Alfredo D. Vallota
El anarquismo es
pluralidad y diversidad y es por ello que hay muchas maneras de entenderlo, de
vivirlo, de pensarlo y hay muchas corrientes algunas de las cuales hasta
parecen oponerse y enfrentarse. A esto concurre que el anarquismo es más una
idea que vive que el resultado final y terminado de una
elucubración intelectual. El anarquismo es dinámico en su identidad por lo que
quienes se encuentran interesados en esa idea nunca se consideran anarquistas
sino que van siéndolo, en un proceso que es siempre enriquecimiento,
renovación, novedad en pos de mejorar todo lo que necesariamente ha de
renovarse con la meta de eliminar la opresión y ganar autonomía, condiciones
necesarias para ser libres, que es lo mismo que ser humanos en el pleno sentido
de la palabra. Esto hace que, para los que miran desde afuera, los anarquistas
parecen ser un grupo radical, agitador, y hasta violento, que se oponen a todo,
principalmente al estado y las instituciones, sin que aporten mucho de positivo
para resolver los problemas que nos aquejan, gente que está a la izquierda de
todo.[1] Sin
embargo, hubo y hay en el anarquismo las simientes de soluciones para muchas
contradicciones y conflictos que vive la sociedad contemporánea y en este
escrito haremos algunas reflexiones, o divagaciones, que no pretenden sino ser
una contribución a pensar y vivir el anarquismo.
El anarquismo como
idea
Decíamos que el
anarquismo es una idea, algo que debe distinguirse muy bien de una ideología,
especialmente cuando nos referimos a propuestas socialistas. Por ideología
entendemos aquí un sistema de creencias apriorísticas y racionalizadas que sirve
para justificar la dominación y el poder de un grupo social sobre otro, en cuyo
tránsito se puede llegar hasta la mistificación del sistema o de sus
personeros. En la terminología marxista, la palabra ideología se
usaba para señalar toda representación que ocultara la verdadera realidad de
los hechos, revistiéndola de imágenes falsas o ilusorias, lo que sirvió para
denunciar a cualquier interpretación distinta a la suya.[2] Pero,
hemos de reconocer que, cuando el marxismo-leninismo alcanzó el poder y sus
propuestas se transformaron en verdad doctrinaria, con interpretaciones
ortodoxas, desviaciones, revisionismos, partidos oficiales, control del
gobierno, también devino una ideología con la significación que él mismo
marxismo usaba.
Por su parte, el
anarquismo, aunque haya tenido tendencias ideologizantes, nunca ha sido
dominado o delimitado por algunas de sus teorías, ni por alguno de sus
filósofos o proponentes más famosos y toda tendencia a una unificación a
ultranza dentro del anarquismo ha terminado por abandonarlo. En esto se funda
la calificación de utópico del anarquismo, en contraposición a las ideologías,
porque da lugar a diversidades y hasta oposiciones que el realismo de
otras vertientes socialistas pretenden superar pero que el anarquismo ha
preferido mantener tratando de armonizarlas.[3]
Ubicar al anarquismo
entre las ideas, cosa que ha sido una manera preponderante de entenderlo entre
españoles e italianos, tampoco es sinónimo de incluirlo en el contexto del
idealismo de corte hegeliano. Por idea queremos señalar un modo del pensar, al
que Hegel pretendió inútilmente darle culminación, que para el anarquismo no se
sitúa en el terreno de las abstracciones o exclusivamente en el plano del
pensamiento, sino también en el de las convicciones, de los deseos, de una
visión de mundo, cuya vigencia está en estrecho contacto con las acciones que pretenden
hacer realidad esa idea, tanto en lo personal como en lo colectivo. Es una idea
que expresa toda la potencialidad del ser humano en su afán de superar sus
propios límites, lo que sólo es posible en el seno de un movimiento colectivo
que la comparta. Es un movimiento de la mente que se traduce en gestión, es un
movimiento colectivo que se expresa en vida, es acción y experiencia de cada
una de las personas que lo componen. Y, por eso, más que un mero pensamiento es
también un sentimiento, una ética, un método, una filosofía social, una manera
de pararse frente a lo que somos para proyectarnos a lo que podemos ser,
individual y colectivamente.
Cuando lo entendemos
como una idea de este tenor, el anarquismo se sitúa en el universo de otras
ideas que florecieron en el siglo XIX, como las de racionalidad, libertad,
socialismo, igualdad, democracia, humanidad, progreso, historia, nación, con
las se amasaron las propuestas que nos llegaron al siglo XX. Como sucede
también con ellas, que son ideas y no ideologías, el anarquismo no es
doctrinal, se lo entiende pero no se lo define, se lo vive sin racionalizarlo
plenamente, se lo comparte tanto como resultado de un pensar y como un
sentimiento acerca de las relaciones entre los individuos y la identidad personal,
se convierte en una meta que guía la existencia cotidiana, se hace objeto de
una esperanza que fundamenta la solidaridad, que se enriquece y cambia siendo
siempre el mismo, es un presente y también un horizonte que nos mueve a ir más
allá. Por eso, en forma incomparable con ninguna otra idea, es un deber que es
un querer y es saber lo que se quiere, es espontaneidad sin ser irracionalismo,
es vital sin ser anti-intelectual, es educación en el diálogo, es crecimiento
individual en compañía, es disciplina y obediencia sin sumisión, es gestión de
la vida que es autogestión.
El anarquismo y la
política
Presentamos al
anarquismo formalmente como una idea, pero esa idea tiene historia y evoluciona
en su contenido, proceso que se relaciona con la política. Claro que, cuando
aquí decimos política, no nos referimos a la idea original griega, el arreglo
amable de la vida humana en pos de la felicidad apoyado en principios
racionales, discutidos y compartidos tal como el anarquismo la propone, sino a
la política tal como la vemos desarrollarse en nuestros días, un arreglo
estructurado del poder que permite que un grupo de personas controle a una gran
mayoría en su propio beneficio, gracias principalmente a la institución del
estado y otras derivadas y dependientes.
Es en esta
perspectiva de la política de nuestros días que hay que entender eso que oímos
a diario de políticas de educación, de salud, de gobierno,
económicas, sociales, institucionales, de mayorías y minorías, que se suman a
la lucha política convencional.[4] Todas se
inscriben, en mayor o menor grado, en el conjunto de recursos para que un
grupo, una clase, una casta, una fracción domine a los demás. Esto es tan así
que muchos son los que han llegado a confundir liberarse con pasar de una
dominación a otra. En esta política es donde impera la ideología, no las ideas,
el engaño, el fraude, la impostura, la compra de voluntades, los ejercicios de
violencia y fuerza. Claro es que hay verdaderos intentos de real liberación
que, no cabe ninguna duda, los podemos identificar claramente porque todos
ellos tienen como condición desarmar la estructura de poder que prevalece en nuestros
días. Sin este requisito, entonces nos estaremos engañando ya que simplemente
cambiaremos de amo, de capitalista a comunista, de privado a estatal, de
empresarial a militar, de transnacional a religioso.
El resultado de esta
manera de considerar a la política es la amplia gama de divisiones en la
sociedad generando oposiciones y enfrentamientos que disuelven la unidad:
gobernantes y gobernados (nueva versión de amos y siervos), propietarios y
desasistidos, empleadores y empleados, razas superiores e inferiores, fieles y
gentiles, profesores y estudiantes, viejos y jóvenes, varones y mujeres,
oficialistas y opositores, dirigentes y dirigidos, aprendidos e ignorantes,
superiores e inferiores, libres y esclavos, primer y tercer mundo, militares y
civiles, vendedores y compradores, sacerdotes y fieles, líderes y seguidores,
comandantes y tropa, beneficiados y perjudicados, leales y traidores,
nacionales y extranjeros, burgueses y proletarios y hasta Creador y criaturas.
No en vano el refrán dice divide y triunfaras y todas y cada una de estas
divisiones tiene una ideología que la sustenta, aunque quizás ninguna tan
completa como fue el marxismo-leninismo, que estimulan el enfrentamiento y la
competencia entre ellas para menguar las fuerzas que podrían resultar de la
eliminación de estas pseudo separaciones.
El anarquismo se
puede entender genéricamente como la idea que tiende a suprimir todas estas
pseudo divisiones, la negación de todo poder, soberanía, dominación, jerarquía
que generan estos falsos fraccionamientos y el intento de conformar la unidad
que respete a las verdaderas diferencias. El anarquismo es el deseo de suprimir
toda disolución, el rechazo a toda dicotomía que de lugar a enfrentamientos,
como los de razón –pasión, physis-nomos, naturaleza-historia, creyentes e
infieles. Y por eso es que el anarquismo es anti-estatal, porque entiende que
el estado y el gobierno son el reducto último, o el fundamento primero como
quieran, de todas estas divisiones ya que en pos de su dominio es que las demás
se generan y fomentan. [5] Es, desde
esta perspectiva y así visto, que el anarquismo es anti-político, quizás el
único movimiento que lo sea en forma fundamental, en un sentido radical y que
se expresa en la consecuente postura abstencionista en todo proceso electoral.
No es que se oponga a esta o aquella particular posición partidista, ni tampoco
que su posición dependa de alguna circunstancia especial sino que la postura
surge de considerar a la política en otra forma, comparada con la cual la
actual es una perversión, una distorsión, un engaño, que de ninguna manera
puede resolver los problemas de la gente porque no es su interés primario sino,
en el mejor de los casos, una concesión obligada.
El anarquismo es la
filosofía social y política que se propone erradicar toda forma de
pseudo-divisiones entre los seres humanos, entre los que tienen y los que no
tienen, cualquiera que sea la cosa tenida, dinero o conocimiento, color de piel
o creencia religiosa, bienes o males. No se trata de mercadear el poder que
forja esta disparidad grupal, se trata de disolverlo, ya que el poder nunca se
distribuye sino que, por el contrario, se concentra.[6] En
consecuencia, sin las múltiples divisiones que el poder y el estado generan,
los individuos se relacionarían entre sí en diferentes niveles, en diversos y
variados sistemas de organización, en asociaciones voluntarias y libremente
escogidas. El objetivo es la unidad y armonía de lo diverso, que no es lo mismo
que la homogeneidad que anula. Hemos de reconocer que, a pesar de la declarada
individualidad que hace el liberalismo, esta individualidad en su ámbito vale
solamente para grupos escogidos. La gran mayoría integra la masa,
el pueblo, la tropa, una multitud sin rostro. Y también
vemos que las sociedades que hoy se autoproclaman socialistas (China, Cuba,
Venezuela) no son otra cosa que una multitud en ciega sumisión y asentimiento
acrítico a los líderes, pretendiendo eliminar toda oposición, toda disparidad,
toda diferencia. Sin embargo, y cabe señalarlo, tampoco los integrantes de esos
sectores supuestamente favorecidos en cada caso tienen una auténtica
individualidad, porque dependen de su membresía a estas acumulaciones y no les
pertenece realmente a cada uno. Son pseudos-individuos porque su individualidad
es permisada en tanto y cuanto pertenezcan al grupo dominante y sigan sus
dictámenes. La pretensión anarquista es de una universal y genuina
individualidad, sin la coerción ni las distorsiones del poder, que sólo es
posible en una auténtica socialización de la vida personal que no es sinónimo
de igualdad de poderes, sino ausencia de poderes que controlen, decidan,
regulen o dominen a los otros. Por ello, individualidad y sociabilidad se
pueden identificar como valores básicos del anarquismo.
Estos valores básicos
tienen consecuencias, una de las cuales es la reconsideración de la justicia.
La justicia no puede ser estimada como una excelencia distributiva, en el mejor
de los casos, o como una burda herramienta de poder en los peores, porque si la
justicia es tratar de enmendar los excesos de los dominadores sobre los
dominados, esto quiere decir que su razón de ser está en la aceptada distinción
de dominadores y dominados. En otras palabras, la justicia no pretende eliminar
esta forzada distinción sino simplemente hacerla compatible con el desorden y
la protesta que pudiera generar la reacción frente al poder, evitando así
riesgos mayores. Abolir las artificiales diferencias es el único camino de
liberalización, lo que sin duda va en contra de todo sistema capitalista o
marxista actuante, devaluadores de estos reclamos y que, a lo más, disfrazan
las jerarquías que promueven y que son las que, precisamente, sostienen la
justicia.
En otros escritos
hemos desarrollado las relaciones entre la autoridad y el poder por lo que no
vale la pena repetir en detalle estas posiciones.[7] Baste
decir que lo que habitualmente se llama anti-autoritarismo anarquista es
precisamente lo contrario a lo que promueve el anarquismo. Y cabe hacer la
aclaración por qué decimos lo contrario. Entendemos por autoridad el
reconocimiento que los demás hacen de alguna virtud que cada uno de nosotros
puede tener y por la que se nos reconoce, respeta y atiende. La autoridad es
algo que los demás nos regalan, si lo merecemos, en atención a alguna
excelencia que hayamos logrado y nada más lejano del anarquismo que la negación
de los méritos y valores de los individuos. Distinguimos así autoridad de
poder, ya que poder no es algo que se otorga sino algo que se toma, por
cualquier medio y apelando a cualquier recurso, para desde allí ejercer la
dominación sobre los demás y a esto se ha reducido el hacer política en nuestro
tiempo.[8] Ciertamente
el anarquismo está contra toda forma del poder, pero es tonto pensar que pueda
estar contra la autoridad que ostente quien es reconocido como excelente en el
ejercicio de cualquier actividad humana, sea carpintero o físico relativista,
excelencia que no es otra cosa que la expresión del ejercicio virtuoso de la
propia libertad, que es lo que el anarquismo aspira que todos y cada uno
podamos alcanzar.
El anarquismo como
conducta
En general, para la
burguesía y los demócratas el anarquismo es sinónimo de
fanatismo, cuando no de caos y violencia. Para los gobiernos autoritarios, el anarquismo
es el enemigo en las sombras, irreductible, que no negocia ni transa. Para los
socialismos marxistas el anarquismo es una señal de irresponsable
desconocimiento de las condiciones objetivas y realistas que
conducen la historia con la necesidad que se deriva de la dialéctica tal como
la entendieron, o entienden, sus líderes de turno. Para todos ellos, el
anarquismo es la posición que adoptan quienes, tras el escudo de sus principios, se
abstienen de cualquier compromiso con las democracias electorales; quienes
rechazan integrarse a los grupos institucionalizados como los partidos
políticos; quienes no hacen concesiones ni siquiera a los favores
gubernamentales a los que ni reconocen; quienes se niegan a aceptar posiciones
en la estructura de poder o control; quienes buscan la caída de todo gobierno
sea liberal o socialista, tiránico o democrático: quienes se oponen a las
guerras y resisten el servir a los ejércitos; quienes se oponen al matrimonio
civil o religioso así como otras formas de institucionalización ordenadora;
quienes siempre están enfrentados a la acción policial y fuerzas que sostienen
el orden establecido; quienes muchas veces hasta rechazan la ayuda de la
justicia en su beneficio; quienes todo lo quieren hacer en forma directa rechazando
la representación; quienes desconocen las ineludibles etapas intermedias de
todo proceso revolucionario que necesariamente ha de hacer concesiones
obligadas por la marcha de la historia.[9] Todo
esto, dicho siempre con un acento peyorativo. A juicio de estos críticos, los
anarquistas parecieran que sólo se comprometen con sus principios y con otros
anarquistas y que hay en ellos una rigidez e inflexibilidad que los hace
incompatibles con el resto de la sociedad organizada, hoy tan flexible,
práctica y maleable.
Este cuadro tiene
algo de verdad y mucho de distorsión. Para entender la conducta anarquista
basta tener presente uno sólo de sus principios: la persona nunca debe
ejercer, ni someterse, a ningún tipo de poder impuesto sobre las personas,
sea poder personal o colectivo, sea de una minoría o de una mayoría. El
consiguiente corolario es que la disolución del poder depende exclusivamente
del ejercicio por todos y cada uno de este principio. Bien pudiera decirse que
la negación del poder, de cualquier tipo (no de la autoridad como señalamos
antes) es el principio de los principios de la conducta anarquista. Se trata de
una actitud que también podemos resumir en las personas por encima del
poder y no el poder por encima de las personas. Por eso la acción directa,
por eso el rechazo a recibir limosnas denigrantes de nadie, por eso el no
compromiso con gobiernos o estados ni con las instituciones que se han
conformado para asegurar el poder, por eso el rechazo a la representación que
no sea medida y controlada, por eso no se dan cheques en blanco a
nada ni a nadie, por eso la oposición radical a todo aquello que acentúe las
pseudo diferencias y por eso, menos de menos, encandilarse con el fulgor de las
30 monedas al que siempre se ha apelado, como último o primer recurso, para
comprar adhesiones.
Quizás se pueda
aclarar el punto recordando algo de lo que hemos dicho antes. Para el
anarquismo, el individuo es la base de la realidad social pero, sin la
sociedad, el individuo ni siquiera puede ser. Esto hace que, a pesar de esta
natural dependencia, para conformar esa realidad social se requiere del
consentimiento voluntario del individuo que es lo que permite concretar
libremente la cooperación necesaria para constituirla. Se trata de un
consentimiento responsable, pero no de una responsabilidad para reclamarla a
los otros sino para asumirla personalmente, cada uno ante sí mismo. Y cualquier
forma de opresión, cualquier limitación de la libertad, cualquier tipo de
coerción, cualquier tipo de dominio o poder, no sólo disminuye la libertad sino
que también nos quita responsabilidad sobre nuestras acciones y entonces ¿Cómo
se puede ser uno mismo si no se es libre y responsable de lo que uno piensa,
dice y hace? Y, si no se es uno mismo ¿Cómo se puede conformar una sociedad sin
oposiciones ni enfrentamientos en el que otros encuentren la debilidad
necesaria para imponerse? Sólo individuos libres pueden hacer
una sociedad libre. Hemos mencionado el pluralismo anarquista y esto se pone en
evidencia en muchas cuestiones y la conducta adoptada por los anarquistas
frente a ellas. Como ejemplos citamos las referidas a la propiedad, sobre la
que hay numerosas alternativas en cualidad y grado, como la propiedad privada,
la colectiva, la corporativa, por supuesto que nunca la estatal. También hay
discusiones en lo que se refiere a la organización entre los anarquistas.
Muchos son los anarquistas que rechazan cualquier tipo de organización formal,
no por alguna cuestión ética ni de eficiencia sino por el temor de que, bajo un
manto semántico como asociación u organización, se
oculte el germen del dominio y el poder ya que de coordinador a jefe el
salto puede ser imperceptible. No dejamos de incluir las divergencias en torno
al tipo de acción directa que han de preferirse, especialmente en lo que se
refiere a métodos violentos.
El anarquismo y la
violencia
Otro punto, vinculado
con estos temas, es que, a pesar de que hay acuerdo de que la sociedad
anarquista ha de ser no violenta, la tradición revolucionaria ha apoyado la
violencia de distinto tipo y en distinto grado, como medio para la destrucción
de los aparatos de fuerza y las estructuras que sostienen el poder.[10] La
violencia no es en sí misma algo deseable ni tampoco el medio idóneo para
alcanzar una sociedad libre porque es una forma de opresión y poder, pero
muchos son los que defienden el uso de la violencia contra la violencia que
ejercen los opresores y dominadores, considerando que en este caso la violencia
es defensiva y no opresora. La diferencia no siempre es clara. Bien podemos
decir que quienes defienden o condonan la violencia parecen afirmar que la
disolución de la oposición amo/esclavo tiene prioridad sobre los reclamos de
respeto a la vida de los amos, o de quienes son sus instrumentos para lograr
sus propósitos. O también puede que, en este particular aspecto, los
anarquistas que defienden la violencia hagan concesiones a principios útiles,
como los que dan prioridad a los fines por sobre los medios con que se
alcanzan, suspendiendo los principios éticos propiamente anarquistas.
El tema de la
violencia entre los anarquistas es complejo y, en muchos casos, las
circunstancias imponen su urgencia.[11] Las
situaciones en la Guerra Civil española abundan en todos los
sentidos. Pero también cabe decir que, sin pretender dar una justificación
aunque tampoco debe ignorarse, en comparación con el terrorismo de las fuerza
del poder, las persecuciones y matanzas de trabajadores, las cárceles y campos
de exterminio de los activistas, las guerras por intereses grupales, los
recursos del terrorismo de estado, las guerras a las que el Estado nos ha
conducido y nos conduce, la violencia anarquista es una muestra pálida de
violencia, aunque sí muy publicitada, caracterizada en su mayoría por ser
puntual, específica, escrupulosa. Por otra parte, aunque las hubo, hemos de
reconocer que cuando se dieron estas manifestaciones en su más alto grado
durante el siglo XIX y comienzos del XX, las corrientes estrictamente
pacifistas no predominaban entre los anarquistas ni tampoco en otros
movimientos de cualquier otro tinte o color. Claro que en el anarquismo, como
siempre, el tema fue discutido y nunca dejó de haber corrientes no-violentas y
hasta fueron los suficientemente influyentes al punto que actualmente tienen un
importante lugar en el movimiento.
El pacifismo
anarquista acentúa los principios de respeto al ser humano sin distingos, se
apoya en un concepto de solidaridad y amor mucho más fuerte que la fraternidad
habitual entre los grupos de afinidad de cualquier índole, otorgando una
impronta novedosa a la noción de individuo y sus relaciones con otros
individuos. Bien puede decirse que, para estos grupos, el amor entre los seres
humanos (no necesariamente a la Humanidad como una abstracción) se
hace el último concepto que nos caracteriza como humanos al punto que, si este
sentimiento no se ha sentido y sólo se ha pensado, se puede afirmar que no se
ha experimentado el fondo último del anarquismo y la idea queda todavía como
una empresa por realizar plenamente en cada uno de nosotros. Sin embargo, el
Estado, y el gobierno, que tienen el poder, tienen también la fuerza física
para imponerse -ejército, policía- y cabe esperar que en algún momento el
conflicto por disolverlo se tenga que resolver en términos materiales de
violencia debido al uso monopólico de tales recursos que hacen en su favor.
Mencionamos antes la
utilidad o la conveniencia, o también la eficiencia, relacionada con la
violencia y éste es un aspecto a tener en seria consideración. Aclaramos
nuevamente que no se trata de la utilidad o la eficiencia en el sentido de que
hacer algo exitosamente que vaya en favor de nuestros intereses, que es
deseable, sino en el sentido de priorizar los fines sobre los medios empleados
para alcanzarlos. La conveniencia es algo que afecta las decisiones en una
particular circunstancia, por ejemplo el apoyo a los aliados por Kropotkin en la
Primera Gran Guerra Mundial, o por Rocker en la Segunda.
Pensamos que estas situaciones son de las más difíciles para el
anarquismo, porque la utilidad no forma parte de sus principios fundamentales,
como sí lo son los de libertad, felicidad o realización óptima del ser humano,
que incluye el respeto a la vida. Evaluar en una dada circunstancia la
conveniencia del apoyo o no a una acción dudosa es lo que hace más necesario
que nunca el diálogo y el intercambio de experiencias, conocimientos,
perspectivas entre los muchos individuos.[12] Por
supuesto que adoptar una acción por utilidad no es señal de inconsistencia,
especialmente si el beneficio tiene un sentido amplio, pero dado que el
provecho a corto plazo es hoy por hoy la regla que domina la mayoría de las
decisiones en los sistemas dominadores, se debe ser muy cuidadoso en su
justificación, criterio y alcance cuando se adopta como guía de las acciones
del anarquismo.
Anarquismo en
positivo
El principio que
hemos delineado de rechazo al poder, un principio negativo, tiene valor en
tanto se busca la sociedad que se desea, pero sin duda que no puede ser un
principio dentro de esa sociedad cuando se la alcance ya que en ella no habría
poder alguno. Pero que no debiera haber poder de nadie sobre nadie no señala lo
que debiera haber, lo positivo que debe primar en las relaciones entre las
personas en una sociedad libre. El anarquismo, en cualquiera de sus vertientes,
tiene una aspiración socialista, que podemos considerar pre-doctrinal o
pre-filosófica como diría Heidegger, que se relaciona con las políticas de
generación de bienes y distribución de carencias. Esto significa que, en una
sociedad anarquista, si se quiere eliminar el poder como motor de las acciones
colectivas, debe predominar la responsabilidad personal y tener confianza en
que los seres humanos podemos colaborar sin necesidad de obedecer órdenes y
coacciones, que podemos expresarnos y comunicarnos dando objeciones y
consentimientos para que prevalezca el acuerdo voluntario, puede que tácito en
muchas oportunidades, especialmente frente a quienes gozan de autoridad en
algún sentido particular. En otras palabras, en una sociedad sin poder, la
confianza en las personas debe dejar de ser un acontecimiento contingente de
las relaciones sociales y convertirse en el modo habitual de actuar de todos.
Fácil es decirlo, pero para muchos es hasta difícil de imaginarlo luego de
tantos siglos de un poder sembrando la desconfianza con sus pseudos divisiones,
de las que muchos han sido, y son, víctimas. Sin duda que éste es uno de los
aspectos más difíciles de los que propone el anarquismo, porque pasa por la
modificación de un modo personal de establecer las relaciones sociales que sólo
puede alcanzarse con la propia vivencia. No se trata, asumiendo la distinción
de Ortega y Gasset, de modificar una idea que el intelecto propone sino una
creencia que es aquello que somos y con lo que contamos.[13]
Ortega distingue
entre idea, que es una ocupación intelectual, de la creencia que es aquello en
lo que, concientemente o sin saberlo, estamos (estar en una creencia),
que somos, con lo que contamos sin pensarlo, para enfrentar la existencia. Es
fácil pensar en el favor del otro, no lo es tanto poder contar con
el otro, creer en el otro como algo que, sin pensar, contamos
al punto que nos sorprenda cuando no hay tal solidaridad. Si algo los
anarquistas hemos de mostrar en nuestras agrupaciones es que, difícil o no, es
posible contar siempre con el otro, y esta confianza en los
otros no puede aprehenderse intelectualmente sino que tiene que vivirse.
Intelectualmente, nada asegura que alguien puede ser confiable o no, la duda
siempre es posible y las alternativas son igualmente probables, sea entre dos
personas o en un grupo o entre grupos. Que la confianza en el otro sea la
alternativa más posible sólo se puede experimentar,
constatando en la práctica del anarquismo, en la realización continua de
acuerdos a partir de desacuerdos, que aceptar francamente la opinión de otro no
es perder sino ganar, que colaborar voluntariamente no es someterse sino
expresión de libertad, que nuestra individualidad se afirma en la coherencia y
sintonía con los demás. Todo lo cual es el alma del anarquismo y por eso, si el
anarquismo es, es una idea que se vive.
Desde otro ángulo,
sin duda que la perspectiva del anarquismo es la perspectiva del sometido, del
gobernado, del oprimido, del postergado. Pero se trata de las personas
sometidas, gobernadas, oprimidas, postergadas, no de abstracciones como las
supuestas clases sociales oprimidas, o pueblos sometidos, porque una vez
establecidas tales abstracciones, terminan por darle prioridad a la pertenencia
a la clase, el partido o el grupo, por sobre su cualidad de personas y
estableciendo un determinismo que es totalmente ajeno a la libertad individual.
Para el anarquismo no se trata de un enfrentamiento entre grupos en el que hay
que ganar, como en un combate, sino de una idea que se debe difundir para
impedir que haya tales combates. Así como hay que rescatar al oprimido en su
individualidad y calidad humana, también hay que hacerlo con el que oprime, que
también ha perdido su individualidad y calidad humana. El anarquismo atañe a la
persona, no busca eliminarla, y no atañe a un club deportivo ni a una casta ni
a una raza ni a una clase social. Esto es también parte de lo que entendemos
cuando decíamos que el anarquismo es plural, porque anarquista puede ser un
príncipe y un mendigo, un santo y un pecador, un blanco y un negro, un hijo de
empresario y un hijo de obrero, un estudiante y un analfabeto. Derrotar el
ejercicio del dominio de unos sobre otros para restaurar, o construir, la
persona, el humano como humano, es la expresión de voluntad del anarquismo
frente a lo que vemos es una institucionalidad que conduce al cese del ser
libre que somos. Cuando Hobbes sentó las bases del Estado, y habló de ceder
ciertas libertades para crearlo, no atendió a que de esta forma se cedía mucho
más que lo dicho, porque la libertad no es algo que se posee y que pueda
fraccionarse sino que es un ejercicio, es un modo de ser y actuar que no tiene
partes, aunque puede tener grados.[14] Entonces,
ceder parte de la libertad puede ser sinónimo de dejar de ser libres
completamente.
En el aspecto
positivo, la partícula negativa a- de a-narquismo ilustra
claramente muchas de las cuestiones que se discuten en nuestro tiempo. Nos
referimos, por ejemplo, a que la cuestión racial es un problema que en el
anarquismo carece de sentido. En una sociedad anarquista desaparece eso que se
llama identidad racial como una categoría definida en términos de opresión y
dominio y la característica racial pasa a ser un término descriptivo, como ser
gordo, calvo o ingeniero, sin ningún tipo de repercusión social, política,
normativa o de cualquier otra índole. En forma similar, tampoco tiene alguna
significación el problema de predominio de un sexo sobre otro. Mujeres y
varones somos iguales, tal como lo dice la Biblia en el primer relato
de la creación del hombre, Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó, macho y hembra los creó que luego se corrige con la
versión de Adán y Eva. Somos con nuestras diferencias, sean fisiológicas,
reproductivas, intelectuales, de perspectivas, modos de estar en el mundo, pero
los sexos no son clases sociales, la identidad sexual tiene el significado que
cada uno desee darle y la pregunta de cómo serían las relaciones entre sexos en
una sociedad anarquista carece tanto de sentido como la anterior entre razas o
como la que hay entre amigos. En todos los casos, se trata de relaciones entre
personas, sometidas hoy a estos prejuicios y falsas concepciones que se derivan
del poder y afán de dominio que introduce miles de fracciones y divisiones
entre lo que no es sino una humanidad integrada por todos los individuos en
igual grado y medida.
Tampoco en la
anarquía tienen sentido expresiones como El poder al pueblo, Democracia
participativa, Protagonismo de la gente, El Gobierno de
todos, porque todas estas propuestas, de contenido emocional indudable, se
refieren al gobierno que sabemos finalizará por resolverse en algún grupo que represente a
ese pueblo, a esa gente y se sacrifique asumiendo el gobierno
para reproducir los mismos vicios de todo gobierno del estado. Como decía
Rousseau, gente representada es gente esclavizada. En una sociedad anarquista
no hay un grupo que toma decisiones, las decisiones las toman todos y cada uno.
Claro es que, en una sociedad pequeña, puede ser más sencillo que en grupos
mayores donde pueden ser necesarios acuerdos de largo plazo, mayor grado de
confianza en los demás, establecimiento de ciertos códigos de procedimiento (no
coercitivos ni fundados en el dominio) u otros mecanismo para alcanzar las
metas establecidas y nadie ha dicho que hacerlo sea fácil y que no se cometan
errores en el camino. Pero esos errores son subsanables si tenemos claro que el
principio de decisión individual responsable, el compromiso personal y la
confianza en los otros son las actitudes que evitarían que la elección de usar
metros o yardas, si se conduce por la derecha o la izquierda o si mantenemos
las bases adoptadas para una determinada línea de producción, tengan que ser
reconsideradas a cada momento y en forma permanente porque desconfiamos de
los demás. Hemos de creer en el otro, contar con el otro tal como contamos con
nosotros mismos.
En esto, que cada uno
decide, el punto central a tener en cuenta es que el mundo no puede ser el que
cada uno quiere, sino que hemos de decidir cuál es el mundo que hemos de tener,
porque hay sólo un mundo para todos. He de proponer el mío y he de escuchar las
propuestas de los otros que seguramente pueden contraponerse a la mía. Pero,
seguramente, si otras opciones diferentes se establecen, tendré a cambio de la
postergación de alguna de mis propuestas, el beneficio de disfrutar con los
otros que también han elegido para el bien de todos enriqueciendo mis ideas
originales, porque esto no los hace dominadores ni superiores en ningún
sentido. Será un ejercicio de libertad ofrecer y aceptar, admitir y rechazar,
que nos hará mejores humanos. Claro que, nuestra actual experiencia, educación
y prejuicios hacen que tengamos poca, o ninguna, confianza en que los demás
piensen en mi beneficio tanto como en el de ellos mismos y lo hagan sin
pretensiones de dominio. Por esto vivimos en una maraña de controles,
coacciones, impedimentos, que tratan, con mayor o menor éxito, de conducir el
dominio. Éste es sin duda uno de los grandes desafíos de una sociedad
anarquista y, aunque la tarea parece ciclópea, estimamos que hace falta muy poco
para lograrla: sólo hay que tener el coraje de vivir la idea y cambiar los
prejuicios inculcados para conformar las características del ser humano que nos
permitan ser mejores. Sea como sea, lo que si es claro es que en una sociedad
anarquista no puede haber una clase o grupo que tome decisiones y otra clase
que obligatoriamente deba obedecerlas.
Si todos participamos
en la toma de decisiones, algo que sin duda la técnica disponible puede hacer
relativamente fácil, esto impone un gran peso en cada uno de nosotros, un
aspecto que atañe a la práctica del anarquismo. Muchos y diversos problemas son
los que se debaten a gran escala y, si hemos de participar en sus soluciones
responsablemente, esto obliga a que tengamos noticia y adoptemos posiciones
respecto a ellos no sólo pensando en nuestro limitado egoísmo, tal como se nos
educa, sino en el bien de todos. La marcha de la técnica, los modos de
producción, la distribución de los bienes han sido dirigidos hasta ahora por
los grupos de poder, por lo que no basta simplemente oponerse al actual sino
pensar en alternativas que la técnica, la producción y el consumo han de
seguir.[15] Como
dice el refrán, es fácil pedir agua, lo difícil es obtenerla y
distribuirla. En esto se debe ser consciente que el anarquismo esté todavía
limitado en sus soluciones, o que la tarea puede que hasta sea imposible,
porque muchas son las líneas que parecen moverse con autonomía, como el
crecimiento demográfico, el desarrollo técnico, los avances científicos, las
deficiencias energéticas, problemas a los que no se puede enfrentar con los
mismos procedimientos utilizados hasta ahora de control, represión, coacción a
favor de pequeños intereses. En estos aspectos, el anarquismo enfrenta fuertes
desafíos, y el marxismo dirá que en la conciencia de esta limitación radica la
debilidad y el carácter utópico del anarquismo, mientras que las llamadas ideologías
del progreso dirán que en estas situaciones se deben adoptar decisiones en
función del interés de los factores de poder que naturalmente lideran
la marcha. Frente a estas situaciones, y atendiendo a estas críticas, el
anarquismo debe construir sus propuestas sin abandonar los principios que lo
guían y sobre los que estamos reflexionando. Como en todo, entre los
anarquistas hay muchas propuestas de solución, pero entre todos hay que buscar la solución,
aunque no sea permanente ni única.
Pero tomar conciencia
de una limitación, no es signo de debilidad, puede ser el signo de fortaleza
para enfrentar los futuros imprevisibles de la historia, que también se
construye con lo que no podemos fiscalizar ni dominar ni entender. El
pretendido determinismo de los hechos y de la historia no parece haber sido
sino resultado del afán de poder y señorío sobre la naturaleza y la marcha de
los acontecimientos. Puede que el indeterminismo del futuro también contribuya
a abrir espacios para la libertad presente y, a su vez, que el presente no sea
asunto de absoluto control sino de armonía dinámica, de establecer ritmos
compatibles para favorecer la vida y evitar necesidades. Porque la clave no
está en satisfacer necesidades, sino en que no las haya. Aunque en esto, pretender
la anulación de todo tipo de sorpresas e imprevistos en vista de la cantidad y
magnitud de actividades que realizamos, de la evolución que hacemos en nuestras
metas y ambiciones, de los desastres que nosotros mismos producimos con
nuestros errores, es pretender congelar la vida, o reducirla a estadios
anteriores, que también tuvieron dificultades similares o mayores. En una
sociedad anarquista no faltarán problemas, sólo que el modo resolverlos será
diferente y, lo que es más importante, el modo de vivirlos será mejor. Y puede
que también las soluciones.
Anarquismo, individuo
y sociedad
Dos corrientes surgen
naturalmente de lo que hemos visto del anarquismo, según sea el predominio que
tomen en uno y otro los dos aspectos que la idea de anarquismo pretende
resolver, la vida individual y la vida colectiva. En consecuencia, se puede
encontrar una vertiente que llamaríamos individualista y otra
que llamaríamos socialista, para darles un nombre que las
identifique.
Ante todo, la
corriente individualista no debe confundirse con el individualismo burgués y
sus posiciones que en nada se asemejan al anarquismo.[16].
Por otra parte, recordemos que ésta fue la acusación de Marx a Stirner, el más
grande representante de la corriente individualista dentro del anarquismo,
aunque el mismo Stirner nunca se llamó a sí mismo anarquista. Sin duda que para
Stirner el egoísmo es absoluto y los otros están allí
meramente para mi satisfacción. Sin embargo, se ha de tener
muy claro que esta expresión no ha de leerse en términos psicológicos o
capitalistas, sino filosóficos, porque este egoísmo no anula el amor a los
otros ni tampoco la asociación cooperativa voluntaria, la unión libre. Más aún,
cuando Stirner escribe su trabajo no lo hace en los términos del único entendido
como miembro de un grupo superior presente o futuro, sino que habló de una
rebelión de los únicos, de cada uno de nosotros en nuestro carácter
de únicos. La propuesta de Sitrner señala con energía lo profundo de la
concepción de que la sustancia última, la realidad última, es el individuo,
poniendo en evidencia que la sociedad de los últimos siglos ha sacrificado a
ese individuo en el altar de los absolutos, sean Dios, el Estado, la
Patria, la Empresa, el Espíritu de un Pueblo, el Poder, la Revolución o
cualquiera otro que se le ocurra y el grupo que asume la representación de ese
absoluto se ha encargado de institucionalizarnos, ordenarnos, clasificarnos,
determinarnos en su nombre. [17] La
gran mayoría hemos dejado de ser de únicos para ser masa,
pueblo, clase, en un afán simplificador de la complejidad de la vida humana
individual para poder dominarla.[18]
La corriente
socialista refuerza la aspiración colectivista del anarquismo, eso que
anteriormente llamamos un socialismo pre-doctrinal, con un carácter más social
que filosófico, orientado a establecer las mejores formas de producción y
distribución de la riqueza. El interés central de esta corriente está en la
resolución de los problemas que se derivan de la vida colectiva, fuera de la
cual el individuo no puede ni siquiera existir. Sin embargo, este movimiento no
hace de la sociedad o la clase, al modo marxista, la realidad primaria y no
dejan de reconocer que no son sino ficciones impuestas por el poder dominante
en su afán separador puesto que la verdadera vida colectiva no es sino la suma
de las acciones voluntarias de los individuos. Porque, sin duda, el individuo
no llega a ser tal a menos que pueda superar las coacciones que el poder impone
y esto no lo puede hacer en soledad ni aislado de los otros individuos.
Cambiando el acento de lo que dijimos antes, sólo una sociedad libre puede
hacer individuos libres.
No podemos negar que
entre el individualismo y el socialismo hay una tensión que, para los críticos
del anarquismo, es lo que lo torna indeciso, ambiguo e inefectivo. Pero, si
atendemos al anarquismo como lo estamos haciendo, como una idea que busca
satisfacer una visión del ser humano, trabajando tanto en el desarrollo
intelectual de la idea como en la experiencia que se deriva de vivirla, la
tensión puede ser precisamente la que nos impide caer en el dominio del todo
sobre el individuo o el abandono del todo en beneficio del egoísmo individual.
Mientras no se tenga una sólida experiencia de una sociedad sin poder, no hay
que eliminar esta dificultad entre opuestos, porque esta tensión dialéctica es
el motor para que el anarquismo nunca se detenga en la constante oscilación
entre estos extremos, sin que nunca se instale en uno de ellos ni tampoco se
detenga en un equilibrio paralizante. Ni el individuo es una realidad
plenamente realizada en su potencial, ni tampoco la sociedad ha logrado
estructurarse en el modo que haga posible actualizar ese potencial, de forma
que la tensión es el elemento que inquieta, incomoda y nos mueve a buscar
lo imposible para que lo posible se haga realidad.
Anarquismo, Dios y
naturaleza
La percepción del
anarquismo ha sido de ateísmo y puede que la mayoría de sus miembros lo sean.
Pero no creo que refleje exactamente la posición del anarquismo en su
complejidad. Ciertamente, podemos calificar al anarquismo de anticlericalismo,
de oponerse al manejo de la religión como un recurso para dominio de un grupo,
pero no necesariamente esto sea sinónimo de negación de la espiritualidad que para
muchos se canaliza en un sentimiento religioso. El anarquismo, quizás mucho más
católico que protestante en sus raíces para situarlo de alguna manera, no hace
de Dios una proyección feuerbachiana del humano, como lo hizo Marx que también
proyectó esta desacralización de Dios a la naturaleza, a la que hay que
transformar. El anarquismo no considera el tema desde esta perspectiva y
reconoce en Dios una referencia más seria que la que puede derivarse de un
total materialismo. Bien podríamos señalar que en las rebeliones anarquistas
contra el poder de la Iglesia, hay una manifestación de espiritualidad más
profunda que las meras formas y usos que las instituciones religiosas han hecho
de la divinidad para el dominio. La relación que el individuo puede tener con
el Absoluto, cualquiera que sea la forma que ese Absoluto adopte, forma parte
de las muchas opciones que cada uno tiene en la existencia y de la cual es
responsable.
En forma similar, y a
diferencia del marxismo o del capitalismo, para el anarquismo la naturaleza no
es un enemigo que hay que dominar, transformar, someter, aunque tampoco es un
ámbito que nos determine y domine con sus leyes inmutables de las que no
podemos escapar. Así como vivimos en relación con otros individuos en una
sociedad humana, vivimos en relación con el entorno, con otros seres vivos
entre los que afirmamos nuestra creatividad, nuestra unicidad, nuestra
libertad, pero no para someter que implicaría alienación de la circunstancia y
antagonismo suicida. La armonía que se persigue en la sociedad se puede
extender a la armonía con nuestro medio ambiente, lo que seguramente no es la
posición más fácil de lograr pero probablemente la que pueda brindarnos mayores
satisfacciones a largo plazo.
Conclusión
Revisando lo escrito
cabe señalar, a modo de resumen, lo que hemos tratado y las conclusiones
parciales:
1. El anarquismo
es una idea que se piensa y que se vive.
2. Para el anarquismo, la realidad
social última es el individuo.
3. El individuo
es esencialmente libertad, indeterminación, construcción de sí mismo,
autonomía, autogestión.
4. En
consecuencia, el individuo es responsable de sus acciones.
5. La verdadera
cooperación es resultado de acuerdos libres y voluntarios.
6. La libertad
encierra la responsabilidad de construirnos y construir la sociedad en que
vivimos.
7. La admisión
del dominio y poder en cualquier ámbito es una negación de nuestra humanidad.
8. El estado es
la expresión máxima del poder y, por tanto, del proceso de anulación de la
humanidad del ser humano.
9. Las múltiples
divisiones entre los humanos que hoy se debaten, y la Justicia que
intenta resolver sus conflictos, son pseudos diferencias y manifestaciones del
poder.
10. La autoridad
es una categoría diferente del poder.
11. El centro de
una ética anarquista es la confianza en el otro, que debe otorgarse y
merecerse.
12. La
alternativa a la toma de decisiones fundadas en el dominio es que todos y cada
uno decidamos, aunque la manera de hacerlo puede variar de una circunstancia a
otra.
13. Una sociedad
libre sólo puede serlo con individuos libres y los individuos libres sólo
pueden serlo en una sociedad libre.
14. Individualismo
y socialismo generan en el anarquismo una tensión que no debe anularse sino que
es el motor de la búsqueda de soluciones. No hay solución definitiva ni
equilibrio permanente frente a la dialéctica de opuestos, hay armonía dinámica.
15. Los
anarquistas, de formas muy variadas, sostienen una espiritualidad que se
manifiesta tanto en su posición frente al Absoluto como frente a lo que
coexiste con el hombre, la naturaleza.
Gracias por su
atención.
[1] En este sentido no compartimos la 12ª tesis de
Díaz, C. y F. García en
16 tesis sobre el anarquismo, Madrid,
(1978), p. 71 de que el anarquismo
es la izquierda del marxismo,
porque el anarquismo no es una parte del marxismo, ni siquiera su izquierda, al
punto que estimamos entre ambos existen grandes diferencias teóricas y
prácticas que la marcha de los tiempos no hacen sino hacerlas cada vez más
evidentes.
[2] Cfr. Cappelletti, A.:
La Ideología del
anarquismo, Caracas, (1985). Cappelletti no usa en su trabajo el término
ideología con la significación que aquí le damos y más bien podría asociarse a
nuestra
idea de anarquismo, o
conjunto de ideas sobre el
anarquismo.
[3] Cfr. Malatesta, E.:
Pensamiento y Acción
revolucionarios, (Comp. Por Vernon Richards), Buenos Aires, (1974), p.217.
En
el Congreso de la Internacional de Berna en 1876
dijo:
Seguimos a las ideas y no a los hombres, y nos rebelamos contre
este hábito de encarnar un principio en un hombre.
[4] En este sentido, estimamos que más grave es la
situación en Venezuela donde el lenguaje del gobierno ha abandonado la
terminología de
políticas de una u otra clase para adoptar la
nomenclatura de
planes estratégicos, con una connotación claramente
militar y de enfrentamiento agresivo. Este carácter alcanza el punto que la
Universidad Central de Venezuela ha establecido un Comando
Estratégico como la instancia a nivel rectoral encargada de elaborar lo que
anteriormente se conocía como Planes Académicos y que ahora son Planes
Estratégicos de estudio e investigación.
[5] Cfr. Gijer, S.:
Sociedad civil en
Díaz, E. y A. Ruiz Miguel (Ed)
Filosofía polítca II. Teoría del estado, Madrid,
1996, p. 125:
Su inclinación a entender el Estado como mero subproducto
de la dominación clasista, forzó a Marx a no considerar sistemáticamente su
autonomía y dinámicas propias ni tampoco la de las demás organizaciones y
asociaciones propias del orden civil capitalista.
[6] Cfr. Vallota, A. D.:
Ambivalencia
metafísica del poder, , que se puede consultar en
Capítulos Nª
67, 2003, Revista del SELA, (Sistema Económico Latino Americano)
http://www.sela.org/public_html/AA2K3/ESP/cap/N67/cap67-4A.htm.
[7] Cfr. Vallota, A. D.:
Ambivalencia
metafísica del poder, que se puede consultar en
Capítulos Nª
67, 2003, Revista del SELA, (Sistema Económico Latino Americano)
http://www.sela.org/public_html/AA2K3/ESP/cap/N67/cap67-4A.htm.
[8] Como ejemplo de esto que decimos, la autodenominada
Revolución Bolivariana que detenta el poder en Venezuela y se autoproclama
socialista, originalmente organizó los llamados
Círculos Bolivarianos con
el slogan de que serían grupos de discusión política de base pero que
progresivamente ha transformado al punto que les ha cambiado la denominación,
muy acorde con la tendencia militarista dominante, por la de
Unidades
de Batalla Electoral. Esto lo dice todo.
[9] Baste recordar al respecto la sentencia con la que
Paulino Scarfó rechazó los pedidos de clemencia por su condena a muerte en
Argentina en 1930 diciendo
Un anarquista no pide gracia. Cfr.
Bayer, O.:
Severino Di Giovanni, Buenos Aires, (1999), p. 355.
[10] Entiendo por
violencia en este
caso, para delimitar un término empleado con una amplitud de significaciones
que lo torna casi sin sentido, la forma de agresión que involucra acciones
físicas. En consecuencia, las conductas que no involucran acciones físicas,
como gritos o insultos, no serían violentas, aunque no por ello dejarían de ser
modos de agresión. Cfr. Vallota, A. D.:
Ser no-violentos http://www.nodo50.org/ellibertario/tripalibros.htm
[11] Basta recordar figuras como las de Diego Abad de
Santillán, que tanto se opusieron desde el periódico
La Protesta en
Argentina a los atentados violentos de Severino DiGiovanni a finales de los
años 20, tratando de distinguir entre atentados
limpios de
otros denigrables, y apenas 6 años después estaría inmerso en la violencia
indiscriminada de la Guerra Civil Española. Cfr. Bayer, O.:
Severino
Di Giovanni, Buenos Aires, (1999), p. 112.
[12] Cfr. Malatesta, E.:
Pensamiento y Acción
revolucionarios, (Comp. Por Vernon Richards), Buenos Aires, (1974), p.55.
La
violencia sólo es justificable cuando resulta necesaria para defenderse a sí
mismo y a los demás contra la violencia. Donde cesa la necesidad comienza el
delito…El esclavo está siempre en estado de legítima defensa y, por lo tanto,
su violencia contra el patrón, contra el opresor, es siempre moralmente
justificable y sólo debe regularse por el criterio de la utilidad y de la
economía del esfuerzo humano y de los sufrimientos humanos. (Tomado de
Pensiero
e Volontá del 1 de Julio de 1925).
[13] Cfr. Ortega y Gasset, J.:
Ideas y creencias,
Madrid, (1976), pp. 18 y ss
[14] Cfr. Hobbes,Leviatán
[15] Cfr. Méndez, N. y A. Vallota:
Una
perspectiva anarquista de la autogestión, en
Revista
venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 1/2006, Caracas, p. 66.
[16] Cfr. Vallota, A. :
Liberalismo y anarquismo en
Méndez, N. y A. Vallota
Bitácora de la Utopía, Caracas, (2001)
pp. 90-92.
[17] Vale recordar lo que decía Stirner:
La
libertad del pueblo no es mi libertad. Cfr. Stirner, M.:
El único y
su propiedad, Barcelona, (1985) Vol 11, p. 65.
[18] Sobre las corrientes individualistas y sus
fundamentos, cfr. Díez, X.:
La insumisión voluntaria en
Germinal 1,
Madrid, (2006), pp. 27-38.