INTERNATIONALIST 360° - 10/01/2023
Traducción del inglés: Arrezafe
Firma del Tratado fundacional de la URSS (Imagen de Stepan Dudnik)
Pertenezco a una generación privilegiada. Nací a finales de los años 60 en Kiev, la capital de una Ucrania soviética y socialista, y tuve la suerte de pasar mi infancia, adolescencia e incluso mi juventud en un país satanizado como ningún otro en la historia de la humanidad: la URSS.
Un recuerdo enorme que tendremos que rescatar del olvido, no para el museo, sino como material para el nuevo andamiaje de los tiempos que vienen. Es una tarea inmensa que aún está por hacer.
Hablando en La Habana con el hijo mayor del Che, Camilo Guevara, un gran ser humano que falleció hace unos meses, cuando tratábamos de analizar el papel de la Unión Soviética en la historia mundial, me dijo:
“(…) Estamos hablando de una gran nación que desarrolló una revolución autóctona y épica contra viento y marea. Derrotó a las hordas nazifascistas a costa del sacrificio de su pueblo, haciendo un favor invaluable a la humanidad. Los soviéticos realizaron hazañas de diversa índole y en innumerables campos. Soy de los que creen que ni los más objetivos o viscerales críticos o enemigos de la URSS esperaban tal cosa. Siempre estuve convencido de que no había fuerza capaz de destruir una obra tan enorme. Subestimé la burocracia política, la acumulación de errores y la influencia capitalista en la mentalidad de algunos líderes (…) Creo que todavía es necesario hacer un análisis lo más científico posible. Es decir, despojado de todo atisbo de sentimentalismo o afinidad ideológica para llegar a un resultado más o menos preciso. No estoy abogando por que se aborde este tema sin mirada militante o de clase, eso es imposible, solo pido que se vea como una experiencia que hay que desnudar, radiografiar, auscultar hasta el último insignificante ápice para descubrir las raíces de lo que estuvo mal o bien, porque esa experiencia es, quizás, en versión mejorada, la única forma que existe para salvarnos como especie…”.
El peor crimen que cometió la URSS, el que nunca le será perdonado, fue el de haber sido una esperanza compartida de una sociedad más justa, más digna y más humana. Esto es lo que la Unión Soviética dio no solo a sus habitantes, sino a todos los pueblos del mundo sin excepción. Desde el triunfo de la revolución bolchevique en la lejana y exótica Rusia, el mundo ya nunca ha sido el mismo. El poder de los soviets (consejos populares) desafió ese orden anterior establecido desde arriba para aplastar a los de abajo, orden que hasta entonces parecía inmutable.
En la Unión Soviética aprendimos desde niños que, en la vida, la felicidad era ayudar a los demás y que nuestro destino era conocer el Universo sin límites. Todo lo que teníamos que hacer era estudiar y aprender mucho, ser buenos compañeros, convertirnos en personas dignas de nuestros padres y abuelos. Disponíamos de servicios de salud y educación totalmente gratuitos; más aún: en la universidad, por buenas notas, el estado nos pagaba. Leíamos mucho y veíamos muchas películas. Soñábamos con viajar por el mundo, hacer amigos de todos los países, culturas y colores. Sentíamos que el futuro era nuestro, que estaba al alcance de nuestros años, y que sería tarea de nuestra generación acabar con las guerras y unir a los pueblos del mundo, encontrar curas para las enfermedades y acabar con la injusticia y la explotación del hombre por el hombre de la historia humana. Soñar con tener mucho dinero estaba mal visto.
Creíamos profundamente en el amor sensible, modesto e inocente y en la amistad desinteresada como valores supremos. No teníamos nada de sobra, porque no teníamos lujos, ni casas grandes, ni viajes de turismo. Tampoco nos reuníamos con nuestros amigos en cafés o restaurantes, sino en nuestras casas, donde compartíamos lo poco y lo mucho que teníamos. Conocíamos literatura, música y cine de todo el mundo y no nos cansábamos de conversar sedientos de conocimiento. Cuando alguien se enfermaba, los médicos venían a visitarlo a su casa de forma gratuita. Las mujeres se jubilaban a los 55 años y los hombres a los 60. Teníamos derechos constitucionales, como la salud, la educación y la vivienda gratuitas, derechos que se cumplían estrictamente.
Si contáramos todo esto hoy, mucha gente en la mayoría de los países nos diría que se trata de una exageración propagandística o de un delirio de viejo nostálgico, que es mentira porque en la vida real no es así y que todas estas cosas no pueden ser verdad ni posibles. Otros, más informados, tendrán listos sus mil peros, recordando los despropósitos de la burocracia, las represiones políticas estalinistas, las diversas restricciones de libertad ciudadana, las dificultades para salir al extranjero, las colas enormes y la escasez de mercancías en los comercios, la censura y la gran distancia entre el discurso oficial y el privado. Y también sería verdad, pero de esas que, sin contexto ni matices, más se acercan a la mentira.
Es muy difícil hablar de la Unión Soviética desde el ámbito de lo secundario, tan normalizado y generalizado por el capitalismo, donde la libertad de elegir el papel higiénico entre mil colores y texturas es algo que se muestra descaradamente como un paso más hacia la felicidad plena. Quienes nunca supieron soñar con nada fuera de su bienestar personal, no tienen forma de comprender los logros y fracasos del proyecto soviético, no porque algo sea bueno o malo, sino por las dimensiones, niveles y tamaños incomparables.
La URSS fue la primera y más convincente prueba de que es posible la larga existencia de una sociedad donde el dinero no es ni el valor central, ni la principal condición para el desarrollo humano. Sí, el dinero era muy importante en la Unión Soviética. Pero no lo fue todo, y creo que esa es precisamente su principal diferencia con las sociedades occidentales.
No es cierto que la URSS fuera destruida por su incapacidad económica para competir con Occidente. Tampoco es cierto que su caída fuera el resultado de un largo o inteligente trabajo de los servicios de inteligencia enemigos.
La Unión Soviética no dejó de existir a causa de un enemigo político externo; lo que la destruyó fue su propia falta de democracia y participación real de los ciudadanos en la toma de decisiones del Estado, junto con la ingenuidad e infantilismo político de su pueblo, que no supo valorar y defender sus enormes conquistas sociales.
La nueva generación de burócratas oportunistas en el poder, que impregnó masivamente el Estado, entendió que el capitalismo les venía mucho mejor y, aprovechando la falta de experiencia política del pueblo desde los tiempos de Gorbachov, desató una tremenda campaña política anticomunista, prolongada hasta el día de hoy, para luego, dirigido por Yeltsin, propiciar un golpe de Estado derechista. Entendíamos de todo menos de política. No nos percatamos.
Pasaron las décadas… y mientras en algunas ex repúblicas soviéticas hordas de ignorantes alentados por el poder y su prensa siguen destruyendo los últimos monumentos a Lenin, profanando las tumbas y memoriales de los soldados antifascistas, en otras ciudades la población reunen el dinero necesario para restituir las estatuas de Joseph Stalin. No vamos a discutir ahora lo malo o lo calumniado que ha sido este personaje, dejemos eso para tiempos mejores, pero este hecho en particular nos indica la tremenda necesidad de muchas personas de aferrarse a su memoria histórica, a ese proyecto que, con sus luces y sombras, abrió un futuro para todos nosotros, nos hizo soñar con un mundo diferente, un mundo en el que la palabra 'futuro' no despertaba miedo, sino esperanza y anhelo.
Con las trágicas experiencias de este nuevo milenio, aprendimos que el tiempo es reversible. Las personas de hoy simplemente no encuentra ideologías ni esperanza en otras visiones de 'progreso'.
Cualquier análisis histórico mínimamente serio nos hace pensar nuevamente en la grandeza de un pueblo que supo crear otro tipo de economía, salir del dominio cultural ajeno y crear el suyo propio, otro proyecto estético, espiritual, ético, un recuerdo imborrable que hoy nos da alas, sabedores de que se puede volver a hacer, aunque no sea lo mismo… porque como dice la canción 'Todo Cambia', “Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana”. Porque todo lo que se criticaba de la URSS, incluidos los peores errores y problemas no resueltos del 'socialismo real', son hoy la constante en la sociedad en la que vivimos, sólo que generalizados y multiplicados por la degeneración mundial del neoliberalismo capitalista moderno
Si en la URSS muchas cosas funcionaron mal, en el sistema actual prácticamente nada funciona, sólo los negocios de muy pocos, a muy corto plazo y a costa de todos y de todo. Hablando de 'campos de concentración' o prisiones soviéticas, en las pseudodemocracias de hoy se multiplican en todas partes por miles, de toda clase, de todo tipo, visibles e invisibles, mucho peores que las de entonces.
Y la peligrosa nostalgia por la URSS se asemeja cada vez más a una nostalgia por el futuro.
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Pues sí, en Rusia se cometió el peor crimen: el darnos esperanzas. Las cosas no son perfectas, todo se puede criticar y con razón. Pero cuando pensamos en la URSS, Cuba, Nicaragua, Siria, Venezuela, Palestina, Sahara... vemos que aún hay esperanza. A las Barricadas! Salud!
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