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The
Cradle – 16/09/2024
Traducción
del inglés: Arrezafe
"La colonización… es
el mejor negocio en el que puede involucrarse el capital de un país
antiguo y rico… las mismas reglas de moralidad internacional no se
aplican… entre naciones civilizadas y bárbaros".
– John
Stuart Mill, citado por Eileen Sullivan en “Liberalismo e
imperialismo: la defensa del Imperio británico por parte de J. S.
Mill”, Journal of the History of Ideas , vol. 44, 1983.
Los acontecimientos del
11 de septiembre de 2001 pretendían consagrar e imponer un nuevo
paradigma excepcionalista al joven siglo XXI. Sin embargo, la
historia ha dictaminado lo contrario.
El 11 de septiembre de
2001, considerado un ataque contra el territorio estadounidense, dio
origen de inmediato a la Guerra Global contra el Terror (GWOT, por
sus siglas en inglés), que comenzó a las 23 horas de ese mismo día.
La consigna, que el Pentágono bautizó inicialmente como "La Larga
Guerra", fue posteriormente suavizada por la administración de
Barack Obama y sustituida por "Operaciones Contingentes Exteriores
(OCO)".
La guerra contra el
terrorismo, urdida por Estados Unidos, empleó ocho billones de
dólares, cifra notablemente incalculable, en derrotar a un enemigo
fantasma, mató a más
de medio millón de personas (mayoritariamente musulmanas) y se
ramificó en guerras ilegales contra siete estados de mayoría
musulmana. Todo esto se justificó incesantemente con "razones
humanitarias" y supuestamente contó con el apoyo de la denominada "comunidad internacional", antes de que dicha denominación
también fuera rebautizada como "orden internacional basado en
reglas".
Cui Bono? (¿Quién
se beneficia?) sigue siendo la principal pregunta respecto a todo lo
relacionado con el 11 de septiembre de 2001. Una
compacta red de neoconservadores fervientes partidarios de Israel,
estratégicamente situados en los estamentos de defensa y seguridad
nacional por el vicepresidente Dick Cheney –que había servido como
secretario de defensa en la administración del padre de George W.
Bush– entró en acción para imponer la agenda
largamente planeada del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano
(PNAC, por sus siglas en inglés). Esta agenda a largo aplazo había
estado esperando entre bastidores el detonante adecuado –un "nuevo
Pearl Harbor"– para justificar una serie de operaciones de
cambios de régimen y guerras en gran parte de Asia occidental y
otros estados musulmanes, remodelando la geopolítica global en
beneficio de Israel.
La tristemente célebre
revelación del general estadounidense Wesley Clark sobre un complot
secreto del régimen de Cheney para
destruir siete importantes países islámicos en un período de cinco
años, desde Irak, Siria y Libia hasta Irán, nos mostró que la
planificación ya se había hecho de antemano. Esas naciones atacadas
tenían una cosa en común: eran enemigos decididos del Estado
ocupante y firmes defensores de los derechos palestinos.
Lo ideal, desde la
perspectiva de Tel Aviv, era que la Guerra contra el Terror haría
que Estados Unidos y sus aliados occidentales lucharan en todas esas
guerras tan lucrativas para Israel en nombre de la "civilización" y contra los "bárbaros". Los israelíes no podrían haber estado
más complacidos y satisfechos con el rumbo que estaba tomando la
guerra.
No es de extrañar que el
7 de octubre de 2023 sea una imagen especular del 11 de septiembre de
2001. El propio Estado ocupante lo promocionó como su propio "11
de septiembre". Los paralelismos abundan en más de un sentido,
pero ciertamente no en el sentido que esperaban los defensores de
Israel y la camarilla de extremistas que dirige Tel Aviv.
Siria: el punto de
inflexión
El hegemón occidental,
que se destaca por fraguar narrativas, actualmente se revuelca en
lodazales de rusofobia, iranofobia y chinofobia que él mismo
engendró. Desacreditar las inmutables narrativas oficiales, tales
como la del 11 de septiembre, sigue siendo el tabú por excelencia.
Pero una narrativa falsa
no puede perdurar eternamente. Hace tres años, en
el vigésimo aniversario del derrumbe de las Torres Gemelas y el
inicio de la Guerra contra el Terror, fuimos testigos de un gran
desmoronamiento en la intersección de Asia Central y del Sur: los
talibanes habían vuelto al poder y celebraban su victoria sobre el
Hegemón y su descoyuntada Guerra Eterna.
Para entonces, la
obsesión de los "siete países en cinco años" –encaminada a
forjar un "Nuevo Oriente Medio"– estaba descarrilando en todo
el espectro. Siria fue el punto de inflexión, aunque algunos
argumentarían que las hojas de té ya estaban hervidas cuando la
resistencia libanesa derrotó a Israel en 2000 y luego nuevamente en
2006.
Aplastar a la Siria
independiente habría allanado el camino para el Santo Grial del
Hegemón –y de Israel–: un cambio de régimen en Irán.
Las fuerzas de ocupación
estadounidenses entraron en Siria a fines de 2014 con el pretexto de
luchar contra el "terrorismo". Esa era la cohartada de Obama en
acción. Pero en realidad, Washington estaba utilizando dos grupos
terroristas clave –Daesh, también conocido como ISIL, también
conocido como ISIS, y Al Qaeda, también conocido como Jabhat
al-Nusra, también conocido como Hayat Tahrir al-Sham– para
intentar destruir Damasco.
Esto quedó demostrado de
manera concluyente por un documento desclasificado de la Agencia de
Inteligencia de Defensa de Estados Unidos (DIA) de 2012, confirmado
posteriormente por el general Michael Flynn, jefe de la DIA cuando escribió la evaluación: "Creo que fue una decisión deliberada
[de la administración Obama]" cuando se trató de ayudar, no de
combatir, el terrorismo.
El ISIS fue concebido
para luchar contra los ejércitos iraquí y sirio. El grupo
terrorista es una escisión de Al Qaeda en Irak (AQI), luego
rebautizado como Estado Islámico en Irak (ISI), luego como ISIL y
finalmente como ISIS, tras cruzar la frontera siria en 2012.
El punto crucial es que
tanto ISIS como el Frente Nusra (más tarde Hayat Tahrir al-Sham)
eran escisiones salafistas-yihadistas de Al Qaeda.
El verdadero cambio de
paradigma se produjo cuando en septiembre de 2015, a invitación de
Damasco, Rusia entró en el teatro de operaciones sirio. El
presidente ruso, Vladimir Putin, decidió emprender una verdadera
guerra contra el terrorismo en territorio sirio antes de que éste
llegara a las fronteras de la Federación Rusa. Esto quedó plasmado
en la habitual formulación en Moscú de la época: la distancia
entre Alepo y Grozni es de tan sólo de 900 kilómetros.
Después de todo, los
rusos ya habían sido sometidos al mismo tipo y modus operandi de
terrorismo en Chechenia en los años 1990. Después, muchos
yihadistas chechenos escaparon, sólo para terminar uniéndose a
grupos sospechosos en Siria financiados por los saudíes.
El difunto y gran
analista libanés Anis Naqqash confirmó más tarde que fue el
legendario comandante de la Fuerza Quds iraní, Qassem Soleimani,
quien convenció a Putin, en persona, de entrar en el teatro de
operaciones de Siria y ayudar a derrotar al terrorismo. Se sabe que
este plan estratégico tenía como objetivo debilitar fatalmente a
Estados Unidos en Asia occidental.
Por supuesto, el aparato
de seguridad estadounidense nunca perdonaría a Putin, y
especialmente a Soleimani, por derrotar a su útil soldadesca
yihadista. Por orden del presidente Donald Trump, el general iraní
anti-ISIS fue asesinado en Bagdad en enero de 2020, junto con Abu
Mahdi al-Mohandes, líder adjunto de las Unidades de Movilización
Popular (UMP) de Irak, un amplio espectro de combatientes iraquíes
que se habían unido para derrotar al ISIS en Irak.
Enterrando el legado
del 11 de septiembre
La estrategia de
Soleimani, destinada a erigir y coordinar el Eje de Resistencia
contra Israel y Estados Unidos, se gestó durante años. En Irak, por
ejemplo, las Fuerzas de Movilización Popular (PMU, por sus siglas en
inglés) pasaron a la vanguardia de la resistencia, dado que el
ejército iraquí –entrenado y controlado por Estados Unidos–
simplemente no podía luchar contra el ISIS.
Las PMU se crearon tras
una fatwa del Gran Ayatolá Sistani en junio de 2014 –cuando ISIS
comenzó su ofensiva en Irak– implorando a "todos los ciudadanos
iraquíes" que "defiendan el país, su gente, el honor de sus
ciudadanos y sus lugares sagrados".
Varias PMU recibieron el
apoyo de las Fuerzas Quds de Soleimani, a quien, irónicamente,
durante el resto de la década Washington calificaría
invariablemente de "maestro" terrorista. Al mismo tiempo, y esto
es crucial, el gobierno iraquí albergaba un centro de inteligencia
anti-ISIS en Bagdad, dirigido por Rusia.
El mérito de derrotar al
ISIS en Irak recayó principalmente en las PMU, que complementaron su
ayuda a Damasco mediante la integración de unidades de las PMU en el
Ejército Árabe Sirio. En eso consistía la verdadera guerra contra
el terrorismo, no en ese engendro estadounidense mal llamado "guerra
contra el terrorismo".
Lo mejor de todo es que
la respuesta al terrorismo en Asia occidental fue y sigue siendo no
sectaria. Teherán apoya a Siria, una organización laica y
pluralista, y a Palestina, una Palestina sunita; el Líbano cuenta
con una alianza entre Hezbolá y los cristianos; las Unidades
Populares de Irak cuentan con una alianza de sunitas, chiítas y
cristianos. La estrategia de dividir y dominar simplemente no es
aplicable a una estrategia antiterrorista de cosecha propia.
Entonces, lo que ocurrió
el 7 de octubre de 2023 impulsó el espíritu de las fuerzas de
resistencia regional a un nivel completamente nuevo.
De un solo golpe,
destruyó el mito de la invencibilidad militar israelí y su tan
elogiada primacía en materia de vigilancia e inteligencia. Mientras
el horrendo genocidio en Gaza continúa sin tregua (posiblemente con
200.000 muertes de civiles, según The
Lancet), la economía israelí está siendo destrozada.
El estratégico bloqueo
impuesto por Yemen al estrecho de Bab al-Mandeb y al Mar Rojo a
cualquier buque de transporte vinculado o destinado a Israel es una
obra maestra de eficiencia y simplicidad. No sólo ha propiciado la
bancarrota del estratégico puerto israelí de Eilat, sino que
además, como beneficio adicional, ha supuesto una espectacular
humillación para el hegemón talasocrático, ya que los yemeníes
han derrotado de facto a la Armada estadounidense.
En menos de un año, las
estrategias concertadas del Eje de la Resistencia han enterrado
esencialmente la falsa Guerra contra el Terror y su lucrativo
multimillonario tren.
Si bien Israel se
benefició de los acontecimientos posteriores al 11 de septiembre,
las acciones de Tel Aviv después del 7 de octubre aceleraron
rápidamente su desintegración. Hoy, en medio de una masiva condena
de la Mayoría Global al genocidio israelí en Gaza, el Estado
ocupante se erige como un paria, enfangando a sus aliados y
exponiendo la hipocresía del Hegemón cada día que pasa.
Para el Hegemón, la
situación es aún más alarmante. Recordemos la advertencia que hizo
en 1997 el Dr. Zbigniew Brzezinski, en el "Gran Tablero de
Ajedrez": "Es imperativo que no surja ningún rival euroasiático
capaz de dominar Eurasia y, por lo tanto, de desafiar también a
Estados Unidos".
Al final, todo el ruido y
la furia combinados del 11 de septiembre, la Guerra contra el
terrorismo, la Larga Guerra, la Operación Esto y la Operación
Aquello hicieron metástasis durante dos décadas, exactamente como "Zbig" temía. No sólo ha surgido un "rival", sino una plena
asociación estratégica entre Rusia y China que está imprimiendo un
nuevo carácter en Eurasia.
Súbitamente, Washington
se ha olvidado por completo del terrorismo. Ahora, son estos dos los
verdaderos "enemigos", considerados como las principales "amenazas estratégicas" de Estados Unidos, no Al Qaeda y sus
múltiples encarnaciones, débil producto de la imaginación de la
CIA, como esos míticos "rebeldes moderados" de Siria,
rehabilitados y desinfectados en la década anterior.
Lo que es aún más
inquietante es que la conceptualmente absurda Guerra contra el
Terror, forjada por los neoconservadores inmediatamente después del
11 de septiembre, ahora se está transformando en una guerra de
terror, encarnado por el desesperado intento de la CIA y el MI6 de "enfrentarse a la agresión rusa" en Ucrania.
Y eso, seguramente, hará
metástasis en el pantano de la chinofobia, porque esas mismas
agencias de inteligencia occidentales consideran que el ascenso de
China es "el mayor desafío geopolítico y de inteligencia" del
siglo XXI.
Hoy desacreditada, la
guerra contra el terrorismo está muerta. Pero, prepárense para
guerras terroristas en serie por parte de un hegemón que no está
acostumbrado a no ser dueño de la narrativa, los mares y el
territorio.
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