02 diciembre, 2018

Cumbre del G20, tema principal de la agenda: Adiós al Imperio Norteamericano — Finian Cunningham





Traducción: Arrezafe

Teóricamente, las cumbres del G20 tratan de cómo las mayores economías nacionales del mundo pueden cooperar para impulsar el crecimiento mundial. Sin embargo, la reunión de este año muestra, más que nunca, que la rivalidad entre Estados Unidos y China es el centro de atención.

Más aún, esa rivalidad es la expresión de un imperio liquidado –el estadounidense– tratando desesperadamente de reclamar su antiguo poder. Hay mucha estridencia, furia y pretensión por parte del hegemónico saliente, los Estados Unidos, pero la realidad ineludible nos muestra un imperio cuyos días de halcones han pasado a la historia.

Antes de la cumbre que tuvo lugar este fin de semana en Argentina, el gobierno de Trump ha estado lanzando furiosos ultimátums a China para que "cambie su comportamiento". Washington amenaza con una creciente guerra comercial si Pekín no se ajusta a sus demandas sobre las políticas económicas.

El presidente Trump ha elevado hasta un punto de ebullición las quejas de Estados Unidos sobre China, criticando a Pekín por el comercio injusto, la manipulación de la moneda y el robo de los derechos de propiedad intelectual. China rechaza estas descalificaciones de sus prácticas económicas por parte de US.

Sin embargo, si Pekín no cumple con los dictados de Estados Unidos, el gobierno de Trump amenaza con imponer aranceles a las exportaciones chinas.

La gravedad de la situación fue resaltada esta semana por los comentarios del embajador de China en los Estados Unidos, Cui Tiankai, quien advirtió que las "lecciones de la historia" muestran que las guerras comerciales pueden llevar a catastróficas guerras militares. Instó a la administración Trump a ser razonable y buscar una solución negociada de las controversias.

El problema es que Washington está exigiendo lo imposible. Es como si EE.UU. pretendiera que China retrasara el reloj a una imaginaria era de un robusto capitalismo estadounidense. Pero, evidentemente, eso es algo que China no puede hacer. La economía global se ha alejado estructuralmente del dominio estadounidense. Las ruedas de producción y crecimiento se encuentran en el dominio chino eurasiático.

Durante décadas, China funcionó como un mercado gigante para la producción barata de bienes de consumo básicos. Ahora, bajo el presidente Xi Jinping, la nación avanza hacia una nueva fase de desarrollo que involucra tecnologías sofisticadas, fabricación de alta calidad e inversión.

Es una evolución económica que el mundo ya había experimentado en Europa, posteriormente en los Estados Unidos y, ahora, en Eurasia. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hasta los años setenta, el capitalismo estadounidense fue el líder mundial indiscutible. Combinado con su poder militar, el orden global de la posguerra fue definido y configurado por Washington. En el orden global liderado por Estados Unidos, la engañosamente llamada “Pax Americana”, no había nada de pacífico. Más bien era un orden de estabilidad relativa conseguida por actos masivos de violencia y regímenes represivos bajo la tutela de Washington.

En la mitología americana, Estados Unidos no es un imperio. Se suponía que Estados Unidos era diferente de los antiguos poderes coloniales europeos, liderando al resto del mundo a través de sus virtudes "excepcionales" de libertad, democracia y estado de derecho. En realidad, el dominio global de los Estados Unidos se basó en el empleo de un poder imperial despiadado.

Lo curioso del capitalismo es que siempre excede su base nacional. Los mercados terminan volviéndose pequeños y el afán de ganancias insaciable. El capital estadounidense pronto encontró oportunidades más lucrativas en el mercado emergente de China. A partir de la década de 1980, las corporaciones estadounidenses salieron de América y se instalaron en China, explotaron su mano de obra barata y exportaron sus productos de vuelta a los consumidores estadounidenses cada vez más subempleados. El consenso para tal situación se alcanzó, en buena parte, debido a la aparentemente infinita deuda de los consumidores.

Ese no es el panorama completo, por supuesto. China ha innovado y se ha desarrollado independientemente del capital estadounidense. Es discutible si China es un ejemplo de capitalismo estatal o de socialismo. Las autoridades chinas reclamarían suscribirse a este último. En cualquier caso, el desarrollo económico de China ha transformado todo el hemisferio euroasiático. Guste o no, Pekín es la locomotora de la economía global. Un indicador es cómo las naciones de Asia-Pacífico están orientando hacia China su futuro crecimiento.

A Washington le gusta resoplar e insinuar que el supuesto expansionismo chino "amenaza" a los aliados de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Pero la realidad es que Washington está viviendo en el pasado de su antigua gloria. Los bloques comerciales como la Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC) se dan cuenta de que su pan está untado con mantequilla por China, ya no por América. La retórica de Washington de "enfrentarse a China" es solo eso: retórica vacía. No significa mucho para los países liderados por sus propios intereses de desarrollo económico y los beneficios de la inversión china.

Un ejemplo es Taiwan. A diferencia de lo que doctrinariamente dice Washington sobre el "Taiwán libre", cada vez más países asiáticos están descartando sus vínculos bilaterales con Taiwán respaldando la posición de China, que considera a la isla como una provincia renegada. La posición de Estados Unidos es retórica, mientras que las relaciones de otros países se basan en exigencias económicas materiales. Respetar la sensibilidad de Pekín es para ellos una opción prudente.

Un reciente informe del New York Times ilustró crudamente los perfiles cambiantes del orden económico mundial. Confirmó lo que muchos otros han observado, que China está en camino de superar a Estados Unidos como la principal economía mundial. Durante la década de 1980, alrededor del 75 por ciento de la población china vivía en una "pobreza extrema", según el NY Times. Hoy, menos del 1 por ciento de la población está situada en esa categoría extrema. Para los EE.UU., La trayectoria ha sido a la inversa, con un número creciente de personas sujetas a privación.

Los planes económicos estratégicos de China –la iniciativa “Un Cinturón, una Ruta”– de integrar el desarrollo regional bajo su liderazgo y finanzas, ya han creado un orden mundial análogo a lo que logró el capital estadounidense en las décadas de la posguerra.


Expertos y políticos estadounidenses, como el vicepresidente Mike Pence, pueden desacreditar las políticas económicas de China como creadoras de "trampas de endeudamiento" para otros países. Pero la realidad es que esos países están inclinándose hacia el liderazgo dinámico de China.

Podría decirse que la visión de Beijing para el desarrollo económico es más ilustrada y sostenible que la proporcionada anteriormente por estadounidenses y europeos. El leitmotiv para China, junto con Rusia, es en gran medida el de un desarrollo multipolar y una asociación mutua. La economía global no se está simplemente desplazando de una hegemonía –la de los Estados Unidos– a otra encargada de ejercerla, China.

Una cosa parece ineludible. Los días del imperio norteamericano han terminado. Su vigor capitalista se disipó hace décadas. La agitación y el rencor en las relaciones entre Washington y Pekín se debe a que la clase dominante estadounidense intenta recrear fantasiosamente su pasada vitalidad. Washington quiere que China sacrifique su propio desarrollo para, de alguna manera, rejuvenecer a la sociedad estadounidense. No va a suceder.

Eso no quiere decir que la sociedad estadounidense no pueda ser rejuvenecida. Podría, como podría también la europea. Pero eso implicaría una reestructuración del sistema económico que tiene como condición previa la regeneración democrática. Los "buenos viejos tiempos" del capitalismo se han ido. El imperio americano, al igual que los imperios europeos, está obsoleto.

Ese es el principal y silenciado tema de la agenda en la cumbre del G20. Adiós al imperio estadounidense.

Lo que Estados Unidos necesita hacer es regenerarse a través de un orden socioeconómico reinventado, impulsado por el desarrollo democrático y no por el beneficio privado capitalista de una élite.

Si no es así, la fútil alternativa es que los líderes políticos estadounidenses, que están fracasando en sus propósitos, intenten coaccionar a China, y a otras naciones, a que paguen por su futuro. Ese camino lleva a la guerra.

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2 comentarios:

  1. Parece que China tiene un mejor sentido de la contención. Hace falta que lidere la dudosa transición hacia un mundo con menos recursos un país más sensato que esa locura que es el imperio americano.

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    1. Siempre y cuando la política imperial, que de alguna manera opera a nivel interno en China, no se traslade a su política exterior. Cosa que dudo.

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