24 julio, 2018

El embrollo populista – Corsino Vela


  Ilusión: Del lat. illusio, -ōnis.
  1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.


Capítulo extraído de Capitalismo terminal. Anotaciones a la sociedad implosiva – Corsino Vela

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El embrollo populista

Uno de los rasgos dominantes de nuestro presente es la capacidad del capital en crisis para producir problemas irresolubles en el ámbito de su propia lógica. Así, la acumulación ampliada de capital significa también la acumulación ampliada de problemas en todos los órdenes. De este modo, el desarrollo capitalista lleva a un estado general de desestabilización en el que destacan los desplazamientos masivos de población y el estado de guerra permanente. Estas circunstancias son una consecuencia directa del movimiento del capital, de su acumulación global y de los mecanismos de transferencia de plusvalía hacia los países que concentran la gestión y el consumo. La expulsión de las comunidades indígenas de sus tierras, los cambios hacia el monocultivo, las guerras estratégicas por recursos energéticos (petróleo, uranio, gasoductos, rutas comerciales) y el cambio climático aceleran los desplazamientos de población. Si bien estos han acompañado la implantación del capitalismo y de la sociedad industrial a lo largo de su historia, actualmente han alcanzado un grado que desborda la posibilidad de gestionarlos. Estos son solo algunos exponentes a escala mundial de la imposibilidad de articular soluciones a los problemas que la dinámica social sometida al capital genera.

Por eso mismo, el estado de urgencia actual plantea exigencias que van más allá de la subjetividad activista de la élite mediadora emergente, así como de la vana esperanza en que la sociedad del capital colme las expectativas y promesas dirigidas a la población proletarizada del terciario improductivo. El hecho es que en las sociedades capitalistas desarrolladas, simplemente no hay lugar para tanto artista, creativo, turista solidario, asesores y consultores de los nuevos aparatos de representación, etc. La razón es que no hay excedente de capital –aunque sobre liquidez virtual– en la proporción necesaria para sufragar el gasto que la actividad improductiva y el sistema de representación comportan.

Las acciones simbólico-espectaculares de ese proletariado y sus mismas reivindicaciones –limitadas por el horizonte del capital y atenazadas en el núcleo de la crisis– se pliegan al ámbito de un posibilismo orientado a poner en marcha mecanismos fiscales, legislativos, etc., que permitan conservar una condición de relativo acomodo en el segmento medio del proceso de proletarización. Algo que hasta ahora ha sido posible gracias a la distribución de la plusvalía generada en el ciclo transnacional del capital, pero que se vuelve cada vez más difícil por las revueltas contra las políticas de austeridad y por la propia evolución de los costes laborales en los países productores, como se ha mencionado a propósito de la deslocalización.

Las condiciones materiales que definen la proletarización imparable de las capas medias de la sociedad terciarizada se acompañan de una conciencia conservadora. Estas capas medias pretenden ser el recambio histórico de la pequeña burguesía tradicional, laminada por el proceso de concentración de capital. Son el estrato social de la sociedad terciarizada que constituye la base social, no consolidada (activistas, militantes, afiliados, votantes), de la nueva izquierda del capital.

La condición proletarizada no asumida de ese segmento social en descomposición entraña una conciencia confusa que se manifiesta en un regeneracionismo ambiguo, donde se mezcla la ideología conservadora del ciudadanismo con el desgastado progresismo(30) de la tradición burguesa del capitalismo ascendente heredado por la izquierda del capital en crisis. Se trata de una muestra de cómo la obsolescencia de la ideología progresista socialdemócrata en los países capitalistas desarrollados acaba por convertirse –con la pretendida nueva política– en otra versión del populismo, adecuada a los parámetros culturales de la sociedad terciarizada en crisis.

La dinámica de la crisis emplaza a esa población, sin embargo, a aumentar la cuota de riesgo para conservar cada vez menos. Hasta ahora, el conservadurismo del activista de la sociedad terciarizada estaba marcado por su condición subvencionada, por su integración en la esfera del trabajo improductivo o por su simple condición superflua de desempleado. A esa situación correspondía una determinada forma de conciencia de clase, definida por el oportunismo, consistente en aprovechar las cada vez más escasas posibilidades de promoción en el ámbito de la representación y de la oferta pública de empleo. A diferencia de la clase obrera industrial, donde la huelga, por sí misma, al interrumpir el proceso de producción, circulación y realización de capital, cuestionaba prácticamente la estructura de la sociedad, al tiempo que ponía en juego –tendencialmente– sus propias condiciones de existencia; los nuevos movimientos muestran una subjetividad activa en lo simbólico testimonial e institucional que no implica tendencia de ruptura, ni siquiera formal, con la estructura de la sociedad del capital. Es lo que han puesto de manifiesto tanto el 15M como la nuit debout parisina.(31)

Esa es la contradicción que subyace en la población proletarizada de la democracia de consumidores. Esa es la forma aparente del conflicto social en la fase de dominación real del capital, que lleva a considerar de forma desviada –falseada– la conflictividad social. Esta comparece bajo la forma del ciudadanismo, nacionalismo o populismo, es decir, bajo formas ideológicas que –con fines instrumentales– privilegian la construcción de identidades y la agregación social sobre la base de categorías vinculadas a la mercancía (sujeto consumidor), el fetichismo histórico (sujeto nacional) y la identidad imaginada (pueblo).

Sin embargo, la razón del estancamiento de las formas políticas de la pretendida nueva izquierda hay que buscarla en la fundamentación de su propia identidad sobre la base de la actualización de categorías prohijadas en anteriores fases de la dominación del capital. Este estancamiento es consustancial a una falta de reconocimiento de la identidad real de la condición proletarizada de mujeres y hombres cuya existencia cada vez depende menos de sí misma y más de las vicisitudes del proceso de acumulación de capital. Ahí radica la condición conservadora de la nueva ideología política, que se proyecta en la referencia vaga a un pueblo cuya agregación se articula en relación con la mercancía y su inserción en el mercado, es decir, a su condición de ser predominantemente ciudadanos consumidores. Perder la referencia de clase proletarizada en favor de una categoría tan vaga como el pueblo, la multitud o la masa de gente que no pertenece estrictamente a la élite dominante comporta una falsificación del conflicto social que solo puede responder a un interés instrumental: obtener votos y cuota de representación en el aparato del Estado. El oportunismo de siempre revestido de una retórica más o menos actualizada, pero con efectos cada vez más limitados.

Esa incapacidad para ir más allá del pueblo constituye precisamente el talón de Aquiles de la élite emergente del proceso de proletarización. Constituida como la aristocracia intelectual del populismo de izquierda, esta élite no pude concebir la condición humana proletarizada más que como pueblo, gente, como masa, en fin, sin capacidad para autoconstituirse como sujeto social. Es ahí donde el populismo de derecha y de izquierda convergen en una misma tradición cultural burguesa, de clase, elitista, que solo contempla la condición proletarizada como masa ciudadana a la que hay que halagar con las promesas que supuestamente quiere escuchar en cada concurso electoral y atizar su consumo con mercancías culturales (fiestas populares, conciertos, turismo, etc.). Pero la problemática de la sociedad del capital –en virtud de la dimensión alcanzada por las contradicciones del desarrollo capitalista– está cada vez más alejada de su representación política. Para enfrentar críticamente la realidad de las transformaciones recientes del capital –sin subterfugios posmodernos ni retórica regeneracionista– es inútil cualquier elaboración teórica de un nuevo sujeto transformador que, por lo demás, solo podrá surgir en la conflictividad y atendiendo a las implicaciones de la terciarización y del posible antagonismo social que conlleva.

Las ambigüedades de la práctica y del discurso de la nueva izquierda –su versión ciudadanista del populismo– significan un alejamiento de la tradición social transformadora de clase y se alinean con la tradición histórica de la revolución burguesa y su invocación del ciudadano. Aunque su profesión de fe ideológica acuda a referencias humanistas verbalmente socializantes, entronca con las propuestas históricas negacionistas del carácter radicalmente de clase que define la conflictividad social en la sociedad capitalista. Diluir la condición proletarizada tras la vaga identidad de la ciudadanía o del pueblo es, en el mejor de los casos, una devaluación intelectual deliberada de los aspirantes a gestores del derrumbe. Reactivar nociones tan insidiosas como ciudadano o pueblo no aporta sino más confusión a la ya profusamente inducida desde los medios audiovisuales de formación de opinión. Un acto más de expropiación, esta vez en el plano real y simbólico, de la identidad vinculada a la condición proletarizada.

El fascismo surge, entre las dos guerras europeas del siglo XX, del proceso de proletarización masiva de una pequeña y mediana burguesía que se convierte en residual para la dinámica de concentración de capital que se produce en ese periodo; el ciudadanismo de la izquierda renovada del capital(32) responde, en los países capitalistas, a la fase de proletarización intensiva de la reestructuración, cuyas consecuencias más palpables son la quiebra del Estado de bienestar y de la democracia de consumidores. Es en este sentido en el que hay que abordar el fenómeno ascendente de los engendros políticos de la crisis del capital (los partidos xenófobos de Francia, Alemania, Holanda, Flandes, Austria, etc.) y preguntarse en qué medida han sido precisamente la pasividad inducida por las urnas legitimadoras de la democracia de consumidores y la inhibición de masas a través de la vía institucional las que han propiciado el caldo de cultivo de la fenomenología populista de derecha.

En cualquier caso, la deriva populista de la izquierda la pone, una vez más, a remolque del capital y, concretamente, de sus manifestaciones políticas más aberrantes. Si tradicionalmente ha sido meramente reactiva (antifascista) porque su adscripción al marco de la representación política no daba para más, en la actualidad se debate contra un espectro que, como antaño el fascismo, es funcional al papel de la izquierda en el sistema de representación capitalista. La izquierda juega el papel de alternativa política formal al populismo de derecha, pero resulta completamente estéril en cuanto a su intervención transformadora sobre el proceso de reproducción social. Por eso, ocultar que los periodos de crisis de acumulación de capital se corresponden igualmente con la crisis de sus formas de representación no es solo una irresponsabilidad moral e intelectual, sino un empecinamiento en repetir errores del pasado. No abordar la crítica de la democracia como forma política del capital en crisis y elevarla además a único horizonte posible (totalitarismo democrático) supone, precisamente, dejar en manos de las fuerzas emergentes del capital en crisis y de sus expresiones populistas más perversas la iniciativa de la movilización social.

Puesto que, en la práctica, la democracia es una forma política del capital, es asimismo una forma instrumental a los movimientos xenófobos, nacionalistas y racistas, emergentes con el capital en crisis. Una buena muestra de ello fue el final de la república de Weimar, que dio paso a una de las más abominables expresiones políticas del capital: el nazismo. Ciertamente, Hitler y su cohorte de sicarios fueron aupados al gobierno con la financiación del capital industrial alemán, pero contaron con la legitimación formal de las urnas y la adhesión popular en torno a un programa de recuperación de la economía nacional. La supuesta consistencia del populismo de derecha estriba precisamente en que lleva la simplificación del razonamiento hasta sus últimas consecuencias, anulándolo tras las verdades aparentes de la obviedad, ya se trate de refugiados o migrantes (no se puede acoger a millones) o del desempleo (primero los del país). Las obviedades dan pie a consignas que, en realidad, son falsos razonamientos que proliferan para esconder las preguntas fundamentales: por qué hay migrantes, refugiados y guerras; cuáles son sus consecuencias (beneficios) a lo largo de la cadena de acumulación transnacional de capital; y qué papel juegan nuestros países y nosotros mismos como sujetos de la democracia de consumidores.

Frente a ello, el populismo de izquierda muestra sus debilidades echando mano de la gastada retórica antifascista o de la simple argumentación moralizante, escudada tras la afirmación de una noción como la democracia, cuyo significado está cada vez más difuminado y desacreditado. Conviene recordar que en nombre de la democracia –y mediante procedimientos democráticos– se construyen criminales vallas y muros antimigrantes y se ponen en práctica políticas xenófobas, exactamente igual que se imponen reformas laborales o se procede a la criminalización de la disidencia política.

La ventaja del populismo heredero de la tradición nacional-fascista respecto del populismo de izquierda consiste en que el primero es capaz de acometer supuestas soluciones (leyes xenófobas, construir vallas y muros) adaptadas a las realidades aparentes de la crisis del capital. Estas «soluciones» son funcionales, en su perversa y cruel simplificación, al ámbito de la representación y del electorado amedrentado de la democracia de consumidores. Por su parte, el populismo de izquierda se limita a presentar batalla en el terreno de la representación y del pragmatismo institucional. Se trata de captar el voto –añadiendo, si cabe, más confusión– disputando la adhesión de la gente o del pueblo al populismo de derecha. Incluso en el ámbito de la representación cada vez hay menos diferencias entre los programas de los partidos políticos, lo que lleva a pensar en un síntoma inequívoco del agotamiento histórico de la política como representación.

La irrupción del populismo hay que entenderla como un síntoma de los límites históricos de la democracia. Pero quedarse en esa constatación sería permanecer en las coordenadas de la representación; por eso la crítica del populismo como desviación ideológica de masas, exige una reflexión que tome como punto de partida las condiciones materiales de existencia en la sociedad del capital en crisis. Será posible entonces articular un marco de crítica e intervención estratégica que permita comprender la naturaleza de las guerras, los refugiados, las migraciones, etc.; cuál es su conexión concreta con nuestro modo de vida, qué relación guardan las guerras y esas corrientes de refugiados con el mantenimiento de la democracia de consumidores. A pesar de todas las mediaciones y desviaciones ideológicas, el trabajo, el desempleo y el consumo de cada individuo concreto de la democracia de consumidores están insertos de forma mucho más directa de lo que aparentemente pueda parecer en el proceso global de acumulación de capital. Es el mismo proceso que provoca las guerras, las migraciones económicas y los refugiados.

La interdependencia a todos los niveles funcionales y territoriales del proceso de reproducción social a caballo de la acumulación de capital –que hace que, por ejemplo, el precio del arroz en Guatemala dependa de las maniobras especulativas en Wall Street– comporta la puesta en juego de múltiples variables con un impacto encadenado (lineal y reticular). Es así como conflictos localizados en un sector (puertos) o en un segmento social (banlieues)* o territorio (indígenas en defensa de sus tierras) definen, además de una complejidad creciente de la gestión del desorden mundial, también la posibilidad de una comprensión estratégica de los conflictos en cuanto a sus formas, contenidos y repercusiones. Esos conflictos obligan a cambios en los planes capitalistas que representan costes añadidos y, a fin de cuentas, agravan la caída global de los beneficios.

Desentrañar esa linealidad y ponerla en el primer plano de la discusión política es una tarea de la crítica del capital que permite superar realmente las verdades obvias del populismo xenófobo, aunque para ello sea necesario proceder a una interpelación incómoda acerca de cómo las condiciones materiales de la existencia individual dependen de las condiciones generales de reproducción social y, en consecuencia, de la acumulación mundial de capital. Con ello, se trata de abordar las implicaciones existentes entre las condiciones de vida en nuestras democracias de consumidores y las guerras(33) e iniciativas expropiadoras de agua, tierras, etc., en el marco de la economía global.

Claro que esa interpelación no arrojaría rentabilidad alguna desde el punto de vista de la representación (votos), porque no daría juego en las disputas populistas por la subjetividad ciudadana forjada en la democracia de consumidores. Más bien al contrario, apuntaría a poner en cuestión esa subjetividad como resultado de la dominación real del capital. Entre tanto, la izquierda del capital sigue lanzando sus cantos de sirena con promesas de crecimiento y de buena gestión del colapso, al tiempo que nos vamos deslizando lenta pero inexorablemente por el tobogán de la implosión social. Las condiciones materiales de la reproducción social del capital en crisis suponen en la actualidad un salto evolutivo respecto de las que hicieron posible la escalada e implantación del fascismo. Su reflejo son las formas políticas correspondientes al totalitarismo democrático, propias de la afirmación real y total del capital y de la mercancía en la democracia de consumidores. El totalitarismo democrático no comparte las características formales de la brutalidad explícita del fascismo histórico. Los prejuicios (xenofobia, racismo y discriminación cultural) y las formas de violencia explícita (represión de la disidencia política) e implícita (marginación, exclusión, humillación) se encuentran legitimadas por el reiterado ejercicio electoral y el recurso al eufemismo y la hipocresía consustanciales a la subjetividad ciudadanista políticamente correcta.

En cualquier caso, la profundización de la tendencia a la proletarización de las profesiones y funciones sociales vinculadas al Estado de bienestar emplaza –en la confrontación con el capital– a romper con el espejismo de las representaciones y de las mediaciones, toda vez que la inmensa mayoría de la población proletarizada no satisfará nunca sus expectativas y aspiraciones sociales ni personales en el marco de la democracia de consumidores. Además, cada vez son menos las contrapartidas materiales que la población proletarizada puede recibir en el marco de la reproducción social, según ponen de manifiesto los informes de las organizaciones filantrópicas. A pesar de todo, la acumulación de capital requiere de una mínima agregación y adhesión que legitime el orden social dominante.

En este terreno se abre una nueva línea de resquebrajamiento social, apreciable en el recurso al estado de paranoia securitaria (terrorismo, islamismo, migración) como elemento de agregación social. Todo ello, al mismo tiempo que se estrechan las posibilidades de subsistencia para una parte cada vez mayor de la población. Así se muestra la fragilidad real de la democracia de consumidores. Fragilidad no solo en lo que se refiere al eventual peligro terrorista, sino en cómo la seguridad sustituye las contrapartidas materiales para una población –atemorizada y empobrecida– que, por otra parte, sigue constituyendo la base social necesaria de la democracia de consumidores que realiza el capital.

Es esa situación la que hace que, cuanto más se perfilan líneas potenciales de ruptura en la realidad social, más clara resulta la futilidad de algunas facciones del nuevo proletariado encuadrado en la denominada nueva política que se empeña en la obtención de una cuota de representación institucional que nada tiene que ver con la comprensión real y práctica de la sociedad capitalista, de sus contradicciones y de sus posibilidades de supervivencia. Mientras un número cada vez mayor de hombres y mujeres se ven reducidos a mera fuerza de trabajo excedentaria, aún se alimenta la ilusión de la alternativa capitalista a la crisis por parte de la élite más cualificada de esa población, compuesta por jóvenes profesionales precarizados que aspiran a gestionar la reproducción social desde las instituciones del capital.

Estas son, no obstante, solo promesas para un tiempo nada prometedor. En ausencia de una perspectiva clara de ruptura, ni siquiera hay lugar, por la vía muerta donde transita el institucionalismo, para una reforma significativa de la producción y redistribución de la riqueza. La dinámica del capital en la integridad de su ciclo (producción, circulación y realización) estrecha progresivamente los márgenes de maniobra en cada fase del mismo. En ese sentido, nada cabe esperar de la evolución del capital si no es un empeoramiento progresivo de las condiciones de existencia humanas y del planeta. Si existe alguna posibilidad de no sucumbir al desmoronamiento de la sociedad capitalista, solo podrá consistir en la autoconstitución de la población proletarizada bajo presupuestos realmente antagonistas, es decir, mediante la transformación de sus condiciones materiales de existencia desde sí misma y para sí misma, y no desde planteamientos meramente verbales, discursivos, simbólicos o institucionales.


Notas.

* Banlieue: término propio del francés con el cual se denominan los suburbios. En español se utiliza para referirse a los barrios marginales del extrarradio de las grandes ciudades de Francia, con gran concentración de inmigrantes. (Wikipedia)
30– Un destacado ideólogo de la izquierda del capital, Josep Ramoneda, en un programa radiofónico de la Cadena Ser del dia 27 de enero de 2017, todavía invocaba –a propósito de un eventual relanzamiento de la izquierda– la necesidad de retomar la idea de progreso que, según él, ha abandonado la izquierda. Se trataría de darle un nuevo contenido para ofrecer expectativas en el marco del sistema de representación.
31– Véase, por ejemplo, dos perspectivas diferentes de la movilización en: G. Soriano y Nicole Thé, Printemps 2016: un mouvement inattendu y Alèssi dell’Umbria, Le monde ou rien. Remarques sur l’agitation sociale en France au printemps 2016. Disponibles en:
https://artilleriainmanente.noblogs.org/post/2017/02701/el-mundo-o-nada
32– Por supuesto, sería una trivialidad demagógica poner en el mismo rango el populismo chavista en Venezuela, el de Le Pen en Francia, el de los neonazis alemanes, austriacos, nacionalistas flamencos, así como el de Podemos o su homólogo catalán Barcelona en Comú. Obviamente, no son formalmente homologables, como tampoco lo es la subjetividad que subyace en sus seguidores. Lo que aquí se pretende poner de relieve es el hecho de que todos ellos son respuestas a una misma circunstancia de crisis del capital; aunque diferenciadas, tienen el denominador común de su alejamiento de la tradición de clase, rupturista, igualitaria, revolucionaria, de la población proletarizada. También se quiere señalar que son alternativas desde presupuestos de gestión del capital, ya sea en la versión humanista de Podemos, como en la brutal y xenófoba del Frente Nacional francés, la Alternativa para Alemania o los renovados nacionalismos europeos. En definitiva, son diferentes respuestas a la crisis del capital desde dentro del capital, como lo fueron en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales el fascismo/nazismo, el capitalismo liberal y el capitalismo de Estado (socialismo real).
33– Véase Colectivo Gasteizkoak, Estas guerras son muy nuestras. Industria militar vasca, Tafalla, Txalaparta, 2016. Un documentado ensayo de nuestra participación en las guerras que devastan el planeta.

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TRABAJAR POR TRABAJAR: LA MERCANTILIZACIÓN DEL TIEMPO COMO EJE CENTRAL DE LA TEORÍA CRÍTICA DEL CAPITALISMO - Álvaro Briales

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[...]
La función sistémica del trabajo es, en lo fundamental, autorreproducirse. Su función original perdió el sentido en el momento en que para trabajar hay que ir a un mercado de trabajo que coloca a las necesidades sociales en un lugar secundario respecto a las necesidades de trabajo del capital. Es en ese sentido que se puede comprender la expresión de la “acumulación por la acumulación” o del “producir por producir” (Marx, 1872: 731, 735). Son las formas en las que se expresa la acumulación de capital como lógica tautológica, en la cual el capitalista opera como medio de esa lógica, y no como quien controla en lo sustancial tal lógica.
[...]
Una expresión del castellano muy precisa en este sentido es la de “echar horas”. El “echar horas” y “echar horas” que no termina nunca es, literalmente, “echar” el tiempo de vida al trabajo, con el fin de obtener un dinero que en su carácter fetichista se presenta como si fuera la riqueza misma, y presenta las horas de trabajo como si fueran las creadoras de tal riqueza. Pero si asumiéramos el supuesto metodológico de la medición objetivada de la existencia en “horas” e imagináramos el tiempo que contiene lo que consume una persona media en un día medio, sería muy fácil comprobar que la relación entre las “horas echadas” y el tiempo contenido por la riqueza consumida es, en el capitalismo, cada vez menor. Si hace 200 años la relación era, por ejemplo, de 2 a 1, hoy quizás sea, por decir algo, de 10.000 a 1. Entonces, ¿dónde va todo el tiempo que trabajamos y no consumimos? Básicamente, el tiempo es consumido por el mantenimiento y renovación de la inmensa “infraestructura” social que pivota en torno al trabajar por trabajar. El capitalismo pone a las personas a trabajar por trabajar, supeditando el sentido social concreto de una determinada actividad a su función valorizadora. Como la forma fundamental para obtener mercancías es obtener dinero, y la forma fundamental de obtener dinero es trabajar, parece que en la relación entre el tiempo vendido y las mercancías, el dinero es sólo una mediación neutra, técnica, entre el tiempo de trabajo y las mercancías, y parece así que el tiempo vendido en el trabajo tiene la función de crear riqueza. Las personas creen trabajar para sí cuando trabajan por dinero, pero el trabajar por dinero ya no tiene la función directa de crear riqueza. El trabajo que se le presenta al asalariado como vía de acceso al dinero, es a su vez la mediación para el acceso a la riqueza mercantilizada. Sin embargo, en términos del conjunto social, el tiempo de trabajo vendido no sirve tanto para crear la riqueza social como para retroalimentar las necesidades del capital autonomizado de las necesidades sociales directas, subordinadas al trabajar por trabajar.



2 comentarios:

  1. Perdonad esta imagen y no compartáis el pesimismo que conlleva. Desde el Gólgota, mientras agonizamos, abarcamos el mundo y lo comprendemos por fin.

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  2. Artículo largo que toca muchos puntos. Yo destacaría la condición proletaria y la conciencia proletaria. Esta no existe, porque lo que realmente se ve es una sociedad superficial, por lo tanto las divisiones también son superficiales, y estas no son por capital, sino por estilos de vida. Es decir, auque las encuestas nos encasillen por nuestro poder adquisitivo una hace lo que marca su estilo de vida, lo cual marca una movilidad social irreal. Esta disociación solo puede ser producida a través de la repetición incesante de mensajes, la publicidad. Ese enganche y ese bombardeo es el que conforma hoy en día nuestra sociedad.
    Salud!

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