“Muerte a las perras”,
se titula el panfleto distribuido por las Águilas Negras en el correo
electrónico de una organización social de Bogotá. En este caso, la banda
paramilitar amenaza a defensoras de derechos humanos (todas mujeres) y muestra
un lenguaje y estilo que desnuda el carácter violento y machista del grupo
armado.
“Malditas perras sapas
del gobierno gonorreas las bamos a matar por sapas y por andar de metidas donde
no deben sapas hp luchando por los derechos de la mujer que mierda son si lo
unico que son es sirvientas de nosotros aver si se van a hacer oficio de la
casa malparidas”, reza textualmente el volante reproducido parcialmente por la
página pacifista.co.
La amenaza va dirigida
a las integrantes de la Mesa Nacional de Víctimas: "Van a caer con sus familias
y a estos hp malparidos por estar apoyandolas los bamos a matar por metiches y
no ser fieles a la causa".
Una de las amenazadas
dijo a los medios: "El gobierno no ha hecho nada para protegerme. Todos los días
matan a líderes sociales en el país y a ellos parece no importarles porque no
hacen nada. Hago responsable al Estado por lo que me pase a mí, a mi familia y
a mis compañeras". Este es el punto central.
Águilas Negras proviene
de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), supuestamente desmovilizadas, y
su accionar se ha destacado en departamentos conflictivos como el Cauca, donde
ha amenazado y asesinado a dirigentes indígenas. También en las regiones de
población negra y en Ciudad Bolívar, la periferia sur de Bogotá.
En 2016 fueron
asesinados 94 defensores de derechos humanos y líderes sociales, la cifra más
alta desde que comenzó el proceso de paz. Las víctimas son en su inmensa
mayoría militantes ligados a Marcha Patriótica, al Congreso de los Pueblos y a
diversos movimientos populares.
Este tipo de violencia
es bien diferente de la que afectó en la década de 1980 a la Unión Patriótica.
En aquellos años fueron asesinados más de 2 mil militantes, incluyendo
alcaldes, concejales, diputados, senadores y candidatos a la presidencia, por
una alianza de paramilitares y narcotraficantes que arrasaron con la izquierda
electoral vinculada al Partido Comunista y las FARC.
Parece necesario
detenerse en las principales características de esta violencia sistemática
contra los sectores populares organizados, ya que no se registra sólo en
Colombia sino que se ha convertido en un modo de regular las relaciones
sociales en todo el continente, con especial desarrollo en México y Guatemala.
En este punto, debemos recordar el papel del general Óscar Naranjo, actual
vicepresidente de Colombia, en la exportación de la narcodemocracia a México,
como ha consignado Carlos Fazio.
La primera cuestión es
que se trata de una violencia difusa, sin centro dirigente aparente, lo que
hace difícil identificar a sus autores al punto que las autoridades niegan la
existencia de las Águilas Negras. La dirección de Inteligencia de la Policía de
Colombia asegura que la organización ya no existe, lo que puede ser cierto si
pensamos en un aparato estructurado con mando centrales.
Un informe de la BBC
sobre las Águilas Negras, sostiene que es una razón social que utilizan varios
grupos y pone un ejemplo: En el Cauca, a raíz de un conflicto interno en una
universidad, un grupo de gente decidió sacar un panfleto firmado Águilas Negras
contra unos profesores. Este es el punto: una maquinaria
narcoparamilitar desterritorializada, convertida en cultura política de control
de las relaciones sociales a cielo abierto.
La segunda es que
estamos ante una forma brutal de regular las relaciones entre personas y, de
modo muy particular, de enfrentar a los movimientos sociales. El excelente
informe Mujeres y guerra: víctimas y resistentes en el Caribe colombiano, del
Centro Nacional de Memoria Histórica (2014), destaca que las masacres son el
límite más brutal de la violencia paramilitar. A partir de ellas, consiguieron
imponer un nuevo orden social.
“A través del uso del
lenguaje, la regulación del cuerpo, el espacio y las prácticas sociales, estos
actores lograron imponer sus ideas de orden, ‘buen’ comportamiento y
disciplina” (p. 37). De ese modo, establecieron un orden patriarcal, racista,
capaz de regular los mínimos intersticios de la vida cotidiana. Las mujeres
relegadas a sus casas, los negros y homosexuales sistemáticamente humillados, y
los hombres debían comportarse de forma viril y ceñirse a un modelo de hombre
guerrero y militar (p. 38).
La tercera se relaciona
con la continuidad de este modelo de control una vez finalizada la guerra. En
las regiones dominadas por los paramilitares, la guerra continúa pero con otros
actores, como las pandillas que actúan sobre el legado de miedo dejado por la
violencia, usando métodos muy similares.
Por eso debemos hablar
de una maquinaria, un nuevo modo de control de la población como lo fue el
panóptico, que con el tiempo se ha convertido en el sentido común para
organizar los espacios de encierro y funciona naturalmente, sin que un mando
central deba promoverlo o planificarlo.
Por último, debe
entenderse que estamos ante una violencia sistémica, no coyuntural. Los
feminicidios y el narco son los modos de control de los de abajo en la zona del
no-ser; el modo de tener controlados a indios, negros y mestizos. No depende,
por tanto, de la actitud progresista de las autoridades o de la benevolencia de
los varones. Es como la plusvalía: funciona aunque el patrón pague salarios
justos, porque la explotación del trabajo asalariado es inherente al
capitalismo.
Por brutal que sea, la
violencia nunca es el objetivo final, sino el medio para construir un orden
social jerárquico, patriarcal, capitalista. Es el genocidio que el sistema
necesita para imponer la cuarta guerra mundial contra los pueblos y la vida.
Esto es lo que no podemos perder de vista en la imprescindible denuncia sobre
las violaciones de los derechos humanos.
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Debido a esta presión, entre otros grandes problemas, es que existen las FARC y el ELNC, sitios donde el combate con los para es abierto. Verdaderas areas autónomas fuera del alcance de la capital. Se da la condición de que muchas autodefensas se convierten en los nuevos caciques. Y de fondo el problema de la financiación de la violencia.
ResponderEliminarSalud!