Marx consideraba a Louis Auguste Blanqui (1805-1881) "la cabeza y el corazón del partido proletario en Francia". Y a tenor de este manifiesto parece que no le faltaba razón. La biografía de este revolucionario habla por sí sola. En 1824 se adhiere a la sociedad secreta de los carbonarios, participa con las armas en la revolución de julio de 1830, y tras la decepción que supone la llegada de la "monarquía burguesa" de Luis Felipe de Orleans, se suma a la Sociedad de Amigos del Pueblo, donde recibirá la influencia de Buonarroti. A partir de entonces sus largas estancias en prisión le valdrán el apodo de "El Encerrado". Tras el asalto al ayuntamiento de París en 1839 junto a 500 compañeros, Blanqui es condenado a muerte, pena que el rey conmutará por cadena perpetua gracias a la presión de la opinión pública. Liberado tras la revolución de febrero de 1848, le vuelven a detener en mayo y es condenado a 10 años de prisión, lo que le impide participar en la insurrección del proletariado parisino en junio[1].
Es desde la cárcel de Belle-Île-en-Mer que Blanqui redactó y envió este manifiesto al Comité Socialdemócrata de Londres en febrero de 1851. Este Comité había invitado al revolucionario francés a que redactara un toast (brindis) para el banquete en el que se iba a celebrar el aniversario de la revolución de febrero, pero al recibir este manifiesto decidieron no publicarlo. Serían Marx y Engels los encargados de traducirlo y difundirlo.
Aunque la concepción putchista y conspirativa de la revolución que tenía Blanqui (que dio lugar al blanquismo) atraía más a los intelectuales y estudiantes que a los obreros y le alejaba de las teorías de Marx, en este manifiesto podemos hallar puntos de contacto entre ambos, cuando habla por ejemplo del "único factor práctico de la victoria: la fuerza".
Y a pesar de que hoy en día las perspectivas revolucionarias se presentan lejanas, cuando los demagogos empiezan a subir en las encuestas y amenazan con llegar al gobierno en nombre de los trabajadores, bien podemos parafrasear a Blanqui diciendo: ¿Qué roca es la que amenaza la lucha proletaria? La misma contra la que se ha estrellado siempre: la deplorable popularidad de los burgueses disfrazados de tribunos del pueblo.
"¡Que la maldición y la venganza caigan sobre sus cabezas si se atreven a volver a levantarlas! ¡Y que caiga también la vergüenza y el desprecio sobre la muchedumbre que vuelva a escucharlos!"
MANIFIESTO AL PROLETARIADO
¡QUIEN TIENE EL HIERRO TIENE EL PAN!
¿Qué
roca es la que amenaza la próxima revolución? La misma contra la
que se ha estrellado la revolución anterior: la deplorable
popularidad de los burgueses disfrazados de tribunos del pueblo.
Los
Ledru-Rollin, los Louis Blanc, los Lamartine, los Crémieux, los
Elocon, los Marie, los Garnier-Pages, los Albert Dupont, los Arago,
los Marrast.
¡Lista
fúnebre! ¡Nombres siniestros! ¡Nombres todos que están escritos
con letras de sangre en todos los pavimentos de la Europa
democrática!
El
gobierno provisional ha estrangulado la revolución. Es sobre su
cabeza que debe caer la responsabilidad íntegra de todos los
desastres, de todos los actos funestos, la sangre de tantas miles de
víctimas.
Cuando
la reacción liquida a la democracia no hace más que cumplir con su
oficio. Los criminales son los traidores a los que el pueblo confiado
había entregado la dirección, y que han entregado al pueblo
engañado y maniatado a la reacción.
¡MISERABLE
GOBIERNO!
Que
pese a todas las advertencias, que pese a todas las súplicas,
implanta el impuesto de los 45 céntimos que levanta contra él a las
masas campesinas presas de la desesperación… ¡TRAIDORES!
Que
mantiene en vigor al alto mando militar de la monarquía, que
mantiene los tribunales monárquicos y las leyes monárquicas…
¡TRAIDORES!
Que
persigue a los obreros de París el 6 de abril, que el 26 mete en
prisión a los de Limoges, que el 27 ametralla a los de Rouen. Que
lanza contra ellos a todos los verdugos, que los acosa y difama, que
calumnia a los verdaderos republicanos… ¡TRAIDORES! ¡TRAIDORES!
Ellos,
y sólo ellos, son los únicos culpables, entre todos los culpables
los más culpables, ellos en los que el pueblo engañado veía su
espada y su escudo, aquellos a los que en su entusiasmo entregó su
destino, ellos, y sólo ellos, son los responsables de toda esta
catástrofe que ha determinado la caída de la república.
¡Ay
de nosotros si el día de nuestro próximo triunfo la indulgencia
olvidadiza de las masas dejara subir al poder a esos hombres que no
han hecho más que traicionar el mandato que les concediera la
revolución! Otra vez la revolución volvería a estrellarse.
Que
los trabajadores no pierdan jamás de vista ésta lista de nombres
malditos. Y si alguno de ellos, uno sólo, vuelve a aparecer en un
gobierno surgido de la insurrección, que griten todos a la vez:
¡TRAICIÓN! ¡TRAICIÓN!
Los
discursos, las promesas, los programas, serían otra vez trampas,
mentiras, falsedades. Los mismos tramposos volverían para ejecutar
las mismas maniobras. Volverían a ser el primer anillo de una nueva
cadena de reacción aún más furibunda. ¡Que la maldición y la
venganza caigan sobre sus cabezas si se atreven a volver a
levantarlas! ¡Y que caiga también la vergüenza y el desprecio
sobre la muchedumbre que vuelva a escucharlos!
No
basta con rechazar para siempre a los estafadores de Febrero es
necesario prevenirse contra los nuevos traidores.
Traidores
serían todos los gobiernos que, levantados sobre los hombros del
proletariado, no procedan de manera inmediata a implantar las
siguientes medidas:
1. El
desarme de las guardias burguesas.
2. El armamento y la organización de milicias nacionales, formadas por todos los obreros.
Está claro que éstas no son las únicas medidas a tomar, pero sí son indispensables como primera garantía y salvaguardia de seguridad para el pueblo.
No
debe quedar ni un solo fusil en manos de la burguesía. Sin esto no
hay salvación.
Las
doctrinas que hoy pugnan por conquistar el favor del pueblo sólo
podrán mejorar su bienestar, que proponen y prometen, si no dejan
que se pierda lo conquistado por una quimera. Esas doctrinas
desaparecerán si el pueblo olvida el único factor práctico de la
victoria: la fuerza.
Las
armas y la organización son el elemento decisivo del progreso, el
único medio serio de terminar con la miseria.
Quien
tiene el hierro tiene el pan.
El
poder se arrodilla frente a las bayonetas, las masas desarmadas son
barridas. Francia erizada de trabajadores armados es el socialismo.
Frente al proletariado armado, todos los obstáculos, todas las
dificultades, todas las resistencias, se reducen a nada.
Pero
si los proletarios no saben más que divertirse en manifestaciones
callejeras, plantando "arboles de la libertad", escuchando
discursos de abogados, ya se sabe la suerte que les espera: primero,
el agua bendita, después los insultos, y por último, la metralla.
La
miseria siempre.
¡Que
el pueblo elija!
Auguste
Blanqui, febrero 1851.
NOTA
[1] Lo mismo le sucederá en 1871, cuando se proclama la Comuna de París.
Fuente: El Salariado
Siempre de lamentable actualidad: las falsas promesas, las cloacas del Estado, la represión perenne, “la miseria siempre”. Salud!
ResponderEliminarHa habido grandes cambios... de chaqueta!
EliminarSalud!