24 noviembre, 2025

De Kabul a Kiev — Warwick Powell

 



W. P. Substack – 24/11/2025

   Traducción del inglés: Arrezafe


El mundo está viviendo el acto final del orden unipolar posterior a 1991. En Ucrania, Occidente, en conjunto, ha sufrido una derrota estratégica integral a manos de una Rusia que pasó tres décadas despreciada y tildada de "gasolinera disfrazada de país". La evidencia en el campo de batalla ya no es ambigua: las fuerzas rusas avanzan en todos los ejes importantes; la industria de defensa de Moscú supera a toda la alianza de la OTAN en proyectiles de 152 mm y 155 mm con márgenes que fluctúan entre 3:1 y 10:1; las brigadas ucranianas se están reconstruyendo por tercera y cuarta vez con reclutas de 55 y 60 años, y soldados hospitalizados con heridas leves son dados de alta. La idea —que aún se susurra en ciertos centros de estudios de Washington y en los pasillos de Londres y Bruselas— de que un envío más de ATACMS, un escuadrón más de F-16, mil millones más de euros, extraídos de los activos rusos congelados, aún pueden "cambiar el rumbo", ya no es una evaluación estratégica: es un mecanismo de defensa psicológico, el último refugio de una clase política que aún no puede pronunciar la palabra “perdimos”.


En esta realidad se afrontó el plan de paz de 28 puntos de la administración Trump, entregado al presidente Zelenski el 20 de noviembre de 2025 sin consulta previa con Europa, acompañado de una fecha límite estricta, el Día de Acción de Gracias (27 de noviembre) y la restricción discreta de las fuentes de inteligencia y suministro de municiones. El documento es un instrumento del líder de la coalición bélica occidental, que se ha quedado sin hombres, sin dinero, sin maquinaria y sin tiempo político.


El plan de paz de Trump representa la maniobra final en una guerra de coalición liderada por Occidente que ha seguido una trayectoria predecible: integración preconflicto de Ucrania en las estructuras de mando de la OTAN, dominio del campo de batalla en tiempo real mediante la inteligencia estadounidense y la guerra mediática, giro narrativo del "inminente colapso ruso" al "estancamiento sostenible", y ahora, salida orquestada que cede territorio y soberanía en un intento de preservar la imagen de la coalición. Al igual que con el "Decent interval" de Vietnam y la retirada de Afganistán en 2021, no se trata de una intermediación neutral, sino de una transferencia de riesgos: Ucrania absorbe la derrota estratégica, Bruselas y Londres pueden, si así lo deciden, asumir la responsabilidad y los costos futuros, mientras Washington se reestructura de cara a su propia población. Las posturas europeas y ucranianas —las súplicas de dignidad de Zelenski o la resistencia de la UE— tienen un peso marginal; el punto decisivo sigue estando en Washington, y la respuesta de Moscú marca el ritmo. Visto a través de la lente de Hardball, de Chris Matthews, la trayectoria del plan revela un clásico ejercicio de judo político: concesiones estadounidenses enunciadas como un "compromiso de principios", aceptación rusa en los titulares socavada por vetos de carácter operativo, asegurándose así una influencia prolongada sin un compromiso inmediato.


No analizaré el plan de paz punto por punto. Muchos ya lo han hecho. Algunos puntos destacados incluyen lo siguiente:


●  Cesión de facto de Crimea y de la totalidad de las provincias de Donetsk, Luhansk, Zaporizhia y Kherson (incluido aproximadamente el 35 % de esas regiones aún bajo control ucraniano);


● Una zona desmilitarizada de 100 a 300 kilómetros situada en territorio ucraniano;


● Renuncia permanente y jurídicamente vinculante a ser miembro de la OTAN, respaldada por garantías escritas de la OTAN de que no habrá más expansión hacia el este;


●  Las fuerzas armadas ucranianas tendrán limitado su personal activo de 150.000 a un total de 600.000, y estarán desprovistas de cualquier sistema de ataque de largo alcance (ATACMS, Storm Shadow/Scalp, análogos nacionales);


● Desvío de unos 300.000 millones de dólares de activos rusos congelados a un “fondo de reconstrucción” ruso-estadounidense, con solo 100.000 millones de dólares destinados a Ucrania y el resto disponible para proyectos conjuntos; y


● Levantamiento progresivo de todas las sanciones occidentales, sujeto a su cumplimiento, que culminaría con la readmisión de Rusia en el G7 (para convertirse nuevamente en el G8).


Los partidarios de Ucrania han reaccionado con horror y han rechazado el plan considerándolo como una capitulación. Lo manifestado por Neville Chamberlain sobre la "paz en nuestro tiempo", tras su encuentro con Hitler (Múnich, 1938), se rescata como la analogía histórica más adecuada. Pero esta inadecuada analogía resulta irrelevante. Desde la perspectiva de Washington, lo único que queda por resolver es cómo ejecutar la retirada sin propiciar icónicas imágenes que puedan reproducirse una y otra vez, como las de Kabul 2021 en contra Joe Biden, y las de Saigón 1975 en contra Gerald Ford, y cómo cada colapso previo al "decent interval" se ha utilizado como arma contra el presidente en ejercicio con el despegue del último helicóptero.


Plantilla de los Documentos del Pentágono: 1965-1975, notas para 2025


El precedente histórico es preciso y la documentación es pública para quien desee consultarla. Los Papeles del Pentágono —unas 7.000 páginas de historia interna del Departamento de Defensa, completadas en 1969 y filtradas por Daniel Ellsberg en 1971— contienen el registro, momento a momento, de cómo la vieja élite estadounidense se enfrentó al mismo dilema que ahora enfrenta la transición Biden-Trump. Estos son los momentos clave:


●  Noviembre de 1964 – febrero de 1965: El Grupo de Trabajo sobre Vietnam (presidido por William Bundy) y los Memorandos de Acción de Seguridad Nacional concluyen explícitamente que incluso un bombardeo a gran escala del Norte y el despliegue de más de 500.000 tropas terrestres estadounidenses producirán, en el mejor de los casos, un estancamiento prolongado y, en el peor, un colapso de Vietnam del Sur en dos años.


●  3 de noviembre de 1965: El informe de McNamara a Lyndon Johnson es la prueba irrefutable. Tras el primer gran compromiso terrestre estadounidense (valle de La Drang), el Secretario de Defensa escribe que «las probabilidades están en contra del éxito», que la guerra ya se encuentra en un «punto muerto militar y político» y que una mayor escalada simplemente incrementará el coste político final de la retirada.


●1966-1967: Documentos internos del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y del Departamento de Estado cambian el objetivo declarado de "derrotar al comunismo" a "evitar una derrota humillante de Estados Unidos" y dar a Vietnam del Sur "una oportunidad digna de sobrevivir por sí solo durante un tiempo". La frase "una tregua digna" aparece en el tráfico clasificado ya en 1966.


● Marzo de 1968: Tras la Ofensiva del Tet, Clark Clifford (sucesor de McNamara) le comunica a Johnson en un informe secreto que la guerra es imposible de ganar y que el único objetivo restante es retirarse de forma que no destruya la credibilidad de los compromisos estadounidenses en otros ámbitos. El discurso de Johnson del 31 de marzo, en el que anuncia que no se presentará de nuevo, es la primera grieta pública en su fachada.


● 1969-1973: Nixon y Kissinger heredan la misma evaluación interna y siguen la misma estrategia: vietnamización, expansión de la guerra a Camboya y Laos, bombardeo de Navidad de 1972, todo ello diseñado para asegurar un “una tregua digna” para que la inevitable caída de Saigón se produjera después de las elecciones estadounidenses de 1972 y, preferiblemente, después de que Nixon dejara el cargo.


Así, la primera constatación de alto nivel, documentada e inequívoca, de que la derrota en Vietnam era inevitable, data de finales de 1964 o principios de 1965, y la declaración más clara es el informe de McNamara de noviembre de 1965. Sin embargo, Estados Unidos no hizo ningún anuncio formal de retirada de Vietnam; el proceso fue gradual:


●  La política de “vietnamización” de Nixon, anunciada públicamente el 3 de noviembre de 1969 (el discurso de la “mayoría silenciosa”), fue de todos modos una escalada, más una reducción gradual, no una declaración de retirada.


●  El verdadero cambio de política hacia la retirada total comienza con los Acuerdos de Paz de París, firmados el 27 de enero de 1973.


●Las últimas tropas de combate estadounidenses abandonaron Vietnam del Sur el 29 de marzo de 1973.


● La evacuación final (Caída de Saigón) ocurrió el 30 de abril de 1975.


El registro humano de ese lapso de siete años entre la admisión de McNamara en noviembre de 1965 y los Acuerdos de París de enero de 1973 es asombroso:


●55.000 muertos estadounidenses adicionales (95 % del total de muertos estadounidenses).


●250.000 militares survietnamitas adicionales muertos.


●800.000 norvietnamitas y vietnamitas adicionales muertos.


● Entre 1,5 y 2 millones de muertos civiles vietnamitas adicionales.


Todo ello después de que las más altas esferas del gobierno estadounidense concluyeran en privado que la guerra estaba perdida. El principio fundamental nunca fue la victoria. Se trataba de preservar la reputación presidencial y la percepción de credibilidad del poder estadounidense. Nadie quería ser el presidente que "perdió Vietnam". La guerra posterior a 1965 se libró principalmente para posponer el ajuste de cuentas político interno.


En resumen: ya en 1965, la clase política sabía que la guerra estaba perdida, pero nadie quería ser el presidente que "perdió Vietnam". Así que fueron pasando el cáliz envenenado de Johnson a Nixon y luego a Ford, añadiendo ocho años más de guerra, decenas de miles de vidas estadounidenses y millones de vietnamitas, todo para posponer lo inevitable en aras de la supervivencia política interna y el supuesto prestigio nacional. Esa es la principal acusación moral de los Papeles del Pentágono: la guerra posterior a 1965 se libró principalmente para gestionar la imagen de la derrota, no para ganar.


Existen paralelismos inquietantes y trágicos con la guerra en Ucrania. Públicamente, siempre se ha afirmado que Rusia estaba debilitada, que los ucranianos seguían adelante con valentía y que sólo necesitaban más tiempo y apoyo. Luego, la narrativa empezó a introducir la idea de un estancamiento. Recientemente, se ha hecho cada vez más evidente que la guerra de desgaste de Rusia y su capacidad para sostenerla son abrumadoras. Los intentos de ocultarlo son cada vez más difíciles. Estados Unidos, beligerante y principal proveedor de maquinaria y municiones, ahora quiere retirarse con el pretexto de presionar a Ucrania para que acepte un acuerdo de paz negociado por Estados Unidos.


Lamentablemente, esto tiene un apestoso tufo político.


En realidad, presenciamos un patrón recurrente en los conflictos indirectos entre grandes potencias: la lenta transición del optimismo al realismo, seguida de la resignación, mientras el coste humano aumenta y las vías de salida se disfrazan de "necesidades estratégicas". Las similitudes entre Vietnam y Ucrania son, sin duda, profundas, y a finales de noviembre de 2025, resuenan con más fuerza que nunca. Lo que comenzó como una narrativa de resistencia ucraniana y fragilidad rusa se ha fracturado bajo el peso de las matemáticas surgidas del campo de batalla y el cálculo político.


Los mensajes públicos sobre Ucrania han reflejado el plan de acción de Vietnam casi al pie de la letra:


●Resolución temprana (2022-2023): Occidente presentó a Rusia como un "tigre de papel" que se desmoronaba bajo las sanciones y los problemas logísticos (¿quién podría olvidar las afirmaciones de que la economía rusa estaba hecha trizas, o las burlas de que Rusia estaba saqueando lavadoras en busca de semiconductores y que los soldados luchaban con palas tras haberse quedado sin munición?), mientras los "valientes soldados ucranianos” solo necesitaban tiempo, Javelins y HIMARS (o cualquier Wunderwaffe [arma mágica] del gusto de los animadores) para cambiar el rumbo. Los discursos desafiantes de Zelenski y los ataques virales con drones alimentaron la narrativa: el "Churchill de nuestro tiempo", muy parecido a las promesas de Johnson de "la luz al final del túnel" en 1965, cuando incluso los informes de McNamara admitían en privado el estancamiento.


● Prolongación del estancamiento (finales de 2023-mediados de 2024): En noviembre de 2023, el general de mayor rango de Ucrania, Valerii Zaluzhnyi, lo calificó públicamente de "estancamiento", término que se mantuvo hasta 2024. Esto ocurrió tras el desastre de la propia "ofensiva de verano" de Ucrania. Analistas como los del Consejo de Relaciones Exteriores observaron que el "estancamiento dinámico" se convirtió en algo más estático, con el fracaso de la contraofensiva ucraniana y la escasez de munición. Esta fase evoca la neblina posterior a la Ofensiva del Tet de 1968, cuando los funcionarios estadounidenses minimizaron las pérdidas mientras debatían en privado la "vietnamización".


● Desgaste abrumador (2024-2025): Ahora, la fachada se resquebraja. La economía rusa ha inclinado la balanza —después de todo, no se derrumbó— y su ejército, consciente de su misión, ha recuperado la compostura. Las fuerzas ucranianas, exhaustas y con escasez de efectivos, no pueden avanzar y, en el mejor de los casos, resisten debilmente. Rusia avanza con una estrategia dirigida a destruir al ejército enemigo, con las reivindicaciones territoriales como una realidad al alcance una vez que ya no haya defensores de los que preocuparse. La ofuscación y el discurso desafiante persisten, pero el desgaste es innegable: Rusia produce proyectiles a un ritmo diez veces superior al de Ucrania, tiene muchos más hombres y mayor capacidad. Con activos congelados o no, Moscú está dispuesto y capacitado para luchar durante más tiempo. Mucho más.


Aquí, el paralelismo con Vietnam se agudiza hasta convertirse en tragedia. Estados Unidos, tras haber canalizado 175.000 millones de dólares en ayuda desde 2022 (principalmente maquinaria y municiones), ahora se centra en la desescalada-en-jefe. El plan de 28 puntos de Trump exige que Kiev ceda el Donbás por completo, reconozca Crimea/Luhansk/Donetsk como territorio ruso de facto , desmilitarice una extensa zona de contención y limite el tamaño de su ejército. ¿A cambio? Vagas garantías de seguridad estadounidenses, 100.000 millones de dólares para la reconstrucción, extraídos de los activos rusos congelados, y la readmisión de Moscú al G7.


El ultimátum: Firmar antes del Día de Acción de Gracias (27 de noviembre) o perder el flujo de información y armas. ¿La respuesta de Zelenski? Un discurso en vídeo sin tapujos: Ucrania se enfrenta al dilema de "perder la dignidad o perder un socio clave", pero negociará "honestamente" con Trump mientras se coordina con Macron, Starmer y Merz para una paz "justa". Haciéndose eco de ello, los líderes europeos rechazan las concesiones mientras preparan las conversaciones del G20 en Sudáfrica. Putin, por su parte, lo llama "base", pero insiste en las "causas fundamentales".


¿Qué debemos pensar de todo esto? Desde mi punto de vista, no se trata de una intermediación neutral; nunca lo ha sido. Estados Unidos siempre fue y es el principal beligerante y los intentos de reposicionarse como un intermediario clave no engañarán a nadie. ¿Y los europeos? Han figurado como acompañantes, y su desafiante fanfarronería simplemente no se corresponde con su capacidad material.


Más bien, lo que estamos presenciando es una “tregua digna 2.0”.


Trump hereda la ya fatigada ayuda de Biden a Ucrania, le añade su lema de "Estados Unidos Primero" y enmarca la rendición como "paz a través de la fuerza". En las redes sociales lo llaman "chantaje" o "pacto Putin-Trump", y algunos usuarios lamentan la fecha límite del Día de Acción de Gracias, tachándola de coerción. Así como Nixon bombardeó Hanói para "poner fin a la guerra con honor", asi se presiona hoy a Kiev para que "asuma" la derrota, mientras que Washington elude la culpa por su abandono. ¿El tufo? Puro polítiqueo: se avecinan las elecciones intermedias, los votantes se cansan de las facturas anuales de 60.000 millones de dólares, y una "victoria" permitiría a Trump centrarse en China o Venezuela sin que Ucrania sea un lastre en el atolladero.


Si tras la conclusión alcanzada en 1965 [de que la guerra estaba perdida], la guerra en Vietnam finalmente tuvo un de costó más de 55.000 vidas estadounidenses y millones de vidas vietnamitas, la de Ucrania va más allá. Desde el anuncio del estancamiento en 2023, se estima que han muerto más de 100.000 militares ucranianos (500.000 desde el comienzo hasta 2023), además de 30.000 civiles: cifras que aumentan diariamente en la denominada "picadora de carne" de la Ucrania oriental. Cada concesión pospuesta o pausa en la ayuda sostiene el desgaste, comprando “apariencia” al precio de trincheras colmadas de veinteañeros exhaustos y un número cada vez mayor de padres (y abuelos).


En términos de búsqueda de la verdad, estos paralelismos históricos ponen en entredicho no solo a los líderes, sino también a los sistemas: las guerras por delegación estadounidenses, donde capitales distantes juegan con la soberanía ajena por lucro y prestigio, dejando a los locales afrontar las funestas consecuencias. La lucha de Ucrania dio tiempo a Europa para rearmarse (el gasto en defensa de la UE aumentó un 20 % desde 2022) y redefinió la guerra de la era de los drones, entre otras cosas. En cualquier caso, es improbable que el acuerdo propuesto traiga la paz en breve. Los europeos han respondido con una propuesta alternativa, propuesta que será rechazada por Rusia que, mientras tanto, se muestra abierta a participar sobre la base de dicho plan, lo cual no equivale a un acuerdo.


Hardball: Putin lo juega a la perfección


Chris Matthews tituló su libro, publicado en 1988, Hardball: How Politics Is Played, Told by One Who Knows the Game [Pelota dura: Cómo se juega en política, contado por alguien conocedor del juego]. Una de sus máximas centrales es brutalmente simple: "No se trata de a quién amas, sino de a quién puedes herir. Y la mejor manera de jugar duro es llegar a un acuerdo rápido con tu oponente —en general— mientras lo estrangulas lentamente en los detalles". Vladimir Putin ha pasado noviembre de 2025 ejecutando una maniobra de pelota dura de manual contra la administración Trump.


Las declaraciones públicas del Kremlin hablan de que el plan sienta las bases para futuras conversaciones, y de que Rusia acoge con satisfacción el enfoque constructivo de Estados Unidos y se mantiene abierta a negociaciones serias. Ese es el cálido titular, el "sí, en principio", la aceptación que envuelve a Trump en la creencia de que Moscú negocia de buena fe y permite a los comentaristas occidentales hablar de un "impulso hacia la paz". Simultáneamente, los funcionarios rusos añaden condiciones que desbaratan el acuerdo:


●  Retirada inmediata de Ucrania de todo el territorio que Rusia reclama (incluido el 35% que Ucrania aún controla).


●Reconocimiento previo de “nuevas realidades territoriales” antes de un alto el fuego.


●Renuncia a la OTAN, legalmente vinculante, permanente y por escrito.


● Levantamiento total de todas las sanciones como condición previa, y


●  Negociación sólo en formatos que incluyan China, India, Brasil, Sudáfrica.


Esto es puro Matthews: "Concede siempre en lo principal, y lucha por los detalles". "Abraza a tus enemigos para que no puedan atacarte". "Di que sí y significa que no". El caso es mantener al equipo de Trump convencido de que un acuerdo aún es posible, mientras Rusia continúa su campaña de invierno. Cada semana de retraso es otra semana de ganancia territorial irreversible y otra semana de debilitamiento de las tropas ucranianas.


Putin no le está restregando la derrota a Estados Unidos por las narices. Es demasiado disciplinado para eso. Está haciendo algo más sofisticado: obligar a Estados Unidos a rendirse ante su propio cliente [Ucrania], a la vez que expone la impotencia e irrelevancia de Europa. Las diversas declaraciones de la UE son meramente retóricas, porque Europa no puede librar la guerra sin la inteligencia y las municiones estadounidenses. Moscú lo sabe, y al jugar duro con Washington, Rusia está profundizando sistemáticamente la fractura transatlántica.


Los borradores de los tratados de diciembre de 2021: los resultados


Para que nadie crea que las demandas de Rusia surgieron ex nihilo en 2025, Moscú presentó dos documentos en diciembre de 2021 casi idénticos al plan de 28 puntos que ahora Kiev está siendo obligada a aceptar:


● Un proyecto de tratado con los Estados Unidos que exige garantías jurídicamente vinculantes contra la ampliación de la OTAN y el retroceso de la infraestructura de la alianza a las líneas de 1997, y


● Un proyecto de acuerdo paralelo con la OTAN que contiene las mismas disposiciones.


Ambos fueron descartados por la administración Biden y la OTAN como "imposibles". Cuatro años y más de medio millón de bajas ucranianas después [se estima que más de un millón], las principales exigencias rusas se ven impuestas por la realidad del campo de batalla y la necesidad política estadounidense. Esa es la medida de la derrota occidental.


No es de extrañar que Putin haya dejado claro que la solución preferible al conflicto es en el campo de batalla, pero que Rusia sigue dispuesta a resolverlo mediante negociaciones. Decir esto no implica suavizar los términos. El mensaje es más simple: acepten nuestras demandas ahora y salven vidas o alcanzaremos nuestros objetivos, aunque ello tarde más de lo que desearíamos.


Futuros a medio plazo: La próxima prueba de estrés de la OTAN


De una forma u otra, la guerra terminará, posiblemente después de que Rusia se apodere de lo que resta de las provincias de Donetsk y Zaporizhia, de un territorio que incluya a Odesa, y tras propiciar un cambio de régimen en Kiev. Sin embargo, el resultado estratégico ya está decidido: la mayor confrontación militar convencional entre Occidente y un adversario similar desde 1945 ha terminado en derrota occidental.


La variable decisiva ahora es la cohesión de la OTAN. La estrategia de Rusia, al parecer, consiste en acelerar la divergencia entre un Washington desesperado por declarar "misión cumplida" y centrarse en China, y una Europa a cargo de una Ucrania resentida, dividida y desmilitarizada en su frontera oriental. El Reino Unido, Alemania, Francia, Polonia y los países bálticos ya han señalado que el plan de 28 puntos en su forma actual es inaceptable; sin embargo, su capacidad para sostener la resistencia ucraniana sin la inteligencia y las municiones estadounidenses es prácticamente nula.


Aunque a Washington sin duda le importa poco si la guerra contra Rusia continúa, siempre que no lo involucre, pocos creen que Europa tenga capacidad para actuar de forma autónoma. Los próximos doce meses revelarán si la tan cacareada "autonomía estratégica" de Europa es algo más que retórica.


Asia toma nota


En toda capital asiática, oficiales de estado mayor y analistas de inteligencia observan con atención el desenlace de Kiev. La lección se está cristalizando. Cuando aumentan los costos políticos internos, las garantías de seguridad estadounidenses tienen una precisa fecha de caducidad que se mide en ciclos electorales. El espectáculo de Washington obligando a un aliado dependiente a ceder territorio y su soberanía, todo para evitar una evacuación al estilo de Kabul, pesará mucho en todos los gobiernos de Asia y el Pacífico que calculen la credibilidad de la prolongada disuasión de Estados Unidos contra China.


Desde Saigón en 1975, pasando por Kabul en 2021 hasta Kiev en 2026, el patrón es idéntico. Estados Unidos se extralimita, descubre los límites de su poder, externaliza la lucha a sus clientes y luego negocia salidas cuyo principal propósito es garantizar que ningún presidente en funciones quede registrado en la historia como el que "perdió" la guerra.


Los Papeles del Pentágono demostraron que la guerra de Vietnam, después de noviembre de 1965, se libró principalmente para evitar la imagen de la derrota. Duró siete años. El plan de paz de 28 puntos, la fecha límite del Día de Acción de Gracias, la restricción de los datos de inteligencia: estos son los equivalentes de 2025. El coste humano lo pagan, como siempre, las personas sobre el terreno cuyo país fue elegido como escenario.


La historia no se repite, pero rima con una precisión escalofriante. Kiev es simplemente la última estrofa.



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