06 julio, 2018

"Es una equivocación querer explicar nada oponiendo la Mafia al Estado: nunca son rivales" — Guy Debord




Citas extraídas del libro Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, de Guy Debord. Texto completo (pdf) aquí.


La conversación está casi muerta y pronto lo estarán muchos de los que saben hablar.

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La discusión vacía sobre el espectáculo, es decir, sobre lo que hacen los propietarios del mundo, está organizada por el espectáculo mismo: se insiste sobre los grandes medios del espectáculo para no decir nada sobre su amplia utilización. Con frecuencia se prefiere llamarlo mediático más que espectáculo. Con ello se quiere designar un simple instrumento, una especie de servicio público que administraría con imparcial "profesionalidad" la nueva riqueza de la comunicación a través de los mass-media, comunicación finalmente asimilada a la pureza unilateral en la que la decisión ya tomada se deja admirar apaciblemente. Lo que se comunica son las órdenes; y, muy armoniosamente, aquéllos que las han dado son también los que dirán lo que piensan de ellas.
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El gobierno del espectáculo, que actualmente detenta todos los medios de falsificación del conjunto de la producción así como de la percepción, es amo absoluto de los recuerdos, al igual que es dueño incontrolado de los proyectos que conforman el más lejano futuro. Reina en solitario en todas partes y ejecuta sus juicios sumarios.
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La sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular integrado se caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que son: la incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente.
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La valiosa ventaja que el espectáculo ha obtenido de este colocar fuera de la ley a la historia, de haber condenado a toda la historia reciente a pasar a la clandestinidad y de haber hecho olvidar, en general, el espíritu histórico en la sociedad, es, en primer lugar, ocultar su propia historia: el movimiento de su reciente conquista del mundo.

Su poder nos parece ya familiar, como si hubiera estado ahí desde siempre. Todos los usurpadores han querido hacer olvidar que acaban de llegar.
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En todas partes donde reina el espectáculo las únicas fuerzas organizadas son aquellas que desean el espectáculo. Así pues, ninguna puede ser enemiga de lo que existe, ni transgredir la omertà que concierne a todo. Se ha acabado con aquella inquietante concepción, que dominó durante doscientos años, según la cual una sociedad podía ser criticable y transformable, reformada o revolucionada. Y esto no se ha conseguido con la aparición de nuevos argumentos sino simplemente porque los argumentos se han vuelto inútiles. Con este resultado se medirá, más que el bienestar general, la terrible fuerza de las redes de la tiranía.

Jamás la censura ha sido más perfecta. Jamás a aquellos a quienes en algunos países aún se les ha hecho creer que son ciudadanos libres, se les ha permitido menos dar a conocer su opinión, toda vez que se trata de una elección que afectará a su vida real. Jamás ha estado permitido mentirles con una falta de consecuencia tan perfecta. Se supone que el espectador lo ignora todo, que no merece nada. Quien siempre mira para saber la continuación, no actuará jamás: y ése debe ser el espectador.
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Esta democracia tan perfecta fabrica ella misma su inconcebible enemigo: el terrorismo. En efecto, quiere ser juzgada por sus enemigos antes que por sus resultados. La historia del terrorismo está escrita por el Estado; es pues educativa. Las poblaciones espectadoras no pueden saberlo todo sobre el terrorismo, pero siempre pueden saber lo suficiente como para ser persuadidas de que, comparándolo con éste, lo demás deberá parecerles más aceptable, en cualquier caso, más racional y democrático.
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En el plano de los medios de pensamiento de las poblaciones contemporáneas, la primera causa de decadencia se refiere claramente al hecho de que ningún discurso difundido por medio del espectáculo da opción a respuesta; y la lógica sólo se ha formado socialmente en el diálogo. Cuando se ha extendido el respeto hacia aquel que habla desde el espectáculo, a quien se atribuye importancia, riqueza, prestigio, la autoridad misma, se extiende también entre los espectadores el deseo de ser tan ilógicos como el espectáculo como medio de mostrar un reflejo individual de esa autoridad. La lógica, en fin, no es fácil y nadie desea enseñarla. Ningún drogadicto estudia lógica porque no tiene ni la necesidad ni la posibilidad de hacerlo. Esa pereza del espectador es también la del especialista, rápidamente formado, y la del marco intelectual, que en cualquier caso intentará disimular los estrechos límites de sus conocimientos por medio de la repetición dogmática de algún argumento de autoridad ilógica.
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El individuo a quien ese pensamiento espectacular empobrecido ha marcado profundamente, y más que cualquier otro elemento de su formación, se coloca ya de entrada al servicio del orden establecido, en tanto que su intención subjetiva puede haber sido totalmente contraria a ello. En lo esencial se guiará por el lenguaje del espectáculo, ya que es el único que le resulta familiar: aquél con el que ha aprendido a hablar. Sin duda intentará mostrarse contrario a su retórica, pero empleará su sintaxis. Este es uno de los más importantes éxitos obtenidos por la dominación espectacular.

La rápida desaparición del vocabulario preexistente no es más que un estadio de esa operación a cuyo servicio está.
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El espectáculo esconde sólo algunos de los peligros que rodean al maravilloso orden que ha establecido. Mientras la polución de los océanos y la destrucción de los bosques ecuatoriales amenazan la renovación de oxígeno de la tierra, la capa de ozono se ve afectada por el progreso industrial y las radiaciones de origen nuclear se acumulan irreversiblemente, el espectáculo concluye que todo eso carece de importancia. Sólo le interesan los datos y las dosis, le basta con eso para tranquilizar, cosa que a un espíritu preespectacular le hubiera parecido imposible. Los métodos de la democracia espectacular son de una gran flexibilidad; al contrario de la torpe brutalidad del diktat totalitario. Se puede cambiar el nombre de aquello que ha sido secretamente transformado (cerveza, buey, un filósofo). También se puede cambiar el nombre de aquello que ha sido secretamente perpetuado: por ejemplo en Inglaterra, la fábrica de re-tratamiento de residuos nucleares de Windscale ha propiciado el cambio de nombre de su localidad por el de Sellafield, con el fin de desviar mejor las sospechas tras un desastroso incendio que tuvo lugar en 1957. Pero ese re-tratamiento toponímico no ha impedido el aumento de la mortalidad por cáncer y leucemia en los alrededores. El gobierno británico –nos enteramos democráticamente treinta años más tarde– en el momento de producirse el accidente decidió guardar en secreto el informe de una catástrofe que juzgaba, no sin razón, de tal naturaleza que podía quebrar la confianza que el público concedía a lo nuclear.
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Es una lástima que la sociedad humana tropiece con problemas tan candentes en el momento en que se ha hecho materialmente imposible hacer oír la más mínima objeción al discurso mercantil; precisamente porque, gracias al espectáculo, está a cubierto de tener que responder de sus decisiones y justificaciones fragmentarias o delirantes, cree que no tiene necesidad de pensar. Por convencido que sea el demócrata ¿no preferiría que se le hubieran escogido amos más inteligentes?
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Se dice que actualmente la ciencia se halla sometida a imperativos de rentabilidad económica, lo que siempre ha sido cierto. Lo que resulta nuevo es que la economía haya venido a hacerle abiertamente la guerra a los humanos, no solamente a sus condiciones de vida sino también a las de su supervivencia. En este momento el pensamiento científico ha optado, en contra de gran parte de su pasado antiesclavista, por servir a la dominación espectacular. Antes de llegar a este punto la ciencia poseía una relativa autonomía. Sabía pensar su parcela de realidad y de este modo contribuir inmensamente a aumentar los medios de la economía. Ahora que la todopoderosa economía se ha vuelto loca, y los tiempos espectaculares no son más que eso, ésta ha suprimido el último rastro de autonomía científica, tanto en el plano metodológico como en el de las condiciones prácticas de la actividad de los "investigadores". A la ciencia ya no se le pide que comprenda el mundo o lo mejore en algo. Se le pide que justifique inmediatamente todo lo que se hace. Tan estúpida en ese terreno como en todos los demás, que explota con la más ruinosa irreflexión, la dominación espectacular ha echado abajo el gigantesco árbol del conocimiento científico con la única finalidad de hacerse tallar un bastón. Para obedecer a esta última demanda social de una justificación manifiestamente imposible, vale más no saber pensar demasiado sino, por el contrario, estar bien entrenado en las comodidades del discurso espectacular. Y, efectivamente, es en esa carrera donde precisamente ha encontrado su más reciente especialización -con muy buena voluntad- la prostituida ciencia de estos días despreciables. La ciencia de la justificación engañosa apareció de forma natural a partir de los primeros síntomas de decadencia de la sociedad burguesa, con la cancerosa proliferación de las pseudociencias llamadas "del hombre"; pero, en el caso de la medicina moderna, durante un tiempo pudo hacerse pasar por útil, aunque los que vencieron a la viruela o a la lepra no eran los mismos que rastreramente han capitulado entre las radiaciones nucleares o la química agroalimentaria. Se objeta rápidamente que hoy en día la medicina no tiene derecho a defender la salud de la población contra el entorno patógeno pues eso sería oponerse al Estado o, al menos, a la industria farmacéutica.

La actividad científica presente reconoce en qué se ha convertido y está obligada a callar. Por eso y por lo que, muy a menudo, tiene la simpleza de decir. Los profesores Even y Andrieu, del Hospital Laénnec, anunciaron en noviembre de 1985 —tras experimentar ocho días con cuatro enfermos— que quizá habían descubierto un remedio eficaz contra el SIDA; los enfermos murieron dos días después. Varios médicos, menos avanzados o quizá celosos, expresaron algunas reservas por la manera tan precipitada de correr a registrar lo que no era más que una engañosa apariencia de victoria horas antes del desastre. Even y Andrieu se defendieron sin inmutarse afirmando que "después de todo, más vale tener falsas esperanzas que ninguna". Eran incluso demasiado ignorantes para reconocer que ese argumento por sí solo constituía una completa abjuración del espíritu científico y que históricamente siempre había servido para cubrir los provechosos sueños de charlatanes y brujos; en los tiempos en que no se les confiaba la dirección de los hospitales.
[…]
Es una equivocación querer explicar nada oponiendo la Mafia al Estado: nunca son rivales. La teoría verifica con facilidad lo que todos los rumores de la vida práctica habían demostrado demasiado fácilmente. La Mafia no es ajena al mundo; está perfectamente integrada en él. En el momento de lo espectacular integrado, la Mafia reina como el modelo de todas las empresas comerciales avanzadas.
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La sociedad moderna que, hasta 1968, iba de éxito en éxito, y estaba convencida de que era amada, a partir de entonces ha tenido que renunciar a esos sueños; prefiere ser temible. Sabe perfectamente que "su aire de inocencia es irrecuperable".
[...]
París, febrero-abril, 1988

3 comentarios:

  1. Es un libro necesario y sigue siendo actual. Como tu blog para informarnos fuera de los medios.
    Gracias.

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    1. Ciertamente este libro sigue estando vigente. Gracias a ti, Isabel, por tu comentario.

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  2. En cuanto los medios masivos ocupan el medio de trasferencia de información deja de existir la realidad, porque los objetos de tu pensamiento son los que han puesto en tu cabeza independientemente del análisis. Que lo convierten en espectáculo para entretener? Ni si quiera eso necesitan.
    Salud!

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