y quedan siempre resquebrajaduras y posibilidades
de que podamos sentir y pensar un poco en común, no personalmente, sino en común.
Entonces, ¿qué pasa con esto que estáis haciendo, con esto
que he estado haciendo este rato mientras os hablaba? Bueno, pues se abre,
efectivamente, o un destino, o una falta de destino: el destino es que aquéllo
se convierta en una opinión personal («¡hombre, las teorías de fulanito!»).
Entonces, la asimilación cultural es ya perfecta, aquéllo que había de más
vivo, de más común, ha quedado inutilizado y asimilado a la cultura, y de esto
es de lo que la cultura saca el principal poder. Lo otro es la siempre posible
falta de destino: que no quede, a pesar de todo, asimilado, y que siga
efectivamente denunciando esta imposición universal de un modelo único de
pensamiento y de sentimiento. De manera que a este juego es al que estamos
jugando, y a esta situación paradójica nos arriesgamos... me arriesgo. Y yo
creo que, cuanto más a sabiendas nos demos cuenta de cómo es este juego, de
ambiguo y de peligroso, pues mejor o, por lo menos, menos mal.
17 mayo, 2015
A falta de propuestas alternativas, una inmediata y personal.
fragmento final de LA FARSA POLÍTICA ESPAÑOLA Y SU CIRCO ELECTORAL
escrito por Marat en La barricada cierra la calle pero abre el camino
Seguramente, en medio del momento preelectoral y tan falsamente presentado como crítico, a muchos de ustedes les asalte la “urgencia” del “sí, lo que usted quiera contarme pero ¿qué haría ante las próximas elecciones municipales y autonómicas?”
ABSTENERME. Esa es mi respuesta. No el voto en blanco, ni nulo, que es la eterna cantinela de los que sólo censuran el sistema electoral, a lo sumo el régimen de partidos, pero balan como borregos ante el sistema económico que sustenta el cretinismo parlamentario, la democracia burguesa y, como mínimo, el circo electoral que nos ofrece como farsa el capital para entretenernos.
A lo largo de mi vida me he abstenido algunas veces más de las que he votado. El derecho al voto no puede convertirse en una obligación que tape la boca y la razón de protesta del abstencionista. Ese es el discurso de los lacayos con alma de súbditos antes que de sujetos soberanos cuya decisión de votar o no no puede depender sólo del forceps prediseñado sino también del sujeto y sus circunstancias. Someterse a ese tipo de chantajes es ruin. Nuestra palabra, la de todos, es parte del carácter inteligente y autónomo del ser humano y condicionarla a meter o no una papeleta en una urna es un discurso propio del poder y de sus siervos.
Si la democracia se limita a votar cada cuatro años a unos partidos, algún referéndum y a hacer uso de la participación digital, controlada por quien determina cuál es la pregunta, y manipula incluso el resultado final, es una vulgar patraña.
Ejercer la democracia es opinar todos los días, no ser multado ni encarcelado por hacerlo, desafiar ese riesgo, decidir mucho más allá de lo meramente institucional, plantearse no hacerlo, ser respetado sin críticas absolutistas se vote o no, comprometerse o no en otros muchos ámbitos que el de acudir a las urnas, opinar, y, sobre todo, ejercer la libertad de ser más allá de votar o no en unas elecciones. El resto es plebiscitar un sistema determinado de control social y político.
Y ahora voy a explicar porqué me voy a abstener en esta ocasión.
¿Recuerdan ustedes lo que decía la reforma del artículo 135 de la Constitución, que nos endosó el ex Presidente Zapatero, ese que tanto le gusta al señor Iglesias? Se lo voy a recordar yo
1. Todas las Administraciones Públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria.
2. El Estado y las Comunidades Autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros.
Una Ley Orgánica fijará el déficit estructural máximo permitido al Estado y a las Comunidades Autónomas, en relación con su producto interior bruto. Las Entidades Locales deberán presentar equilibrio presupuestario.
La actual situación económica y financiera no ha hecho sino reforzar la conveniencia de llevar el principio de referencia a nuestra Constitución.
3. El Estado y las Comunidades Autónomas habrán de estar autorizados por Ley para emitir deuda pública o contraer crédito.
Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta. Estos créditos no podrán ser objeto de enmienda o modificación, mientras se ajusten a las condiciones de la Ley de emisión.
El volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación al producto interior bruto del Estado no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.
4. Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados.
5. Una Ley Orgánica desarrollará los principios a que se refiere este artículo, así como la participación, en los procedimientos respectivos, de los órganos de coordinación institucional entre las Administraciones Públicas en materia de política fiscal y financiera. En todo caso, regulará:
a) La distribución de los límites de déficit y de deuda entre las distintas Administraciones Públicas, los supuestos excepcionales de superación de los mismos y la forma y plazo de corrección de las desviaciones que sobre uno y otro pudieran producirse. b) La metodología y el procedimiento para el cálculo del déficit estructural. c) La responsabilidad de cada Administración Pública en caso de incumplimiento de los objetivos de estabilidad presupuestaria.
6. Las Comunidades Autónomas, de acuerdo con sus respectivos Estatutos y dentro de los límites a que se refiere este artículo, adoptarán las disposiciones que procedan para la aplicación efectiva del principio de estabilidad en sus normas y decisiones presupuestarias.
Esto para quienes intenten colar el camelo de alguna syrizada o “rescate ciudadano”. Cuiden sus traseros, si su “ilusión” consigue sustituir la sodomización que el PP ejerce por otra pseudoprogre.
Bueno, pero como vamos a ganar las elecciones en noviembre, derogaremos ese artículo. La estupidez humana carece de límites, como el universo, como bien dijo Einstein.
En primer lugar para reformar la Constitución, aunque sea en un solo artículo, se requiere de 3/5 partes del Congreso o, lo que es lo mismo, de al menos 210 diputados. En el caso del Senado, son necesarios al menos 159 senadores. ¿De verdad creen ustedes que la composición futura de las dos cámaras facilitará la obtención de esas cifras? ¿En qué país creen que viven? Pero incluso si existiera numéricamente esa cifra que lo hiciera posible, creen ustedes que los partidos encargados de llevar a cabo tal derogación la aplicarían? Saben ustedes que ni Podemos, ni el PSOE, ni tampoco IU se han comprometido hasta hoy en abolir la LOEPFS (Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Fiananciera)? Les sugiero que lean el contenido de esta ley que les he puesto en el enlace y se empapen en ella porque es la que desarrolla el reformado artículo 135 de la Constitución -con el voto de PSOE y PP- del que antes les he hablado.
Por otro lado, si en alguna esfera es especialmente notoria la pérdida de soberanía nacional de los países de la UE es en la económica. La Comisión Europea y el BCE definen los marcos y límites del juego económico en cada país. Ellos, junto con el FMI, determinan las políticas anticrisis y de austeridad que los países aplican con un margen de maniobra prácticamente inexistente en tanto que se pertenezca a la UE y el euro y se admitan las reglas del “juego democrático-burgués”. Y si no que se lo pregunten a Syriza, sus políticas de privatizaciones, sus más que “pobres” medidas antiausteridad, su amnistía fiscal a los grandes defraudores y la propuesta de Varoufakis de crear un “banco malo” para absorber los activos tóxicos. ¿Les son familiares las dos últimas medidas?
Cuando las soluciones, siquiera coyunturales, son aplicadas lo mismo desde la derecha más reaccionaria que desde la pretendida izquierda, es que la segunda no se comporta como tal. El sacrificio del hamletiano Varoufakis, que dudaba entre aprovechar el momento para poner en jaque al capitalismo europeo o ayudarle a salir de su crisis, destituido de su papel de interlocutor en las reuniones con los acreedores del FMI y de la UE, rol que ahora asume el propio Tsipras, deja claro cuáles son los límites de acción para las opciones reformistas en los países mediterráneos; en realidad de cualquier país que no sea la propia Alemania. Si alguien cree que cambiando de marca en los gobiernos va a cambiar la orientación de sus políticas económicas demuestra palmariamente que ilusión viene de iluso...o de cínico.
Participar hoy en el simulacro político que representa el juego electoral es simple y llanamente complicidad. Me preocupa especialmente cuando ésta la ejercen las víctimas de la crisis capitalista, aunque entiendo la necesidad psicológica de creer en una salida al dolor de sus vidas cotidianas. Pero no deja de ser un asunto de fe y una mentira, dos conceptos que con harta frecuencia suelen ir juntos porque la fe no es otra cosa que una esperanza, sin datos objetivos reales en que asentarse, en que las cosas serán diferentes a como son en realidad. Si hay una salida a la opresión de clase, la explotación y la pobreza hoy que los parlamentos han perdido cualquier posibilidad mínima de ser mecanismos de transformación social, si es que alguna vez hubo una por pequeña que ésta fuera, no pasa ya por la acción política legal y respetuosa de las reglas del juego.
Una parte de ustedes dirán que mi comportamiento electoral no ofrece alternativas. ¿Acaso esperan ustedes que las propuestas emerjan desde lo individual cuando lo colectivo no las ofrece? ¿Niega eso la legitimidad de la crítica o la posibilidad de que el diagnóstico sea certero? También me reprocharán que con mi abstención favorezco la continuación del PP en el Gobierno. ¿Prefieren ustedes una des-”ilusión”, mayor que la del segundo gobierno Zapatero, con un gobierno “antiausteridad” que continúe con la misma, por mor del poder del capital y de la UE, y que, tras su descrédito, abra el camino a una opción abiertamente fascista como depositaria de una rabia incrementada y, desde hace mucho tiempo, desviada hacia donde no se cuestione el capitalismo? Yo por mi parte no voy a ser cómplice de esta pantomima electoral y mucho menos del descrédito al que las opciones antiausteridad van a someter a la idea de izquierda a partir de las banderillas, los rejonazos, el estoque y el descabello a lo PP a la clase trabajadora. Lo mismo el "quedar para septiembre" les ayuda a reflexionar sobre para qué sirve tanta moderación y viaje al centro.
No, no soy ningún purista del todo o nada, cómodamente instalado en ningún sillón, sino alguien hastiado de que cuando “la indignación” ha tomado forma política haya acabado convertida en permanente carrousel de rebajas oportunistas para alcanzar el gobierno. Para ese viaje no hacen falta tantos disfraces. Algunos ya conocimos eso en la transición política. Sólo que entre ese momento y el actual hay una enorme diferencia. La clase trabajadora no había sufrido entonces tal nivel de agresión ni de lejos. Pues bien, cuando el capitalismo ha vuelto a niveles de agresión contra los asalariados que recuerdan los tiempos dickensianos, lo que nos ofrecen como alternativa los llamados progresistas o antiausteridad es un eterno viaje al centro.
Pero hombre, ¿se va usted a abstener ahora cuando en las pasadas elecciones europeas de hace un año pidió el voto para IU? SÍ y por muchas razones.
No voy a dar mi voto a Podemos ni al PSOE a través de una IU que acepta converger con una única condición: hacerlo con sus siglas.
La reacción de la dirección de IU frente a su intento de fagocitación por Podemos se ha limitado al mencionado intento de salvar las siglas. El Manifiesto “la militancia con Cayo” (Lara) es una penosa muestra de claudicación e indefinición ideológicas y cobardía políticas, bajo la aparente contundencia de la nada: esconderse tras un coordinador general cuya reacción antiPodemos ha sido tímida, sin duda por estar en minoría dentro del Comité Federal de una IU saboteada, entre otros, por una dirección del PCE entregada a la supervivencia profesional de su cúpula transmigrando a Podemos.
Si dicho Manifiesto hubiera querido ser realmente una oportunidad frente al giro derechizado, ciudadanista y desnaturalizado que ha significado su entrega a los Ganemos y Ahoras varios y a candidatos como Luis García Montero, que propone pactos postelectorales con Podemos y el PSOE, habría planteado la urgencia de una Conferencia extraordinaria de IU que diese lugar a una reorientación política, un giro a la izquierda y hacia la clase trabajadora, la necesidad de plantear una ruptura con sus sectores más entreguistas a esa pandilla de aventureros y de sepultureros de las ideas de izquierda llamada Podemos y otros ciudadanismos desclasados. Todo ello junto con una definición clara de cuál es su política de alianzas, con quienes y en qué se basa.
No voy a votar a una IU que mantiene en su dirección a sujetos como Manuel Monereo, un auténtico caballo de Troya al servicio de Podemos.
No voy a votar a una IU que va con Podemos en 4 capitales de provincia, que se disuelve en confluencias ciudadanistas con podemitas o sin ellos y que para el Ayuntamiento de Madrid desconozco si apoya una o dos candidaturas (Raquel López-IUCM o Ahora Madrid,) según qué instancias y dirigentes de IU se pronuncien al respecto.
No voy a votar a una IU que tiene por candidato a Presidente de Gobierno a un pinchaúvas (Alberto Garzón), profesional de la política del estilo de los fabricados en serie por el marketing político (joven, modernillo, neutro, "prudente", como le gusta decir a las señoras de derechas,...) que sigue empeñado en converger y entenderse con los podemitas a toda costa. No intenten darme lecciones aclaratorias o se las devolveré yo ciento por uno.
IU es una opción socialdemócrata. No considero el término socialdemócrata como un insulto que arrojar a nadie, aunque creo que ya no hay espacio para la socialdemocracia porque el Estado capitalista carece de herramientas de intervención económicas.
Dicho esto, siempre que he votado a IU ha sido contra el PSOE porque éste último es la entrega más indecente de la clase trabajadora al capital. Cuando no lo he hecho, me he abstenido o he votado una candidatura comunista.
Esta vez no votaré tampoco a una organización comunista. Serán pocas las que se presenten a estas elecciones del 24-M y, por otro lado, creo que son muy conscientes la mayoría de ellas de la camisa de fuerza que representa el sistema electoral en el camino hacia una ruptura con el capitalismo.
Habría apoyado esta opción si los grupos comunistas hubiesen querido avanzar hacia una unidad orgánica, a partir de un debate ideológico útil y leal, sin trampas fundamentalistas que impidiesen el encuentro, y en base a una voluntad de construcción.
No es cosa de un día lograr dicha unidad pero han dispuesto de 8 años desde el inicio de la crisis capitalista para avanzar en esta dirección. El resultado de no hacerlo ha sido el de que hoy la mayoría de esas organizaciones son mucho más minúsculas, sufren una creciente perplejidad ante una realidad que hace mucho no comprenden, más allá de un diagnóstico más o menos correcto de la parte económica de la crisis capitalista, y un doctrinarismo y dogmatismos de museo que no puedo compartir. El marxismo no es eso y el horizonte comunista, si no reverdece, se irá alejando más y más, justo cuando es más necesario.
Por eso y por mucho más, el 24-M me iré a hacer senderismo, si no me rompo antes una pierna.