31 marzo, 2019

“El mundo no puede permitir que el drama de la guerra de la OTAN contra Yugoslavia sea olvidado por el silencio de quienes fueron actores y cómplices importantes de aquel brutal genocidio”




Veinte años de la agresión de la OTAN a Yugoslavia

Artículo completo en  EL SALTO24/03/2019

La campaña de bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia comenzó un 24 de marzo, hace 20 años. Se extendieron durante 78 días y causó al menos 1.200 muertos. Se arrojaron 9.160 toneladas de bombas. Entre 10 y 45 de aquellas toneladas contenían uranio empobrecido. Pero el mayor daño fue a largo plazo: cambió para siempre las reglas de juego de un nuevo mundo donde EE UU ya no tenía contrapeso.

Un grupo de aviones enemigos se acerca a Belgrado. Pedimos a todos los ciudadanos que apaguen las luces. Después de haber apagado las luces, les rogamos que desconecten la electricidad. Atención, un grupo de aviones enemigos en dirección Belgrado. Ciudadanos, permaneced en los refugios y esperad a las recomendaciones del centro de información. Fin del comunicado”. El mensaje, escribe Jutta Ditfurth, “no es de 1941, cuando Alemania atacó a Yugoslavia y la destruyó, sino de 1999: 54 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania participaba por primera vez en una guerra”.

La campaña de bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia comenzó tal día como hoy hace 20 años. Belgrado, Priština, Novi Sad y Podgorica fueron los primeros objetivos. La operación —en la que además de militares se bombardearon objetivos civiles, como los estudios de la Radio Televisión Serbia, en los que murieron 16 personas— se extendió durante 78 días y causó al menos 1.200 muertos. Se arrojaron 9.160 toneladas de bombas. Entre 10 y 45 de aquellas toneladas contenían uranio empobrecido, cuyos efectos sobre el medio ambiente y la salud de quienes se vieron expuestos son difíciles de evaluar.

El origen declarado de aquella operación sin precedentes era evitar una limpieza étnica en la provincia de Kosovo y Metohija, para la que las autoridades militares yugoslavas supuestamente habían diseñado en un plan llamado ‘herradura’, tras un incidente poco claro que acabó pasando a la historia como ‘la masacre de Račak’.

La existencia de este plan, sin embargo, ha sido repetidamente cuestionada —también la autoría de la propia ‘masacre de Račak’—, como tantos otros argumentos presentados por los Estados de la OTAN para justificar su intervención y recogidos en un documental de la televisión alemana WDR del año 2000 titulado, significativamente Comenzó con una mentira (Es begann mit einer Lüge).

De acuerdo con el relato de la Alianza Atlántica, la negativa del Gobierno yugoslavo a firmar los acuerdos de Rambouillet no dejó otra opción que la intervención, ya que Slobodan Milošević “no entendía otro lenguaje que el de la fuerza”. Hoy sabemos que aquellos acuerdos probablemente estuvieron redactados para ser rechazados por las autoridades yugoslavas, ya que exigían, por ejemplo, la presencia de un contingente de 30.000 soldados de la OTAN en su territorio a los que Belgrado debía garantizar el permiso de tránsito y plena inmunidad. “Fue una provocación, una excusa para comenzar el bombardeo […] fue un documento que nunca tendría que haberse presentado en aquella forma”, declaró años después Henry Kissinger en The Daily Telegraph.

Además de la historia reciente de Yugoslavia, caracterizada por una política internacional autónoma —fue fundadora del Movimiento de países no-alineados— y un modelo económico alternativo al capitalismo existente, “con la guerra, la OTAN siguió también el plan de marginar a Rusia de la competición mundial y enviar a China una señal de advertencia”, explica Ditfurth en Krieg, Atom, Armut. Was sie reden, was sie tun (Rotbuch, 2011), su libro sobre Los Verdes. “Se trataba entonces, y sigue tratándose hoy”, continuaba, “de las diferentes rutas hacia Asia Central, de las rutas hacia las materias primas, también a través de los Balcanes”.

El objetivo, precisaba la autora, “son los ingentes recursos naturales en forma de oro, uranio y hasta 30.000 toneladas de petróleo que se encuentran entre Turquía, el centinela de la OTAN en Oriente Próximo, y China y los territorios en torno al mar Caspio”. “También la guerra contra Yugoslavia puede interpretarse como una medida para complementar la nueva tenaza de la OTAN que se extiende desde los estados bálticos en el norte por Polonia, la República checa y Hungría hasta Grecia y Turquía”, escribía Elmar Altvater. De este modo, seguía, “se rodea a Rusia, creando al mismo tiempo un puente desde Europa occidental a Oriente Próximo y Medio”.

Altvater recordaba que en la antigua Yugoslavia “se instalaron importantes bases militares estadounidenses decisivas para la estrategia mundial de dominio imperialista de las regiones petrolíferas de Asia Central hasta África, pasando por Oriente Medio y Próximo”. Una de esas bases es, como es notorio, Camp Bondsteel en Kosovo, capaz de alojar a 7.000 soldados estadounidenses. Más recientemente, Croacia fue utilizada por la CIA como base para crear un puente aéreo para el transporte de armas procedentes de Arabia Saudí, Jordania y Qatar a los islamistas que luchaban contra el gobierno sirio.

Aquel bombardeo no tuvo solamente importantes consecuencias para la región, sino que los efectos políticos de su onda expansiva se dejan notar hasta el día de hoy. No es ninguna exageración afirmar que, cuando el 23 de marzo el entonces secretario general de la OTAN, el español Javier Solana, dio instrucciones al general estadounidense Wesley Clark para iniciar la operación contra Yugoslavia, el mundo cambió por completo.

EL FIN DEL VIEJO ORDEN MUNDIAL

En efecto, aquel día de marzo EE UU y sus aliados dinamitaron los cimientos de la arquitectura mundial de posguerra. La OTAN llevó a cabo el bombardeo sin contar con una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, por lo que puede considerarse, en arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, como una agresión contra un Estado soberano. En este sentido, cabe recordar que la sentencia del Tribunal de Nuremberg contra la cúpula del nazismo del 30 de septiembre de 1946, que sirvió de base para el derecho internacional posterior, afirma que “iniciar una guerra de agresión, en consecuencia, no sólo es un crimen internacional, sino que es el crimen internacional supremo, que se diferencia de los otros crímenes de guerra en que contiene, en sí mismo, el mal acumulado de todos ellos”.

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24 marzo, 2019

Marcadores químicos: un paso más hacia el control totalitario de la población.





PRES.O.S. - 24/03/2019

El lanzamiento de marcadores químicos contra los ‘chalecos amarillos’ en las manifestacionesJuan Manuel Olarieta

Los “chalecos amarillos” y los transeúntes se han convertido en conejillos de Indias de uno de los primeros experimentos con marcadores químicos para seres humanos cuyo efecto sobre el organismo es muy poco conocido.

Para el gobierno francés se trata de “productos químicos codificados” e inofensivos que impregnan la piel, el cabello y la ropa de las personas a las que se dirigen durante un período que va de varias semanas a décadas.

Esta técnica represiva se ha utilizado muy pocas veces contra seres humanos. Su empleo ha sido reconocido en la 18 semana de protestas de los “chalecos amarillos”. Los marcadores químicos se difunden tanto en los cañones de agua como en los gases lacrimógenos.

Además de ellos, también se han detectado sustancias sicotrópicas en los gases CS, lo que convierte a la represión de los “chalecos amarillos” en un experimento a gran escala de nuevas técnicas de represión política.

Estas técnicas se han desarrollado en Gran Bretaña y son ampliamente utilizadas en Israel, donde los presos palestinos afirman haber contraído varios tipos de cáncer como resultado del marcado de su ADN o el uso de otras técnicas de control social que implican nanopartículas que pueden haber dañado el material genético de las células de su cuerpo.

El gobierno francés ha admitido usar marcadores químicos contra los manifestantes como un experimento durante las manifestaciones del 1 de mayo de 2018, sin advertir a la población de que eran objeto de un experimento.

Los defensores de tales técnicas aseguran que los productos de marcado de ADN o ARN no suponen ningún peligro para la salud.

Sin embargo, en 2014 la policía de Ucrania experimentó con bombas de gas que contenían LSD suministradas por una empresa israelí contra manifestantes en Kiev y el resultado fue catastrófico: algunos comenzaron a sufrir convulsiones violentas antes de lanzarse contra los vehículos de la policía, lo que requirió el uso de munición real para detenerlos.

En Brasil la policía experimentó en 2016 con productos químicos contra manifestantes, pero salió mal y la policía finalmente tuvo que reducir la protesta mediante el uso de armas de guerra. La sustancia química utilizada se asemejaba a una droga neurotóxica.

En Israel algunos gases utilizados contra los palestinos contienen alucinógenos y LSD, además de alteradores endocrinos para hacer que los manifestantes sean más violentos y justificar así el uso de francotiradores y fuego a muy alta velocidad (balas de aleación especial con una velocidad inicial de 1.200 metros por segundo).

Los gases que utiliza la policía en Francia incluyen CS (2-clorobencilideno malononitrilo), que es irritante. Recientemente han añadido también neurotóxicos que pueden alterar la capacidad de percepción y la conciencia.

Otros tipos de nanopartículas se utilizan cada vez más en las cargas policiales, pero su uso sigue siendo secreto porque incluso los policías que las utilizan no siempre saben la naturaleza de la munición.

Con el marcado químico de los manifestantes, el gobierno francés da un paso más en el control de las personas, hasta las raíces de su cabello y su ADN.

El lanzamiento de marcadores químicos contra los manifestantes

Tras una reunión urgente del Consejo de Ministros convocada por la crisis de los “chalecos amarillos”, el Primer Ministro Edouard Philippe anunció nuevas medidas represivas de última generación, además de las antiguas, como el empleo de drones y los marcadores químicos codificados (PMC).

Hasta ahora los marcadores se habían utilizado para prevenir los atracos a bancos y furgones blindados, señalizando los billetes con tinta indeleble.

Pero la técnica ha introducido una novedad, los objetos de marcado codificado, que son dispositivos químicos indetectables a simple vista, inodoros e incoloros, que permiten marcar tanto las propiedades, como las personas y los lugares.

Es un verdadero ADN sintético que permite, por ejemplo, marcar objetos valiosos e identificar así el origen de la propiedad de un robo, señalizando al autor del delito.

Los PMC imprimen un código de identificación único. Asociado con el despliegue de estos dispositivos, la policía interviene principalmente en las etapas cruciales del revelado de la marca y el descifrado del código asociado. Con lámparas ultravioleta, la policía controla la marca y garantiza así la prueba material del delito.

En 2015, el municipio de Aubagne, en Francia, distribuyó cerca de 700 unidades a los vecinos. En Marsella los centros comerciales están equipados con estos marcadores. En caso de atraco, las alarmas y los radares de presencia los dispersan automáticamente, aunque también se pueden activar manualmente.

La instalación de sistemas de dispersión en centros comerciales tiene un doble objetivo. Por un lado disuade a los atracadores mediante la colocación visible de señales en el área protegida, de la misma manera que las cámaras de vigilancia. Por el otro, marca a todas las personas y cosas que están en dicha zona.

La piel del autor queda impregnada durante varias semanas, su pelo durante seis meses y su ropa de por vida. Puede ser localizado en cualquier momento, durante un control rutinario en carretera o en su casa. Para ello basta con proyectarle luz ultravioleta.

Naturalmente, además de los ladrones, también quedan marcados los clientes, los trabajadores, los niños… todos los que están en el escenarios del crimen.

La técnica PMC se ha extendido a los cables eléctricos, las obras de arte y los vehículos. Las empresas productoras garantizan la unicidad del código asociado al marcado. Al consultar la base de datos de los proveedores, un objeto marcado, denunciado como robado, puede ser devuelto a su propietario resaltando el producto marcado codificado, incluso después de varios años.

Lo que se empezó aplicando a los delitos, se ha extendido a los derechos, como el de manifestación, permitiendo a la policía identificar a quienes acuden a las manifestaciones y a quienes pasean por la calle. Pero, ¿quien es capaz de diferenciar a uno de otro?
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19 marzo, 2019

GILETS JAUNES: «ON N'EST PAS DES HAINEUX» —— Acte 18 ● Toulouse ● Bordeaux ● Lille ● Lyon ● Montpellier ● Nantes ● ● ●



Según los medios de (des)información de la clase dominante, 
en Francia "no pasa nada". Se limitan a emitir
las cansinas consignas de sus rídiculas marionetas 
políticas (a ver si cuela), a atiborrarnos de fútbol
o peor aún, a arrojarnos al vomitivo plató 
de las tertulias. 
Está claro que la policía no es la única
que nos gasea y aturde.



«El movimiento de los Gilets Jaunes es una protesta social transversal, sin patrocinios políticos ni sindicales. Como no hay posibilidad de “recuperar” al movimiento para el mundo político oficial, ni siquiera en sus márgenes, la mayoría mediática, que tiene horror al vacío, opta por recurrir a la etiqueta maldita: son “extrema derecha”. Y no, no es verdad.


Nadie sabe quiénes son los Chalecos Amarillos ni cómo se están organizando. En realidad los Chalecos Amarillos somos todos”, dice Martial Bild, director de la cadena de televisión independiente TV Libertés. Lo sabían nuestros clásicos: “¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejuna, señor”. Por cierto que el panorama de la libertad de expresión en Francia está seriamente erosionado (un estudio reciente señalaba a Francia como el país occidental con menos libertad de expresión) y TV Libertés ha tenido que recurrir a Internet para poder emitir. También esto forma parte del paisaje de crisis que vive el país, de ese creciente divorcio entre los ciudadanos y la clase dominante, clase a la que pertenecen la mayoría de los medios de comunicación». J J Esparza



"Tiene usted razón Sr. Macron, esto no es una manifestación,
esto es una sublevación".














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Cartografiar las insurrecciones implica los mismos razonamientos y postulados de predicción conductual que el marketing.


Google tracking


Leer artículo completo en Cáncer capitalista

La inteligencia artificial no se usa solo para controlar y manipular lo que hacen los individuos aislados sino, sobre todo, para vigilar, controlar y manipular sociedades. Se trata de automatizar mediante algoritmos (como el Integrated Crisis Early Warnig System, que explora los megadatos de diversos países y sus poblaciones cartografíando las sociedades según su mayor o menor grado de estabilidad) la detección de la inestabilidad social o el peligro de insurrección. Se han diseñado modelos denominados “radares sociales” para predecir la evolución del comportamiento de amplios grupos sociales, detectando los cambios de humor o de opinión en el seno de las poblaciones susceptibles de influir en el curso de los acontecimientos y poder intervenir (con campañas de propaganda o operaciones psicológicas Psyop) en tiempo real. La imbricación estado-empresas privadas es total. Después de todo, cartografiar las insurrecciones implica los mismos razonamientos y postulados de predicción comportamental que el marketing.

El cúmulo de datos de comportamiento no solo debe ser abundante, sino también variado. El Big Brother monopolista requiere extender las operaciones de extracción del mundo virtual al mundo real, donde vivimos nuestra vida "real". El espía monopolista espía en las carreteras, en los parques, a través de las ciudades. Accede a nuestro sistema sanguíneo, a nuestra sala de estar, a nuestros más mínimos desplazamientos, a nuestro refrigerador, a nuestra aspiradora ( modelo Roomba con el que Google que cartografía cada rincón de nuestro hogar), etc. Más de 100 millones de mujeres jóvenes están siendo espiadas a través de apps (Flow, Ovia, Glow, …) gratuitas que monitorizan sus ciclos menstruales, tests de ovulación y su actividad sexual, datos de gran valor en el mercado del comportamiento.

Para obtener predicciones de comportamiento muy precisas y, por lo tanto, muy lucrativas, deben poder acceder a nuestras características más íntimas. Espían nuestra personalidad, nuestros estados de ánimo, nuestras emociones, nuestras mentiras y nuestras fragilidades. Todos los niveles de nuestras vidas personales se capturan y comprimen automáticamente en un flujo de datos. El objetivo es poder influir en nuestro comportamiento como trabajadores, consumidores o votantes.

Escribes algo en la barra de búsqueda de Google y de inmediato comienzas a ver anuncios que te parecen familiares en todas partes. A veces ni siquiera necesitas buscar: Google ya ha triangulado tus deseos según tus correos electrónicos, tus características demográficas, tu ubicación.

Para penetrar más en nuestra intimidad Google y Amazon ya disponen de nuevas patentes para la tecnología de hogares inteligentes, para que los usuarios abran su hogar a sus marcas registradas de grabaciones ilegales. Google ha presentado una serie de patentes para recopilar datos de audio en el hogar. Las patentes permitirían a los dispositivos domésticos inteligentes habilitados con el Asistente de Google inferir el comportamiento en función de lo que escuchan: el cepillado de los dientes, la apertura de la puerta de un refrigerador. Incluso pueden estimar su estado de ánimo según la presencia de voces elevadas o insultos.

Propaganda de Echo: "El Amazon Echo se conecta a Alexa, un servicio de voz ubicado en el Cloud, para reproducir música, realizar llamadas, configurar alarmas y temporizadores, hacer preguntas, obtener información sobre el tiempo, el tráfico y los resultados deportivos, gestionar listas de tareas y de la compra, controlar dispositivos de Hogar digital compatibles y mucho más."

Estos hogareños dispositivos expanden las áreas en las que tu comportamiento ya está registrado desde tu teléfono, Tablet o portátil, a tu mismo dormitorio.

Los sistemas de vigilancia del hogar, como Nest de Google o Ring de Amazon, aunque registran lo que hacen sus clientes, también monitorizan, sin su consentimiento, a otras personas: transportistas de correo, trabajadores de distribución de alimentos, vecinos, etc.

La opacidad es la regla. Las empresas a menudo no revelan qué tecnología contienen sus productos, y además el software que contienen puede ser reconfigurado a placer por el suminstrador (atualizaciones) y los dispositivos se pueden recalibrar para nuevos usos, y los datos que recopilan se pueden utilizar de maneras que los clientes no suscribieron.

Google tuvo que disculparse ante los clientes que compraron el sistema de seguridad residencial Nest Secure en 2017. El dispositivo estaba equipado con un micrófono que no figuraba en las características del aparato. Unos pasajeros de American Airlines descubrieron cámaras en las pantallas de TV incrustadas en los asientos.

Empresas bancarias, de viajes, de ventas por internet, hoteles, etc. contratan a empresas de análisis, como Glassbox, Appsee, FullStory, UXCam, que graban las pantallas de los clientes mientras usan sus aplicaciones. El software de Glassbox graba en video las pantallas de los usuarios mientras usan las aplicaciones de las empresas clientes, luego comprime y reproduce el material de archivo para su análisis. Es en un registro de cada pulsación de teclado, todo lo que se escribe, los mensajes de error que ven, la cantidad de tiempo que pasan en cada página, etc.

14 marzo, 2019

El apagón en Venezuela: un crimen de lesa humanidad — Atilio Borón





Insurgente.org 12/03/2019

Decíamos hace unos pocos días que el fiasco con que terminó la operación “ayuda humanitaria” intensificaría la agresividad de la Casa Blanca por la vía de atentados y sabotajes selectivamente planificados para ocasionar el mayor daño posible a la población y, de ese modo, desatar lo que según los expertos de la CIA y el Departamento de Estado sería un masivo levantamiento popular en contra del gobierno de Nicolás Maduro. (ver dicha nota titulada: “Trump: la impotencia y la furia”, en “Trump la impotencia y la furia”)

Algunos críticos pretendieron descalificar nuestro análisis aduciendo que quienes impidieron que llegara la “ayuda humanitaria” fueron los colectivos chavistas. Pero ahora, con un inexplicable retraso, el propio New York Times confirmó lo que quienes estuvimos en esos momentos en Venezuela supimos de inmediato: que el ataque a esa pretendida ayuda -que no era tal sino materiales para futuros atentados o brotes de violencia- fue obra de los mercenarios contratados por la oposición que de ese modo procuraron destruir las pruebas de sus mentiras y la exposición de sus designios. Cabe resaltar que, como ocurriera en tantas otras ocasiones este lumpenaje mercenario es exaltado por la prensa del sistema cual si fueran virtuosos combatientes por la libertad generosamente financiados con dinero de los contribuyentes estadounidenses y, en este caso, la descarada complicidad del narcogobierno colombiano. En suma, una iniciativa análoga a la que la CIA organizara en Bengasi para facilitar el ataque a Gadafi en Libia en 2011. El periódico neoyorquino publica esa noticia en sus ediciones en lengua inglesa y en castellano, y puede consultarse en:

Numerosos informes y notas aparecidas en estos últimos días confirman que el apagón fue precisamente producto de un atentado informático, obra de hackers de alto nivel de sofistificación técnica. No viene al caso dar mayores detalles del asunto pero basta con decir que un artículo de la revista Forbes, insospechada de simpatías chavistas, si bien dice que la causa más probable del apagón venezolano hayan sido fallas y deficiencias en el mantenimiento de la red de represas no puede descartarse que lo ocurrido hubiese sido parte de una operación del gobierno de Estados Unidos dada la manifiesta beligerancia de la Casa Blanca en contra de la República Bolivariana de Venezuela y la creciente importancia que la ciberguerra ha adquirido en los círculos políticos y militares de Washington. Según el autor de la nota, Kalev Leetaru, el “cyber first strike” tiene por misión debilitar a un estado adversario como preparación del terreno para una invasión convencional y el caos y la anarquía generados pueden forzar el derrocamiento de un gobierno extranjero sin que éste pueda acusar a su agresor. En artículo tiene un tono muy cauteloso, pese a lo cual no omite decir que "en el caso de Venezuela la idea de que un gobierno como el de Estados Unidos pueda interferir a distancia en su red eléctrica es completamente realística" :

En efecto, el ataque se dirigió al cerebro informatizado de todo el sistema eléctrico venezolano. Como lo comenta un experto de ese país, El Guri es después de Itaipú la central hidroeléctrica más grande de Sudamérica (Venezuela tiene aparte otra gran represa, la de Macagua, también afectada por el ataque) y la cuarta a nivel mundial y es controlada en su casi totalidad por sistemas robotizados de apertura/cierre de compuertas del flujo hídrico que alimentan las turbinas generadoras de electricidad. Los sofisticados protocolos de seguridad del sistema, elaborados conjuntamente por la empresa estatal venezolana con otras dos privadas de origen europeo, fueron rebasados por una ofensiva fenomenal de “millones de incursiones por segundo de manera simultánea y multiubícua” que lograron penetrar los sistemas de seguridad de la enorme represa. Esta no es una tarea de aficionados, ni algo que Guaidó y sus rústicos compinches pudieran haber hecho desde Venezuela. Esto es guerra cibernética, la guerra de quinta generación cuyo objetivo es la destrucción física del territorio de una nación y de la nación misma, la quiebra definitiva de una conciencia nacional y la transformación de su hábitat en un páramo a ser reconstruido, parcialmente, por las grandes transnacionales que se apoderan de aquél con el sólo fin de saquear sus recursos naturales.

¿Paranoia, obsesión antiestadounidense? Nada de eso. Un crimen de lesa humanidad; terrorismo puro y duro meticulosamente planificado y perpetrado por Washington. En casos como estos la investigación siempre procura establecer los móviles de un crimen, su naturaleza e impacto, los instrumentos utilizados (el “arma homicida”) y las pruebas correspondientes. Veamos. ¿Los móviles de Washington? Claros como el agua. ¡Maduro debe irse, ya, braman Trump, Bolton, Pompeo, Abrams, Rubio! Y para ello nada mejor que crear un caos indescriptible que afecte la totalidad de la vida social porque en el mundo actual, desde la provisión de agua y la iluminación hasta el acceso a la internet, la telefonía, el combustible, el pago con tarjetas de débito o crédito, utilizar ascensores, movilizar el metro, prácticamente todo depende de la energía eléctrica. Pompeo lo confesó en su infame tuit del 7 de marzo a las 8:19 pm: “No Food. No Medicine. Now, No Power. Next, No Maduro”. (No hay comida, no hay medicamentos. Ahora no hay electricidad. Lo siguiente: no hay Maduro). O sea, el criminal ha manifestado sus intenciones. El motivo está claramente establecido. ¿El arma homicida? La ciberguerra, la aplicación militar de la informática, que no requiere instalar en el territorio agredido ni un solo hombre. Se puede librar esa guerra de quinta generación desde los bunkers ocultos en el desierto de Nevada, donde se manejan los drones que siembran muerte y destrucción en todo el mundo. O desde los refugios especiales en donde decenas de miles de hackers vigilan y monitorean absolutamente todo, inclusive las cuentas privadas de los gobernantes amigos de Washington. Recordar el caso Angela Merkel a comienzos de este año. ¿Pruebas? Todavía no las hay, pero son muchos los gobiernos y las organizaciones que a su vez están vigilando y monitoreando lo que la Casa Blanca hace y deshace. Y más pronto que tarde las pruebas aparecerán, para sorpresa de los engreídos imperialistas que se creen invulnerables. Pero a falta de pruebas hay presunciones muy bien fundadas de que allí reside la banda criminal responsable del atentado contra Venezuela. Misma a la cual se subordina por completo la “oposición democrática” de ese país ante el silencio cómplice de los medios hegemónicos y los desacreditados custodios de la democracia y los valores de la república, agrupados en el nauseabundo Cartel de Lima.

El sabotaje eléctrico es una versión perfeccionada de los proyectos de desestabilización y golpes de estado que el gobierno de Estados Unidos ha aplicado desde siempre. Tomemos el caso del plan concebido para acabar con la izquierda en El Salvador en la década de los ochentas. Según testificara ante el Senado Robert White, un ex embajador de EEUU en ese país, “los de Miami explicaron …. que para reconstruir el país primero había que echarlo totalmente abajo: se tenía que hundir la economía, el desempleo tenía que ser masivo, había que acabar con el gobierno y había que poner en el poder a un ‘buen’ oficial que llevase a cabo una limpieza completa matando a trescientos, cuatrocientas o quinientas mil personas. … ¿Quiénes son esos locos y cómo actúan? … Los más importantes son seis (empresarios) inmensamente ricos… Traman conjuras, organizan reuniones constantemente y dan instrucciones a XX”. ( Ver Oliver Stone y Peter Kuznick, Historia no oficial de Estados Unidos (Buenos Aires: El Ateneo, La Feria de los Libros, 2015, p. 630.) El gobierno de Estados Unidos, en nombre de la burguesía imperial, busca hacer exactamente lo mismo, pero apelando a un armamento muchísimo más perverso, si cabe, para demoler la economía y destruir la sociedad venezolanas para luego reconstruirlas para su exclusivo beneficio. Como hicieron en Irak, en Libia, como trataron de hacer en Siria y en el Líbano. Y los “XX” de ahora son los Guaidó, Borges, López, Machado, Ledezma, toda esa oposición cipaya y vendepatria que en un imperdonable e inolvidable alarde de ignominia aplaude el terrorismo que Washington descarga sobre tu propio pueblo.

¿Prevalecerá el imperio en su afán no sólo de acabar con el gobierno de Maduro sino de hacer lo propio con la nación venezolana, con la patria de Bolívar, de Miranda, de Zamora, de Chávez? No creo. Hay un dato significativo que abona mi esperanzada respuesta: en el fragor de un ataque brutal, masivo y persistente como el actual no se ha registrado ni un solo saqueo, ni un solo disturbio, ninguna bandera blanca agitándose para confesar su rendición. Inclusive en los barrios del Este de Caracas hay una tensa calma pero nada más. Hasta ahora la promoción del caos y la violencia ha fracasado, y esto es una gran noticia. Y una lección importante, que habla de enjundia de ese bravo pueblo al que le canta el himno nacional de Venezuela y que no se doblegará ante el criminal ataque de Estados Unidos. Mientras tanto, sería bueno que la fiscalía de la Corte Penal Internacional iniciara una investigación sobre la responsabilidad que le cabe al gobierno de Estados Unidos en la comisión de delitos de lesa humanidad como los que actualmente padece el pueblo de Venezuela.



12 marzo, 2019

ACTE 18 - SAMEDI 16 MARS - LA FRANCE ENTIÈRE À PARIS - ON LACHE RIEN




 ¡ NO TENEMOS NADA QUE PERDER !


TODOS JUNTOS




EL ESTADO... ESE GRAN PROXENETA






NADA SE HARÁ SIN NOSOTROS











11 marzo, 2019

"Si hay una guerra, vosotros proveeréis los cadáveres y los impuestos, y otros cosecharán la gloria"



Fragmento extraído del libro de Howard Zinn 
La otra Historia de los Estados Unidos. 
Desde 1492 hasta el presente.
Descargarga gratuita (pdf) aquí

En febrero de 1898, el buque de guerra estadounidense Maine, fondeado en el puerto de La Habana como un símbolo del interés americano por los acontecimientos en Cuba, fue destruido por una misteriosa explosión y se hundió, con una pérdida de 268 hombres. Jamás se presentó una prueba sobre la causa de la explosión, pero en Estados Unidos, la ansiedad aumentó rápidamente y McKinley empezó a actuar con vistas a una guerra.

Esa primavera, tanto McKinley como la comunidad empresarial comenzaron a darse cuenta de que no podrían lograr su objetivo –sacar a España de Cuba– sin la guerra, y que el siguiente objetivo –asegurar la influencia militar y económica americana en Cuba– no podían dejarlo en manos de los rebeldes cubanos. Sólo una intervención norteamericana podría asegurar dicho objetivo. Anteriormente, el Congreso había aprobado la Enmienda Teller, que comprometía a Estados Unidos a no anexionarse Cuba. Dicha Enmienda la iniciaron y apoyaron aquellas personas interesadas en la independencia cubana y opuestas al imperialismo americano, y también la apoyaron los empresarios que consideraban que la "puerta abierta" era suficiente y la intervención militar innecesaria. Pero en la primavera de 1898, la comunidad empresarial ya estaba sedienta de acción. El Journal of Commerce escribió: "La Enmienda Teller... debe interpretarse en un sentido algo diferente del que su autor le dio".

Había intereses especiales que se beneficiarían directamente de la guerra. En Washington, declararon que un "espíritu beligerante" se había adueñado del ministerio del Ejército, alentado "por los contratistas de proyectiles, artillería, munición y otros materiales, que atestaban el ministerio desde la destrucción del Maine" El banquero Russell Sage dijo que si estallaba la guerra, "no hay ninguna duda sobre las lealtades de los ricos". Un informe sobre los empresarios decía que John Jacob Astor, William Rockefeller y Thomas Fortune Ryan se "sentían militantes". J.P. Morgan pensaba que no se lograría nada manteniendo más conversaciones con España.

El 25 de mayo llegó a la Casa Blanca un telegrama de un consejero de McKinley, que decía "Aquí, las grandes corporaciones creen ahora que tendremos guerra. Creo que será bien recibida por todos, como un descanso después del suspense". Dos días después de recibir este telegrama, McKinley dio un ultimátum a España, exigiendo un armisticio. No decía nada sobre la independencia de Cuba. Un portavoz de los rebeldes cubanos –parte de un grupo de cubanos en Nueva York– entendió que esto significaba que Estados Unidos quería simplemente reemplazar a España. Dio esta respuesta:

En vista de la presente propuesta de intervención, sin un previo reconocimiento de la independencia, es necesario que demos un paso más y digamos que debemos considerar y consideraremos dicha intervención nada menos que como una declaración de guerra por parte de Estados Unidos contra los revolucionarios cubanos.

De hecho, cuando, el 11 de abril, McKinley pidió al Congreso el visto bueno para la guerra, no reconoció a los rebeldes como beligerantes, ni pidió la independencia de Cuba. Sin embargo, cuando las tropas americanas desembarcaron en Cuba, los rebeldes les dieron la bienvenida, confiando en que la Enmienda Teller garantizaría la independencia cubana.

Muchos libros sobre la historia de la guerra de Estados Unidos y España afirman que en Estados Unidos la "opinión pública" llevó a McKinley a declararle la guerra a España y a enviar tropas a Cuba. Es verdad que ciertos periódicos influyentes habían estado presionando concienzudamente –histéricamente incluso. Y muchos americanos, que veían la independencia cubana como el objetivo de la intervención –y con la Enmienda Teller como garantía de dicha intención– apoyaron la idea. Pero ¿hubiera declarado McKinley la guerra debido a la prensa y a una parte de la opinión pública (en esa época, no había sondeos de opinión), sin la presión de la comunidad empresarial? Varios años después de la guerra de Cuba, el presidente de la Oficina de Comercio Exterior del Departamento de Comercio escribió sobre ese período:

La guerra entre Estados Unidos y España no fue sino un incidente de un movimiento general de expansión, que tenía sus raíces en el nuevo entorno de una capacidad industrial mucho mayor que nuestra capacidad de consumo doméstico.

Los sindicatos laboristas americanos simpatizaron con los rebeldes cubanos en cuanto comenzó la insurrección contra España en 1895, pero se oponían al expansionismo americano.

Cuando la explosión del Maine en febrero originó histéricos gritos de guerra en la prensa, el periódico mensual de la Asociación Internacional de Maquinistas convenía en que era un desastre terrible, pero señaló que las muertes de trabajadores en accidentes industriales no suscitaba tal clamor nacional. Hizo referencia a la masacre de Lattimer del 10 de septiembre de 1897, durante una huelga del carbón en Pennsylvania, cuando un sheriff y sus ayudantes dispararon a una manifestación de mineros, matando a diecinueve –por la espalda a la mayoría– y señaló que la prensa no protestó. El periódico laborista decía que:
Los millares de vidas útiles que se sacrifican cada año al Moloch de la avaricia –el tributo de sangre que el laborismo ofrece al capitalismo– no suscita ningún clamor de venganza e indemnización.

Algunos sindicatos –como los United Mine Workers (Mineros Unidos)– pidieron, tras el hundimiento del Maine, la intervención de Estados Unidos, pero la mayoría estaba contra la guerra. El tesorero del Sindicato Americano de Estibadores, Bolton Hall, redactó un escrito titulado "Una petición de paz al laborismo", que tuvo una amplia difusión:

Si hay una guerra, vosotros proveeréis los cadáveres y los impuestos, y otros cosecharán la gloria.

Los socialistas, salvo raras excepciones (una de ellas, el diario judío Daily Forward), se oponían a la guerra. El periódico socialista más importante, Appeal to Reason, dijo que el movimiento en favor de la guerra era "un método favorito de los gobernantes para evitar que la gente corrija los males domésticos". En el periódico de San Francisco Voice of Labor, un socialista escribió "Es terrible pensar que mandarán a los pobres trabajadores de este país a herir y matar a los pobres trabajadores españoles, sólo porque unos pocos dirigentes les inciten a hacerlo".

Pero tras la declaración de guerra, la mayoría de los sindicatos estuvieron de acuerdo con ella. Samuel Gompers dijo que la guerra era "gloriosa y justa". La guerra trajo consigo más empleo y mejores salarios, pero también precios más altos y mayores impuestos.

El primero de mayo de 1989, el Partido Socialista de los Trabajadores organizó una manifestación antibélica en Nueva York, pero las autoridades no permitieron que tuviese lugar, al tiempo que sí permitían otra manifestación del primero de mayo, convocada por el diario judío Daily Forward, que exhortaba a los trabajadores judíos a apoyar la guerra.

La predicción que hizo el estibador Bolton Hall acerca de la corrupción y excesivas ganancias en tiempo de guerra, resultó ser extraordinariamente certera. La Encyclopedia of American History de Richard Morris ofrece cifras sobrecogedoras:

De los más de 274.000 oficiales y soldados que servían en el ejército durante la guerra y en el período de desmovilización, 5.462 murieron en varios quirófanos y campamentos en Estados Unidos. Tan sólo 379 de las muertes fueron bajas de batalla. El resto se atribuyó a enfermedades y otras causas.

Walter Millis da las mismas cifras en su libro The Martial Spirit. En la Encyclopedia se dan de modo conciso y sin mencionar la "carne de vaca embalsamada" (un término de un general del ejército) que las empresas cárnicas vendieron al ejército. Era carne conservada con ácido bórico, nitrato potásico y colorantes artificiales, pero que en esos momentos estaba podrida y maloliente. Miles de soldados se envenenaron con la comida, pero no hay cifras de cuántas de las cinco mil muertes fuera de los combates las causó el envenenamiento.

Derrotaron a las tropas españolas en tres meses, en lo que John Hay, el secretario de Estado americano, llamó más tarde "una guerrita espléndida". El ejército americano hizo como que no existía ejército rebelde cubano alguno, y cuando los españoles se rindieron, no se permitió a ningún cubano asistir a la rendición o a firmarla. El general William Shafter dijo que ningún rebelde armado podía entrar en Santiago, la capital, y dijo al líder rebelde cubano, general Calixto García, que las viejas autoridades civiles españolas –y no los cubanos– permanecerían a cargo de las oficinas municipales de Santiago.
García escribió una carta de protesta:

cuando surge la cuestión de nombrar a las autoridades de Santiago de Cuba no puedo ver sino con el más profundo pesar que dichas autoridades no están elegidas por el pueblo cubano, sino que son los mismos seleccionados por la reina de España.

Junto al ejército americano, llegó a Cuba el capital americano. La Lumbermen's Review, portavoz de la industria maderera, escribió en plena guerra "Cuba aún posee 10.000.000 de acres de selva virgen, con abundante madera valiosa, de la que casi cada metro se vendería fácilmente en Estados Unidos y produciría pingües beneficios".

Cuando terminó la guerra, los americanos comenzaron a hacerse cargo de los ferrocarriles, las minas y las propiedades azucareras. En pocos años, se invirtieron 30 millones de dólares de capital americano. United Fruit entró en la industria azucarera cubana. Compró 1.900.000 acres de terreno a unos veinte centavos el acre. Llegó la Compañía de Tabaco Americana. Para el final de la ocupación, en 1901, al menos el 80% de las exportaciones de mineral cubano estaba en manos americanas, sobre todo de Aceros Bethlehem.

Durante la ocupación militar, tuvieron lugar una serie de huelgas. En septiembre de 1899, miles de trabajadores emprendieron una huelga general en La Habana, reivindicando la jornada laboral de ocho horas. El general americano William Ludlow ordenó al alcalde de La Habana que arrestase a once líderes huelguistas y las tropas americanas ocuparon las estaciones y los puertos. La policía recorrió la ciudad disolviendo asambleas. Pero la actividad económica de la ciudad se había parado Los trabajadores del tabaco estaban en huelga. Los impresores estaban en huelga, al igual que los panaderos. Arrestaron a cientos de huelguistas y luego intimidaron a algunos de los líderes encarcelados, para que pidieran el final de la huelga.

Estados Unidos no se anexionó Cuba, pero advirtieron a una Convención Constitucional Cubana que el ejército de Estados Unidos no saldría de Cuba hasta que se incorporase la Enmienda Platt –que el Congreso aprobó en febrero de 1901– en la nueva Constitución cubana. Dicha enmienda confería a Estados Unidos "el derecho a intervenir para preservar la independencia cubana, la defensa de un Gobierno adecuado para la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual...".

En estos momentos, tanto la prensa radical y laborista, como los periódicos y asociaciones de todo Estados Unidos veían la Enmienda Platt como una traición al concepto de la independencia cubana. Un mítin multitudinario de la Liga Antiimperialista Americana en Faneuil Hall, en Boston, denunció la enmienda y el exgobernador George Boutwell dijo: "Rompiendo nuestra promesa de libertad y soberanía para Cuba, estamos imponiendo en dicha isla unas condiciones de vasallaje colonial".

En La Habana, una procesión con antorchas de quince mil cubanos fue a la Convención Constitucional, animándoles a rechazar la enmienda. Un delegado negro de Santiago denunció en la Convención:

Que Estados Unidos se reserve el poder de determinar cuándo se amenaza a nuestra independencia y, por tanto, cuándo deben intervenir para preservarla, equivale a entregarles las llaves de nuestra casa para que puedan entrar en cualquier momento, cuando les de la gana, de día o de noche, tanto con buenas como con malas intenciones.

Con esta denuncia, la Convención rechazó rotundamente la Enmienda Platt.

Sin embargo, en los tres meses siguientes, la presión de Estados Unidos, la ocupación militar y la negativa a permitir que los cubanos estableciesen su propio gobierno hasta que dieran su consentimiento, tuvo su efecto: la Convención, tras varias negativas, adoptó la Enmienda Platt. En 1901, el general Leonard Wood escribió a Theodore Roosevelt: "Por supuesto que en Cuba queda muy poca independencia –si es que queda algo– bajo la Enmienda Platt".

Cuba no era una colonia completa, pero ahora estaba bajo la esfera de influencia americana. Sin embargo, la guerra hispano–americana sí resultó en una serie de anexiones directas por parte de Estados Unidos. Fuerzas militares estadounidenses tomaron el poder en Puerto Rico –vecino de Cuba en el Caribe–, que pertenecía a España. Las islas Hawai, casi a medio camino de Japón, lugar ya visitado por los misioneros americanos y los propietarios de plantaciones de piñas, y que oficiales americanos habían descrito como "una pera madura, lista para arrancarla", fueron anexionadas en julio de 1898, tras una resolución unánime del Congreso. Por esa misma época, ocuparon la isla Wake, situada a 2.300 millas al oeste de Hawai, de camino a Japón. También ocuparon Guam, una posesión española en el Pacífico, casi en Filipinas. En diciembre de 1898, firmaron el tratado de paz con España, que cedió oficialmente a Estados Unidos Guam, Puerto Rico y Filipinas, a cambio de un pago de 20 millones de dólares.

En Estados Unidos hubo acaloradas disputas sobre si tomar Filipinas o no. Hay una anécdota del presidente McKinley sobre cómo contó su toma de decisión a un grupo de ministros que visitaban la Casa Blanca:

Solía caminar por la Casa Blanca, noche tras noche, hasta la medianoche; y no me avergüenza decirles, caballeros, que más de una noche me arrodillé y recé a Dios Todopoderoso para que me iluminara y guiara. Una noche –era tarde ya– me vino de la siguiente forma; no sé cómo sucedió, pero me vino:
Que no podíamos devolverlas a España –eso sería cobarde y deshonroso.
Que no podíamos dejarles solos. No estaban preparados para la autodeterminación y pronto caerían en la anarquía y en un Gobierno peor que el que les había dado España.
Que solo cabía hacer una cosa: hacernos cargo de todos los filipinos y educarlos, elevarlos, civilizarlos, cristianizarlos y, por la Gracia de Dios hacer todo lo posible por estos nuestros semejantes, por quienes Cristo tambien murió. Después, me fui a dormir a la cama y dormí profundamente.

Los filipinos no recibieron el mismo mensaje de Dios. En febrero de 1899 se rebelaron contra el dominio americano, como se habían rebelado varias veces contra los españoles. Un dirigente filipino, Emiliano Aguinaldo, se hizo líder de los insurrectos que luchaban contra Estados Unidos. Propuso la independencia filipina bajo un protectorado norteamericano, pero rechazaron su propuesta.

A Estados Unidos le llevó tres años aplastar la rebelión y emplearon setenta mil soldados –cuatro veces más de los que desembarcaron en Cuba– y tuvieron miles de bajas en batalla, muchas más que en Cuba. Fue una guerra cruenta. Para los filipinos, el índice de muertes por las batallas y las enfermedades fue enorme.

Ahora, los políticos y los intereses empresariales de todo el país tenían el sabor del imperio en los labios. El racismo, el paternalismo y los discursos sobre el dinero se mezclaban con discursos sobre el destino y la civilización.

El 9 de enero de 1900, Albert Beveridge habló en el Senado como portavoz de los intereses económicos y políticos del país:

Sr. Presidente, estos tiempos requieren franqueza. Los filipinos son nuestros para siempre… y tan sólo mas allá de Filipinas están los ilimitados mercados de China. No nos retiraremos de ninguno… No renunciaremos a nuestra parte en la misión de nuestra raza, administradora, Dios mediante, de la civilización del mundo… se nos ha acusado de crueldad en el modo en que hemos llevado la guerra. Senadores, ha sido al reves… Senadores, deben recordar que no estamos tratando con americanos o europeos. Estamos tratando con orientales.

McKinley dijo que la contienda con los rebeldes empezó cuando los insurgentes atacaron a tropas americanas. Pero, más tarde, soldados americanos testificaron que Estados Unidos fue quien abrió fuego primero. Después de la guerra, un oficial del ejército que habló en el Faneuil Hall de Boston, dijo que su coronel le había ordenado provocar un conflicto con los insurgentes.

William James, el filósofo de Harvard, era partícipe de un movimiento de importantes empresarios, políticos e intelectuales americanos que en 1898 formaron la Liga Antiimperialista, llevando a cabo una prolongada campaña para educar al pueblo americano sobre los horrores de la guerra de Filipinas y los males del imperialismo.

La Liga Antiimperialista publicó cartas de soldados de servicio en Filipinas. Un capitán de Kansas escribió "Se suponía que Caloocan tenía 17.000 habitantes. El Duodécimo de Kansas lo arrasó y ahora en Caloocan no hay ni un sólo nativo".

Un soldado voluntario del estado de Washington escribió "Nuestra sangre luchadora bullía y todos nosotros queríamos matar a los sucios negros".

En Estados Unidos era una época de intenso racismo. Entre los años 1889 y 1903, las pandillas linchaban una media de dos negros por semana –ahorcados, quemados, mutilados. Los filipinos eran de piel marrón, físicamente identificables, con un idioma y un aspecto extraños para los americanos. Así que, a la común brutalidad indiscriminada de la guerra, se sumaba el factor de la hostilidad racial.

En noviembre de 1901, el corresponsal en Manila del Ledger de Filadelfia relataba:

Nuestros hombres han sido implacables, han matado para exterminar hombres, mujeres, niños, prisioneros y cautivos, insurgentes activos y gente sospechosa, desde niños de diez años en adelante, predominaba la idea de que el filipino como tal era poco mas que un perro.

El ministro de la guerra, Elihu Root, respondió a las acusaciones de brutalidad "El ejército americano ha conducido la guerra en Filipinas teniendo en cuenta escrupulosamente las normas de la guerra civilizada con un autodominio y una humanidad jamás igualada".

En Manila, acusaron a un marine llamado Littletown Waller –un general de división– de disparar a once filipinos indefensos y sin juicio previo en la isla de Sainar. Otros oficiales de los marines dieron su testimonio:

El general de división dijo que el general Smith le había dado instrucciones de matar y quemar, que no era momento de tomar prisioneros y que tenía que convertir Sainar en un lúgubre desierto. El mayor Waller le dijo al general Smith que definiera la edad limite para matar y éste respondió "A cualquiera que tenga más de diez años".

Mark Twain comentó sobre la guerra de Filipinas:

Hemos apaciguado y enterrado a varios millares de isleños, hemos destruido sus campos, quemado sus aldeas y hemos dejado a sus viudas y huérfanos a la intemperie y así, mediante estas providencias divinas –y la expresión es del Gobierno, no mía– somos una potencia mundial.

La potencia de fuego americana era abrumadoramente superior a cualquier cosa que pudieran reunir los rebeldes filipinos. En la primera batalla, el almirante Dewey navegó río arriba por el Pasig y disparó proyectiles de 500 libras de peso a las trincheras filipinas. Los filipinos muertos estaban apilados a tal altura que los americanos utilizaban los cuerpos de parapeto. Un testigo británico dijo "Esto no es una guerra, es simplemente una masacre y una carnicería sangrienta" Se equivocaba: era una guerra.

El hecho de que los rebeldes resistieran contra unas fuerzas tan superiores durante años, significaba que tenían el apoyo de la población. El general Arthur MacArthur, [no confundir con Douglas MacArthur] comandante de la guerra filipina, dijo "Creía que las tropas de Aguinaldo representaban sólo una fracción. Me resistía a creer que toda la población de Luzón –es decir, la población nativa– se oponía a nosotros". Pero dijo que se vio "obligado contra su voluntad" a creer esto, porque las tácticas guerrilleras del ejército filipino "dependían de una unidad de acción casi completa de toda la población nativa".

A pesar de las cada vez más numerosas pruebas de brutalidad y de la labor de la Liga Antiimperialista, en Estados Unidos había algunos sindicatos que apoyaban la expansión imperialista. Pero el Carpenter's Journal se preguntaba "¿Cuánto han prosperado los trabajadores de Inglaterra con todas sus posesiones coloniales?".

Cuando, a comienzos de 1899, el tratado de anexión de Filipinas estaba listo para debate en el Congreso, los Sindicatos Centrales de Trabajadores de Boston y Nueva York se opusieron a él. En Nueva York, hubo un mítin multitudinario contra la anexión. La Liga Antiimperialista puso en circulación más de un millón de panfletos contra la anexión de Filipinas. Aunque la Liga estaba organizada y dominada por intelectuales y empresarios, una gran parte de su medio millón de afiliados eran personas de clase obrera, incluyendo mujeres y negros. Organizaciones locales de la Liga celebraron mítines por todo el país. Fue una fuerte campaña en contra del tratado y, cuando el Senado lo ratificó, fue por un solo voto.

Las contradictorias reacciones del laborismo respecto a la guerra –atraídos por las ventajas económicas, y a la vez repelidos por la expansión capitalista y la violencia– impedían que el laborismo pudiera unirse para detenerla o para emprender una lucha de clases contra el sistema en su propio país.