11 agosto, 2018

Cuando los bárbaros invadieron la periferia ——— Miquel Amorós


El proceso de capitalización de la montaña pirenaica




Mercantilización y destrucción del Pirineo catalán

En un mundo globalizado, luego en una sociedad urbanizada, donde buena parte de la población tiene bastante capacidad adquisitiva, vehículo propio y suficiente tiempo “libre”, los servicios de relax y evasión llegan a ser el sector de la economía más expansivo. En la sociedad de consumo el ocio ocupa un lugar cada vez más importante en la vida alienada. En la periferia, al colapsarse la producción industrial por falta de competitividad y escasa innovación tecnológica, la economía se refugia en otras actividades con menor valor añadido, por ejemplo, la logística, la construcción y por encima de todo el turismo de masas. Este es el caso del Estado español, y como corolario, el de Cataluña. Una vez pasada la crisis de 2008-2014, concretamente en el ámbito catalán, el turismo industrial se ha convertido en el motor económico principal, lo que supone inevitablemente un impacto y una alteración profunda del territorio, cualitativamente superiores a todo lo sucedido hasta ahora. Una huella ecológica superlativa. 

El turismo “es una fuente de riqueza” y un “impulsor del crecimiento”, dice un tecnócrata de la Generalitat, pero también es una industria que ocasiona trastornos inmediatos; es un factor de desequilibrio y de trivialización de primera magnitud, además de un yacimiento de trabajos basura y un promotor vigoroso de la construcción y de la alimentación industrial. Las inversiones foráneas, la edificación de nuevas urbanizaciones, equipamientos e infraestructuras, la sobreexplotación del patrimonio histórico, cultural y paisajístico, el despilfarro de energía, la contaminación y la acumulación de residuos a gran escala, etc., son los heraldos de una nueva realidad territorial. Estas señales tan bárbaras revelan el verdadero significado de lo que los dirigentes, técnicos, expertos y asesores llaman “poner en valor” el territorio, “optimizar” sus recursos, “rentabilizarlo”, y como colofón, “fomentar tejido emprendedor” y “ejercitar liderazgos”. Este léxico, pedido prestado al márketing, revela claramente la transformación del territorio en mercancía. En consecuencia, patrimonio, costumbres, historia y naturaleza constituyen un capital de nuevo tipo. Cuando acabe el proceso de valorización, que también es de reglamentación, cualquier otra actividad que no encaje en la “oferta” territorial, o sea, que no acarree beneficios pecuniarios, como por ejemplo, la agricultura y la ganadería tradicionales, la cooperación desinteresada, el trueque, la hospitalidad y el esparcimiento gratuito, tienen los días contados. Pagaremos por todo, tanto por las setas recogidas, como por acampar o contemplar de cerca un salto de agua. La rentabilidad del negocio del esparcimiento obligará a ello si es que no lo ha hecho ya. La gestión del territorio como si se tratara de una empresa, o dicho de forma más técnica, su transformación en “marca”, dejará a sus habitantes fuera de las decisiones, expropiados, puesto que las únicas necesidades que importan son las exigidas por la acumulación de capitales y las dinámicas de poder, no las del vecindario. La vida en las comarcas de montaña quedará entonces totalmente redefinida por las jerarquías políticas, administrativas y financieras que determinan en cada momento el uso del territorio, uso fijado por continuos planes de desarrollo, a cada cual peor.

La cosa viene de lejos. Lo que contemplamos hoy no es más que la integración de un mercado regional en un mercado global. El proceso de mercantilización en las montañas pirenaicas empezó durante los años sesenta con la construcción de las estaciones de esquí de Baqueira-Beret y La Masella (ya existían las de La Molina y Vall de Núria). Dicho proceso no tomó nuevos bríos hasta mediado los años ochenta con el boom de las segundas residencias, disparándose una década más tarde con la apertura de nuevas pistas (actualmente son diecisiete), la nieve artificial, la popularidad de los deportes de aventura y la práctica del alojamiento rural. 

La primera fase no tuvo gran impacto, pues el coche utilitario no daba para mucho y el televisor, que hacía su aparición en los hogares proletarios, mantenía pegados los individuos a sus sillones. 

La segunda fue peor, ya que la motorización general acrecentó sobremanera la movilidad ciudadana y la frecuentación multitudinaria. El ocio se “democratizaba”; un primer plan de ordenación de las estaciones trataba de perfilar el negocio de la montaña mientras la despoblación se detenía en esas alturas. La decadencia de la ganadería y la agricultura de siempre, la crisis definitiva del textil y el cierre de la minería, abrieron la puerta de par en par a la explotación intensiva de la nieve, los ríos, los prados, los bosques, las cumbres, las masías y los senderos. 

La tercera fase, correspondiente a la creación de la marca Pirineos, requirió la ayuda del Estado y la inyección de capitales. La conectividad con los centros emisores de turistas se volvió esencial. Por eso eran necesarios grandes gastos en carreteras, pistas, accesos, líneas de alta tensión, canalizaciones, vertederos, túneles, viaductos, etc. Hoy, miles de vehículos circulan a diario por la zona provocando embotellamientos durante los fines de semana y los periodos vacacionales, lo cual exige perentoriamente nuevos carriles, desdoblamientos, variantes, nuevos enlaces y mejoras diversas. Urgían desembolsos de consideración en equipos, suministros y servicios complementarios, como por ejemplo aparcamientos, telesillas, gasolineras, depósitos de agua para los cañones de nieve, caballerías, garajes, almacenes, hangares, comercios, etc. El tramo de autopista Barcelona-Manresa quedó dispuesto en 1994 y la autovía Manresa-Berga, en 1999, favoreciendo como nunca la llegada del alud urbanita. Barcelona engullía a Cataluña: las condiciones barcelonesas de vida se habían extendido por todas partes. En las comarcas, la población entera se convertía en rehén de una economía caníbal irradiada desde la metrópolis. 

La cuarta fase, la de la internacionalización de la marca, está relacionada con la llegada masiva de turistas de otras regiones españolas y extranjeros (el 40% del total). Comenzó en 2004 con el Plan estratégico del Turismo de la Nieve y la creación de la Eurorregión Pirineos-Mediterráneo, una estructura transnacional, constituye un salto cualitativo en el desarrollo desequilibrado y violento del territorio, fundado en un incremento superior de instalaciones, la ampliación de la red de transporte y una desintegración social calculada. El proyecto disparatado del macrocomplejo de la Vallfosca, una especie de Eurovegas pirenaico, ilustra si necesidad había el delirio desarrollista de los dirigentes actuales. El crecimiento no puede demorarse. Gracias a la aportación interesada de capital exterior, el territorio montano está siendo “ordenado” con planes territoriales para soportar la llegada de un montón suplementario de turistas venidos de otra parte. Los billetes de avión, la visita a los casinos y el paseo por la playa irán incluidas en el lote. El objetivo no puede ser otro que la completa transformación de las comarcas pirenaicas en un grandioso parque temático, una disneylandia alpina.

La industrialización de la economía catalana primero, seguida de la terciarización, habían creado un monstruo, el área metropolitana barcelonesa, que formaba un sistema urbano con otras conurbaciones menores conectado por autovías, autopistas y circunvalaciones. Y aquel monstruo albergaba a una extensa clase media con unas ansias de consumir territorio a tener muy en cuenta. Mientras tanto, la vida en la metrópolis había llegado a ser tan pobre, tan claustrofóbica, que las ganas de desconectarse auque fuera sólo un poco, de escapar hacia la naturaleza como antes hacían los burgueses y los aristócratas, fueron irreprimibles. Para esta clase, y para el proletariado que la imitaba en lo que podía, la ociosidad no era descanso e inactividad, sino ponerse en movimiento y hacer cualquier cosa que estuviera de moda para llenar su vacía existencia. Así pues, el aburrimiento y el hastío de las nuevas clases medias dieron lugar a la mercantilización del ocio, mediante la cual éste se volvía trabajo. El tiempo “libre”, gracias al estrés y al vacío de la vida privada en la conurbación, se convirtió en la materia prima de una industria capaz de empujar hacia arriba la demografía comarcal pirenaica, desarticular el territorio, orientar la vida de su gente hacia el consumismo, halagar el mal gusto de los visitantes y arruinar la belleza del entorno. El bronceado de montaña se volverá entre los metropolitanos un detalle de distinción, un trofeo, el rasgo diferencial de la marca Pirineos. El régimen capitalista tenía en los fugitivos de la metrópolis a su base social más ferviente, dispuesta a votar disciplinadamente a cualquier candidato pro turismo, y todos lo eran. Mientras esto sucedía, los grandes beneficiarios de la invasión de los excursionistas motorizados domingueros venidos de todas partes se relamían por el éxito en FITUR y por el reconocimiento de la zona pirenaica como destino turístico de excelencia por parte de la Unión Europea. Los Pirineos se sumergían en el mercado europeo y Barcelona compartía con otras conurbaciones transfronterizas la función colonizadora que antaño tenía en exclusiva. Era la plasmación última de la idea de progreso: el dominio nocivo y maligno de la naturaleza y la sociedad montañera por la ciencia, la tecnología, la economía y el Estado.

Todo el deporte de montaña, de la helibike al barranquismo, del trekking al snowboard, del parapente al esquí nórdico, es una concreción de la mentalidad capitalista primigenia: gusto por la competición, superación del obstáculo, resiliencia, culto al esfuerzo, atracción por el riesgo, exhibicionismo… No obstante, a los directivos síquicamente agotados por el trabajo el comercio montaraz dispone una cura a base de hidroterapia y tratamientos sicofísicos (wellness). El espíritu del capitalismo renace a partes iguales con la imagen del deportista y la del ejecutivo neurótico, pero todavía más en los especuladores: Los negocios inmobiliarios de la costa y el área metropolitana se dan con menos trabas en las comarcas del interior, ya que no hay oposición local efectiva, así que la ganancia es lo único que cuenta y el beneficio económico del turismo, comparado con el de cualquier otra actividad anterior, es de una superioridad aplastante. Hoteles, cámpings, campos de golf, promociones, discotecas, locales de comida basura, centros comerciales y automóviles a espuertas, reproducen las condiciones del hábitat urbano e imponen los valores de una vida prisionera del consumo. Suben los precios de la tierra y de los alquileres de las casas, el folklore local se degrada en espectáculo, las fiestas adquieren un toque superficial y carnavalero; el pasado se museifica y en definitiva los nexos morales se cambian por otros comerciales. El turista no tiene ningún interés en conocer los lugares que pisa y menos aún sus habitantes, por lo que se conformará con estereotipos. No es demasiado partidario de la autenticidad: con unos pocos elementos de color local y unos cuantos productos típicos tendrá suficiente. El ángel del kitsch le acompaña y protege de una originalidad excesiva: la vulgaridad y el mal gusto mandan. Podemos decir que la metrópolis proporciona una nueva forma material y espiritual al territorio; lo uniformiza, lo debilita y lo corroe sin que éste pueda defenderse, falto de fuerzas y medios. El turismo deja la sociabilidad local en una situación mucho más frágil que antes. Fin del espíritu comunitario, de la mano solidaria, de la mismísima noción de pueblo. 

Cuando el coche se convierte en una especie de prótesis del habitante de la gran urbe, el territorio se encuentra sometido absolutamente por ella y acaba por reflejarla en todos sus aspectos. Es ya un espacio periurbano, un satélite de la aglomeración metropolitana. La vida parasitaria ahora desempeña en él un papel decisivo y de rebote nacen nuevas clases emprendedoras y neorrurales ligadas directa o indirectamente al desarrollo unidireccional establecido. Para cambiar las cosas en el campo habría que cambiarlas en la ciudad. Para rehacer una vida sin apremios económicos en la periferia sería necesario desmantelar el centro. Nada liberador será posible si no salimos del capitalismo, pero no saldremos de él si dejamos atrás intactas todas sus estructuras.

A medida que las fuerzas destructivas del entramado turístico ganan terreno, se diversifican y se desestacionalizan, los espacios agrestes se masifican y despersonalizan, el paisaje se erosiona y la naturaleza retrocede; la flora se marchita pronto y la fauna se contrae y emigra a donde puede. Las contradicciones del desarrollismo se manifiestan en forma de urbanización desbocada, crisis ecológica, agotamiento de recursos y malestar social. Aunque la conciencia del carácter eminentemente devastador del crecimiento económico no surja de forma clara como oposición frontal fuera de minorías que se empeñan contra viento y marea en la defensa del territorio, la inquietud de quienes dependen económicamente del turismo ante las pérdidas debidas a la saturación, ha despertado una determinada sensibilidad por la conservación y la protección del medio. La expresión mágica de “turismo sostenible” se halla en boca de los representantes de los denominados “actores sociales”: organizaciones de empresarios, administración, grupos ecologistas, sindicatos y partidos políticos. Si bien el modelo de mercado permanece incuestionable, en paralelo sale la propuesta de “desarrollo local alternativo”. Esta clase de desarrollo quiere ligar consumo, estropicio y crecimiento con reposición y equidad, a base de “instrumentos de intervención y transformación de la economía”, es decir, con leyes, ordenanzas, tasas, contratos y programas promovidos o apoyados por las instituciones. No se pretende una desmercantilización del territorio, sino una explotación menos agresiva, recurriendo a una red económica marginal que sirva de paliativo y haga contrapeso al saqueo imparable del desarrollo puro y duro. Nada se cuestiona, ciertamente no el sistema capitalista. Se reivindica un uso sostenible del suelo sin pensar en desurbanizarlo; se pondera el derecho a escoger y cultivar los propios alimentos sin tocar la industria agroalimentaria; se piden normas racionales sin derogar las directrices actuales bastante permisivas en lo que se refiere a negocios dudosos; se reivindica un derecho consuetudinario sin menoscabar el derecho mercantil; en resumen, se reclama un turismo menos convencional, más ecológico, ignorando que ecología y turismo son términos antitéticos. 

En cualquier caso, ese turismo de algodón nunca alcanzará más que una parte minúscula de la demanda; nada comparable con el turismo de masas. Sin embargo, las nuevas clases medias de las comarcas pirenaicas observan la destrucción del territorio con preocupación, puesto que sus intereses salen a la larga perjudicados, pero no desean enfrentarse con los responsables. Son románticas y materialistas al mismo tiempo, burguesas y populistas. Están sentadas entre dos sillas. Quieren desarrollo y progreso sin las consecuencias que se derivan de los mismos. Quieren relaciones equilibradas con el medio sin sacarlo de la economía de mercado ni de la tutela del Estado: quieren a fin de cuentas la lluvia (o mejor la nieve) y el buen tiempo.

Ni la regeneración del territorio, ni la restitución a sus auténticos pobladores, pueden hacerse a medias, ni tampoco pueden llevarse a cabo legítimamente desde la administración, la política o la propia economía. La cogestión entre autoridades, sindicatos, clubes juveniles y empresarios, sólo es un mecanismo para armonizar el desarrollo más catastrofista con los intereses de la población medio domesticada, con el fin de hacer innecesarios los conflictos. Los típicos clichés de “sostenibilidad”, “responsabilidad”, “participación”, “democracia transversal”, “calidad”, “proximidad”, etc, lo demuestran bien a las claras. La democracia territorial es algo completamente diferente y tiene más que ver con la capacidad vecinal de organizarse autónomamente y de vivir en común sin mediaciones mercantiles ni dirigentes. Para revitalizar el territorio hay que desparasitarlo, lo que equivale a sacarlo de la economía mediante una acción descentralizadora, desindustrializadora y desurbanizadora que comportaría por un lado, un enfrentamiento con las clases dominantes y sus servidores políticos, y por el otro, una ruralización salvaje. Los ruralistas han de sostenerse en base a un compromiso sólido, pues necesitan objetivos claros y estrategias a medida. Las ocupaciones y movilizaciones en defensa del territorio han de permitir una correlación de fuerzas favorable a la autonomía campesina, lo justo para animar otro tipo de huida de las conurbaciones, de modo que no solamente se puedan repoblar los lugares abandonados o a trance de serlo, sino que además se pueda articular una red campesina y ganadera resistente a las normas, los reglamentos y los controles administrativos. A pesar de que cerca de quinientos municipios catalanes están en peligro de extinción al caer fuera de los circuitos turísticos, cada vez resulta más difícil una repoblación libre y una agricultura independiente. El Estado se mete por en medio cuando no lo hacen las fuerzas vivas municipales o los hombres de negocios, proscribe la ocupación de tierras y casas abandonadas, registra el ganado, cuenta los árboles y los cultivos, vigila las simientes, detecta a los huéspedes, en fin, regula de toda actividad. Obliga a etiquetar los productos, fotografía los edificios y propiedades, prohíbe la venta directa, fija cuotas y precios, especifica pagos y cobra impuestos. Pocos son los que se quejan abiertamente y su voz no se oye de lejos. Otros prefieren ser “pragmáticos” y pasar por el aro. A pesar de todo, la lucha continúa.

Dada la opinión mayoritariamente favorable al turismo de la vecindad, la defensa del territorio ha de empeñarse seriamente en una campaña de información. Por otro lado, convendría remarcar sus dos vertientes, la desmanteladora y la reconstructora. Es una doble lucha por liberar el territorio de la economía y por impulsar una vida libre en el campo, arraigada, en equilibrio con el entorno y ajena tanto a la normativa como a la mística. Es una pelea constante por frenar los grandes proyectos inútiles de las constructoras y los gobiernos y por cerrar el paso a las frenéticas hordas urbanas y a las complacientes administraciones locales. Un combate para crear formas de autogobierno y de trabajo colectivo, para volver a los concejos abiertos (en el Berguedà había dos, Fígols y Sant Jaume de Frontanyà), a las las juntas vecinales, los campos abiertos y los bienes comunales. Por consiguiente, también es una lucha por reencontrar la ciudad, por darle dimensiones humanas y ponerla en marcha desde el ágora. No puede existir un territorio libre envolviendo a una urbe esclava, ni una ciudad emancipada dentro de un territorio subordinado.

Miquel Amorós - Charla del 24 de febrero d 2018 en el casal d’avis de Berga, celebrando el séptimo aniversario del grupo Piolet Negre.


8 comentarios:

  1. Como siempre que se abusa conseguirán con la montaña lo que ya hay en la costa o en el llano, una modificación del paisaje tal que dejará de ser paisaje. Cuanto más se potencie más buscaremos "territorios vírgenes" en esas zonas, hasta que nuestra inocente presión acabe también transformándolos, como ocurre por ejemplo en tantas y tantas playas nudistas.
    No sé que se puede hacer con el turismo, ya que hay que descansar de esta locura de mundo, pero no puede ser a costa de predar el planeta. Y lo malo es que el planeta que predamos suele ser el más cercano a nosotros. Acabarán restringiendo el turismo en campos de concentración tipo Salou, la Manga, o la Palma.
    Salud!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Con el turismo lo mejor que se puede hacer es acabar con él. Cosa harto difícil, pues son los constructores quienes más interesados están en incrementarlo. Y ya se sabe el poder que las constructoras, junto con las eléctricas, tienen en este país. Para descansar no hace falta hacer turismo, que es, conceptualmente, lo opuesto a viajar. Hay quienes dicen que conocen Roma, por ejemplo, porque estuvieron 24 horas jadeando de museo en museo y de ruina en ruina con un guía turístico pastoreando al rebaño ávido de "cultura". Jajaja... de "cultura".
      Los "campos de concentración" que mencionas ya existen. De hecho, el capitalismo ha convertido al planeta entero en uno (globalización mediante).

      En fin, todo lo que podría decir está clara y magníficamente expuesto por Miquel Amorós, una de las mentes más lúcidas de este descuartizado país.

      Salud!

      Eliminar
  2. La tribu Quechua se expande, con sus zapatillas de marca, su equipo de montañismo que nunca utiliza, sus bastones para andar que ni saben , ni van a aprender para qué sirven. Hya gente que hace cientos de kms para ver cosas que en la base, las tiene a unos pocos kms de su casa.
    Y lo que más me jode son la continua exposición de fotos para demostrarle a todo el mundo lo simpatizante de la Naturaleza que es.
    Los hoteles y chaletes es la respuesta a esto.
    Hace bastante tiempo, he dormido solo en el monte muchas veces, creo que la soledad es la única forma de encontrarte con la Naturaleza, de sentirla y de llegar a amarla. Pero eso cada día es más difícil.
    Por no hablar de la agricultura suicida que nos imponen las multinacionales con el consentimiento y beneplácito de nuestros "lideres"...
    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como bien dice Amorós: "La democracia territorial es algo completamente diferente y tiene más que ver con la capacidad vecinal de organizarse autónomamente y de vivir en común sin mediaciones mercantiles ni dirigentes". La cuestión es, ¿cómo liberarse de esas multinacionales y voraces corporaciones que convierten en mercancía al territorio y sus habitantes? Luchando, claro está. Pero se lucha contra una máquina monstruosa, ciega y sorda, que además dispone de un potente aparato de propaganda. En cuanto las reivindicaciones se llevan legítimamente hasta las últimas consecuencias, dicho aparato comienza a difamar: "terroristas, anarquistas malos malísimos que siembran el caos y que se oponen al progreso e impiden la creación de empleo", y otras lindezas por el estilo que la masa acaba creyéndose, bien sea por ignorancia o por comodidad. El mundo está hecho unos zorros, o mejor dicho, unos sinvergüenzas de tomo y lomo.

      Saludos.

      Eliminar
  3. They are blind fools that don't see the road planned for us, it's privatise everything, no social services, no social spaces, everything to be bought, what you look at, where you walk will have a price. those who can't pay will live in deprivation in a wilderness. That is the planned future--- unless we the people decide otherwise, until then the corporate juggernaut rolls on devouring everything and turning it into a profit making entity.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Anónimo8/14/2018

      I agree. Please let me quote M. Parenti:

      http://www.michaelparenti.org/DisposablePlanet.html

      """ Wealth becomes addictive. Fortune whets the appetite for still more fortune. There is no end to the amount of money one might wish to accumulate, driven onward by the auri sacra fames, the cursed hunger for gold. So the money addicts grab more and more for themselves, more than can be spent in a thousand lifetimes of limitless indulgence, driven by what begins to resemble an obsessional pathology, a monomania that blots out every other human consideration.

      They are more wedded to their wealth than to the Earth upon which they live, more concerned about the fate of their fortunes than the fate of humanity, so possessed by their pursuit of profit as to not see the disaster looming ahead. There was a New Yorker cartoon showing a corporate executive standing at a lectern addressing a business meeting with these words: "And so, while the end-of-the-world scenario will be rife with unimaginable horrors, we believe that the pre-end period will be filled with unprecedented opportunities for profit. """

      Eliminar
  4. Totalmente de acuerdo con el articulo y con buena parte de los comentarios realizados.
    No estudian reanimar la economía local que ellos mismos se encargaron de aniquilar, La agricultura y ganadería local entre otros. Sino agrandar sus intereses y aspiraciones economicas en zonas que dejaron abandonadas. Para ello elaboran sus planes de negocio ""...diseñados sobre “mapas mudos” sin tener en cuenta la fragmentación del territorio y del paisaje y la pérdida de biodiversidad que eso provoca..."" fuente: https://www.republica.com/2018/03/09/wwf-urge-las-administraciones-salvar-los-corredores-ecologicos/

    Bien es cierto que la sociedad ha adquirido nuevos hábitos de vida y entre ellos de disfrute y ocio en relación a vida sana y de deporte y de relacionarlo en la naturaleza. Y posiblemente y posiblemente tenga una razón sociológica del tipo de vida que ha soportado hasta el momento. Y de esto los señores del negocio se aprovechan creando negocio y fomentando esas tendencias y atrayéndolas a su mercado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo viví en una aldea de montaña donde ejercía de enfermero (practicante, se decía entonces). En invierno con nieve y en verano con calor, recorría a pie las sendas para visitar a los pacientes que no podían desplazarse al pueblo, ¿qué más "deporte" se puede pedir? Seguramente, para hacer el mismo servicio, hoy se requiere un 4x4 con aire acondicionado. En fin, que no todos los cambios son a mejor. Andando se contacta con la gente y el entorno, pero hoy vivimos encapsulados en compartimentos estancos: uno para el deporte, otro para el ocio, otro para el trabajo... hasta para el amor hay un compartimento. Y en todos hay que pagar. Mercado, mercado, mercado...

      Eliminar