18 agosto, 2015

El Ideal, los Números y la Fe - Agustín García Calvo


La caída de los Estados se alimenta del sentimiento de comunidad, que Ellos tratan de machacar sustituyéndolo por el Conjunto de Individuos y el voto democrático. Y no hay que menospreciar la fuerza del Capital y del Estado; que es aterradora, porque está movida por el Ideal, los Números y la Fe; mientras que la fuerza para negarlo y derrocarlo, la del pueblo, no cuenta con esas armas, sino que vive sólo de una dudosa llamada a los sentidos, de una razón sin ideas, de una añoranza de la vida. Así que, sabiendo la diferencia de las fuerzas, toda la astucia será poca para guardar vivo el sentimiento.

Guardarlo era, en formas más atrasadas del Poder, guardarlo contra la represión, contra las armas de reclutadores y de verdugos, contra caciques o inquisidores; pero en la Sociedad del Bienestar, es ante todo guardarlo contra la estrategia, más avanzada, de la asimilación. Cualquier sentimiento puede convertirse en idea de sí mismo y quedar listo para el cambiazo. Así, por ejemplo, la ingenua defensa de «la Naturaleza» frente a los destrozos de Capital y Estado, queda convertida en Ecología y entra a formar parte de los mecanismos del Desarrollo; o la ingenua busca de una liberación de la represión del Alma (que es su constitución), termina fácilmente en orgía o drogadicción, y entra así también a servir al Capital y completar con un adorno las mentiras de la Ciencia.

Por fortuna, en cuanto a inteligencia, el Capital-Estado del Desarrollo, al tener que sostenerse en una Fe cada vez más abstracta y pura, no puede llegar a grandes clarividencias ni sutilezas, ni emular, desde luego, el Ardid del Espíritu que a través de Hegel quería declararse como regidor de la Historia (y del mundo entero), aunque el filósofo lo dejaba entregado a la ideación y presto a que el Espíritu se encarnara en el militroncho Bonaparte; más bien tiene el Poder que contentarse con una cierta idiocia, semejante a la que Él trata de formar en los Individuos de sus Masas. Y sin embargo, es lo bastante (bien sentimos cada día la fuerza de la estupidez) para confundir a la gente, enredarlos en sus cómputos y proyectos, y hacerles creer en sus mentiras y que las asimilen como ideas propias, hasta que se mueran sin darse cuenta de lo que ha pasado.

Por eso, no puede el pueblo rebelde caer en la trampa de la pureza: no se puede ser puros en este Mundo, sino ser más bien sinuosos y guardar con ardides y disimulos la ternura del corazón. Es, como se sabe, la recomendación del evangelio (Mateos 10, 16): «He aquí que como a ovejas en medio de lobos os envío: sed pués astutos como las serpientes y simples como las palomas.» Esa es más o menos la táctica razonable; y la presión sobre las Personas para que sus conciencias les exijan pureza, rectitud y congruencia, es tal vez la última y más difícil de las trampas, puesto que se nos tiende en nombre de la Verdad. Verdad le pedían a uno los Comisarios de Policía («una declaración sincera») en etapas del Régimen pasadas; verdad le piden los investigadores del Fisco («una declaración sincera») en etapas más avanzadas del mismo Régimen.

Pero aquí se trata de aprovechar los resquicios y las contradicciones del Régimen, que son, como hemos apuntado en este análisis, evidentes (la perfección es sólo su ideal y su futuro) y son el solo aliento para la vida y la razón; y para usar esas contradicciones y rendijas, uno mismo no puede acudir a otra cosa que a sus propias rendijas y contradicciones: pues es en las imperfecciones de uno como Persona donde está el pueblo. Es para guardar eso que en nosotros quede de pueblo y de recuerdo de lo que era antes de la Historia y de pura negación de las Ideas, armas del Poder, para lo que las astucias constantes de la serpiente se requerían. Ni que decir tiene que, si no hay paloma, no hace falta tampoco la serpiente.

Pero no debe el Alma dejarse acoquinar ante los que le piden rectitud y congruencia de sus palabras con la práctica de su vida: pues el hablar o razonar del pueblo es praxis y teoría al mismo tiempo; y uno no es el pueblo: uno no hace la revolución (ni el amor tampoco) ni entra uno en el paraíso. 

2 comentarios:

  1. Agustín toca puntos muy interesantes. No me ha gustado nada su mención a los evangelios, del todo innecesario, el sabrá por qué.
    Sobre los purismo o las ortodoxias siempre nos hemos movido en los mismos términos desde antes de la creación de la 1ª internacional. Como la anarquía es una entelequia, un ideal, es muy difícil ponerle límites, por lo que observamos una gradación. Si eres puro te quedas solo y no te adaptas. Si te mezclas te diluyes y pierdes tu objetivo. Al final lo que tenemos es un buen coctail de siglas y gentes incapaces de ponerse de acuerdo. Pero no puede ser de otra manera. Hay que vencer y convencer.
    Como indica, aprovechar los resquicios del régimen es necesario, pero solo es una táctica de las muchas que hay que poner en marcha, de infiltración. Cuando planteas una guerra tienes que prever los tres frentes sin olvidar ninguno: vanguardia, retaguardia e infiltración. Si no lo haces así petas.
    Salud!

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    1. Pues estoy de acuerdo contigo, a mí tampoco me ha gustado esa cita evangélica. Pero, por otra parte y sabiendo que Agustín siempre se llevo mal con dios y con sus representantes, pienso que lo ha hecho en un plano meramente literario, como diciendo "me lo puedo permitir, para mayor escarnio de dios y de sus seguidores". No sé, son meras conjeturas mías.

      Puros no somos ni vamos a serlo, entre otras cosas porque no está ello entre nuestras metas, pero si podemos ser consecuentes y aprovechar cualquier resquicio de "la máquina" para echarle arena y, si es posible, pedruscos. Lo peor es cuando la policía te presta más atención que aquellos que supuestamente deberían prestártela. XDD

      Salud compañero!

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