KOLOZEG.Org – 20/01/2022
Traducción del inglés: Arrezafe
Las potencias occidentales están jugando con fuego al ignorar los urgentes llamamientos de Rusia para garantizar la seguridad en Europa. En una serie de reuniones de alto nivel, la semana pasada Estados Unidos y el bloque militar de la OTAN rechazaron las demandas de Moscú que ha exigido una amplia distensión.
Rusia quiere un tratado mediante el cual la OTAN retroceda décadas de invasión de los países el este. Para apreciar la importancia de la coyuntura actual primero se requiere una comprensión profunda de la geopolítica que las potencias occidentales han seguido contra Moscú durante más de un siglo. Ese lapso abarca la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, el crecimiento del fascismo en Europa, que condujo a la Segunda Guerra Mundial, la subsiguiente Guerra Fría de cinco décadas y la última fase del expansionismo de la OTAN en los últimos 30 años.
De hecho, a partir de las reuniones celebradas entre funcionarios de EEUU y la OTAN y sus homólogos rusos, y en los informes de los medios occidentales sobre esas discusiones, la realidad se puso patas arriba. Los socios de EEUU y la OTAN exigieron que Rusia redujera la escalada o, de lo contrario, enfrentaría una confrontación. Rusia no tiene tropas fuera de su territorio, mientras que EEUU y la OTAN establecen inexorablemente fuerzas ofensivas en las fronteras occidentales de Rusia. Evidentemente, el agresor no es Rusia, son las potencias occidentales. Son ellas las que tienen que desescalar.
Por segunda vez, Rusia contempla como una fuerza militar masiva se abalanza desde occidente sobre su territorio. En 1941, la invasión de la Alemania nazi condujo a la Guerra Patriótica en la que murieron 27 millones de ciudadanos soviéticos. Finalmente, el Ejército Rojo derrotó al Tercer Reich y liberó a Europa del fascismo.
Casi la mitad del número total de muertes en la Segunda Guerra Mundial se produjeron entre rusos y otros pueblos eslavos. Este horror sigue vivo en la memoria. No es sorprendente (si la historia se apreciara adecuadamente) que Rusia esté hoy perpleja al ver otra movilización ofensiva del poder militar en sus fronteras occidentales, esta vez bajo la égida de la alianza de la OTAN dirigida por Estados Unidos.
Este acopio militar ha estado en marcha durante los últimos 30 años desde la disolución de la Unión Soviética. A pesar de las garantías verbales dadas en sentido contrario, el bloque militar de la OTAN se ha expandido desde Alemania hasta el Báltico y el Mar Negro. Rusia está hoy rodeada por miembros de la OTAN habilitados para instalar misiles nucleares estadounidenses capaces de impactar en Moscú en cuestión de minutos. Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Alemania y otros miembros de la OTAN poseen aviones de combate, tanques y buques de guerra maniobrando constantemente a las puertas de Rusia a lo largo de un arco que se extiende desde el Báltico hasta el Mar Negro.
No solo eso, sino que los países que se unieron a la OTAN tras el supuesto fin de la Guerra Fría son vehementemente antirrusos. Polonia y los estados bálticos de Letonia, Lituania y Estonia, que limitan con Rusia, son los más estridentes: acusan a Moscú de «agresión» y piden más despliegue de fuerzas de la OTAN. Estas naciones quieren admitir a Ucrania en las filas de la OTAN a pesar de que la ex república soviética está involucrada en una guerra civil entre un régimen de extrema derecha de Kiev y las personas de habla rusa en el sureste del país.
Las facciones políticas dominantes en Polonia, los estados bálticos y Ucrania están marcadas por su asociación con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, hay ceremonias públicas que glorifican a las figuras políticas y a los militares locales que colaboraron con el Tercer Reich.
Fue a través de estos mismos países que la maquinaria de guerra nazi se abrió camino hacia la Unión Soviética. Por lo tanto, no es de extrañar que hoy Moscú esté profundamente alarmado por una concentración similar de fuerzas militares en su frontera oeste y, especialmente, en naciones que ejercen una intensa política antirrusa y que en el pasado sirvieron de instrumentos para la Operación Barbarroja de la Alemania nazi.
Es por eso que Rusia insiste en que Estados Unidos y demás potencias de la OTAN celebren un acuerdo que limite la expansión hacia el este del bloque militar, además de la retirada de las armas de ataque estadounidenses de los territorios fronterizos y restringir los ejercicios de movilización regional. La máxima prioridad para Moscú es el compromiso de la OTAN de no admitir a Ucrania ni a otras repúblicas exsoviéticas en sus filas. Porque hacerlo supondría una amenaza existencial inaceptable para Rusia.
Lo inquietante es la aparente indiferencia de EEUU y otros líderes de la OTAN ante las propuestas de seguridad de Rusia. El resultado de las reuniones de la semana pasada en tres capitales europeas fue un rechazo arbitrario por parte de los estadounidenses y sus aliados europeos. La OTAN, dijeron, seguirá expandiéndose y rodeando a Rusia. Moscú, dijeron, no tiene poder de veto sobre cómo la OTAN decida expandirse. Esto, afirman, sé debe que la OTAN es “defensiva” y “democrática”.
Tal actitud es intencionalmente engañosa. La OTAN fue fundada al comienzo de la Guerra Fría en 1949 con el propósito de enfrentar a la Unión Soviética. La Unión Soviética ya no está, pero el bloque militar liderado por Estados Unidos la ha reemplazado como enemigo contemporáneo por la Federación Rusa. Washington y la OTAN han declarado públicamente que ven a Rusia como una amenaza “existencial” sin fundamentar de manera creíble la base de tan provocativa imputación.
Sin embargo, son los miembros de la OTAN como Polonia, los estados bálticos y otros estados de Europa del Este, así como Ucrania, los que agregan una dimensión preocupante. Las facciones políticas gobernantes en estos países son rabiosamente anti-Rusia, tienen una sensación paranoica de inseguridad, hacen afirmaciones histéricas sobre una invasión y agresión rusas y, lo que es más tóxico, tienen una oscura asociación revanchista que proviene de su complicidad con la Alemania nazi.
Rusia ha advertido a Washington y otras potencias occidentales que están jugando con fuego al envalentonar a la extrema derecha que gobierna en Europa del Este y que son miembros de la OTAN. La militarización de Polonia, los países bálticos y Ucrania por parte de la OTAN otorga a estos países una actitud aún más temeraria de confrontación con Rusia. Paradójicamente, se acusa a Rusia de agresión y planificación de una invasión, cuando en realidad es Ucrania y sus vecinos de la OTAN los que tienen más probabilidades de articular algún tipo de provocación que conduzca a la guerra con Rusia.
He ahí el reprochable ritmo de la historia. Al contrario de lo que reflejan los relatos históricos occidentales convencionales, el ascenso de la Alemania nazi durante la década de 1930 fue consecuencia de una política deliberada de las potencias occidentales. Los gobernantes estadounidenses, británicos y franceses financiaron el crecimiento del Tercer Reich como un baluarte contra la Unión Soviética y una cachiporra contra el socialismo internacional. El capitalismo occidental vio al fascismo como un arma conveniente contra una amenaza percibida contra su propio orden. A tal fin, Wall Street y el Banco de Inglaterra invirtieron masivamente en la construcción de la maquinaria de guerra nazi bajo Adolf Hitler.
Las potencias occidentales se comprometieron con el Tercer Reich para forjar esferas de influencia en las que el Imperio Británico no intervendría, mientras que Hitler tendría las manos libres para la expansión nazi hacia el este. Un objetivo principal de este pacto (revelado tácitamente por la cumbre de Munich de 1938 entre Hitler y el primer ministro británico Neville Chamberlain) era contener a la Unión Soviética. El rabioso anticomunismo del Tercer Reich (a pesar de su nombre inapropiado de «nacionalsocialismo») y sus creencias «Untermensch» sobre los subhumanos eslavos hicieron de la Alemania nazi el socio elegido por las potencias occidentales para contener a la URSS.
Cabe decir que las potencias occidentales probablemente no imaginaron cuán desastrosamente lejos llevaría la Alemania nazi sus propias ambiciones imperiales o cuál sería el horrible alcance genocida de su depravada Solución Final. Eventualmente, resultó que los establishment británico y estadounidense se verían obligados a ir a la guerra contra el régimen nazi tras contribuir a su instauración. Las potencias occidentales habían jugado con fuego al patrocinar un rabioso régimen antisoviético que terminó volviéndose contra las potencias occidentales.
Así pues, se puede decir sin lugar a dudas, que el resultado de las maquinaciones urdidas por las potencias occidentales con el propósito de contener a la Unión Soviética, fue lo que condujo a la Segunda Guerra Mundial y a la escalofriante cifra de más de 70 millones de personas muertas en todo el mundo.
Hoy, Gran Bretaña y Estados Unidos se jactan de su presunto papel en la derrota de la Alemania nazi. Sin embargo, la verdad es que ellos crearon el monstruo fascista y la monstruosa guerra que siguió, una guerra necesaria para acabar con el perro rabioso que habían desatado. La verdadera victoria de la guerra pertenece al pueblo soviético y al Ejército Rojo que enterró la maquinaria de guerra nazi en Berlín. La victoria soviética sobre la Alemania nazi fue el acontecimiento definitivo de la Segunda Guerra Mundial. Las potencias occidentales fueron actores secundarios, de hecho fueron sus imprudentes maquinaciones las fomentaron la invasión nazi contra la Unión Soviética.
En el fondo de estas maquinaciones imperialistas subyacía el objetivo, nacido del imperativo hegemónico capitalista occidental, de contener a la Unión Soviética.
Eliminada la amenaza nazi en 1945, en medio de los humeantes escombros de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales rápidamente comenzaron a ejercer su obsesión antisoviética. La configuración de la OTAN, el reclutamiento de nazis, científicos, espías y colaboradores por parte de las potencias occidentales y el despliegue de saboteadores fascistas respaldados por la CIA en Europa del Este (detrás de las líneas soviéticas), apuntaba a una reanudación de la geopolítica destinada a “contener” a Moscú.
Hoy Rusia no representa la amenaza ideológica que para el capitalismo occidental significó la Unión Soviética. No obstante, Rusia sí representa un problemático obstáculo a la supuesta o pretendida hegemonía imperialista occidental, al igual que China y otras naciones que proclaman la conveniencia de un orden internacional multipolar en oposición al dictado por Washington y sus aliados occidentales.
Por eso la OTAN sigue expandiéndose alrededor de las fronteras rusas. Es parte de la estrategia de contención basada en la intimidación y el impacto desestabilizador. Este fue el hilo geopolítico permanente durante el siglo pasado.
Washington quiere a Moscú subordinado a su poder global al igual que lo están sus aliados (vasallos) europeos de la OTAN. El cambio de régimen en Moscú es el objetivo final ideal mediante el cual el capital occidental podría explotar al país más grande del planeta y su vastos recursos naturales.
De manera similar al imprudente fomento de la Alemania nazi como baluarte contra Moscú, las potencias occidentales están fomentando los regímenes de extrema derecha en Europa del Este con el respaldo de la OTAN. La primera política condujo al cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. ¿Quién puede asegurar que el envalentonamiento y el armamentismo de los regímenes rusofóbicos en Europa del Este no termine con una agresión occidental de manera similar a la de los nazis?
La política y la dinámica de hoy son un eco amenazante de tiempos pasados, cuando las potencias occidentales empujaron al fascismo para hacer su sucio trabajo: terminar con la Unión Soviética. Fuerzas similares trabajan en el presente y Moscú tiene razón al señalar los peligros derivados del peligroso juego que las potencias occidentales están volviendo a ejercer en el tablero geopolítico.
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Salvo que sustituyamos la Historia por la ficción interesada, no hay otra interpretación posible.
ResponderEliminarEn efecto. Pero los medios de desinformación se pliegan de manera vergonzosa al dictado del capital y sus agresivos detentores. Acusada por su agresor, se exige a la víctima que de pruebas de su inocencia. Lo dicho: vergonzoso.
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