RED
VOLTAIRE – 23/10/2018
Los panameños que
recuerdan como Washington arrestó a su ex empleado, el general
Antonio Noriega, no se sorprenden del destino que Estados Unidos
parece deparar al príncipe heredero saudita. El asesinato de Jamal
Khashoggi está lejos de ser el peor de los crímenes del príncipe
Mohamed ben Salman, pero pudiera ser el último. El pacto de Estados
Unidos con la familia real protege sólo al rey y Washington puede
aprovechar la coyuntura para embolsarse varios miles de millones de
dólares.
Al recibir en Washington
al príncipe heredero, Mohamed ben Salman, el presidente Trump pasó
revista a las enormes compras de armamento estadounidense pactadas
con Arabia Saudita y concluyó preguntando al príncipe con una
enorme sonrisa: “Ustedes tienen con qué pagar todo esto. ¿Verdad?”
El asesinato de Jamal
Khashoggi es uno de los numerosísimos casos donde se aplica la ética
de geometría variable que practican las potencias occidentales.
El reino de los Saud
Hace 70 años que las
potencias occidentales prefieren ignorar lo que todo el mundo sabe:
Arabia Saudita no es un país como los demás. Es propiedad privada
del rey que la gobierna y todos los que allí residen están al
servicio de ese rey. El nombre mismo del país –Arabia Saudita–
proclama que se trata, ante todo, de la “residencia” de los Saud.
En el siglo XVIII, una
tribu de beduinos –los Saud– concluyó una alianza con la secta
de los wahabitas y se levantó contra el Imperio Otomano. Lograron
instaurar un reino en Hejaz, región de la Península Arábiga donde
se encuentran las ciudades santas de Medina y La Meca. Pero pronto
tuvieron que enfrentar la represión otomana.
A principios del siglo
XIX, un sobreviviente de la tribu de los Saud inicia una nueva
revuelta. Pero los miembros de su familia comienzan a luchar entre sí
y acaban nuevamente derrotados por los otomanos.
Finalmente, ya en el
siglo XX, los británicos apuestan por los Saud para acabar con el
Imperio Otomano y poder explotar los yacimientos petrolíferos de la
Península Arábiga. Con ayuda de Lawrence de Arabia, fundan el reino
actual.
La diplomacia británica
sabía perfectamente que tanto los Saud como los wahabitas se habían
ganado el odio de sus servidores y que serían incapaces de
entenderse con sus vecinos. El desequilibrio militar entre los Saud,
armados con sables, y el armamento moderno de los británicos
garantizaba que esa familia nunca pudiese rebelarse contra sus amos
occidentales.
Pero al final de la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos aprovecha el debilitamiento
del Reino Unido para suplantarlo. El presidente Roosevelt concluye
con el fundador del reino saudita el llamado “Pacto del Quincy”
[1]. En ese pacto, Estados Unidos se comprometía a proteger a
la familia Saud a cambio del petróleo del reino. Los Saud también
se comprometían a no oponerse a la creación de un Estado judío en
Palestina. George W. Bush renovó aquel pacto en los años 2000.
El fundador del
wahabismo, Mohamed ben Abdelwahhab, estimaba que quienes no se
unieran a su secta debían ser exterminados. Numerosos autores han
resaltado la cercanía entre el modo de vida de los wahabitas y el de
algunas sectas judías ortodoxas, así como el parecido entre los
razonamientos de los teólogos wahabitas y los de algunos pastores
cristianos puritanos.
Sin embargo, para
mantener la influencia británica en el Medio Oriente, Londres decide
combatir a los nacionalistas árabes y respaldar a la Hermandad
Musulmana y a la secta de los Nachqbandis. Es por eso que, en 1962,
los británicos solicitaron a los Saud que crearan la Liga Islámica
Mundial y después –en 1969– la creación de lo que hoy llamamos
la Organización para la Cooperación Islámica. El wahabismo acabó
admitiendo el islam sunnita –al que hasta entonces había
combatido– y ahora se erige en protector del sunnismo mientras se
obstina en combatir las demás manifestaciones del islam.
Tratando de evitar las
guerras fratricidas que habían marcado la historia de su familia en
el siglo XIX, el rey Ibn Saud instituyó un sistema de sucesión que,
a la muerte del rey, transfería la corona al mayor de sus hermanos.
El fundador del reino había tenido 32 esposas, que le dieron 53
hijos y 36 hijas. El mayor de los sobrevivientes –el actual rey
Salman– tiene 82 años. En aras de salvar el reino, el Consejo de
Familia de los Saud aceptó en 2015 modificar la regla de sucesión y
designar a los hijos del príncipe Nayef y del rey Salman como
futuros herederos. Pero el príncipe Mohamed ben Salman –hijo del
actual rey Salman– apartó de su camino al hijo de Nayef
convirtiéndose así en único príncipe heredero del trono.
Las costumbres de los
Saud
En la Antigüedad, el
término «árabe» designaba a los pueblos arameos que vivían del
lado sirio del Éufrates. Según esa definición, los Saud no son
árabes. Sin embargo, como el Corán fue reexaminado por el Califa en
Damasco, el término «árabe» designa hoy a los pueblos que hablan
la lengua del Corán, lo cual incluye a los de la región de Hejaz.
Ese término genérico abarca hoy las civilizaciones –muy
diferentes entre sí– de los beduinos del desierto y de los pueblos
de las ciudades de un vasto conjunto geográfico que se extiende
desde el Océano Atlántico hasta el Golfo Pérsico.
La familia Saud pasó
bruscamente del camello al jet privado, pero ha conservado, en pleno
siglo XXI, la cultura arcaica del desierto. Ejemplo de ello es su
odio hacia la Historia. Los Saud han destruido todo rastro de la
historia de su país. Esa es la mentalidad retrógrada que se expresó
en las destrucciones de monumentos históricos y arqueológicos
perpetradas por los yihadistas en Irak y en Siria. No existe ninguna
otra razón que justifique la decisión de los Saud de destruir la
casa del Profeta Mahoma y la destrucción de las históricas
tablillas sumerias perpetrada por los yihadistas del Emirato Islámico
(Daesh).
Las potencias
occidentales que en el pasado utilizaron a los Saud para acabar con
el Imperio Otomano –hecho que todos reconocen hoy en día– son
las mismas que utilizaron a los yihadistas, financiados por los Saud
y formateados ideológicamente por los wahabitas, para destruir Irak
y Siria.
Aunque ya nadie quiere
recordarlo, al principio de la agresión contra Siria, mientras la
prensa occidental nos servía la fábula de la «primavera árabe»,
Arabia Saudita sólo exigía que el presidente Bachar al-Assad dejara
el cargo. Riad aceptaba que se quedaran sus consejeros, su gobierno y
hasta su ejército y sus servicios secretos. Sólo quería la cabeza
de Assad… porque Assad no es sunnita.
Cuando el príncipe
Mohamed ben Salman (a quien la prensa prefiere llamar «MBS») se
convirtió en el ministro de Defensa más joven del mundo, exigió
poder explotar los yacimientos petrolíferos que abarcan parte de su
país y del territorio yemenita. Ante la negativa de Yemen, inició
una guerra con la que esperaba cubrirse de gloria, como su abuelo.
Pero, a través de la Historia, nadie ha logrado mantenerse en Yemen,
ni en Afganistán. Poco importa, el príncipe heredero “demuestra”
su poderío hambreando a 7 millones de personas. Todos los miembros
del Consejo de Seguridad dicen sentir preocupación ante la crisis
humanitaria en Yemen, pero ninguno se atreve a criticar al “valeroso”
príncipe MBS.
Como consejero de su
padre el rey, MBS propone eliminar al jefe de la oposición saudita
–el jeque Nimr Baqr al-Nimr [2]. El jeque al-Nimr era
partidario de la no violencia… pero era chiita, o sea un «infiel»,
según la visión de los wahabitas. El jeque al-Nimr fue decapitado,
sin que las potencias occidentales se escandalizaran por ello.
Después, MBS destruyó Mussawara y Chuweikat, en la región saudita
de Qatif, ¡de población fundamentalmente chiita! Las potencias
occidentales tampoco vieron allí las ciudades arrasadas por los
blindados del reino ni sus pobladores masacrados.
El príncipe heredero no
soporta la menor contradicción y en junio de 2017 empujó a su padre
a romper con Qatar, porque el pequeño pero riquísimo emirato había
tenido la audacia de ponerse del lado de Irán ante Arabia Saudita.
MBS instó entonces a todos los países árabes a seguirlo en su
disputa con Qatar y logró hacerlo retroceder temporalmente.
Al llegar a la Casa
Blanca, el presidente Trump decide ser pragmático. Acepta la agonía
de los yemenitas, a condición de que Riad ponga fin al respaldo que
aportaba a los yihadistas.
Es entonces cuando al
consejero de Trump, su yerno Jared Kushner, se le ocurre la idea de
recuperar el dinero que los Saud ganan con el petróleo y usarlo para
revitalizar la economía de Estados Unidos. La inmensa fortuna de los
Saud es el dinero que las potencias occidentales en general y los
estadounidenses en particular han venido pagando por el petróleo
saudita. No es fruto del trabajo de la familia real sino la renta que
sacan de un país que les pertenece. El príncipe Mohamed ben Salman
organiza entonces el golpe palaciego de noviembre de 2017 [3].
Al menos 1300 miembros de la familia real son puestos bajo arresto
domiciliario, incluyendo al primer ministro libanés Saad Hariri,
descendiente bastardo del clan Fadh. Algunos de ellos son torturados
para “convencerlos” de que deben “ofrecer” la mitad de sus
fortunas al príncipe heredero, quien se echa así en el bolsillo 800
000 millones de dólares en dinero y en acciones [4]. ¡Craso
error!
La fortuna de los Saud,
hasta entonces dispersa entre todos los príncipes y sus
descendientes, se concentra ahora en una mano que no es la del rey,
representante del Estado. Así que sólo hay que torcer esa única
mano para recuperar el botín.
El príncipe MBS amenaza
también con imponer a Kuwait el destino que ya sufre Yemen, si él
no puede explotar las reservas de petróleo ubicadas en las regiones
limítrofes con Arabia Saudita. Pero el viento y el tiempo ya no son
favorables al heredero.
La operación
Khashoggi
Sólo había que esperar
la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno de los servidores del
acaudalado príncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz Al-Saud, el
periodista Jamal Khashoggi, es asesinado por orden de MBS en la sede
del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituye una
violación del artículo 55 de la Convención de Viena sobre las
relaciones consulares [5].
Jamal Khashoggi era nieto
del médico personal del rey Abdul Aziz y sobrino del vendedor de
armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la fuerza aérea saudita
y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono– al Irán
chiita contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tía de Jamal
Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed,
amante de la mediática princesa británica Lady Diana, junto a la
cual fue eliminado [6]).
Jamal Khashoggi estaba
implicado en un nuevo golpe palaciego que el príncipe Al-Walid ben
Talal estaba preparando contra MBS. Varios asesinos presentes en el
consulado le cortaron los dedos, descuartizaron su cuerpo y
posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue
meticulosamente grabado por los servicios secretos de Turquía y
Estados Unidos.
En Washington, la prensa
y los miembros del Congreso estadounidense exigen al presidente Trump
la adopción de sanciones contra Riad [7].
Turki al-Dakhil, uno de
los consejeros del príncipe heredero, responde que si Estados Unidos
adopta sanciones contra Arabia Saudita, esta última es capaz de
echar abajo el orden mundial [8]. Según la tradición de los
beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una
venganza… a cualquier precio.
Según ese consejero,
Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas y las más
importantes serían:
— Reducir la producción
de petróleo a 7,5 millones de barriles diarios, lo cual provocaría
un alza de precios, que podrían llegar a 200 dólares por barril.
Además, Arabia Saudita no aceptaría pagos en dólares
estadounidenses, provocando así el fin de la hegemonía mundial de
esa moneda;
— Arabia Saudita se
alejaría de Washington para acercarse a Teherán;
— Arabia Saudita
compraría armamento a Rusia y China. El reino propondría además a
Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la
provincia de Tabuk, en el noroeste, o sea cerca de Siria, Líbano e
Irak;
— de la noche a la
mañana, Arabia Saudita pasaría a respaldar al Hamas y al Hezbollah.
Consciente de los daños
que la fiera es capaz de provocar, la Casa Blanca promete a sus
perros parte de los despojos. Recordando tardíamente sus bellos
discursos sobre los «Derechos Humanos», las potencias occidentales
claman en coro que ya no soportan más esa tiranía medieval [9].
Uno a uno, todos los líderes económicos de Occidente se alinean
tras las instrucciones de Washington y anulan su participación en el
Foro de Riad. Recordando que Jamal Khashoggi era «residente
estadounidense», el presidente Trump y su consejero Jared Kushner
hablan de confiscar bienes, que pasarían a manos de Estados Unidos.
Mientras tanto, en Tel
Aviv reina el pánico. El príncipe MBS era el mejor socio del primer
ministro israelí, Benyamin Netanyahu [10]. Netanyahu incluso
solicitó al príncipe heredero la creación de un estado mayor común
israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a los yemenitas. MBS
viajó en secreto a Israel a finales de 2017. El ex embajador de
Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B. Shapiro, advierte a sus
correligionarios israelíes que al aliarse al príncipe heredero
saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro [11].
El Pacto del Quincy sólo
protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al príncipe heredero.
NOTAS:
[1] El “Pacto
del Quincy” debe su nombre al hecho de haber sido firmado a bordo
del navío de guerra estadounidense USS Quincy (CA-71). Nota de la
Red Voltaire.
[2] «El régimen de los Saud se tambalea después de ejecutar al jeque al-Nimr», por
André Chamy, Red Voltaire, 4 de enero de 2016.
[3] «Golpe palaciego en Riad», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de
noviembre de 2017.
[4] “Saudis Target Up to $800 Billion in Assets”, Margherita Stancati y Summer
Said, Wall Street Journal, 8 de noviembre de 2017.
[5] «Conventionde Vienne sur les relations consulaires», Réseau Voltaire, 24
avril 1963.
[6] Lady died, par
Francis Gillery, Fayard éd., 2006; «Francis Gillery: “Yo estudié el mecanismo de la mentira de Estado en el caso de la princesa Diana”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de septiembre de
2007.
[7] “The disappearance of Jamal Khashoggi”, por Manal al-Sharif, The
Washington Post, 9 de octubre de 2018. “Letter by the Senate Foreign Relations Committee on the disappearance of Jamal Khashoggi”,
10 de octubre de 2018.
[8] “US sanctions on Riyadh would mean Washington is stabbing itself”,
Turki Al-Dakhil, Al-Arabiya, 14 de octubre de 2018.
[9] «Declaración Conjunta de los ministros de Exteriores de Alemania, Francia y ReinoUnido sobre la desaparición de Jamal Khashoggi», Red Voltaire, 14
de octubre de 2018.
[10] «Exclusivo: Los planes secretos de Israel y Arabia Saudita», por Thierry
Meyssan, Red Voltaire, 22 de junio de 2015.
[11] “Why the Khashoggi Murder Is a Disaster for Israel”, Daniel Shapiro,
Haaretz, 17 de octubre de 2018.