Este es, de los 19 que lo
componen, el capítulo 6 de la tercera parte del libro Yihad made in USA, de Grégoire Lalieu y Mohamed Hassan.
Capítulo 6
No hay una, sino dos Al
Qaeda
Grégoire Lalieu –Dijiste que el pensamiento
de Sayyid Qutb iba a encontrar cierta audiencia en Arabia Saudí, ese bastión del
wahhabismo. Dicen que Mohammed Qutb, el hermano pequeño de Qutb, hubiera tenido
como alumno a Osama Bin Laden y a Ayman al-Zawahiri. ¿El pensamiento de Sayyid Qutb
inspiró a Al Qaeda?
Mohamed Hassan –Claramente. Por eso puede
verse que los Hermanos Musulmanes y los yihadistas comparten una base ideológica
común.
–Pero no concuerdan en todo.
Zawahiri redactó una denuncia particularmente mordaz en contra de los Hermanos Musulmanes,
ya que él estimaba que la solución política era una traición.
–Es principalmente en el método
en lo que los Hermanos Musulmanes y los yihadistas no concuerdan. Sus dirigentes
salen de las mismas clases sociales: pequeña burguesía, pequeños terratenientes,
comerciantes, etc. y su principal enemigo son los Estados nacionalistas y laicos
del mundo árabe. Ese enemigo es incluso el primero en importancia, por delante de
las potencias imperialistas. Tanto es así que para combatir a los primeros no vacilan
en aliarse con los segundos.
–¿Como en Afganistán, en
los años 80, donde la CIA entrenaba a los yihadistas?
–Sí. Esa guerra de Afganistán
ilustra la teoría del «Rollback» inventada en Estados Unidos en los años 50. Para
el presidente Eisenhower y su Secretario de Estado, John Foster Dulles, ya no bastaba
con contener la expansión del comunismo por el mundo; en adelante era necesario
derribar a los gobiernos que eran cercanos a la Unión Soviética. Y ése era el caso
del gobierno afgano en los años 70. La técnica se aplicó con éxito rotundo en Afganistán,
donde la CIA enroló a la juventud musulmana no solo para echar al gobierno afgano,
sino también para precipitar la caída de la Unión Soviética. El principal artífice
de esa hábil maniobra fue Zbigniew Brzezinski, verdadero responsable de la política
exterior de la Casa Blanca. Como él mismo confesó, la idea que acompañaba el entrenamiento
de los yihadistas era soltar una bandada de mosquitos para forzar la intervención
del oso soviético. «Haremos de Afganistan el Vietnam de los soviéticos», profetizaba
Brzezinski.
–Y los jóvenes musulmanes
¿eran sensibles a los cantos de sirena de la CIA?
–Hubo una propaganda abundante
sobre el tema: en nombre del Islam, hay que tumbar a un gobierno laico y por ello
impío. Ese mensaje encontró cierto eco por varias razones. Primero, porque,
aunque no tenían representación oficial en Afganistán, los Hermanos Musulmanes estaban
presentes en la universidad de Kabul, donde difundían su ideología. Los servicios
secretos de Pakistán estaban al tanto, pero veían la cosa con mucha benevolencia.
En Afganistán, los Hermanos
Musulmanes no se contentaban con contrarrestar la influencia soviética en los campus.
Participaban también en la destrucción de todas las infraestructuras creadas por
el gobierno en materia de educación, de derechos de las mujeres, etc. Era una empresa
muy reaccionaria. Eso creó un caldo de cultivo muy propicio a la llegada de wahabíes
del estilo Bin Laden, que entonces pudieron introducir su atrasada religión en el conflicto afgano.
–Los combatientes no solo
venían de Afganistán sino que provenían un poco de todas partes. ¿Cómo fue posible
que el llamamiento tuviera tanto éxito?
–Los Hermanos Musulmanes habían
preparado el terreno, en Afganistán, pero la CIA y sus aliados reclutaron en todo el mundo árabe e incluso en
Occidente. Arabia Saudí y su red de mezquitas fueron una ayuda inestimable.
Para entender por qué tantos
jóvenes respondieron a aquella llamada, también tenemos que considerar lo ocurrido
en el mundo árabe durante los años anteriores a esa guerra de Afganistán. Para quitarse
de encima el nacionalismo árabe, las marionetas de la región pusieron en marcha
un proceso de islamización. Paralelamente, aplicaron una política de apertura económica
que trajo consigo el empobrecimiento de una gran parte de la población. Entonces
teníamos dentro del mundo árabe a un montón de jóvenes desocupados, totalmente ignorantes
de la lucha de clases y a quienes solo se les hablaba de Dios y de la sharia.
No solo no tenían nada que perder, sino que cuando se les llamaba a luchar por
Alá, el mensaje les tocaba la fibra sensible.
Y por otra parte, a los gobiernos
locales no les disgustaba que aquellos jóvenes,
a quienes consideraban como salvajes y a quienes no tenían ningún trabajo que ofrecer,
se fueran a morir a tiros en nombre de Alá.
–A Occidente tampoco le
disgustaba la idea, por lo visto...
–Fue el caso con Afganistán,
allá por los años 80, y sigue siéndolo hoy con Siria. Los gobiernos occidentales
no impiden a esos jóvenes que se vayan, pero los amilanan cuando regresan. O sea
que esos jóvenes, considerados como ceros a la izquierda, solo sirven para irse
a morir en el campo de batalla. Para nuestros políticos, es una manera útil de deshacerse
de ellos.
–A menudo se suele repetir
que no existe un perfil típico de esos jóvenes europeos que marchan a hacer la yihad
a Siria. Hubo convertidos, hijos de familias relativamente adineradas, árabes nacidos
en barriadas populares, musulmanes que pensaban participar en una acción humanitaria,
otros que sentían dentro de sí un alma revolucionaria...
–No obstante, existe un punto
común entre todos esos combatientes, en cierto modo algo que los relaciona con los
demás jóvenes de Oriente Medio: sus respectivos gobiernos son incapaces de ofrecerles
perspectivas de futuro. En Occidente nuestros gobernantes los han acosado, frustrado
y discriminado. Y finalmente, los utilizan como carne de cañón para sus guerras.
¡Qué vergüenza!
–Volvamos a Afganistán.
En los años 80, Estados Unidos ¿apoyó a los yihadistas?
–Para Estados Unidos era lo
que se llamó una «alianza temporal». El enemigo de mi enemigo es mi amigo... ¡temporalmente!
En cuanto cayó la Unión Soviética, Washington descorchó el champán y salió de Afganistán
más deprisa de lo que había entrado. Claro está, Estados Unidos nunca imaginó las
consecuencias de semejante operación.
Después de haber vencido a
los soviéticos, Osama Bin Laden se sintió capaz de cualquier cosa. Creó una nueva
organización, Al Qaeda, con el objetivo de
liberar a todos los países musulmanes por la vía de la yihad. Por los motivos que
acabo de mencionar, el movimiento encontró numerosos adeptos entre la juventud musulmana.
Pero conviene relativizar ese triunfo en comparación con el número total de musulmanes
en el planeta. Hoy día, siendo los medios lo que son, los occidentales se imaginan
que un feroz terrorista dormita en cada musulmán. La realidad es menos aterradora
y menos seductora, claro está. En comparación con los mil quinientos millones de
musulmanes que viven su religión pacíficamente, los que caen en el terrorismo representan
un porcentaje relativamente insignificante.
–Y sin embargo, los medios
no paran de hablarnos de Al Qaeda. Esa organización estaría o habría estado presente
en el mundo entero.
–Bueno, el llamamiento de los
yihadistas pudo encontrar a cierto número de adeptos un poco en todas partes del
mundo musulmán. Pero los medios suelen hacer una amalgama con todos los movimientos
o incluso con los actos yihadistas. Más allá del carácter sensacionalista e ideológico
de esa propaganda, hay otra razón para ello. En efecto, un fenómeno particular ha
surgido con Al Qaeda. Estos últimos años bastaba con que un terrorista hiciera estallar
una bomba, fuera donde fuera en el mundo, y que reivindicase su pertenencia a esa
organización para que se fantaseara sobre la potencia y extensión de su red. Inclusive
tú mismo hubieras podido enviar unos sobres con una pizca de harina dentro y colgar
un vídeo en You Tube para que los medios se excitasen acerca de la presencia de
Al Qaeda en Bélgica...
Te darás cuenta además de que
el nombre de Al Qaeda significa «la base». Con el transcurso de los años se ha vuelto
una especie de base común para un sinfín de movimientos desparramados por el mundo
entero, desde Filipinas hasta Mali, pasando por Yemen o el Cáucaso.
–Se pueden añadir Libia
y Siria a los países que mencionas, dos países que estaban en el punto de mira de
la OTAN Treinta años después de la primera
guerra de Afganistán, ¿habrá pactado Occidente una nueva alianza con Al Qaeda?
–A mi parecer, hay que distinguir
a dos Al Qaeda diferentes. La primera, la de Osama Bin Laden, veía más lejos que
la punta de sus narices. Tras haber combatido a la Unión Soviética, aquella organización
pensaba poder atacar a otra superpotencia: Estados Unidos.
–La implicación de la Unión
Soviética era evidente en el caso de Afganistán. Pero ¿por qué a continuación Al
Qaeda atacó a Estados Unidos?
–En su estrategia
guerrera, los yihadistas distinguen a dos enemigos: el próximo y el lejano. El enemigo
próximo son los gobiernos locales dirigidos por musulmanes malos conforme a la visión
de Sayyid Qutb que inspiró a los yíhadistas. El enemigo lejano son las grandes potencias
que colaboran con los enemigos próximos.
Después
de la guerra de Afganistán, que ocasionó la caída de la Unión Soviética, estalla
la primera Guerra del Golfo en 1990-91. Saddam Hussein había invadido Kuwait y sus
tropas estaban a las puertas de Arabia Saudí. Osama Bin Laden entonces le propuso
a la familia real reclutar un ejército, pero los Saud prefirieron jugar la baza
del aliado estadounidense y autorizaron a los GI de Estados Unidos estacionarse
en Arabia Saudí para su operación Tempestad del Desierto. Para Bin Laden eso
era un insulto. ¡Los Saud abrían de par en par las puertas de las tierras santas
del Islam al ejército de Estados Unidos! En su famoso parte de febrero 1998, Osama
Bin Laden y Zawahiri dicen claramente: «Desde hace más de siete años, Estados
Unidos ocupa las tierras del Islam en los lugares más sagrados, la península arábiga,
y saquean sus bienes, dan órdenes a sus jefes, humillan a su pueblo, aterrorizan
a sus vecinos e intentan transformar sus bases en la península en bases destinadas
a combatir a los pueblos musulmanes vecinos».
De ahí que, más que nunca,
los dirigentes de Al Qaeda pudieron mirar a los Saud como a un enemigo cercano.
Pero también entendieron claramente que ese enemigo cercano sacaba su fuerza del apoyo que le suministraba Estados Unidos, un enemigo lejano. Por eso, era allí dónde había
que asestar el golpe.
–¿En qué aspectos es diferente
esa segunda Al Qaeda de la que hablas?
–Sus ex dirigentes como Osama
Bin Laden o Zarqawi fueron eliminados por Estados Unidos. Pienso que hoy la Al Qaeda
que existe nada tiene que ver con la antigua, y que conviene desmitificarla. Ya
no es una organización, solo es un logo que agrupa a movimientos fragmentados como
el frente Al Nusra y un montón de pequeñas organizaciones que se combaten unas a
otras en Siria. Son más grupos terroristas que verdaderas organizaciones con una
ideología. Y también, al parecer, esta nueva Al Qaeda ha abandonado su combate contra
el enemigo lejano y ataca a enemigos cercanos como Libia y Siria o los dirigentes
chiíes de Iraq.
–En enero 2014, el nuevo líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri,
apelaba a los grupos presentes en Siria a dejar inmediatamente de combatirse unos
a otros. También declaraba que tenían que unirse en contra del «enemigo laico y
confesional, apoyado por las fuerzas de rafidhistas (chiíes) safovidas (refiriéndose
a Irán), así como Rusia o China». Por lo visto, los enemigos lejanos no han desaparecido,
sino que ya no son los de antes...
–Pienso que ese giro radical
tiene que ver con una opción táctica. Después de los atentados del 11 de septiembre,
Estados Unidos se lanzó a la guerra contra el terrorismo. Le asestó un duro golpe
a la organización de Al Qaeda. Hoy día, al cambiar de táctica, los yihadistas no
solo se dan un respiro sino que saben que pueden contar con el apoyo de Estados
Unidos y de sus aliados. Y éstos, a su vez, tienen la posibilidad de derribar a
los gobiernos enemigos sin tener que enviar a su propio ejército.
–¿Una vuelta al método afgano
de los años 80?
–El mismo método, en efecto.
Y observemos que el artífice de la trampa afgana, Brzezinski, también es un íntimo
consejero de Obama. En unos diez años, los neoconservadores han arruinado a
Estados Unidos con sus guerras de Afganistán y de Iraq. Esas expediciones militares
han costado un dineral, pero no han aportado los resultados esperados. Por otra
parte, en el mundo la imagen que se tiene de Estados Unidos se ha dañado mucho y,
en el interior, el presidente de Estados Unidos es incapaz de convencer a sus electores
de la necesidad de una intervención militar más.
Lo cual explica ese cambio
de estrategia. Obama lleva a cabo una retirada táctica de Afganistán y de Iraq,
pero en realidad es una operación puramente formal, ya que Estados Unidos seguirá
disponiendo de bases militares en ambos países. Y también hay que sumar a todos
los mercenarios privados con quienes el Pentágono subcontrata misiones. A pesar
de todo ello, Obama ha podido «vender» esa aparente retirada, presentarse como un
pacifista y ¡ser galardonado con un Premio Nobel! Pero no ha abandonado ni un ápice
la estrategia de dominación mundial que venían aplicando sus antecesores. Y aunque
lo quisiera no podría hacerlo, porque la situación exige inexorablemente que Estados
Unidos defienda con uñas y dientes sus intereses en el mundo entero. Y es que ahí
está la crisis económica y emergen nuevas potencias como China y Rusia, y vamos
pasando de un mundo unipolar a un mundo multipolar... Una situación que poco a poco
le arrebata a Estados Unidos su papel hegemónico y lo coloca en un rango de potencia
regional.
Pero eso Washington no está
dispuesto a aceptarlo. Sus multinacionales no lo toleran; imperativamente tienen
necesidad de seguir explotando mercados y saqueando recursos en las cuatro partes
del mundo. En América Latina, en África, en Oriente Medio, en Asia... Obama sigue
pues jugando la baza de la injerencia, pero con más sutileza que los conservadores.
Asistimos al retorno del «soft power». Para destabilizar a los países enemigos,
como ya explicamos en nuestro libro anterior: La estrategia del caos, Estados
Unidos se vale de tropas del interior en lugar de tener que enviar a sus propios
soldados.
Estados Unidos ya no tiene
la capacidad de intervenir sobre el terreno. Lo más que puede hacer son ataques
aéreos. Le bastaron para derrocar a Gadafi en Libia, pero el método tiene ya escasa
eficacia como nos demuestra la operación lanzada contra el Estado Islámico. No obstante,
es una política que le granjea colosales beneficios al complejo militar-industrial,
que pesa muchísimo en la economía norteamericana. Durante los meses posteriores
al anuncio por Obama del bombardeo de las posiciones del Estado Islámico, el
valor de la acción de Loockheed Martin subió un 9,3%, la de General Dynamic un 4,3%
y la de Raytheon y Northrup Grumman un 3,8%. Y no olvidemos que durante la primera
noche de los ataques en Siria el 23 de septiembre de 2014, la armada de Estados Unidos disparó 47 misiles
Tomahawk cuando ¡cada uno de ellos cuesta 1,4 millones de dólares!
–Al apoyarse en grupos yihadistas
en Siria y en Libia, ¿no jugó Washington con fuego? En Afganistán, tras la derrota
de los soviéticos, Osama Bin Laden se volvió contra Estados Unidos. En Libia, después
de la caída de Gadafi, el embajador estadounidense murió en un atentado. Y en Siria
se les oía decir a los yihadistas: «First Bashar, then NATO». De verdad, esos combatientes
¿son aliados de fiar?
–Una cosa es utilizarlos y
otra es controlarlos. Como con la guerra de Afganistán, se trata de una alianza
temporal. Para unos y para otros. Los yihadistas no son parecidos a los islamistas
reaccionarios; no son marionetas totalmente sometidas a Occidente. Algunos hasta
se preguntan por qué atacan a un país musulmán como Siria en lugar de atacar a Israel,
por ejemplo. No es que los imperialistas los manipulen por completo, más bien es
que han desarrollado una estrategia bastante cobarde y poco elaborada a nivel político.
El plan que tiene ideado Al
Qaeda, hoy día, es conquistar los Estados árabes laicos, más accesibles que Estados
Unidos o Israel, para a continuación adquirir potencia. Según el jefe actual de
la organización, Ayman al-Zawahiri, cada guerra que se presenta es una bendición
del cielo porque estos conflictos procuran a todos los jóvenes combatientes de Al
Qaeda la posibilidad de ir adquiriendo la experiencia necesaria para fortalecerse
y, más tarde, poder librar combates más importantes. En su libro: Caballeros
bajo el estandarte del Profeta, Zawahiri explica cómo Afganistán resultó un
terreno de experiencia ideal para sus jóvenes reclutas. Muchísimo mejor que West
Point o cualquier otra academia militar.
Pero es una visión política
muy mezquina. Al Qaeda atacó a dos Estados nacionalistas, Siria y Libia, para adquirir
más potencia y ganar apoyo, y porque bajo su punto de vista, la laicidad en el mundo
árabe sigue siendo una aberración. Pero con esa política, los yihadistas ponen la
región a sangre y fuego y dividen a los pueblos de Oriente Medio. E indirectamente,
también aplican aquello de «Divide and Rule» y contribuyen a reforzar la
dominación de Occidente.
–Dices que Los servicios
secretos de Arabia Saudí se han infiltrado en Los grupos yihadistas para manipularlos.
Sin embargo, Arabia Saudí tomó medidas para sancionar a quienes financian el terrorismo
islamista.
–Como ya he dicho, utilizar
y controlar no es como eso de tanto monta y monta tanto. En su época, ya el príncipe
Turki tenía con Osama Bin Laden relaciones por lo menos sospechosas según algunos.
En su libro: En el corazón de los servicios secretos, el ex jefe del servicio
de información de la DGSE, Alain Chouet, explica cómo los primeros atentados cometidos
por Osama Bin Laden servían de cierto modo los intereses del príncipe Turki, jefe
de los servicios secretos de Arabia Saudí en aquel entonces. (1) Oficialmente se
creó Al Qaeda en 1998, pero ya se habían producido atentados en Arabia
Saudí: soldados estadounidenses y saudíes heridos a tiros, un coche bomba delante
de un edificio de la Guardia Nacional saudí, en Riad; un camión cargado de explosivos
contra la base americana de Khobar... Comentando esos atentados, Alain Chouet precisa:
«La comprensión política de esos atentados no era algo sencillo. En Arabia
Saudí, la mayoría apuntaban, en efecto, o bien a infiltrados de la Guardia Nacional
saudí, o bien a asentamientos o personal militar extranjero que estaban bajo la
custodia y protección de ésta última. Ahora bien, la Guardia Nacional saudí estaba
bajo las órdenes del príncipe Abdallah, que no era sino el regente, el presunto
heredero del trono entonces ocupado por el rey en horas bajas Fahd, criticado con
vigor por sus medio hermanos cadetes, el príncipe Turki, jefe de los servicios secretos,
y el príncipe Sultán, ministro de Defensa. Todos esos atentados parecían poner en
tela de juicio la capacidad de gestión y de control de Abdallah y suscitar, por
parte de Estados Unidos, un vivo sentimiento de recelo y de rechazo hacia su persona.»
Chouet rechaza, con razón,
la idea según la cual el príncipe Turki habría «fabricado» a Osama Bin Laden y explica
cómo el jefe de los servicios secretos pudo utilizar a Bin Laden más adelante, en
particular cuando los atentados contra las embajadas de Estados Unidos, en Kenya
y en Tanzania, en 1998. En represalia, el presidente Bill Clinton mandó bombardear
una fábrica farmacéutica en Sudán. Se sabrá más tarde que Osama Bin Laden no tenía
nada que ver con esa fábrica, pero Arabia Saudí sí estaba en litigio con Sudán y
ese ataque era para avisar a Sudán de que tenía que pasar por el aro y obedecer
a los Saud. Además, la fábrica era propiedad de un hombre de negocios saudí y fabricaba
medicamentos que competían directamente en el mercado africano con empresas farmacéuticas
estadounidenses. El príncipe Turlci y Washington tenían pues intereses comunes en
ese ataque presuntamente contra Al Qaeda en Sudán.
–Y ¿qué hay de los atentados
del 11 de septiembre?
–El príncipe Turlci tuvo que
dimitir de sus funciones una semana antes de los atentados del World Trade Center
y eso porque, según Chouet, Arabia Saudí –así como otros muchos servicios secretos,
desde luego– vislumbraba que algo importante se estaba tramando y no quiso que se
le pudiera acusar directamente. La verdad es que, a pesar de que el príncipe Turlci
pudo utilizar a Osama Bin Laden, éste no era su criatura. En cuanto al líder de
Al Qaeda, aunque pudo beneficiarse de ciertos apoyos eficaces, no dejaba de guardar
cierto encono contra la familia real. Osama Bin Laden no les reconocía legitimidad
alguna a los Saud. Él nombraba a Arabia y no a Arabia Saudí. Osama Bin Laden era
un típico representante de esa burguesía saudí que se siente perjudicada por el
poder efectivo de la familia real sobre la totalidad del país y que ansía que se
hagan reformas en el reino.
Los Saud saben muy bien que
deben andarse con pies de plomo y cuando utilizan a los yihadistas temen un cambio
de tornas a peor. Y eso es lo que está ocurriendo actualmente en Siria. Los servicios
secretos saudíes, dirigidos por el príncipe Bandar, en cierto modo han resucitado
a Al Qaeda, pero esta organización ya no se parece en nada a lo que fuera. Obedeciendo
la voluntad de los Saud, se ha metido en un conflicto en el que los suníes combaten
a los chiíes. Y es que Arabia Saudí está enzarzada en una guerra por la supremacía
regional contra los chiíes de Irán y sus aliados del Hezbolá, de Siria y de Iraq.
No es pues casualidad si las prédicas de Al Qaeda han cambiado tanto. Antaño abogaba por echar fuera de Oriente Medio a los
norteamericanos y vituperaba a los gobiernos árabes que habían abierto de par en
par las puertas de las tierras musulmanas a los extranjeros. Hoy día fustiga a los
chiíes. Su propaganda religiosa, destinada a reclutar a mercenarios, gira en torno
a las discrepancias que oponen el sunismo al chiísmo. Con ese fin, recurre a
exhumar textos arcaicos. Digamos, una vez más, que se trata de una visión muy atrasada,
sectaria y deleznable desde el punto de vista político.
–¿Así es como explicas la
evolución del conflicto iraquí? Después del derrocamiento de Saddam Hussein se creó
una resistencia para combatir a las tropas de ocupación norteamericanas. Pero ese
combate mudó rápidamente a un conflicto confesional en el que los suníes luchan
contra los chiíes...
–Efectivamente, ésa es una
evolución que anhelaban Arabia Saudí y Estados Unidos. Una evolución que la nueva
Al Qaeda hizo posible. Arabia Saudí no soportaba
que el nuevo gobierno de Iraq fuera próximo a Irán y reforzara la influencia de
Teherán en la región. Por su parte, Estados Unidos prefiere que los combatientes
de la resistencia se maten unos a otros y no ataquen a sus tropas.
Al principio, la mayoría de los combatientes resistentes iraquíes eran baazistas, partidarios
de Saddam Hussein. Pero como consecuencia
de la «desbaazificación» que llevó a cabo Paul Brener, por una parte, y de la llegada
masiva de yihadistas provenientes de los países vecinos por otra, el núcleo baazista
y laico de la resistencia iraquí se ha disuelto. Y aquella resistencia iraquí de los primeros tiempos se ha
vuelto un movimiento islamista infiltrado por los servicios secretos de Arabia Saudí
y de Jordania. Un movimiento que carece de visión política, cuya única meta es matar.
En 2014, ¡se contaban unos 25 muertos diarios en Iraq! Éste es el balance de la
invasión norteamericana. Y todavía topamos con gente que tiene la osadía de apelar
a la intervención de ese ejército para acabar con los conflictos...
–Hoy día, esos movimientos yihadistas infiltrados ¿están
fuera del control de Arabia Saudí?
–Se ha producido un cambio
importante, en efecto. Se considera que el príncipe Bandar, que dirigía los servicios
secretos de Arabia Saudí, es un padrino del terrorismo islámico. Se le nombró para
cumplir una tarea muy precisa: utilizar a los grupos yihadistas para derrocar al
régimen sirio. Pero el proyecto fracasó. Los yihadistas no pueden con el ejército
sirio, que supo evitar caer en la trampa de la propaganda confesional. Y a pesar
de las manipulaciones burdas sobre el uso de armas químicas, quienes colaboran con
los yihadistas en Siria no han conseguido forzar la intervención de la OTAN para
apoyar a los mercenarios derrotados.
Todas esas maniobras que no
dieron resultado disgustaron a los dirigentes saudíes. El príncipe Bandar abrió
una caja de Pandora, pero no alcanzó su objetivo. Ahora, a la familia real le aterroriza
lo que puedan emprender todos esos yihadistas si abandonan el campo de batalla sirio.
Como ya lo hicieran antes, podrían volverse en contra de los Saud.
De ahí que la familia real
haya tomado decisiones radicales para apaciguar la situación. Primero, ha mandado
a hacer gárgaras al príncipe Bandar. Lo han echado a la calle como un don nadie;
ha tenido que liar el petate y largarse. Después, como ya mencionaste, se ha promulgado
una ley para sancionar a los saudíes que financien redes yihadistas. Por fin, Riad
quiere también facilitar el regreso de todos esos jóvenes que marcharon a combatir.
Se ha hecho un llamamiento. Los que no vuelvan dentro del plazo estipulado perderán
la nacionalidad. Y por otra parte, las autoridades saudíes han despedido a gran
parte de la mano de obra inmigrada para que los jóvenes yihadistas que regresen
al país puedan encontrar un trabajo y volver a integrarse correctamente.
–¡Este sí que es un cambio
radical para Arabia Saudí! Allá por los años 60, para protegerse de los movimientos
sociales que la amenazaban, sus dirigentes, pura y sencillamente, eliminaron a la
clase obrera saudí y recurrieron a mano de obra inmigrada. Una práctica que posibilitó
el dinero sacado del petróleo. En lo relativo a los trabajadores venidos de Pakistán,
de Yemen o de otros países, estos trabajan en condiciones casi parecidas a lo que
es la esclavitud. A día de hoy, los dirigentes saudíes ¿no temen tener que afrontar
movimientos sociales si una clase obrera se desarrolla nuevamente?
–Después de los años 60 siempre
existió una pequeña clase obrera en Arabia Saudí, pero era minoritaria en comparación
con la mano de obra extranjera, y principalmente la formaban trabajadores chiíes,
ya que efectivamente los Saud siempre han temido los movimientos sociales. Pero
temen más aún a esos jóvenes saudíes que se alistaron en movimientos yihadistas
y que podrían estar fuera de todo control. No olvidemos que los ideólogos del estilo
de Sayyid Qutb que inspiraron a esos grupos yihadistas son muy críticos hacia dirigentes
musulmanes como los Saud. No pienso que los Saud tengan miedo de los dirigentes
de esa segunda Al Qaeda, que es una mera impostura. Pero la organización agrupa
un montón de movimientos que el mismo Zawahiri es incapaz de controlar. ¡No es capaz
de impedir que se maten unos a otros en Siria! Probablemente le sería imposible
impedir que atacasen a los Saud si algunos decidieran hacerlo. Tanto más cuanto
que todos esos grupos han sido reclutados sobre la base de una propaganda yihadista.
No se les llamó diciéndoles: «Venid, vamos a atacar Libia y luego Siria para
complacer a Arabia Saudí y a Estados Unidos, que nos ayudan para esta misión». Se
les habló de impíos, un concepto que se le aplicó a Gadafi y luego a Assad, y que
muy bien pudiera aplicarse a los Saud a continuación.
–Hablas de una alianza temporal
tanto por parte de los yihadistas como de Estados Unidos. Ya hemos visto qué estrategia aplican
los primeros. ¿Qué es de los otros? Al parecer, la operación siria no tiene el mismo
éxito que la que se llevó a cabo en Afganistán en los años 80...
–A corto plazo, hay que reconocer
que la estrategia de Estados Unidos está bien pensada. La utilización de grupos
islamistas encaja perfectamente en los planes de los imperialistas para derrocar
a los regímenes nacionalistas árabes que se les resisten.
La cosa está bien ideada, ya
que esa misma estrategia no solo puede ser aplicada al mundo árabe: hoy día, casi
el 15% de la población rusa es musulmana. Si consideramos el territorio de la ex
Unión Soviética, donde Moscú sigue ejerciendo cierta influencia, esa proporción
resulta aún más importante en algunas regiones. Estados Unidos podría recurrir al
integrismo musulmán para desestabilizar a Rusia. Sin contar con que esa misma técnica
ya se usó en tiempos de Boris Yeltsin, en Yugoslavia, en Chechenia y en otras regiones
de Asia central.
También se puede presentar
la oportunidad en China, ya que ésta cuenta con una importante minoría musulmana
uigur, en el Xinjiang. E incluso gran parte de Asia es la que puede ser desestabilizada
mediante la presencia de grupos integristas: en Malasia, Indonesia,
Filipinas...
Estados Unidos tiene pues una
buena baza para proseguir su estrategia del caos: una política de tierra quemada
que no le permite asegurar el control de un país y sus riquezas, pero que les impide
a sus competidores explotarlas.
–Pero ¿no corre peligro
el «corto plazo» de plantear problemas a «largo plazo»?
–Es diferente, claro está.
Mira lo que está pasando en Libia... Sí, los imperialistas consiguieron derrocar a Gadafi. Pero al mismo tiempo el Estado ha quedado destrozado.
Hoy, el país es presa de bandas armadas que se están matando unas a otras. Y luego,
la expedición militar de la OTAN tuvo repercusiones en Mali y forzó la
intervención de Francia. El imperialismo necesita exportar sus capitales a Libia
y explotar su petróleo barato; no puede prescindir de hallar mercados para sus empresas
en la reconstrucción necesaria del país... Pero todo eso, actualmente ¡resulta totalmente
imposible! La verdad es que Occidente tiene enormes problemas en Libia.
Washington y sus aliados quisieron
repetir la operación en Siria, pero el resultado es un fracaso. El gobierno sirio
resistió el embate. Tras sufrir varias derrotas, los yihadistas se han pasado a
Iraq y allí siembran una y otra vez el caos. Allí también, Occidente sembró las
semillas de una situación explosiva.
Es así como podemos constatar
que la estrategia de utilizar a grupos islamistas está bien ideada, no cabe duda,
pero también que resulta peligrosísima. Primero, puede permitir vislumbrar resultados
tangibles a corto plazo, pero, sin embargo, nada está ganado de antemano. Cayó Gadafi,
pero Bashar al-Assad no. Después, a medio plazo, Occidente bien pudiera toparse
con problemas más serios aún. ¿Cuánto tiempo va a durar la cosa?
Vivimos una situación peligrosa
y el peligro concierne a la Humanidad toda. Y no solo a causa de Siria. A través
de la agresión a ese país, Occidente atiza un conflicto más amplio: contra Irán,
contra Rusia, contra China... Estados Unidos
es una potencia imperialista en declive. El peligro está en que, a pesar de todo;
este imperio quiera aferrarse a su rango de primera potencia y entonces puede sumir
al mundo en un conflicto generalizado que podría incluso acabar siendo nuclear...
(l). Alain Chouet (entrevistas con Jean
Guisnel), En el corazón de los servicios secretos. La amenaza islamista: falsas
pistas y auténticos peligros, Editorial La Découverre, 2013.
© Grégoire Lalieu, 2016
Edición propiedad de El Viejo
Topo / Ediciones de Intervención Cultural
Diseño: Miguel R. Cabot. Dibujo
de portada: BAF.F!
Traducción del francés: Manuel
Colinas Balbona, Alex Anfruns y Rocio Anguiano
Relectura y correcciones: Alex Anfruns