31 octubre, 2018

El pacto del reino saudita con Estados Unidos sólo protege al rey, sin incluir al príncipe heredero —— Thierry Meyssan





RED VOLTAIRE23/10/2018

Los panameños que recuerdan como Washington arrestó a su ex empleado, el general Antonio Noriega, no se sorprenden del destino que Estados Unidos parece deparar al príncipe heredero saudita. El asesinato de Jamal Khashoggi está lejos de ser el peor de los crímenes del príncipe Mohamed ben Salman, pero pudiera ser el último. El pacto de Estados Unidos con la familia real protege sólo al rey y Washington puede aprovechar la coyuntura para embolsarse varios miles de millones de dólares.

Al recibir en Washington al príncipe heredero, Mohamed ben Salman, el presidente Trump pasó revista a las enormes compras de armamento estadounidense pactadas con Arabia Saudita y concluyó preguntando al príncipe con una enorme sonrisa: “Ustedes tienen con qué pagar todo esto. ¿Verdad?”

El asesinato de Jamal Khashoggi es uno de los numerosísimos casos donde se aplica la ética de geometría variable que practican las potencias occidentales.

El reino de los Saud

Hace 70 años que las potencias occidentales prefieren ignorar lo que todo el mundo sabe: Arabia Saudita no es un país como los demás. Es propiedad privada del rey que la gobierna y todos los que allí residen están al servicio de ese rey. El nombre mismo del país –Arabia Saudita– proclama que se trata, ante todo, de la “residencia” de los Saud.

En el siglo XVIII, una tribu de beduinos –los Saud– concluyó una alianza con la secta de los wahabitas y se levantó contra el Imperio Otomano. Lograron instaurar un reino en Hejaz, región de la Península Arábiga donde se encuentran las ciudades santas de Medina y La Meca. Pero pronto tuvieron que enfrentar la represión otomana.

A principios del siglo XIX, un sobreviviente de la tribu de los Saud inicia una nueva revuelta. Pero los miembros de su familia comienzan a luchar entre sí y acaban nuevamente derrotados por los otomanos.

Finalmente, ya en el siglo XX, los británicos apuestan por los Saud para acabar con el Imperio Otomano y poder explotar los yacimientos petrolíferos de la Península Arábiga. Con ayuda de Lawrence de Arabia, fundan el reino actual.

La diplomacia británica sabía perfectamente que tanto los Saud como los wahabitas se habían ganado el odio de sus servidores y que serían incapaces de entenderse con sus vecinos. El desequilibrio militar entre los Saud, armados con sables, y el armamento moderno de los británicos garantizaba que esa familia nunca pudiese rebelarse contra sus amos occidentales.

Pero al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos aprovecha el debilitamiento del Reino Unido para suplantarlo. El presidente Roosevelt concluye con el fundador del reino saudita el llamado “Pacto del Quincy” [1]. En ese pacto, Estados Unidos se comprometía a proteger a la familia Saud a cambio del petróleo del reino. Los Saud también se comprometían a no oponerse a la creación de un Estado judío en Palestina. George W. Bush renovó aquel pacto en los años 2000.


El fundador del wahabismo, Mohamed ben Abdelwahhab, estimaba que quienes no se unieran a su secta debían ser exterminados. Numerosos autores han resaltado la cercanía entre el modo de vida de los wahabitas y el de algunas sectas judías ortodoxas, así como el parecido entre los razonamientos de los teólogos wahabitas y los de algunos pastores cristianos puritanos.

Sin embargo, para mantener la influencia británica en el Medio Oriente, Londres decide combatir a los nacionalistas árabes y respaldar a la Hermandad Musulmana y a la secta de los Nachqbandis. Es por eso que, en 1962, los británicos solicitaron a los Saud que crearan la Liga Islámica Mundial y después –en 1969– la creación de lo que hoy llamamos la Organización para la Cooperación Islámica. El wahabismo acabó admitiendo el islam sunnita –al que hasta entonces había combatido– y ahora se erige en protector del sunnismo mientras se obstina en combatir las demás manifestaciones del islam.

Tratando de evitar las guerras fratricidas que habían marcado la historia de su familia en el siglo XIX, el rey Ibn Saud instituyó un sistema de sucesión que, a la muerte del rey, transfería la corona al mayor de sus hermanos. El fundador del reino había tenido 32 esposas, que le dieron 53 hijos y 36 hijas. El mayor de los sobrevivientes –el actual rey Salman– tiene 82 años. En aras de salvar el reino, el Consejo de Familia de los Saud aceptó en 2015 modificar la regla de sucesión y designar a los hijos del príncipe Nayef y del rey Salman como futuros herederos. Pero el príncipe Mohamed ben Salman –hijo del actual rey Salman– apartó de su camino al hijo de Nayef convirtiéndose así en único príncipe heredero del trono.

Las costumbres de los Saud

En la Antigüedad, el término «árabe» designaba a los pueblos arameos que vivían del lado sirio del Éufrates. Según esa definición, los Saud no son árabes. Sin embargo, como el Corán fue reexaminado por el Califa en Damasco, el término «árabe» designa hoy a los pueblos que hablan la lengua del Corán, lo cual incluye a los de la región de Hejaz. Ese término genérico abarca hoy las civilizaciones –muy diferentes entre sí– de los beduinos del desierto y de los pueblos de las ciudades de un vasto conjunto geográfico que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el Golfo Pérsico.

La familia Saud pasó bruscamente del camello al jet privado, pero ha conservado, en pleno siglo XXI, la cultura arcaica del desierto. Ejemplo de ello es su odio hacia la Historia. Los Saud han destruido todo rastro de la historia de su país. Esa es la mentalidad retrógrada que se expresó en las destrucciones de monumentos históricos y arqueológicos perpetradas por los yihadistas en Irak y en Siria. No existe ninguna otra razón que justifique la decisión de los Saud de destruir la casa del Profeta Mahoma y la destrucción de las históricas tablillas sumerias perpetrada por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh).

Las potencias occidentales que en el pasado utilizaron a los Saud para acabar con el Imperio Otomano –hecho que todos reconocen hoy en día– son las mismas que utilizaron a los yihadistas, financiados por los Saud y formateados ideológicamente por los wahabitas, para destruir Irak y Siria.

Aunque ya nadie quiere recordarlo, al principio de la agresión contra Siria, mientras la prensa occidental nos servía la fábula de la «primavera árabe», Arabia Saudita sólo exigía que el presidente Bachar al-Assad dejara el cargo. Riad aceptaba que se quedaran sus consejeros, su gobierno y hasta su ejército y sus servicios secretos. Sólo quería la cabeza de Assad… porque Assad no es sunnita.

Cuando el príncipe Mohamed ben Salman (a quien la prensa prefiere llamar «MBS») se convirtió en el ministro de Defensa más joven del mundo, exigió poder explotar los yacimientos petrolíferos que abarcan parte de su país y del territorio yemenita. Ante la negativa de Yemen, inició una guerra con la que esperaba cubrirse de gloria, como su abuelo. Pero, a través de la Historia, nadie ha logrado mantenerse en Yemen, ni en Afganistán. Poco importa, el príncipe heredero “demuestra” su poderío hambreando a 7 millones de personas. Todos los miembros del Consejo de Seguridad dicen sentir preocupación ante la crisis humanitaria en Yemen, pero ninguno se atreve a criticar al “valeroso” príncipe MBS.

Como consejero de su padre el rey, MBS propone eliminar al jefe de la oposición saudita –el jeque Nimr Baqr al-Nimr [2]. El jeque al-Nimr era partidario de la no violencia… pero era chiita, o sea un «infiel», según la visión de los wahabitas. El jeque al-Nimr fue decapitado, sin que las potencias occidentales se escandalizaran por ello. Después, MBS destruyó Mussawara y Chuweikat, en la región saudita de Qatif, ¡de población fundamentalmente chiita! Las potencias occidentales tampoco vieron allí las ciudades arrasadas por los blindados del reino ni sus pobladores masacrados.

El príncipe heredero no soporta la menor contradicción y en junio de 2017 empujó a su padre a romper con Qatar, porque el pequeño pero riquísimo emirato había tenido la audacia de ponerse del lado de Irán ante Arabia Saudita. MBS instó entonces a todos los países árabes a seguirlo en su disputa con Qatar y logró hacerlo retroceder temporalmente.

Al llegar a la Casa Blanca, el presidente Trump decide ser pragmático. Acepta la agonía de los yemenitas, a condición de que Riad ponga fin al respaldo que aportaba a los yihadistas.


Es entonces cuando al consejero de Trump, su yerno Jared Kushner, se le ocurre la idea de recuperar el dinero que los Saud ganan con el petróleo y usarlo para revitalizar la economía de Estados Unidos. La inmensa fortuna de los Saud es el dinero que las potencias occidentales en general y los estadounidenses en particular han venido pagando por el petróleo saudita. No es fruto del trabajo de la familia real sino la renta que sacan de un país que les pertenece. El príncipe Mohamed ben Salman organiza entonces el golpe palaciego de noviembre de 2017 [3]. Al menos 1300 miembros de la familia real son puestos bajo arresto domiciliario, incluyendo al primer ministro libanés Saad Hariri, descendiente bastardo del clan Fadh. Algunos de ellos son torturados para “convencerlos” de que deben “ofrecer” la mitad de sus fortunas al príncipe heredero, quien se echa así en el bolsillo 800 000 millones de dólares en dinero y en acciones [4]. ¡Craso error!

La fortuna de los Saud, hasta entonces dispersa entre todos los príncipes y sus descendientes, se concentra ahora en una mano que no es la del rey, representante del Estado. Así que sólo hay que torcer esa única mano para recuperar el botín.

El príncipe MBS amenaza también con imponer a Kuwait el destino que ya sufre Yemen, si él no puede explotar las reservas de petróleo ubicadas en las regiones limítrofes con Arabia Saudita. Pero el viento y el tiempo ya no son favorables al heredero.

La operación Khashoggi

Sólo había que esperar la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno de los servidores del acaudalado príncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz Al-Saud, el periodista Jamal Khashoggi, es asesinado por orden de MBS en la sede del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituye una violación del artículo 55 de la Convención de Viena sobre las relaciones consulares [5].

Jamal Khashoggi era nieto del médico personal del rey Abdul Aziz y sobrino del vendedor de armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la fuerza aérea saudita y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono– al Irán chiita contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tía de Jamal Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed, amante de la mediática princesa británica Lady Diana, junto a la cual fue eliminado [6]).

Jamal Khashoggi estaba implicado en un nuevo golpe palaciego que el príncipe Al-Walid ben Talal estaba preparando contra MBS. Varios asesinos presentes en el consulado le cortaron los dedos, descuartizaron su cuerpo y posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue meticulosamente grabado por los servicios secretos de Turquía y Estados Unidos.

En Washington, la prensa y los miembros del Congreso estadounidense exigen al presidente Trump la adopción de sanciones contra Riad [7].

Turki al-Dakhil, uno de los consejeros del príncipe heredero, responde que si Estados Unidos adopta sanciones contra Arabia Saudita, esta última es capaz de echar abajo el orden mundial [8]. Según la tradición de los beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una venganza… a cualquier precio.

Según ese consejero, Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas y las más importantes serían:
Reducir la producción de petróleo a 7,5 millones de barriles diarios, lo cual provocaría un alza de precios, que podrían llegar a 200 dólares por barril. Además, Arabia Saudita no aceptaría pagos en dólares estadounidenses, provocando así el fin de la hegemonía mundial de esa moneda;
Arabia Saudita se alejaría de Washington para acercarse a Teherán;
Arabia Saudita compraría armamento a Rusia y China. El reino propondría además a Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la provincia de Tabuk, en el noroeste, o sea cerca de Siria, Líbano e Irak;
de la noche a la mañana, Arabia Saudita pasaría a respaldar al Hamas y al Hezbollah.

Consciente de los daños que la fiera es capaz de provocar, la Casa Blanca promete a sus perros parte de los despojos. Recordando tardíamente sus bellos discursos sobre los «Derechos Humanos», las potencias occidentales claman en coro que ya no soportan más esa tiranía medieval [9]. Uno a uno, todos los líderes económicos de Occidente se alinean tras las instrucciones de Washington y anulan su participación en el Foro de Riad. Recordando que Jamal Khashoggi era «residente estadounidense», el presidente Trump y su consejero Jared Kushner hablan de confiscar bienes, que pasarían a manos de Estados Unidos.

Mientras tanto, en Tel Aviv reina el pánico. El príncipe MBS era el mejor socio del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu [10]. Netanyahu incluso solicitó al príncipe heredero la creación de un estado mayor común israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a los yemenitas. MBS viajó en secreto a Israel a finales de 2017. El ex embajador de Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B. Shapiro, advierte a sus correligionarios israelíes que al aliarse al príncipe heredero saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro [11].

El Pacto del Quincy sólo protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al príncipe heredero.



NOTAS:
[1] El “Pacto del Quincy” debe su nombre al hecho de haber sido firmado a bordo del navío de guerra estadounidense USS Quincy (CA-71). Nota de la Red Voltaire.
[2] «El régimen de los Saud se tambalea después de ejecutar al jeque al-Nimr», por André Chamy, Red Voltaire, 4 de enero de 2016.
[3] «Golpe palaciego en Riad», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de noviembre de 2017.
[4] “Saudis Target Up to $800 Billion in Assets”, Margherita Stancati y Summer Said, Wall Street Journal, 8 de noviembre de 2017.
[5] «Conventionde Vienne sur les relations consulaires», Réseau Voltaire, 24 avril 1963.
[6] Lady died, par Francis Gillery, Fayard éd., 2006; «Francis Gillery: “Yo estudié el mecanismo de la mentira de Estado en el caso de la princesa Diana”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de septiembre de 2007.
[7] “The disappearance of Jamal Khashoggi”, por Manal al-Sharif, The Washington Post, 9 de octubre de 2018. “Letter by the Senate Foreign Relations Committee on the disappearance of Jamal Khashoggi”, 10 de octubre de 2018.
[8] “US sanctions on Riyadh would mean Washington is stabbing itself”, Turki Al-Dakhil, Al-Arabiya, 14 de octubre de 2018.
[10] «Exclusivo: Los planes secretos de Israel y Arabia Saudita», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de junio de 2015.
[11] “Why the Khashoggi Murder Is a Disaster for Israel”, Daniel Shapiro, Haaretz, 17 de octubre de 2018.

29 octubre, 2018

El escándalo Jamal Khashoggi y la hipocresía imperial — Rafael Poch





sinpermiso - 25/10/2018

En Riad tienen razones para no entender el escándalo armado con el caso Jamal Khashoggi, el opositor saudí asesinado y aparentemente descuartizado en el consulado del reino en Estambul. ¿Qué tiene de especial? Torturas, decapitaciones, secuestros en el extranjero y desapariciones son moneda corriente en la monarquía de cabreros saudí. Ciento cincuenta saudíes fueron decapitados en 2017 y otros 48 lo han sido en los primeros cuatro meses de este año, la mitad de ellos por crímenes no violentos.

Secuestros y desapariciones

La lista de opositores secuestrados y desaparecidos es larga. En plena guerra civil libanesa, el jefe de la oposición saudí, Nasser As Said, fue secuestrado en Beirut, drogado y lanzado desde un avión militar del reino sobre la desértica región de Rub Al Khali. Más recientemente, el príncipe Sultan Bin Turki, que había denunciado una amplia red de corrupción entre el primer ministro libanés Rafik Hariri y príncipes saudíes, fue secuestrado en el palacio del rey Fahd en Ginebra, drogado y embarcado en un avión médico rumbo al reino donde desde 2016 no se tienen noticias de él, explica el experto en Oriente Medio René Naba. La cadena de televisión libanesa Al Mayadeen completa la lista con otros seis nombres; Nawaf Bin Talal Ar Rachid, desaparecido tras ser entregado al reino por las autoridades de Kuwait en 2017; el príncipe Saud Bin Seif Al Nasr, secuestrado en Italia en 2015 y desaparecido desde entonces: el ex alto responsable de la seguridad saudí, príncipe Turki Ben Bandar Al Saud, secuestrado en Marruecos y también desaparecido tras un conflicto por herencia con otros miembros de la familia; el opositor Mohamed Al Mufleh muerto en sospechosas circunstancias en Estambul en 2014; Wajd Ghazzah Í, engañado con un lucrativo negocio por los servicios secretos y convencido para regresar al país donde fue encarcelado sin proceso alguno; el príncipe Abdel Aziz Ben Fahd, hijo del rey Fahd y primo hermano del actual heredero detenido en noviembre del año pasado en el marco de la purga anticorrupción del actual héroe de la historia Mohamed Ben Salman…

De Afganistán a Siria

Pero todo esto es calderilla al lado del historial terrorista/integrista del reino. Ellos fueron quienes aportaron el mayor contingente de combatientes extranjeros (5.000 hombres) en la guerra de Afganistán contra los soviéticos y el régimen por estos apoyado, con gran diferencia el menos malo que ha conocido ese país desde la caída de la monarquía en 1973. Quince de los 19 terroristas del 11-S estadounidense y 115 de los 611 prisioneros de Guantánamo eran saudíes. También suyo ha sido el mayor contingente extranjero en las filas del Estado Islámico que ha combatido, y combate todavía, en Siria e Irak: 2.500 personas. Nada más natural teniendo en cuenta que Arabia Saudí ha sido uno de los principales financieros del área integrista-terrorista (como reconoció en sus mails la propia Hillary Clinton –¡Gracias Wikileaks¡) hasta que el monstruo se volvió contra sus incubadores.

Promotores del oscurantismo

Durante décadas el reino ha propagado la versión más sectaria, misógina, homófoba, racista y antisemita del Islam: el wahabismo. A ello destina anualmente unos 8.000 millones de dólares, cantidad semejante a la que gasta en armas o ingresa con la peregrinación a los lugares santos del Islam. Ocho mil millones son seis o siete veces lo que la URSS se gastaba en propaganda en sus mejores años y 32 veces más que el presupuesto anual del Vaticano (cifras de 2011).

Centenares de estudiantes del mundo musulmán se forman anualmente como becarios extranjeros en la Universidad de Medina que difunde ese Islam. Su contrato les obliga a regresar a sus países de origen al terminar sus estudios. Así ha sido como todo un ejército de descerebrados ha sustituido a los clérigos musulmanes tradicionales en el África subsahariana y en gran parte del mundo islámico. “Todos los responsables de las grandes organizaciones musulmanas de Senegal, Malí, Níger, etc., han pasado por la universidad de Medina, que en las últimas décadas ha formado a 25.000 o 30.000 cuadros”, como señalaba el experto Pierre Conesa. Y no solo en el mundo islámico. En España financiaron con 6,5 millones de euros el Centro Cultural Islámico de la M-30 (Madrid), en Málaga un centro de 3.800 metros cuadrados y así por toda Europa…

Martirizando a Yemen

En el Yemen, el reino, sus amigos-competidores de los Emiratos Árabes Unidos, las fuerzas, drones y mercenarios de Estados Unidos, y las armas de la Unión Europea, mantienen una guerra aquí resumida, con probablemente más de 50.000 muertos en la que el aprovisionamiento y la distribución de alimentos está siendo objetivo militar para vencer por hambre. Los agresores han destruido la mitad de la flota pesquera local, cuando la ONU advierte que unos 10 millones de yemeníes pasarán hambre este año y 22 millones necesitan ayuda. Los saudíes y sus competidores locales buscan el control de los puertos yemenitas para independizarse de un posible cierre iraní del estrecho de Ormuz, que sería el escenario que amenazaría su exportación en caso de cumplirse la guerra contra Irán que buscan en compañía de Israel y Donald Trump, todos ellos por diferentes motivos; eliminar adversarios, control regional, perjudicar el suministro de China…

Nada de todo esto ha impedido nunca a Estados Unidos y las potencias europeas mantener las mejores relaciones con el país que defiende sus intereses energéticos y geopolíticos en la región y en el mundo. ¿Sabían ustedes que las mujeres ya pueden conducir en el reino?

Una chapuza indefendible

El caso del periodista Jamal Khashoggi evidencia la colosal hipocresía de nuestros imperios. Khashoggi no era un disidente democrático sino algo parecido al líder en su país de los Hermanos musulmanes. Ese era su punto de unión con Erdogan. El presidente turco suelta con cuentagotas los informes que dispone sobre el asesinato y cada gota revienta la última patraña de Riad, que Washington intenta defender hasta que el lodazal de Arabia Saudí y su siniestro Mohamed Ben Salman (MbS), se ha hecho indefendible. Tras sucesivas correcciones en las versiones, la del accidente, la de la pelea, la de los incontrolados, hasta la Unión Europea no ha tenido más remedio que posicionarse. Y ante un descuartizamiento saudí en Estambul ha sido mucho más indulgente que ante un envenenamiento ruso en Salisbury (parece que quedan pocas dudas sobre la chapuza de la acción de la GRU contra el traidor Skripal): no ha habido expulsión de embajadores, ni crisis diplomática, ni sanciones… De momento un comunicado exhortando a Riad a hacer “grandes esfuerzos” para que reluzca la verdad y un amago de interrumpir exportaciones de armas en el que Alemania (en los últimos años primer exportador de armas de la UE, que a su vez ha sido primera exportadora mundial si se suman sus países) se presenta como pionera.

No parece que la medida vaya a afectar a los contratos alemanes más jugosos, ya en marcha, pese a que el acuerdo de coalición CDU/CSU y SPD prometía cesar los suministros a los países beligerantes en Yemen, y pese a la resolución de octubre del año pasado del Parlamento Europeo a favor de un embargo armamentístico en aquel conflicto. Después de aquello Alemania incrementó sus exportaciones de armas al reino.

Fuente:

27 octubre, 2018

"...because thanks to the Daily Telegraph, we know that Tony Blair is being paid 9 million pounds a year by the Crown Prince of Saudi Arabia" — George Galloway




"... because, thanks to the Daily Telegraph, we know that Tony Blair is being paid 9 million pounds a year by the Crown Prince of Saudi Arabia, for advice... advice!, don't you know, on the modernisation of the kingdom. Well, we now know more than we did last Friday, at this time, about how that modernization project in the kingdom is going, how they are benefitting from Tony Blair's 9 million pounds a year advice". George Galloway



26 octubre, 2018

La patología del lucro y el planeta desechable ——— Michael Parenti




Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Hace algunos años, en Nueva Inglaterra, un grupo de ecologistas preguntó a un ejecutivo corporativo cómo podía justificar su empresa (una fábrica de papel) el vertido de sus aguas residuales sin tratar a un río cercano. El río –que la Madre Natura había tardado siglos en crear– se utilizaba como agua potable, para pescar, pasear en bote y natación. En pocos años la fábrica de papel lo había convertido en una cloaca abierta altamente tóxica.

El ejecutivo se encogió de hombros y dijo que el vertido al río era la manera más económica de eliminar los desechos de la planta. Si la empresa tuviera que absorber el coste adicional de tratar el agua, podría perder su ventaja competitiva y entonces tendría que cerrar o irse a un mercado laboral más barato, lo que llevaría a una pérdida de puestos de trabajo para la economía local.

Libre mercado sobre todo

Era un argumento familiar: a la empresa no le quedaba otra alternativa. Se veía obligada a actuar de esa manera en un mercado competitivo. El negocio de la fábrica no era proteger el medioambiente, sino obtener un beneficio, el mayor beneficio posible, la rentabilidad más elevada. Beneficio es el nombre del juego. El propósito decisivo de los negocios es la acumulación de capital.

Para justificar su inquebrantable ansia de beneficios, EE.UU. corporativo promueve la clásica teoría del laissez-faire, que afirma que el libre mercado –un conglomerado de empresas no reguladas y desbocadas que persiguen ávidamente sus propios objetivos– está gobernado por una benévola “mano invisible” que produce milagrosamente resultados óptimos para todos.

Los partidarios del libre mercado tienen una fe profunda, permisiva, en el laissez-faire, porque es una fe que les resulta muy útil. Significa que no hay supervisión gubernamental, que no tienen que rendir cuentas por los desastres ecológicos que perpetran. Como codiciosos niños consentidos, son rescatados una y otra vez por el gobierno (¡vaya mercado libre!), para que puedan seguir tomando riesgos irresponsables, saqueando la tierra, envenenando los mares, enfermando a comunidades enteras, devastando regiones completas y embolsando ganancias obscenas.

Este sistema corporativo de acumulación de capital trata los recursos que sustentan la vida de la Tierra (tierras arables, aguas subterráneas, zonas húmedas, follajes, bosques, pesquerías, fondos del océano, bahías, ríos, calidad del aire) como si fueran ingredientes desechables presuntamente ilimitados que se pueden consumir o envenenar a voluntad. Como BP demostró a la perfección en la catástrofe del Golfo de México, las consideraciones del coste tienen un peso muy superior a las consideraciones de seguridad. Como concluyó una investigación del Congreso de EE.UU.: “Una y otra vez, se evidencia que BP tomó decisiones que aumentaron el riesgo de un reventón para ahorrar tiempo o dinero a la compañía”.

Por cierto, la función de la corporación transnacional no es promover una ecología sana, sino extraer tanto valor comercializable del mundo natural como sea posible, incluso si ello significa tratar el entorno como una letrina. Un agresivo capitalismo corporativo en permanente expansión y una ecología frágil, finita, van por un calamitoso camino de colisión, hasta el punto que ponen en peligro los sistemas básicos de toda la ecosfera, la delgada capa de aire fresco, agua y capa vegetal de la Tierra.

No es verdad que los intereses políticos-económicos lo nieguen. Es peor aún: han mostrado un antagonismo directo frente a quienes piensan que nuestro planeta es más importante que sus beneficios. Por lo tanto difaman a los ecologistas como “ecoterroristas”, “Gestapo de la EPA” [EPA=Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., N. del T.], “alarmistas del Día de la Tierra”, “abraza-árboles” y creadores de “histeria verde”.

En una enorme desviación de la ideología de libre mercado, la mayoría de las deseconomías del gran capital se descargan sobre la población en general, incluidos los costes de eliminar desechos tóxicos, controlar la producción, eliminar residuos industriales (que componen entre 40 y 60% de las cargas tratadas por las plantas municipales de alcantarillado financiadas por el contribuyente), el coste de desarrollar nuevas fuentes de agua (mientras la industria y la agroindustria consumen un 80% del suministro diario de agua de la nación) y los costes de tratar la enfermedad y los daños causados por toda la toxicidad creada. Mientras transfiere regularmente al gobierno muchas de esas deseconomías, el sector privado alardea de su rentabilidad superior en comparación con el sector público.

Los super ricos son diferentes

¿No amenaza la salud y la supervivencia de los plutócratas corporativos el desastre ecológico tal como lo hace con nosotros, ciudadanos de a pie? Podemos comprender los motivos por los cuales los ricos corporativos pueden querer destruir las viviendas sociales, la educación pública, la seguridad social, Medicare y Medicaid. Recortes semejantes nos acercarían más a una sociedad de libre mercado desprovista de los servicios humanos “socialistas” financiados con fondos públicos que los reaccionarios ideológicos detestan, y recortes semejantes no privarían en nada a los super ricos y sus familias. Los súper ricos tienen más que suficiente riqueza privada para procurarse cualquier servicio y protección que necesiten.

Pero el medio ambiente es algo diferente, ¿verdad? ¿No habitan los reaccionarios acaudalados y sus lobistas corporativos en el mismo planeta contaminado que todos los demás? ¿No comen los mismos alimentos plagados de químicos e inhalan el mismo aire envenenado? En realidad no viven exactamente como los demás. Viven en una realidad diferente, a menudo residen en sitios en los que el aire es mucho mejor que en áreas de bajos o medianos recursos, tienen acceso a alimentos cultivados orgánicamente, especialmente transportados y preparados.

Los vertederos tóxicos y las autopistas del país generalmente no están situados dentro o cerca de sus ostentosos vecindarios. De hecho, los súper ricos no viven en vecindarios propiamente dichos. Usualmente viven en zonas con áreas arboladas, arroyos, praderas y sólo unas pocas calles de acceso bien controladas. Sus árboles y jardines no se fumigan con pesticidas. Las talas indiscriminadas no arrasan sus ranchos, tierras, bosques familiares, lagos y centros de vacaciones de primera.

A pesar de todo, ¿no deberían temer la amenaza de un apocalipsis ecológico provocado por el calentamiento global? ¿Quieren que la vida en la Tierra, incluidas sus propias vidas, se destruyan? A largo plazo, ciertamente se estarán condenando ellos mismos junto con todos los demás. Sin embargo, como todos nosotros, no viven a largo plazo, sino solo en el presente. Y lo que está en juego ahora mismo para ellos es algo más cercano y más urgente que la ecología global; los beneficios globales. La suerte de la biosfera parece una abstracción remota en comparación con la suerte de sus propias –y enormes– inversiones.

Con el ojo puesto en las pérdidas y ganancias, los dirigentes del gran capital saben que cada dólar que una compañía gasta en asuntos estrafalarios, como la protección medioambiental, es un dólar menos en sus ganancias. Distanciarse de combustibles fósiles y orientarse hacia la energía solar, eólica y mareomotriz podría ayudar a evitar el desastre ecológico, pero seis de las diez principales corporaciones industriales del mundo están involucradas primordialmente en la producción de petróleo, gasolina y vehículos a motor. La contaminación debida a los combustibles fósiles supone miles de millones de dólares en ingresos. Los grandes productores están convencidos de que las formas ecológicamente sustentables de producción amenazan con comprometer esas ganancias.

Las ganancias inmediatas para sí mismos son una consideración mucho más apremiante que una futura pérdida compartida por la población general. Cada vez que uno conduce su coche, sitúa su necesidad inmediata de llegar a algún sitio por encima de la necesidad colectiva de evitar la contaminación del aire que respiramos todos. Lo mismo pasa con los grandes protagonistas: el coste social de convertir un bosque en un páramo tiene poco peso en comparación con la ganancia inmensa e inmediata que proviene de la recolección de la madera y del logro de un buen montón de dinero. Y siempre se puede justificar mediante la racionalización: hay muchos bosques, más de los que la gente puede visitar; la sociedad necesita madera, los leñadores necesitan trabajo, etc.

El futuro es ahora

Algunos de los mismos científicos y ecologistas que consideran que la crisis ecológica es urgente nos advierten de manera algo irritante de una catastrófica crisis climática para “finales de este siglo”. Pero hasta entonces faltan unos noventa años, cuando todos nosotros y la mayoría de nuestros hijos estemos muertos, y por consiguiente, el calentamiento global es un problema mucho menos urgente.

Hay otros científicos que logran ser aún más irritantes cuando nos advierten de una crisis ecológica inminente y luego la postergan aún más. “Tendremos que dejar de pensar en términos de eones y comenzar a pensar en términos de siglos”, dijo un sabio científico citado en The New York Times en 2006. ¿Se supone que esto nos va a poner en estado de alerta? Si una catástrofe global tuviera lugar dentro de un siglo o varios siglos, ¿quién va a tomar hoy las decisiones terriblemente difíciles y costosas cuyos efectos se sentirán dentro de tanto tiempo?

A menudo nos ruegan que pensemos en nuestros queridos nietos, que serán las víctimas de todo esto (una llamada hecha usualmente en tono suplicante). Pero a la mayoría de los jóvenes a los que me dirijo en los campus universitarios les cuesta imaginar el mundo en el que sus inexistentes nietos vivirán dentro de treinta o cuarenta años.

Hay que olvidar semejantes advertencias. No nos quedan siglos o generaciones, ni tampoco muchas décadas antes que llegue el desastre. La crisis ecológica no es una urgencia distante. La mayoría de los que estamos vivos en la actualidad no tendremos probablemente el lujo de decir “después de mí, el diluvio” porque todavía estaremos presentes para vivir nosotros mismos la catástrofe. Sabemos que esto es verdad porque la crisis ecológica ya nos afecta con un efecto acelerado y agravado que pronto podría ser irreversible.


La locura de la codicia

Desgraciadamente, el medio ambiente no se puede defender a sí mismo. Es cosa nuestra protegerlo, o lo que quede de él. Pero todo lo que quieren los súper ricos es seguir transformando la naturaleza viviente en mercancía y la mercancía en capital muerto. Los inminentes desastres ecológicos no tienen mucha importancia para los saqueadores corporativos. No tienen en consideración la naturaleza viviente.

El lucro se hace adictivo. La fortuna incita a aumentarla. No hay límite para la cantidad de dinero que alguien pueda querer acumular, impulsado por la auri sacra fames, la maldita sed de oro. Por lo tanto, los adictos al dinero se apoderan de más y más, más de lo que pueden gastar en mil vidas de ilimitada indulgencia, impulsados por lo que comienza a parecer una patología obsesiva, una monomanía que borra toda otra consideración humana.

Están más y más ligados a su riqueza que a la tierra en la que viven, más preocupados por la suerte de sus fortunas que por la suerte de la humanidad, tan poseídos por su afán de de beneficios que no ven el desastre que amenaza. Hubo una caricatura del New Yorker que mostraba a un ejecutivo corporativo parado ante un atril dirigiéndose a una reunión empresarial con estas palabras: “Y así, cuando el escenario del fin del mundo esté plagado de horrores inimaginables, creemos que el período antes del fin estará repleto de oportunidades de beneficios sin precedentes”.

No es un chiste. Hace años señalé que los que negaban la existencia del calentamiento global no cambiarían de opinión hasta que el propio Polo Norte comenzara a derretirse. (Nunca esperé que realmente comenzara a derretirse durante mi vida.) Hoy enfrentamos una fusión ártica que involucra horrendas consecuencias para las corrientes oceánicas del golfo, los niveles del mar en las costas, toda la zona templada del planeta y la producción agrícola del mundo.

Por lo tanto, ¿cómo reaccionan los capitanes de la industria y de las finanzas? Como era de esperar: como especuladores monomaníacos. Escuchan la música: aprovechar, aprovechar. Primero, el derretimiento de Ártico abrirá un paso directo al noroeste entre los dos grandes océanos, un sueño más viejo que [la expedición de] Lewis y Clark. Eso posibilitará rutas comerciales más cortas, más accesibles y menos costosas. Ya no habrá que avanzar con dificultad por el Canal de Panamá o por el Cabo de Hornos. Los costes reducidos de transporte significan más comercio y más beneficios.

Segundo: señalan alegremente que el derretimiento abre vastas nuevas reservas petrolíferas a la perforación. Podrán perforar y extraer más del mismo combustible fósil que causa precisamente la calamidad que sobreviene. Más derretimiento significa más petróleo y más beneficios; es el mantra de los libres mercaderes que piensan que el mundo solo les pertenece a ellos.

Imaginad ahora que estuviésemos todos dentro de un gran autobús que circula velozmente por una carretera que termina en una caída fatal por un profundo precipicio. ¿Qué hacen nuestros adictos a las ganancias? Corren frenéticamente por todo el pasillo, vendiéndonos almohadas contra golpes y cintos de seguridad a precios exorbitantes. Ya habían calculado esa oportunidad comercial.

Tenemos que alzarnos de nuestros asientos, colocarlos rápidamente bajo supervisión adulta, correr al frente del autobús, apartar rápidamente al conductor, agarrar el volante, reducir la velocidad del autobús y dar media vuelta. No es fácil, pero todavía puede ser posible. En mi caso, es un sueño recurrente.

22 octubre, 2018

La alianza de Trump con descuartizadores, escuadrones de la muerte y asesinos de niños: Arabia Saudí, Brasil e Israel —— James Petras




Traducción: Paco Muñoz de Bustillo

Introducción

Las últimas semanas, la Casa Blanca ha estrechado sus lazos con la versión contemporánea de los regímenes más crueles del mundo. El presidente Trump ha dado por buenas las explicaciones del “Príncipe de la Muerte” de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, que se ha graduado al pasar de cortar manos y cabezas en las plazas públicas a descuartizar cuerpos en consulados en el extranjero, el caso de Jamal Khashoggi.

Por otro lado, la Casa Blanca ha saludado calurosamente el triunfo electoral del candidato brasileño a la presidencia Jair Bolsonaro, ardiente defensor de torturadores, dictadores militares, escuadrones de la muerte y el libre mercado.

El presidente Trump se postra ante Israel y se jacta de esa relación, mientras su guía espiritual, Benjamin Netanyahu celebra el Sabbat con el asesinato y la mutilación de cientos de palestinos desarmados, especialmente jóvenes.

Estos son los “aliados naturales” de Trump. Todos ellos comparten valores e intereses, aunque cada uno tiene su método personal para deshacerse de los cadáveres de sus adversarios y disidentes.

Vamos a proceder a abordar el contexto político y económico general en el que actúa este trío de monstruos. Analizaremos las ventajas y los beneficios que llevan al presidente Trump a ignorar e incluso elogiar acciones que violan los valores y sensibilidades democráticos de Estados Unidos.

Para concluir, examinaremos las consecuencias y los riesgos resultantes de esta aceptación incondicional del trío de asesinos.

Contexto de la Triple Alianza de Trump

Los estrechos lazos del presidente Trump con los regímenes más despreciables del mundo parten de diversos intereses estratégicos. En el caso de Arabia Saudí, estaríamos hablando de las bases militares, la financiación de mercenarios y terroristas internacionales, las ventas multimillonarias de armas, los beneficios petroleros y las alianzas secretas con Israel contra Siria, Irán y Yemen.

Con el fin de conservar los beneficios que proporciona la relación con la monarquía saudí, la Casa Blanca está más que dispuesta a asumir ciertos costes sociopolíticos.

Estados Unidos está encantado de vender armamento y proporcionar asesores a la invasión genocida saudí al Yemen, que ha provocado la muerte de miles de yemeníes y el hambre de millones. La alianza de la Casa Blanca contra Yemen proporciona pocas recompensas económicas o ventajas políticas y tiene un valor propagandístico negativo, pero, a falta de otros estados clientelistas poderosos en la región, Washington se contenta con el príncipe Salman, “el descuartizador”.

Estados Unidos prefiere ignorar la financiación saudí a los terroristas islamistas opuestos a sus aliados en Asia (Filipinas) y Afganistán así como de las facciones rivales en Siria y Libia.

Por desgracia, el asesinato de un colaborador simpatizante de EEUU, el periodista del Washington Post residente en EEUU, Jamal Khashoggi, ha obligado al presidente Trump a iniciar un simulacro de investigación con el fin de distanciarse de la mafia de Riad. Posteriormente eximió al carnicero bin Salman inventando una historia sobre “elementos malvados” a cargo del interrogatorio (léase tortura) que le causó la muerte.

En Brasil, el presidente Trump celebró la victoria electoral de un neoliberal fascista, Jair Bolsonaro, porque coincide plenamente con sus prioridades: promete acabar con las regulaciones económicas y los impuestos corporativos a las multinacionales; es un ardiente defensor de la guerra económica de Trump contra Venezuela y Cuba; promete armar a los derechistas escuadrones de la muerte y militarizar a la policía; y garantiza secundar fielmente las políticas bélicas de EEUU en el extranjero.

No obstante, Bolsonaro no puede respaldar la guerra comercial de Trump, especialmente con China, receptora de casi el 40% de la agroindustria de exportación brasileña. Esto es así, principalmente, porque la élite de la agroindustria es uno de los principales apoyos financieros y en el Congreso de Bolsonaro.

Si tomamos en cuenta la escasa influencia de Washington en el resto de América Latina, el régimen neofascista de Brasil se convertiría en el principal aliado se Trump en la región.

Israel, por otro lado, es el principal mentor y jefe de operaciones en Oriente Próximo, además de un aliado militar estratégico.

Bajo el liderato de su primer ministro Benjamin Netanyahu, Israel se ha apoderado y ha colonizado la mayor parte de Cisjordania y ocupado militarmente el resto de Palestina; ha encarcelado y torturado a miles de disidentes políticos; ha cercado y provocado el hambre de un millón de gazatíes; y ha impuesto condiciones etno-religiosas para conseguir la ciudadanía israelí, negando los derechos básicos a más del 20% de los residentes árabes del supuesto “Estado judío”.

Netanyahu ha bombardeado cientos de pueblos, ciudades, aeropuertos y bases militares en apoyo de los terroristas del ISIS y los mercenarios occidentales. Israel interviene en las elecciones estadounidenses, compra los votos para el Congreso y se ha asegurado que la Casa Blanca reconozca Jerusalén como capital del Estado judío. Los sionistas de América del Norte y Reino Unido actúan como una quinta columna que garantiza la unánime cobertura informativa favorable a Israel y a sus políticas de apartheid.

El primer ministro Netanyahu se cerciora con ello del apoyo financiero y político incondicional de Estados Unidos y de tener a su alcance el armamento más avanzado.

A cambio, Washington se considera privilegiado por servir como soldado de a pie en las guerras diseñadas por Israel en Irak, Siria, Libia, Yemen y Somalia... e Israel colabora con EE.UU. en la defensa de Arabia Saudí, Egipto y Jordania. Netanyahu y sus aliados sionistas en la Casa Blanca consiguieron echar atrás el acuerdo nuclear con Irán e imponer a este país nuevas y más estrictas sanciones económicas.

Pero Israel tiene sus propios planes y es capaz de desafiar la política de sanciones de Trump con Rusia y su guerra comercial con China, pues está encantado de vender armamento e innovaciones tecnológicas a Pekín.

Mas allá del trío criminal

La alianza del régimen de Trump con Arabia Saudí, Israel y Brasil no se produce a pesar de su conducta criminal, sino a causa de la misma. Los tres estados tienen un historial comprobado de complicidad y participación activa en todas las guerras actuales promovidas por Estados Unidos.

Bolsonaro, Netanyahu y bin Salman sirven de modelo para otros líderes nacionales aliados con Washington en su cruzada de dominación mundial.

El problema es que este trío no basta para apuntalar la decisión de Washington de “fortalecer el imperio”. Como ya hemos señalado, el trío no está completamente de acuerdo con las guerras comerciales iniciadas por Trump: Arabia Saudí colabora con Rusia a la hora de fijar los precios del petróleo; Israel y Brasil hacen tratos con Pekín.

Está claro que Washington necesita otros aliados y clientes.

En Asia, la Casa Blanca se ha fijado otros objetivos para promover el separatismo étnico en China y anima a los uigures fomentando el terrorismo islamista y la propaganda lingüística. Trump apoya asimismo a Taiwán mediante ventas militares y acuerdos diplomáticos. Washington interviene en Hong Kong apoyando a los políticos separatistas y la propaganda mediática que a favor de la “independencia”.

Washington ha implementado una estrategia de cerco militar y guerra comercial contra China. La Casa Blanca ha conseguido juntar el apoyo de Japón, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas y Corea del Sur para apuntar a China desde las bases militares de dichos países. Sin embargo, por ahora no ha conseguido aliados para su guerra comercial. Ninguno de los supuestos aliados asiáticos de Trump respalda sus sanciones económicas.

Esos países son favorables al comercio y las inversiones de China y dependen de ellas. Aunque todos apoyan “de boquilla” a Washington y le proporcionan bases militares, difieren en temas tan importantes como la participación en las maniobras militares frente a las costas chinas y el boicot a Pekín.

Las iniciativas estadounidenses destinadas a sancionar y someter a Rusia se contrarrestan con los acuerdos petroleros y gasísticos vigentes entre Rusia, Alemania y otros países de la UE. Los lacayos tradicionales de Washington, como Gran Bretaña o Polonia, tienen poco peso político en este asunto.

Pero lo más importante es que la política de sanciones estadounidense ha provocado una alianza estratégica económica y militar a gran escala y de larga duración entre Moscú y Pekín.

Además, la alianza de Trump con el “trío de torturadores” ha creado divisiones internas. El asesinato saudí de un periodista residente en EEUU ha provocado boicots comerciales y llamamientos desde el Congreso a favor de tomar represalias. Asimismo, el candidato fascista de Brasil ha suscitado críticas liberales ante el encomio de Trump hacia la democracia de escuadrones de la muerte de Brasilia.

La oposición interna al presidente Trump ha conseguido movilizar a los medios de comunicación, lo que podría facilitarle una mayoría en el Congreso y una oposición de masas a esta versión pluto-populista (populista en su retorica, plutocrática en la práctica) de la construcción del imperio.

Conclusión

El proyecto de construcción imperial de Estados Unidos está cimentado sobre bravatas, bombas y guerras comerciales. Además, sus principales y más criminales aliados no son siempre de fiar. Hasta la fiesta del mercado de valores está a punto de terminar. La época de sanciones que sirven a sus objetivos está quedando atrás. Las broncas furibundas en la ONU provocan risas y bochorno.

La economía se enfrenta a nuevas crisis, no solo a causa del aumento de los tipos de interés. Las bajadas de impuestos son medidas que funcionan una sola vez: los beneficios se retiran y se embolsan. Cuando el presidente Trump inicie su retirada se dará cuenta de que no hay aliados permanentes, solo intereses permanentes.

A día de hoy, la Casa Blanca está sola y no cuenta con aliados que compartan y defiendan su imperio unipolar. La humanidad necesita dejar atrás las políticas de guerras y sanciones. La reconstrucción de Estados Unidos requerirá del nacimiento, desde abajo, de un movimiento popular potente que no esté en deuda con Wall Street o las industrias bélicas. Un primer paso sería romper con ambos partidos en el ámbito interno y con la triple alianza en el exterior.