05 noviembre, 2018

La barbarie normalizada — Juan Gabalaui




KdG31/10/2018

Todas las crisis encierran posibilidades de cambios. Diferentes, contradictorios o antagonistas. La crisis financiera y económica de la primera década del siglo 21 abrió la puerta de un cambio. Surgieron movimientos de indignados en muchos países, a lo largo del mundo, que cuestionaban los gobiernos de las democracias liberales y los excesos del capitalismo y querían, más como un deseo, atisbar otro horizonte más humano y democrático. Algunos fueron capitalizados por las que se llamaron fuerzas del cambio, siendo Syriza en Grecia y Podemos en España los más revelantes por sus habilidades para el acceso al poder. En Estados Unidos el movimiento Occupy precedió la aparición de Bernie Sanders frente a Hillary Clinton y el inefable Donald Trump. Esos movimientos de cambio vieron como Sanders fracasaba, como Syriza capitulaba, y se convertía en agente activo de aquellos que denunciaba, y como Podemos se diluía en el marco del parlamentarismo. La incapacidad de estos partidos, supuestamente en el eje más a la izquierda, contrasta con la capacidad de las derechas en maniobrar y capitalizar los periodos económicos, políticos y sociales tormentosos. El fascista Salvini en Italia, Farage y su Brexit en el Reino Unido, el auge de la ultraderecha en Alemania, con el movimiento Pegida y Alternative für Deutschland, la España nacionalista y ultra, la Francia lepeniana y sus movimientos identitarios y las victorias de Trump, Mauricio Macri, Sebastián Piñera o Jair Bolsonaro en el continente americano.

Podría parecer que esto ha ocurrido de la noche a la mañana pero no. La victoria de Matteo Salvini no es ni siquiera una consecuencia directa de la crisis financiera de 2008. Los hermanos Kaczyński o Jörg Haider, entre otros, prepararon el terreno del ultranacionalismo y del discurso del odio. La presencia de políticos como Viktor Orbán se entiende desde la normalización del fascismo, el silencio y la ausencia de contranarrativas, por parte de la izquierda europea. La política tiene mucho que ver con la emoción hasta el punto de que la opinión política de muchas personas tiene una base emocional clara pero no resistiría un examen racional. Donald Trump no ha conseguido ser presidente de los Estados Unidos por su brillantez intelectual ni por la racionalidad de sus argumentos sino por su capacidad para dar nombre y respuesta a los miedos, reales o inventados, de los estadounidenses. La inmigración es uno de los fenómenos que han sabido utilizar para despertar miedos. Les han convencido de la perdida de la identidad nacional y han construido eficazmente el nosotros frente al ellos que ha despertado el ultranacionalismo en muchos países de Europa. Han dado forma a la incertidumbre que han generado los excesos del capitalismo, la precariedad laboral y la pérdida de derechos y han construido un los otros que debemos temer, rechazar y expulsar. Los partidos y movimientos de izquierdas han sido incapaces de crear narrativas que permitan dar otra forma a los miedos que generan las sociedades capitalistas contemporáneas. Han pretendido convencer con razones que la emoción no entiende. Este es el gran fracaso de las llamadas fuerzas progresistas.

Cuando se levantaron muros en barrios de algunas ciudades de Europa del Este que pretendían separar a la población gitana del resto de la población o cuando la Francia de Sarkozy y de Valls expulsaban a estos gitanos por indeseables, muchos europeos lo han justificado o se han callado. Este silencio y la aprobación de actos, que atentan contra los derechos fundamentales de las personas, allanan el terreno para la aparición del fascismo. Matteo Salvini maneja el poder porque muchos italianos han aceptado que las muertes de inmigrantes, intentando entrar en territorio europeo, están justificadas. Se ha conseguido normalizar la barbarie. Apenas movilizan las imágenes de refugiados hacinados en campos miserables o la detención de inmigrantes en los centros de internamiento de extranjeros porque ha triunfado la narrativa de la derecha y de la extrema derecha que nos dice que son nuestros enemigos. Se tolera que se les persiga y se les agreda. La izquierda es capaz de explicar este fenómeno pero no de dar respuesta a los miedos actuales de gran parte de la población europea y mientras esto se mantenga los salvini serán más que una desagradable anécdota. Y si hay algo que tenemos que temer es que las medidas, que aprueben los Trump y compañía, den unos resultados que convenzan a la gente que les ha apoyado.

Hace unos años presencié un atropello en una ciudad china. El herido yacía en el suelo mientras el conductor y algunos testigos discutían sobre quién había sido el responsable. La gente se arremolinaba alrededor escuchando la discusión y haciendo gestos de desaprobación o agrado en función de las argumentaciones. Mientras, el herido seguía en el suelo, inmóvil, sin recibir atención alguna. En un momento dado el conductor se dirigió al herido y le recriminó haber sido atropellado. Algunos observadores le jalearon. A lo lejos se oía el ulular de una ambulancia que apenas podía acercarse por la congestión del tráfico. Mientras, el herido seguía allí, solo visible para ser increpado. Este recuerdo es un paradigma del tipo de sociedad en la que vivimos. Estamos tan insensibilizados que solo nos preocupa tener razón. Las injusticias que vivimos son racionalizadas de tal manera que somos incapaces de entender las consecuencias que sufren miles de personas en situación de riesgo. Dejamos de mirar lo importante y nos enfrascamos en discursos agresivos que solo alimentan los egos. Hemos aprendido a tolerar el dolor, la iniquidad y la sinrazón. Si alguien pregunta qué es el fascismo, el fascismo es normalizar la barbarie. Escuchar que el error de una dictadura fue torturar y no matar, y aplaudir.


2 comentarios:

  1. Lo peor de la lepra es la insensibilidad, que produce llagas indoloras

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    1. Acertado comentario para estos tiempos de sutiles y generalizados anestésicos.

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