Desconfinando el miedo
Frente
Antiiperialista Internacionalista - 23/09/2020
"Yo soy el error de
la sociedad
Soy el plan perfecto
que ha salido mal.
Vengo del basurero que
este sistema dejó al costado
Las leyes del mercado
me convirtieron en funcional
Soy un montón de
mierda brotando de las alcantarillas
Soy una pesadilla de
la que no vas a despertar"
La violencia (Agarrate
Catalina)[1]
Últimamente no paramos
de comprobar que, como decía Atahualpa Yupanqui, "Las penas son de
nosotros, las vaquitas son ajenas".
El pasado viernes, Isabel
Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid (CAM), anunció
confinamientos selectivos –con criterio de clase– que llegaron
como cuadratura del círculo tras meses de gestión infame. La Puerta
del Sol se inundó, por fin, de rabia y gritos esperanzadores: "No
es confinamiento, es lucha de clases". La dignidad del sur comienza
a organizarse y destila conciencia de clase.
Pocos días antes tuvimos
que contener las náuseas ante unas declaraciones en las que afirmaba
que los contagios de la COVID 19 suben en los barrios donde viven
inmigrantes debido a "su forma de vivir".
Ahora bien, no olvidamos
que estos episodios bochornosos del gobierno autonómico están
encuadrados en una política de Estado: en un contexto de plena
vigencia de La Ley Mordaza (se pospone sine die la promesa de
su derogación), el Ministro del Interior del gobierno de coalición,
Grande-Marlaska, ha ofrecido ayuda ingente de las Fuerzas y Cuerpos
de Seguridad del Estado para garantizar el cumplimiento de las nuevas
medidas. Ahora entendemos por qué la Oferta de Empleo Público 2020
se ha limitado, por ahora, a las casi 5000 nuevas plazas para Policía
Nacional y Guardia Civil [2]. A modo de guinda, el gobierno de Ayuso
ha decidido reducir a la mitad (3 euros) el precio del comedor
escolar para las hijas e hijos de Policías Nacionales y Guardias
Civiles [3]. El mensaje, para quien quiera escucharlo, es nítido.
Pensamos que es
importante ampliar la mirada y comprender que esta "nueva
normalidad" viene impregnada de tambores de guerra contra quienes
no tenemos más que nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Las
condiciones de vida en las que se obliga a malvivir a la clase
trabajadora –esas que nos venden como causas del confinamiento
segregado– son la piedra de toque del gran reinicio del
capitalismo post covid-19 que se anuncia desde el Foro Económico
Mundial.
En el artículo El
gran reinicio huele a Brumario se esbozan las características de
este "reset" del capitalismo donde la velocidad, amplitud y
profundidad con la que el desarrollo tecnológico permea la sociedad
afectan directamente al mundo del trabajo. La vertiginosa puesta en
escena de los avances en digitalización, robótica e Inteligencia
Artificial pueden hacernos olvidar que tras esas bambalinas persiste
una sociedad dividida, principalmente, en clases. Esta división no
la olvidan nunca poderosos como Warren Buffet, uno de los hombres más
ricos del mundo y muy alejado del marxismo, que hace unos años
afirmaba que "hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía,
la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando" [4].
Como Warren Buffet, tanto
el coronavirus como los gobiernos que lo gestionan por supuesto que
entienden de clases.
La tendencia economicista
y reduccionista define a una clase por la posesión o no de medios de
producción, o sea por sus intereses, dejando a un lado la
subjetividad de la clase en cuestión. Sin embargo, la clase se
define también por su "modo de vivir y por su cultura."[5].
La dimensión de género, sexualidad, etnia, nación, identidad,
etc., afectan de forma significativa al desarrollo histórico de las
clases. La forma de vivir y la cultura están condicionadas por el
modo de producción dominante, en este caso el capitalismo.
En esta crisis económica
y sanitaria, hemos visto que el virus se mueve en tren, avión y
barco, va de país en país, pero viaja mucho más rápidamente por
los diferentes "sures" en metro y autobús.
La pregunta que salta a
la vista es si esa forma de vida a la que hacía alusión Ayuso es
propia de la inmigración o es común a una clase, la clase
trabajadora.
Ni Messi vive en Nou
Barris ni Benzema vive en Puente de Vallecas. Aunque los dos sean
inmigrantes, tienen una forma de vivir seguramente parecida o mejor
que la de Ayuso.
Con el correr de los
meses han ido apareciendo informes que por fin muestran que el virus
afecta más a los "barrios con rentas más bajas"[6]. En ellos
convivimos a menudo personas de diferente nacionalidad, color y
orientación sexual, pero todas con una realidad económica
parecida [7]. Es fácil intuir que los rasgos de la “nueva
normalidad”, del "Gran Reinicio", afectarán en mayor medida a
los sectores más precarios, incluso hasta el punto de
estigmatizarlos y segregarlos, como estamos viendo en Madrid.
Ningún ser humano decide
vivir en condiciones precarias, nadie elige por gusto los peores
empleos, estar en paro, ni hacinarse en un piso de 25 metros
cuadrados o en barrios en los que apenas hay árboles. Estas
condiciones de vida abarcan a un sector de la población mucho más
amplio que la parte que se ve forzada al desarraigo y a las colas
interminables para conseguir un permiso de trabajo. Esa forma de
vivir es la marcada por el capitalismo para toda nuestra clase, no
sólo para la parte que se ve obligada a migrar. Lograr explicar esto
con nitidez es esencial a la hora de mantener y reforzar una
solidaridad de clase marcadamente internacionalista que necesitamos
si cabe más que nunca.
En este contexto, el
nuevo Pacto
Social con el que en Davos se trata de edulcorar este "reset" del capitalismo esconde no sólo un incremento en los niveles de
explotación sino también un cambio profundo en la forma de
explotación. Descifrar este relato, leer al enemigo, es una tarea
impostergable que no se suele abordar desde la izquierda.
Apuntábamos al principio
que la economía digital altera la relación capital–trabajo
asalariado, modificando la morfología de este último. Las ventajas
son claras para los empresarios: a través de la tecnología, la "economía bajo demanda" –así la llaman– logra la máxima
eficiencia y productividad. En ella la relación laboral se basa en
una serie de transacciones puntuales entre trabajadora y empresario
de tal forma que casi desaparecen las posibilidades de convertirlas
en una relación duradera. El empleo de larga duración adopta una
nueva morfología, más precarizado, flexible y temporal: son lo que
eufemísticamente se denomina como "trabajadores independientes
que realizan tareas específicas".
Nos hemos acostumbrado en
esta última década a subir y bajar archivos de la nube. El modelo
Uber se expande como paradigma y se normaliza que la empresa de taxis
más grande del mundo no posea ni un solo vehículo. La nueva forma
de contratar fuerza de trabajo se asemeja a una nube humana a la cual
los empresarios recurren en busca de personas clasificadas como "independientes" que puedan realizar los trabajos necesarios para
cada situación y momento. Este mecanismo, que se conoce como "falso
autónomo", exime a las empresas de pagar salarios mínimos,
impuestos como empleadores y prestaciones sociales. El esquema, para
el capital, es perfecto: se puede buscar todo tipo de profesión,
darle una tarea específica por un tiempo limitado (horas, días,
semanas) y esquivar muchos de los problemas derivados de la
regulación laboral. Para sobrevivir como “independientes”
tendremos que adaptarnos, estar disponibles y geolocadizadas las 24
horas y aprender infinidad de destrezas en una continua variedad de
contextos. Se exacerba así la competencia entre iguales. Entre
pobres. Entre habitantes de los barrios del sur.
La propuesta de reinicio
del capitalismo también se presenta a sí misma como rabiosamente
igualitaria, una especie de piedra de toque contra el patriarcado.
Esta vez, nos dicen, las mujeres sí participaremos en pie de
igualdad en este nuevo "Pacto Social". En esta revolución no
serán necesarias ni Olympe de Gouges ni Mary Wollstonecraft [8].
¿Será verdad? ¿Qué mujeres decidirán y se beneficiarán de esta
realidad 2.0? ¿Estaremos todas? No, porque nada bueno se puede
esperar de un plan de salvación capitalista avalado por mujeres como
Ana Botín [9]. De hecho, se abre la posibilidad de una nueva
estratificación dentro de la clase trabajadora. Un nuevo ajuste de
tuercas. Por un lado, un sector altamente cualificado, minoritario y
ocupado mayoritariamente por hombres (lo científico-tecnológico), y
otro sector muy amplio, mayoritario y en buena medida feminizado, que
estará cada vez más precarizado. La automatización no sólo afecta
a sectores tradicionalmente masculinizados y el alcance creciente de
la inteligencia artificial y la digitalización de tareas que
pertenecen al sector servicios es cada vez mayor. Los cajeros
automáticos de los bancos, las cajas de los supermercados,
teleoperadoras e incluso funciones administrativas que
mayoritariamente son ocupadas por mujeres están siendo
automatizadas. Una vez más vemos como ciertos avances logrados, ya
de por sí limitados, pueden retroceder en el momento en que no sean
funcionales para el sistema. De seguir esta tendencia las mujeres nos
veríamos aún más confinadas en aquellas funciones donde las
máquinas, por ahora, no llegan: tareas que requieren de empatía,
compasión, cuidados y reproducción. Un paso más en la perpetuación
de estereotipos de género y en la división sexual del trabajo.
En el mundo que nos
ofrece Davos y que replican gobiernos de todo color, además de este
reajuste en la relación entre capital variable y el capital
constante, se presenta la "forma de vivir" hacinada y precaria,
como un capricho, una costumbre. Afortunadamente las clases sociales
no son algo estático sino sujetos colectivos. El proletariado se
configura como sujeto para enfrentarse hostil y violentamente a su
contrario –la burguesía–para (auto)emanciparse. La clase se
conforma en el movimiento real, en la confrontación, en la práctica.
Es el momento de
desconfinar la lucha de clases, tomar la iniciativa, tener claro cuál
es nuestro lado de la trinchera, acumular fuerzas, buscar la unidad
desde la base, recuperar las calles y organizarnos como clase para
disputarle a los Warren Buffet el Poder.
Urge sacudirse el miedo
acumulado durante estos meses.
No tiene sentido
sobrevivir a costa de no vivir.
(Artículo de Elisa Nieto
y Andrés Fernández, publicado originalmente en «Espinete
amb caragolins», el 21 de septiembre de 2020)
[1]
https://www.youtube.com/watch?v=nyDcKXEU3Jg
[2] Oferta de
Empleo Público 2020:
https://administracion.gob.es/pag_Home/empleoBecas/Ofertas-empleo-publico/empleo/Ofertas-de-empleo-publico/OfertasEmpleoPublico2020.html#.X2daxTozY2w
[3]
https://www.bocm.es/boletin/CM_Orden_BOCM/2020/09/14/BOCM-20200914-15.PDF
[4]
https://www.elmundo.es/blogs/elmundo/billonarios/2014/06/10/palabra-de-warren-buffett.html
[5] “En la
medida que millones de familias viven bajo condiciones económicas de
existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses
y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo
hostil, aquéllas forman una clase”. El 18 Brumario de Luis
Bonaparte, Obras Escogidas de Marx y Engels, Camares editorial,
Pág. 171
[6]
https://www.lavanguardia.com/vida/20200810/482761691733/estudio-covid-renta-barcelona.html
[7]
https://www.huffingtonpost.es/entry/por-que-los-distritos-del-sur-son-los-mas-afectados-en-madrid_es_5f3fda92c5b6305f3256d58d
[8] Olympe de
Gouges escribió en 1791 la “Declaración de los derechos de la
mujer y la ciudadana” y Mary Wollstonecraft en 1792 la “Vindicación
de los derechos de la mujer”
[9] En su prólogo
al libro “La cuarta Revolución Industrial”, de Klaus Schwab, Ana
Patricia Botín afirma que “Las revoluciones, cuando lo nuevo
reemplaza a la viejo, generan sensaciones de incertidumbre ante el
cambio. Estoy convencida de que la tecnología no destruye empleo,
pero las capacidades que se requieren cambian y eso puede generar
inquietud. Por eso es indispensable que a ayudemos a los trabajadores
a desarrollar las destrezas que exigen los trabajos de la nueva era
industrial” (Barcelona, España: Editorial Debate, 2016)