08 enero, 2017

La izquierda reformista, la retórica democrática y la transición al neofascismo. Apuntes sobre el caso español - Enrique Castells Turia


Introducción

Lenin decía que cuánto más democrático era un país capitalista, más se encontraba su parlamento  sometido a los intereses de la bolsa y de los banqueros. Frente a esa democracia de los banqueros, las elites y la oligarquía, Lenin creía en la posibilidad de una democracia participativa, popular y que diera  poder a las mayorías, una democracia, eso sí, incompatible con el sistema capitalista y con sus instituciones democráticas, que debían ser utilizadas únicamente como tribuna de denuncia del capitalismo y para difundir las ideas revolucionarias entre los trabajadores. Las palabras de Lenin contribuyeron en su momento a profundizar una dura guerra ideológica sobre la naturaleza de la  democracia, que un siglo después se ha saldado con la derrota –aparente– del revolucionario ruso y de su escuela –considerada «dictatorial»–, dejando libre el camino para el reinado absoluto de la  ideología democratista que suele ir acompañada de una abundante retórica ciudadanista.

Un siglo  después de las reflexiones de Lenin la legitimidad política viene determinada por la certificación de democrático, hasta el punto de que,  si antes los golpes de Estado y las guerras  eran    contra el «peligro  comunista», hoy se justifican para defender la democracia y los derechos humanos fuera de occidente: así, las embestidas fascistas recientes en Ucrania o en Venezuela pretenden  legitimarse recurriendo a la retórica democrática, al igual que  antes se hizo con la «primavera árabe», las «revoluciones de colores» y tantas otras.

Para los pueblos agredidos por las bombas de los humanistas otánicos, el democratismo se ha  convertido por derecho propio en la  ideología de la conquista imperialista del mundo y en coartada para justificar las guerras “humanitarias”: como denuncia sarcásticamente el intelectual camerunés Jean Paul Pougala, «si la democracia del sufragio universal fuera algo maravilloso, nadie duda de que occidente preferiría conservarla e incluso esconderla como un secreto militar, con el fin de utilizarla como ventaja sobre  los otros pueblos del planeta» (1).

¿Existe la democracia? ¿Qué es una democracia? ¿Y una dictadura? ¿Pueden coexistir la democracia y el fascismo simultáneamente? La ideología democratista define a la democracia como  lo contrario de la dictadura –de derechas o de izquierdas– así como del fascismo, y además afirma que  la democracia representa nada menos que «la  voluntad de la ciudadanía» o la «voluntad de la mayoría».

La rudimentaria lógica de estas grandes definiciones se desvanece en el momento en que se analizan problemas concretos: si la democracia es la «voluntad de la mayoría», aquellos que atacan a los partidos de gobierno –que han sido votados por esas mismas mayorías ciudadanas– por realizar  determinadas políticas, atacan, en realidad, la «voluntad de la mayoría» y por tanto están adoptando un cariz antidemocrático y dictatorial. Si se observa el escenario internacional, dos ejemplos recientes muestran lo inconsistente e irreal de la definición vulgar de la democracia.

En el caso de Venezuela, para los grandes medios de comunicación privados, para la oligarquía de  este país y otros grupos opositores, así como para Estados Unidos y muchos  gobiernos  occidentales, el gobierno del  presidente Nicolás Maduro es una dictadura –o un gobierno «autoritario»–, a pesar  de que  dirige una corriente política –el chavismo o socialismo bolivariano–  que ha vencido en 18 de las 19 convocatorias electorales de los últimos años, realizadas además con la normativa democrática considerada correcta: la occidental, pluripartidista y liberal. Pero el chavismo implantó algunas  innovaciones que desagradaban a los puristas de la democracia: en  primer lugar, protegió las riquezas públicas –especialmente  el petróleo– de la voracidad de las multinacionales occidentales; destinó una gran  cantidad de fondos públicos para amplios programas sociales que beneficiaron a las masas  tradicionalmente excluidas; expropió algunas propiedades privadas; estableció  estrechas relaciones   de amistad con «dictaduras»: Fidel Castro de Cuba, Lukashenko de Bielorrusia, Gadafi de Libia, Al Assad de Siria;  trató de facilitar el acceso a cuotas de poder a la gran masa de desposeídos y explotados  de Venezuela mediante la creación de  organizaciones populares y les garantizó su apoyo  a través del Estado y, finalmente, cuando harta de perder todas las batallas  electorales la  oposición  perdió la paciencia y decidió emprender acciones violentas para derribar al gobierno, éste empleó a las organizaciones populares de defensa, al ejército y a las fuerzas policiales leales  –a la violencia, por emplear la palabra correcta– para defender el sistema democrático del pueblo venezolano, reprimiendo a la oposición violenta. Por ello,  a pesar  de todas las victorias electorales obtenidas, de forma inevitable, para los grandes grupos mediáticos que crean la opinión pública mundial, la democracia venezolana pasó a considerarse como una sangrienta dictadura que no respeta los derechos humanos y que debe ser derribada urgentemente para  regresar a la democracia.

En el caso de Ucrania muchos han visto triunfar –como anteriormente hicieran con Libia y otros ejemplos– la supuesta voluntad democrática radical de los ciudadanos movilizados frente al poder  gubernamental que es descrito por los medios de comunicación como antidemocrático y dictatorial, a pesar de que la elección del presidente ucraniano derribado y de su gobierno se había realizado estrictamente según la normativa de la democracia occidental. La opción europea y otanista de la  junta golpista ucraniana viene a reafirmar la identidad entre democracia y Unión  Europea, que para  muchos ciudadanos son simples sinónimos.

Aunque muchas veces tenga intenciones muy diferentes, la izquierda reformista europea también está situada en las coordenadas ideológicas del democratismo. Considerando anacrónico y superado al pensamiento de Lenin  y de Marx, o al menos el que plantea la necesidad de sustituir el capitalismo por el socialismo –a pesar de la buena voluntad de muchos de sus militantes–, no entra en las pretensiones de esta izquierda encontrar una salida al sistema capitalista e imperialista, sino simplemente respuestas a la crisis económica, defendiendo políticas que, quiméricamente, permitan volver a los «buenos tiempos» del capitalismo y a la recuperación del corporativismo social plasmado en un Estado del bienestar que la crisis inexorablemente está disolviendo. Cargando las tintas con  juicios morales sobre lo injusto e inhumano de las políticas de austeridad y los recortes sociales, la izquierda reformista prioriza su actuación en  las  instituciones del sistema desde  donde se esfuerza en encontrar soluciones técnicas a la crisis económica mientras impulsa su acción política con llamamientos a una  nueva ética capitalista –redistributiva–, apelaciones a la justicia social y quejas contra la corrupción que dañan el funcionamiento democrático del sistema. Toda su ideología gira  alrededor del democratismo: desde lo que se ha dado en llamar «democracia económica» como alternativa a las «políticas de derechas» hasta las propuestas de perfeccionamiento de las formas e instituciones del  sistema, sin  modificar su  esencia, para «profundizar» o «regenerar» la democracia. Estas serían las curas de urgencia que se proponen como remedio a la crisis capitalista y en beneficio de  lo  que  esta izquierda etiqueta como «ciudadanía» –ya no está de moda  hablar de clase obrera y de capitalistas–, etiqueta que tanto podría aplicarse a un desempleado de larga duración como a la  élite selecta  de ejecutivos de las empresas que cotizan en la bolsa.

¿Estos primeros auxilios democratistas son eficientes? Es muy dudoso: lo que se conoce como  sistema democrático internacional esconde, en realidad, un funcionamiento propio de la mafia donde Estados Unidos ejerce de padrino, de “capo” indiscutible del crimen organizado. La democracia occidental es la tapadera ideológica del capitalismo corporativo de las grandes multinacionales, de los poderes financieros desorbitados y de los  organismos clandestinos de los Estados que conforman un  imperialismo agresivo, bestial y salvaje, desprovisto de cualquier moralidad más que la de saquear a los pueblos y mantener bajo control a los trabajadores. Esta amalgama de las finanzas, el poder militar, poder policíaco, poder mediático y poder ideológico, hegemonizado por Estados Unidos y su corte de  aliados que se pelean por las migajas del botín, no duda en exterminar a pueblos enteros al tiempo que dicta a través de sus grupos de presión clandestinos las políticas de los gobiernos así como las preferencias de los votantes en cada convocatoria electoral mediante el inmenso poder de sus medios de desinformación y sus intelectuales orgánicos. Tan sólo se permite la alternancia de partidos, es decir, de gestores con matices diferentes, y se tolera la existencia de ciertos derechos mientras no entren en conflicto con  los intereses de los verdaderos poderes. ¿Es posible en estas circunstancias «profundizar la democracia» o en pensar en «otra» democracia?

En el discurso dominante de las izquierdas mayoritarias así como de muchos movimientos sociales  –aceptando que en gran parte está cargado de buenas intenciones–, ya no se habla de luchar por las conquistas democráticas concretas como una palanca que  impulse la salida del sistema y el avance hacia el socialismo: por el contrario, entre la izquierda reformista y democratista se sigue  promocionando la idea de que existe una democracia abstracta y absoluta, una democracia políticamente neutra –desechando la “anticuada” descripción de la democracia capitalista como una institución ideada para perpetuar el dominio de la oligarquía–, una  democracia dentro del  sistema que permitirá hacer «políticas  favorables a las  mayorías». La izquierda reformista y algunos movimientos sociales interpretan que las instituciones democráticas representan el interés general de la «ciudadanía» pero están «secuestradas» por los grandes poderes económicos privados –los  «mercados»–,  y por ello  el  poder financiero es  denunciado como responsable de  todos  los  males sociales  y  de  las  políticas  neoliberales y de austeridad: no se critica al sistema y en su lugar se ataca a sus «manzanas podridas»: el banquero avaricioso, especulador o corrupto que  somete a los  gobiernos a su voluntad debido a supuestas  «insuficiencias democráticas». La figura del tiburón de las finanzas emerge como un espectro atemorizador que personifica todos los males de la sociedad, a pesar de que esta izquierda recibe puntualmente suculentos créditos bancarios para esas megafiestas democráticas que  representan  las  sucesivas campañas electorales.

Desde  algunos movimientos sociales se defiende la  idea, además, de  que  el  1%  de  la población  –básicamente los banqueros– ha «secuestrado» la democracia al 99% restante, los «ciudadanos». Según este razonamiento, las crisis capitalistas se podrían evitar si no fuera por individuos inmorales que se aprovechan de la «ciudadanía»: encarcelando a algunos banqueros y controlando al poder financiero, el capitalismo volverá a humanizarse y se acabará la crisis, iniciando una nueva fase de consumo. 

En  realidad, el  democratismo de la izquierda reformista y de algunos movimientos sociales es un aspecto particular del discurso político y mediático general, sobresaturado de retórica democrática. Es un discurso que no permite percibir con claridad una realidad definida por la transformación de la democracia en neofascismo.

(1) Jean-Paul Pougala: Otra visión sobre China. http://ciutadansperlarepublica.blog- spot.com.es/2012/03/otra-vision-sobre-china_19.html
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El texto completo puede descargarse aquí: 

4 comentarios:

  1. Hombre, el comunismo soviético es dictadura en cuanto que se declara dictadura hay no hay más. Si se declarasen democ-ratas nadie les llevaría la contraria.
    Que las democracias encubren dictaduras 100%. Que la dictadura cubana es más democrática que la democracia americana seguro. Que la dictadura china es más democrática que la democrácia española no lo dudo; en españa manda el IBEX. Que las democracias son una farsa desde que se estableció la asamblea nacional francesa en 1789 te lo aseguro.
    Hoy en día la democracia está en entre dicho, pero sigue gozando de fama, porque es una fama etimológica. por el concepto de democracia y gobierno del pueblo.
    El problema es que hay formas de hacer democracias verdaderas y hablo en plural pero todas son minadas desde dentro. Son los propios agentes políticos que salen del pueblo los más interesados en formar parte de las élites dominantes. Solo hay que ver potemos.
    Salud!

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    1. Pues debo ser muy torpe, pero no entiendo la línea de tu argumentación ni qué quieres decir.

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    2. Quiero decir que la solución a los problemas de la democracia no es una dictadura por mucho que nos digan los compañeros comunistas. Si los comunistas no han avanzado en sus teorías como para superar la fase dictatorial mal vamos. Muchos ya lo han hecho, otros siguen con el run run de estalin. En fin...
      Salud!

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  2. Hecha la ley...
    Para mi la democracia es y ha sido siempre una mentira como sistema de gobierno, aunque ideal para una pequeña comunidad en la que todos se preocupan los los problemas que saben propios.

    Recordemos a demócratas "de toda la vida" como Fraga, Suarez, Aznar... y entenderemos qué es realmente la democracia y que solo sirve para callar voces y ahogar protestas. Hoy día se tortura y se asesina en nombre de la democracia, aquí, en nuestro propio país.

    Salud!

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