29 marzo, 2017

¡No toquen a Venezuela!

En Venezuela está desarrollándose ante nuestra mirada el mismo guion chileno que impuso el neoliberalismo mediante un golpe de estado.
Chile siempre se ha presentado como un “milagro económico”. ¿Es una forma de relativizar los crímenes del fascismo implementadas a la luz del día en la década de 1970? Y también hubo otros responsables menos conocidos en la sombra: los “asesinos financieros” del FMI y sus ideólogos, los Chicago Boys. Pero lo que para unos es un milagro, para otros es una maldición. A finales de marzo, 2 millones de personas han salido a las calles para exigir el fin de las AFP (el viejo sistema de pensiones heredado de la dictadura de Pinochet).

Como en el caso chileno, la oligarquía importadora venezolana, que importa y monopoliza determinados productos con el fin de sembrar el descontento en la población, puso en marcha un verdadero sabotaje económico. Pero eso ha durado demasiado tiempo, y el pueblo no se ha quedado de brazos cruzados. Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) han demostrado ser una solución creativa y eficaz, frente a las puñaladas traperas de toda clase que atraviesa la Revolución Bolivariana.

Mientras tanto, siempre se presenta a Venezuela como un país sumido en la pobreza, en la que nada funciona y donde no se encuentra nada que comer. Es el espejo invertido del “milagro chileno”. Qué curioso, porque a diferencia de Chile, Argentina o Brasil, en Venezuela la mayoría del pueblo apoya al gobierno, como lo muestran las encuestas.

Como siempre, la realidad es mucho más compleja. No tengamos la memoria corta. Después de la desaparición física de Chávez, la derecha mostró qué camino iba a andar: el no desconocimiento de los resultados de las elecciones de 2013, el llamado a derrocar al gobierno por la violencia (Operación La Salida), la campaña de amnistía al verdugo Leopoldo López y, más recientemente, el llamado a la destitución del presidente Maduro.

Sus declaraciones estruendosas ya son incontables. La última “hazaña” de la oposición venezolana ha sido apelar a la intervención extranjera para poner fin a la Revolución. Pretende que la Carta Democrática de la OEA (“Organización de los Estados Americanos” con sede en Washington) tendría un “valor superior” que la Constitución Bolivariana de 1999. Sin embargo, eso equivale a transformar a Venezuela en un protectorado, una semi-colonia del imperialismo de Estados Unidos. Las máscaras han caído. Ese proyecto es el de una derecha fascista. Una traición que debe ser denunciada.

La derecha latinoamericana está tratando de revivir el pasado neoliberal. Para hacer frente a la opresión y las amenazas de la oligarquía, hay que estudiar el pasado reciente y encontrar la inspiración para las nuevas batallas que hay que librar. La resistencia de los pueblos de Nuestra América tiene una explicación: sienten el orgullo de haber recuperado la soberanía con el “No al ALCA” de Chávez. Por ello, la confianza y el optimismo en la capacidad de los pueblos a decidir su futuro por sí mismos serán cada vez más difíciles de detener. En palabras del Che, “a partir de ahora, la historia tendrá que contar con los pobres, los explotados y vilipendiados de América Latina (…) Es una ola que no se va a parar”.

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26 marzo, 2017

EL MITO DEL AMOR – Carlo Frabetti


La explotación de la mujer por el hombre no solo es la primera de las explotaciones y el origen de todas las demás, como señaló Engels, sino que es el fundamento mismo de nuestra cultura (y de casi todas las culturas que ha habido a lo largo de la historia).

Algunos sociólogos conservadores, como Steven Goldberg, hablan de la “inevitabilidad del patriarcado”: dado que los hombres son más fuertes y más agresivos que las mujeres, y por tanto más competitivos, siempre han ocupado y siempre ocuparán los puestos sociales de mayor prestigio y poder (6).

Seguramente, en el marco de una sociedad basada en la explotación y la competencia no puede ser de otra manera; y, de hecho, hasta ahora nunca (o casi nunca) ha sido de otra manera. Lo que Goldberg y sus seguidores no tienen en cuenta es que, como seres racionales que somos, podemos y debemos aspirar a una sociedad basada en la colaboración, y en una sociedad colaborativa la fuerza bruta y las hormonas ya no serán determinantes (en el sentido determinista, valga la redundancia). Que los hombres tiendan a la agresividad y a la competencia no significa que siempre tengan que comportarse de una forma brutalmente agresiva y competitiva, ni que la fuerza tenga que prevalecer necesariamente sobre la razón.

Nuestra conducta, como la de todos los animales, obedece a tres pulsiones básicas: el hambre, la libido y el miedo. Y, como todos los animales gregarios, nos agrupamos para aumentar nuestras probabilidades de conseguir comida, sexo y protección. Por eso nos debatimos entre dos tendencias antagónicas: la colaboración y la competencia; como vivimos en el “reino de la necesidad” y algunos bienes son escasos, colaboramos para obtenerlos y competimos al repartirlos. El binomio colaboración/competencia se manifiesta a todos los niveles, desde el más restringido núcleo familiar hasta las más amplias organizaciones sociales, y hasta ahora, en general, ha prevalecido la competencia sobre la colaboración (en este sentido, es muy significativo que para la Biblia la historia de la humanidad comience con un fratricidio, y que el mito fundacional de Roma gire alrededor de otro). Pero siempre ha habido (al menos desde que Buda propugnara el desapego y el “amor compasivo”) una corriente de pensamiento y de acción tendente a dar prioridad a la colaboración sobre la competencia. La Edad Contemporánea se inauguró precisamente con un hito fundamental de esa corriente: una revolución cuya consigna era “libertad, igualdad, fraternidad”, y cuyo legado culminaría en el socialismo científico de Marx y Engels.

La sexualidad nos impone formas de colaboración y de competencia especialmente intensas. En el terreno sexual, los bienes apetecidos son, normalmente, otros individuos de la misma especie: el apetito, a nivel específico, se vuelve autorreferente, con todas las complejidades (bien conocidas por los lógicos y los matemáticos) que ello implica.

La relación sexual es, al menos físicamente, la más íntima de las relaciones y, gracias al regalo evolutivo del orgasmo, la fuente del placer más intenso. No es extraño, por tanto, que este tipo de relación (o la expectativa de mantenerla) refuerce poderosamente el sentimiento de solidaridad intraespecífica y cree un vínculo muy estrecho. En nuestra cultura, ese sentimiento reforzado por la sexualidad suele dar lugar a la formación de parejas estables que, a su vez, se constituyen en familias nucleares.

Pero cuando la pareja es heterosexual, que es el caso más frecuente, la más estrecha colaboración intraespecífica coexiste con la solapada (o abierta) competencia intergenérica, puesto que uno de los miembros pertenece al género dominante y el otro al género sometido. ¿Cómo se concilia la relación amorosa con el sometimiento? Nuestra condición de mamíferos hiperdependientes (al contrario de lo que ocurre en las demás especies, los cachorros humanos dependen de sus progenitores durante años) nos brinda la fórmula sin necesidad de salir del propio núcleo familiar: la relación de los niños con sus padres es a la vez de afecto y de sometimiento, sin que ello genere, en la mayoría de los casos, conflictos insuperables; por lo tanto, basta con “filializar” a la mujer, situarla en un plano de dependencia material y moral con respecto al hombre, para que en una pareja heterosexual puedan coexistir el afecto y el sometimiento. El problema es que, así como la dependencia del niño es una realidad impuesta por la naturaleza, la dependencia de la mujer es una artimaña cultural mediante la que una parte de la humanidad somete a otra, lo que inevitablemente genera una tensión en muchos aspectos (si no en todos) equivalente a la lucha de clases. Y para aliviar esa tensión intergenérica, nuestra cultura ha inventado (o reforzado extraordinariamente) el mito del amor.

Los cuentos infantiles, los tebeos, las canciones, las películas, las novelas, la poesía, las crónicas de sociedad, los seriales radiofónicos y televisivos, la publicidad... Desde la más tierna infancia, la cultura popular y la cultura de masas en todas sus manifestaciones, así como una buena parte de la denominada “alta cultura”, nos bombardean sin cesar con mensajes que exaltan el amor y lo presentan como el bien supremo, la máxima aspiración de todos los hombres y las mujeres “normales”; nuestra condición de mamíferos dependientes, gregarios, hipersexuados (somos los únicos animales que están en celo permanentemente) y orgásmicos hace el resto, por lo que no es extraño que el amor sea el mito nuclear de nuestra cultura (7). Un mito alrededor del cual se articula toda una religión amorosa, cuya principal función es la de “religar” al hombre y la mujer por encima (o por debajo) de su pertenencia a clases enfrentadas.

La índole mítica (“religiosa”) del amor es tan fácil de demostrar como difícil de aceptar; en contra de todas las evidencias, la mayoría de la gente considera que enamorarse es algo superlativamente personal y electivo, cuando en realidad el enamoramiento se parece más a un reflejo condicionado que a una elección propiamente dicha (en este sentido, es muy significativo que Romeo y Julieta se conozcan y se enamoren en un baile de máscaras: la máxima intensidad sentimental con el mínimo de información real, puesto que el enamoramiento es un acto de fe, la irracional creencia de que nuestros impulsos eróticos, condicionados por la educación y las experiencias infantiles, responden a algún tipo de inspiración divina o de sabiduría superior). Por eso la mayoría de los proyectos amorosos fracasan total o parcialmente (la rutina y la resignación no dejan de ser fracasos), y a menudo desembocan en la agresividad; por eso el amor está “a un paso del odio”.

Una doble metonimia contribuye a la perpetuación del mito (a la vez que lo identifica como tal). En primer lugar, tendemos a reducir el término “amor” a su estricto sentido erótico; solo en algunas expresiones poco coloquiales y de resonancias evangélicas, como “amor al prójimo” (o en referencia a objetos no humanos: amor al arte, amor a los animales, etc.), se utiliza la palabra “amor” en un sentido no sexual; por lo demás, se suele distinguir de forma muy clara entre el amor y la amistad, e incluso se los considera mutuamente excluyentes.

En segundo lugar, se suele identificar al objeto del sentimiento amoroso con el sentimiento mismo: la expresión “amor mío” (mon amour, my love, amore mio, meu amor, meine Liebe...) es probablemente la más universal de las metonimias. El sentimiento precede al objeto y lo envuelve, lo aureolea, lo sublima, lo mitifica.

Solo así se explica que la inmensa mayoría de las personas intenten establecer, sobre una base casi siempre insuficiente, una clase de relación que en el marco de nuestra cultura patriarcal es tan difícil como traumática. Y además de ser una de las principales causas de sufrimiento, el mito del amor es uno de los mayores obstáculos en nuestro camino hacia una sociedad libre, puesto que exalta la dependencia y la posesividad hasta extremos rayanos en el delirio (baste pensar en la ferocidad de los celos, el implacable “monstruo de los ojos verdes” de Shakespeare). Cuando Marx dijo que la religión es el opio de los pueblos, se olvidó de añadir que, de todas las religiones, la más arraigada y peligrosa es el culto a Eros.


(6). Steven Goldberg expuso su polémica tesis reduccionista en el libro The Inevitability of Patriarchy (1974), y veinte años después publicó una nueva versión revisada, pero sustancialmente idéntica a la anterior, con el título Why Men Rule (1993). Hay traducción al castellano de la primera versión: La inevitabilidad del patriarcado (Alianza, 1976).


(7). En los años setenta publiqué varios artículos sobre el tema del amor como mito nuclear de nuestra cultura (sobre todo en las revistas Ajoblanco y El Viejo Topo). Uno de ellos, titulado Contra el amor, ha sido reproducido en numerosas ocasiones y es fácil encontrarlo en Internet. También he abordado el tema en mis libros La amistad desnuda (Lengua de Trapo, 2005) y El libro infierno (Alfaguara, 2002).

24 marzo, 2017

Arrasando impunemente el país - La mina de uranio que amenaza al campo charro

Iñaki Etxarri 20/02/2017



Zona ganadera por excelencia, de gran valor ecológico y que ve, en buena parte, como su estilo de vida se verá seriamente alterado por la mina que ya construye la multinacional minera australiana Berkeley, que logró la concesión en 2011.

Dudas sobre la concesión de la mina en 2011

Una concesión, la de la mina 'Retortillo-Santidad', sobre la que existen serias dudas y acerca de la cuál planea la sombra de la corrupción y el cohecho.

Los dos concejales del PP en Retortillo, Andrés Matías y Eustaquio Martín, trabajan para Berkeley, y el que fuera alcalde, Javier Santamartina, también del PP, vendió en 2012 una finca de su propiedad a la compañía minera por 197.000 euros, el doble de su precio de mercado para instalar allí sus oficinas. Esta operación se cerró meses después de que la minera iniciara la tramitación de los permisos ante la Junta y ante el propio Ayuntamiento.

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¡Fascismo en Retortillo!
¡Qué asco y qué mierda ha traído Berkeley al Campo Charro! Ha dividido a sus gentes para sembrar un ambiente de ‘guerracivilista’ entre varios de sus pueblos por esas minas asesinas que serán las únicas de uranio a cielo abierto instaladas en Europa y sellarán la muerte de la comarca en breve plazo. Hoy, para que sean un realidad, los enormes bulldozer arrancan cada jornada decenas de encinas milenarias y cavan profundas pozas al lado del Yeltes y también de los baños del afamado balneario que tiene en nómina a casi un centenar de trabajadores y en poco tiempo irán al paro. Porque se tendrá que ver obligado a cerrar las puertas debido a que su clientela busca una paz que no tendrá al lado de continúas explosiones, de trasiego de camiones y de inmensas balsas de ácido sulfúrico. Pero lo triste es que ya han comenzado los preparativos de las obras sin disponer aún de la totalidad de los permisos. ¿Se imaginan que un particular arranca una encina sin estar legalizado para ello y además en verano? ¡Directito a la cárcel!
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22 marzo, 2017

No hay una, sino dos Al Qaeda

Este es, de los 19 que lo componen, el capítulo 6 de la tercera parte del libro Yihad made in USA, de Grégoire Lalieu y Mohamed Hassan.



Capítulo 6
No hay una, sino dos Al Qaeda

Grégoire Lalieu –Dijiste que el pensamiento de Sayyid Qutb iba a encontrar cierta audiencia en Arabia Saudí, ese bastión del wahhabismo. Dicen que Mohammed Qutb, el hermano pequeño de Qutb, hubiera tenido como alumno a Osama Bin Laden y a Ayman al-Zawahiri. ¿El pensamiento de Sayyid Qutb inspiró a Al Qaeda?
Mohamed Hassan –Claramente. Por eso puede verse que los Hermanos Musulmanes y los yihadistas comparten una base ideológica común.

–Pero no concuerdan en todo. Zawahiri redactó una denuncia particularmente mordaz en contra de los Hermanos Musulmanes, ya que él estimaba que la solución política era una traición.
–Es principalmente en el método en lo que los Hermanos Musulmanes y los yihadistas no concuerdan. Sus dirigentes salen de las mismas clases sociales: pequeña burguesía, pequeños terratenientes, comerciantes, etc. y su principal enemigo son los Estados nacionalistas y laicos del mundo árabe. Ese enemigo es incluso el primero en importancia, por delante de las potencias imperialistas. Tanto es así que para combatir a los primeros no vacilan en aliarse con los segundos.

–¿Como en Afganistán, en los años 80, donde la CIA entrenaba a los yihadistas?
–Sí. Esa guerra de Afganistán ilustra la teoría del «Rollback» inventada en Estados Unidos en los años 50. Para el presidente Eisenhower y su Secretario de Estado, John Foster Dulles, ya no bastaba con contener la expansión del comunismo por el mundo; en adelante era necesario derribar a los gobiernos que eran cercanos a la Unión Soviética. Y ése era el caso del gobierno afgano en los años 70. La técnica se aplicó con éxito rotundo en Afganistán, donde la CIA enroló a la juventud musulmana no solo para echar al gobierno afgano, sino también para precipitar la caída de la Unión Soviética. El principal artífice de esa hábil maniobra fue Zbigniew Brzezinski, verdadero responsable de la política exterior de la Casa Blanca. Como él mismo confesó, la idea que acompañaba el entrenamiento de los yihadistas era soltar una bandada de mosquitos para forzar la intervención del oso soviético. «Haremos de Afganistan el Vietnam de los soviéticos», profetizaba Brzezinski.

–Y los jóvenes musulmanes ¿eran sensibles a los cantos de sirena de la CIA?
–Hubo una propaganda abundante sobre el tema: en nombre del Islam, hay que tumbar a un gobierno laico y por ello impío. Ese mensaje encontró cierto eco por varias razones. Primero, porque, aunque no tenían representación oficial en Afganistán, los Hermanos Musulmanes estaban presentes en la universidad de Kabul, donde difundían su ideología. Los servicios secretos de Pakistán estaban al tanto, pero veían la cosa con mucha benevolencia.
En Afganistán, los Hermanos Musulmanes no se contentaban con contrarrestar la influencia soviética en los campus. Participaban también en la destrucción de todas las infraestructuras creadas por el gobierno en materia de educación, de derechos de las mujeres, etc. Era una empresa muy reaccionaria. Eso creó un caldo de cultivo muy propicio a la llegada de wahabíes del estilo Bin Laden, que entonces pudieron introducir su atrasada religión en el conflicto afgano.

–Los combatientes no solo venían de Afganistán sino que provenían un poco de todas partes. ¿Cómo fue posible que el llamamiento  tuviera tanto éxito?
–Los Hermanos Musulmanes habían preparado el terreno, en Afganistán, pero la CIA y sus aliados  reclutaron en todo el mundo árabe e incluso en Occidente. Arabia Saudí y su red de mezquitas fueron una ayuda inestimable.
Para entender por qué tantos jóvenes respondieron a aquella llamada, también tenemos que considerar lo ocurrido en el mundo árabe durante los años anteriores a esa guerra de Afganistán. Para quitarse de encima el nacionalismo árabe, las marionetas de la región pusieron en marcha un proceso de islamización. Paralelamente, aplicaron una política de apertura económica que trajo consigo el empobrecimiento de una gran parte de la población. Entonces teníamos dentro del mundo árabe a un montón de jóvenes desocupados, totalmente ignorantes de la lucha de clases y a quienes solo se les hablaba de Dios y de la sharia. No solo no tenían nada que perder, sino que cuando se les llamaba a luchar por Alá, el mensaje les tocaba la fibra sensible.
Y por otra parte, a los gobiernos locales no les disgustaba  que aquellos jóvenes, a quienes consideraban como salvajes y a quienes no tenían ningún trabajo que ofrecer, se fueran a morir a tiros en nombre de Alá.

–A Occidente tampoco le disgustaba la idea, por lo visto...
–Fue el caso con Afganistán, allá por los años 80, y sigue siéndolo hoy con Siria. Los gobiernos occidentales no impiden a esos jóvenes que se vayan, pero los amilanan cuando regresan. O sea que esos jóvenes, considerados como ceros a la izquierda, solo sirven para irse a morir en el campo de batalla. Para nuestros políticos, es una manera útil de deshacerse de ellos.

–A menudo se suele repetir que no existe un perfil típico de esos jóvenes europeos que marchan a hacer la yihad a Siria. Hubo convertidos, hijos de familias relativamente adineradas, árabes nacidos en barriadas populares, musulmanes que pensaban participar en una acción humanitaria, otros que sentían dentro de sí un alma revolucionaria...
–No obstante, existe un punto común entre todos esos combatientes, en cierto modo algo que los relaciona con los demás jóvenes de Oriente Medio: sus respectivos gobiernos son incapaces de ofrecerles perspectivas de futuro. En Occidente nuestros gobernantes los han acosado, frustrado y discriminado. Y finalmente, los utilizan como carne de cañón para sus guerras. ¡Qué vergüenza!

–Volvamos a Afganistán. En los años 80, Estados Unidos ¿apoyó a los yihadistas?
–Para Estados Unidos era lo que se llamó una «alianza temporal». El enemigo de mi enemigo es mi amigo... ¡temporalmente! En cuanto cayó la Unión Soviética, Washington descorchó el champán y salió de Afganistán más deprisa de lo que había entrado. Claro está, Estados Unidos nunca imaginó las consecuencias de semejante operación.
Después de haber vencido a los soviéticos, Osama Bin Laden se sintió capaz de cualquier cosa. Creó una nueva  organización, Al Qaeda, con el objetivo de liberar a todos los países musulmanes por la vía de la yihad. Por los motivos que acabo de mencionar, el movimiento encontró numerosos adeptos entre la juventud musulmana. Pero conviene relativizar ese triunfo en comparación con el número total de musulmanes en el planeta. Hoy día, siendo los medios lo que son, los occidentales se imaginan que un feroz terrorista dormita en cada musulmán. La realidad es menos aterradora y menos seductora, claro está. En comparación con los mil quinientos millones de musulmanes que viven su religión pacíficamente, los que caen en el terrorismo representan un porcentaje relativamente insignificante.

–Y sin embargo, los medios no paran de hablarnos de Al Qaeda. Esa organización estaría o habría estado presente en el mundo entero.
–Bueno, el llamamiento de los yihadistas pudo encontrar a cierto número de adeptos un poco en todas partes del mundo musulmán. Pero los medios suelen hacer una amalgama con todos los movimientos o incluso con los actos yihadistas. Más allá del carácter sensacionalista e ideológico de esa propaganda, hay otra razón para ello. En efecto, un fenómeno particular ha surgido con Al Qaeda. Estos últimos años bastaba con que un terrorista hiciera estallar una bomba, fuera donde fuera en el mundo, y que reivindicase su pertenencia a esa organización para que se fantaseara sobre la potencia y extensión de su red. Inclusive tú mismo hubieras podido enviar unos sobres con una pizca de harina dentro y colgar un vídeo en You Tube para que los medios se excitasen acerca de la presencia de Al Qaeda en Bélgica...
Te darás cuenta además de que el nombre de Al Qaeda significa «la base». Con el transcurso de los años se ha vuelto una especie de base común para un sinfín de movimientos desparramados por el mundo entero, desde Filipinas hasta Mali, pasando  por Yemen o el Cáucaso.

–Se pueden añadir Libia y Siria a los países que mencionas, dos países que estaban en el punto de mira de la OTAN  Treinta años después de la primera guerra de Afganistán, ¿habrá pactado Occidente una nueva alianza con Al Qaeda?
–A mi parecer, hay que distinguir a dos Al Qaeda diferentes. La primera, la de Osama Bin Laden, veía más lejos que la punta de sus narices. Tras haber combatido a la Unión Soviética, aquella organización pensaba poder atacar a otra superpotencia: Estados Unidos.

–La implicación de la Unión Soviética era evidente en el caso de Afganistán. Pero ¿por qué a continuación Al Qaeda atacó a Estados Unidos?
En su estrategia guerrera, los yihadistas distinguen a dos enemigos: el próximo y el lejano. El enemigo próximo son los gobiernos locales dirigidos por musulmanes malos conforme a la visión de Sayyid Qutb que inspiró a los yíhadistas. El enemigo lejano son las grandes potencias que colaboran con los enemigos próximos.
Después de la guerra de Afganistán, que ocasionó la caída de la Unión Soviética, estalla la primera Guerra del Golfo en 1990-91. Saddam Hussein había invadido Kuwait y sus tropas estaban a las puertas de Arabia Saudí. Osama Bin Laden entonces le propuso a la familia real reclutar un ejército, pero los Saud prefirieron jugar la baza del aliado estadounidense y autorizaron a los GI de Estados Unidos estacionarse en Arabia Saudí para su operación Tempestad del Desierto. Para Bin Laden eso era un insulto. ¡Los Saud abrían de par en par las puertas de las tierras santas del Islam al ejército de Estados Unidos! En su famoso parte de febrero 1998, Osama Bin Laden y Zawahiri dicen claramente: «Desde hace más de siete años, Estados Unidos ocupa las tierras del Islam en los lugares más sagrados, la península arábiga, y saquean sus bienes, dan órdenes a sus jefes, humillan a su pueblo, aterrorizan a sus vecinos e intentan transformar sus bases en la península en bases destinadas a combatir a los pueblos  musulmanes vecinos».

De ahí que, más que nunca, los dirigentes de Al Qaeda pudieron mirar a los Saud como a un enemigo cercano. Pero también entendieron claramente que ese enemigo cercano sacaba su fuerza  del apoyo que le suministraba Estados Unidos,  un enemigo lejano. Por eso, era allí dónde había que asestar el golpe.

–¿En qué aspectos es diferente esa segunda Al Qaeda de la que hablas?
–Sus ex dirigentes como Osama Bin Laden o Zarqawi fueron eliminados por Estados Unidos. Pienso que hoy la Al Qaeda que existe nada tiene que ver con la antigua, y que conviene desmitificarla. Ya no es una organización, solo es un logo que agrupa a movimientos fragmentados como el frente Al Nusra y un montón de pequeñas organizaciones que se combaten unas a otras en Siria. Son más grupos terroristas que verdaderas organizaciones con una ideología. Y también, al parecer, esta nueva Al Qaeda ha abandonado su combate contra el enemigo lejano y ataca a enemigos cercanos como Libia y Siria o los dirigentes chiíes de Iraq.

–En  enero 2014, el nuevo líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, apelaba a los grupos presentes en Siria a dejar inmediatamente de com­batirse unos a otros. También declaraba que tenían que unirse en contra del «enemigo laico y confesional, apoyado por las fuerzas de rafidhistas (chiíes) safovidas (refiriéndose a Irán), así como Rusia o China». Por lo visto, los enemigos lejanos no han desaparecido, sino que ya no son los de antes...
–Pienso que ese giro radical tiene que ver con una opción táctica. Después de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos se lanzó a la guerra contra el terrorismo. Le asestó un duro golpe a la organización de Al Qaeda. Hoy día, al cambiar de táctica, los yihadistas no solo se dan un respiro sino que saben que pueden contar con el apoyo de Estados Unidos y de sus aliados. Y éstos, a su vez, tienen la posibilidad de derribar a los gobiernos enemigos sin tener que enviar a su propio ejército.

–¿Una vuelta al método afgano de los años 80?
–El mismo método, en efecto. Y observemos que el artífice de la trampa afgana, Brzezinski, también es un íntimo consejero de Obama. En unos diez años, los neoconservadores han arruinado a Estados Unidos con sus guerras de Afganistán y de Iraq. Esas expediciones militares han costado un dineral, pero no han aportado los resultados esperados. Por otra parte, en el mundo la imagen que se tiene de Estados Unidos se ha dañado mucho y, en el interior, el presidente de Estados Unidos es incapaz de convencer a sus electores de la necesidad de una intervención militar más.
Lo cual explica ese cambio de estrategia. Obama lleva a cabo una retirada táctica de Afganistán y de Iraq, pero en realidad es una operación puramente formal, ya que Estados Unidos seguirá disponiendo de bases militares en ambos países. Y también hay que sumar a todos los mercenarios privados con quienes el Pentágono subcontrata misiones. A pesar de todo ello, Obama ha podido «vender» esa aparente retirada, presentarse como un pacifista y ¡ser galardonado con un Premio Nobel! Pero no ha abandonado ni un ápice la estrategia de dominación mundial que venían aplicando sus antecesores. Y aunque lo quisiera no podría hacerlo, porque la situación exige inexorablemente que Estados Unidos defienda con uñas y dientes sus intereses en el mundo entero. Y es que ahí está la crisis económica y emergen nuevas potencias como China y Rusia, y vamos pasando de un mundo unipolar a un mundo multipolar... Una situación que poco a poco le arrebata a Estados Unidos su papel hegemónico y lo coloca en un rango de potencia regional.
Pero eso Washington no está dispuesto a aceptarlo. Sus multinacionales no lo toleran; imperativamente tienen necesidad de seguir explotando mercados y saqueando recursos en las cuatro partes del mundo. En América Latina, en África, en Oriente Medio, en Asia... Obama sigue pues jugando la baza de la injerencia, pero con más sutileza que los conservadores. Asistimos al retorno del «soft power». Para destabilizar a los países enemigos, como ya explicamos en nuestro libro anterior: La estrategia del caos, Estados Unidos se vale de tropas del interior en lugar de tener que enviar a sus propios soldados.
Estados Unidos ya no tiene la capacidad de intervenir sobre el terreno. Lo más que puede hacer son ataques aéreos. Le bastaron para derrocar a Gadafi en Libia, pero el método tiene ya escasa eficacia como nos demuestra la operación lanzada contra el Estado Islámico. No obstante, es una política que le granjea colosales beneficios al complejo militar-industrial, que pesa muchísimo en la economía norteamericana. Durante los meses posteriores al anuncio por Obama del bombardeo de las posiciones del Estado Islámico, el valor de la acción de Loockheed Martin subió un 9,3%, la de General Dynamic un 4,3% y la de Raytheon y Northrup Grumman un 3,8%. Y no olvidemos que durante la primera noche de los ataques en Siria el 23 de septiembre de 2014,  la armada de Estados Unidos disparó 47 misiles Tomahawk cuando ¡cada uno de ellos cuesta 1,4 millones de dólares!

–Al apoyarse en grupos yihadistas en Siria y en Libia, ¿no jugó Washington con fuego? En Afganistán, tras la derrota de los soviéticos, Osama Bin Laden se volvió contra Estados Unidos. En Libia, después de la caída de Gadafi, el embajador estadounidense murió en un atentado. Y en Siria se les oía decir a los yihadistas: «First Bashar, then NATO». De verdad, esos combatientes ¿son aliados de fiar?
–Una cosa es utilizarlos y otra es controlarlos. Como con la guerra de Afganistán, se trata de una alianza temporal. Para unos y para otros. Los yihadistas no son parecidos a los islamistas reaccionarios; no son marionetas totalmente sometidas a Occidente. Algunos hasta se preguntan por qué atacan a un país musulmán como Siria en lugar de atacar a Israel, por ejemplo. No es que los imperialistas los manipulen por completo, más bien es que han desarrollado una estrategia bastante cobarde y poco elaborada a nivel político.
El plan que tiene ideado Al Qaeda, hoy día, es conquistar los Estados árabes laicos, más accesibles que Estados Unidos o Israel, para a continuación adquirir potencia. Según el jefe actual de la organización, Ayman al-Zawahiri, cada guerra que se presenta es una bendición del cielo porque estos conflictos procuran a todos los jóvenes combatientes de Al Qaeda la posibilidad de ir adquiriendo la experiencia necesaria para fortalecerse y, más tarde, poder librar combates más importantes. En su libro: Caballeros bajo el estandarte del Profeta, Zawahiri explica cómo Afganistán resultó un terreno de experiencia ideal para sus jóvenes reclutas. Muchísimo mejor que West Point o cualquier otra academia militar.
Pero es una visión política muy mezquina. Al Qaeda atacó a dos Estados nacionalistas, Siria y Libia, para adquirir más potencia y ganar apoyo, y porque bajo su punto de vista, la laicidad en el mundo árabe sigue siendo una aberración. Pero con esa política, los yihadistas ponen la región a sangre y fuego y dividen a los pueblos de Oriente Medio. E indirectamente, también aplican aquello de «Divide and Rule» y contribuyen a reforzar la dominación de Occidente.

–Dices que Los servicios secretos de Arabia Saudí se han infiltrado en Los grupos yihadistas para manipularlos. Sin embargo, Arabia Saudí tomó medidas para sancionar a quienes financian el terrorismo islamista.
–Como ya he dicho, utilizar y controlar no es como eso de tanto monta y monta tanto. En su época, ya el príncipe Turki tenía con Osama Bin Laden relaciones por lo menos sospechosas según algunos. En su libro: En el corazón de los servicios secretos, el ex jefe del servicio de información de la DGSE, Alain Chouet, explica cómo los primeros atentados cometidos por Osama Bin Laden servían de cierto modo los intereses del príncipe Turki, jefe de los servicios secretos de Arabia Saudí en aquel entonces. (1) Oficialmente se creó Al Qaeda en 1998, pero ya se habían producido atentados en Arabia Saudí: soldados estadounidenses y saudíes heridos a tiros, un coche bomba delante de un edificio de la Guardia Nacional saudí, en Riad; un camión cargado de explosivos contra la base americana de Khobar... Comentando esos atentados, Alain Chouet precisa: «La comprensión política de esos atentados no era algo sencillo. En Arabia Saudí, la mayoría apuntaban, en efecto, o bien a infiltrados de la Guardia Nacional saudí, o bien a asentamientos o personal militar extranjero que estaban bajo la custodia y protección de ésta última. Ahora bien, la Guardia Nacional saudí estaba bajo las órdenes del príncipe Abdallah, que no era sino el regente, el presunto heredero del trono entonces ocupado por el rey en horas bajas Fahd, criticado con vigor por sus medio hermanos cadetes, el príncipe Turki, jefe de los servicios secretos, y el príncipe Sultán, ministro de Defensa. Todos esos atentados parecían poner en tela de juicio la capacidad de gestión y de control de Abdallah y suscitar, por parte de Estados Unidos, un vivo sentimiento de recelo y de rechazo hacia su persona.»
Chouet rechaza, con razón, la idea según la cual el príncipe Turki habría «fabricado» a Osama Bin Laden y explica cómo el jefe de los servicios secretos pudo utilizar a Bin Laden más adelante, en particular cuando los atentados contra las embajadas de Estados Unidos, en Kenya y en Tanzania, en 1998. En represalia, el presidente Bill Clinton mandó bombardear una fábrica farmacéutica en Sudán. Se sabrá más tarde que Osama Bin Laden no tenía nada que ver con esa fábrica, pero Arabia Saudí sí estaba en litigio con Sudán y ese ataque era para avisar a Sudán de que tenía que pasar por el aro y obedecer a los Saud. Además, la fábrica era propiedad de un hombre de negocios saudí y fabricaba medicamentos que competían directamente en el mercado africano con empresas farmacéuticas estadounidenses. El príncipe Turlci y Washington tenían pues intereses comunes en ese ataque presuntamente contra Al Qaeda en Sudán.

–Y ¿qué hay de los atentados del 11 de septiembre?
–El príncipe Turlci tuvo que dimitir de sus funciones una semana antes de los atentados del World Trade Center y eso porque, según Chouet, Arabia Saudí –así como otros muchos servicios secretos, desde luego– vislumbraba que algo importante se estaba tramando y no quiso que se le pudiera acusar directamente. La verdad es que, a pesar de que el príncipe Turlci pudo utilizar a Osama Bin Laden, éste no era su criatura. En cuanto al líder de Al Qaeda, aunque pudo beneficiarse de ciertos apoyos eficaces, no dejaba de guardar cierto encono contra la familia real. Osama Bin Laden no les reconocía legitimidad alguna a los Saud. Él nombraba a Arabia y no a Arabia Saudí. Osama Bin Laden era un típico representante de esa burguesía saudí que se siente perjudicada por el poder efectivo de la familia real sobre la totalidad del país y que ansía que se hagan reformas en el reino.
Los Saud saben muy bien que deben andarse con pies de plomo y cuando utilizan a los yihadistas temen un cambio de tornas a peor. Y eso es lo que está ocurriendo actualmente en Siria. Los servicios secretos saudíes, dirigidos por el príncipe Bandar, en cierto modo han resucitado a Al Qaeda, pero esta organización ya no se parece en nada a lo que fuera. Obedeciendo la voluntad de los Saud, se ha metido en un conflicto en el que los suníes combaten a los chiíes. Y es que Arabia Saudí está enzarzada en una guerra por la supremacía regional contra los chiíes de Irán y sus aliados del Hezbolá, de Siria y de Iraq. No es pues casualidad  si las prédicas  de Al Qaeda  han cambiado  tanto. Antaño abogaba por echar fuera de Oriente Medio a los norteamericanos y vituperaba a los gobiernos árabes que habían abierto de par en par las puertas de las tierras musulmanas a los extranjeros. Hoy día fustiga a los chiíes. Su propaganda religiosa, destinada a reclutar a mercenarios, gira en torno a las discrepancias que oponen el sunismo al chiísmo. Con ese fin, recurre a exhumar textos arcaicos. Digamos, una vez más, que se trata de una visión muy atrasada, sectaria y deleznable desde el punto de vista político.

–¿Así es como explicas la evolución del conflicto iraquí? Después del derrocamiento de Saddam Hussein se creó una resistencia para combatir a las tropas de ocupación norteamericanas. Pero ese combate mudó rápidamente a un conflicto confesional en el que los suníes luchan contra los chiíes...
–Efectivamente, ésa es una evolución que anhelaban Arabia Saudí y Estados Unidos. Una evolución que la nueva Al Qaeda  hizo posible. Arabia Saudí no soportaba que el nuevo gobierno de Iraq fuera próximo a Irán y reforzara la influencia de Teherán en la región. Por su parte, Estados Unidos prefiere que los combatientes de la resistencia se maten unos a otros y no ataquen a sus tropas.
Al principio, la mayoría  de los combatientes resistentes iraquíes eran baazistas, partidarios de Saddam  Hussein. Pero como consecuencia de la «desbaazificación» que llevó a cabo Paul Brener, por una parte, y de la llegada masiva de yihadistas provenientes de los países vecinos por otra, el núcleo baazista y laico de la resistencia iraquí se ha disuelto. Y aquella  resistencia iraquí de los primeros tiempos se ha vuelto un movimiento islamista infiltrado por los servicios secretos de Arabia Saudí y de Jordania. Un movimiento que carece de visión política, cuya única meta es matar. En 2014, ¡se contaban unos 25 muertos diarios en Iraq! Éste es el balance de la invasión norteamericana. Y todavía topamos con gente que tiene la osadía de apelar a la intervención de ese ejército para acabar con los conflictos...

–Hoy  día, esos movimientos yihadistas infiltrados ¿están fuera del control de Arabia Saudí?
–Se ha producido un cambio importante, en efecto. Se considera que el príncipe Bandar, que dirigía los servicios secretos de Arabia Saudí, es un padrino del terrorismo islámico. Se le nombró para cumplir una tarea muy precisa: utilizar a los grupos yihadistas para derrocar al régimen sirio. Pero el proyecto fracasó. Los yihadistas no pueden con el ejército sirio, que supo evitar caer en la trampa de la propaganda confesional. Y a pesar de las manipulaciones burdas sobre el uso de armas químicas, quienes colaboran con los yihadistas en Siria no han conseguido forzar la intervención de la OTAN para apoyar a los mercenarios derrotados.
Todas esas maniobras que no dieron resultado disgustaron a los dirigentes saudíes. El príncipe Bandar abrió una caja de Pandora, pero no alcanzó su objetivo. Ahora, a la familia real le aterroriza lo que puedan emprender todos esos yihadistas si abandonan el campo de batalla sirio. Como ya lo hicieran antes, podrían volverse en contra de los Saud.
De ahí que la familia real haya tomado decisiones radicales para apaciguar la situación. Primero, ha mandado a hacer gárgaras al príncipe Bandar. Lo han echado a la calle como un don nadie; ha tenido que liar el petate y largarse. Después, como ya mencionaste, se ha promulgado una ley para sancionar a los saudíes que financien redes yihadistas. Por fin, Riad quiere también facilitar el regreso de todos esos jóvenes que marcharon a combatir. Se ha hecho un llamamiento. Los que no vuelvan dentro del plazo estipulado perderán la nacionalidad. Y por otra parte, las autoridades saudíes han despedido a gran parte de la mano de obra inmigrada para que los jóvenes yihadistas que regresen al país puedan encontrar un trabajo y volver a integrarse correctamente.

–¡Este sí que es un cambio radical para Arabia Saudí! Allá por los años 60, para protegerse de los movimientos sociales que la amenazaban, sus dirigentes, pura y sencillamente, eliminaron a la clase obrera saudí y recurrieron a mano de obra inmigrada. Una práctica que posibilitó el dinero sacado del petróleo. En lo relativo a los trabajadores venidos de Pakistán, de Yemen o de otros países, estos trabajan en condiciones casi parecidas a lo que es la esclavitud. A día de hoy, los dirigentes saudíes ¿no temen tener que afrontar movimientos sociales si una clase obrera se desarrolla nuevamente?
–Después de los años 60 siempre existió una pequeña clase obrera en Arabia Saudí, pero era minoritaria en comparación con la mano de obra extranjera, y principalmente la formaban trabajadores chiíes, ya que efectivamente los Saud siempre han temido los movimientos sociales. Pero temen más aún a esos jóvenes saudíes que se alistaron en movimientos yihadistas y que podrían estar fuera de todo control. No olvidemos que los ideólogos del estilo de Sayyid Qutb que inspiraron a esos grupos yihadistas son muy críticos hacia dirigentes musulmanes como los Saud. No pienso que los Saud tengan miedo de los dirigentes de esa segunda Al Qaeda, que es una mera impostura. Pero la organización agrupa un montón de movimientos que el mismo Zawahiri es incapaz de controlar. ¡No es capaz de impedir que se maten unos a otros en Siria! Probablemente le sería imposible impedir que atacasen a los Saud si algunos decidieran hacerlo. Tanto más cuanto que todos esos grupos han sido reclutados sobre la base de una propaganda yihadista. No se les llamó diciéndoles: «Venid, vamos a atacar Libia y luego Siria para complacer a Arabia Saudí y a Estados Unidos, que nos ayudan para esta misión». Se les habló de impíos, un concepto que se le aplicó a Gadafi y luego a Assad, y que muy bien pudiera aplicarse a los Saud a continuación.

–Hablas de una alianza temporal tanto por parte de los yihadistas como de Estados Unidos. Ya hemos visto qué estrategia aplican los primeros. ¿Qué es de los otros? Al parecer, la operación siria no tiene el mismo éxito que la que se llevó a cabo en Afganistán en los años 80...
–A corto plazo, hay que reconocer que la estrategia de Estados Unidos está bien pensada. La utilización de grupos islamistas encaja perfectamente en los planes de los imperialistas para derrocar a los regímenes nacionalistas árabes que se les resisten.
La cosa está bien ideada, ya que esa misma estrategia no solo puede ser aplicada al mundo árabe: hoy día, casi el 15% de la población rusa es musulmana. Si consideramos el territorio de la ex Unión Soviética, donde Moscú sigue ejerciendo cierta influencia, esa proporción resulta aún más importante en algunas regiones. Estados Unidos podría recurrir al integrismo musulmán para desestabilizar a Rusia. Sin contar con que esa misma técnica ya se usó en tiempos de Boris Yeltsin, en Yugoslavia, en Chechenia y en otras regiones de Asia central.
También se puede presentar la oportunidad en China, ya que ésta cuenta con una importante minoría musulmana uigur, en el Xin­jiang. E incluso gran parte de Asia es la que puede ser desestabilizada mediante la presencia de grupos integristas: en Malasia, Indonesia, Filipinas...
Estados Unidos tiene pues una buena baza para proseguir su estrategia del caos: una política de tierra quemada que no le permite asegurar el control de un país y sus riquezas, pero que les impide a sus competidores explotarlas.

–Pero ¿no corre peligro el «corto plazo» de plantear problemas a «largo plazo»?
–Es diferente, claro está. Mira lo que está pasando en Libia... Sí, los imperialistas consiguieron  derrocar  a Gadafi.  Pero al mismo tiempo el Estado ha quedado destrozado. Hoy, el país es presa de bandas armadas que se están matando unas a otras. Y luego, la expedición militar de la OTAN tuvo repercusiones en Mali y forzó la intervención de Francia. El imperialismo necesita exportar sus capitales a Libia y explotar su petróleo barato; no puede prescindir de hallar mercados para sus empresas en la reconstrucción necesaria del país... Pero todo eso, actualmente ¡resulta totalmente imposible! La verdad es que Occidente tiene enormes problemas en Libia.
Washington y sus aliados quisieron repetir la operación en Siria, pero el resultado es un fracaso. El gobierno sirio resistió el embate. Tras sufrir varias derrotas, los yihadistas se han pasado a Iraq y allí siembran una y otra vez el caos. Allí también, Occidente sembró las semillas de una situación explosiva.
Es así como podemos constatar que la estrategia de utilizar a grupos islamistas está bien ideada, no cabe duda, pero también que resulta peligrosísima. Primero, puede permitir vislumbrar resultados tangibles a corto plazo, pero, sin embargo, nada está ganado de antemano. Cayó Gadafi, pero Bashar al-Assad no. Después, a medio plazo, Occidente bien pudiera toparse con problemas más serios aún. ¿Cuánto tiempo va a durar la cosa?
Vivimos una situación peligrosa y el peligro concierne a la Humanidad toda. Y no solo a causa de Siria. A través de la agresión a ese país, Occidente atiza un conflicto más amplio: contra Irán, contra Rusia, contra China...  Estados Unidos es una potencia imperialista en declive. El peligro está en que, a pesar de todo; este imperio quiera aferrarse a su rango de primera potencia y entonces puede sumir al mundo en un conflicto generalizado que podría incluso acabar siendo nuclear...

(l). Alain Chouet (entrevistas con Jean Guisnel), En el corazón de los servicios secretos. La amenaza islamista: falsas pistas y auténticos peligros, Editorial La Découverre, 2013.

© Grégoire Lalieu, 2016
Edición propiedad de El Viejo Topo / Ediciones de Intervención Cultural
Diseño: Miguel R. Cabot. Dibujo de portada: BAF.F!
Traducción del francés: Manuel Colinas Balbona, Alex Anfruns y Rocio Anguiano
Relectura y correcciones: Alex Anfruns

CARNIVORISMO SALVAJE – Carlo Frabetti



Al igual que sus parientes más próximos, los grandes simios, el hombre es un animal básicamente frugívoro, pero con la ventajosa opción del carnivorismo. Tan ventajosa que probablemente nos salvó de la extinción, pues cuando escasean los alimentos vegetales (por ejemplo, a causa de una glaciación o de la desertización de los bosques) puede ser fatal depender exclusivamente de ellos.

La necesidad de conseguir carne en épocas de carestía severa llevó a nuestros remotos antepasados a formar grupos de cazadores armados de palos y piedras y preparados para trabajar en equipo, con objeto de aumentar sus posibilidades de éxito frente a las grandes presas (las más deseables, pero también las más peligrosas). Y esta acertada estrategia de supervivencia tuvo varios efectos colaterales.

Uno de ellos fue la domesticación de algunos lobos y chacales que empezaron a participar espontáneamente en las cacerías para aprovechar los huesos y otras partes que los hombres no solían comer (pues no poseían las poderosas fauces de los carnívoros ni sus aparatos digestivos especializados). Los antepasados de los perros ayudaban a los nuestros a localizar y a acosar a las presas, y a cambio se llevaban una parte del botín. Así encontró el hombre a su mejor amigo.

Otra consecuencia de la caza en equipo fue, seguramente, la exaltación de la violencia y el aumento del prestigio social de la fuerza bruta, con la consiguiente relegación de las mujeres (menos corpulentas y a menudo limitadas en su actividad física por los largos períodos de gestación) y la consolidación de la camaradería masculina. Para recolectar frutos no hay que ser muy fuerte: las mujeres, e incluso los niños, pueden hacerlo tan bien o mejor que los hombres; pero para enfrentarse a un búfalo o a un mamut conviene estar bien provisto de músculos y de testosterona.

Y, por último, el carnivorismo, que empezó siendo una opción de emergencia, se convirtió en un hábito. La carne es adictiva: su consumo produce una leve intoxicación que se traduce, como otras intoxicaciones moderadas (café, alcohol, tabaco, etc.), en una forma de excitación o embriaguez que puede crear dependencia (de modo que la expresión “embriagarse de sangre” no es mera metáfora). Por otra parte, el carnivorismo tiene algunas ventajas. La carne (al igual que el pescado, los huevos y los productos lácteos) es rica en proteínas y contiene todos los aminoácidos necesarios para nuestro organismo, mientras que ningún alimento vegetal los aporta todos por sí solo (hay que combinar un cereal con una legumbre, por ejemplo, arroz con frijoles, para ingerir juntos los ocho aminoácidos esenciales). Además, la carne es un alimento muy versátil y fácil de conservar: se puede cocinar de muchas maneras, ahumar, desecar, embutir... Todo ello ha hecho que muchos crean que la carne es indispensable, el “plato fuerte” de nuestra gastronomía. Nada más falso.

Comer carne no solo es innecesario, sino que además es insano. La propia Organización Mundial de la Salud lo advirtió hace más de treinta años, aunque luego las presiones comerciales y políticas le impidieron insistir en ello. El consumo de carne sobrecarga nuestro aparato digestivo de primates y favorece la aparición de tumores. Y además, debido a la contaminación ambiental, con la carne no solo ingerimos sus propias toxinas (como la cancerígena prolactina), sino también las que los animales que comemos acumulan a lo largo de su vida (como el mercurio y otros metales pesados que el organismo es incapaz de eliminar). Por no hablar del colesterol: incluso las carnes más magras contienen un alto porcentaje de grasas saturadas. Por no hablar de las vacas locas, los cerdos apestados, los pollos griposos...

Pero no solo hay poderosas razones dietéticas y sanitarias para evitar el carnivorismo, sino también éticas, económicas y ecológicas, es decir, políticas.

Dejo para otra ocasión las consideraciones éticas directamente relacionadas con el respeto a los animales. Aunque para afirmar que “los animales no tienen derechos porque no tienen deberes” hay que ser tan estúpido como Fernando Savater (por la misma regla de tres, tampoco tendrían derechos los niños pequeños y los discapacitados mentales), la mayoría de la gente considera que podemos maltratar y comernos tranquilamente a parientes tan próximos como los grandes mamíferos. Es una aberración moral que muy pocos han denunciado –entre ellos hay que destacar al filósofo australiano Peter Singer (1)– y que requeriría un análisis en profundidad; pero como no es necesario reconocer los derechos de los animales para estar de acuerdo con los demás argumentos en contra del carnivorismo, me centraré en los de más peso, que son los económicos.

La producción de carne es un negocio ruinoso (para la sociedad, claro, no para los fabricantes de hamburguesas) y una de las principales causas del hambre en el mundo. Para producir un kilo de proteína cárnica hacen falta diez kilos de proteína vegetal, lo que significa que con la soja y el grano que consume el ganado solo en Estados Unidos, se podría alimentar a toda la humanidad. Mientras los etíopes se mueren de hambre, el cuarenta por ciento de los campos de Etiopía se dedica al cultivo de soja destinada a la alimentación de las vacas estadounidenses. El carnivorismo, además de violar los derechos de los animales, constituye un salvaje (nunca mejor dicho) atentado contra los derechos humanos.

¿Por qué, entonces, solo una pequeña parte de la izquierda defiende la causa del vegetarianismo? Porque los hábitos ligados a nuestras pulsiones más básicas (y el hambre es la primera) se consideran “naturales”, y son, por tanto, difícilmente asequibles a la reflexión, al asalto dialéctico de la razón. Y así, el arquetipo del macho armado, ora cazador ora guerrero, sigue presidiendo nuestra salvaje cultura patriarcal, nuestra despiadada sociedad competitiva, depredadora, carnívora.




(1). Peter Singer es el máximo impulsor del denominado “Proyecto Gran Simio” (y el coeditor, junto con Paola Cavalieri, del libro homónimo).
Entre sus libros cabe destacar Liberación animal (1975), Ética práctica (1979), En defensa de los animales (1986), Repensar la vida y la muerte (1994), Una izquierda darwiniana (1999) y, en colaboración con Jim Mason, The Way We Eat (2006).

14 marzo, 2017

"Se pueden encontrar terroristas donde se necesiten, esto es, jamás muy lejos del petróleo y del gas o de otras riquezas estratégicas" - Michel Collon




Prefacio de Michel Collon para el libro Yihad made in USA, de Grégoire Lalieu

Es sencillísimo o demasiado complicado

O bien es "sencillísimo": Estamos muy bien informados. Tenemos que creer a los medios cuando nos dicen: "Estados Unidos quiere llevar la democracia a Siria". ¿De verdad? ¿Con la ayuda de Arabia Saudí y de Qatar?

¿Te cabe alguna duda, lector? Existe una segunda versión: "Estados Unidos nos protege contra las armas de destrucción masiva". ¿De verdad? ¿A pesar de ser el país que más las ha usado? Armas nucleares sobre Hiroshima, napalm en Corea, en Camboya y en Vietnam, armas biológicas contra Cuba, uranio empobrecido, minas antipersonas y bombas de fragmentación por casi todas partes. Y no hablemos de las doscientas cabezas nucleares entregadas a Israel.

¿Sigues sin estar convencido? Tercera variante: ''Estados Unidos combate el terrorismo” ¿De verdad? ¿Armando a Bin Laden contra Afganistán, luego a una sección de Al Qaeda contra Libia y por fin a Al Nusra y al Daesh contra Siria? ¿Organizando atentados con bombas en aviones y hoteles cubanos y a continuación dando protección a los autores de esos atentados, bien cobijados en Florida, y acabando por encarcelar de por vida a los "Cinco Cubanos de Míami", esos cinco agentes del contraespionaje cubano encargados de impedir nuevos atentados? Y éstas solo son unas pocas de las tantas proezas de esa CIA tan "demócrata"...

O bien, entonces, nos explican que todo eso resulta "demasiado complicado de entender para vosotros". Vosotros, el público, no sois capaces de ver claro en esa maraña de líos y en ese caos que son Iraq, Libia, Siria y etcétera. Dejad todo eso para los "expertos".

¿Y si lo que pasa fuera que algunos tienen interés en que no en­ tendamos nada y que, desanimados, demos por imposible tratar de entenderlo? Eso es lo que afirman Grégoire Lalieu y Mohamed Hassan en este libro. Y lo van a demostrar.

¿Quién tiene interés en que nos quedemos quietos?

¿Quién tiene interés en que sigamos sin entender y sin intervenir? En el 2003 éramos millones manifestándonos contra la guerra del petróleo que asolaba a Iraq. Hoy día, Estados Unidos, a diario, lleva a cabo más guerras y ya nadie se vuelca en las calles. ¿Cómo han conseguido desesperanzar a los pueblos aunque las catástrofes siguen asolando a las poblaciones?

Pero ¿quién cree sinceramente que Estados Unidos ha cambiado?
¿Quién piensa que Washington ha renunciado a dominar el mundo?
¿Quién se imagina que las transnacionales norteamericanas ya no quieren controlar un máximo de riquezas, por lo tanto un máximo de naciones? ¿Quién se piensa que el complejo militar-industrial va a entonar "Peace and Love"?

Por eso, la verdadera pregunta que tenemos que hacernos es ésta:
¿Estados Unidos sigue apuntando a la misma meta, pero con métodos más astutos? La respuesta es un sí rotundo.

La nueva estrategia de la Casa Blanca ya la describimos en el 2008(1) Es el "soft power", literalmente: el "poder blando". Solo que en este asunto no cabe la menor blandura, simplemente se trata de una manera más discreta de hacer la guerra. La guerra indirecta, la guerra mediante desestabilizaciones organizadas y golpes de Estado. La guerra empujando a un Estado de la zona a agredir al vecino que molesta, o bien armando a movimientos separatistas para que fomenten guerras civiles. O también apoyando a organizaciones terroristas para crear el caos. Total: en lugar de a los G.I's sobre el terreno, tenemos a la CIA entre bastidores. Un método menos costoso, menos llamativo, menos provocativo. Las masas se tragan la patraña (gracias a los medios y a algunos intelectuales). "Poder blando". También llamado "smart power": poder inteligente. Sigue la violencia, pero mejor acicalada y mejor empaquetada.

Resulta bastante fácil entender por qué Washington ha cambiado de estrategia. Acordaos... En 2001, Bush decidió atacar a siete países después de Afganistán: Iraq, Siria, Líbano, Somalia, Sudán, Irán como declaró el general Wesley Clark. Pero Bush fracasó patéticamente: apenas dos guerras y ambas perdidas, tanto la una como la otra.

Investig'Action expuso los mecanismos de la nueva estrategia en el libro: La Estrategia del Caos, que escribí en colaboración con Grégoire Lalieu en 2011. ¿Su idea principal? "Lo que no eres capaz de controlar, ¡destrúyelo!" En varias regiones estratégicas para sus intereses, Estados Unidos ha sembrado el caos. Más eficaz que el método Bush, el método Obama plantea, sin embargo, nuevos problemas: ¿cómo controlar los elementos desestabilizadores que uno ha puesto en marcha? Y más que nada, cuando se es una gran potencia en declive ¿cómo impedir  que progrese el nuevo frente amplio en contra de la hegemonía: la alianza de Rusia, China, América Latina y dentro de poco otras naciones?

Todas esas naciones se están aliando para resistir a la agresividad de los "dueños del mundo". En definitiva, Washington no ha solucionado su problema, más bien lo ha desplazado y tal vez lo haya empeorado.

Claro, el problema también se le planteará al presidente  que venga. O mejor dicho, ya que el presidente no es más que un empleado de lujo, el problema estrátegico se le planteará a la élite estadounidense, a los dirigentes de las transnacionales y a los think tanks encargados de aconsejarlos.

El trabajo llevado a cabo por Grégoire Lalieu y Mohamed Hassan es pues indispensable para que entendamos bien los verdaderos engranajes de la política internacional de Estados Unidos y vislumbremos en qué dirección habrá de ir, probablemente.

Al exponer con claridad los acontecimientos que se verificaron en Siria y en Egipto, al ir sacando a luz los "acontecimientos perdidos", o mejor dicho acallados, por los medios dominantes, nos dan a conocer el trasfondo de esas dos revoluciones secuestradas. Lejos de la narración simplista que se oye en todas partes, descubrimos en este libro no solo las contradicciones de clase que conocen estos dos países sino también la acción secreta y subterránea de Estados Unidos en la región. Cómo, desde el principio, Estados Unidos secuestró las legítimas protestas en Siria, prolongando así los preparativos que, en realidad, empezaron mucho antes del 2011; cómo, desde el principio, Estados Unidos se apoyó en extremistas despiadados y lo que codicia en realidad es ese país trágicamente agredido a sangre y fuego.

En lo que concierne a Egipto, los autores nos desvelan hasta qué punto Estados Unidos siempre consideró que ese país le pertenecía, cómo se las apañó para controlarlo estrechamente y cómo, por lo tanto, lo ha sumido en la pobreza y la dependencia y, por fin, qué poco le importa a Estados Unidos que gobiernen los Hermanos Musulmanes o unos jefes militares con tal de que nada fundamental cambie en el seno del mundo árabe. Al explicarnos también que los egipcios aún no han terminado de escribir su historia, los autores nos permiten entender lo que todavía puede suceder en un futuro cercano.

Yihad made in USA explica el verdadero papel desempeñado entre bastidores por las diferentes potencias regionales, cómo se vale Washington de Arabia Saudí y de Qatar, con qué cinismo se han quitado de encima a los jóvenes "euroyihadistas", por qué Irán es el blanco tras Siria, qué intereses mueven a Israel y a Turquía en el asunto de Siria. Sorprendentes alianzas se hacen y deshacen, pero si examinamos con atención esos intereses dejamos de sorprendernos. Tratándose de esos dos países, entendemos perfectamente para qué proyecto han sido útiles los llamados "islamistas". Pero ¿qué significado exacto tiene esta palabra?

Islamismo: un concepto "cajón de sastre"  que desactiva nuestras neuronas

Incesantemente, los medios machacan ese vocablo tan mal escogido: "islamistas". En realidad, el vocablo designa realidades total­mente contradictorias:

-Arabia Saudí, siendo "islamista", colabora con Estados Unidos e Israel. Pero Hezbolá, siendo "islamista", los combate.
-En Egipto, los Hermanos Musulmanes pactan con Washington y Tel-Aviv. Política que es contraria a la de Hamás, que sin embargo es heredero de esos mismos Hermanos Musulmanes.
-En nombre del "combate por la democracia", los jóvenes euroyihadistas islamistas, franceses y belgas, fueron aplaudidos cuando marchaban a Siria (el mismo ministro belga de asuntos exteriores quería "erigirles una estatua"), pero han sido detenidos e incluso metidos en la cárcel al regresar. Pero ¿no será el vocablo "islamismo" un cajón de sastre que hace que nuestra reflexión entre en un callejón sin salida? Mohamed Hassan nos explicará cómo el vocablo "islamismo" encubre en realidad cinco corrientes políticas muy diferentes que la propaganda amalgama tontamente. 

Era indispensable que Mohamed Hassan aclarara los historiales y recorridos contradictorios de todas esas corrientes para descifrar la enrevesada estrategia de Estados Unidos en su porfía para controlar el tablero de Oriente Medio.

Ninguno de esos matices, ninguna de esas interrogaciones han sido expuestos por los grandes medios. Y sin embargo ¿no pretenden dichos medios ayudarnos a descifrar la política internacional de Estados Unidos? Pero entonces ¿por qué nunca se refieren a estas importantísimas declaraciones de dos altos responsables norteamericanos? En 1996, James Baker, el entonces ministro norteamericano de asuntos exteriores, declaró: "No existe país musulmán más integrista que Arabia Saudí (...) y sin embargo ese país es a la vez un amigo y un país importante para Estados Unidos. (..) Sólo tenemos que combatir el integrismo en la medida exacta en que lo exijan nuestros intereses nacionales"(3) En 2012, Hillary Clinton confiesa llanamente: "Estados Unidos fue quien creó Al Qaeda "(4)

¿No bastan esas declaraciones para entender cómo Estados Unidos utiliza las más peligrosas herramientas para asentar su control sobre ciertas regiones estratégicas: Oriente Medio, pero también Cáucaso, Asia del Sur y del Centro, Cuerno de África y también África Central? He ahí lo que explica la historia confusa de varios conflictos de estos últimos decenios: Afganistán, Yugoslavia, Chechenia y más ampliamente el Cáucaso, Iraq, Libia, Siria, pero también Argelia, Congo RDC, Sudán del Sur, Costa de Marfil, Mali, Centroáfrica, los Tigres tamiles, etc... Según sus intereses, Estados Unidos se alía hoy con unos terroristas a quienes combatirá mañana, antes de volver a reconciliarse con ellos pasado mañana.

Entender todo esto resulta crucial: con esas puñaladas traperas y esas alianzas indignas es cómo Estados Unidos ha empezado a poner patas arriba el gran tablero de Oriente Medio para volver a organizarlo a su antojo. Todo ello con el telón de fondo de la Gran Guerra del petróleo y del gas, clave de la dominación del mundo. En realidad, Yihad made in USA desvela uno de los aspectos esenciales de esta gran batalla para dominar el mundo, es decir: debilitar a China y a Rusia y controlar Europa. Una batalla que nos concierne por todas partes.

Ninguna improvisación, solo la realización de unos planes muy Viejos…

Suelo decirlo a menudo: cada vez que la tele nos cuente que Washington reacciona ante acontecimientos espontáneos acaecidos en algún lugar del mundo, siempre tenemos que empezar por preguntarnos qué ha hecho anteriormente Estados Unidos en lo que se refiere a ese país. El presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt decía: "En política, nada sucede nunca por casualidad. Cada vez que ocurre un acontecimiento, uno puede estar seguro de que estaba ya pre­visto que ocurriera tal y como ocurre."

En realidad, hace ya mucho tiempo que Estados Unidos y sus amigos tienen proyectado hacer estallar en varios pedazos a Siria y a la mayoría de los países de Oriente Medio.

Así fue cómo, tras la "Guerra de los Seis Días", en 1967, el ministro norteamericano Kissinger fijó como prioridad, para Estados Unidos, reforzar a Israel. Y para conseguirlo quería dividir Oriente Medio en un mosaico de pequeños Estados débiles que se hicieran la guerra unos a otros y que cada uno necesitara a Estados Unidos para sobrevivir. Este Plan Kissinger (idéntico al Plan Rogers de unos años antes) apuntaba a usar y acrecentar los conflictos inter árabes para volver a diseñar las fronteras de varios países: Líbano, Siria, Jordania, Iraq. Su meta era permitirle a Washington, con la ayuda de Israel y del Sha de Irán, controlar toda la producción de petróleo de la región.

Con la misma lógica, en 1982, Oded Yinon, un antiguo funcionario de Asuntos Exteriores de Israel, publica ''Estrategia para Israel en los años 1980": "Siria va a partirse en varios Estados conforme a sus comunidades étnicas de tal manera que la costa vendrá a ser un estado alauí chií; la región de Alepo un estado suní; en Damasco, otro estado suní hostil a su vecino del Norte: los drusos formarán su propio Estado, que se extenderá por nuestro Golán tal vez, y ciertamente por Haourán y por la ]ordania del Norte. Este Estado garantizará a largo plazo la paz y la seguridad en la región: es un objetivo que a partir de hoy está a nuestro alcance"(5) Israel sabe lo que busca: desmantelar a sus vecinos.

Más tarde, la CIA elaborará el Plan Syriana, que desvelará su ex agente Roben Baer. También se trata de descuartizar a todos los Estados poco dóciles para neutralizar la resistencia árabe en el conjunto de Oriente Medio. Y siempre para reforzar a Israel.

En junio del 2006, precisamente en Tel-Aviv, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, justifica con ese mismo cinismo la sangrienta destrucción de Líbano por los ataques israelíes:

''Presenciamos aquí, por decirlo así, el crecimiento –los dolores del parto– de un Nuevo Oriente Medio y todo lo que nosotros, Estados Unidos, hacemos es conformarnos con empujar hacia adelante para no retornar al antiguo modelo" (6) El "Nuevo Oriente Medio", conforme con los intereses de Exxon y Chevron, pasa pues por el sufrimiento de los pueblos agredidos.

Durante ese mismo mes de junio del 2006, el teniente coronel Ralph Peters, jubilado de la Academia Nacional de Guerra, desvela los pensamientos secretos de Rice y Bush: publica en el Armed Forces Journal(7) un mapa futurista de Oriente Medio diseñado según los sueños de Washington: Turquía aparece amputada en favor de un "Gran Kurdistán"; Iraq pierde a sus kurdos y aparece dividido en un Estado chií y un estado suní; Siria queda reducida a poca cosa; Pakistán pierde el Baluchistán (y, por consiguiente, pierde Gwadar, su puerto estratégico), Arabia Saudí queda partida mientras crece Jordania. Dividir para reinar más fácilmente...

Un mapa de misma índole fue publicado por el New York Times en septiembre del 2013(8). ¿Para preparar las mentes?
A sabiendas de todo lo que antecede, entendemos por qué la presente explosión en Iraq, en Libia y en Siria (¿y, pronto, en otros países?) no es de ninguna manera una sorpresa.

Es pues totalmente posible entender Oriente Medio. Basta con apagar la tele y leer documentos serios. Por ejemplo, los documentos verdaderamente importantes de los estrategas norteamericanos (que dicen exactamente lo contrario de lo que nos cuenta la tele). O bien lo que escribe Mohamed Hassan cuando nos explica la verdadera historia de la región y todas las maniobras que se traman entre bastidores.

Apagar la tele y volver a enchufar el cerebro

Al leer este libro apasionante seguramente te preguntarás, amigo lector ¿por qué todo esto no aparece nunca en los medios? ¿por qué, según esos mismos medios, todo siempre parece "demasiado enrevesado"?

Efectivamente, y aunque unos pocos periodistas consiguen a duras penas hacer circular algunas noticias u opiniones (a menudo a horas muy tardías de la noche), tenemos que constatar que los telediarios expresan, sin oponentes, las opiniones de sus respectivos gobiernos. Y, también, que casi la totalidad de las emisiones con la calificación de "debate" se limitan a presentar las únicas opiniones compatibles con los intereses imperantes.

Esos debates ¿presentan una pluralidad de opiniones tal y como pretenden? Sí y no. En esos debates se pueden oír varios pareceres sobre la mejor manera, para Estados Unidos y Europa, de conseguir sus metas en política internacional. Luego, es posible debatir sobre el “¿cómo?" Pero no sobre el "¿por qué?" Queda prohibido discutir la cuestión esencial: los Estados Unidos y sus aliados ¿tienen o no, moralmente, el derecho de imponer sus opiniones y sus intereses a la totalidad de los países del Sur que tanto padecen su política? ¿Tienen el derecho de hacer la guerra con nuestro dinero para servir a las multinacionales? Un tema tabú.

Por haber intentado hacerlo, a pesar de todo y sin rodeos, en ocasión de tres debates televisivos, en Bélgica, en el otoño del 2011, muy rápidamente me hallé arrinconado y sin que se me dijera el por qué, igual que otros tantos periodistas "fuera del molde". El pluralismo tiene sus límites ¡no fastidien!

Nada tiene que ver con el "complotismo"

Y también Yihad made in USA aporta una explicación completa, matizada y accesible, de los acontecimientos que ellos nos encubren o que son, dicen, "demasiado enrevesados". Grégoire Lalieu rechaza tanto la teoría del "gran complot" según la cual Washington lo planifica y manipula todo, como la teoría ultra-ingenua según la cual Estados Unidos estaría defendiendo unos valores morales y nos diría toda la verdad. Yihad made in USA te ayuda pues, lector, a liberar tus neuronas  frente a las propagandas simplistas.

Yihad made in USA nada tiene que ver con una "teoría del complot". Sí, los estrategas estadounidenses elaboran planes al servicio de la élite, al servicio del 1%, y no se habla de ellos en la tele. No, esos planes no son totalmente secretos; existe sobre ellos una documentación especializada que podemos consultar si nos lo proponemos con tesón y aplicación. Sí, los estrategas estadounidenses manipulan a los pueblos, pero no, no siempre lo consiguen; sus planes pueden ser combatidos por la resistencia de los pueblos y por la intervención de los ciudadanos en el debate. Entonces, cuando los voceros de Estados Unidos o de Israel, cuando un Henri Guaina (consejero de Sarkozy), o una Caroline Fourest, o un Bernard Henri Lévy nos llaman "complotistas", ocultan en realidad que les falta valor para debatir sobre el fondo del asunto porque saben que no tienen argumentos y que los hechos desmienten sus aserciones. Que algunos que pretenden ser de izquierdas vengan repitiendo esas estupideces de derechas es harina de otro costal, un problema que más bien tiene que ver con el psicoanálisis. O con el soborno de las conciencias.

El "islamismo", un fantasma muy eficaz

Yihad made in USA tiene un título bastante provocador, es cieno. Pero al reunir esos dos términos aparentemente contradictorios, este título nos anima precisamente a reflexionar más allá de las apariencias y los clichés simplistas. ¿Quién se aprovecha de la manipulación de ese "islamismo"? De todas maneras tenemos que constatar que los resultados son notables en el Oriente Medio, pero también en Europa. En Oriente Medio, con la partición sistemáticamente organizada, Estados Unidos ha conseguido dar al traste los intentos de las naciones árabes de unirse para ser más independientes, para negociar mejor el precio del barril de petróleo, para liberarse del monarca-dólar, para invertir los beneficios del petróleo conforme sus intereses, para resistir a Israel. Pero, hoy día, no hay nada de todo eso, ni siquiera la sombra de recuerdo, en Oriente Medio; impera la ley de todos contra todos; los pueblos pagan y los emires descorchan el champán. Muy eficaz, el "islamismo".

Pero también en Europa tiene el islamismo efectos perversos. Debido a una escenografía de tal tamaño, hoy en nuestras naciones europeas islamismo equivale a barbarie. A pesar de algunas protestas hipócritas el daño se ha hecho; los musulmanes son señalados con el dedo y más que nunca diabolizados. Se sospecha de pactos con el fanatismo y el terrorismo y se les intimida para que se distancien del Daesh. Por ejemplo, mostrando un cartel que diga "Not in my name" (No en mi nombre) ¡Increíble! ¿Por qué pedírselo solo a los musulmanes? ¿Se les pidió a los cristianos que se desolidarizaran de George Bush cuando masacraba en lraq? ¿No le incumbe a todo hombre y a toda mujer, sea cual sea su religión o sus convicciones, denunciar, unidos, esa política bárbara, ya venga de Estados Unidos, ya venga del Daesh, de Arabia Saudí o de Israel? Segundo efecto perverso: cuando, tras los costosos fracasos de las intervenciones militares de Occidente en Afganistán, Libia y Siria, la opinión europea estaba cada día más reticente frente a nuevas aventuras guerreras, la escenografía del islamismo ha cambiado el paisaje. Escenografía hipócrita y racista, ya que cuando el Daesh y las otras milicias perpetraban sus atrocidades masivamente contra la población siria, Occidente hacía la vista gorda, pero el asesinato de unos cuantos occidentales provoca en el acto una movilización planetaria y costosa para nuestros presupuestos. Cuando un país como Bélgica o Francia compra un bombardero, podría, con ese mismo presupuesto, crear escuelas para 1.300 niños y niñas. Todos tenemos que apretarnos el cinturón, salvo la industria del armamento, a la que nos piden financiar con generosidad. ¿Vamos a consentir que  Estados Unidos nos arrastre a una guerra inacabable que finalmente nos enfrentará con Rusia y China?

¿Vamos a aceptar que Europa obedezca servilmente a ese delirio guerrero? O bien ¿vamos a reaccionar y abrir un debate ciudadano: "¿qué mundo queremos para nuestros hijos"? El libro de Grégoire Lalieu es una ayuda valiosa para emprender ese debate: calibra muy bien el tema de la desinformación; demuestra cómo se las ingenian para que el razonamiento quede sumergido por la emoción y anodadado por la fabricación del miedo.

La fabricación del miedo

La amenaza islamista primero fue ocultada y luego, de repente, inflada, pero cuidadosamente aislada de su contexto y de la implicación de Estados Unidos en el mismo. Y la cosa funciona: la opinión podría de nuevo desembocar en el consentimiento resignado o indignado: "Bien, tenemos que hacer algo contra esos peligrosos fanáticos".

No es ninguna casualidad si los medios vienen poniendo en primer plano con tanta constancia y aplicación a "los islamistas" como único elemento explicativo. Como escribe el sociólogo Saïd Boua­mama: "La fabricación del miedo funciona a pleno rendimiento con sus dos consecuencias lógicas: primero, el público renuncia a una explicación racional en provecho de reacciones emocionales y, segundo, aparece una demanda de seguridad aunque sea a cambio de un atentado contra las libertades fundamentales. Más allá de los blancos actuales, la lógica seguritaria es la que impera más hondamente en nuestra sociedad. Las apuestas del petróleo, del gas y los desafíos geoestratégicos desparecen total­mente del debate y solo dan cabida a la urgencia de un consenso 'anti barbaros' (9)"

¡Qué cómodo!, desde luego: gracias a los medios, ya no hay, en Oriente Medio, un conflicto entre clases sociales a propósito de las injusticias entre ricos y pobres, ya no hay colonialismo israelí violando el derecho internacional, ya no hay injerencia imperial norteamericana permanente con toda clase de puñaladas traperas, no, ya solo hay una guerra entre varias religiones con buenos y malos. Y los buenos siempre somos "nosotros", claro.

Y nos pueden venir con ese cuento en otros muchos lugares. Lo maravilloso del pretexto terrorista es que Estados Unidos puede utilizarlo absolutamente en todas partes: desde Iraq hasta Nigeria, desde el Cáucaso hasta el Congo, desde Ucrania hasta Mali; se pueden encontrar terroristas donde se necesiten, esto es, jamás muy lejos del petróleo y del gas o de otras riquezas estratégicas. Incluso Estados Unidos se las puede apañar para que sus amigos se los traigan. ¡Qué práctico!

Gracias, Grégoire

En 2009, el entonces muy joven Grégoire Lalieu ingresaba en Investig'Action para unas prácticas de periodismo en el marco de sus estudios. Y ya nunca se marchó. Lo contraté como redactor de nuestra página web en internet, cargo que asume con mucho talento. En 2011 redactamos juntos el libro La Estrategia del Caos, una serie de entrevistas con Mohamed Hassan para explicar las maniobras de Estados Unidos y de Europa en el mundo arabo-musulmán. Tres años después, Grégoire escribe ya solo este nuevo libro: Yihad made in USA, con el que consigue explicar con claridad lo que se empeñan en presentarnos como incomprensible: Siria, Egipto, el islamismo y todo el tablero de Oriente Medio. Gracias, Grégoire. Estoy muy ufano de este brillante relevo. Después de todo, cuando fue fundado Investig'Action, hace exactamente diez años, mi deseo era formar un equipo capaz de localizar los embustes de los medios y de combatirlos con una información independiente y valiosa. Nuestra tarea es amplia y no resulta fácil –sobre todo porque carecemos de recursos financieros– pero ya hemos conseguido algunos resultados y hemos sensibilizado a gran número de personas. Nuestro objetivo es aún más ambicioso para los años venideros: Investig'Action quiere ayudar de varias maneras (sitios, artículos, libros, películas, canal vídeo, formaciones), ayudar a crear un auténtico movimiento ciudadano en favor de la información, para que cada ciudadano pueda defenderse y ser actor en este combate en pro de la verdad. Mi esperanza es que otros jóvenes imiten el ejemplo de Grégoire.

En adelante, lector, vas a poder comprobar que su libro es una valiosa contribución para suministrar armas para ese combate.
¡Que disfrutes con tu lectura, amigo lector!

Notas:
1. Michel Collon, ¿Cúal será mañana la política internacional de Estados Unidos? sitio Investig'Action, septiembre 2008
2. Michel Collon, Libia, OTAN  y medíoembustes, Investig'Action, 2011, p.133.
3. www.humanite.fr/ node/95432
5. Ver por ejemplo, la página web Information Clea ring House, The Zionist Plan for the Middle East.
6. Mahdi  Darius Nazemroaya: El proyecto de un  "Nuevo Oriente Medio", Mundialización.ca, diciem bre del2006.
7. idem.
8. Robín Wright, lmagining a Remapped Middle East, New York Times, 28 de septiembre del 2013.
9. Sa'id Bouamama. "La construcción mediática de los islamistas", Investig'Action, octubre 2014.


Mohamed Hassan presenta "Yihad made in USA"