27 julio, 2018

La tercera guerra mundial ha comenzado; es la guerra social generalizada – Corsino Vela


"recuerdo cuando todo esto eran árboles"


Capítulo extraído de La Sociedad ImplosivaCorsino Vela
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La guerra, la destrucción masiva de seres humanos, de capital fijo e infraestructuras, etc., fue el recurso de la clase dominante frente a las crisis cíclicas en la fase expansiva del capital; sin embargo, ante la crisis de la fase de la dominación real y total del capital, la guerra adquiere una dimensión predominantemente intensiva, al yuxtaponer a las formas bélicas convencionales (guerras locales en la periferia capitalista), la ofensiva social en el propio centro capitalista. La tercera guerra mundial, pues, es de carácter social, eminentemente implosiva, con frentes definidos en torno a categorías sociales (desempleo, precarización, depauperación, exclusión, etc.) y con diversos grados de intensidad, según la inserción de cada país o región económica en el proceso mundial de acumulación de capital.

La sobreproducción de mercancías, en tanto manifestación de la crisis, también comporta la sobreproducción de la mercancía fuerza de trabajo (desempleo). La crisis adquiere así una dimensión “social” más allá de lo meramente económico, técnico y administrativo, pues las posibilidades de realización de esa peculiar mercancía que es la fuerza de trabajo son cada vez más limitadas dentro de la relación social capitalista ya que la única forma posible y significativa para el capital de realización de esa mercancía es dentro del sistema asalariado.

A diferencia de las demás mercancías, la desvalorización del excedente de la mercancía fuerza de trabajo, que adopta la forma del desempleo, hace aflorar la naturaleza de la relación social del capital en toda su dimensión contradictoria. El desempleo rampante no es más que la forma sociológica del excedente de una mercancía que no encuentra salida en el mercado como consecuencia de la racionalización productiva y del consiguiente aumento de la composición técnica de capital que acompaña a las aplicaciones tecnológicas en la producción de bienes y servicios.

En este punto, la crisis deja de ser un asunto económico, de ejercicio contable, para convertirse en una cuestión social, política en su sentido más amplio, que concierne al fundamento mismo de la organización social. La eventual “resolución” de la crisis depende exclusivamente de la relación de fuerzas entre capital (clase dominante) y trabajo (humanidad proletarizada).




La solución capitalista al excedente (sobreproducción) consiste en la desvalorización y la eliminación física de mercancías y de los medios de producción. Por eso la guerra, como forma de destrucción de valor (mercancías, medios de producción, infraestructuras, personas, etc.), ha constituido en las anteriores crisis (cíclicas) la condición previa para el relanzamiento del ciclo del capital, una vez eliminado el excedente de valor no realizable, incluido el de la fuerza de trabajo excedentaria.

La destrucción masiva de capital y de fuerza de trabajo que lleva a cabo la guerra convencional tradicional se ha vuelto más problemática en la actualidad que en periodos históricos anteriores en cuanto mecanismo de resolución capitalista de la crisis. El carácter transnacional del capital ya no se corresponde con las condiciones que dieron origen a las dos guerras mundiales del siglo XX. Por otra parte, el nivel de desarrollo tecnológico-nuclear ha aumentado de forma exponencial las probabilidades de destrucción incontrolada que un conflicto bélico convencional a gran escala podría acarrear.

Calificar la actual ofensiva de la clase dominante gestora del capital como tercera guerra mundial no es una licencia literaria. Es una indicación empírica del carácter de la guerra en la economía capitalista y, más concretamente, de su función en la resolución de las crisis cíclicas, donde la destrucción es la precondición de relanzamiento de la actividad económica.

La tercera guerra mundial, sin menoscabar el papel que los ejércitos profesionales juegan, se lleva a efecto sobre todo en los frentes formalmente no militarizados de las estructuras de gestión y encuadramiento social. De manera que las medidas adoptadas por los centros de decisión económicos y políticos conjugan la destrucción masiva y la represión (destrucción “planificada” de sectores de producción, guerras de “baja intensidad”, pandemias, eliminación por hambre, criminalización de la migración y de la disidencia política, etc.), con la sobreexplotación de la fuerza de trabajo productiva (reformas laborales, privatizaciones de recursos públicos, expropiación de recursos ) y la liquidación de derechos adquiridos en asistencia social como medios para restablecer las condiciones de relanzamiento económico que, a su vez, reinicie un ciclo de acumulación de capital.


Por eso cabe decir que la tercera guerra mundial ya ha comenzado, aunque no en forma de guerra imperialista entre capitales nacionales, puesto que ahora se trata de la guerra del capital globalizado, la lucha de la burguesía transnacional gestora a escala mundial contra la humanidad proletarizada. La tercera guerra mundial se dirime en unos términos que sintetizan los métodos destructivos de la guerra convencional y la destrucción intensiva propiciada por las reformas estructurales que atañen directamente a las personas en toda su dimensión psicológica, cultural, social, económica.

Los efectos devastadores de las decisiones de la clase dominante transnacional, predeterminadas por la lógica de la acumulación de capital, crean situaciones propias de la guerra, aunque con ritmos de degradación de las condiciones materiales de vida más lentos que las intervenciones militares del pasado. Un ritmo más lento y “calculado” que es consecuencia de la interdependencia de las regiones castigadas en el orden capitalista transnacional. La situación creada en los países “intervenidos” por las medidas de la Troika es similar a la de una posguerra, en cuanto a las consecuencias de empobrecimiento generalizado de la población y destrucción y desvalorización de recursos. El desbarajuste financiero y la extorsión continuada de los estados europeos y extraeuropeos (incluida la guerra contra el euro), no es más que la manifestación superficial y “desviada” de la guerra contra la población proletarizada de esos mismos países, es decir, el eufemismo monetarista que disimula la destrucción de medios de producción, infraestructuras y fuerza de trabajo en Europa.

En este sentido, Europa vuelve a ser el terreno privilegiado de la tercera guerra, aunque esta vez bajo formas de desvalorización en las que la intervención militar no es el rasgo prevalente, aunque sea presente (Yugoslavia, Ucrania). La guerra actual se lleva a cabo mediante estrategias de empobrecimiento progresivo y agotamiento paulatino de recursos de la población proletarizada, de modo que los efectos sobre la mercancía fuerza de trabajo son similares a los efectos de las guerras del pasado.

La desvalorización de Europa –el empobrecimiento masivo de la población asalariada– hay que entenderlo como un movimiento táctico de la tercera guerra mundial que, de acuerdo con la concepción cíclica de la crisis propia de la economía política, persigue la creación de unas condiciones favorables para reiniciar un nuevo ciclo de acumulación de capital. Un movimiento táctico que se inscribe en la doble estrategia de devastación física de regiones enteras en África, Asia, América Latina, y de ruina rampante de las regiones opulentas del planeta (Europa). Y esa guerra ya se está llevando a cabo en los países del sur.



La estrategia de devastación física y ruina social no es nueva respecto a las crisis precedentes; la novedad estriba en que la destrucción de capital fijo y fuerza de trabajo necesaria para el eventual relanzamiento económico ha alcanzado dimensiones tales que ponen en cuestión la propia supervivencia del planeta, ya sea por la vía directa de una eventual guerra generalizada, ya sea por la vía indirecta de una progresiva devastación de la biosfera. O de ambas combinadas.

El proceso de militarización del mundo va parejo con las dificultades del desenvolvimiento del ciclo del capital a escala planetaria. La economía capitalista es una economía de guerra. El gasto militar, la producción armamentista, aunque se trata de una producción de desperdicio, no valorizadora, que comporta nuevas contradicciones estructurales en la esfera económica (P. Mattick), en el plazo inmediato cumple una función en el ciclo del capital mediante la creación de empleo y la demanda inducida de bienes y servicios. A su vez, la aplicación de la producción bélica al tiempo que procede a la destrucción de medios de producción (guerras) y posibilita la expropiación de nuevas fuentes de energía y de materias primas, facilita la estabilización de espacios de realización del capital (nuevos mercados). Esa es la función de las denominadas guerras de baja intensidad que se multiplican en la periferia capitalista. Y es en virtud de esa función que la producción de desperdicio crea el espejismo de la valorización de capital.

La economía de guerra es una realidad concreta manifiesta en la militarización de los mares y del espacio aéreo resultante de la creciente vulnerabilidad del ciclo de realización de la mercancía que se manifiesta, entre otros aspectos, en la defensa militar de los caladeros expropiados en África o en el control militar de los puntos neurálgicos de las redes de transporte de energía (golfo de Omán, guerra de Siria, Iraq, etc.) y de mercancías, en general.



La economía capitalista es una economía militarizada en la medida que la estrategia militar condiciona su orientación. La industria militar, con diferente incidencia, es la que determina el desarrollo tecnológico (las inversiones en I+D+i) de todos los países capitalistas. El desarrollo tecnológico del capitalismo depende directamente del desarrollo de la tecnología militar. Las aplicaciones tecnológicas no bélicas, que marcan la pauta en el sector de la electrónica, la mecánica, las comunicaciones, etc., hay que entenderlas como un intento de minimizar el gasto improductivo, mediante la incursión de los resultados tecnológicos como aplicaciones en el mercado, en el proceso de valorización del capital, como una mercancía más entre la producción general de bienes y servicios.

Esto, que es sobradamente conocido para el caso del control numérico en la máquina-herramienta (Ver D. Noble, Forces of production), es igualmente válido para cualquiera de las proliferantes tecnologías. La electrónica de consumo, como los sistemas de aplicación industrial y los servicios avanzados, basados en las tecnologías de la información y de las comunicaciones, (Internet, control de movimiento, transmisión de datos, etc.), tienen su origen y su primer objetivo de desarrollo en la industria militar y responden a la necesidad de recuperar al menos parte de las cuantiosas inversiones destinadas a su concepción, desarrollo y producción, a través del mercado.

Puesto que la industria de guerra es una producción de desperdicio, pues se trata de un consumo improductivo a costa del proceso general de valorización, el impulso del comercio mundial de armamento, hegemonizado por los países de vieja industrialización, es una forma de valorizar esa producción de desperdicio (recuperar la inversión) a través de la transferencia de capital (valor) de los países clientes de la periferia capitalista, envueltos en guerras permanentes de “baja intensidad”.

La situación de emergencia bélica y antiterrorista permanente en el que se lleva a cabo el proceso de acumulación de capital mundial va paralela a la creciente vulnerabilidad del mismo. La extensión a escala mundial del proceso de producción (deslocalización) y de transferencia de valor a través de las redes de tráfico transcontinentales de mercancías, da una nueva dimensión al problema de la realización del capital, complicándolo y encareciéndolo. Los costes de realización tienden a aumentar a mayor ritmo del que disminuyen los costes de producción. El abaratamiento de los costes de producción que supuso la deslocalización y la disgregación productiva de bienes y servicios a través de la cadena de subcontratación, en realidad, ha desplazado costes y generado otros nuevos vinculados al transporte y la logística, incidiendo negativamente sobre la acumulación de capital en su conjunto. Entre esos costes se encuentran las inversiones destinadas a garantizar la seguridad del ciclo del capital (militarización y estado de emergencia) en el marco definido por el totalitarismo democrático.

La guerra ha sido históricamente una de las medidas más relevantes en la resolución del ciclo declinante del capital. La noción misma de crisis cíclica remite a los periodos de desarrollo capitalista entre guerras. Uno de los rasgos que define nuestra hora presente, a diferencia de otras épocas, es que la situación de crisis de acumulación y del estado de guerra son simultáneas. La tercera guerra mundial está en marcha como guerra social generalizada.

2 comentarios:

  1. Un artículo demoledor que me guardo en la recámara.
    Esto es muy sencillo, el salario de producción no cubre los costes de reproducción, a partir de ahí ya se pueden escribi libros. Los capitalistas prefieren hacer guerras, hundir el planeta, extinguir los animales o fundir los hielos a aumentar el salario. Sin base de consumo no hay beneficio, solo capital ficticio que por su propia naturaleza se deshincha de cuando en cuando. Por cierto, el año que viene en septiembre-octubre toca crisis, yo ya me he comprado el paraguas.
    Salud!

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