La necesidad de ser ateo - Agustín García Calvo
Cuando
me han invitado los compañeros a venir aquí era bajo un título que ellos tenían
puesto “La necesidad de ser ateo”. Voy a insistir en esta necesidad, pero voy
sobre todo a tratar de evitar algunos de los errores que sirven para la
asimilación de cualesquiera forma no solo de ateísmo, sino de protesta o de
rebeldía. Voy a insistir, por lo tanto, no sólo en la necesidad de ser ateo, la
necesidad de no creer, sino también en las dificultades de ser ateo;
dificultades tan grandes, esas de llegar a ser ateo de verdad, que
probablemente eso sea una aspiración inasequible para la Persona de uno
cualquiera de nosotros. En esas dificultades tengo que insistir sobre todo
camino de evitar algunas de las ilusiones que fácilmente se puede hacer uno, o
una, acerca de que ha dejado de creer, de que ya no tiene Dios, cosa en cuya
dificultad, o casi imposibilidad, voy a insistir mayormente. Pero desde luego
antes quiero ponerme del lado de los organizadores que hablan de la necesidad
de ser ateos, supongo para cualquier forma, no ya de anarquía, sino de rebeldía
simplemente, de no conformidad con el régimen. No voy a insistir en ello.
Me
ha venido al recuerdo, precisamente, al encontrarme en esta situación, un
suceso de café de hace unos treinta años, de mis años de París, que os voy a
referir ahora. Estábamos gentes de las que más o menos nos juntábamos por allí
en horda, en los cafeses, más o menos gente sans faire lieu, gentes
desterradas de una manera o de otra, y estando en el café entró uno de estos
hombres que eran y son, cada vez más frecuentes, como predicadores no me
acuerdo ya de qué secta... evangelista... testigos de Dios... o alguna otra
cosa, nos da lo mismo de todas formas; y que entró haciendo allí su propaganda,
en el café, y parece que los amigos empezaron a gastarle bromas o a tomárselo
un poco a cachondeo hasta que el hombre acabó (perdonad que os lo diga primero
en francés, que es como me acuerdo) diciéndonos: Bon, est-ce que vous ne croyez pas en Dieu, y entonces me salió decirle: Si, si, on y croit, mais...nous sommes en contre; esta es
la actitud que a lo largo de treinta años todavía sigo admitiendo. Él nos
decía: “entonces ¿es que no creéis en Dios?” y la respuesta era: “Sí, sí, sí
que creemos, solo que estamos en contra”. Esta es la actitud. En francés se
dice on y en contre,
de una manera mucho más adecuada porque se emplea, como es normal, en la
conversación el impersonal, el “on”,
de manera que literalmente eso dice “se está en contra” y es importante
recordar este impersonal, este “se”, que no es nadie, “se está en contra”,
mucho mejor que “nosotros”, porque como ya os sugería, veremos más
detenidamente que la aspiración de ser un “ sin Dios” de ser un “sin Fe”, es
demasiado alta o demasiado honda para una persona, para un individuo, ni para
un conjunto o asociación de individuos, por supuesto. Es más bien “se”, todos y
cualquiera, nadie, este bendito “se”, impersonal, que se emplea en nuestra
lengua, el que podría decirse que puede llegar a no creer, pero uno de
nosotros, una persona más o menos bien constituida, ¡cómo puede presumir de
haber llegado a librarse de Dios, de haber llegado a no creer! Eso es
imposible.
Una
de las formas del engaño que hace que muchos de vosotros hayáis venido aquí,
tal vez, con la ilusión de que no creéis en Dios, ilusión que voy a proceder a
desmontar lo más furibundamente que pueda. La ilusión está sostenida por el
hecho mismo de que como debíais saber y tener comprobado por vuestra
experiencia y por la experiencia de la historia que os cuentan, Dios cambia de cara
precisamente para ser el mismo, para mantenerse; y entonces es destino, no solo
de las personas sino también de las asociaciones, incluso de las de izquierda,
incluso de las rebeldes, incluso de las anarquistas, es destino estarse fijando
siempre en la cara que tenía el Señor en el estadio anterior de su progreso, y
de esa manera olvidarse de la que tiene en el momento actual en que la rebeldía
intentaba levantarse contra Él.
Este
es el destino que hace también que muchos de vosotros, en general, os hayáis
visto enredados en luchas con fantasmas de formas de poder, de formas de
dominio, pasadas, más o menos recientes, que os hace recordar constantemente
que ha habido cosas como dictaduras, que las hay alrededor del mundo del
desarrollo, que estas formas de dictaduras, más o menos acompañadas de formas
de religión, dan lugar a guerras. La Televisión del Señor, por la cuenta que le
tiene os lo recuerda todos los días; os lo mete por delante de los ojos ¿para
qué?: para que todavía, cegados por el miedo de la Dictadura, por el miedo de
las formas de represión antiguas, por el miedo de las formas de censura pasadas
de moda, no se os ocurra ni tan siquiera levantaros contra las formas de
régimen que hoy inmediatamente padecemos, el Régimen de la Sociedad del Bienestar.
Este
es el destino, triste, de la mayoría de las actitudes de rebeldía, y con
respecto a la figura del Señor, con respecto a la figura de Dios, lo mismo y
además de una manera muy clara. Es que nos lo han contado ya desde la escuela;
es que nos lo cuenta ya la propia televisión si se descuida cuando saca sus
peliculones para que no os olvidéis de otras formas de Realidades. ¿No se os ha
contado que unas veces el Señor en los tiempos recientes, se llamaba Alá, otras
Jehová, otras era el Dios cristiano o hasta católico?, ¿y que antes de eso,
pues había otras formas del Señor en que a lo mejor era dos, principio del Bien
y Principio del Mal o en que, a lo mejor, incluso eran muchos, pero como ya
entre los antiguos romanos, configurados en forma de estamento divino bien
establecido como corresponde a quién intenta imponer el mismo orden en el mundo
que le cae debajo; ¿no os han contado todo esto y no os dais cuenta de que las
acciones, las dedicaciones, de ese Dios, en sus diferentes formas, han sido siempre
las mismas? Han sido siempre las mismas y que, por ejemplo, para ponerlo lo
más relumbrante, en las guerras santas se ha hecho lo mismo en nombre de Alá,
que de Jehová, que en el de Dios católico y la Cruz, y en el nombre de
cualquier otro Dios que en ese momento esté rigiendo; ¿es qué podéis apreciar
alguna diferencia? Ha sido siempre, la misma, la guerra; ha sido siempre, la
misma, la forma de represión; ha sido siempre, la misma, la ilusión que os hace
aceptar en lugar de vida un sustituto ordenado desde arriba. Siempre ha sido la
misma pero siempre ha sido distinta, cambiando y cambiando a cada poco y en
cada sitio y además, según el progreso de la astucia del Señor, cambiando cada
vez más deprisa para que no haya tiempo casi siquiera a darse cuenta de cuál es
el último cambiazo que el señor ha hecho de su cara y de su nombre para
seguirnos engañando.
De
manera que esa es una de las raíces de la ilusión. Hoy, por supuesto,
padecemos, como siempre, pero además como nunca, puesto que del Régimen del Bienestar
estamos en la culminación de la Historia –esta es la única época en verdad, y
todas las demás no son más que imaginerías, librescas, televisivas, que
pertenecen también a esta época– estamos padeciendo a Dios de la manera más extremada,
más astuta, y, por tanto, más difícil de luchar contra ella. Padecemos un Dios
que, como siempre, es como los teólogos medievales decían, ‘el que existe’,
‘el que existe’. El verbo ‘existir’ se inventó, ya veis, no hace
tantos siglos, se inventó hace unos once o doce siglos, en las escuelas del
Viejo Dios, en las escuelas de Teología, se inventó precisamente para Dios, no
para otra cosa. Hacía falta un verbo que tuviera la bastante potencia de engaño
para sostener el imperio del Señor que entonces hacía falta. Se inventó un
verbo que, de una manera típicamente ambigua, quisiera decir ser el que se es,
ser según lo que es; y por otro lado quisiera decir que lo había de eso, que
estaba aquí presente. Las lenguas corrientes, la lengua de verdad, la lengua
del pueblo que no es nadie, la lengua verdadera no conoce tal cosa, como ese
trampantojo del existir. En lenguaje corriente se dice hay: hay agua, hay pan,
o no hay agua, no hay pan. Cuando el ateísmo toma una voz relativamente
popular, jamás se le ocurrirá la estupidez de decir: Dios no existe. Una
estupidez que va contra el hecho mismo de que Dios es precisamente el que
existe. El pueblo desde abajo lo más que hará será aventar, como tantas veces
ha aventado: ¡no hay Dios! ¡no hay Dios!, empleando el lenguaje corriente, el
lenguaje verdadero; pero si os dejáis coger por el existir estáis perdidos porque
el verbo se inventó precisamente para Dios y para sostener el Poder de Dios; el
verbo por desgracia –esa es nuestra desgracia– aunque partía de las escuelas y
de la Teología, en todas las lenguas de Europa se ha generalizado mucho, se ha
hecho, no diré tanto como popular, pero usual; se oye a cada paso,
especialmente por labios de gente más o menos pedante, como en el caso extremo
de aquel locutor al que una vez oí decir: “Mañana existirán algunos
nublados...”.
No
es corriente, pero en casos extremos se pueden llegar a oír cosas semejantes y
los niños pueden llegar a preguntar graciosamente a sus padres si los ogros
existen, si las hadas existen, de manera que el verbo, por desgracia, ha
penetrado bastante, y según el verbo ha ido penetrando así ha ido penetrando la
capacidad de engaño. Decir que “existe” es no decir nada, pero esa es la virtud
precisamente de ese verbo, porque cuando se dice: “hay Dios” o “no hay Dios”, Dios
está en el decirlo, pero cuando se dice “Dios existe” o “Dios no existe”, Dios
se queda fuera y parece que con el verbo se está diciendo de él algo, como si
se dijera: “es alto, es bajo, tiene barbas, es viejo, es joven”, no se dice
nada. Cuando se dice “Dios existe”, no se dice nada, porque Dios ha quedado ya
puesto en la primera parte de la frase y la segunda es un vacío que se añade,
pero este vacío, este es el poderoso, este es el confirmador, este es el que da
la impresión de que eso de decir “existe” o “no existe” es decir algo,
precisamente cuando no se está diciendo nada.
Esto
os da una idea del poder de Dios y de la forma y los mecanismos que la ilusión
ha impuesto en nosotros y que hace que muchos hayáis llegado a creeros que no
creéis en Dios. Una tontería de la que sigo desanimándoos: desde que eso del
existir se empezó a extender todo aquello de lo que se dice como de Dios, “Dios
existe”, todo aquello de lo que se dice también, como p. ej. “la Patria existe,
el amor existe, la familia existe”, todo eso es Dios, son sustitutos y
apariciones de Dios. Han aceptado el truco del existir y con él se está
aceptado todo. Existir es justamente el verbo de la Realidad, de la Realidad,
por supuesto, falsa, porque no hay más Realidad que la falsa. La Realidad es
necesariamente falsa. Por eso también los teólogos habían llegado a decir de Dios
que era el Ens realissimum, es decir,
el ser más real de todos los seres. Esa es la definición exacta de Dios: el
Existente. ¿Cómo Dios no va a existir si no tiene otra cosa que hacer? Dios
existe, por supuesto, y cualquier intento de negarlo aceptando el verbo existir
o aceptando la Realidad, es vano; está condenado a la asimilación desde antes
de pronunciarse la palabra del supuesto descreimiento. Todo aquello que existe,
que es real, que pertenece a esta Realidad falsa, todo es Dios; todo no es más que
apariciones de Dios. Entonces ¿cómo vais a creer que no creéis si estáis
metidos en eso todos los días y aparentemente por necesidad? ¿Creéis en la
Realidad o no? Si acaso os entra alguna duda, cuando sois niños ya el ceño o el
puntapié del padre os habrá hecho volver al buen camino diciendo: “la Realidad
es la Realidad, muchacho, y se acabó”. La Realidad es la Realidad; ese padre
con su ceño, su puntapié, sin darse cuenta estaba predicando a Dios, estaba
predicando la existencia de Dios, simplemente.
Porque
la Realidad es Dios: la Realidad es falsa, pero es Dios, como Dios es falso necesariamente,
como su verbo existir es una falsedad, pero la Realidad es la Realidad y es
falsa. ¿Qué os estoy diciendo? Que no se puede tampoco respetar el verbo creer,
ni siquiera poniéndole la negación. También lo de “creer en...” se inventó para
Dios; quedó consagrado en el Credo de Nicea: “Credo in unum Deum...”. Esas cosas en latín no se habían dicho
hasta entonces, pero desde entonces se establecieron y quedaron dichas: creer
en,... El verbo creer era “confiar”, hasta, significativamente, “dar a
crédito”, eso era “credere”, pero,
esta maravilla de “creer en...” eso se inventó precisamente con el Credo y se
inventó para Dios, de manera que “creer en...”, empleado de esa manera, es
también algo teológico, y cada vez que lo empleáis estáis cayendo en las redes
de la Teología del Señor, cada vez que decís: creo en esto... creo en lo otro.
No cuando decís: “Hombre, confío en que no seas tan cabrón...” esa confianza...
bueno, no va muy allá. Pero si ya decimos: “creo en ti o creo en esto, creo en
lo otro” estáis diciendo: “Creo en Dios”, de una manera indirecta, pero estáis
diciendo “Creo en Dios”, de manera que lo que hay que atacar es precisamente lo
que a Dios sostiene. Lo que a Dios sostiene es la Fe. La Fe que está
representada por esto de “creer en...”, de manera que si alguno de vosotros
cree que ha cambiado la Fe de sitio y que en vez de creer en el Viejo Dios,
católico por ejemplo, puede creer en otra cosa –puede creer incluso hasta en la
CNT– ése no está haciendo más que renovar el Poder de Dios, es decir, está
justamente sirviendo a esta falsificación del Señor. No se puede creer en nada.
“Creer en” quiere decir “creer en Dios”. La Fe es lo que lo sostiene.
En
el Régimen del Bienestar, donde Dios ha alcanzado –por ahora, y es lo único que
sabemos– su cota más alta de poder y de Realidad, y de capacidad de engaño, la cara
predilecta y principal de Dios es, por supuesto, el dinero. El dinero, podría
decirse de él lo mismo que los teólogos de Dios: “Ens realissimum” es el más real de todos los seres, es la Realidad
de las Realidades. Cualesquiera otras cosas, si siguen existiendo y siendo
reales en nuestro mundo es porque se pueden cambiar por dinero; si no, no. Si no,
dejan inmediatamente de ser reales, se derrumban. Hay, por tanto, una
gradación; hay cosas que no entran mucho, apenas, en el mercado: un sueño que
se me está olvidando según me despierto... unas hierbecillas que pisoteo en el
parque según cruzo para la oficina... Sí, son cositas que evidentemente las
hay, pero como para el mercado no juegan mucho, pues...existen muy poco, así
hay que decirlo, existen muy poco, no hay que darles importancia, pero las
cosas más importantes, no solo las mercancías del mercado y el hipermercado,
sino cualesquiera otra cosa que no se presente tanto como mercancía: un puesto
que se gana por oposición, un amor que se asegura en forma de contrato más o
menos matrimonial... esas cosas son cambiables por dinero, por mucho dinero,
por eso son reales, porque son compatibles con el dinero y juegan con él y
tienen su Realidad.
Fijaos
bien como Dios siempre, en su progreso, de una manera cada vez más clara, ha tenido
que ser impalpable, ideal. Parece que esto tendría que ser una condición
impropia para mandar, para imponer poder, pues no. El sublimarse, el hacerse
ideal, el hacerse impalpable ha demostrado Dios que es, por el contrario, la
condición más eficaz para imponer su dominio. Ahí lo tenéis representado en
nuestro Dios principal, el dinero, perfectamente impalpable, completamente
ideal, porque no lo vais a confundir con esas monedillas que os dejan en el
bolso para que os toméis un café, eso no es dinero, vamos, casi no es ni
dinerillo; estoy hablando de dinero de verdad, el que juega, el que cruza el
globo en las pantallas del televisor que informa de las cotizaciones en los
mercados de Tokio y de Brasil en este mismo momento, ese de las trece o catorce
cifras para arriba; ese es impalpable, ideal, sublime como lo ha sido siempre
Dios. Pero
precisamente por eso imponente, por eso poderoso, por esa impalpabilidad. De manera
que veis claramente como el Dinero hereda al Dios de las viejas teologías en todos
sus aspectos principales, también en ése.
No
me detengo apenas –es un paréntesis– en la compatibilidad de este Dios, el más avanzado
de todos, Realidad de las Realidades, el dinero que todo lo mueve, el primer motor,
el que da Realidad a cualesquiera cosas y sin el cual las cosas no tienen Realidad
ninguna. No voy a pararme más que un breve momento en hacer notar su compatibilidad
con cualesquiera otros restos de dioses pertenecientes a otros sectores de
fuera del desarrollo, a otras épocas anteriores al Régimen del Bienestar. Es
perfectamente compatible, se llevan muy bien todos.
¿Cómo
no se van a llevar bien si son el mismo y solamente tienen una cara un poco distinta
para engañar a un sector u otro de los prójimos a quién les toque? ¿Cómo en el
Régimen del Bienestar no van a florecer al lado de los Templos de la Banca
cualesquiera otros templos y liturgias, no ya de los restos del catolicismo en
nuestro mundo, sino cualesquiera otras formas de religiones más o menos
orientales, más o menos venidas de las viejas sectas protestantes progresadas,
cualesquiera forma de Hare Krisna, de lamaísmo, de budismo, de cosas mucho más
indignas todavía, de vudú, de magia de este tipo o del otro? ¿Cómo no van a
florecer más que nunca? Al Señor le gusta que, al mismo tiempo que en su altar
–el Gran Templo de la Banca– aparece su cara verdadera, su efigie primera, en
los altares de alrededor, en las capillitas, pues haya muchos santos, como
siempre, haya muchos santos, muchas vírgenes, para distraer al personal. Esto
siempre le ha gustado mucho a Dios, de manera que, si hiciera falta alguna prueba
de que en nuestro mundo Dios es principalmente el dinero, no tendríais más que
ver la facilidad con la que cualquier Ejecutivo, cualquier alto ejecutivo de una
empresa, cualquier Director de un consorcio de Banca, puede permitirse al mismo
tiempo ser católico, lamaísta o hacerse el horóscopo o creer en cualquier otra
estupidez de lo que le manden. No tendríais más que ver como los periódicos
mismos, al servicio por supuesto del Señor, de una manera mucho más fiel de lo
que estuvieron jamás los libros de la Iglesia al Viejo Dios, como los
periódicos tienen sus páginas dedicadas a las supersticiones de toda laya, con
todos los colores, como tienen unas páginas de horóscopos con toda seriedad,
para que cualesquiera de los creyentes en el Dios verdadero, en el dinero, al
mismo tiempo puedan creer en las Estrellas de los Babilonios o en cualquier
otra antigualla que les quieran meter bajo el nombre de Astrología. La compatibilidad
es total, pero esta compatibilidad es prueba de que se trata de lo mismo, de
manera que a los de vosotros que hayan llegado a creer que no creían, lo más
que les puedo conceder es que hayan llegado a no creer en el Dios católico, en el
Dios de Lama, del Tíbet, en el Dios de Buda, que a lo mejor no crean en los
horóscopos ni en la Astrología ni en otras supersticiones, pero vamos, que
hayan dejado de creer en Dios, para nada. Para nada porque eso implicaría que
el propio verbo creer en había desaparecido.
En
efecto, a Dios, un ente sublime impalpable, falso, poderoso, tan poderoso como falso,
solo lo puede sostener la Fe. Vedlo con el dinero. ¿Qué sería del dinero si
muchos de vosotros, incluso hasta sobrepasar la mayoría democrática, dejaran de
creer en Él? ¿Os lo imagináis por un momento? Que dejaran de creer que de
verdad el dinero es una Realidad y que es además la Realidad de las Realidades
por la cual se pueden adquirir todas las demás y que el dinero, por lo tanto,
es la condición primera de la vida y todo lo que hay que creer acerca del
dinero. ¿Qué sería del dinero sin todos los mercados, la Red Informática
Universal? Se derrumbaría en un momento porque solo está sostenido por la Fe,
como siempre lo ha estado Dios.
En
ese sentido os digo que no hay manera de no creer en Dios. Cabe tal vez, por
las buenas, perder la Fe, dejar de creer, no creer en nada; y no creer en nada
real, porque la creencia está para lo real. Otras cosas que haya que no sean
reales, en esas no hace falta creer. Esas actúan; actúan por lo bajo. Dejar de
creer en cualesquiera formas de Realidad es una aspiración que ninguno de
vosotros va a alcanzar nunca del todo. Cada día, después de haber descreído de
algunas formas de Realidad, se despertará teniendo que volver a creer en otras;
e incluso si, por ejemplo, en esta sala la Fe, gracias a mí y a quién vosotros
habléis ahora, saliera un tanto deteriorada, seguro que esta noche misma al
tomar unas copas o, en todo caso, mañana al levantaros ya estaríais intentando
rehacer vuestra Fe cambiándola ligeramente de sitio, para que, precisamente de
esa manera, pudiera subsistir.
Os
voy a explicar ahora por qué esto es así. Es que uno mismo es también una
Realidad, como Dios, como el Dinero. Uno es una Realidad y entonces, si uno
deja de creer en Dios deja de creer en sí mismo. Si uno deja de creer en la
Realidad, deja de creer en sí mismo, su propio yo. Como dicen los filósofos y
los psicoanalistas domesticados, el yo comienza inmediatamente a deshacerse;
estaba precisamente solo sostenido por la Fe, igual que la Realidad entera.
¡Fe
en ti mismo! ¡Fe en mí mismo! ¡Fe en sí mismo! Ése es el mandato que hoy como nunca
impone el Régimen del Bienestar; nada más tenéis que asomar el ojo o el oído a
cualquier Escuela de Marketing o de Ciencias Empresariales o de cualquiera de
las porquerías con las que hacen ocuparse a la gente joven hoy día, no tenéis
más que asomaros y oír cuál es el primer Mandamiento: Hay que creer... en la
Empresa, por supuesto, hay que tener Fe en la Empresa, y si se trata de un
puesto oficial pues hay que tener Fe en el Ministerio o en los planes del
Ministerio pero, sobre todo, cree en Ti Mismo, ten Fe en ti mismo; esa es la
escuela de cualquier Ejecutivo de Dios en nuestro mundo. Cualquier Ejecutivo de
Dios, en ciernes o en formación, tiene que aprender eso antes que nada: creer
en sí mismo. Cómo no va a ser así, es totalmente lógico. Uno en lo real, es
decir, en cuanto siendo Fulano de Tal, que vive en tal sitio, que está casado
con Fulana, que nació en tal año, que está colocado en tal sitio, en fin, el
que dice el DNI, uno en cuanto ente real forma parte de la Humanidad, por tanto
dejar de creer en la Realidad, dejar de creer implica dejar de creer en sí
mismo; y eso, ni que decir tiene, que para uno mismo es duro. Eso es lo que a uno
le obliga a seguir creyendo y, si uno cree en sí mismo, ya está creyendo en
Dios, ya está creyendo en el Dinero, ya está creyendo en la Empresa, en el
Ministerio y en la Realidad entera. Esto es claro, es demasiado claro tal vez,
lo uno va con lo otro.
Os
he dicho: es difícil, es duro ser ateo en general, dejar de creer en sí mismo
en este momento, pero esto es poco. Para uno mismo es propiamente imposible.
Esto es lo que debe quedar bien claro. Uno mismo, igual que el propio Dios,
está sostenido y constituido por la Fe en sí mismo. La Fe en sí mismo es una Fe
que uno tiene en sí mismo y, por supuesto, que se alimenta también de la Fe que
los prójimos tengan en él, por eso uno está constantemente apelando a la Fe del
cónyuge, de los padres, de los hijos, de quién sea de sus alrededores, de creer
en él, porque esa es la manera de que uno también pueda seguir creyendo en sí
mismo. Uno está sostenido por la Fe en sí mismo, por tanto para uno en cuanto
es real, en cuanto Fulano de Tal, en cuanto el que dice el Documento de
Identidad, es imposible del todo dejar de creer en sí mismo, ser ateo; eso
implicaría, amenazaría, con ser su propia disolución. De manera que esto no
tiene remedio alguno para uno mismo; no tiene remedio alguno para uno mismo.
Sería como si uno tratara de levantarse contra la Realidad y seguir respetando
la Realidad y la Fe en la Realidad. Sería como si uno mismo tratara de
levantarse contra Dios pero dejando que le metieran otro Dios de sustituto para
que siguiera creyendo lo mismo. Eso les vale. Lo que pasa es que la Realidad,
aparte de ser real, es falsa. Por eso no os dais cuenta, os lo he dicho, por
eso hay que creer en ella, por eso el Dinero por ejemplo solo se sostiene por
el crédito, por la Fe, que se le presta.
La
Realidad es todo lo real que quiera. Dios es todo lo real que él quiera. Existe
como nadie; iba a decir, existe como Dios, que sería lo que correspondía decir
exactamente, pero es falso. Al mismo tiempo es existente real y falso. Esto es
lo que conviene sentir ahora porque esto es el único aliento, la única fuente,
la única alegría que a la Rebeldía le permite vivir, que permite vivir al ‘no
al Señor’, al ‘no a la Realidad’, al ‘no a Sí Mismo’. NO, que es la palabra que
es el corazón de todas las palabras del lenguaje corriente, NO. De esta forma
que hasta la Biblia misma no puede menos de poner en boca de Luzbel: “NO
serviré, NO seré esclavo”, en su primera imagen de rebelión contra Jehová,
contra aquella forma de Dios. Este ‘no’ popular, corazón del lenguaje popular, éste
solo vive, solo puede decir no a Dios, a la Realidad, a uno mismo, gracias a que
la Realidad es evidentemente falsa, está montada sobre la contradicción, es una
cosa ideal, impalpable, pero que sí tiene un poder como cosa, como la más
poderosa de las cosas. Y sin embargo, nunca acaba de conseguirlo, nunca está
cerrada del todo la Realidad, nunca la existencia llega a ser perfecta. Este es
el aliento, esta es la alegría de cualquier... (inaudible)... Si no tuviéramos, si
no se nos hiciera palpable que la Realidad, que Dios, nunca está bien hecho del
todo, ni siquiera tendría sentido que estuviéramos aquí esta tarde intentando
decir no.
Con
la evidencia de que la Realidad es falsa, de que está mal hecha, de que nunca acaba
de estar bien hecha, esa nos asalta benditamente a cada paso, por todas partes.
Si hiciera falta alguna prueba no habría más que ver lo que hacen los
Ejecutivos del señor, los ministros de la principal religión de nuestro mundo,
p. ej. los ejecutivos de la televisión del Señor. ¿Qué es lo que hacen? Pues
tratarnos todos los días de convencer de que la Realidad es la Realidad,
es decir, esa que aparece en la pequeña pantalla.
Esa
es una de las formas de predicación pero no la única. Por todas partes, los
padres a sus hijos, los jefes a sus empleados, les están instruyendo de cuál es
la Realidad, de que la Realidad es la Realidad. Es decir, les están predicando
aunque parezca que no les predican; les están tratando de convencer, están tratándoles
de hacerles creer en la Realidad, en que la Realidad es la Realidad y que no
hay más que la Realidad, que p. ej. el dinero es la Realidad suprema y que no
hay más que esa Realidad que está representada en el dinero. Pues bien, si la
Realidad estuviera cerrada, si Dios fuera perfecto, por qué no podría quedarse
tranquilo, por qué tendría que seguir predicando, por qué tendría que seguir
intentando todos los días convenceros de su propia Realidad, de que la Realidad
es real, tratando de haceros volver a la Fe que le es necesaria para su
sustento. Esto es un consuelo para la rebelión. Es un consuelo para el NO… [no se
entiende bien en la cinta]… acciones, no de él, qué puede hacer más que
ir a la oficina. Para eso es un ente real. No de él, sino de ese “se”
impersonal que sacaba al principio como lema de todo este sermón, ese “se”
impersonal. A través de uno se hacen cosas, precisamente las que uno no hace.
¿Eso qué quiere decir? Que uno está siempre mal hecho. Es posible que un niño,
antes de que sus padres y el régimen lo convenza, esté especialmente mal hecho
y sea capaz de sentir y de razonar. Es posible que una mujer, perteneciendo como
pertenece desde el comienzo de la Historia al sexo sometido y por tanto
teniendo buenas razones para ser más pueblo, más “sometido”, que es lo que
quiere decir “pueblo”, sea más capaz de sentir y de razonar la mentira de la
Realidad. Pero incluso hasta nosotros, los señores adultos, tampoco acabamos
nunca de estar hechos del todo, siempre nos quedan resquicios, resquebrajaduras,
y es por ahí por donde sopla el aliento del pueblo, el aliento de la Realidad.
Es gracias a que la Realidad es falsa y gracias por tanto a que yo mismo soy
falso, en mi propia constitución, es solo gracias a eso como puede darse este
milagro de que haya por debajo siempre algo que está diciendo “no” a Dios. No
que está dejando de creer (se trata de hacer), que está haciendo “no”, diciendo
“no”, que es haciendo “no” a cualquier forma de Dios que se le imponga por
encima. Quede bien presente esto: nada de eso puede salir de mí mismo, y si no
puede salir de mi mismo, porque yo soy un esclavo por constitución, tampoco puede
salir de ninguna asociación de mí mismos. El Régimen lo sabe bien; el Régimen confía
en la idiotez de las mayorías, es el gran truco de esta culminación de la Historia:
la Democracia desarrollada.
El
Régimen confía en que las mayorías son necesariamente idiotas y a cualquier
cosa que por tanto se ponga a la venta o se ponga a la votación, va a contar
para su éxito con la idiotez de las mayorías a las cuales, por supuesto, no se
oponen ningunas minorías, eso sería un error, se opone el “se” impersonal que
no se puede contar y que por lo tanto no puede entrar ni entre los clientes del
supermercado, ni entre los votantes de las elecciones. El Régimen confía en la
idiotez de las mayorías ¿por qué? Porque confía en que mayoritariamente, al
menos, somos creyentes y especialmente que cada uno cree en sí mismo y que sabe
qué vota, sabe qué compra, sabe qué quiere. Este es el gran engaño en que el
Régimen que hoy padecemos está fundado, de manera que contra él no queda más
que lo que queda fuera de la Realidad, lo que no sabemos, lo desconocido.
Desconocido soy yo cuando no soy D. Agustinito García ni nada por el estilo, en
la medida de que no estoy bien hecho como D. Agustín García. Yo, “yo”, que es
lo más popular del mundo porque “yo” es cualquiera y en cualquier lengua del
mundo, “yo”, decir “yo”, hablar y, por tanto, a veces, decir “no”, es una cosa que
nunca Dios puede negarle a nadie, que nunca el poder puede acabar de negarle a
nadie. “Yo” es cualquiera, “yo” no es nadie, “yo” es lo mismo que ese “se”
impersonal.
Está
claro que estoy fuera de la Realidad. “Yo” no muero. Cada individuo, cada
persona, está constituida por su muerte siempre futura, porque la Realidad
toda, es precisamente futura. Fijaos otra vez en el Dinero. No hay más dinero
de verdad que el dinero futuro, el del crédito; todo lo demás son adminículos,
de la Banca. Yo estoy constituido también por mi muerte siempre futura.
Esa
es mi Realidad. Pero yo no muero nunca. Yo de verdad, cuando no soy ni fulano de
tal, ni ninguna otra forma de Realidad, yo no muero nunca. Estoy fuera de la
Realidad, y eso a lo que aludo como pueblo no es más que el nombre de ese “se”
impersonal, de una comunidad que no sólo no es lo mismo que una colectividad o
una solidaridad de individuos –es decir una peste declarada, puesto que siendo
los individuos lo que son ya se supone lo que es la solidaridad entre individuos–
lejos de ser lo mismo que eso es lo contrario: una comunidad en que todas esas
nociones de asociaciones organizadas se disuelven, como se disuelve el propio
yo de uno. “Pueblo” no existe, no existe, como “Yo” no existo. Gracias a eso
puedo hacer algo, gracias a no existir puedo decir no a la existencia, gracias
a la “no existencia”. Esa es la fuerza, ese es el aliento. La comunidad de
veras, el pueblo de veras, yo de veras, la verdad misma, a diferencia de Dios,
no existe, se queda fuera. Solamente se hace presente en las evidencias de
falsedad de la Realidad, pero está fuera, y sólo gracias a eso puede decir –que
es hacer– “NO” al Poder, “NO” al Dinero, “NO” al Individuo Personal en que la
democracia se sustenta, “NO” a ninguna forma de Dios, “NO” a ninguna forma de
Realidad.
FIN