Armes chimiques : les gaz lacrymogènes utilisés par le régime Macron interdits par la convention de Vienne
La répression du mouvement social fait des dizaines de blessés graves. Par exemple, à la manifestation du 19 avril à Paris, un photographe de presse dûment identifié a reçu un tir tendu de grenade lacrymogène le blessant très grièvement aux mains. Au-delà des explosifs et des coups de matraques, le régime Macron fait un usage massif des gaz lacrymogènes contre les travailleurs pour terroriser ceux qui voudraient rejoindre les manifestations, les cortèges syndicaux. Une utilisation massive qui est dangereuse, d’armes chimiques dont l’usage en cas de guerre est interdit par les conventions internationales. Le régime Macron utilise massivement des gaz CS. des gaz de combat, armes chimiques développées par les USA et utilisées massivement durant la guerre au Vietnam. Il s’agit d’un des nombreux gaz au chlore (C10H5ClN2). L’armée française utilise pour la première fois les gaz CS lors de la guerre d’Algérie.
En 1993, la convention sur l’interdiction des armes chiques, est signée à Paris. les gaz CS y sont explicitement interdits ; Mais une exception y est bizarrement inscrite, le “maintien de l’ordre”. À haute concentration le gaz CS est toxique, à très forte concentration, il est mortel.Dans les années 1960, l’URSS avait proposé l’interdiction totale de ces gaz de combat. Interdiction rejetée par les pays occidentaux.
Cada vez que hay un
asesinato considerado “mediático”, de esos de “alarma social”,
huyo de la televisión, y de otros medios, mucho más de lo que ya
lo hago habitualmente. Hay medios reconvertidos en una versión
digital apresurada de El Caso que publican supuestas noticias a
porrillo
sobre asesinatos, incluso cuando no tienen nada nuevo. Pueden
comprobarlo, más
de ochenta.
El aquelarre de lo gore
para alimentar el morbo es ya tradición y libro de estilo, detalles
escabrosos innecesarios, especulaciones, rumores y en muchos casos
también la presunción de inocencia despachada de aquella manera.
Los informativos de la
tele se ceban con este tipo de asuntos, pero Antena 3 es un caso
especial. Creo que hacen el peor, más amarillista y cutre espacio de
noticias.
No hay día que no estén
atiborrados de sucesos. Haga la prueba, si tiene paciencia vea uno
completo cualquier día. De cada dos piezas, tres son sucesos
truculentos. Si no los encuentran en España recurren a los de
cualquier otro país.
Los programas
informativos deberían ser buque insignia de las televisiones, pero
no son más que una sucesión de piezas inconexas fruto de una mezcla
de supuestas curiosidades, alguna tontada de internet (porque es
viral y lo viral es lo más), propaganda política o sesgo camuflado
con torpeza, sucesos de tripa y unas cuantas chorradas
sensacionalistas, la lectura tras finalizar el chou será que medio
mundo está matando al otro medio.
No es de extrañar que el
consumo de televisión se sitúe en los niveles más bajos de los
últimos 20 años, según datos de la AIMC.
También puede echarle un
vistazo a los vídeos que se suben a Kaotic, Liveleak, The Ync o
similares y comprobará que allí están todos esos sucesos que
terminarán a las pocas horas en las escaletas de los informativos
Sobre el asesinato de
Laura Luelmo, hasta la magistrada que instruye el caso tuvo que dar
un toque de atención a los medios que ya se habían entregado a la
casquería sin concesiones.
La obra del sociólogo y
escritor Jorge Moruno (Madrid, 1982) constituye una fuerte crítica a
la manera en que el sistema capitalista ha gestionado las fuerzas del
trabajo, y en especial a los discursos y categorías filosóficas de
los que se ha servido para legitimar esta gestión.
Su último libro,
titulado 'No tengo tiempo. Geografías de la precariedad', es una
ácida descripción del panorama sociolaboral contemporáneo, y en
buena medida es también una denuncia del lenguaje eufemístico con
el que el neoliberalismo maquilla la demolición de los derechos de
los trabajadores que está favoreciendo de hecho.
A lo largo de la
entrevista, analizamos sus perspectivas sobre el mercado actual del
trabajo, las raíces ideológicas que alimentan su funcionamiento y
las posibles soluciones para esa enfermedad sociolaboral que es la
precariedad, cuyo efecto sobre la salud del ser humano como colectivo
es ya notable a nivel global. La entrevista la realizó David Romero.
RT: ¿Crees que
hoy aún puede decirse que el trabajo dignifica al hombre?
J.M.: Cuando
hablamos de "trabajo" debemos aclarar a qué nos referimos.
No hacemos alusión a la etimología que lo asocia a la fatiga del
campo, tampoco al sentido redentor cristiano, ni siquiera a la
capacidad humana de producir objetos para su consumo: nos referimos
al trabajo en su forma social específica que inaugura la modernidad
capitalista y abre un modo inédito de concebir la riqueza. Dentro de
esta relación social, el trabajo se presenta de diferentes maneras a
lo largo del tiempo, aunque siempre dentro de una misma dinámica
inmanente al capitalismo.
Así pues, hay que
entender al empleo como una de las formas que adopta el trabajo
moderno. El empleo conlleva un trabajo remunerado, pero también es
mucho más, y concierne a un periodo histórico del siglo XX, desde
después de la II Guerra Mundial hasta los años 80. El empleo fue,
en esa época, el verdadero eje vertebrador de las sociedades salidas
de la posguerra. Tener un empleo era sinónimo de acceso a la
condición de ciudadanía, de tener unos ingresos estables y
suficientes, unas garantías, unas certidumbres. Por lo tanto, el
empleo era considerado una fuente de seguridad en una sociedad no
exenta de conflictos. Es esa modalidad del trabajo como empleo la que
entró en una profunda crisis en los años 80, que ahora hemos visto
cómo se ha recrudecido con la crisis de 2008. A día de hoy, no se
puede decir que tener un trabajo te dé garantías ni una condición
mínima de ciudadanía. Esa relación entre una cosa y otra, que era
la base de los consensos sociales y del contrato social, se ha
quebrado.
RT: ¿Nos ha
llevado esa quiebra a un escenario en el que la única libertad
posible es la de tener dinero?
J.M.: También se
ha desplazado el sentido de lo que nos hace ser libres, de lo que
hace falta para ser considerado un ciudadano libre. El liberalismo
provoca un desplazamiento desde la idea de un estado interventor que
garantiza una serie de derechos y una serie de servicios públicos a
una situación en la que todos esos derechos tienen que "salir a
bolsa", de alguna manera, porque para el pensamiento neoliberal
son "riquezas vírgenes" que aún no se han mercantilizado.
Eso es lo que está, por
ejemplo, detrás de esa retórica tan típica de los EE.UU., en la
que cuando hablan de sanidad privada hablan de "la libertad para
elegir tu médico"… o se cuestionan "por qué no tengo la
libertad de no pagar impuestos y disponer de todo mi dinero"...
Eso acaba derivando en una sociedad que te dice: "Vas a poder
acceder a algo si te lo puedes pagar, y el que no se lo pueda pagar,
que se joda, porque es su problema, porque es su culpa, y porque hay
que recompensar a los que tienen más éxito y apartar a los que
fracasan, porque son pobres y culpables de su propia pobreza".
Ese es de alguna manera el mensaje inconsciente que opera detrás de
esta modalidad de libertad.
De ahí se pasa a la idea
de libertad como no-interferencia. Es decir, "yo puedo hacer lo
que quiera siempre que disponga de los medios que me permitan poder
hacerlo". Y ese medio se llama dinero. Y esa libertad se
sustenta siempre sobre la no-libertad de otros, porque para que tú
puedas hacer lo que quieras, tienes que comprar el tiempo de otros
que no pueden hacer lo que quieren porque trabajan para darte ese
servicio. En ese complejo sistema de relaciones y jerarquías en la
distribución de los tiempos, –donde el rentista se coloca en la
cúspide– uno puede estar en un momento dado sin libertad,
cumpliendo su horario de trabajo, y cuando sale puede comprar el
tiempo de otro. Por ejemplo, alguien puede estar ocho horas
trabajando, y al salir, al volver a casa, llamar a un repartidor
(comprar el tiempo de esa persona) para que le traiga comida a
domicilio.
La cadena global de
cuidados muestra esta jerarquía temporal de forma amplia: mujeres
que dejan a sus hijos y los ponen en manos de familiares mujeres,
para irse a la otra parte del mundo a cuidar a los hijos de otras
personas. En este funcionamiento la libertad siempre se percibe desde
el lugar del que gasta el dinero, pero normalmente, los que gastan el
dinero, son los mismos que tienen que conseguir dinero vendiendo su
propia libertad, generalmente a bajo precio. Esos precios baratos,
bajo el concepto de 'low cost', surgen precisamente de la precariedad
que el consumidor también sufre como trabajador, con bajos salarios,
malas condiciones de trabajo…
Esa competición por
bajar los precios, al que beneficia realmente es al que gana mucho
dinero. El resto es una cadena de precariedad donde aquel que tiene
pocos ingresos se ve abocado a consumir productos 'low cost'. Por
ejemplo, el que tiene poco dinero y quiere viajar, utiliza Ryanair,
que es un pozo de precariedad, pero al mismo tiempo ofrece la
posibilidad de viajar a los trabajadores precarios… Entonces, ¿Cómo
salir de este circuito de la precariedad que se ha instalado como
modelo social imperante?
RT: Aprovecho para
devolverle la pregunta: ¿Cómo se podría salir de esta situación?
J.M.: Uno de los
asuntos fundamentales está en decidir en base a qué se construye la
aspiración, el deseo. Cómo nos queremos ver a nosotros mismos, cómo
nos queremos proyectar. Eso determina cómo configurar las bases y
valores de un modo de convivencia. Si queremos pensar que todos
podemos ser especiales y únicos y que la libertad consiste en hacer
lo que uno quiere porque tiene dinero, configuramos un modelo de
libertad que en la práctica excluye a cada vez más capas de la
población. Las creencias no nacen necesariamente de los hechos, su
persistencia tampoco desaparece con ellos: una aspiración por la
"libertad" en la que se anima a "aprovechar las
oportunidades", dando a entender que el modelo debe premiar a
quien más gana y sancionar a quien menos gana, puede ser hegemónica
aun cuando son más los que pierden.
Las relaciones funcionan,
no porque oculten la verdadera realidad que de conocerse todo
cambiaría; lo hacen porque tejen la experiencia dentro de un
imaginario y de una forma de vida. Una ficción –recuerda el
filósofo francés Jacques Rancière– no es un mundo inventado: es
la manera en la que los seres humanos nos ubicamos y damos sentido a
la realidad, esto es, a la conexión entre sujetos, acciones,
acontecimientos, etcétera. En definitiva, la ficción es el modo en
el que damos sentido a lo vivido. En mi opinión hay que defender un
modelo de libertad incorporado en una ficción, en la que todas las
personas tengan el mismo derecho a ejercerla, en lugar de la salida
reaccionaria que excluye. Aristóteles ya entendía los regímenes
políticos en términos de acceso al tiempo y la renta. Por eso decía
que "la democracia es el tiempo libre de los pobres".
RT: Tu último
libro se llama, precisamente, 'No tengo tiempo. Geografías de la
precariedad'… ¿Es la falta de tiempo el criterio para señalar la
precariedad?
J.M.: Marx decía
que el tiempo es el espacio donde se desarrolla el hombre, y que
aquellos que solo tienen tiempo para comer, dormir y trabajar sin
tiempo libre tenían una vida peor que la de las bestias de carga.
Por eso solo democratizando el tiempo somos capaces de pensar la
democracia, porque tener tiempo es la condición fundamental y
necesaria para poder elegir realmente, y poder decidir. En el entorno
laboral se habla mucho de flexibilidad. Y la flexibilidad no es mala:
la cuestión es quién decide la flexibilidad.
Si una persona tiene una
fuerte dependencia a trabajar de lo que sea, de lo que salga, en un
mundo en el que si no tienes un empleo eres una mercancía obsoleta,
excluida del circuito del dinero, no tienes ninguna libertad de
elección. El mercado del trabajo es una dictadura. De hecho, en el
80% de las ofertas de empleo en España no informan del salario, y si
lo preguntas en una entrevista de trabajo te pueden mirar mal, y
quizá te descartan. Cuando solo se puede acceder a los medios de
vida si antes se accede al empleo, pero el empleo es una realidad
cada vez más frágil e insuficiente, se provoca un desgarro que
genera cada vez una mayor cantidad de gente superflua, excluida o en
el precipicio. Si antes se entendía que el empleo era una fuente de
seguridad y acceso a la ciudadanía, el empleo precario contemporáneo
llega a invertir su significado, y se convierte en una fuente de
inseguridad, de incertidumbre y de inestabilidad. Una sociedad con
más tiempo seguro, con más garantías, es una sociedad que crece y
avanza más.
RT: ¿Y el
emprendimiento, la iniciativa privada, el autoempleo… se perfilan
como buenas opciones en este contexto sociolaboral?
J.M.: Este remake
del siglo XIX incluye también una insistencia parecida en focalizar
la figura del éxito personal y la importancia del carácter
laborioso del trabajador. Ante una crisis estructural de la forma de
empleo, se anima a que la gente "aproveche sus oportunidades"
y se atreva a "ser libre" para tomar las riendas de sus
vida. Lo cierto es que ese traslado de la responsabilidad a la
soledad del individuo agrieta las condiciones de vida y se convierte
en su reverso: en España son los autónomos quienes más problemas
encuentran para adaptar su horario laboral a sus compromisos sociales
y familiares.
Según el organismo
europeo Eurofound, la media de trabajo a la semana de los
autoempleados es mayor que la de los empleados; más de la mitad
supera los 5 días de trabajo a la semana. También es más alta la
probabilidad entre los autoempleados, de trabajar los fines de semana
y en turno de noche así como de ejercer trabajos "atípicos".
En España, el conjunto de los autoempleados tienen un 25% de riesgo
de pobreza. Se constata así la relación entre aumento del
autoempleo y aumento de la pobreza laboral, cuando además, la mitad
de los autoempleados en la Unión Europea de los 28, indican que no
cuentan con seguridad financiera en caso de enfermedad.
Sin embargo, al igual que
ocurre con la flexibilidad, lo importante son las relaciones sociales
donde las cosas toman sentido: Lenin decía que el capitalismo
aplasta la iniciativa emprendedora del 99% de la sociedad. Lo podemos
ver de la siguiente manera: en realidad lo que tenemos es un tope, un
lastre, un modelo productivo que está por debajo de las
cualificaciones de la sociedad, y que impide a las personas
desarrollar su talento y su creatividad, precisamente porque consumen
su tiempo en trabajos de los que dependen para vivir. ¿Cuánto
talento nos estamos perdiendo en esa gente que se ve obligada a
aceptar condiciones miserables, en lugar de poder desarrollar
proyectos inteligentes y beneficiar así a la sociedad?
La sociedad avanza más,
y es más segura, cuanto más tiempo libera de la dependencia al
trabajo. Vivimos en una sociedad que cada vez libera más tiempo,
gracias a la productividad que permiten los avances tecnológicos,
pero paradójicamente cada vez obliga a más gente, con más
intensidad y con mayores niveles de dependencia, a tener que trabajar
por un salario para pagar por cosas por las que antes no tenía que
pagar. Porque esa misma falta de tiempo hace que más aspectos de
nuestra vida "salgan a la venta" y se externalicen
actividades para las que ya no hay tiempo.
Por ejemplo, como no se
tiene tiempo, se puede contratar a través de una 'app' personas que
nos saquen a pasear al perro, se puede alquilar la amistad de un
amigo, o contratar los servicios de una madre para que cuide de tu
hijo. En el capitalismo se buscan soluciones a una realidad infame
sin cuestionar nunca lo infame que es esa realidad. Por una simple
razón: si bien la necesidad humana no tiene que ser satisfecha a
través de una mercancía, sí es cierto que toda mercancía existe
si es capaz de satisfacer una necesidad. Lo importante no es
satisfacer, sino hacerlo a través de la mercancía.
La jerarquía capitalista
del tiempo demuestra que no es una cosa natural, sino una relación
social: aquellos aspectos fundamentales para el desarrollo de la vida
resultan ser los que menos se valoran en el capitalismo: los
cuidados, la limpieza y la alimentación. Son tres sectores muy
precarios, en los que trabajan muchos inmigrantes sin papeles,
jóvenes o mujeres, y es el tiempo menos valorado del mercado, a la
par que un asesor financiero puede estar ganando millones. El
capitalismo es una relación social que no busca el bien común, sino
acrecentar el capital y multiplicar el dinero, y reproducirse a sí
mismo y a sus relaciones infinitamente.
RT: ¿Qué
escenario nos espera en un mundo tecnologizado en el que cada vez va
a haber más habitantes y menos puestos de trabajo a desempeñar por
personas?
J.M.: Los informes
de los organismos oficiales, como el del CES (Consejo Económico y
Social) alertan de la posibilidad de altos porcentajes de paro junto
con la escasez de mano de obra. Esto se debería a una disparidad
entre las habilidades requeridas y las ofrecidas, en una tesitura
donde el 44% de la población europea no cuenta con las habilidades
digitales básicas requeridas.
Sin embargo, se suele
asumir un axioma según el cual "el futuro" es un 'telos',
un propósito ya determinado, sobre el cual nada puede hacer la
acción humana; se presenta como una verdad evidente que no se
discute. De esta forma, solo queda adaptarse al mercado, reciclarse y
prepararse para las ofertas de trabajos que hoy desconocemos, pero el
modelo es el que es.
Independientemente de si
existe o no una transición entre trabajos destruidos y nuevos
creados –cosa que, de suceder, nunca será lo mismo que ya fue–
el ejemplo histórico muestra que la clase trabajadora no observó
beneficios durante un siglo. Lo cierto es que las tecnologías se
incorporan para una finalidad concreta y lo hacen dentro de unos
límites ecológicos.
A día de hoy las
tecnologías no se han usado con la finalidad de mejorar la vida de
las personas –esto ha sido fruto del conflicto–, sino bajo un
único incentivo: reducir el trabajo pagado, intensificar el
existente y elaborar nuevos dispositivos de control sobre la fuerza
de trabajo. El teléfono móvil es una prueba de eso. Por otro lado,
en el capitalismo, la introducción de tecnología en el trabajo solo
aparece cuando es capaz de reducir costes, de hecho, los salarios
bajos y la falta de derechos dificultan su introducción. La pregunta
es qué se hace con el tiempo que liberan las máquinas, quién se
adueña de los datos y para qué finalidad.
RT: ¿Qué cambios
consideras que se deberían introducir a partir de este momento?
J.M.: Hay que
tener claro que no vale "recalentar en el microondas" los
imaginarios del pasado: hay que forjar un mundo de nuevo, un sentido
de pertenencia nuevo y un horizonte nuevo de emancipación, sin por
ello hacer tabla rasa con lo aprendido en el pasado. Es necesario
recuperar el peso de las grandes palabras y llenarlas de valores y
contenidos: seguridad, libertad, igualdad. Hay que establecer nuevos
criterios de ciudadanía y nuevos criterios emancipatorios, que
desvinculen los derechos del hecho de tener o no un trabajo.
Estoy hablando de
disociar los ingresos del trabajo, de garantizar un bien básico como
la vivienda… Robespierre decía que "el derecho a la
existencia es la primera ley social, que debe prevalecer sobre el
resto de leyes". Es necesario dotar de un suelo básico de
dignidad a toda la población por el mero hecho de haber nacido. Hace
falta garantizar ese derecho a la existencia que permita a la
población poder ampliar su margen de libertad para poder decidir en
igualdad, y tener la seguridad suficiente como para no tener que
aceptar condiciones miserables. Hay que elevar el nivel de vida para
forzar las transformaciones, pero las medidas, e incluso un gobierno,
poco pueden hacer en ausencia de un cambio en los criterios que rigen
los tipos de aspiración. En esa transformación, el ecologismo y el
feminismo son fundamentales para entender un nuevo concepto de
libertad que siente las bases de un 'New Green Deal'.
RT: ¿Está
hablando también, y en concreto, de la necesidad de instaurar una
renta básica, por ejemplo?
J.M.: La renta
básica, efectivamente, se tendría que incorporar a esta idea de
derecho de existencia. En sí misma puede tener muchos sentidos y
existe una batalla política por definir su sentido. Para mí, su
sentido sería garantizar el tiempo a quienes no tienen tiempo,
porque eso es garantizar la democracia. Así tendría una verdadera
función emancipadora. Elon Musk decía hace poco que para cambiar el
mundo hay que trabajar más de 40 horas, el decía que había que
trabajar entre 80 y cien horas. ¡Y en realidad es completamente al
revés! Solo se puede cambiar el mundo si tenemos más tiempo, si
trabajamos menos horas. Es todo lo contrario.
El trabajo es una
relación social de total dependencia sobre la base de la supuesta
libertad, porque el trabajador es libre, no es un esclavo, no está
24 horas sometido al patrón. "Eres libre de trabajar de lo que
quieras", te dicen, pero estás obligado a trabajar de algo para
poder sobrevivir, lo que implica poder convertirse en una mercancía
que no consigue venderse. Además es mentira, obviamente, eso de que
"puedes trabajar de lo que quieras".
Hay que darle la vuelta a
lo que decía el fundador de Glovo, Óscar Pierre, cuando afirmaba
que "en el futuro la gente tendrá múltiples vías de
ingresos"… pues sí: va a ser completamente necesario
garantizar el derecho a la vivienda a renta básica, a la movilidad…,
porque los salarios no son suficientes, y si no generan estabilidad,
hay que buscar otros mecanismos. Solo hay dos salidas: una es tener
muchos empleos para conseguir poco dinero, y otra es trabajar cada
vez menos para vivir cada vez mejor.
RT: Ese relato de
neoliberal sobre la libertad que menciona era uno de los aspectos de
la postmodernidad capitalista que usted criticó en su libro
anterior. ¿En qué fundamenta su crítica?
J.M.: Es una
suerte de perversión invertida de Mayo del 68, donde te dicen: ahora
eres libre de la fábrica, ahora tú mismo eres una marca, una marca
propia en un mercado en el que tienes que construirte a ti mismo y
realizarte personalmente. Y para eso tienes que ser un 'doer'
["hacedor", en inglés], tienes que estar constantemente en
un negocio porque tu vida es un negocio, y si nadie te conoce no
existes. Te dicen que "la vida es como escalar el Everest",
te dicen que "solo estás tú, y si no puedes cambiar el mundo,
mejor cámbiate a ti mismo"… En esta batalla, en esta especie
de 'Juegos del Hambre' en los que vivimos, se genera ese co-relato
donde de repente tú eres el dueño de tu propia vida y no hay nadie
más.
En ese mundo desaparecen
las mallas colectivas, las formas de sostenimiento colectivo, los
derechos y todo lo demás, porque solo estás tú ante el mundo.
Lejos de darte la oportunidad de "ser el artífice de tu propia
escultura", lo que están haciendo es convertir lo que antes era
una seguridad colectiva en un riesgo individual, en el que además,
si no tienes éxito, se te hace culpable de tu fracaso. Hay todo un
sistema cultural de libros, publicaciones y medios de comunicación
que inoculan constantemente esta ideología, este espíritu. La
pregunta entonces no es solo cómo, sino también por qué. Los
libros de autoayuda aparecen con fuerza en la crisis del 29, lo que
nos lleva a pensar que en tiempos de crisis existe una necesidad de
huir de aquello que produce tristeza. Que esto se traduzca en libros
de autoayuda, sectas evangelistas, en el espíritu del 'lobo de Wall
Street', o en la demanda de mejoras democráticas, no viene inscrito
en la naturaleza. Se trata de reivindicar, como hacía José Carlos
Mariátegui [pensador y escritor peruano], un optimismo no
conformista.
RT: ¿Cuál es en
tu opinión la carencia más grave y peligrosa de nuestra cultura, de
nuestra forma de vivir hoy en día?
J.M.: Pues la
disparidad que hay entre las posibilidades de garantizar la dignidad
al conjunto de la sociedad y la manera en la cual esto no se produce,
y los peligros reaccionarios que esto acarrea. Tenemos riqueza y
recursos suficientes para vivir todos mejor trabajando menos, pero
vivimos en una sociedad donde sin trabajo no eres nada, y al mismo
tiempo te obligan a trabajar cada vez más, cuanto más se complica
vivir del trabajo.
Tenemos que avanzar hacia
una sociedad que formule otros criterios de riqueza. Ya no nos valen
los medidores actuales. ¿Cómo puede ser que haya tanta riqueza y,
al mismo tiempo, tanta exclusión y tanta precariedad? Si no se
atiende a esta situación de una forma de vida ofreciendo otra mejor,
podemos caer en la reunión del odio que excluye, atravesado por el
resentimiento.
Desde hace un mes, los
trabajadores portuarios de Valparaíso protestan en demanda de sus
derechos. Se unen otros puertos.
Mientras el presidente de
Chile, Sebastián Piñera, festejaba el primer aniversario de su
elección como mandatario en el Palacio de Cerro Castillo, un lujoso
lugar de descanso presidencial con vista a las costas de Valparaíso
y Viña del Mar, a pocas cuadras, los trabajadores del famoso puerto
chileno eran duramente reprimidos por Carabineros.
Ellos también estaban de
aniversario: el domingo pasado, se cumplió un mes desde el inicio
del paro portuario que tiene en pausa las aguas comerciales de
Valparaíso y que comenzó en demanda de mejores condiciones
laborales.
El lunes, la policía
chilena allanó violentamente el edificio del sindicato portuario, en
el que se encuentran parte de los trabajadores en lucha, lanzando
bombas lacrimógenas e ingresando por la fuerza.
Asimismo, un automóvil
sin patente se presentó en el lugar y arrolló de manera intencional
a tres personas que participaban de las protestas afuera del
inmueble, antes de darse a la fuga. El hecho dejó en estado de
gravedad a una fotógrafa y a dos dirigentes comunitarios.
Al mismo tiempo, desde
los cerros y calles del puerto chileno, miles de personas se sumaron
a un cacerolazo general en apoyo a los trabajadores, quienes han
denunciado amenazas y persecuciones por parte de la empresa y de
anónimos para, de esa forma, deponer la medida de fuerza.
Debido a los incidentes
de la noche del lunes, la Unión Portuaria de Chile (UPC) informó
que trabajadores de otros puertos de nueve ciudades del país se
sumaron a la paralización, generándose una movilización a nivel
nacional.
Las movilizaciones son
encabezadas por los operarios eventuales, es decir, aquellos
trabajadores que solo son convocados a laborar cuando hay exceso de
trabajo en el puerto, lo que implica una serie de condiciones
críticas: no tener estabilidad laboral ni contrato, lo que se
traduce en ausencia de derechos, de beneficios y de protección
social.
El viernes 16 de
noviembre, 600 operarios eventuales de las terminales portuarias
Cerros de Valparaíso (TCVAL) y Pacífico Sur (TPS) entablaron
negociaciones con sus empleadores. Si bien los primeros lograron un
acuerdo con su empresa, con los trabajadores del TPS no fue así, por
lo que continúan movilizados.
Las exigencias de los
portuarios se basan en tres puntos: constituir una mesa de diálogo
para discutir sus condiciones laborales; el pago de un bono y el
compromiso de no perseguir ni llevar a cabo represalias por parte de
la empresa a los trabajadores que participan de las movilizaciones.
Al no existir respuesta
por parte de las empresas, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp,
perteneciente a la coalición izquierdista Frente Amplio (FA),
dispuso la Municipalidad como punto neutro de diálogo entre ambas
partes. Sin embargo, sólo hubo voluntad de los trabajadores para
acudir a la mesa.
El gobierno también
intentó mediar y, luego de dos semanas de iniciadas las
movilizaciones, y tras una reunión con la ministra de Trabajo,
Alejandra Krauss, los trabajadores de la concesionaria TCVAL
aceptaron la propuesta de la compañía. Pero, en TPS, aún persiste
el conflicto entre la compañía y los funcionarios.
Esto ha acarreado el
recrudecimiento de las protestas ante la nula respuesta de las
autoridades. El dirigente sindical Pablo Klimpel aseguró que
recurrirán a instancias superiores si no se llega a un acuerdo con
TPS.
Valparaíso es conocida
mundialmente como una de las ciudades turísticas más atractivas.
Además de su potencial económico como el segundo puerto principal
del país por el que entran y salen productos, el turismo es su
principal ingreso.
Por el paro, se han
desviado buques de carga y dos cruceros internacionales. Asimismo, el
Año Nuevo en Valparaíso es un evento de fama mundial, en el que se
reciben visitas de todos los países para participar del espectáculo
de fuegos artificiales más grande de América Latina, que llena de
luces las costas de todas sus playas.
Sin embargo, los
portuarios fueron claros: si no hay Navidad para ellos, no habrá Año
Nuevo para Valparaíso. “Hay 420 trabajadores portuarios que no
saben cómo van a pasar la Navidad”, aseguraron desde el sindicato.
“Estamos radicalizados”, afirmaron.
Adhiriendo al movimiento,
el alcalde Jorge Sharp hizo un llamado al mandatario chileno: “Quiero
solicitar al presidente Piñera que intervenga directamente en este
conflicto, el gobierno de Chile tiene las facultades a partir del
contrato de concesión que hoy sostiene con la empresa TPS para poder
obligar a ese concesionario a llegar a acuerdo, a sentarse a la mesa
y poder resolver este problema ahora. Valparaíso no puede seguir
esperando”.
Por su parte, la empresa
TPS ha señalado que reintegrará a los trabajadores que adhieren al
paro, pero quienes no hayan estado vinculados a las protestas,
dándoles como incentivo un préstamo de 350 mil pesos chilenos (500
dólares) y un bono de 200 mil pesos (290 dólares). La propuesta
significó un acto de humillación para los trabajadores.
El paro ha ganado apoyo
popular de organizaciones políticas, movimientos sociales y también
de otros sindicatos. “La Unión Portuaria de Chile informa la
paralización inmediata en apoyo a los compañeros de Valparaíso,
fuertemente reprimidos por Carabineros. Puertos paralizados hasta
ahora: Iquique, Antofagasta, Caldera, Huasco, Chañaral, San Vicente,
Talcahuano, Puerto Montt y Punta Arenas”, reportaron en su cuenta
de Twitter.
Ante el escenario actual
y lo que puede venir, el alcalde Sharp hizo un nuevo emplazamiento al
gobierno, pidiéndole que su estrategia de negociación debe ser con
la empresa y no con los trabajadores. Asimismo, llamó a las
autoridades y a Carabineros de Chile a que “no contribuyan con su
actuar a generar una escalada de violencia”. “El diálogo en el
puerto es el único camino”, expresó Sharp.
No hay terrorismo más
dañino ni más urgente de enfrentar y atajar que el cotidianamente perpetrado
contra las mujeres. No puede existir sociedad mínimamente
democrática en un país en el que la mitad de su población está
privada de la libertad de vivir en igualdad, de transitar por él sin
miedo a ser agredida, violentada y asesinada.
"Más
de 32.000 millones destinados al gasto militar y al control social,
el 2,75% del PIB en España". Todo ello para enfrentarse a un
supuesto, más bien imaginario, enemigo. Mientras tanto, 93
mujereshan sido asesinadas en 2018 en España y otras muchas maltratadas, vejadas y
violadas por un enemigo vergonzosamente real, sin que el muy
católico, patriarcal y militarista Estado español, tan preocupado
por el suculento negocio de su propia defensa (32.000 millones de €),
sea capaz de enfrentarse, de una vez por todas y con todos los medios
a su alcance (32.000 millones de €), a ese secular terrorismo
interno, a esa lacra inmunda, real y dolorosamente cotidiana que es
el autoritario, criminal y patriarcal machismo imperante. ¡Basta ya!