LA ROSA ROJA - 04/05/2022
Nadine Dorries, secretaria de Estado de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Reino Unido afirmó el 3 de marzo de 2022, ante la Cámara de los Comunes de su país, que “la cultura es el tercer frente de la guerra de Ucrania”.
Para el imperialismo, el campo cultural es un escenario vital para sostener su hegemonía y, de esa manera, lograr que las masas se identifiquen con sus ideales, creencias y principios, los cuales son expuestos por los medios de comunicación puestos al servicio del capital como universales e inalterables.
Allen Dulles, director de la Oficina de Servicios Estratégicos en Tiempos de Guerra (OSS) y luego de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), expuso en su libro El Arte de la Inteligencia un conjunto de ideas que permiten comprender la importancia que EEUU le dio a la ideología y la cultura como instrumentos para enfrentar a la Unión Soviética.
Yisell Rodríguez Milán, en un artículo publicado en el periódico Granma el 27 de agosto de 2018 con el título “¿Cómo EE.UU. diseñó imponer su ideología «sin hacer mucho ruido»?”, cita algunos pasajes de la obra de Dulles, personaje que llegó a tranzar con los nazis para detener el avance soviético frente a Alemania en la Segunda Guerra Mundial, el mismo que planteaba que se debía corromper, desmoralizar y pervertir a la juventud, mediante el culto al sexo, la violencia, el sadismo, la traición o cualquier tipo de inmoralidad para debilitar a la URSS.
“El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos”, decía el exjefe de la CIA.
Vicente Romano en su libro La formación de la mentalidad sumisa cita al comunicólogo alemán Harry Pross, que definió a la violencia simbólica como “el poder para imponer la validez de significados mediante signos y símbolos de una manera tan efectiva que la gente se identifique con esos significados”.
Eso es lo que ha venido haciendo el aparato de propaganda y mediático estadounidense desde la Guerra Fría hasta el día de hoy, actividad en la que ha contado con el apoyo incondicional del Vaticano.
En la película Amén, dirigida por Costa Gavras, se pone de manifiesto la estrecha relación que tuvo la Santa Sede con los nazis, así como el silencio cómplice ante los crímenes que cometieron.
El papa Pío XII calló ante las atrocidades cometidas por las huestes hitlerianas y no se atrevió a condenar al nazifascismo en sus intervenciones, silencio que no guardó cuando criticó la influencia de la URSS en Europa Oriental después de la Segunda Guerra Mundial, a más de haber condenado a los comunistas italianos y de haber autorizado a la Congregación para la Doctrina de la Fe la excomunión de los seguidores y militantes del PCI el 1 de julio de 1949. Eugenio Pacelli también brindó su apoyó al dictador Francisco Franco.
Más adelante, Karol Wojtyla, elegido Papa el 16 de octubre de 1978, cargo que ocupó hasta su muerte en 2005, cumpliría un rol similar al servicio de los EEUU y la CIA, en una cruzada cuyo objetivo fundamental era la difusión de los valores del capitalismo y las ideas anticomunistas para combatir a la Unión Soviética y a los regímenes del denominado campo socialista de Europa del Este.
Bajo el gobierno de Ronald Reagan, las relaciones entre EEUU y el Vaticano se hicieron más sólidas. Zbigniew Brzezinski, think tank de la política estadounidense, fue una pieza clave para el acercamiento con el Vaticano desde la presidencia de Carter.
En la década de los 80 del siglo pasado, el aparato de propaganda de EEUU intensificó sus ataques contra la URSS y los países de Europa Oriental. Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense elaboró dos informes para América Latina conocidos como Santa Fe I y Santa Fe II, en los que se recomendaron un sinnúmero de acciones para evitar la penetración soviética en la región.
La guerra ideológica y cultural contra la URSS y luego contra Rusia se remonta a décadas atrás. La Revolución Bolchevique de 1917 no podía ser del agrado de la burguesía mundial que no solo lanzó una coalición militar para derrotarla, sino que, además, utilizó la propaganda para desacreditar sus logros. Carteles anticomunistas y antibolcheviques se elaboraron en Polonia, Francia, Alemania, Italia, España, EEUU para atacar al Estado soviético.
Transcurrido más de un siglo de esa gesta histórica, la burguesía y el imperialismo continúan expresando su odio visceral a la Revolución de Octubre y a Vladímir Lenin. Los medios de comunicación occidentales, instrumentos de la burguesía, permanentemente lanzan sus ataques contra el líder bolchevique fallecido hace 98 años, en una clara demostración de que aún le temen.
El 14 de enero de 2019, el periódico español ABC publicó un artículo de Manuel P. Villatoro con el título “Lenin, el machista y reprimido sexual que vivió de su madre hasta los 40 años” a lo largo del cual se presenta a un Lenin poco confiable, sin moral y con frustraciones sexuales. El colmo del ridículo lo tiene el título del artículo de César Cervera, “El lado aún más siniestro de Lenin, el inventor del régimen de terror que inspiró a nazis y fascistas” publicado por el periódico ABC el 23 de febrero de 2021. Cervera cita a Stéphane Courtois, autor del libro Lenin, el inventor del totalitarismo para sostener que fue el líder bolchevique el “artífice de un régimen de terror que sirvió de modelo a socialistas, fascistas y nazis de todo pelaje”.
No sólo se ha desacreditado la imagen de Vladímir Ilich Uliánov Lenin, sino de la misma revolución rusa a la que generalmente la asocian con el terror, la represión, el hambre y la muerte. La historia oficial, reproducida por el aparato de propaganda de la clase dominante, exalta los procesos burgueses y a sus líderes, mientras desprecia las luchas de los pueblos, de los trabajadores, de sus líderes.
La Independencia de los EEUU se recordará como un acontecimiento admirable, liderado por grandes hombres como George Washington del que prefieren no decir que odiaba al pueblo, la democracia y que era un esclavista.
En cambio, de la Revolución rusa de 1917 hay que repetir continuamente que se trató de un proceso violento, antidemocrático en el cual los bolcheviques aplicaron el “terror rojo” para imponerse. La violencia de los oprimidos es condenada, la de los opresores o se encubre o se justifica.
Alan Woods en el artículo “La Revolución Rusa: el significado de Octubre”, publicado el 25 de enero de 2017 en la página In Defence of Marxism [En defensa del marxismo] dice que “para justificar el sistema capitalista (…) es necesario mostrar que la revolución es algo malo, que representa una horrible desviación de las “normas” de la evolución social pacífica, que inevitablemente termina en un desastre”.
Lo que callan cuando hablan del “terror rojo” es que la revolución tuvo que enfrentarse a la furia de Lavr Kornilov, al terror blanco y a la agresión de las potencias extranjeras que querían derrotar al poder soviético.
La Revolución bolchevique significó un salto cualitativo para la vida de la mayoría de la población rusa sumida por siglos en el atraso, en el analfabetismo, en la explotación y la dominación patriarcal.
La abolición de títulos nobiliarios, la legalización del derecho al aborto y del divorcio para las mujeres, hasta ese entonces prohibidos, la despenalización de la homosexualidad, el apoyo a artistas, escritores, cineastas que posibilitó el desarrollo de estas actividades entre el pueblo, acabando con su carácter elitista, la alfabetización de obreros y campesinos, la electrificación del país y la marcha hacia el desarrollo industrial y tecnológico que se vio concretado años más adelante gracias a la economía planificada, a pesar de las deformaciones burocráticas, fueron algunos de los logros del proceso revolucionario.
Decía León Trotsky en su Historia de la Revolución rusa que “La Revolución de Octubre sentó las bases para una nueva cultura que tomara a todo el mundo en consideración, y por esa misma razón adquirió inmediatamente importancia internacional” y, con una comprensión dialéctica de la realidad, añadió que, “aun suponiendo que debido a las desfavorables circunstancias y a los golpes hostiles, el régimen soviético fuera derrocado temporalmente, la huella inexpugnable de la Revolución de Octubre, empero, sería un ejemplo para todo el desarrollo futuro de la humanidad”, legado que, pese a los ataques brutales que el imperialismo, la reacción y la burguesía mundial lanzan hasta hoy, no ha podido ser vencido.
Tras la caída de la URSS y del denominado campo socialista en Europa Oriental, proliferaron el juego, las mafias, la droga y la prostitución. La juventud de los países de Europa del Este, atraída por el mundo de ensueño que la propaganda occidental le mostraba, no tardaría mucho tiempo en darse cuenta de que el capitalismo realmente existente no le iba a proporcionar bienestar y comodidad, sino que, al contrario, le iba a despojar de las conquistas que bajo el socialismo real, a pesar de sus imperfecciones y su burocratización, gozaban, como en el campo de la educación, de la salud y la seguridad social.
Laila Porras Musalem explica los impactos que tuvo en la sociedad rusa el cambio de sistema. La aplicación de las medidas neoliberales conllevó a la caída del ingreso de en un 42% hasta 1995 y la pobreza que en 1988 era del 2%, entre 1993 y 1995 aumentó a 50%. Las empresas públicas fueron privatizadas, la corrupción se hizo más palpable, mientras se producía un deterioro acelerado de la vida de la población. En su investigación titulada “Un recorrido histórico por la desigualdad en Rusia, a 100 años de la revolución”, publicada el 15 de julio de 2018 por México Social, Porras Musalem dice que la esperanza de vida entre los hombres rusos pasó de 64.2 a 57.6 entre 1989 y 1994, debido a las afectaciones en la salud producidas por la tensión social, fundamentalmente al no tener la seguridad de mantener su empleo como en la época soviética.
Un artículo de Fátima Ruiz publicado en el periódico El País el 30 de marzo de 2001 con el título “El ‘glamour’ de prostituirse” expone la dura realidad de la niñez en la Rusia postsoviética en la que muchos infantes fueron abandonados por sus padres y por el Estado, lo que les condujo muchas veces a la prostitución o a “prestar” su cuerpo a las mafias dedicadas a la pornografía infantil. Niñas de apenas 11 años fueron convertidas en esclavas sexuales por organizaciones delictivas inmersas en esta actividad criminal.
El capitalismo con su rostro inhumano se estableció en la ex Unión Soviética, mientras con total cinismo los medios han exaltado el mundo de bondades que la caída del socialismo real trajo para Rusia. Rodrigo Fernández, el 26 de diciembre de 2016 publicó un artículo en el periódico El País con el título “El día que renació Rusia” en el que manifestaba: “El sistema económico y político impuesto por los bolcheviques, fracasado, desaparecía. Atrás quedaba definitivamente la falta de libertades —políticas, económicas, culturales, de movimiento— y continuaba la cada vez más difícil andadura (…) hacia un sistema que quería ser democrático. El coste social de este cambio fue enorme: el capitalismo salvaje golpeó a un pueblo acostumbrado a la estabilidad laboral, pero abrió también las puertas a la iniciativa individual y permitió a los rusos gozar de una libertad que nunca antes habían tenido”.
Esa libertad significó que niñas y adolescentes rusas, convertidas en “huérfanas sociales”, se vieran forzadas a la prostitución, a la pornografía infantil, a la esclavización sexual, mientras que, a nivel cultural, McDonald, Burguer King o Coca Cola deslumbraban con sus productos y simbología a miles de jóvenes que, en ese instante de éxtasis, aún no sentían los efectos de las medidas neoliberales en el campo de la educación, de la salud y de la vida laboral.
Mientras el retorno al capitalismo significó la imposición de la decadencia y la ordinariez, la Revolución rusa de 1917 impulsó la fuerza creadora de las masas, lo que posibilitó el desarrollo del arte, de la música, de la literatura, el cine, la poesía y, por supuesto, la ciencia.
Indudablemente, antes de la revolución bolchevique de 1917 grandes pensadores, científicos, escritores y artistas sobresalieron por sus obras de gran importancia y valor para la humanidad toda, así como por la belleza de sus creaciones.
En el campo de la ciencia despuntaron Mijaíl Lomonosov (1711-1765) que formuló la ley general del movimiento y la conservación de la materia, Nikolái Lobachevski (1792-1856) creador de la geometría hiperbólica, no euclidiana, Dmitri Mendeléyev (1834-1907) que desarrolló la tabla periódica de los elementos químicos, Aleksandr Stepánovich Popov (1859-1905) inventor de la telegrafía sin cable y que es considerado como el primero en desarrollar la radio antes de Marconi, Nikolái Pirogov (1810-1881) que fundó la cirugía de campaña rusa y la escuela rusa de anestesia.
Aleksandr Pushkin (1799-1837), con sus poemas El prisionero del Cáucaso, Al mar, Fiódor Dostoyevski (1821-1881), autor de Recuerdo de la casa de los muertos, El Jugador, Crimen y Castigo o Los hermanos Karamazov, León Tolstói (1828-1910) con La Guerra y la Paz o La muerte de Iván Ilich, Antón Chéjov (1860-1904) con sus obras teatrales La Gaviota o Tío Vania, son exponentes de la literatura rusa y universal.
En la música clásica destacan Mijaíl Glinka (1804-1857) con Jota Aragonesa, Alexander Borodín (1833-1887) con su obra maestra El príncipe Igor, Modest Mussorgsky (1839-1881) con su suite para piano Cuadros de una exposición, Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) con creaciones magistrales como El cascanueces o El lago de los cisnes.
El arte fue otro de los campos donde sobresalió la cultura rusa. Iván Aivazovski (1817-1900) con sus pinturas La novena ola o La Torre Galata a la luz de la luna, Alekséi Savrásov (1830-1897), con cuadros como Los grajos han vuelto o Paisaje de Invierno, Vasíli Vasílievich Vereschaguin (1842-1904) con obras como Apoteosis de la guerra o la Sagrada Familia han impresionado al mundo por su belleza.
No obstante, fue el triunfo revolucionario de 1917 que condujo a un nivel superior a la ciencia, a la literatura y al arte que, al despojarse de su carácter elitista, se puso al servicio del pueblo, al tiempo que el valor de cambio era sustituido por el valor de uso.
Como dice Alan Woods, “la Revolución de Octubre fue el acontecimiento más liberador de la historia humana”. En su artículo “El marxismo y el arte”, el pensador galés explica que “una galaxia de artistas surgió al calor de la revolución: Marx Chagall, Larionov, Tatlin, Malevich, Boris Kustodiev, Kuzma Petrov Vodkin, Isaac Brodsky, Vladimir Lebedev, Mitrofan Grekov, Sergei Konionov, Matvei Mantzer y artistas femeninas como Vera Mukhina” y añade que “después de Octubre la gente comenzó a participar en las nuevas formas de arte callejero: manifestaciones de masas y actuaciones callejeras”.
El desarrollo de la propaganda revolucionaria, acompañada de la cartelería fue impresionante, al igual que el de la escultura, con la edificación de monumentos en honor a la clase trabajadora y al pueblo soviético entre los que se destaca la colosal escultura “El obrero y la koljosiana” de Vera Mújina, con 24,5 metros, construida en acero inoxidable.
Las colecciones de arte en manos de gente rica, nobles y empresarios fueron nacionalizadas por la revolución, como la galería Tretiakov y las colecciones de Serguéi Shchukin e Ivan Morozov.
La cultura debía difundirse masivamente entre el pueblo. Un ejemplo de ello fue el “Tren de Cultura e Instrucción”. David Rodrigo García Colín Carrillo, en un artículo publicado por La Izquierda Socialista el 9 de mayo de 2020, cita al profesor argentino Miguel Vedda quien dice que: “El «Tren de Cultura y de Instrucción» recorrió entre 1918 y 1921 las vías férreas poniendo el arte al alcance de las masas campesinas y analfabetas. Sus vagones, transformaban las estaciones en museos y escenarios a cielo abierto con espectáculos teatrales, exposiciones de cine, de pintura, etc. En 1920, por ejemplo, se reproduce el ataque al palacio de Invierno con ocho mil actores y quinientos músicos y con el mismo buque Aurora tirando salvas como en 1917. Isadora Duncan bailó también al aire libre con cinco grados bajo cero, hacía tanto frío que se escarchaban los instrumentos de la orquesta que la acompañaba”.
En la música se destacó el compositor soviético Dimitri Shostakovich que, pese al control y restricciones que el régimen de Stalin impuso a la creación artística, creo sinfonías maravillosas. Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk, la ópera que no gustó a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, fue trabajada por Shostakovich durante tres años, cuyo argumento fue tomado de la obra homónima de Nikolái Leskov, escrita en el siglo XIX. En un artículo publicado por Pravda el 28 de enero de 1936 con el título “Caos en vez de música”, Shostakovich fue objeto de una despiadada “crítica” por dicha ópera.
La Revolución de octubre de 1917 potenció el estudio del pensamiento marxista. Con el impulso de Lenin, el revolucionario y pensador marxista, David Riazanov, fundó el Instituto Marx-Engels que emprendió la colosal tarea de reunir todos los materiales existentes de estos dos grandes pensadores alemanes, con el propósito de llevar a cabo un proyecto editorial crítico de su obra. Riazanov no se limitó a recopilar textos de Marx y Engels, sino que lo hizo de todo el movimiento socialista, anarquista y obrero. Para ello contó con un presupuesto y equipo que en diversos países adquirieron bibliotecas y materiales que fueron nutriendo al Instituto que funcionó desde 1921, en el palacio expropiado a los príncipes Dolgorukov.
El cine fue otro campo en el que el triunfo revolucionario posibilitó la creación de obras extraordinarias. En 1920 se fundó el estudio cinematográfico Mosfilm que produjo películas como El acorazado Potemkin (1925) de Sergéi Eisenstein o el drama bélico de Mikhail Kalatozov, Cuando pasan las cigüeñas (1957), que obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes de 1958 o La balada de un soldado (1958) de Grigori Chukhrai galardonada con el premio especial del jurado del Festival de Cine de Cannes en 1959.
La lista de películas producidas durante la época soviética es extensa. Si bien muchas de ellas fueron sometidas al control del aparato burocrático y otras abiertamente rendían culto a la figura de Stalin, cayendo en el plano de la adulación y el servilismo, como en Klyatva (1947) de Mikhail Chiaureli, los filmes producidos fueron de un gran valor histórico, así como también cultural y estético.
Octubre (1928) de Sergéi Eisenstein y Grigori Aleksandrov es un relato fidedigno de la Revolución bolchevique desde febrero hasta octubre de 1917. También despuntan las producciones de Dziga Vértov como El hombre con la cámara (1929) o Tres cantos para Lenin (1934). Yuri Ózerov dirigió las películas bélicas-históricas La Batalla de Moscú y Liberación, obras monumentales de la cinematografía soviética que muestran la lucha del Ejército Rojo y los pueblos de la URSS contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial, filmes en los que, además, se hace un reconocimiento especial a la figura del Mariscal Gueorgui Zhúkov.
En 1969 el periodista Yulián Semiónov, fundador y presidente de la Asociación Internacional de Escritores Policiacos, escribió la novela Diecisiete instantes de una primaver”, una obra apasionante que relata las actividades que el agente del espionaje soviético, coronel Maksim Isáiev, que opera bajo el nombre de Stirlitz en la Alemania hitleriana, lleva adelante para combatir a los nazis.
El libro de Semiónov fue llevado a la televisión como miniserie en 1973, bajo la dirección de Tatyana Lioznova. Una estupenda producción donde se entremezcla la dignidad, la humanidad, la solidaridad personificada por la actuación de Viacheslav Tíjonov como Stirlitz y la deshumanización, el individualismo y la perversidad de los oficiales de las SS Heinrich Müller, Kaltenbrunner o Walter Schellenberg. La serie en blanco y negro, deleita también al público con la exquisita música de Mikael Tariverdiev como es Couple in a cafe.
Durante la Gran Guerra Patria se escribieron varias canciones, muchas de las cuales fueron reproducidas en los mismos campos de batalla, a través de altoparlantes y altavoces, por parte del coro del Ejército Rojo creado en 1928 por Alexandr Aleksándrov. Katyusha de Matvéi Blánter, Espérame de Konstantín Símonov, La Guerra Sagrada de Vasili Lébedev-Kumach con música de Alexandr Aleksándrov o Noche Oscura de Vladimir Agatov con música de Nikita Bogoslovski son algunas de las canciones más bellas que aparecieron en ese período.
El 25 de diciembre de 2016, 64 miembros del Ensamble Aleksándrov perecieron en un accidente de aviación cuando un TU-154 de la Fuerza Aérea rusa se precipitó al Mar Negro. Fue una pérdida muy dolorosa no sólo desde el punto de vista humano, sino también cultural. Pese a este hecho triste, esta agrupación continúa difundiendo los bellos cantos de la era soviética, y otros más.
La herencia en el campo de la literatura de ese período también es impresionante. Si bien bajo el dominio de Stalin la libertad de creación artística y literaria estuvo supeditada a las decisiones de la burocracia, encarnada en la figura de Andréi Zhdánov, principal impulsor del llamado realismo socialista, no por eso dejó de producirse obras llenas de profundo sentido humano, sobre todo tras la derrota del nazifascismo en la Segunda Guerra Mundial.
La Joven Guardia, novela de Alexandr Fadéiv, relata la lucha clandestina de los jóvenes comunistas en Krasnodón-Ucrania para detener las acciones de las tropas hitlerianas.
Borís Polevoi escribió un reportaje sobre los juicios de Núremberg con el título “A fin de cuentas”, donde con lujo de detalles narra el proceso de juzgamiento de los criminales de guerra nazis. Polevoi es también autor de la obra “Un hombre de verdad”, en la que relata la historia de un piloto de la aviación soviética que pierde sus pies, pero que continúa su lucha contra los nazis, lo cual le lleva a convertirse en héroe de la URSS.
A pesar de la caída de la Unión Soviética, el legado de esa época no puede olvidarse. Sí, la URSS vivió momentos de estancamiento, parálisis y, por supuesto, de represión contra aquellos que se salieron de los moldes oficiales o que no eran del agrado del aparatich como el escritor Issac Babel o el compositor Serguéi Prokofiev. Pero a lo largo del tiempo han perdurado los aspectos positivos y más bonitos de la revolución que liderara Vladímir Lenin.
Hoy, debido al conflicto que se da en Ucrania, se pretende cancelar la cultura rusa. Las fuerzas imperialistas comandadas por EEUU, secundadas por sus socios de la OTAN, pretenden imponer un macartismo mundial mediante la persecución de todo lo que provenga de Rusia, como lo hicieron en EEUU entre 1950 y 1956 cuando condenaron todo lo que podía ser sospechoso de comunista. Fue en esa época que los científicos estadounidenses Ethel y Julius Rosenberg, acusados de espiar para la Unión Soviética, fueron condenados a muerte, período en el que también se elaboraron listas de personas “peligrosas” en las que constaba el gran cineasta Charles Chaplin, autor de los filmes El Gran Dictador y Tiempos Modernos.
El presidente Vladímir Putin ha dicho que “la cultura de la cancelación” se ha convertido en “la cancelación de la cultura”, término que engloba “el ostracismo público, el boicot e, incluso, el silencio total, el olvido de los hechos evidentes, de los libros, de los nombres de las figuras públicas históricas y modernas, de los escritores, simplemente de personas que no encajan, no caben en los patrones modernos, por más absurdos que sean a la hora de la verdad”.
Y como se ha visto, no se trata de un hecho reciente, sino que ha venido dándose desde tiempo atrás con el propósito de eliminar de la memoria de las personas la contribución hecha antes por la URSS y hoy por Rusia al pensamiento humano, a la cultura, a la ciencia y a la paz.
Hollywood ha pretendido convertir la derrota del nazifascismo en un triunfo de los EEUU, desconociendo que fue la Unión Soviética la que propinó las mayores derrotas a las tropas hitlerianas. El nombre de Yuri Gagarin el primer ser humano en viajar al espacio, hecho que tuvo lugar el 12 de abril de 1961, también pretende ser borrado de la memoria de las personas. En Vinnitsia-Ucrania un monumento al escritor Máximo Gorky, autor de obras como La Madre, ha sido retirado.
La rusofobia ha llegado a límites extremos y las “democracias” capitalistas occidentales, no se diferencian mucho de los nazis.
El 10 de mayo de 1933 una multitud de 70 mil personas, entre las que se encontraban jóvenes universitarios movilizados por la Unión de Estudiantes Nacionalsocialistas, se reunió en la Plaza de la Ópera en Berlín en la que quemaron más de 25 mil libros de autores a los que los nazis consideraban causantes de la “decadencia y corrupción moral” en Alemania. Obras de Heinrich Mann, Erich Maria Remarque, Heinrich Heine, Ernst Glaeser, Erich Kästner, Kurt Tucholsky, Rosa Luxemburg, Karl Marx o Friedrich Engels, ardían en el fuego.
Transcurridos 70 años de esa barbarie contra la cultura, las tropas invasoras estadounidenses y británicas en Irak, permanecieron impávidas frente al robo y destrucción provocados por saqueadores y traficantes en el Museo y en la Biblioteca Nacional en Bagdad.
Un artículo publicado por la Fundación de Cultura Islámica el 21 de enero de 2008 bajo el título “La ocupación y destrucción cultural de Irak”, de autoría del Global Policy Forum, expone que “Entre el 10 y el 12 de abril [de 2003], ante la pasividad de las fuerzas de la Coalición, los saqueadores atacaron en tres ocasiones el Museo Nacional [iraquí]. En total, los ladrones se llevaron entre 14.000 y 15.000 objetos de arte, entre ellos monedas, esculturas, cerámicas, objetos de metal, fragmentos arquitectónicos, tablas cuneiformes y la mayor parte de la colección de los valiosos sellos cilíndricos de la época sumeria. La famosa Dama de Warka de alabastro, datada alrededor del año 3.100 a.C. desapareció, junto a otras 40 piezas de fama mundial. El 16 de abril, cuatro días después de que terminara el saqueo, las fuerzas de la Coalición, al fin, decidieron proteger los edificios”.
Es la política cínica del imperialismo al que solamente le interesa el lucro y echar abajo los cimientos culturales sobre los que se erigen los pueblos a los que han invadido.
Como dijo Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
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Y no es un recuento exhaustivo...
ResponderEliminarNo, desde luego que no lo es.
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