J.L. Carretero Miramar
“Un revolucionario, para merecer tal título, debe dominar la
economía, la dialéctica, la política y la estrategia; cargarse de paciencia;
defenderse con la ironía y emplear la acción a su debido tiempo” (Abraham
Guillén. Desafío al Pentágono)
Una estrategia revolucionaria es una estrategia que apuesta
por el cambio acelerado, por una transformación social que vaya más allá de las
tendencias evolutivas, por la apertura de un proceso que encauce las mutaciones
que vive nuestra economía y nuestra política en la dirección deseada por los
revolucionarios.
La izquierda española no tiene un proyecto de ese tipo. Y el
anarquismo ibérico, ahora mismo, tampoco. Las distintas sectas y grupúsculos
del mundillo alternativo vegetan en la adoración acrítica de unas tradiciones
idealizadas y, con ello, arrancadas de todo lo que les daba vida y pegada. Si
el marxismo se ha convertido en un marasmo indistinguible de la
socialdemocracia y el podemismo ha llevado a la oleada de luchas del 15M a su
naufragio, el municipalismo no sabe muy bien adónde dirigirse ante la
agresividad demostrada por los nuevos mandarines institucionales de la
izquierda y el movimiento libertario se difumina en una miríada de propuestas
autorreferenciales que basculan entre la pura repetición burocrática de lo
mismo de siempre y la adoración de lo estrafalario, el vértigo de la imposible
involución que se pretende hacer pasar por ecologismo o el sectarismo más
estrecho y asfixiante.
¿Caben alternativas? ¿Hay propuestas revolucionarias para el
día de hoy, en pleno siglo XXI, en un mundo cada vez más multipolar y más
acosado por la aceleración de las transformaciones productivas, tecnológicas y
culturales? ¿Es el pensamiento libertario un antídoto posible al
transhumanismo, al ultraliberalismo, al ecofascismo y al nuevo feudalismo
ultraderechista que ganan adeptos cada día que pasa?
Trencemos propuestas. Debatamos como salir de este impasse.
Aunque para ello tengamos que salir de la crisálida de nuestra propia
comodidad. Hay un gran enemigo del pensamiento revolucionario: esa
sensación de sentirse “muy como en casa”. En la casa del ghetto alternativo y
en la casa del tradicionalismo sindical. Sin someterse a la corriente de la
vida, a la suciedad y la humedad de la tierra, a las contradicciones, al calor
del sol y a la brusca inmediatez de la helada.
Hagamos una propuesta, pues. Y veamos hasta donde nos lleva.
Una propuesta para ser debatida. Una propuesta que no necesariamente respeta
las fronteras de eso que llamamos anarquismo (o quizás sí, si concebimos de
verdad la pluralidad que nos trajo la historia). Una propuesta que no es La
Verdad ni la Línea Correcta, pero sí un intento de que lo libertario se plantee
las necesidades estratégicas del momento. Estrategia, esa “mala palabra”. O esa
necesidad irrenunciable. Veamos la propuesta:
–La clase trabajadora es la palanca del cambio. Ya sé que
suena extraño tras tanto posmodernismo. Pero precisamente ahora empezamos a barruntar
colectivamente (algunos lo tenían claro desde el inicio) que precarios y parados
son también trabajadores. Que hay una cuestión de clase en los recortes
sociales. Que la sociedad de “clase media” no era más que un espejismo. Que la
proletarización acelerada de quienes se creían al margen de todo eso es un
hecho incontrovertible. Como afirma Beverly Silver (http://kaosenlared.net/la-re-formacion-la-clase-obrera-global/) la
clase trabajadora se redefine y reconstruye en el seno del proceso de
acumulación capitalista:
“Aquellos que durante las pasadas
décadas han estado anunciando la muerte de la clase obrera y de los movimientos
obreros tienden a fijarse únicamente en aquella parte del proceso de formación
de la clase que implica descomposición. Pero si trabajamos desde la
premisa de que las clases obreras mundiales y los movimientos obreros
están constantemente formándose, descomponiéndose y reformándose, entonces
tendremos un poderoso antídoto contra esa tendencia a pronunciarnos
prematuramente sobre la muerte de la clase obrera cada vez que una clase obrera
específica se descompone. La muerte del movimiento obrero ya se pronunció
prematuramente a comienzos del siglo XX, conforme el ascenso de la producción
en masa minaba la fuerza de los obreros-artesanos; y de nuevo se enunció
prematuramente a finales del siglo XX.”
La clase obrera ha mutado, se ha precarizado, ha sido
arrastrada por el capital fuera de la camisa de fuerza del Derecho del Trabajo,
ha proliferado en nuevas formas de trabajo colaborativo, en zonas grises y
ambiguas como el trabajo-formación o los falsos autónomos. Pero está ahí,
alimentando nuevas luchas.
Una buena noticia: el movimiento libertario ibérico, pese al
vértigo posmoderno, nunca se ha desligado del todo de la clase trabajadora y
sus necesidades. El sindicalismo libertario sigue siendo fuerte en nuestros
países. Hay que reforzarlo más. La clase trabajadora es el pivote del cambio.
La fuerza social capaz de hacer moverse al edificio del capital por su masividad,
por su creciente ausencia de ataduras en un mercado cada vez más precarizado,
por su necesidad real y material de un cambio, por su siempre incompleta
domesticación y su tradición de lucha. La hegemonía del movimiento
revolucionario, pues, debe estar en manos de la clase que nos aúna a todos, a
la que pertenecemos la mayoría pese a nuestras cambiantes y quebradas
identidades de grupo. La política de clase, el sindicalismo revolucionario, es
el único antídoto global al capital.
–Dentro de la clase trabajadora hay una nueva pobreza. Hay un
20 % de la población que se mueve entre la miseria y la precariedad más
extrema. Working poors [trabajadorxs
pobres] que, pese a tener un empleo no salen de la pobreza, trabajo feminizado
y precarizado, subcontratación y ETTs, contratación temporal y trabajo a tiempo
parcial no deseado, desempleo de larga duración y jóvenes expulsados del
mercado de trabajo, trabajo sumergido… Los auténticos perdedores de la crisis
que pueblan barrios degradados y sin apenas servicios públicos, que están
permanentemente amenazados por los desahucios, la no renovación de los
contratos, la violencia creciente de ciudades que no están hechas para los
pobres.
Un movimiento revolucionario debe hacer especial hincapié en
la autoorganización y autodefensa de esos sectores. En el empoderamiento de sus
barriadas, en la articulación y coordinación de sus experiencias de lucha. En
convertirles en los principales agentes del cambio que nadie necesita más que
ellos y ellas.
–Y desde la clase trabajadora y los precarios, levantar una
gran alianza del 80%. Una alianza interclasista que implique a la clase
trabajadora, los precarios, la juventud insurrecta, la clase media en proceso
de proletarización, los intelectuales descontentos e incluso, sectores de la
pequeña burguesía profesional, los trabajadores autónomos o la explotación
agraria y comercial familiar y de pequeña dimensión. Una alianza del 80% de la
población, bajo la hegemonía discursiva y organizativa de la clase trabajadora,
y con un programa básico de enfrentamiento al neoliberalismo, de defensa de la
soberanía popular, monetaria y alimentaria, de transición ecosocial, de
confrontación con el racismo y el patriarcado, de profundización hacia la
democracia directa y de ensayo de formas de socialismo de autogestión, mediante
la cooperativización creciente de la economía, la cogestión mediante nuevas
formas de Derecho del común y de participación vecinal de los servicios
públicos y la construcción de una Banca de la Participación que financie el
desarrollo de un nuevo modelo productivo sustentable ecológicamente y capaz de
solventar las necesidades reales de toda la población.
Una alianza porque el enemigo es muy fuerte y no somos
bastantes en una economía dependiente como la de los pueblos ibéricos. Porque
el capitalismo y el neoliberalismo son enemigos de toda la humanidad. Pero no
cualquier alianza. Sólo la alianza que ponga como prioridad inmediata la
construcción de las bases materiales, culturales y ecológicas para el avance
hacia una sociedad postcapitalista.
–No se hacen dos revoluciones con la misma política. Lo decía
Abraham Guillén. Y lo repito porque sé que todo esto le sonará muy extraño a
muchos. El anarquismo y el anarcosindicalismo, bien entendidos, tienen una gran
ventaja: la idea de apertura, de antidogmatismo. Pero para hacerla efectiva hay
que pasar de la palabra a la acción (también en esto). El sectarismo no nos
conduce a ninguna parte. En las filas revolucionarias caben los
anarquistas, por supuesto, pero también los marxistas revolucionarios, los
populistas consecuentes, los cristianos de base, los ecologistas, las
feministas…Si el pensamiento libertario es consecuente y ha sido construido
mediante el debate colectivo no le ha de temer a la libre discusión. Sólo unos
puntos básicos deben de ser las barreras de entrada: socialismo de autogestión
en lo económico, democracia directa en lo político, libertades civiles para el
individuo y nuevas garantías para las minorías, igualdad efectiva a todos los niveles
para el 50 % de la población tradicionalmente discriminado (las mujeres).
–El activismo es una cosa buena. La tendencia revolucionaria
es el Partido de la Acción. Toda idea que fomente la pasividad e impotencia en
el pueblo es contrarrevolucionaria. El activismo puede volverse ciego si no
viene acompañado de la reflexión. Así ha sido en las últimas décadas. Pero una
idea sin dientes es una idea que no puede morder, que no tiene efectividad
material, real. No basta con tener la razón: hay que construir las condiciones
sociales efectivas para su triunfo material. Y hay que hacerlo colectivamente
empezando desde hoy, aprendiendo en la práctica. Dialéctica entre praxis y
pensamiento (el pensamiento alimenta la acción, la acción permite pensar sobre
la práctica). Lo decía Proudhon:
“Una fuerza de justicia, y no solamente una noción de
justicia. Fuerza que, al incrementar la dignidad, la seguridad y la felicidad
del individuo, asegure asimismo al orden social contra las malversaciones del
egoísmo. Eso busca la filosofía social. Sin esto no hay sociedad.”
–Construir alternativas. Iluminar el futuro. La generación de
experimentos autogestionarios, de proyectos reales de transición ecosocial, de
laboratorios de la nueva sociedad es, también, de una importancia estratégica.
Fábricas recuperadas, cooperativismo consecuente, cooperativas integrales,
vivienda colectiva bajo cesión de uso, monedas sociales, etc., permiten
iluminar aspectos de la vida social que el sistema capitalista trata de
mantener en la penumbra: que el futuro ya está aquí, que es una tendencia real,
no una maquinación abstracta de alguna mente calenturienta, que hay otra forma
de vivir. Su importancia es innegable y deben de ser potenciados por el nuevo
movimiento. Generar nuestra propia economía “en los poros del sistema” como
hizo la burguesía bajo el Antiguo Régimen. Sabiendo también que la lucha en el
frente (los movimientos sociales) necesita una retaguardia que le inspire y le
de valor, así como esta (las experiencias autogestionarias) necesita que las luchas
le abran nuevos espacios y quiebren las costras y los cuellos de botella que
impiden su desarrollo.
–Inventar una filosofía y una estética de la acción
revolucionaria. Frente al anunciado fin de las grandes narraciones, frente al
gran bostezo posmoderno y el academicismo estéril, el relativismo deshonesto,
hay que aplicarle Foucault a Foucault. El discurso postmoderno también ha sido
un discurso con voluntad de poder, una agencia de enunciación desde un lugar
social específico: el de las clases medias primermundistas enamoradas de su
propia pasividad y de su propia verborrea, que buscan el poder en todas partes
para no oponérsele en la acción en ningún lugar. Las contradicciones no se
resuelven cambiándoles el nombre, inventando conceptos siempre nuevos y en
inglés, sino por la vía de la acción. Algunos ya hemos vivido toda nuestra vida
política bajo la hegemonía de lo postmoderno y hemos visto sus efectos:
tendencias disolventes, anti-organizativas, fomento de la pasividad y de la
impotencia… la flexibilidad laboral, la precariedad, la miseria, tienen mucho
que ver con la indefensión inducida en la juventud trabajadora por este nuevo
pirronismo de la élite universitaria.
Sólo nos queda, pues, saludar la emergencia de un nuevo
debate, el planteado por los compañeros de Alasbarricadas, de una confrontación
de ideas que demuestra que algo sigue vivo en el movimiento libertario. Después
de haberos presentado esta propuesta permitidme que os haga una confesión:
no quiero ser seguido, sino escuchado. Esta es una propuesta individual y el
pensamiento fuerte es siempre colectivo. Es la hora de que debatamos en serio,
pero sin sentirnos heridos. Desde los cuidados mutuos y con la sonrisa franca
del que sabe que también puede no tener razón, porque, como decía Joseph
Dejacque en “El Humanisferio”:
“El hombre es un ser revolucionario. No sabe inmovilizarse en
un lugar. No vive la vida de los límites, sino la vida de los astros”.