No hay duda, el gobierno español está realizando en Asturias
la mayor inversión de su historia a través del Ministerio de Fomento, de forma
que la transición de una economía industrial deficitaria a una economía de
servicios "conectada" con el capital internacional se efectúe tan
rápido "como la situación lo permita", mientras se van disipando sin demasiadas
resistencias los desastres sociales inducidos por la desaparición de la
agricultura tradicional, la reconversión industrial y la liquidación de la
minería. Tal inversión se concreta en la ampliación del puerto de Musel hasta
convertir mediante regasificadoras y centrales térmicas de ciclo combinado a
Gijón en un “poblado energético” desde donde partirán líneas de alta tensión
como la de Sama a Velilla. Y también la construcción de autovías, la
modernización del aeropuerto, la creación de un polígono de actividades logísticas
(la ZALIA) y, por encima de todo, en la llegada del AVE, prometida para el
2012, aunque, vista la evaporación de capital disponible por el Estado en estos
últimos tiempos, aplazada sin fecha creíble, a la espera de la inyección de fondos
que determine la buena voluntad de las constructoras y los bancos. En efecto,
el AVE es "el tren de la recuperación económica", puesto que "la
gente podrá venir más a Asturias" gracias a una mejor
"accesibilidad", especialmente turistas "de calidad"; es el
tren de la "conexión con Europa", una "apuesta de desarrollo
sostenible", un "vertebrador del territorio" venido para
convertir a Asturias en "el nudo logístico de la actividad empresarial en
el Norte de España", etc., etc. El lenguaje de los dirigentes locales
muestra los planes, los deseos y hasta los sueños de la dominación, exactamente
los mismos en toda la periferia: que el desarrollo capitalista depende de una
comunicación fluida con los ejecutivos de Madrid, a los que se les ofrece una
alternativa al avión; que se basa fundamentalmente en la construcción, el
tráfico de mercancías y el turismo, y que implicará una profunda remodelación
del territorio.
La nueva economía no se conforma con explotar la fuerza de trabajo
de una clase sometida, sino que explota el territorio y la vida de su
vecindario. El capitalismo en Asturias ha experimentado un rápido proceso de
terciarización, poniendo fin a la preponderancia industrial y minera, a la vez
que liquidaba el escenario de una lucha de clases en desuso. Cuando se habla de
un Museo del Movimiento Obrero, es que dicho movimiento es cosa ya de museos.
El sector servicios proporciona el 60% de los empleos, la mayoría de los cuales
son basura; desde 1998 aumenta con regularidad el tráfico aéreo y portuario,
crece el negocio bancario, el inmobiliario, el hostelero y el informático; se
incrementa la asesoría de empresas, la construcción, el turismo rural y las
grandes superficies; y mientras tanto, se extinguen los últimos focos de cultura
agraria, se destruye empleo industrial y se desteje la urdimbre minera. En el
horizonte, un "tejido laboral más diversificado", cuyos hilos hay que
encontrar en el peonaje de obra, el servicio doméstico, los dependientes de
comercio o el personal hotelero; un "nuevo modelo de consumo", el del
Espacio Buenavista o el de Los Prados en Oviedo, el de Caudalia de Mieres o el
Parque Principado de Siero; una "reconversión medioambiental", la
impuesta por el TAV, los planes de urbanización costera, las pistas de esquí y
los vertederos; y una "nueva imagen de Asturias", la que, a imitación
del Gugenheim de Bilbao, ofrece en Avilés el Centro Cultural Oscar Niemeyer, la
del neomonumento que los gijoneses llaman el wáter de King Kong, o, finalmente,
la que a semejanza de las casa de los horrores, proporcionaría un propuesto Museo de las Obras del AVE.
La colonización completa del territorio por el capital se
lleva a cabo mediante la formación de conurbaciones, que se apoderan de su
entorno, subordinándolo. En una economía fuertemente terciarizada, los pueblos
y las ciudades pequeñas son inviables, por lo que han de ser fagocitadas por
áreas metropolitanas en continua expansión.
A partir de un millón de habitantes el abastecimiento
resulta suficientemente rentable, la especulación inmobiliaria empieza a ser
suculenta y las economías de escala o de aglomeración ya son importantes. Y
también las deseconomías: atascos, contaminación, estrés, anomia... Asturias no
queda lejos del objetivo de albergar una "ciudad de ciudades", que es
como los dirigentes llaman a la conurbación desordenada y altamente motorizada,
pues en el triángulo formado por Oviedo, Gijón y Avilés viven amontonados unos
800.000 habitantes. Las oligarquías políticas y económicas locales han tomado conciencia de la "potencialidad" de las
conurbaciones como "centros de desarrollo", y del hecho de su
necesaria comunicación jerárquica con un hipercentro, por lo que las infraestructuras
son imprescindibles, sobre todo las que llevan una carga política considerable,
como lo es el Tren de Alta velocidad. Cuando hablan de "Asturias",
las tecnócratas que asesoran a los dirigentes se refieren exclusivamente a la conurbación
central asturiana conectada con Madrid. A todos los efectos, cualquier otra porción del territorio
no cuenta, sino en relación económica con ella, es decir, como explotable.
Esa doble centralización, la de Madrid y la del binomio Oviedo-Gijón,
significa una doble presión destructiva sobre el territorio, sobre la
naturaleza, sobre las economías locales, sobre las comunicaciones comarcales o
regionales, y para acabar, sobre las relaciones sociales que sostienen su dinamismo.
El carácter masificador y destructor de la nueva economía es consustancial a la
nueva etapa del capitalismo, hasta el punto de dominar sobre cualquier otro
aspecto. Cada edificio, cada monumento, cada zona residencial, cada pista de esquí
y cada campo de golf, se levanta sobre ruinas sociales todavía visibles; cada
línea de alta tensión, cada autovía y cada TAV, discurren por territorios
devastados, cuyas enormes heridas no logran ocultar ni la pintura, ni el
ajardinamiento.
La destrucción se complementa con el despilfarro y la inutilidad,
por lo que el AVE, la infraestructura que reúne a la perfección esos tres
trazos, los propios del totalitarismo, ha de simbolizar más que ninguna otra la
lógica depredadora de la clase dirigente, la que preside sin que demasiada
gente se percate la mayor contrarrevolución habida en Asturias.
El AVE es realmente un tren costoso, destructivo e
innecesario, particularmente el asturiano. Cada kilómetro cuesta 50 millones de
euros, contra los 12 que costaba el de Sevilla. El precio del billete saldrá
mucho más caro que el de los trenes de largo recorrido, que se suprimirán, e
incluso que el de los puentes aéreos. La cantidad de túneles, viaductos,
terraplenes y escombrerías, sumada a los destrozos causados por las mismas
interminables obras –de largo lo más insufrible– garantiza un impacto que los
habitantes de las proximidades nunca podrán olvidar. La destrucción afectará,
como ya ha ocurrido en otros lugares, a las infraestructuras ferroviarias de cercanías,
forzando así al uso multiplicado del automóvil. Pero lo mejor de todo es que el
TAV asturiano no sobrepasa el nivel mínimo de utilidad. Competirá con
desventaja con el avión, puesto que a pesar de la lejanía de los aeropuertos,
la duración global del trayecto en tren Madrid-Oviedo superará en más de una
hora la del aéreo. Y, pese a tanto vandalismo territorial, atravesar el
principado, es decir, ir de Pola de Lena a Gijón, apenas adelantará en un
cuarto de hora al tren convencional puesto que la velocidad media nunca
superará los 176 kilómetros por hora. Cualquier crítica que se detenga en estas
cuestiones, como la que hacen los alcaldes de los municipios afectados o los
ecologistas locales, es igual de inútil que la infraestructura cuya
construcción pretenden detener. Primero, porque lo que lo que para la gente
corriente, en el supuesto de que la hubiera, es un defecto tremendo y una
agresión inaceptable, para los dirigentes es una virtud y una demostración de
fuerza. Los dirigentes tienden al despotismo, a la egolatría y a la
irresponsabilidad ¿Y qué más prueba de faraonismo, megalomanía e irracionalidad
que la construcción de una obra carísima, perjudicial e innecesaria? Segundo, porque
los dirigentes regionales compiten unos con otros –véanse si no los
aspavientos del presidente cántabro– y el TAV marca la diferencia.
Además, aunque parezca incomprensible, el TAV produce réditos
electorales, cosa que obliga a toda candidatura, ecologista o no, a no
pronunciarse en contra si quiere conservar sus posibilidades.
Pese que la construcción del TAV puede tacharse de verdadero
acto terrorista, la población se halla en un estado de indignidad tan avanzado
que es capaz de digerir cualquier bazofia que le echen y reproducir a pies
juntillas el discurso del poder hasta en los menores detalles. La oposición al
TAV ha de abandonar el terreno de las alegaciones y las denuncias, de las
recogidas de firmas y los callejones sin salida de la ley, para presentar
batalla en todo el territorio. Ha de romper el secretismo del poder abriendo
canales propios de contrainformación, buscar aliados donde los haya y movilizar
a un sector numeroso de la población. Solamente así podrá romper el cerco
informativo y permitirse un mínimo debate público que altere la correlación de
fuerzas, hoy abrumadoramente favorable a la dominación. La oposición lo tiene
todo en contra salvo un par de detalles que sin duda pueden beneficiarla: por
un lado, la crisis económica que recorre el país y agota las arcas del Estado.
La falta de dinero ralentizará e incluso paralizará temporalmente las obras,
con lo que se ganará tiempo, un factor táctico fundamental para el combate. Por
el otro el escaso dinamismo de la economía asturiana, en las postrimerías de la
reconversión, con una demografía estancada, la menor tasa de natalidad del
Estado, mucho paro, una caída preocupante de la productividad y un grado de
innovación tecnológica que podríamos calificar de ridículo, quita peso a las
fuerzas vivas locales y las predispone al sacrificio ante la menor dificultad
social. Por consiguiente, pese a su sumisión, la oligarquía asturiana tiene
menos influencia en Madrid digamos que la vasca, y si las obras del TAV por
Euskal Herria casi han parado, ¿qué podemos esperar de de las asturianas? En
estas condiciones hasta una discreta protesta puede obtener excelentes
resultados.
La lucha contra el TAV es al mismo tiempo un pulso contra el
modelo social que necesita de ese artilugio y sobre todo contra el Estado, un
pulso en el que los dirigentes no tienen empacho a recurrir a la violencia y a
la criminalización. No se puede separar la alta velocidad del turbo
capitalismo, ni en el plano económico, ni en el político, ni en el moral. El
movimiento de protesta, condicionado por el terrorismo institucional Pro TAV,
ha de ser asambleario y emplear tácticas que puedan contrarrestarlo.
La autodefensa será ante todo resistencia. Debe formular intereses
generales y fundirlos con los vecinales, lo que significa que ha de abandonar
el terreno político de la dominación incluso a nivel comarcal o local. El
dominio del capital abarca todos los aspectos de la vida social, integrándolos
y mercantilizándolos, de forma que su cuestionamiento no puede partir desde
dentro. Al igual que las luchas obreras tuvieron a su enemigo interior en los
partidos y los sindicatos, las luchas antidesarrollistas tienen al suyo en los ecologistas
ciudadanistas y municipalistas. Cualquier movimiento que no rebase los límites
de la mediación institucional será rápidamente absorbido. La contestación no puede
centralizarse en nada acotado por el capitalismo, sean conflictos laborales o
territoriales. No podemos oponer un modelo de capitalismo a otro. La cuestión
social salió de las fábricas para reaparecer en el rechazo del consumo y del espectáculo,
en el combate contra las grandes infraestructuras, en la reivindicación de la
soberanía alimentaria y en la defensa del territorio, en la agricultura
biológica y en las comunidades libres de resistentes, en las asambleas
vecinales autónomas y en la secesión anticapitalista. Pero no lo logrará si se
detiene ante la inmensidad de sus tareas y da marcha atrás. La aspiración
última de desmantelar las conurbaciones y reequilibrar el territorio no es otra
cosa que la voluntad manifiesta de acabar con el capitalismo y el Estado. Hay
que tenerlo claro.
Para la charla de Riosa con la
plataforma anti TAV, 9 de octubre de
2010.
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