01 mayo, 2017

La formación de la mentalidad sumisa - Vicente Romano [prólogo]

"Mea culpa" - Santiago Sierra

Prólogo a la segunda edición del libro La formación de la mentalidad sumisa, de Vicente RomanoEl libro (pdf) puede descargarse pinchando aquí.

Mundialización de la economía y de la conciencia

I

Este libro vio la luz pública por primera vez en el otoño de 1993. Para el verano de 1994 ya se había agotado, a pesar de las escasas reseñas que se le hicieron. El autor sólo conoce las publicadas en las revistas Cuatro semanas, Utopías, Nuestra Bandera y Telos, ninguna de ellas de gran tirada y dirigidas a públicos muy minoritarios y concretos. Ni Ediciones La Catarata ni la FIM (Fundación de Investigaciones Marxistas), coeditores de la primera edición, han considerado pertinente reeditarlo, a pesar de los numerosos requerimientos hechos en este sentido tanto a la FIM como al propio autor, procedentes de los ámbitos y lugares más diversos de dentro y fuera del país. Concebido y redactado como una obra de divulgación, también ha encontrado una acogida favorable en algunos sectores académicos, sobre todo en América Latina.

Es de agradecer por tanto, que se haya atrevido a reeditar un librito cuyo contenido parece molestar, a pesar de su escasa difusión, a los poderes económicos y políticos establecidos.

Al plantearnos esta segunda edición hemos sentido la natural tentación de ampliar la primera. Creemos, sin embargo, que el contenido redactado hace cuatro años sigue siendo válido. De ahí que sólo nos hayamos limitado a corregir algunas erratas.

Se podrían actualizar algunas cifras y aducir más ejemplos. En cualquier caso sólo servirían para reforzar aún más los argumentos expuestos. El sistema no ha cambiado, sino que se siente más consolidado y prepotente. Los casos de aplicación de la violencia, física o espiritual, podrían incrementarse ad nauseam. Así, durante un par de días de diciembre de 1996, los medios de comunicación han recogido en sus páginas y en sus informativos de radio y televisión algunos aportados por el informe de la UNICEF acerca del trabajo infantil en el mundo. Como "la última esclavitud de este milenio" han calificado algunos de estos medios el hecho de que 250 millones de niños, 500.000 de ellos en España, vivan y trabajen en unas condiciones y a una edad peores que las descritas por Carlos Marx en el primer libro de El Capital. UNICEF ha denunciado así mismo el empleo de niños como soldados en las guerras y los sufrimientos traumáticos que reciben física y psíquicamente, así como las numerosas víctimas causadas entre la población civil por las minas una vez terminadas las guerras.

Durante un par de días, las imágenes de esos cuerpecitos arrastrando pesos, tejiendo alfombras para el Primer Mundo o utilizados como objetos sexuales para los ricos de Occidente nos conmueven e indignan. Pero al día siguiente los medios nos vuelven a presentar otras imágenes de guerras y sufrimientos intolerables impuestos a los más débiles en todo el mundo y nos hacen olvidar rápidamente las anteriores. El Baal electrónico, igual que el sanguinario dios fenicio, no puede parar de alimentarse de sangre y dolor a fin de mantener aterrorizada y sumisa a la población.

2

En esta tarea innoble e inhumana colaboran con desmedido entusiasmo y voracidad una caterva de "profesionales" de última hora, papanatas del último mecanismo tecnológico yanqui, expertos del "trepe". Una turbamulta de jóvenes arribistas se ha encaramado a los puestos y hasta las cátedras, sobre la base de renegar de su pasado, incluso de sus propios progenitores. Tras subirse a la chepa de siglas gloriosas como las del PCE, y pasarse luego a otras no menos dignas como las del PSOE, o acogerse a éstas por primera vez, abandonaron rápidamente sus ideales "revolucionarios" o progresistas, si es que alguna vez los tuvieron. Estas bandadas de "ex" (ex−falangistas, ex−comunistas, ex−ORT, ex−curas, etc.) y de "trans" (tránsfugas, transversales, transnacionales −por lo de su afán al transporte de los viajes y sus dietas−, etc.) una vez agarrados a las mezquinas parcelitas del poder, no parecen ver otro modo de mantenerlas si no es reprimiendo, a veces con saña, cualquier atisbo de pensamiento crítico a costa de lo que sea. Su origen pequeñoburgués y su experiencia insolidaria pueden explicar, tal vez, estos comportamientos, algunos de los cuales son bien conocidos de la opinión pública.

En el corazón sin sangre de estos pragmáticos modernos y post-modernos no caben sentimientos ni valores humanistas, como la solidaridad, la amistad o la emulación. Sus portavoces ideológicos y "académicos" se escudan en la defensa de las tecnologías y la rentabilidad financiera inmediata frente al humanismo y la rentabilidad social. Como la memoria histórica estorba sus intereses, no quieren recordar que la Alemania nazi era la sociedad tecnológicamente más avanzada de su tiempo, y también la más inhumana, una sociedad que en modo alguno se puede presentar como ejemplo de "progreso" humano. Hoy sabemos que, desde el punto de vista de la rentabilidad social, de la felicidad de todos, no siempre es conveniente todo lo que tecnológicamente es posible. "Dejar de ser humano supondría deslizarse hacia la nada", afirmaba en su Filosofía de la existencia Karl Jaspers, pensador nada sospechoso de comunista o revolucionario.

El pensamiento dominante propaga la idea de que el desarrollo tecnológico equivale al progreso, entendido como velocidad, aceleración y acomodo rápido a lo "nuevo". Conceptos como "propiedad", "clase social", etc., han quedado anticuados, nos dicen. Ya no hay más que un mundo y una economía mundial. Y, claro, a una economía mundial le corresponde una conciencia también mundializada, un pensamiento único. Estos esfuerzos del adversario por mantener el monopolio de la opinión y alimentar la falsa conciencia han estimulado en nosotros el deseo de reeditar este libro y redactar este prólogo.

3

Desde el triunfo de la Revolución Soviética en 1917, los dirigentes políticos, espirituales y económicos del mundo capitalista han mantenido una lucha a muerte con los países "comunistas" por la conciencia y la lealtad de los pueblos dentro y fuera de sus fronteras. Los ideólogos del capitalismo han estado siempre contra el ideal emancipador del comunismo.

El principal argumento, repetido hasta la saciedad, era que los trabajadores y las masas populares de los países capitalistas (de los pocos desarrollados, claro está, pues capitalistas son EE. UU. y Haití, Alemania y Tailandia o ahora Albania) disfrutaban de un nivel de vida superior a los que vivían bajo el comunismo. Como si la sociedad comunista soñada por los clásicos se hubiese realizado ya. Se aducían estadísticas para demostrar que los ciudadanos soviéticos tenían que trabajar muchas más horas para adquirir diversos bienes de consumo, como automóviles, neveras, etc. Pero sin hacer ninguna comparación con lo que había que pagar en cada sitio por la asistencia médica, el alquiler de la vivienda, la educación a todos los niveles, el transporte, las vacaciones, y otros servicios fuertemente subsidiados por los gobiernos comunistas.

Durante la existencia de los países comunistas, y a fin de dar la apariencia de un "capitalismo de rostro humano", los empresarios se vieron obligados a hacer concesiones considerables a los trabajadores. Todas las victorias se ganaron en los sectores mejor organizados de la clase obrera: jornada laboral de 8 horas, derechos de antigüedad en el empleo, salario mínimo, seguridad social, seguro de paro, vacaciones pagadas, asistencia sanitaria, permiso de maternidad, etc.

La preocupación por el comunismo favoreció también la lucha por la igualdad de derechos civiles en los propios EE. UU. y en la guerra (sobre todo fría) por las conciencias y los corazones de las poblaciones no blancas de Asia, África y América Latina. Había que mejorar la imagen de la explotación.

El desmoronamiento del comunismo en la URSS y otros países de Europa Oriental lanzó al vuelo las campanas de los círculos dominantes del capitalismo en Europa y EE. UU. Salvo pequeños enclaves como Cuba, el capitalismo transnacional parece tener bien amarrado el globo.

Una vez desaparecido el adversario comunista, los medios de creación de opinión (libros, periódicos, revistas, emisoras de radio y de televisión, cátedras y tertulias) arreciaron en sus exigencias desreguladoras y privatizadoras. Si en los países ex-socialistas las conquistas sociales se hacían retroceder a formas de explotación inauditas, propias de épocas pretéritas, ya no había razón alguna para mantener las que se habían alcanzado con el capitalismo a lo largo de luchas seculares.

A principios de esta década, la mayoría de los conservadores tenía claro que había llegado la hora de dejarse de garambainas y sacudirles en serio a los trabajadores y a las masas populares. ¡Muera lo público y viva lo privado! reza el lema triunfal que se grita por doquier. Ya no hay que competir con nadie por el dominio de las conciencias. Ya no existe ningún sistema alternativo adonde volver los ojos y los corazones. Ante su victoria global, el gran capital ha decidido ajustar cuentas de una vez por todas con los movimientos emancipadores, sindicales, etc., dentro y fuera de casa. Se acabaron las componendas con los obreros, los profesionales, los funcionarios, e incluso con la clase media, que se considera demasiado amplia. Hay que precarizar, proletarizar y lumpenproletarizar.

Con el revés del comunismo, las minorías dirigentes ya no tienen por qué preocuparse de reducir el desempleo, como hacían en las décadas de la guerra fría. Más bien persiguen mantener una elevada tasa de desempleo a fin de debilitar a los sindicatos, someter a los trabajadores y conseguir crecimiento sin inflación.

Todo esto suena a música celestial. Pero, al mismo tiempo, presenciamos la tercermundialización de los países capitalistas ricos, esto es, la degradación económica de una población relativamente próspera. Los círculos dirigentes no ven ninguna razón para que millones de trabajadores y sus familias gocen de un nivel de vida similar al de la clase media, con cierto excedente de ingresos y un empleo seguro. Tampoco ven razón alguna para que la clase media sea tan numerosa. Ahí están los ejemplos de México, Brasil, Argentina, etc.

Los pocos que ya tienen mucho quieren más. En realidad lo quieren todo. Y les gustaría que la gente común, los muchos, reduzcan sus esperanzas, trabajen más y se contenten con menos. Pues, cuanto más tengan más querrán, hasta que se acabe en una democracia social y económica. ¡Y hasta ahí podían llegar las cosas! Mejor atarlos corto y tenerlos insatisfechos. Para los pocos que lo tienen casi todo es mejor volver a las condiciones del siglo XIX o del Tercer Mundo actual, esto es, disponer de masas de trabajadores sin organización, dispuestos a trabajar por la mera subsistencia; una masa de desempleados, de pobres desesperados que contribuyen a bajar los salarios e incluso provocar el resentimiento de los que están justo por encima de ellos (divide y vencerás, decían ya los antiguos esclavistas de Roma); una clase media cada vez más encogida; y una diminuta clase poseedora, escandalosamente rica, que lo tiene todo.

4

Esta ofensiva reaccionaria, cuyo objetivo final es la redistribución de las ganancias entre unos pocos, la han saludado los comentaristas oficiales como "el fin de la lucha de clases" y hasta "de la historia". Pero, en realidad, las minorías capitalistas están llevando a cabo una guerra de clases más encarnizada que nunca.

El desmoronamiento del comunismo, del socialismo burocrático y de cuartel, ha supuesto también el colapso económico de muchos países del Tercer Mundo. Durante la guerra fría, los países capitalistas desarrollados intentaban contener la expansión socialista a los países pobres de Africa, Asia y América Latina ayudando económicamente a los regímenes anticomunistas con inversiones y programas de desarrollo. Baste recordar a este respecto la Alianza para el Progreso de J. F. Kennedy a principios de los 60, tras el triunfo de la revolución en Cuba.

Durante la década de los 80 se abandonó la idea de que la prosperidad del Tercer Mundo se correspondía con los intereses capitalistas del Primero. En su lugar se ha dado marcha atrás a esos programas de desarrollo a fin de crear un "mundo libre" para maximizar los beneficios del capital sin tener en cuenta los costes humanos y medioambientales. Con esta mundialización de la explotación capitalista, esos países ya no pueden volver la vista a la alternativa comunista.

Por otro lado, la tremenda deuda que agobia a estos países y las medidas de ajuste impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a fin de poder conseguir más créditos y hacer frente, no ya a la deuda, sino a sus intereses, precarizan aún más la vida de la inmensa mayoría de sus poblaciones. La reducción de los programas sociales y de los salarios, la desregulación de las medidas protectoras, la privatización de las empresas públicas, incluidas la sanidad y la enseñanza, etc., se publicitan como "ajustes" necesarios para reducir la inflación, mejorar la situación financiera y aumentar la producción. Se supone que al consumir menos y producir más se estará en mejores condiciones de cumplir los compromisos internacionales, esto es, de seguir pagando las deudas y sus intereses. En realidad, estas medidas se traducen en más explotación y mayores beneficios para el capital transnacional. Y, viceversa, en el consiguiente empobrecimiento de las economías y de las poblaciones de esos países. Venezuela, Filipinas, Zaire, Rusia y las repúblicas que antes integraban la URSS, Rumanía, etc. se deslizan rápidamente a lo que se llama Cuarto Mundo Pero no hay que irse tan lejos. También aquí, en nuestro propio país, al que nuestro gobierno quiere llevar a la primera línea de Europa, presenciamos este proceso de precarización. Los automóviles no sólo tienen primera, segunda y más velocidades. También tienen marcha atrás.

Ante el empobrecimiento generalizado de la población surge la cuestión de quién va a poder comprar todos los bienes y servicios producidos. Uno tiende a pensar que los capitalistas están matando la gallina de los huevos de oro. Pero el sistema dispone todavía de recursos que le permiten prolongar su existencia. Así, aunque el poder adquisitivo de los trabajadores se reduzca, son más los que trabajan por menos dinero, mujeres y niños incluidos. La jornada laboral se ha incrementado a niveles desconocidos hace muchas décadas. A las familias de varios miembros trabajando en precario durante muchas horas hay que sumar el pluriempleo. Si a todo esto se añade la posibilidad de comprar a plazos, las tiendas de "Todo a 100", etc. se entenderá por qué las masas populares siguen consumiendo a pesar de estar más explotadas.

5

Para consentir esta situación se requiere, claro está, un esfuerzo enorme en mantener a la población desinformada, para persuadirla de que no hay alternativa; en suma, para tenerla material y espiritualmente sumisa. Los dirigentes espirituales, los formadores de opinión, desde la intelligentsia vendida hasta el Papa, saben perfectamente que es más fácil engañar a una población poco y mal informada que a otra ilustrada.

Así, por ejemplo, todo el mundo conoce los terribles daños causados por los EE. UU. en Vietnam, Laos, Camboya, Irak, América Latina, etc. Pero, como dice Michael Parenti [1], la mayoría de los ciudadanos estadounidenses se quedarían boquiabiertos si se enterasen de ellos. Les han enseñado que, a diferencia de otras naciones, su país no ha cometido las atrocidades de otros imperios, y sí que ha sido el adalid de la paz y la justicia. Esta brecha enorme entre lo que los EE.UU. han infligido al mundo y lo que sus ciudadanos creen que hacen es uno de los grandes logros de la propaganda y de la mitología dominantes.

Como se sabe, la propaganda recurre con frecuencia a la mentira, puesto que su papel es el de influir en las emociones y, sólo accesoriamente, el de informar. Recuérdese a este respecto la efectuada durante la época nazi por J. Göbbels, que tantos discípulos ha tenido después.

Cierto, se requiere un bombardeo intensivo de mentiras para justificar ante la población el bloqueo de Cuba o la carnicería de Irak con el argumento de que están en juego los intereses nacionales de los EE. UU. y la paz mundial. Es evidente que Cuba o Nicaragua y los marxistas y revolucionarios de izquierdas que quedan en el mundo sólo constituyen una amenaza para los bancos y transnacionales que succionan la plusvalía de estos pequeños países, engordando aún más sus beneficios a costa de esquilmar sus riquezas y sus poblaciones.

El problema no estriba en que los revolucionarios ocupen el poder, sino en que lo utilicen para llevar a cabo políticas inaceptables para los círculos dirigentes del capitalismo. Lo que preocupa a sus gerentes, banqueros y generales no es la falta de democracia política en esos países, sino sus intentos de construir la democracia económica, salir de la pobreza impuesta por lo que eufemísticamente se llama "mercado libre". Henry Kissinger se aproximó a la verdad cuando celebró el derrocamiento fascista del gobierno democrático de Chile en septiembre de 1973 al afirmar que, en caso de tener que salvar la economía o la democracia, había que salvar la economía. La capitalista, claro está. Lo intolerable es permitir que estos pequeños países encaminen sus esfuerzos a erigir un nuevo orden económico que cuestiona los privilegios de las transnaciones, en el que la tierra, el trabajo y los recursos ya no sirvan para aumentar las ganancias de esos pocos consorcios, sino que beneficien a todos.

El objetivo de todo el aparato ingente de propaganda y persuasión sigue siendo el mismo de siempre: dejar bien claro que no hay alternativa al capitalismo, a un mundo en donde los muchos trabajarán más por menos, a fin de que los pocos privilegiados acumulen más y más riquezas.

Ante el dominio de esta ideología, ante la omnipresencia de este "pensamiento único" como se dice ahora, no deja de ser curioso que quienes nunca se quejan de la unilateralidad de su educación política sean los primeros en acusar de unilateralidad a cualquier desafío a esa educación.

6

En la actualidad, este adoctrinamiento unilateral se efectúa en lo que M. McLuhan llamaba el "aula sin muros", esto es, a través de los llamados medios de comunicación de masas. El consumo de medios, sobre todo de televisión, constituye hoy un componente fijo de la vida cotidiana en la mayoría de las sociedades. Como se sabe, la cultura predominante es ahora la producida masivamente por estos medios. Esta "cultura de medios" se ha convertido en la experiencia cotidiana y en la conciencia común de la inmensa mayoría de la población. A ella pertenecen el trato cotidiano con los medios y sus contenidos, así como la forma de pensar y de sentir determinada por ellos, los hábitos de leer, oír y ver, de consumo y comunicación, las modas y una buena parte del lenguaje y de la fantasía.

La cultura mundial de los medios de comunicación uniformiza y reduce el planeta, aunque no en el sentido del experto en relaciones públicas M. McLuhan. El mundo no se ha convertido en la "aldea global" que él preconizaba en la década de los 60, sino que más bien ha desaparecido la aldea y se está urbanizando a marchas forzadas.

Los diseñadores y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de los medios. El análisis de esta actividad revela que a través de ella se pretende crear el tipo de ser humano más conveniente para el sistema capitalista de producción y consumo. El objetivo ideal sería convertirnos a todos en apéndices del mercado. Es lógico, por tanto, que el reclamo comercial, la "publicidad", constituya uno de los componentes fundamentales de la cultura actual.[2]

Ahora bien, entre el orden cultural y el económico existe una relación de interdependencia. Así, y por limitarnos solamente a los orígenes más recientes, durante el siglo XIX, a medida que la industria atraía a un sector cada vez mayor de la población a su esfera de influencia, a su modo de producción y de consumo, los capitanes de la industria se preocuparon cada vez más de que la vida cultural coincidiese con sus objetivos económicos y políticos. Para ello no sólo trataban de imponer y administrar la disciplina laboral de la fábrica, sino de inculcar también las actitudes, lealtades y comportamientos adecuados a esos objetivos. Pronto se dieron cuenta de que era más barato meter al guardia de la porra en las mentes que mantener un costoso aparato de represión. A éste se recurre únicamente en caso de necesidad, cuando falla el otro. Cuando una clase depende de las bayonetas, de la violencia física, de la fuerza bruta para preservar su poder es que no está segura. Pero con la represión de anarquistas, socialistas, comunistas, sindicalistas insumisos y toda clase de idealistas radicales, la clase capitalista, detentadora del poder económico, enrola a su causa a otras instituciones como la iglesia, la escuela, los medios de comunicación e incluso el entretenimiento. Si se echa una mirada retrospectiva se podrá observar que han desaparecido prácticamente las formas de entretenimiento y de cultura populares, los teatros, periódicos, novelas, etc, clara y conscientemente obreros. Todas esas formas han sido sustituidas por la producción industrial.

Para asegurar su hegemonía como capitanes de la industria y de los negocios, los ricos han aspirado siempre a convertirse en "capitanes de la conciencia". Los nombres son numerosos a lo largo de los siglos XIX y XX, desde Lord Nordcliffe o el yanqui Hearst hasta Axel Springer, Kirch, Berlusconi o Murdoch.

He aquí un par de ejemplos a modo de ilustración. En su Outline of History, y refiriéndose a los fundadores de los EE.UU., H. G. Wells dice que "los padres de América pensaron también que sólo tenían que dejar la prensa libre y cada cual viviría en la luz. No se dieron cuenta de que una prensa libre podía convertirse en una especie de venalidad constitucional debido a sus relaciones con los anunciantes, y de que los grandes propietarios de periódicos podían convertirse en bucaneros de la opinión y en insensatos demoledores de los buenos comienzos". Hace unos 40 años, el barón de la prensa inglesa Lord Beaverbrook, nacido en Canadá, declaró ante una Comisión Real que publicaba sus periódicos "solamente por razones de propaganda" ("purely for propaganda and with no other purpose"). Cuarenta años después, otro hijo de las colonias, esta vez de Australia, llegó a Londres a buscar fortuna y fama, y ha adquirido la misma que Beaberbrook, aunque incrementada a nivel mundial. Puesto que la economía ya está mundializada, también debe estarlo la conciencia.

7

La historia enseña que la clase pudiente nunca está sola. Se arropa con la bandera de la religión, el patriotismo y el bienestar público. Pues sólo reconoce y proclama como bueno para todos lo que es bueno para ella. Tras el estado existe todo un entramado de doctrinas, valores, mitos, instituciones, etc., que sirven consciente o inconscientemente a sus intereses, John Locke decía ya en 1690 que "el gobierno fue creado para protección de la propiedad". Y casi un siglo después, en 1776, Adam Smith afirmaba que "la autoridad civil se instituyó en realidad para defensa de los ricos contra los pobres, o de los que tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna".

Las instituciones políticas, religiosas y educativas contribuyen a crear la ideología que transforma el interés de la clase capitalista dominante en interés general, justificando las relaciones de clase existentes como las únicas que son naturales y, por tanto, perpetuas e inalterables. Todas ellas se conjuntan para crear una conciencia uniforme, para dar unidad al pensamiento.

Para preservar el sistema que es bueno para ellos, los ricos y poderosos invierten mucho en la persuasión. El control de la comunicación, del intercambio de informaciones y sentimientos, contribuye de modo eficaz a legitimar el poder de la clase propietaria. Y es en este marco general donde actúan los medios de comunicación de masas.

Estos medios son los vehículos o canales de distribución de los productos de esta comunicación. La comunicación de masas es, antes que nada, producción masiva de comunicación. Y, como tal, se rige por los mismos principios que el resto de las industrias: producción en serie, indiferenciada, a fin de reducir costes y aumentar beneficios. Pero como en la producción comunicativa se trata de productos del pensamiento, de contenidos de conciencia, esta simplificación y uniformidad tiene también algo que ver con la producción del pensamiento acrítico, indiferenciado, único.

No hay que olvidar que no son los medios los que reducen y simplifican, sino quienes los dirigen. Con un guion correcto y unas intenciones adecuadas se pueden ofrecer presentaciones intelectualmente ricas, ampliadoras del conocimiento, acerca de temas de vital importancia, como demuestran los documentales, por ejemplo.

Los medios sirven a muchos fines y desempeñan diversas funciones. Pero su papel principal, parejo con el de incrementar las ganancias de los pocos que los poseen, su indeclinable responsabilidad, estriba en reproducir una visión de la realidad que mantenga el actual poder económico y social de la clase dominante. Su objetivo no radica en producir una ciudadanía crítica e informada, sino el tipo de gente que vota a R. Reagan o a J. Gil y Gil. Su meta es cerrar el clima de opinión marcado por la minoría que domina el mundo del dinero, los negocios, el gobierno, las iglesias, las universidades, etc., puesto que casi todos ellos comparten la misma concepción de la realidad económica.

Las técnicas para conseguir la uniformidad de las opiniones, el pensamiento único, son muchas y muy diversas. Y, aunque no sea éste el lugar más apropiado para exponer los subterfugios utilizados en la manipulación de las conciencias, sí conviene recordar que son los propietarios de los medios de comunicación y los directores puestos por ellos los que tienen la capacidad de seleccionar y publicar, de dar a conocer a los demás los aspectos de la realidad más acordes con sus intereses. Los pocos tienen así el poder de definir la realidad para los muchos y de producir las informaciones que dificultan a la mayoría de los ciudadanos el conocimiento y la comprensión de su entorno, la sociedad en que viven, así como la articulación y expresión de sus necesidades e intereses.

En este sentido, los medios pueden dirigir efectivamente la percepción de la realidad cuando no se dispone de informaciones en contrario. Y, aunque los medios no puedan moldear cada opinión, sí pueden enmarcar la realidad perceptiva en torno a la cual se forman las opiniones. Aquí radica tal vez su efecto más importante: establecer el orden del día para todos, organizando el espacio de lo público, las cuestiones en qué pensar. En suma, los medios establecen los límites del discurso y de la comprensión del público, del pueblo. No siempre moldean la opinión de todos, claro está, pero tampoco tienen por qué hacerlo. Basta con legitimar ciertos puntos de vista y deslegitimar otros. El resultado es un pensamiento único, uniforme, acrítico, y, por consiguiente, la falsa conciencia.

8

Los observadores "neutrales" sostienen que hay que aceptar como tales lo que la gente diga que son sus intereses. Postular que los individuos pueden perseguir a veces objetivos contrarios a sus intereses personales o colectivos equivale a saber mejor lo que más les interesa y beneficia. El argumento se cierra concluyendo que los únicos intereses realmente existentes son los que la gente identifica como suyos.

Pero, como dice M. Parenti en su último libro,[3] la posición "neutral" se basa en una visión poco realista y deliberadamente tosca de cómo obtiene la gente sus opiniones. Niega el hecho incontrovertible de que, a menudo, éstas están sometidas al control social. A la hora de juzgar dónde están sus intereses son muchos los factores que intervienen, incluido el impacto de unas fuerzas sociales superiores a las suyas. Y no sólo es que la gente no tenga conciencia de su situación, sino que con frecuencia tienen una falsa conciencia de la misma.

Lo que se excluye por principio es la posibilidad de una comunicación manipulada y controlada en donde a unas opiniones se les da una amplia difusión y a otras se las ignora o se suprimen, como es el caso de las expuestas en este libro.[4]

Rechazar la posibilidad de que exista falsa conciencia equivale a aceptar que no ha habido socialización en los valores conservadores, ni control de la información y del comentario, ni limitación de los temas que deben incluirse en el debate nacional, ni que toda una serie de poderes e instituciones han contribuido a estructurar y definir de antemano nuestra visión del mundo y nuestros intereses.

Efectivamente, si no existe ningún conflicto entre gobernantes y gobernados, entre explotadores y explotados, puede deberse a estas razones, apuntadas ya por M. Parenti:
a) Los ciudadanos están satisfechos con la situación porque se atienden sus intereses. 
b) Apatía y falta de percepción: la gente es indiferente a los asuntos políticos, puesto que, preocupados con otras cosas, no ven el nexo entre la política y su bienestar. 
c) Desánimo y miedo: la gente está descontenta, pero se achanta porque no ve ninguna posibilidad de cambiar las cosas o teme que cambien a peor. 
d) Falsa conciencia: la gente acepta las cosas tal como están porque ignora que existen otras alternativas y hasta qué extremo los gobernantes violan sus intereses, o porque desconocen hasta qué punto la gente se ve perjudicada por lo que cree ser sus intereses.
Quienes están encantados con este orden de cosas quieren hacernos creer que sólo las tres primeras razones pueden estudiarse empíricamente, por ser las únicas realmente existentes.

Quienes creemos que la falsa conciencia existe realmente sostenemos que las preferencias de la gente pueden ser producto de un sistema económico, político y cultural contrario a sus intereses, y que éstos sólo pueden identificarse legítimamente cuando la gente sea plenamente consciente de su elección libre y esté capacitada para elegir.

Negar la falsa conciencia como una imposición "ideológica" (léase "marxista") lleva a los sociólogos y otros formadores de opinión a la conclusión de que no se debe distinguir entre percepciones del interés e interés real u objetivo. Así, si admitimos que la preferencia expresada por un individuo es su interés real resulta que no se puede hacer distinción entre intereses percibidos (que pueden estar más informados) e intereses reales (cuya percepción puede resultar difícil por falta de información adecuada y accesible).

No obstante, se pueden constatar ejemplos de falsa conciencia en todas partes. Hay ciudadanos con quejas justificadas, como empleados, contribuyentes y consumidores, que dirigen su indignación contra los desvalidos que se aprovechan de la beneficencia y no contra las empresas que reciben miles y miles de millones en subvenciones. Están a favor de elevados presupuestos de defensa, de la industria armamentista y de las empresas contaminadoras, mientras denostan a quienes se manifiestan por la paz y contra la contaminación.

Expertos comentaristas conservadores se encarga de alimentar su confusión atacando, por ejemplo, a las feministas y a las minorías en vez de a los sexistas y racistas, a los pobres en vez de a los ricos que crean la pobreza. Para ellos, el problema son los pobres y los inmigrantes. Las víctimas y los efectos se toman por la causa.

La falsa conciencia existe, y en cantidades masivas. Sin ella, los de arriba no se sentirían nada seguros.

9

El principio de esperanza se concretará solamente cuando la mayoría de la población sea consciente de que sus condiciones de vida no se deben a ningún designio divino ni a ninguna ley natural, sino a la voracidad insaciable de un puñado de potentados, a la riqueza y al poder de los pocos que generan la pobreza e impotencia de los muchos.

Las revoluciones se hacen cuando grandes sectores de la población se animan unos a otros, al descubrir lo que tienen en común, y se rebelan contra un orden social insufrible. La gente tiende a soportar grandes abusos antes de arriesgar sus vidas en confrontaciones con fuerzas armadas muy superiores. Por eso no hay ninguna revolución frívola, sino que todas ellas son una tarea muy seria.

Por todo eso, romper con el liberalismo que penetra hoy todas las facetas de la vida, imponiendo en todas partes su pensamiento indiferenciado, acrítico, implica airear en público la crítica de los programas liberales. Significa hacer un esfuerzo serio y sostenido para aprovechar las lecciones aprendidas durante las tres últimas décadas en organización de comunidades, desarrollo económico, movilización en torno a cuestiones concretas, urbanismo, medioambiente, etc. y hacer una nueva síntesis.

Vicente Romano
Sevilla y Madrid, enero de 1997.

Notas:
1 Cf. Parenti, Michael: Dirty Truths, San Francisco 1996.
2 Cf. Romano, Vicente: Desarrollo y progreso. Por una ecología de la comunicación, Barcelona 1993.
3 Cf. Parenti, M.: Dirty Truths, l. c., pp. 209−214.
4 Ni siquiera Mundo Obrero, publicación supuestamente afín a ellas, se ha atrevido siquiera a dar noticia de su existencia. Hay veces que la fascinación por lo extranjero no deja ver lo propio.


11 comentarios:

  1. Bastante acertado, pero creo que es aun más complicado a largo plazo, que todo esto forma parte de un plan, desde la creación y destrucción del socialismo, hasta el actual recrudecimiento del capitalismo, que finalmente, con una población más sumisa, desaparecerá también para dar paso algo mucho peor.
    Creo que es importante además que la población acepte la situación, no porque no haya métodos para sofocar cualquier revuelta o para reprimirla y hacerla aceptar lo que sea, sino porque es parte del plan desde un principio, necesitan una actitud determinada que genere una energía concreta.

    Salud!

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    1. Precisamente esas que expones son las cuestiones que el libro aborda y analiza, como podrás comprobar si lo has leído.

      Salud!

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    2. Pues habrá que leerlo. ;-)

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  2. El libro no tiene desperdicio. Recomiendo su lectura a quien no lo conozca.

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  3. Tristemente de rabiosa actualidad el artículo.
    Salud!

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    1. Te sugiero leas el libro, esta no es más que la introducción.

      Salud!

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  4. Como bien dice J.J. Guirado, el libro no tiene desperdicio. Contundente, como exige la miserable realidad en que vivimos.

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  5. Extraigo esta cita del libro:

    Se cuenta de un empresario que le decía a un trabajador: "Solo quiero lo mejor de usted". Y el trabajador respondió: "Mire, eso es precisamente lo que no quiero darle."

    Resulta difícil determinar hasta qué punto las escuelas son fábricas de absurdo, de irracionalidad o de sueños. Nuestros padres, atemorizados por las de sus represores, actúan aún conforme a la enseñanzas que les inculcaron. Si queremos evitar, o empezar a evitar, que nuestra vida transcurra de una manera perversa y estúpida, hay que partir desde el lugar mismo donde se forma el pensamiento, donde los ricos
    seleccionan y dan informaciones.

    Si no nos defendemos contra el plan de estudios impuesto en las escuelas, los periódicos, la radio y la televisión, nuestros pensamientos seguirán siendo nuestros enemigos, por ser los pensamientos del enemigo.

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  6. Lo que yo saco en conclusión es que una vez perdida la influencia propagandística de la iglesia y esta adoptada por los mass media la mentalidad se sice a la información que absorve de estos, la cual configura sus expectativas y posibilidades. Por lo tanto, en esta era de la comunicación en la que la misma información está acaparada por la corriente principal la aspiración de reveldía ni si quiera es una opción. Nunca la emancipación había estado más lejana del hombre.
    Salud!

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