02 abril, 2017

El desierto no puede crecer más: está por todas partes.

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Proposición I
Nada le hace falta al triunfo de la civilización.
Ni el terror político ni la miseria afectiva.
Ni la esterilidad universal.
El desierto no puede crecer más: está por todas partes.
Pero aún puede profundizarse.
Frente a la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.

Escolio
Esto es un llamamiento. Es decir que se dirige a los que lo escuchan. Nosotros no nos tomaremos la molestia de demostrar, de argumentar, de convencer. Nosotros iremos a la evidencia.
La evidencia no es, primero que nada, una cuestión de lógica, de razonamiento.
La evidencia está del lado de lo sensible, del lado de los mundos.
Cada mundo tiene sus evidencias.
La evidencia es lo que se comparte
o lo que parte.
A partir de lo cual toda comunicación vuelve a ser posible, deja de ser postulada, está por construirse.
Y eso, esa red de evidencias que nos constituyen, se nos ha enseñado muy bien a ponerlo en duda, a esquivarlo, a silenciarlo, a guardarlo para nosotros, se nos ha enseñado muy bien que todas las palabras nos hacen falta cuando queremos gritar.

En cuanto al orden bajo el cual vivimos, cada uno sabe a qué atenerse: el imperio salta a la vista.
Que un régimen social agonizante no tenga ya otra justificación para su arbitrariedad que su absurda determinación —su determinación senil— de, simplemente, durar;
Que la policía, mundial o nacional, haya recibido un pleno uso para poner en su lugar a los que se salgan de la raya;
Que la civilización, herida en su corazón, no encuentre en ninguna parte, en la guerra permanente a la que se ha lanzado, otra cosa que sus propios límites;
Que esta fuga hacia adelante, ya casi centenaria, no produzca ya sino una serie ininterrumpida de desastres cada vez más próximos;
Que la masa humana se acomode a golpe de mentiras, de cinismo, de embrutecimiento o de pastillas a este orden de las cosas.
Nadie puede pretender ignorarlo.

Y el deporte que consiste en describir interminablemente, con una complacencia variable, el desastre presente, es sólo otro modo de decir: “Es así”; el premio a la infamia les corresponde a los periodistas, a todos aquellos que, cada mañana, hacen como si descubrieran nuevamente las inmundicias que constataron el día anterior.



Pero lo sorprendente, a estas alturas, no son las arrogancias del imperio, sino más bien la debilidad del contra-ataque. Es como una colosal parálisis. Una parálisis masiva, que unas veces dice que no hay nada que hacer, al mismo tiempo que habla, y otras veces admite, exasperada, que “hay tanto por hacer…”, lo cual no se distingue en nada. Y después, al margen de esta parálisis, está el “hay que hacer algo, cualquier cosa” de los activistas.

Seattle, Praga, Génova, la lucha contra los organismos genéticamente modificados o el movimiento de los parados: nosotros hemos tomado nuestra parte, hemos tomado nuestro partido en las luchas de los últimos años;
y ciertamente no del lado de attac o de los Tute Bianche.
El folclore protestatario nos ha dejado de distraer.
En la última década, nosotros hemos visto al marxismo-leninismo retomar su aburrido monólogo en bocas todavía estudiantiles.
Hemos visto al anarquismo más puro rechazar incluso aquello que no comprende.
Hemos visto al economicismo más plano —el de los amigos de Le Monde diplomatique— convertirse en la nueva religión popular. Y al negrismo imponerse como única alternativa a la derrota intelectual de la izquierda mundial.
En todos partes, el militantismo se ha entregado de nuevo a edificar sus construcciones tambaleantes,
sus redes depresivas,
hasta el agotamiento.
Han bastado sólo tres años a los policías, sindicatos y otras burocracias informales para dar cuenta del breve “movimiento anti-globalización”. Para cuadricularlo. Dividirlo en “terrenos de lucha”, tan rentables como estériles.
En este momento, de Davos a Porto Alegre, del Medef a la CNT, el capitalismo y el anti-capitalismo describen el mismo horizonte ausente. La misma perspectiva mutilada de gestionar el desastre.
Lo que se opone a la desolación dominante es meramente, en definitiva, otra desolación más, bastante menos abastecida. En todas partes la misma idea tonta de la felicidad. Los mismos juegos tetanizados de poder. La misma desarmante superficialidad. El mismo analfabetismo emocional. El mismo desierto.

Nosotros decimos que esta época es un desierto, y que este desierto se profundiza sin cesar. Esto, por ejemplo, no es poesía: es una evidencia. Una evidencia que contiene muchas otras. En particular la ruptura con todo aquello que protesta, todo aquello que denuncia y glosa sobre el desastre.

Quien denuncia, se exime.

Todo ocurre como si los izquierdistas acumularan las razones para rebelarse de la misma manera que el manager acumula los medios para dominar. De la misma manera, es decir, con el mismo goce. El desierto es el progresivo despoblamiento del mundo.
La costumbre que hemos adquirido de vivir como si no estuviéramos en el mundo. El desierto se encuentra tanto en la proletarización continua, masiva y programada de las poblaciones, como en el suburbio californiano, ahí donde la miseria consiste precisamente en el hecho de que nadie parece sentirla ya.
Que el desierto de la época no sea percibido verifica aún más el desierto.

Algunos han tratado de nombrar el desierto. De designar lo que hay que combatir no como la acción de un agente extranjero, sino como un conjunto de relaciones. Han hablado de espectáculo, de biopoder, de imperio. Pero también eso se ha sumado a la confusión reinante.
El espectáculo no es una cómoda abreviación de sistema mass-mediático. El espectáculo reside de igual modo en la crueldad con la que todo nos remite sin cesar a nuestra imagen.

El biopoder no es un sinónimo de Seguridad, de Estado del bienestar o de industria farmacéutica, sino que se aloja gustosamente en el cuidado que prodigamos a nuestro cuerpo precioso, en medio de una cierta extrañeza física tanto de sí mismo como de los otros.

El imperio no es una especie de entidad supra-terrestre, una conspiración planetaria de gobiernos, de redes financieras, de tecnócratas y de multinacionales. El imperio está en todas partes donde no pasa nada. En todas partes donde ello funciona. Ahí donde reina la situación normal.

Es a fuerza de ver al enemigo como un sujeto que nos hace frente —en vez de experimentarlo como una relación que nos contiene—, que uno se encierra en la lucha contra el encierro. Que uno reproduce, bajo el pretexto de “alternativa”, la peor de las relaciones dominantes. Que uno se pone a vender la lucha contra la mercancía. Que nacen las autoridades de la lucha anti-autoritaria, el feminismo con grandes cojones [couilles] y las cacerías [ratonnades] antifascistas.

Formamos parte, en todo momento, de una situación. En su seno, no hay sujetos y objetos, yo y los demás, mis aspiraciones y la realidad, sino el conjunto de las relaciones, el conjunto de los flujos que la atraviesan.

Hay un contexto general —el capitalismo, la civilización, el imperio, como se quiera—, un contexto general que no sólo pretende controlar cada situación sino que, peor aún, intenta que por lo general no hayasituación. se han condicionado las calles y las casas, el lenguaje y los afectos, y aún el tempo mundial que todo esto implica, con ese único fin. se actúa por todas partes de modo que los mundos se deslicen unos sobre otros o se ignoren. La “situación normal” es esta ausencia de situación.

Organizarse quiere decir: partir de la situación, y no recusarla. Tomar partido en su seno. Tejer en él las solidaridades necesarias, materiales, afectivas, políticas. Es lo que sucede en cualquier huelga que se da en cualquier oficina, en cualquier fábrica. Es lo que hace cualquier banda. Cualquier maquis. Cualquier partido revolucionario o contrarrevolucionario.
Organizarse quiere decir: hacer consistir la situación. Volverla real, tangible.
La realidad no es capitalista.

La posición tomada en el seno de una situación determina la necesidad de aliarse y, por ello, de establecer ciertas líneas de comunicación, circulaciones más amplias. A su vez, estas nuevas ilaciones reconfiguran la situación.
A la situación que nos ha sido dada, nosotros la llamaremos “guerra civil mundial”. Donde ya nada está en condiciones de limitar el enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera el derecho, que entra más bien en el juego como otra forma del enfrentamiento generalizado. El nosotros que se expresa aquí no es un nosotros delimitable, aislado, el nosotros de un grupo. Es el nosotros de una posición. Esta posición se afirma en esta época como una doble secesión: por un lado, secesión con el proceso de valorización capitalista, y por otro, secesión con todo lo que la simple oposición al imperio, por ejemplo extraparlamentaria, impone de esterilidad; secesión, por consiguiente, con la izquierda. Aquí “secesión” no indica tanto el rechazo práctico de comunicar como una disposición a formas de comunicación tan intensas que arrebaten al enemigo, ahí donde se establezcan, la mayor parte de sus fuerzas.

Para ser breves, diremos que tal posición toma de los Black Panthers la fuerza de irrupción, de la autonomía alemana los comedores colectivos, de los neo-luditas ingleses las casas en los árboles y el arte del sabotaje, de los feministas radicales la elección de las palabras, de los autónomos italianos las autorreducciones masivas y del movimiento del 2 de junio la alegría armada.

Ya no hay amistad, para nosotros, que no sea política.


3 comentarios:

  1. (J)OLÉ! Comparto, amigo mío. Nunca mejor expresado.
    Gracias de nuevo y abrazos, como siempre...

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  2. Cuanto más se llena más vacío está

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