Shakespeare apreciaba una peculiar inutilidad y malevolencia en las cosas que se dan a luz a sí mismas, que se alimentan de sí mismas o que se definen a sí mismas tautológicamente en sus propios términos. De hecho, ésta fue una imagen a la que el dramaturgo regresó en sus obras una y otra vez. Coriolano es un buen ejemplo de esa vana circularidad, pues se trata de un personaje que se comporta «como si un hombre fuese autor de sí mismo / y no conociera otro parentesco». Pero esa orgullosa singularidad es también pura vacuidad: «No era nadie, un simple hombre sin título, / hasta que se forjó un nombre en las llamas / del incendio de Roma».
Terry Eagleton, Sobre El Mal
"Pura vacuidad", sí, pero la más peligrosa. Una persona que no reconoce vínculos es la peor forma del mal. Salud!
ResponderEliminarY ni te cuento si, además, tiene 70 millones de fanáticos votantes.
EliminarSalud!
De soliditate vacui...
ResponderEliminarNatura nihil frustra facit.
EliminarEn este caso creo que es una maldad consciente, con una utilidad no tan peculiar y que arrastra al resto de gente, que le ayuda a construirse.
ResponderEliminarSalud!
Lo cual no contradice lo que expone Eagleton.
EliminarSalud!