01 mayo, 2017

La renuncia a ser - Ana Isabel Zuazu / Fabricio de Potestad

El opulento mundo desarrollado, vestido de volantes de billetes y adornado con abalorios de monedas, vive inmerso en una danza de flujos financieros y de capitales, en un baile de oro y piedras preciosas, en un frívolo ritual de dinero. Por mor de la riqueza se vive en un permanente conflicto, enfrentados unos contra otros. Todos contra todos. De esta forma, el estrés producido por la feroz competencia ha alcanzado una magnitud de tales proporciones que no es extraño que haga estallar a un número cada vez mayor de personas. Son los mártires del andamiaje capitalista, los que ignoran dónde está Wall  Street. Las aturdidas calles de las ciudades están llenas de hombres y mujeres incapaces de seguir el ritmo desenfrenado propio del crecimiento material y tecnológico. Llega un momento en el que la marea humana, impregnada de olor a fatiga social, se ve desbordada y, tras una titánica lucha por mantenerse de pie en su frágil peana freudiana, repleta de complejos, termina por claudicar. Su mundo se convierte en un pequeño rincón sin luces. Su horizonte se pliega y se centra sobre un punto único y trágico: la muerte.
El mundo occidental acostumbra a utilizar las fiestas, los banquetes, los regalos, las vacaciones, los homenajes, los premios, los juegos, las bromas, el humor e incluso el sexo, para reactivar y mantener el clima eufórico que la sociedad considera aceptable. Sin embargo, el estable bienestar, que lógicamente se deriva de un empleo estable y de una justa distribución de la riqueza, se excluye paradójicamente como estímulo apropiado para producir alegría. Los ricos, en consecuencia, son cada vez más ricos y los pobres cada vez más numerosos. Y para qué nos vamos a  engañar, los pobres de solemnidad, no están para saraos y cuchipandas, pues la miseria no se festeja.

Cuando el desmoronamiento personal es vivido como un hecho lógico y comprensible, como ocurre ante un desengaño amoroso, el sujeto es consciente de que puede salir de su estado de crisis; pero cuando la depresión viene marcada por la soledad, las desgracias, las enfermedades, el desempleo o el trabajo eventual, las inhumanas condiciones de trabajo o la insoportable turnicidad laboral; cuando el futuro está desprovisto de perspectivas, la fractura vital asume características estables. Si en un principio, la crisis se atribuye a las miserables condiciones de vida, pasado un tiempo, el deprimido llega a convencerse de que es, en realidad, un perdedor, un fracasado que no ha sabido luchar con el suficiente coraje, y se encierra en una clausura autopunitiva.
A partir de este momento, la vida se convierte para él en un abismo de dolor, el tiempo se detiene y eterniza; la idea de tener que soportar un día más le asusta: no consigue imaginarse cómo conseguirá llenar unas pocas horas que se le antojan vacías, inútiles y desprovistas de sentido. El desazonado y pequeño hombrecillo que, lejos de aspirar a una vida regalada, sorprendente y atractiva, tan sólo buscaba un insignificante lugar en el planeta, un rinconcito donde vivir con dignidad, se da cuenta, de pronto, de que su  existencia es incolora, uniforme y petrificada. Privado de creatividad e incapaz de formular proyectos concretos, percibe que está escribiendo la página más inútil de su vida. Se ve, por ello, obligado a replantearse de forma urgente, profunda y radical su relación con la sociedad y consigo mismo, sin embargo, cuando experimenta sobre su propio pellejo la dureza e inutilidad de sus afanes contestatarios, se torna, tras los primeros embates, manso hasta la impertinencia. Se encoge hasta hacerse diminuto y entonces, cuando ya no ve salida alguna, sucumbe y da todo por concluido. ¿Qué puede esperar de la degradación de la generosidad, la solidaridad y la compasión, magnitudes óptimas para la vida del ser humano, sino el colapso personal? Su suerte está echada.


Después, vaga entre tinieblas buscando algún camino que modifique su deprimido y afligido estado de ánimo, que si por algo se caracteriza es por su arrasadora esterilidad. Con el pensamiento ralentizado, la despensa casi vacía de ideas, la memoria jadeante y asmática, la concentración en Babia, el sexo a punto de desencuadernarse y una congoja devastadora, es incapaz de dar un paso adelante ni siquiera para acostarse.
Si sus aspiraciones están suspendidas, sus obligaciones, desterradas: hacer la compra, arreglar la casa, hacer la comida, asear se, ver la televisión, ir al cine, leer la correspondencia o salir a tomar un café, suponen un dispendio que no puede permitirse.
Su vida es ciertamente esquinada, sombría y gélida. Nada le colma de satisfacción y nada le divierte. Lo que antes, en algún momento, le arrancaba instantes de felicidad, ahora no es capaz de procurar le siquiera un efímero destello de alegría. Le embarga una tristeza inmensa y torturante. El reloj vital se detiene y el espacio se espesa: ya no camina, repta. El temor viene de todas partes y de ninguna; espera lo peor, lo que le hace estar al acecho, insomne una noche tras otra.
Una corriente fría y lacerante se le cuela por todos los poros de su piel hasta producirle un extraño sentimiento de culpabilidad, tan asfixiante como inmerecido. Así, sin un juicio justo, rebajado y humillado, es condenado a una existencia sin aliento vital; después, melancólico, abatido y agotado, se siente como un reo que presiente cercano el patíbulo.
Hay momentos en los que se resigna a la muerte, la llega a desear, se da por muerto, pero algo esencial falta: el grito final, el estremecimiento definitivo, el sentido último de lo irreparable, la autenticidad de la muerte misma.
Aturdido, inmóvil y con el corazón enajenado, nada tiene ya para él resonancia emocional. Sus afectos no pueden ser proyectados en ninguna de las múltiples direcciones posibles. La ilusión y la esperanza se derrumban conjuntamente. Presiente confuso que se halla ante un extraño umbral de sombras, tras el cual le acecha la nada. La depresión llega a ser espantosa. Una sensación atroz, una descomposición del espíritu y un horrible espasmo del pensamiento, estallan finalmente en un llanto incoercible y angustioso. Cuando, presa del desaliento y ausentes las metas y, con ellas, las razones de la existencia, las fuerzas se agotan y el deseo se disuelve, el pensamiento se orienta unidireccionalmente hacia la muerte. Hasta pierde el apetito, se desnutre, y el cuerpo, poco a poco, se consume. Es la muerte, precisamente, la que puede poner fin a una vida miserable, sin sentido, sin objeto alguno y sin actitud digna y erguida. La muerte se convierte en el único deseo. Llega un momento en el que no le es posible aferrarse a la vida a toda costa y a cualquier precio, no puede exigirse aguantar lo insoportable. El sufrimiento forzoso y acentuado choca frontalmente con su maltrecho decoro, y si no puede hacer nada, si no puede cambiar las cosas, si se encuentra con unas circunstancias que ni ha creado ni puede modificar: ¿qué otra cosa puede desear más que su propia muerte? Cuando no puede más, la muerte le parece la única elección posible.


La fatiga se hace irreversible y una inquietud difusa se apodera de él. El cuerpo le tiembla y un sudor frío le empapa la piel. Instantes después, los somníferos o una soga eficazmente anudada al cuello siegan su vida definitivamente. Inicia un insensible y delicado viaje hacia una profunda oquedad tranquilizadora, sin fondo ni distancias, sin puntos de referencia, vacía e insonorizada, interminable e irreconocible y, sin embargo, familiar. Una sima absurdamente lógica. Pierde la sensación de su cuerpo, es testigo de su caída, deshaciéndose, disolviéndose y desapareciendo de su propia mirada. Se aleja, duerme en la indecisa frontera de la nada, desprovisto de palabras y deshabitado de recuerdos. La huella de su identidad, tenue y evanescente, casi imperceptible y remota, va desapareciendo del umbral de la consciencia y desflecándose insensiblemente hacia la nada. El suicidio se ha consumado. Ha renunciado para siempre a ser. Éste es, velis nolis [quieras o no], el final de muchos desheredados de la tierra de promisión.
Las crisis existenciales del nuevo siglo - Ana Isabel Zuazu / Fabricio de Potestad

13 comentarios:

  1. Problemas de una sociedad producto de la propaganda y el adoctrinamiento, deshumanizada, desestructurada, sin raíces, sin vínculos personales ni familiares. Una sociedad de ciudadanos productivos y dóciles.
    Felicidades a todos ellos en su día del trabajo.

    Salud!

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    1. El 1 de Mayo reivindica y homenajea a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en Estados Unidos por su participación en las jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Los hechos tuvieron su origen en la huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en la Revuelta de Haymarket.

      Salud!

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  2. Otro de los grandes éxitos del capitalismo, culpabilizar a la víctima de su propio fracaso, bien para venderle manuales de autoayuda bien para inhibirse de las verdaderas causas de la iniquidad del sistema y seguir "funcionando". Salud!

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    1. Cierto. Sin olvidar que, tras siglos de "pecado original" y meas culpas, el capitalismo ya tenía el terreno bien abonado.

      Salud!

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  3. Así me he sentido yo muchas veces. A demás se le olvida decir que el entorno no te comprende, padres, amigos, vecinos... todos creen que a demás eres un fracasado. Es más triste de lo que parece. Así que coges cualquier trabajo por mierda que sea esperando a que te vuelvan a despedir.
    Porque de lo que habla este post es de supervivencia, no de trabajo o cuchipandas. Es más serio y profundo.
    Ahora bien, es en estos puntos de quiebre donde hay que sacar fuerzas y cambiar. Renacer. Se puede hacer.
    Salud!

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    1. Cuando el entorno es hostil, lo mejor es abandonarlo y buscar uno propicio, por duro que sea. Y, como bien dices, hay que sacar fuerzas de la propia derrota porque, además, ¿qué es triunfar en esta puta sociedad sino claudicar?

      Salud!

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  4. Pues, sí, Conrado. Y lo que no sabemos.
    Alguna esperanza desde Brasil, Argentina, Colombia y oarte de Venezuela. Pero ni hablamos de los desheredados...

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  5. borrokagaraia.wordpress.com/2017/05/01/nada-ha-cambiado-que-nos-invite-a-retroceder-maiatzak-1-egin-lotu-borrokara/

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  6. Esruve con esa sensación de oánico durante dos años. Miedo a caer en el vacío. Y un día, sin saber por qué, disfruté de esa dulce pobreza, de ese humilde bienestar, que diría Pedro García Olivo...
    Un día decidí "no necesitar". Lo demás vini solo.
    Y sí, se puede renacer, pero con otros ojos, con otras manos (las q trabajan para ti) y otro cuerpo y mente.
    Por suerte no tengo bocas que alimentar ni cuerpos que abrigar más que los míos. Eso fué determinante.

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    1. De toda experiencia extrema se sale con "otros ojos". Con una visión más amplia y profunda, con una lucidez que, a veces, duele. Porque mirar es gratis, pero VER puede salirnos muy caro. En fin, la libertad es una dama muy generosa, pero muy exigente.

      Salud compañera!

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  7. Sí, lo es. Y tanto que duele. Pero duele mucho más la sumisión y la explotación. Nunca más una esclava. Nunca más.

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