Alain C.
"Si la lógica de la falsa conciencia
no puede conocerse verídicamente, la búsqueda de la verdad crítica sobre el
espectáculo debe ser también una crítica verdadera. Tiene que combatir, en la
práctica, entre los enemigos irreconciliables del espectáculo, y admitir estar
ausente allí donde lo están ellos. Son las leyes del pensamiento dominante, el
punto de vista exclusivo de la actualidad, que reconoce la voluntad abstracta
de la eficacia inmediata cuando se arroja hacia las concesiones del reformismo
o de la acción común de los restos seudo-revolucionarios. Con ello el delirio
se reconstituye dentro de la misma posición que pretende combatirlo. Por el
contrario, la crítica que trasciende el espectáculo, debe saber esperar." Guy
Debord, La Sociedad del Espectáculo
Las tesis que se presentan a continuación
no pretenden decir la última palabra sobre el tema que tratan. Son más bien un
conjunto de pistas que en algunos casos podrán ser seguidas, profundizadas, y
en otros, sencillamente abandonadas. Si logramos dar algunos puntos de
referencia (históricos, entre otros) a una crítica que todavía se busca a sí
misma, alcanzaremos plenamente nuestro fin.
Asimismo pensamos que ni este texto ni
ningún otro podrá, por la sola fuerza de la teoría, derribar el ciudadanismo.
La verdadera crítica del ciudadanismo no se hará sobre el papel, sino que será
el resultado de un movimiento social que deberá forzosamente contener esta
crítica, lo que no será, ni de lejos, su único mérito. Es el orden social al
completo lo que será puesto en cuestión a través del ciudadanismo, precisamente
porque éste orden lo contiene.
El momento nos parece adecuado para
iniciar esta crítica. Si el ciudadanismo, en sus inicios, ha podido mantener
cierta confusión alrededor de lo que era realmente, hoy en día, sin embargo, se
ve forzado debido a su propio éxito a avanzar cada vez más a cara descubierta.
A más o menos corto plazo deberá mostrar su verdadero rostro. Este texto trata
de anticipar este desenmascaramiento, para que por lo menos no nos pille
desprevenidos y sepamos reaccionar de forma apropiada.
I.-
Definición previa
Nos limitaremos a dar una definición
introductoria del ciudadanismo, es decir, que se centrará únicamente en lo más
evidente. El objetivo de este texto será empezar a definirlo de una manera más
precisa.
Por ciudadanismo, entendemos en principio
una ideología cuyos rasgos principales son:
1) la creencia de que la democracia
es capaz de oponerse al capitalismo.
2) el proyecto de reforzar el Estado (o los
Estados) para poner en marcha esta política.
3) los ciudadanos como base activa
de esta política.
La finalidad expresa del ciudadanismo es
humanizar el capitalismo, volverlo más justo, proporcionarle de alguna forma,
un suplemento de alma. La lucha de clases es sustituida aquí por la
participación política de los ciudadanos, que no sólo deben elegir a sus
representantes, sino además actuar constantemente para hacer presión sobre
ellos, con el fin de que apliquen aquello para lo que fueron elegidos.
Naturalmente los ciudadanos no deben en ningún caso sustituir a los poderes
públicos. Pueden, de vez en cuando, practicar lo que Ignacio Ramonet ha llamado
la "desobediencia cívica" (ya no "civil", término que recuerda
con excesiva incomodidad a la "guerra civil"), para obligar a los
poderes públicos a cambiar de política.
El estatuto jurídico de
"ciudadano", entendido simplemente como natural de un Estado,
adquiere un contenido positivo, incluso ofensivo. En cuanto adjetivo,
"ciudadano" describe en general todo lo que es bueno y generoso,
aplicado y consciente de sus responsabilidades, y más generalmente, como se
decía antaño, "social". Es en este sentido que podemos hablar de
"empresa ciudadana", de "debate ciudadano", de "cine
ciudadano", etc.
Esta ideología se manifiesta a través de
una nebulosa de asociaciones, de sindicatos, de órganos de prensa y de partidos
políticos. En Francia tenemos asociaciones como ATTAC, los amigos de "Monde Diplomatique", AC!
[actuar juntos contra el paro], Droit au
Logement [Derecho a Techo], APOC [objetores de conciencia], la Ligue des Droits de l\'Homme [Liga de
Derechos Humanos], la red Sortir du
nucléaire [Salir de lo nuclear], etc... Vale la pena señalar que la mayoría
de las personas que militan en el seno de este movimiento forman a menudo parte
de varias asociaciones a la vez. En el plano sindical, tenemos a la CGT
[vinculado al Partido Comunista Francés], SUD [fundado por trotskistas], la
Confédération Paysanne, la UNEF [Unión Nacional de los Estudiantes de Francia],
etc. En cuanto a los partidos políticos están representados por los partidos
trotskistas y los Verdes. Sin embargo, los partidos políticos tienen un
estatuto distinto, pero dejaremos esta cuestión para más adelante. A la extrema
izquierda del ciudadanismo, podemos incluir a la Fédération Anarchiste, la CNT
y los anarquistas antifascistas, que en la mayoría de los casos van a remolque
de los movimientos ciudadanistas para añadir su grano de arena libertario, pero
que se hallan de hecho en el mismo terreno.
A escala mundial, tenemos movimientos
como Greenpeace, etc., y todos aquellos sindicatos, asociaciones, lobbies,
tercermundistas, etc., que se encontraron en Seattle. Dar aquí una lista completa sería pesado.
Lo importante es que todas estas agrupaciones se encuentran ideológicamente en
el mismo terreno, con variantes locales. El ciudadanismo es ahora un movimiento
mundial, que descansa sobre una ideología común. De Seattle a Belgrado, de
Ecuador a Chiapas, asistimos al auge de dicho movimiento, y ahora se trata,
tanto para él como para nosotros, de saber qué camino emprenderá y hasta dónde
puede llegar.
II.-
Premisas y fundamentos
Las raíces del ciudadanismo deben
buscarse en la disolución del viejo movimiento obrero. Las causas de esta
disolución se encuentran tanto en la integración de la vieja comunidad obrera
como en el fracaso manifiesto de su proyecto histórico, el cual ha podido
manifestarse bajo formas extremadamente diversas (digamos, del marxismo-leninismo
a los consejistas). Este proyecto llamaba, en sus diversas manifestaciones, a
que el proletariado retomase el modo de producción capitalista, modo de
producción del que son sus hijos y por consiguiente sus herederos. El
crecimiento de las fuerzas productivas, en esta visión del mundo, también era
la marcha hacia la revolución, el movimiento real a través del cual el
proletariado se constituía como futura clase dominante (la dictadura del
proletariado), dominación que conducía posteriormente (tras una problemática
"fase de transición") al comunismo. El fracaso real de este proyecto
tuvo lugar durante los años veinte, y en 1936-38 en España. El movimiento
internacional de los años 60 (1968), a menudo ha sido considerado "el
segundo asalto proletario contra la sociedad de clase", después del que
tuvo lugar en la primera mitad del siglo XX.
Con la crisis y la puesta en marcha de la
mundialización en su forma moderna, los años 70 y luego los 80 marcan el ocaso
y la desaparición de este proyecto histórico. Esta mundialización se
caracteriza por la creciente automatización, es decir, por el paro en masa y la
deslocalización productiva hacia los países más pobres, expulsando fuera de las
fábricas al viejo proletariado industrial de los países más desarrollados. Se observa
aquí una tendencia empresarial a "deshacerse", al menos formalmente,
de buena parte del sector productivo para relegarlo a la subcontratación, para
idealmente no ocuparse más que de marketing y especulación. Es lo que los
ciudadanistas llaman la "financiarización del capital". Una empresa
como Coca-Cola no posee actualmente, de forma directa, prácticamente ninguna
unidad de producción, y se conforma con "gestionar la marca", con
hacer fructificar su capital bursátil y "reinvertir" comprando la
competencia más pequeña, a la que anteriormente ya había forzado a la
deslocalización, etc. Existe un doble movimiento de concentración del capital y
de fragmentación de la producción. Un coche puede componerse de para-choques
fabricados en México, de componentes electrónicos de Taiwan, siendo el conjunto
ensamblado en Alemania mientras los beneficios circulan por Wall-Street.
En cuanto a los Estados, acompañan esta
mundialización deshaciéndose del sector público heredado de la economía de
guerra (desnacionalización), "flexibilizando" y reduciendo el coste
del trabajo tanto como sea posible. Esto tiene como resultado en Francia la Ley
de las 35 horas que tanto reclamó a diestro y siniestro el movimiento
ciudadanista (en sus manifestaciones oficiales cuanto menos), el movimiento de
parados de 1998 y el PARE [Plan de ayuda para la vuelta al trabajo].
La llegada de la izquierda al poder en
1981 y el movimiento de estudiantes y de ferroviarios en 1986, son puntos de
referencia que nos permiten situar el progreso de esta disolución y el
reemplazo del viejo movimiento obrero por el ciudadanismo, en el marco de la
mundialización. El movimiento de 1968, en Francia como en
el resto del mundo, ha sido en efecto, "el último asalto contra la
sociedad de clases". Su fracaso marca la liquidación histórica de lo que
hasta ese momento fue el sueño de la asunción histórica del proletariado como
proletariado, es decir, como clase trabajadora. La autogestión y los consejos
obreros han sido el límite más extremo de este movimiento. No nos arrepentimos.
Después de esos años, también ha sido liquidada toda una contestación social
mucha más amplia y multiforme, mientras se abatía sobre el mundo la pesada capa
de plomo de los años ochenta.
A pesar de que todavía se pueda oír en
las manifestaciones el eslogan "todo es nuestro, nada es de ellos",
es exactamente lo contrario a la realidad, y siempre ha sido así. Obviamente,
hace referencia a un ilusorio "reparto de la riqueza" (¿y de qué
riquezas podemos hablar hoy?), pero proviene directamente del viejo movimiento
obrero que pretendía gestionar por sí mismo el mundo capitalista. Se vislumbra
en esa frase a la vez un resurgir, una continuidad y una tergiversación de los
ideales del viejo movimiento obrero (evidentemente en lo que tenía de menos
revolucionario) por parte del ciudadanismo. Es lo que llaman el arte de
aprovechar los restos. Más adelante volveremos sobre este punto.
La desaparición de la conciencia de clase
y de su proyecto histórico, agotados tras el estallido y la parcelación del
trabajo, tras la desaparición progresiva de la gran fábrica
"comunitaria" así como la precarización laboral (todo ello resultado
no de un complot que trata de amordazar al proletariado, sino del proceso de
acumulación del capital que ha conducido a la mundialización actual), han
dejado al proletariado afónico. Éste llega incluso a dudar de su propia
existencia, duda que ha sido enardecida por gran número de intelectuales y por
lo que Debord definió como el "espectáculo integrado", que no es más
que la integración al espectáculo.
Ante esta ausencia de perspectivas, la
lucha de clases únicamente podía encerrarse en luchas defensivas, a veces muy
violentas, como en el caso de Inglaterra. Pero esta energía era sobretodo la
energía de la desesperación. También se puede resaltar que esta pérdida de
perspectivas positivas se ha manifestado a menudo, en las personas que han
vivido los años 60-70, por una desesperación personal muy real llevada a veces
hasta sus últimas consecuencias, el suicidio o el terrorismo.
El ciudadanismo se inscribe pues en este
marco: enterrada la revolución, cuando ya ninguna fuerza se sentía capaz de
emprender la transformación radical del mundo y en vista de que la explotación
seguía su curso, era necesario que se expresara alguna forma de contestación.
Esta fue el ciudadanismo. Su acto oficial de nacimiento puede
situarse en el transcurso de la agitación de diciembre de 1995 [en Francia].
Este movimiento, nacido sobre la base real de la oposición a la privatización
del sector público y al consiguiente empeoramiento de las condiciones de
trabajo y la pérdida del propio sentido del trabajo, no podía en esa situación
manifestarse sino como defensa del sector público y no como cuestionamiento de
la lógica capitalista en general, tal y como se manifiesta en el servicio
público. La defensa de dicho sector implica lógicamente que se considera que
dicho sector está, o debería estar, fuera de la lógica capitalista. No fue una
buena crítica la que se le hizo a este movimiento cuando se le reprochó ser un
movimiento de privilegiados, o sencillamente de egoístas corporativistas. Pero
sí se puede constatar que incluso las acciones más generosas o radicales de
este movimiento contenían los mismos límites. Abastecer gratuitamente todos los
hogares de electricidad, es una cosa: reflexionar sobre la producción y el uso
de la energía es otra. Se puede ver en estas acciones que el Estado es
concebido como una comunidad parasitada por el capital, capital que se
interpone entre los ciudadanos-usuarios y el Estado. El ciudadanismo no dice
otra cosa.
Podemos ver que el ciudadanismo no podría
recuperar un movimiento que fuese más radical. Por el momento, tal movimiento
sencillamente no existe. El ciudadanismo se desarrolla como ideología producida
necesariamente por una sociedad que no concibe perspectivas de superación [del
sistema].
También podemos resaltar que el
movimiento de 1995, fecha de nacimiento del ciudadanismo, fue un fracaso, hasta
en sus limitados objetivos básicos. La privatización del sector público sigue
viento en popa y tal sector puede incluso situarse en la vanguardia de la
ideología de lo privado, en cuanto empresa participativa, de implicación en la
gestión, etc. En él, hay despidos masivos, se genera cada vez más precariedad
laboral, el denominado "trabajo-joven", se suprimen puestos de
trabajo y se sobrecarga los que quedan. También el sector público está en
primera línea respecto a la aplicación de la ley de las 35 horas, es decir, a
la flexibilización. Una vez más, si fuera necesario, podemos ver que la lógica
del Estado y la del capital no se oponen en absoluto, lo que constituye una de
las limitaciones internas del ciudadanismo.
III.-
La relación con el Estado, el reformismo y el Keynesianismo.
La relación del ciudadanismo con el
Estado es a la vez de oposición y de apoyo, pongamos de apoyo crítico. Puede
oponerse al Estado, pero no puede prescindir de la legitimidad que le ofrece.
Los movimientos ciudadanistas deben convertirse rápidamente en interlocutores y
para ello, algunas veces deben emprender acciones "radicales", es
decir, ilegales o espectaculares. Se trata a la vez de situarse en posición de
víctima, de coger al Estado en falta (es decir, oponer el Estado ideal al
Estado real) y de llegar lo más rápidamente posible a la mesa de negociaciones.
La llegada de los CRS [Cuerpos de Seguridad Republicanos, antidisturbios] viene
a confirmar que los ciudadanistas han sido entendidos. Naturalmente, todo esto
debe suceder bajo la mirada de las cámaras. Aquí, la represión es la precursora de los movimientos ciudadanistas: el
enfrentamiento ya no es como en otros tiempos el momento en que se mide la
relación de fuerzas, sino que consiste en una legitimación simbólica. De ahí,
por ejemplo, el malentendido entre René Riesel [ex-miembro de la Internacional
Situacionista] y algunos otros de la Confédération Paysanne que pretendían
generar esta relación de fuerzas, y José Bové (y manifiestamente la mayor parte
de la Confédération), que a través de una acción espectacular pretendían hacer
de su movimiento un interlocutor con el Estado, en lo que de hecho se obtuvo un
logro parcial.
El propio Estado acepta generosamente
estas prácticas, y cualquiera puede hoy hacer una pequeña manifestación, por
ejemplo, bloquear la periferia y ser recibido oficialmente a continuación para
exponer sus reivindicaciones. Los ciudadanistas se indignan con este estado de
cosas que han contribuido a crear, pensando que, aún y así, no se debe molestar
al Estado por minucias. Los interlocutores privilegiados ven con malos ojos a
los parásitos y demás aves de rapiña de la democracia.
Asimismo, algunas prácticas ciudadanistas
son promovidas directamente por el Estado, como lo demuestran las
"conferencias ciudadanas" o "los debates de ciudadanos" con
las cuales el Estado se arroga el "dar la palabra a los ciudadanos".
Es interesante ver hasta qué punto este movimiento se conforma con cualquier
sucedáneo de diálogo, y están dispuestos a ceder en cualquier cosa con tal de
que se les escuche y que los expertos hayan "atendido a sus inquietudes".
El Estado juega aquí el rol de mediador entre la "sociedad civil" y
las instancias económicas, del mismo modo que los ciudadanistas harán de
intermediarios entre el programa del Estado (que no es otra cosa que la correa
de transmisión de la dinámica del capital) revisado de forma crítica, y la
"sociedad civil". Se ha visto con la ley de las 35 horas. Los
ciudadanistas juegan aquí el papel otorgado anteriormente a los sindicatos en
el mundo del trabajo, para todo lo que se denomina "problemas de la
sociedad". La amplitud de la mistificación muestra también la amplitud del
campo de la contestación posible, que se ha extendido a todos los aspectos de
la sociedad.
En su relación con el Estado, los
ciudadanistas –por lo menos en Francia– empiezan a enfermar a consecuencia de
su victoria. Cada vez más, el movimiento se escinde y se recompone entre los
que tienden a confiar en el poder (a la izquierda), y los más radicales, que
quieren continuar la lucha. Pero el problema esencial ha quedado planteado. Una
vez que la izquierda llegue al poder ¿a quién más podrían votar? ¿Hacen falta
más Verdes en el gobierno, o deben éstos retirarse del poder para ejercer más
favorablemente su papel de oposición? Pero, ¿para qué sirve un partido
político, si no es para entrar en la arena democrática?
El ciudadanismo es por propia
constitución incapaz de concentrarse en un partido, por lo menos en las
sociedades democráticas que conocemos. Haría falta una dictadura o una
democracia autoritaria para que las aspiraciones de la pequeña y la mediana
burguesía entrasen en resonancia con una contestación más amplia, y lograsen
organizar un partido democrático de oposición radical. Lo hemos visto en
Belgrado o en Venezuela con el nacional-populismo de Chávez. En cambio, allí
donde hay democracia los partidos que representan las aspiraciones de esta
pequeña y mediana burguesía ya existen, y es precisamente de este sistema de
partidos del que gran parte de los ciudadanistas ya no se fían. En los países
más desarrollados, el ciudadanismo se concentra esencialmente alrededor de un
deseo de democracia más directa, "participativa", de una democracia
de "ciudadanos". Naturalmente no proponen ningún modo de conseguirlo,
y este deseo de democracia directa acaba, como siempre, ante las urnas o en la
abstención impotente.
Desde este punto de vista, los Verdes
ofrecen un espectáculo interesante puesto que manifiestan este límite del
ciudadanismo. Surgidos de los movimientos ecologistas de los años 70, han
sabido mantenerse a flote durante los años 80. Pero siguen basándose en el
viejo modelo de partido, una forma jerarquizada que es antinómica a la
naturaleza nebulosa de las fuerzas vivas del ciudadanismo. Debido a su propia
naturaleza, corrían pues el riesgo de hallarse frente a la experiencia real del
poder, que es lo que acabó por suceder. De hecho, este es el último riesgo
político que corren los "reformistas", el de gobernar. Militar en
este cuadro no está siempre exento de consecuencias, como los Verdes han podido
comprobar a sus expensas.
Lo que permite bordear el riesgo, es el "lobbying". Los lobbies no
ejercen nunca el poder de forma directa. Por lo tanto, no se les puede imputar
los "fracasos" del Estado. El militantismo del "lobbying" no tiene fin, en todos los sentidos del
término. He aquí algo enormemente satisfactorio para las personas que deseen
compromiso sin correr demasiados riesgos políticos. En un lobby, uno se
encuentra entre los suyos, no es necesario buscar una base social, como ocurre
con los partidos clásicos, usando medios más o menos demagógicos. Uno puede con
toda tranquilidad, mostrarse "radical". Uno puede hacer
tranquilamente de consejero crítico del Príncipe, sin tener que afrontar las
dificultades de gobernar. Uno puede lamentar eternamente la falta de "voluntad
política" en materia nuclear, de inmigración o de salud pública, sin
necesidad de considerar, en lo más mínimo, lo que un Estado puede hacer
efectivamente en el contexto capitalista.
Uno de los ejemplos más delirantes de
ello es la inenarrable asociación ATTAC. Es sobremanera conocido que la idea
misma de una tasación de las transacciones bursátiles hace contorsionarse de
hilaridad al economista más estúpido. Resulta evidente que la aplicación en un
solo Estado de esta tasación lo sumiría en una profunda crisis y que es
visiblemente imposible la aplicación mundial de esta medida. Salta a la vista
que incluso en el caso de que una organización como la OMC, presa de un
arrebato de locura, predicara esta medida, el rechazo mundial sería tal que no
le quedaría más remedio que dejarlo de nuevo en su cajón. Y para llevarlo al
absurdo, si tal medida fuera aplicada, se seguiría automáticamente un aumento
mundial de la explotación, para corregir las pérdidas.
Todo ello no impide a los economistas de
ATTAC pregonar sobre este asunto con curvas y gráficas, ante la indiferencia
socarrona de quienes ejercen el poder. Estarán dispuestos a recibirlos de vez
en cuando, para reírse un rato, y sobretodo para mostrar hasta qué punto el
Estado muestra atención hacia todas las propuestas que los ciudadanos estén
dispuestos a hacer. De todas formas, hay que conceder a ATTAC el mérito de
haber introducido, en una disciplina tan siniestra como es la económica, ese
elemento cómico del que carecía. Vemos aquí que su impotencia no es todavía
un problema para el ciudadanismo. Casi nadie piensa en juzgarlo sobre la base
de sus resultados, puesto que la urgencia de obtener resultados todavía no se
ha hecho sentir. Cuando esto empiece a hacerse a gran escala, es indudable que
ya no le quedará mucho tiempo.
Llegados a este punto, no podemos dejar
de evocar la cuestión del "reformismo" ciudadanista. Sabemos que los
ciudadanistas asumen de buena gana este calificativo. Se entiende que quieren,
a través del empleo de este término, sugerir que son más pragmáticos y más
realistas que los malditos idealistas revolucionarios. Y efectivamente, podemos
ver hasta dónde llega su pragmatismo y su realismo con una asociación como
ATTAC.
En cualquier caso nosotros, pobres
revolucionarios, compensamos nuestra falta de pragmatismo con la mala costumbre
de juzgar a menudo las cosas recurriendo a la historia, es decir, a lo que
realmente se ha producido hasta ahora. Y estamos forzados a constatar que el
reformismo surge siempre en los momentos de crisis del capitalismo. El Front
Populaire [Frente Popular], por ejemplo, era reformista. En un momento en que
la insurrección obrera era generalizada, en que las fábricas estaban ocupadas,
entre otras respuestas, el Front Populaire daba vacaciones pagadas a los
obreros y las obreras, cosa que jamás había sido reivindicada. Keynes también
era reformista, y la crisis de 1929 tuvo algo que ver. Sin embargo actualmente
no hay huelgas insurreccionales, ni crisis de las inversiones, ni bajadas
significativas del consumo. Incluso la reciente y relativa subida de los tipos
de interés, tras un decenio de bajada continua, y la muy previsible
"debacle" de los "valores tecnológicos", son percibidos más
bien como una consolidación de los mercados que como un riesgo de crisis. No
hay actualmente ninguna crisis real del capital. No debería pues de haber
reformistas.
Por otro lado, todas las reformas
emprendidas en el capitalismo no han sido más que para salvar el propio
capitalismo. No hay reformas anticapitalistas. Keynes no se escondía de ser un
liberal, ni de querer salvar el sistema liberal puesto en peligro por la crisis
de 1929.
Deberemos detenernos aquí un instante
sobre Keynes, presentado por el ciudadanismo como el economista de los
milagros, remedio a todos nuestros males. Ante todo, cabe decir que Keynes
conocía muy bien el capitalismo de su época, puesto que había amasado una
fortuna personal de 500.000 dólares dedicando únicamente una hora y media al
día a transacciones internacionales en divisas y bienes, al tiempo que trabajaba
para el gobierno inglés. Se entiende que el Crack de 1929 no le haya dejado
indiferente.
El Crack de 1929 marca la entrada del
capitalismo en su periodo moderno. Es el resultado de la formidable expansión
del siglo XIX, que parecía no tener que hallar ningún límite, especialmente en
América. El sueño americano llegaba a su punto álgido e iba a terminar en
pesadilla. Este sueño reposaba sobre el espíritu de empresa, en la audacia
empresarial de los herederos de los conquistadores del Oeste, pero fue abatido
por la realidad del capitalismo, dónde las inversiones no se hacían por gusto
al riesgo o espíritu de empresa, sino para lograr beneficios.
Alcanzado su madurez, el capitalismo
comenzaba a estancarse y se empezaba a percibir que el crecimiento indefinido
no era adquirido para siempre, como si de una ley natural se tratase. Las
inversiones bajaban, o más bien se descalabraban. Las teorías económicas
clásicas postulaban que mientras hubiese demanda, siempre habría oferta,
obviando el hecho que las empresas no producen para administrar bienes sino
para extraer la plusvalía de la producción. Fue en este contexto que intervino
Keynes. El elemento realmente necesario era la inversión, saber crear nuevos
mercados, inventar nuevos productos, entrar en el mundo del consumo de masas.
En el contexto de la crisis, el Estado debía hacerse cargo del esfuerzo
inicial, es decir: volver a poner, en la medida de lo posible, a trabajar a la
gente, establecer una política monetaria inflacionista y crear infraestructuras
como base sobre la que el capital privado pudiera reinvertir. ¿Quién fabricará
automóviles, dice Keynes, si no hay suficientes carreteras? De hecho, el presidente Roosevelt ya
había empezado a poner en práctica esta política sin el preciado apoyo teórico
que Keynes le aportaría más tarde. Tampoco debemos olvidar que la crisis de
1929 había echado a millones de parados a la calle, y que las "uvas de la
ira" empezaban a madurar peligrosamente.
Vemos en todo caso que el keynesianismo
es esencialmente liberal. Considera simplemente que el liberalismo no puede
regularse por sí mismo, que el simple juego de la oferta y la demanda no es el
motor que permitiría al capital crecer indefinidamente, y que es pues al Estado
a quien le corresponde reconstruir las condiciones de crecimiento, para dejar
paso posteriormente a los inversores privados. En 1934 Keynes escribe en una
carta al New York Times: "Veo el problema de la recuperación económica de
la siguiente forma: ¿Cuánto tiempo necesitarán las empresas ordinarias para acudir
en ayuda de la economía? ¿A qué escala, por qué medios y durante cuánto tiempo
los costes anormales del gobierno deben proseguir a la espera de dicha
recuperación?". Hemos subrayado "anormales". Se ve claramente
que la idea de Keynes no era de ninguna manera la de un control permanente y
continuo del capital privado por el Estado o por diversas instancias
internacionales. Keynes no era socialista.
De hecho, estaba tan lejos del socialismo
que en 1931 escribió, en referencia al "comunismo": "¿Cómo
podría adoptar una doctrina que, prefiriendo el pan a las tortas, exalta al
proletariado maloliente en detrimento de la burguesía y de la
"intelligentsia", que a pesar de todos sus defectos, son la
quintaesencia de la humanidad y están ciertamente tras toda obra humana?".
Es verdad que la burguesía era entonces bien diferente a aquello en lo que se
ha transformado, y que todavía no sentía la necesidad de lamentarse, junto a
Viviane Forrester, sobre lo que ha convenido llamarse a despecho "el
horror económico".
Para terminar, es necesario señalar que
las teorías de Keynes tenían sus límites, y que el capitalismo tiene otros
métodos para "impulsar las inversiones": 10 años después de la crisis
de 1929, empezaba la guerra que iba a devastar el mundo, dar un golpe de látigo
inesperado al progreso tecnológico, y hacer entrar el mundo industrializado en
los felices años del consumo de masas. De hecho, Keynes en persona aportó su
contribución a este "impulso de las inversiones" escribiendo un
opúsculo titulado Cómo financiar la guerra.
Los ciudadanistas pretenden criticar el
liberalismo valiéndose de Keynes. Ya que tampoco pretendieron nunca ser
anticapitalistas se deduce de ello que, si están contra el liberalismo sin
dejar de ser procapitalistas, están por lo que se llamó en otro tiempo
"socialismo", es decir, capitalismo de Estado. Así se entiende mejor
la presencia de trotskistas en sus filas. Pero, lógicamente, también se
defienden de esto. Es realmente complicado saber que es lo que quieren.
Afirmamos que actualmente no hay ninguna
crisis capitalista y ellos, naturalmente, afirman todo lo contrario. En efecto,
es necesario que haya una crisis para que se les necesite. La crisis es el
elemento natural del reformismo. Creyeron encontrar una en el Sur-Este
Asiático, pero esta crisis era más bien la prueba de que el capitalismo ha
aprendido bien las lecciones de Keynes y que ya no cree que el liberalismo
pueda regularse solo. Así es que la crisis asiática ha sido rápidamente
sofocada, inclusive con algunas "consecuencias sociales". Pero al
capitalismo le traen sin cuidado las "consecuencias sociales",
mientras no se le ponga radicalmente en cuestión. Ya no habrá keynesianismo
social, ya no habrá más Gloriosos Años Treinta. Eso también ha quedado atrás.
Si los ciudadanistas pueden hablar de
crisis, es que primero habló de ella el Estado. Desde hace 30 años, se dice que
Francia esta en crisis. Esta "crisis", real en su inicio, ha sido
luego una forma de justificar la explotación. Hoy en día, es la "recuperación"
la que juega este papel y los reformistas están fastidiados. Ello les obliga a
reajustar su discurso, siempre calcado al del Estado, y aquellos que nos
hablaban de una crisis mundial generalizada nos hablan hoy de "repartir
los frutos del crecimiento". ¿Dónde está la coherencia? ¿Dónde están pues esos keynesianos
antiliberales, esos reformistas sin reforma, esos estadistas que no pueden
participar en el Estado, esos ciudadanistas?
La respuesta es simple: están en un
callejón sin salida, en un impasse.
Puede parecer descabellado afirmar que un
movimiento que ocupa tan manifiestamente todos los ámbitos de la contestación
pueda encontrarse en un impasse. Algunos verán en ello una afirmación
gratuita, dictada por no se sabe bien que resentimiento. Sin embargo hemos
evocado más arriba la descomposición y la desaparición de un movimiento mucho
más viejo y dotado de una base social infinitamente más amplia y combativa, sin
haber adoptado para ello ninguna precaución oratoria particular, tan evidente
nos parece hoy esa desaparición. De la misma forma pensamos que otro movimiento
social es posible sobre bases, hasta la fecha, inéditas.
IV. Ciudadanismo y ciudadanos
Cuando Ignacio Ramonet habla de
desobediencia «cívica» y no de desobediencia «civil», marca una clara
diferencia que muestra la relación que existe entre el ciudadanismo y su propia
base. La palabra "civil" se refiere de forma objetiva y neutra al
ciudadano de un Estado que no ha elegido nacer en él. El término
"cívico" define lo que corresponde a un buen ciudadano, es decir,
aquella persona que demuestra activamente que forma parte de ese Estado. Como
lo podemos comprobar, la diferencia es esencialmente de carácter moral.
En efecto, una de las fuerzas del
ciudadanismo reside en ese carácter esencialmente moral, por no decir
moralizador. Pasa fácilmente de la denuncia de la "crisis" a la
propuesta de "repartir los frutos del crecimiento" sin tener en
cuenta los hechos y sin realizar ningún análisis. Lo que cuenta es tener la
posición más "cívica" posible, es decir, la más generosa, la más
moral. Y por supuesto, todo el mundo se posiciona por la paz, contra la guerra,
contra la "mala-comida", por la "buena-comida", contra la
miseria, por la riqueza. En resumen, más vale ser rico y gozar de buena salud
en tiempos de paz, que ser pobre y estar enfermo en tiempos de guerra.
En un mundo que se sitúa enérgicamente,
un siglo después de Nietzsche, más allá del bien y del mal, lo que más se vende
es la moral. Pero esa necesidad de consolación es imposible de satisfacer. Podemos ver por ejemplo el malestar que
causó entre las filas de los ciudadanistas el penoso asunto de Givers. Esta
revuelta tuvo la particularidad de ser al mismo tiempo, un resurgimiento
arcaico de la agitación obrera y la manifestación de una desesperación muy propia
de los tiempos de hoy. Un ciudadanista se preguntaba desde las páginas del
periódico "Le Monde", durante el motín, si la acción de los obreros
de CELLATEX podía ser calificada de "acción ciudadana". Podemos
contestar: el agua hasta el cuello, totalmente perdidos, los obreros
asalariados de Givers no disponían del optimismo y la inquietud bien pensante
propia de los lectores del "Monde Diplomatique", no son ciudadanos y
no actuaron como tales. La impotencia, que manifestaron los ciudadanistas para
actuar en tales circunstancias, demuestra de sobra que tipo de reacción podrían
tener en otras circunstancias, a escala más grande.
Naturalmente no tardarían
en llamar a la represión de los malos ciudadanos, en nombre de la democracia,
del Estado de Derecho y de la moral. En efecto, el discurso del ciudadanista en
"Le Monde" no iba encaminado a otra parte, ya que pretendía con su
cuestionamiento insidioso (totalmente objetivo, por supuesto) impedir cortar
cualquier simpatía que pudiera surgir y llamar a la razón los ciudadanos para
preparar la posible represión (que no tuvo lugar, naturalmente, ya que en la
situación actual, los trabajadores no tenían otra opción que negociar). De
todas maneras, es interesante ver cómo en esta mini-crisis, un ciudadanista se
apresura en proponer sus servicios de mediador al Estado. El ciudadanismo es
potencialmente un movimiento contrarrevolucionario.
El ejemplo nuestra también que el
ciudadanismo es incapaz de reaccionar ante movimientos que no han sido creados
por él mismo. Por otro lado, es importante destacar que
la base social del ciudadanismo es mucho más amplia y difusa que la formada por
militantes de asociaciones y de sindicatos. El ciudadanismo refleja las
preocupaciones de una determinada clase media culta y de una pequeña burguesía
que ha visto desaparecer sus privilegios y su influencia política a la vez que
desaparecía la antigua clase obrera. La reestructuración mundial del
capitalismo ha provocado la caída del viejo capital nacional y por
consiguiente, la de la burguesía que lo poseía y de las clases medias que ésta
empleaba. La antigua sociedad burguesa del siglo XIX, oliendo todavía a Ancien
Régime [Antiguo Régimen], ha desaparecido por completo. La consolidación del
Estado y la crítica de la mundialización actúan como nostalgia de ese viejo
capital nacional y de esa sociedad burguesa, así como la crítica de las
multinacionales no es sino expresión de la nostalgia de los negocios
familiares. Una vez más, se lamentan de un mundo que se ha perdido.
Un mundo que se ha perdido dos veces,
puesto que en el término "ciudadano" también se refiere a la antigua
denominación republicana, sin duda alguna a la del inicio de la revolución
burguesa y no a la de la Comuna de París (aunque una reciente película
interminable y voluntariamente anacrónica que trata el tema parece indicar que
se quiere recuperar también a la Comuna). Pero esa revolución se llevó a cabo y
nosotros vivimos en el mundo que ella creó. Los sans-culotte se sorprenderían
si vieran la transformación que ha sufrido la República que ellos mismos
ayudaron a construir, pero de la misma manera que es imposible vivir dos veces
la misma situación, los muertos nunca regresan. No obstante, puede ser que
futuros sans-culottes vestidos de Nike anden algún día paseando por algún
rincón de un moderno suburbio.
Mediante el ciudadanismo las clases
medias desheredadas reconstruyen su identidad de clase perdida. De modo que un
local "bio" puede presentarse como "un escaparate de los estilos
de vida y de pensamiento ciudadano". ¡Ojo! Que sepan las personas que no
coman "bio" que no son "ciudadanos". Un joven ciudadanista
puede entonces llegar a simplificar rápidamente sus dudas sobre el
proletariado: "¿Qué se puede esperar de ellos? Van a comprar a Auchan (un
supermercado)".
Los ciudadanistas no podrán, sobre las
bases que ocupan actualmente, recuperar movimientos sociales más radicales ya
que se encuentran visceralmente separados por completo de éstos. Llegado el
momento, sólo podrán ofrecer al Estado que defienden una garantía moral para su
represión. Las seudo-soluciones que proponen ante una situación de crisis real
aparecerán como lo que realmente son, un medio para preservar el orden
existente. Cuando importantes grupos de personas empiecen a buscar repuestas a
sus situaciones concretas, las oposiciones abstractas y sin fin entre Estado y
capital, "verdadera" democracia y democracia que vivimos o
"economía solidaria" y liberalismo, serán insuficientes. Un movimiento
que surge de una gran crisis, es decir, del cuestionamiento de las mismas
condiciones de existencia, no aguantará por mucho tiempo estos juegos.
Sin embargo, como los ciudadanistas están
ahí, podrán ocupar durante un tiempo la revuelta, la cual podría también tomar
la forma de un nacionalismo exacerbado, nacionalismo que ellos mismos habrán
alimentado y desarrollado (actualmente ya existen las premisas por ejemplo la
posición anti-americanista desarrollada por José Bové y muchos otros). No
obstante, la crítica del capital mundializado no tiene que enfrentarse con la
posibilidad de volver al capital nacional, defendido por el Estado. Si esta
alternativa muy improbable entrara en juego, lo más probable es que se
desencadene una guerra.
Como podemos ver, nada garantiza que el
próximo movimiento social sea revolucionario. En todo caso, contribuirá a
desenmascarar definitivamente el ciudadanismo, y puede que abra una nueva vía
para retomar el muy viejo proyecto de transformar el mundo, más allá del Estado
y del capital.
V. Ciudadanismo y revolución.
Todo el viejo movimiento revolucionario
se basaba en el hecho de que los obreros tomasen las riendas del modo de
producción capitalista, del que se sentían virtualmente dueños, visto el lugar
efectivo que ocupaban en la producción. La automatización y la precarización de
los años 70 han pulverizado ese lugar efectivo, que correspondía a una
verdadera relación entre el proletariado y la producción. Algunos radicales,
como los de la Encyclopédie des Nuisances o G. Carmatte (de Invariance),
intuyeron o teorizaron dicha transformación. Sin embargo, no podían salir de la
antigua concepción de la revolución sin abandonar la revolución misma, y de
hecho es lo que ocurrió.
La Internacional Situacionista tan sólo
preconizaba que "se emplearan mejor las fuerzas productivas" para
crear situaciones mediante los consejos obreros. No vieron (pero, ¿cómo verlo
en aquel momento?) que el modo de producción capitalista era capitalista y la
automatización que ellos preconizaban no era un medio para liberar tiempo y
"vivir sin tiempo muerto y disfrutar sin obstáculos", sino tan sólo
un modo de extraer beneficio para el capital. Y tras la
"contrarrevolución" de los años 70-80, se han conformado con
identificar esa producción que los obreros no pudieron recuperar como fuente de
todos los males.
En lugar de percibir la desaparición del
viejo movimiento obrero como una nueva condición de un movimiento
revolucionario naciente, y sobre todo como una oportunidad para es movimiento,
lo han vivido como una catástrofe. De hecho fue una gran catástrofe para ese
viejo movimiento obrero, su certificado de defunción. La gran mayoría de la
generación posterior a los movimientos del 68 se ha perdido en el vacío
ocasionado por esa derrota. Y no pretendemos en absoluto reprochárselo, ya que
ni en un día ni en veinte años se puede olvidar una concepción vigente durante
un siglo.
Hoy en día, se puede empezar a efectuar
un balance. Desde 1995, hemos tenido el dudoso privilegio de poder observar
como se reconstruía una ideología sobre las ruinas de la revolución. Hemos
podido identificar rápidamente los nuevos aspectos de dicha ideología, pero
hemos tardado mucho más tiempo en percibir su talante arcaico, es decir, lo
determinada que estaba por la historia.
Anteriormente, hemos comentado que el
ciudadanismo acomodaba los restos del viejo movimiento revolucionario. El
ciudadanismo quiere ser hoy "reformista" porque en el fondo el viejo
movimiento revolucionario no constituía una superación del capitalismo sino su
gestión por parte de la "clase ascendente" que algún día se esperaba
que fuera el proletariado. La "gestión obrera" del capital se ha
convertido simplemente en "reparto de la riqueza" o " tasación
del capital", la producción ha ido desapareciendo en favor del beneficio,
del capital financiero y del dinero. Un eslogan francés proclama "De l'argent, il y en a, dans les
poches du patronat" [Dinero sí que hay, en los bolsillos de la
patronal]. Y es cierto, pero ¿en nombre de qué debería llegar ese dinero a los
bolsillos de los proletarios, perdón, los "ciudadanos"?
El viejo movimiento obrero, ya que no
pudo llevar a la realización de la comunidad humana, se reduce, de forma
obscena y reveladora, a conseguir parte de los beneficios capitalistas (aunque
es importante comentar que si "sólo" se le pide dinero al capitalismo
es porque sabemos que no podemos esperar nada más). Es sin duda motivo
suficiente para desalentar a un viejo revolucionario, uno de aquellos que creía
que podría construir un mundo mejor. Pero si la creencia de que se podía
construir ese mundo mediante la gestión obrera del capital ya era una ilusión,
también lo es creer que se puede obligar al capitalismo a compartir sus
beneficios para sumo contento de todos los "ciudadanos", si aceptamos
que su dinero puede darnos felicidad. El ciudadanismo aborda el centro de una
ilusión que tiene un siglo de antigüedad, y dicha ilusión, de hecho ya muerta,
está a punto de ser destruida.
"Todo es nuestro, nada es de
ellos", proclaman obstinados los manifestantes. Sin embargo, el capital,
esa masa de dinero que sólo pretende acumularse mediante la dominación de la
actividad humana, y por consiguiente, mediante la transformación de dicha
actividad según sus propias reglas, ha creado un mundo en el que "todo es
de él, nada es nuestro". Y no incumbe únicamente a la propiedad privada de
los medios de producción, sino también a su naturaleza y sus objetivos. El
capital no se conformó con apoderarse de todo lo necesario para que la
humanidad pudiera sobrevivir, lo que constituyó el primer paso de su dominación, sino que lo ha transformado, gracias a la
industrialización y la tecnología, de forma que actualmente casi nada se
produce para ser consumido sino sencillamente para ser vendido. Producir para
satisfacer nuestras necesidades no puede venir del capitalismo. No queda
prácticamente nada de la actividad humana precapitalista. El mundo se ha
convertido realmente en una mercancía.
El capital no es una fuerza neutra que,
"orientada" convenientemente, podría engendrar la felicidad de la
humanidad de la misma manera que provoca su perdición. No puede
"descontaminar de la misma manera que contamina", como pretendía un
ciudadanista ecologista, puesto que su propio movimiento lo conduce
ineluctablemente a contaminar y destruir, o sea, el movimiento de acumulación y
de producir para dicha acumulación pasa por encima de cualquier idea de
"necesidad", así como de la necesidad vital que supone para la
humanidad preservar su medio ambiente. El capital tan sólo obedece a sus
propios fines, no puede ser un proyecto humano. No existe "mundialización"
otra. Ante él no están las necesidades de la humanidad, sino la necesidad de la
acumulación. Si, por ejemplo, se dedica a reciclar, la rama que se cree para
ello hará todo lo necesario para tener siempre cosas que reciclar. El
reciclaje, que no es más que otra forma de producir materia prima, crea siempre
más desechos "reciclables". Además, contamina tanto como cualquier
otra actividad industrial.
Para evitar confusiones, es importante
que aclaremos que no compartimos la idea un tanto paranoica que ciertos
"radicales" difunden, según la cual el capital contaminaría para
crear un mercado de la descontaminación, o en cualquier caso que todo daño
causado por el capitalismo engendraría mercados para arreglar dichos daños,
como lo haría "un bombero incendiario". Existen no pocos daños que
nadie quiere reparar sencillamente porque su reparación no constituye ningún
mercado. Prueba de ello es que la mayoría de las veces los Estados deben asumir
solos el coste de las descontaminaciones, lo que puede conducir a una situación
conflictiva entre los Estados y las empresas, conflicto que se hace visible en
el debate "quién contamina / quién paga". La verdadera cuadratura del
círculo que el "capitalismo ecológico" debe resolver y lo que
realmente está en juego en las "reglamentaciones ecológicas" es
evitar los estragos y sobre todo los gastos, sin por ello ahuyentar a los
inversores.
Nunca se trata de no contaminar más, sino
de saber quién debe pagar cuando la contaminación es demasiado catastrófica y
visible. El supuesto "mercado de la descontaminación", contrariamente
al del reciclaje, no existe realmente, ya que el único beneficio que se puede
conseguir es el de conformarse con determinadas reglamentaciones y no supone
nada más que una carga para las empresas, carga que les conviene limitar lo
máximo posible. Nadie quiere descontaminar, como se pudo comprobar
recientemente en la Conferencia de la Haya.
Podríamos desarrollar todavía más este
tema pero sobrepasaríamos las intenciones de este texto. En cualquier caso,
queda claro que no se puede plantear una gestión "humana" de la
producción capitalista, y menos aún seguir con dicha producción tal como se
encuentra. Todo está por reconstruir. La revolución también será el momento del
"gran desmantelamiento" y el de la recuperación sobre bases inéditas
de la actividad humana, actualmente casi dominada por completo por el capital.
El viejo movimiento revolucionario
manifestaba el vínculo que unía capitalismo y proletariado. Hasta el más
explotado de los obreros podía sentirse depositario, a través de su trabajo, de
un mundo futuro en el que el trabajo dominaría al capital. El Partido era al
mismo tiempo una familia y el germen de un estado obrero, por lo que todos los
jefes sindicales podían sentirse vinculados a la comunidad obrera del presente
y del futuro. Las transformaciones del modo de producción capitalista de los
últimos veinte años han pulverizado todo esto y han generado la separación de
los individuos.
En el transcurso de su expansión, el
capitalismo tuvo que destruir las antiguas comunidades de origen campesino para
crear la clase obrera que necesitaba. Y justo después de haberla creado, debe
destruirla de nuevo, y se encuentra con el problema de integrar a millones de
individuos en su mundo. Los ciudadanistas proponen una respuesta
irrisoria cuando intentan recomponer el vínculo que unía antiguamente a la
"clase obrera" mediante otro que uniese a los "ciudadanos",
es decir, el Estado. La voluntad de reconstituir dicho vínculo a través del
Estado se manifiesta en el nacionalismo latente de los ciudadanistas. Se
sustituye el capital abstracto y sin rostro por figuras nacionales por el
bigote de José Bové o la rehabilitación del himno zarista en Rusia (por
supuesto que en este caso no se trata de ciudadanismo, sino de la manifestación
de un nacionalismo mucho más general e igualmente sin ninguna salida). Pero el
Estado sólo puede proponer símbolos y sucedáneos a esos vínculos, puesto que él
mismo está saturado de capital, para así decirlo, y tan sólo puede agitar sus
símbolos en el sentido que le dicta la lógica capitalista a la que pertenece.
Proponer al "ciudadano" como
vínculo manifiesta la existencia de un vacío, o mejor dicho, que incumbe ahora
al capitalismo, y únicamente a él, la tarea de integrar a esos miles de
millones de personas que se encuentran privadas de la comunidad. Y debemos
constatar que, hasta ahora, lo consigue a duras penas.
Sin embargo, se sigue percibiendo al
capitalismo como una fuerza exterior y hostil a la humanidad, ya sea porque la
priva de pan o porque la priva de "sentido". En las sociedades
capitalistas avanzadas esto se manifiesta mediante la fuga de individuos
separados hacia lo que los sociólogos denominan "la esfera privada",
es decir, el ocio, la familia o lo que queda de ella, la pandilla de amigos, etc.
De esta forma, se desarrolla lógicamente un mercado de la separación que se
materializa en las herramientas de comunicación-consumo. Pero en el mundo de
las mercancías, ese consumo del "estar juntos" acaba siendo un
"poseer solo" que vuelve a caer en la separación que en un principio
debía paliar.
El propio trabajo, que constituye siempre
la principal fuerza de integración del capital, se percibe cada vez más como
una obligación exterior y ya sólo sirve de un modo muy marginal para dibujar la
identidad de individuos cada vez más perdidos en la masa y cada vez más faltos
de identidad propia. En el momento en que las profesiones desaparecen y se ven
reemplazadas por funciones que no requieren ninguna competencia particular,
esta situación no es nada sorprendente. El "mundo del trabajo"
también se ha convertido en el de la incompetencia. Algunas personas perciben
esta dinámica de descalificación como algo decadente (y la dinámica de la
integración mediante el capital crea sus propios "bárbaros"
internos), pero también conlleva una desmoralización del trabajo, considerado
por todo el mundo como algo vacío de sentido, puramente arbitrario, una
obligación exterior, una explotación. La moral del trabajo que compartían
antiguamente burguesía y proletariado se está diluyendo en el movimiento de la
integración capitalista.
La integración capitalista (problema
central que tendremos que afrontar más adelante) se percibe cada vez como algo
más artificial, y en todos los casos, es muy problemática, y conduce a lo que
se podría denominar una neurosis de masa, relacionada con el sentimiento de
haber perdido todo el control sobre su propia vida. El próximo movimiento
revolucionario no podrá eludir esta constatación, ya que dicha impotencia, que
corresponde a lo que se denominó en otro tiempo alienación, forma parte
integrante de nuestra relación con el mundo capitalista.
VI.- "¡Proletarios del mundo, no
tengo ningún consejo que daros!"
No vamos a hacer el ridículo presentando
aquí lo que deberá ser el próximo movimiento revolucionario. Nadie puede
decirlo con certeza sin caer en una ideología de recambio. Aún y así, podemos
imaginar a partir de lo que ya existe lo que este movimiento podrá ser, es
decir, lo que en la situación presente es el germen de una situación futura.
La mundialización del capital y la
disolución de los capitales nacionales implican que se tratará de un movimiento
mundial, y no precisamente bajo la forma caricaturesca de una acción contra la
OMC o la CNUCED. No se tratará de ir a quemar Frankfurt o Bruselas, sino de
actuar contra el capitalismo tal y como aquí se presenta, donde nos
encontramos: porque aquí, donde nos encontramos, es dónde se juega realmente la
mundialización. La mundialización del capital también es la mundialización de
la lucha, y cuando se decide en Nueva York lo que se produce en México y se
empaqueta en Pas-de-Calais [una región en el norte de Francia], todo ataque
local tiene repercusiones globales.
La disolución de la conciencia de clase y
del viejo movimiento obrero, tienen también como consecuencia que cada uno se
encuentra solo en su vida, frente a la explotación y la dominación, de forma
simultánea. Ya no hay refugio posible, ni comunidad dónde replegarse. La
identidad que uno se construía a través del trabajo tiende a disolverse y ser
progresivamente sustituida por la esfera de lo privado, de la peña de amigos o
familiares, del ocio.
Pero con la masificación del ocio, la descomposición de la familia y la
brutalidad de las relaciones sociales, lo particular se encuentra constantemente
re-expulsado hacia lo general. El hombre moderno es un hombre público. Nunca, a lo largo de toda la historia de
la humanidad, las personas se han visto obligadas a pensarse de forma tan
global, en tanto que humanidad, a escala mundial. Esto implica a la vez
sufrimiento (por lo que se entiende fácilmente que algunos puedan sentirse
atraídos hacia Zerzan [teórico neo-primitivista de los EE.UU.] o Kaczinski [más
conocido como "Unabomber"], entre otras regresiones) y la condición
misma de la propia liberación. Los primitivistas quieren liberarse de la
humanidad, volver a la armonía primordial de la comunidad restringida y
aislada. Pero tal regreso es imposible. No hay afuera del capitalismo.
En 1860, Marx aun podía escribir en El
Capital: "Para reencontrar el trabajo común, es decir la asociación
inmediata, no es necesario regresar a su forma primitiva natural, tal como
aparece en los albores de todos los pueblos civilizados. Tenemos muy cerca un
ejemplo en la industria rústica y patriarcal de una familia de campesinos que
produce para sus propias necesidades (...)". Este "ejemplo" ha
desaparecido.
Toda la actividad humana, o casi toda,
está regida por el capitalismo, lo que lleva a algunos -Zerzan o Kaczinski, y
muchos otros- a añorar los "buenos viejos tiempos", sean
primitivo-funcionales o patriarcal-artesanales. Pero ninguna de estas formas de
organización social supo resistir al capitalismo, por lo que nos parece muy
difícil que puedan constituir su futuro, a menos que se postule una naturaleza
de la humanidad cuya manifestación serían estas formas, y también una
autodestrucción del capitalismo (es decir, del mundo) en una catástrofe tras la
cual podrían con toda comodidad volver a ocupar su lugar, momentáneamente
usurpado. Pero esta "autodestrucción" del capitalismo, también sería
la nuestra, por lo que debemos plantearnos el futuro a partir del capitalismo,
nos guste o no.
Hemos visto que la globalización de los
individuos desborda considerablemente los límites del trabajo asalariado. Cada
uno de los aspectos de la vida está sometido a esta globalización, con lo que
cada uno de los aspectos de la vida pedirá ser transformado unitariamente.
Dicho de forma más llana, hoy no se puede cambiar nada sin cambiarlo todo. Esta
será la principal condición de la revolución venidera.
De forma muy concreta, cada problema que
heredaremos del capitalismo, no podrá resolverse más que a escala de una
sociedad entera. Residuos nucleares, transportes, agricultura, todo esto nos
llevará a decisiones y modos de organización que deberán ser tratados
globalmente, fuera de la propiedad privada y de la división jerárquica del
trabajo. Y no se tratará sólo de trabajo. El "mundo sin fronteras" que el
capitalismo ha creado para la mercancía será efectivamente un mundo sin
fronteras para la humanidad. No habrá derecho de aduanas.
Dejaremos para más adelante la necesidad
de desarrollar todo lo que esto implica. También podríamos analizar lo que
podrían ser las formas de organización que las personas adoptarían, pero la
enorme cantidad de problemas prácticos que pueden llegar a plantearse será tal
que deberán ponerse en práctica necesariamente soluciones inéditas y sin duda,
marcadas a menudo por la urgencia. La iniciativa individual será quizás
entonces tan importante como el consenso general, a sabiendas de que son
irremplazables entre sí. El debate queda abierto, y también es respecto a todas
estas preguntas, que debemos "saber esperar".
VII.- Conclusión provisional
Hemos intentando evocar en este texto los
principales límites y debilidades del ciudadanismo. Queda claro que no se trata
solamente de límites o debilidades "teóricas", sino muy reales y que
le resultarán fatales a corto o largo plazo.
Tampoco se trata de quedarse sentado de
brazos cruzados, "esperando" a que el ciudadanismo se derrumbe,
dejando lugar mágicamente a la revolución. Sin duda, a este movimiento todavía
le quedan muchos recursos, es capaz de adaptarse a nuevas condiciones. Pero
hemos precisado aquí a qué "condiciones" no sabrá adaptarse. En
cualquier caso, no hemos hecho más que esbozar la crítica, que otros
proseguirán.
Otra pregunta a la que hemos tratado de
responder, es aquella que trata la forma de abordar la crítica. Demasiado a
menudo, algunos revolucionarios critican a los que consideran reformistas, bajo
el único pretexto de que no son revolucionarios. Eso es presentar el debate
como si se tratara de un simple debate de opiniones, en definitiva iguales o
igualmente vacías: palabras vacías frente a la todopoderosa realidad objetiva
del mundo. De proceder así, se puede defender cualquier cosa: preferir los
indios de Zerzan a los cowboys de Kaczynski, el Renacimiento a la sociedad
industrial, los proletarios con gorra a los jóvenes raperos con Nike.
El próximo movimiento revolucionario,
también deberá hallar su propio lenguaje. Probablemente no se expresará en los
términos que aquí se emplean, que son los de una cierta tradición teórica. El
lenguaje teórico que empleamos, es una herramienta para comprender la
revolución que vendrá, pero no es esa revolución. Deberemos salir del empleo
mágico-afectivo del lenguaje, que es el lenguaje de la alienación
contemporánea, el lenguaje de los que no tienen ningún poder práctico sobre el
mundo y que no puede, por lo tanto, hacer otra cosa que soñarlo. Solamente los
que no tienen ningún poder sobre el mundo pueden decir lo que sea sin miedo a
ser desmentidos, ya que saben que su discurso carece de consecuencias.
En el mundo de la integración
capitalista, ya no hay ni verdad ni mentira: sólo sensaciones efímeras. Y
debemos dejar de temer a la verdad. Sí ocurre a menudo que percibimos la
voluntad de decir la verdad como una dominación -un "fascismo", una
voluntad de hegemonía del discurso- es porque en el mundo capitalista sólo los
que dominan pueden pretender decir la verdad, ya que son ellos quienes la
crean, quienes detentan el monopolio de la "palabra verdadera". Pero
esta verdad es tan manifiestamente falsa, y nuestra impotencia a la hora de
contestarla tan aplastante, que acabamos asqueados de cualquier tentativa de
buscar la verdad: finalmente terminamos dudando de la posibilidad de poder
decir cualquier cosa cierta, es decir, en la medida de nuestras posibilidades,
hacer inteligible el mundo en que vivimos.
En lo arbitrario del espectáculo, todo es
cuestión de "puntos de vista". Desde "su punto de vista, cada
uno puede a la vez tener razón o no tenerla, y la indiferencia liberal respeto
al otro se manifiesta en el respeto a todas las "opiniones".
La llamada "revolucionaria" a
la subjetividad, residuo del surrealismo y del situacionismo vaneigemista
[Vaneigem era miembro de la Internacional Situacionista], es hoy más
reaccionaria que nunca, cuando el capitalismo mismo llama a la separación
gozosa: "Soñad, nosotros haremos el resto". Al contrario, debemos
hallar de nuevo un lenguaje común. Sólo podremos realmente construir nuestra
subjetividad siendo capaces, junto a otros, de captar la objetividad del mundo
que compartimos. Entender es dominar, luego poder cambiar el mundo. Empezar a
tratar de entender es reestablecer la comunicación con aquello que nos rodea,
quebrar el hielo que nos separa.
No hemos criticado a los ciudadanistas
porque no tengamos los mismos gustos, los mismos valores o la misma
subjetividad. Y tampoco hemos criticado a los ciudadanistas en cuanto personas,
sino al ciudadanismo en cuanto falsa conciencia y en cuanto movimiento
reaccionario, como se decía antes; es decir, como movimiento que contribuye a
ahogar lo que todavía sólo está en germen. Lo hemos criticado históricamente, o
al menos esa era nuestra intención. Tanto es así que no dudamos que una gran
cantidad de personas, empalagadas por las contradicciones del ciudadanismo en
su loable deseo de actuar sobre el mundo, se unirán un día a aquellos que
desean transformarlo realmente.
No somos ni más ni menos "radicales"
que el momento en el que nos encontramos.
Publicado originalmente "en attendant"; 5, rue de
Four; 54000 Nancy; en_attendant@hotmail.com.
Traducción al castellano publicada en el nº 23 de los folletos Etcétera.