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Clearing House – 30/11/2018
Traducción: Arrezafe
Teóricamente, las cumbres del G20 tratan de cómo las mayores economías nacionales del mundo pueden cooperar para impulsar el crecimiento mundial. Sin embargo, la reunión de este año muestra, más que nunca, que la rivalidad entre Estados Unidos y China es el centro de atención.
Más aún, esa rivalidad
es la expresión de un imperio liquidado –el estadounidense–
tratando desesperadamente de reclamar su antiguo poder. Hay mucha
estridencia, furia y pretensión por parte del hegemónico saliente,
los Estados Unidos, pero la realidad ineludible nos muestra un
imperio cuyos días de halcones han pasado a la historia.
Antes de la cumbre que
tuvo lugar este fin de semana en Argentina, el gobierno de Trump ha
estado lanzando furiosos ultimátums a China para que "cambie su
comportamiento". Washington amenaza con una creciente guerra
comercial si Pekín no se ajusta a sus demandas sobre las políticas
económicas.
El presidente Trump ha
elevado hasta un punto de ebullición las quejas de Estados Unidos
sobre China, criticando a Pekín por el comercio injusto, la
manipulación de la moneda y el robo de los derechos de propiedad
intelectual. China rechaza estas descalificaciones de sus prácticas
económicas por parte de US.
Sin embargo, si Pekín no
cumple con los dictados de Estados Unidos, el gobierno de Trump
amenaza con imponer aranceles a las exportaciones chinas.
La gravedad de la
situación fue resaltada esta semana por los comentarios
del embajador de China en los Estados Unidos, Cui Tiankai, quien
advirtió que las "lecciones de la historia" muestran que
las guerras comerciales pueden llevar a catastróficas guerras
militares. Instó a la administración Trump a ser razonable y buscar
una solución negociada de las controversias.
El problema es que
Washington está exigiendo lo imposible. Es como si EE.UU.
pretendiera que China retrasara el reloj a una imaginaria era de un
robusto capitalismo estadounidense. Pero, evidentemente, eso es algo
que China no puede hacer. La economía global se ha alejado
estructuralmente del dominio estadounidense. Las ruedas de producción
y crecimiento se encuentran en el dominio chino eurasiático.
Durante décadas, China
funcionó como un mercado gigante para la producción barata de
bienes de consumo básicos. Ahora, bajo el presidente Xi Jinping, la
nación avanza hacia una nueva fase de desarrollo que involucra
tecnologías sofisticadas, fabricación de alta calidad e inversión.
Es una evolución
económica que el mundo ya había experimentado en Europa,
posteriormente en los Estados Unidos y, ahora, en Eurasia. En las
décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hasta los años
setenta, el capitalismo estadounidense fue el líder mundial
indiscutible. Combinado con su poder militar, el orden global de la
posguerra fue definido y configurado por Washington. En el orden
global liderado por Estados Unidos, la engañosamente llamada “Pax
Americana”, no había nada de pacífico. Más bien era un orden de
estabilidad relativa conseguida por actos masivos de violencia y
regímenes represivos bajo la tutela de Washington.
En la mitología
americana, Estados Unidos no es un imperio. Se suponía que Estados
Unidos era diferente de los antiguos poderes coloniales europeos,
liderando al resto del mundo a través de sus virtudes
"excepcionales" de libertad, democracia y estado de
derecho. En realidad, el dominio global de los Estados Unidos se basó
en el empleo de un poder imperial despiadado.
Lo curioso del
capitalismo es que siempre excede su base nacional. Los mercados
terminan volviéndose pequeños y el afán de ganancias insaciable.
El capital estadounidense pronto encontró oportunidades más
lucrativas en el mercado emergente de China. A partir de la década
de 1980, las corporaciones estadounidenses salieron de América y se
instalaron en China, explotaron su mano de obra barata y exportaron
sus productos de vuelta a los consumidores estadounidenses cada vez
más subempleados. El consenso para tal situación se alcanzó, en
buena parte, debido a la aparentemente infinita deuda de los
consumidores.
Ese no es el panorama
completo, por supuesto. China ha innovado y se ha desarrollado
independientemente del capital estadounidense. Es discutible si China
es un ejemplo de capitalismo estatal o de socialismo. Las autoridades
chinas reclamarían suscribirse a este último. En cualquier caso, el
desarrollo económico de China ha transformado todo el hemisferio
euroasiático. Guste o no, Pekín es la locomotora de la economía
global. Un indicador es cómo las naciones de Asia-Pacífico están
orientando hacia China su futuro crecimiento.
A Washington le gusta
resoplar e insinuar que el supuesto expansionismo chino "amenaza"
a los aliados de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Pero la realidad
es que Washington está viviendo en el pasado de su antigua gloria.
Los bloques comerciales como la Cooperación Económica de Asia y el
Pacífico (APEC) se dan cuenta de que su pan está untado con
mantequilla por China, ya no por América. La retórica de Washington
de "enfrentarse a China" es solo eso: retórica vacía. No
significa mucho para los países liderados por sus propios intereses
de desarrollo económico y los beneficios de la inversión china.
Un ejemplo es Taiwan. A
diferencia de lo que doctrinariamente dice Washington sobre el
"Taiwán libre", cada vez más países asiáticos están
descartando sus vínculos bilaterales con Taiwán respaldando la
posición de China, que considera a la isla como una provincia
renegada. La posición de Estados Unidos es retórica, mientras que
las relaciones de otros países se basan en exigencias económicas
materiales. Respetar la sensibilidad de Pekín es para ellos una
opción prudente.
Un reciente informe
del New York Times ilustró crudamente los perfiles cambiantes del
orden económico mundial. Confirmó lo que muchos otros han
observado, que China está en camino de superar a Estados Unidos como
la principal economía mundial. Durante la década de 1980, alrededor
del 75 por ciento de la población china vivía en una "pobreza
extrema", según el NY Times. Hoy, menos del 1 por ciento de la
población está situada en esa categoría extrema. Para los EE.UU.,
La trayectoria ha sido a la inversa, con un número creciente de
personas sujetas a privación.
Los planes económicos
estratégicos de China –la iniciativa “Un
Cinturón, una Ruta”– de integrar el desarrollo regional bajo
su liderazgo y finanzas, ya han creado un orden mundial análogo a lo
que logró el capital estadounidense en las décadas de la posguerra.
Expertos y políticos
estadounidenses, como el vicepresidente Mike Pence, pueden
desacreditar las políticas económicas de China como creadoras de
"trampas de endeudamiento" para otros países. Pero la
realidad es que esos países están inclinándose hacia el liderazgo
dinámico de China.
Podría decirse que la
visión de Beijing para el desarrollo económico es más ilustrada y
sostenible que la proporcionada anteriormente por estadounidenses y
europeos. El leitmotiv para China, junto con Rusia, es en gran medida
el de un desarrollo multipolar y una asociación mutua. La economía
global no se está simplemente desplazando de una hegemonía –la
de los Estados Unidos– a otra encargada de ejercerla, China.
Una cosa parece
ineludible. Los días del imperio norteamericano han terminado. Su
vigor capitalista se disipó hace décadas. La agitación y el rencor
en las relaciones entre Washington y Pekín se debe a que la clase
dominante estadounidense intenta recrear fantasiosamente su pasada
vitalidad. Washington quiere que China sacrifique su propio
desarrollo para, de alguna manera, rejuvenecer a la sociedad
estadounidense. No va a suceder.
Eso no quiere decir que
la sociedad estadounidense no pueda ser rejuvenecida. Podría, como
podría también la europea. Pero eso implicaría una
reestructuración del sistema económico que tiene como condición
previa la regeneración democrática. Los "buenos viejos
tiempos" del capitalismo se han ido. El imperio americano, al
igual que los imperios europeos, está obsoleto.
Ese es el principal y
silenciado tema de la agenda en la cumbre del G20. Adiós al imperio
estadounidense.
Lo que Estados Unidos
necesita hacer es regenerarse a través de un orden socioeconómico
reinventado, impulsado por el desarrollo democrático y no por el
beneficio privado capitalista de una élite.
Si no es así, la fútil
alternativa es que los líderes políticos estadounidenses, que están
fracasando en sus propósitos, intenten coaccionar a China, y a
otras naciones, a que paguen por su futuro. Ese camino lleva a la
guerra.
***
Este artículo fue
publicado originalmente por "Strategic
Culture Foundation"
Artículo relacionado: El Pentágono desclasifica un informe donde confiesa que perdió la hegemonía global.
Parece que China tiene un mejor sentido de la contención. Hace falta que lidere la dudosa transición hacia un mundo con menos recursos un país más sensato que esa locura que es el imperio americano.
ResponderEliminarSiempre y cuando la política imperial, que de alguna manera opera a nivel interno en China, no se traslade a su política exterior. Cosa que dudo.
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