16 julio, 2018

El fin del Imperio – Chris Hedges




The End of EmpireChris Hedges

traducción: Arrezafe

El imperio estadounidense está llegando a su fin. La economía de EE.UU. está siendo socavada por las guerras en el Medio Oriente y la gran expansión militar en todo el mundo, socavada por los crecientes déficits, los efectos devastadores de la desindustrialización y los acuerdos comerciales globales. Nuestra democracia ha sido secuestrada y destruida por las corporaciones que constantemente demandan más recortes de impuestos, más desregulación e impunidad judicial por los actos masivos de fraude financiero, al tiempo que saquean trillones del tesoro de los EE.UU. en forma de rescates. La nación ha perdido el poder y el respeto necesarios para exigir a sus aliados en Europa, América Latina, Asia y África que cumplan sus compromisos. Si a ello agregamos el creciente deterioro medioambiental causado por el cambio climático, obtendremos la fórmula para una distopía emergente. Supervisando este progresivo deterioro, tenemos en los niveles más altos de los gobiernos federal y estatal una colección heterogénea de imbéciles, estafadores, ladrones, oportunistas y generales belicistas. Y para ser claro, también me estoy refiriendo a los Demócratas.

El imperio seguirá renqueando, perdiendo influencia constantemente hasta que el dólar caiga como moneda de reserva mundial, sumiendo a los Estados Unidos en una paralizante depresión que forzará a una contracción masiva e instantánea de su máquinaria militar.

A falta de una revuelta popular repentina y generalizada, que no parece probable, la agónica espiral parece ya imparable, lo que significa que Estados Unidos, tal como lo conocemos, no existirá en una década o, como máximo, dos. El vacío global que dejamos atrás será ocupado por China, que ya se está estableciendo como un gigante económico y militar, o tal vez habrá un mundo multipolar dividido entre Rusia, China, India, Brasil, Turquía, Sudáfrica y algunos otros estados. O tal vez ese vacío se colme (como escribe el historiador Alfred W. McCoy en su libro En las sombras del siglo americano: ascenso y decadencia del poder global de Estados Unidos) por "una coalición de corporaciones transnacionales, fuerzas militares multilaterales, como la OTAN, y un liderazgo financiero internacional auto-seleccionado en Davos y Bilderberg” que "forjarán un nexo supranacional para reemplazar cualquier nación o imperio".

En todos los campos, del crecimiento financiero y la inversión en infraestructuras a la tecnología avanzada, incluyendo supercomputadoras, armamento espacial y guerra cibernética, los chinos nos están superando rápidamente. "En abril de 2015, el Departamento de Agricultura de EE. UU. sugirió que la economía estadounidense crecería casi un 50 por ciento en los próximos 15 años, mientras que China la triplicaría y estaría cerca de superar a Estados Unidos en 2030", señaló McCoy. China se convirtió en la segunda economía global en 2010, el mismo año en que pasó a ser la principal nación manufacturera del mundo, superando a los Estados Unidos que había dominado la manufactura mundial durante un siglo. El Departamento de Defensa emitió un sobrio informe titulado "Peligro propio: Evaluación de riesgos del Departamento de Defensa en un mundo post-primacía". Descubrió que el ejército de los EE. UU. "ya no disfruta de una posición inalcanzable frente a los competidores estatales" y que "ya no puede generar utomáticamente una superioridad militar local consistente y sostenida en ultramar". McCoy predice que el colapso llegará en 2030.

Los imperios en decadencia abrazan un suicidio casi voluntario. Cegados por su arrogancia e incapaces de enfrentar la realidad de su poder decreciente, se repliegan a un mundo de fantasía donde los hechos duros y desagradables ya no se inmiscuyen. Reemplazan la diplomacia, el multilateralismo y la política con amenazas unilaterales y el contundente instrumento de la guerra.


Este autoengaño colectivo indujo a los Estados Unidos a cometer el mayor error estratégico de su historia, un error que sonó como la sentencia de muerte del imperio: la invasión de Afganistán e Irak. Los arquitectos de la guerra en la Casa Blanca de George W. Bush y la variedad de idiotas útiles en la prensa y la academia, que eran sus cheerleaders [animadores], sabían muy poco sobre los países invadidos, eran increíblemente ingenuos sobre los efectos de la guerra industrial y fueron sorprendidos por el feroz retroceso. Afirmaron, y probablemente creyeron, que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, aunque no tenían pruebas válidas para apoyar esta afirmación. Insistieron en que la democracia se implantaría en Bagdad y se extendería por Medio Oriente. Aseguraron al público que las tropas estadounidenses serían saludadas por agradecidos iraquíes y afganos como libertadores. Prometieron que los ingresos petroleros cubrirían el costo de la reconstrucción. Insistieron en que el golpe militar audaz y rápido, "conmoción y pavor", restauraría la hegemonía estadounidense en la región y el dominio en el mundo. Propició lo opuesto. Como señaló Zbigniew Brzezinski, esta "guerra de elección unilateral contra Iraq precipitó una deslegitimación generalizada de la política exterior de Estados Unidos".

Los historiadores del imperio llaman a estos fiascos militares, ejemplos de "micro-militarismo", una característica de todos los imperios tardíos. Los atenienses se involucraron en el micro-militarismo cuando durante la Guerra del Peloponeso (431-404 aC) invadieron Sicilia, sufriendo la pérdida de 200 barcos y miles de soldados, provocando revueltas en todo el imperio. Gran Bretaña lo hizo en 1956 cuando atacó a Egipto en una disputa por la nacionalización del Canal de Suez y luego tuvo que retirarse rápidamente, humillada, potenciando así una serie de líderes nacionalistas árabes, como el egipcio Gamal Abdel Nasser, y condenando el dominio británico sobre las pocas colonias restantes. Ninguno de estos imperios se recuperó.

"Mientras que los imperios en ascenso son a veces juiciosos, incluso racionales en su aplicación de la fuerza armada para la conquista y el control de los dominios de ultramar, los imperios decadentes tienden a exhibiciones de poder mal concebidas, soñando con audaces ataques militares que de alguna manera recuperarían el prestigio y el poder perdidos”, escribe McCoy. "A menudo irracionales, incluso desde el punto de vista imperial, estas operaciones micro-militares pueden producir graves hemorragias económicas o derrotas humillantes que tan solo aceleran el proceso que ya está en marcha".

Los imperios necesitan algo más que la fuerza para dominar a otras naciones, necesitan una mística. Esta mística –una máscara para el saqueo imperial, la represión y la explotación– seduce a algunas élites nativas, dispuestas a cumplir las órdenes del poder imperial o al menos a permanecer pasivas, y proporciona una pátina de urbanidad e incluso de nobleza con el fin de justificar ante los nativos los costos en sangre y dinero necesarios para mantener el imperio. El sistema parlamentario de gobierno que en apariencia reprodujo Gran Bretaña en sus colonias y la introducción de deportes británicos como el polo, el cricket y las carreras de caballos, junto con virreyes uniformados y la pompa de la realeza, se vieron reforzados por lo que los colonialistas consideraban la invencibilidad de su armada y su ejército. Inglaterra pudo mantener su imperio unido entre 1815 y 1914 antes de ser forzado a una retirada constante. La retórica de Estados Unidos sobre la democracia, la libertad y la igualdad, junto con el baloncesto, el béisbol y Hollywood, así como la propia deificación de los militares, cautivaron y intimidaron a gran parte del mundo a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, tras la escena la CIA utilizó su bagaje de trucos sucios para orquestar golpes, amañar elecciones, llevar a cabo asesinatos, campañas de propaganda negra, difamación, soborno, chantaje, intimidación y tortura. Pero ya nada de esto funciona.

La pérdida de la mística es paralizante. Hace difícil encontrar sustitutos dóciles para administrar el imperio, como hemos visto en Iraq y Afganistán. Las fotografías de torturas, abuso físico y humillación sexual impuestas a los prisioneros árabes en Abu Ghraib inflamaron el mundo musulmán, alimentaron a Al Qaeda y más tarde al Estado Islámico con nuevos reclutas. El asesinato de Osama bin Laden y de otros líderes yihadistas, incluido el ciudadano estadounidense Anwar al-Awlaki, burló descaradamente el concepto de estado de derecho. Los cientos de miles de muertos y millones de refugiados que huyen de nuestras debacles en el Medio Oriente, junto con la amenaza casi constante de drones aéreos militarizados, nos muestran como terroristas estatales. En Oriente Medio hemos llevado a la práctica la inclinación de los militares estadounidenses por las atrocidades generalizadas, la violencia indiscriminada, las mentiras y los errores de cálculo, acciones que condujeron a nuestra derrota en Vietnam.


La brutalidad llevada a cabo en el exterior se combina con una creciente brutalidad en el propio país. Policías militarizados abaten mayormente a pobres de color desarmados y colman las cárceles de un sistema penitenciario que mantiene encarcelado a un disparatado 25 por ciento de los prisioneros del mundo, aunque los estadounidenses representan solo el 5 por ciento de la población mundial. Muchas de nuestras ciudades están en ruinas. Nuestro sistema de transporte público es un caos. Nuestro sistema educativo, en fuerte declive, está siendo privatizado. La adicción a los opiáceos, el suicidio, los tiroteos masivos e indiscriminados, la depresión y la obesidad mórbida, afectan a una población que ha caído en una aguda desesperación. La profunda desilusión y la rabia que condujeron a la elección de Donald Trump –una reacción al golpe de estado corporativo y debido a la pobreza que aflige al menos a la mitad del país– han destruido el mito de una democracia que funciona. Los tweets y la retórica presidencial celebran el odio, el racismo y la intolerancia y provocan a los débiles y vulnerables. En un discurso ante las Naciones Unidas, el presidente Trump amenazó con aniquilar a otra nación [RDPC] en un impúdico acto de genocidio. Somos objeto mundial de ridículo y odio. Lo que el futuro presagia se expresa en la masiva irrupción de películas distópicas, películas que ya no pretenden perpetuar las supuestamente excepcionales virtudes estadounidenses o el mito del progreso humano.

"La desaparición de los Estados Unidos como poder global preeminente podría llegar mucho antes de lo que nadie imagina", escribe McCoy. "A pesar del aura de omnipotencia que suelen proyectar los imperios, la mayoría son sorprendentemente frágiles, carecen incluso de la fuerza inherente de un modesto estado-nación. De hecho, un vistazo a su historia debería recordarnos que los más grandes son susceptibles al colapso por muy diversas causas, con las presiones fiscales como factor primordial. Durante la mayor parte de dos siglos, la seguridad y la prosperidad de del país ha sido el objetivo principal de la mayoría de los estados más estables, que prescindieron de aventuras foráneas o imperiales asignando a la defensa nacional no más del 5 por ciento del su presupuesto. Sin el financiamiento que surge casi orgánicamente en el seno de una nación soberana, los imperios son notorios depredadores en su búsqueda incesante de pillaje o lucro: lo atestigua la trata de esclavos en el Atlántico, la codicia belga en el Congo, el comercio de opio en la India británica, la destrucción perpetrada por el Tercer Reich en Europa o la explotación soviética de la Europa del Este".

Cuando los ingresos se reducen o colapsan, señala McCoy, "los imperios se vuelven frágiles".

"Tan delicada es su estructura de poder que, cuando las cosas empiezan a ir realmente mal, los imperios se precipitan regularmente con una velocidad terrible: solo un año para Portugal, dos años para la Unión Soviética, ocho años para Francia, once años para los otomanos, diecisiete para Gran Bretaña, y, con toda probabilidad, solo veintisiete años para Estados Unidos, contando desde el crucial año 2003 [año en el que Estados Unidos invadió Iraq]".

Muchos de los 69 imperios estimados que han existido a lo largo de la historia carecían de un liderazgo competente en su declive, habiendo cedido el poder a monstruosidades como los emperadores romanos Calígula y Nerón, en los Estados Unidos, las riendas de la autoridad pueden estar al alcance de los primeros en una lista de depravados demagogos.

"Para la mayoría de los estadounidenses, es probable que la década de 2020 se recuerde como una década desmoralizante de aumento de los precios, de salarios estancados y de una disminución de la competitividad internacional", escribe McCoy. La pérdida del dólar como moneda de reserva mundial hará que EE. UU. no pueda pagar sus enormes déficits vendiendo bonos del Tesoro, que se verán drásticamente devaluados. En ese momento, habrá un aumento masivo en el costo de las importaciones. El desempleo se desbordará. Los enfrentamientos internos –a los que McCoy irónicamente denomina "cuestiones insustanciales"– alimentarán un peligroso hipernacionalismo que podría transformarse [que se ha transformado ya] en un fascismo estadounidense.

Una élite desacreditada, sospechosa y paranoica en una era de decadencia, verá enemigos en todas partes. La gama de instrumentos creados para la dominación global, la vigilancia masiva, la restricción de las libertades civiles, las sofisticadas técnicas de tortura, la policía militarizada, el sistema penitenciario masivo, los miles de drones y satélites militarizados, serán empleados en la propia nación. El imperio colapsará y el país se consumirá a sí mismo y consumirá nuestras vidas si no arrebatamos el poder a quienes gobiernan el estado corporativo.

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4 comentarios:

  1. Este mismo artículo estuve apuntico de traducir y publicar cuando salio en Global Research. Está claro que los americanos saben algo. Se están replegando, saben del kaos que viene y prefieren ser ellos los que lo controlen a que les golpee. Lo malo para ellos es que tiene tantos problemas internos que es posible que revienten antes de poner sus planes en marcha. De hecho apostaría a que la proxima guerra no va a ser entre países, sino entre clases, y empezará con la próxima crisis.
    Salud!

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    1. Y es curioso que hayamos colgado ambos, este y Rusiagate2, simultáneamente.
      Más que replegarse, yo pienso que -precisamente por esa guerra de clases a la que te refieres- están intentado "actualizar" su maquinaria de dominio, hacerla más discreta, efectiva y barata. El viejo y mastodóntico aparato militar, que depende casi por completo del petróleo, se ha vuelto obsoleto e ineficaz para el control y explotación de la población. Las urbes siguen creciendo y no se pueden controlar con aviones de combate ni costosos portaaviones. Incluso el lucrativo negocio armamentístico tiene que transformarse si quiere sobrevivir junto a los demás. Los oligarcas de uno y otro lado lo saben. En este sentido, China va por delante de sus competidores occidentales, y es de eso de lo que EEUU se ha percatado... ¡tarde!

      La próxima crisis deberíamos originarla nosotros y hacer que el peso de la misma recaiga sobre ellos, de lo contrario pasará lo mismo que ha pasado siempre que la han propiciado ellos. Pero mucho me temo que, como dice Hedges, "una revuelta popular repentina y generalizada, que no parece probable".

      Salud!

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  2. Un artículo lúcido y desolador, precisamente por esa voluntad de suicidio que arrastra a todo imperio en decadencia. Que el colapso nos pille organizadas, pero esto es muy, muy difícil, por el poco tiempo que queda y por el sálvese quien pueda tan bien organizado desde arriba. Salud!

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    1. Cuando se producen riadas, terremotos... o crisis, los pobres son las primeras víctimas y casi siempre las únicas.

      Salud!

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