31 agosto, 2018

El capital financiero como realidad fantasmagórica – Corsino Vela




Capítulo IV del libro La Sociedad Implosiva, de Corsino Vela. (En pdf aquí).

El capital es una realidad tangible, una relación social cuya articulación descansa sobre una radical superchería práctica: el aparente intercambio equitativo (de equivalentes) entre capital y trabajo. Un equívoco que está en el origen de la deriva específicamente ideológica de la economía política y de la fetichización de la realidad social y de las relaciones humanas.

Fetichismo no significa mera irrealidad, pura ficción. Al contrario, el fetichismo que envuelve las manifestaciones de la vida social en el mundo capitalista, donde tendencialmente todo se convierte en mercancía, comporta una dimensión real (realidad fetichizada) y práctica que atraviesa las conciencias individuales, así como las relaciones sociales. Es en virtud de ese carácter fetichista, de esa realidad desviada, mistificada, tergiversada que las operaciones financieras especulativas crean capital, y aparentemente superan la ley del valor: el capital (su forma dineraria, nominal, contable) se reproduce por sí mismo. Sin embargo, esa creación de capital remite en última instancia a la ley del valor proyectada en la materialidad práctica de la explotación de las capacidades humanas, de las materias primas y de la biosfera, en general. El mundo virtual en que parece sumirnos la dominación real y total del capital descansa en la materialidad concreta de la existencia humana, de manera que la realidad virtual hay que considerarla como expresión de la realidad fetichizada en la hora actual del desarrollo del capital.

Lo que caracteriza el modo de reproducción capitalista de la sociedad es, precisamente, que la realidad aparente no se corresponde con la realidad subyacente. Que las cosas no son lo que parecen o, más bien, son algo más de lo que aparentan. El fetichismo de la mercancía empaña la conciencia de manera que la comprensión de la realidad material del mundo y de las relaciones humanas no es algo evidente, exige un esfuerzo (crítica) que se realiza –se hace real– en el antagonismo (la lucha de clase), en la práctica de la confrontación con el capital, a saber, en la confrontación con el principio (ley) de valorización que predetermina nuestras condiciones materiales de existencia.

Que el sistema de producción capitalista no produce cosas, objetos (alimentos, zapatos, camisas, smartphones, etc.) sino mercancías no es una evidencia; exige un esfuerzo de comprensión, de reflexión y análisis a partir de la experiencia práctica de nuestra propia existencia como sujetos proletarizados que disipe precisamente el halo fetichista que envuelve a las cosas convertidas en mercancías. Esa es la base de la teoría crítica.

La evolución de la relación social que es el capital es inseparable del carácter fetichista del valor, conlleva un proceso de mistificación de la misma, de falseamiento de su realidad (de sometimiento, explotación, etc.) como espejismos de las diferentes formas de representación del capital. La realidad social del presente se corresponde con la autonomización total del capital figurado en su expresión de capital financiero, cuyo último estadio se realiza en la virtualidad del valor que acompaña a las operaciones financieras de alta frecuencia.

La especulación financiera es la forma apoteósica de la fetichización del capital en su forma monetaria. En la operación financiera el dinero se reproduce espontáneamente, mágicamente, y de forma ampliada. Es el dinero que hace dinero sin otra mediación aparente que la de una denominación de camuflaje como fondos de inversión, valores bursátiles, bonos del estado, participaciones accionariales, etc., o sea, diferentes maneras de “hacer trabajar el dinero”, como dicen los tahúres de la Bolsa.

El capital financiero (fondos de inversión, sistemas de crédito, bolsa, etc.) representa la forma óptima –optimizada– del ciclo del capital: dinero que se reproduce por sí mismo, sin el riesgo y la demora que representa la inversión productiva que, convertido el capital en mercancías y servicios, ha de realizarse en el mercado y difiere, por tanto, el retorno de la inversión y las posibilidades de obtención del beneficio.

La dimensión financiera de la realidad capitalista aparente, concretada en el fenómeno de la burbuja financiera, es una consecuencia lógica e inevitable dentro del propio proceso de valorización del capital. Lógica porque está inscrita en la naturaleza misma del capital (maximización de beneficio) e inevitable porque es el resultado histórico de la evolución del modo de producción capitalista en nuestros días. La generalización de la especulación financiera es la forma de realización espectacular y fetichizada del valor en la actual fase de dominación real y total del capital.

El principio de optimización y la expectativa de beneficio inmediato es común a cualquier actividad capitalista, independientemente de la forma que adopte como negocio. Las estrategias inversoras están determinadas por las expectativas de retorno de la inversión y la obtención de un beneficio en el menor tiempo posible. Ese es el principio operativo que rige en todas las formas de capital, ya sea productivo, como especulativo: son especulaciones o expectativas de obtención de beneficio futuro cuyo margen de error pretenden corregir vanamente los nuevos recursos tecnológicos (desde los sistemas informáticos de supervisión y control de producción flexible, de gestión de stocks, hasta los de previsión de la demanda, gestión de clientes, etc.).

La distinción entre capital productivo y capital especulativo, financiero, en los términos que lo hace la economía política es un artificio que, a partir de una distinción puramente formal de dos variantes complementarias del capital, pretende camuflar la contradicción existente entre capital productivo e improductivo en términos de valor. La diferenciación entre economía productiva y economía especulativa es una figura retórica que significa el reconocimiento, en su modo desviado, ideológico y mistificador por parte de la economía política de la contradicción del capital; como si se tratara de una disfunción coyuntural entre capital productivo y capital improductivo (financiero) y no como una contradicción estructural.

La apoteosis especulativa y su posterior desmoronamiento explicita las limitaciones de la economía capitalista y, más concretamente, la desviación desestabilizadora entre valor de uso (Vu) y valor de cambio (Vc) como categorías fetichistas, pero también como principios subyacentes en la reproducción social bajo el capitalismo. Esa desviación entre Vu y Vc induce la falsa dicotomía entre capital productivo y capital especulativo.

La desviación entre la llamada economía real (productiva) y la economía especulativa es una falsa disyuntiva en los términos que plantea la economía política, puesto que se trata de dos formas operativas del capital que denotan una contradicción estructural que se realiza como contradicción social.

Una contradicción que en el plano social concreto se cifra entre producción de mercancías para la satisfacción de las necesidades del capital (acumulación; donde prevalece el Vc) y las necesidades sociales. Es la contradicción insalvable entre la dimensión capitalista del valor de uso, como forma mediata del valor de cambio realizado en la mercancía, y la mera utilidad de las cosas que transciende la noción misma de valor de uso.

Una distinción capciosa: capital productivo versus capital especulativo

El desarrollo histórico de la ley del valor, que está en la base de la transformación de la dominación formal a la dominación real y total del capital, al tiempo que convierte en hegemónica la figuración del capital como capital financiero, penetra las conciencias con falsas dicotomías entre las cuales destaca la falsa disyuntiva entre capital productivo y capital financiero. Una trampa dialéctica y de la conciencia porque solo se trata de dos figuraciones del capital que expresan su naturaleza contradictoria y no un mero desajuste funcional.

La distinción entre capital productivo y capital financiero (especulativo) que establece la vulgarización de la economía política es puramente formal e ideológica, tendente a escamotear la naturaleza contradictoria que denotan ambas expresiones del capital. Por el contrario, la diferenciación que establece la crítica de la economía política entre capital productivo (de valor) y capital improductivo explicita el carácter contradictorio del capital en la propia estructura material de la reproducción social, en la medida que señala el desequilibrio tendencial entre las actividades que generan valor y las que dependen del proceso de valorización.

La contraposición de las formas de capital financiero y productivo es una reminiscencia ideológica del capitalismo ascendente (nacional) vinculada a la revolución industrial y a la ideología del trabajo cuya instrumentalización por la clase dominante busca legitimar en la demagogia de la supuesta dignificación del trabajo y del esfuerzo común (la empresa, la economía nacional, etc.) la sobreexplotación de la fuerza de trabajo en aras de aumentar la acumulación de capital. El fascismo y el nazismo fueron una buena muestra de esa superficial conceptualización de las dos formas del capital que hace la economía política. Privilegiar el capital aparentemente productivo (fabril y armamentístico), creador de la riqueza nacional, y denostar el capital parasitario, especulativo, fue la maniobra retórica encaminada a legitimar los delirios criminales del nacionalismo racista y antisemita.

Establecer una diferencia entre capital productivo y capital especulativo en los términos que lo hace la economía política implica la existencia de un capital “bueno”, productor de mercancías y generador de empleo y riqueza, etc., y un capital malo consagrado a la especulación financiera. Ese espíritu late en la izquierda del capital de nuestros días cuando persigue una nueva alianza con la facción del capital productivo, nacional, etc., y mantener así la ilusión de una eventual renovación del pacto social del estado de bienestar.
La artificiosa distinción entre capital productivo y capital financiero favorece alineamientos ideológicos entre facciones de la clase trabajadora y la clase dominante en torno al capital productivo o la recuperación de la economía nacional.

La autonomía operativa del capital financiero como manifestación fetichizada de la dominación total del capital

La expresión financiera es la consumación de la autonomía del capital como fantasmagoría, la realización del fetichismo del valor como megamáquina capitalista. El capital virtual es la economía política convertida en alucinación.

La autonomía aparente del capital financiero encuentra su máxima expresión en el automatismo de las operaciones financieras de alta frecuencia que actualmente significan en torno al 60% de todas las operaciones financieras a escala mundial. La creciente importancia en los mercados financieros que adquieren los “negocios electrónicos de alta frecuencia”, es decir, los negocios basados en operaciones realizadas por dispositivos electrónicos que aceleran exponencialmente las transacciones financieras a escala mundial, alcanzan su paroxismo con la automatización de la toma de decisiones. Ya no son simplemente los especuladores, individuos que manipulan información privilegiada, etc., quienes deciden en primera instancia, sino algoritmos, máquinas.

Máquinas basadas en una ilimitada capacidad de cálculo en base a algoritmos de optimización son las que dirigen la orientación de las inversiones financieras. Con ello aumenta la inestabilidad y volatilidad de los mercados, al tiempo que se acelera la descontrolada expansión de las operaciones y beneficios virtuales (burbujas). La enorme capacidad operativa de los computadores que soportan los programas de cálculo electrónico apunta en razón misma de su velocidad al colapso, totalmente fuera de la dimensión y del control humano. Tal automatismo sobrepuesto al control humano beneficia a quienes en la jerarquía social controlan esos sistemas en su dimensión física formal, en cuanto propietarios operadores de unas máquinas cuya lógica y dinámica de funcionamiento es “autónoma”. La optimización de beneficios llevada a cabo mediante la portentosa velocidad del conjunto de operaciones y transacciones a escala mundial, están más allá de la razón –de cualquier correctivo racionalizador– pues la racionalidad del algoritmo se ha autonomizado sobre cualquier otra expresión racional hasta subsumir el mundo real de las cosas y las vidas en una esfera delirante donde no cabe sino desazón y desconcierto. Es así como el fetichismo del valor se realiza en la materialidad del mundo representada por la dimensión dineraria, financiera y sus consecuencias concretas sobre la existencia de la gente.

Las operaciones financieras de alta frecuencia, en última instancia, determinan la vida de la gente ya que se encuentran en el trasfondo de las decisiones de la clase dominante (recortes asistenciales, reformas laborales, etc.). El hecho de que las operaciones financieras de alta frecuencia estén sometidas al automatismo del algoritmo que rige los vaivenes del mercado financiero hace converger a Marx y Mumford. Tales operaciones se hacen exponentes del mecanicismo secular cuya realización práctica en el capitalismo se caracteriza por la automatización y el fetichismo de la mercancía. Así, el punto de inflexión en el desarrollo de la megamáquina, si se prefieren utilizar los términos de Mumford, o de la experiencia histórica de los límites de la acumulación de capital y del desarrollo capitalista, si se adopta la terminología marxiana, se hace patente en la crisis actual como tendencia autodestructiva (implosiva) de la sociedad capitalista.

La autonomización aparente del capital financiero respecto a las determinaciones materiales de la producción de bienes y servicios viene a representar la forma mistificada de la supresión tendencial del valor. La forma dineraria del capital ya no responde a una referencia de valor objetivo (trabajo objetivado en mercancías) sino que aparentemente se crea a sí mismo. Es la culminación del fetichismo del valor como forma dineraria.

La supresión aparente del valor en la fenomenología del capital financiero (financiarización) viene a representar una fase superior de la tendencia histórica del capital en lo que se refiere a la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto y remite a un descenso de la tasa general de beneficio por debajo de un umbral que imposibilita la continuación de la acumulación de capital, es decir, genera la situación de crisis.

El sistema capitalista, en su representación como sistema financiero, responde a la imagen de la megamáquina que, en uno u otro modo, implica a todos y cada uno de nosotros y que, por tanto, diluye la expresión de la contradicción social hasta convertirla en impotencia individual. Una megamáquina que sólo puede entrar realmente en crisis de forma implosiva, pues comporta un grado de autodeterminación que tendencialmente ha subsumido las voluntades individuales.

Los mecanismos de control posible del sistema financiero se escapan a los individuos o grupos sociales (partidos, comunidades, naciones, etc.) simplemente porque la autonomización del valor ha alcanzado tal grado de complejidad (materializado en las operaciones financieras de alta velocidad) que ya no es abarcable o reconducible por un programa revolucionario o reformista, sino que tan solo puede declinar en virtud de la imposibilidad de seguir funcionando una vez alcanzada una determinada dimensión histórica que marca su punto de inflexión.

En la medida que la financiarización continúa siendo la alternativa a la crisis y el dispositivo de huida hacia adelante de unos países en detrimento de otros, se afirma formalmente como tendencia a la supresión total del trabajo: el dinero que se reproduce a sí mismo, mediante la mínima intervención de unos cuantos agentes bancarios. Tal circunstancia es, sin embargo, la de la quiebra del capital como sistema social. Pues el capital financiero, a fin de cuentas, subsume una relación social, a saber, la que define la sociedad capitalista basada en la producción de valor, sujeta a la ley del valor y al sometimiento del trabajo vivo (explotación de los seres humanos).

En realidad, el capital financiero subsume pero no resuelve la ley del valor, ya que la expansión financiera capitalista va pareja con la supresión tendencial de la fuente de valor (trabajo vivo), es decir, el aumento del desempleo y la depauperación social que socava su propia base. Es de este modo, como la contradicción se hace real e inmediata en las relaciones cotidianas a través de la creciente disociación de la vida social respecto de la autonomización aparente del capital financiero. La desvalorización de la fuerza de trabajo, manifiesta en reducciones salariales y en el empobrecimiento generalizado de la población proletarizada (desempleo) como exigencia del aumento de la tasa de explotación y de extracción de plusvalía se dan de bruces contra la reducción de la capacidad de consumo de esa misma población proletarizada, que es la condición previa a la realización del valor como capital.

En su proyección como representación social (sistema democrático) la forma financiera del capital es la forma relevante del capital que formalmente determina la política económica y, por ello, las condiciones en que se lleva a cabo la acumulación de capital, pero no modifica el principio que rige en el desarrollo del mismo. La acumulación de capital no depende de la voluntad –de los gestores– del capital financiero sino de las posibilidades reales de explotación de la fuerza de trabajo en unas condiciones dadas; o sea, de las posibilidades de producción y expropiación de la riqueza socialmente generada y de su transferencia y acumulación como capital gestionado por la clase dominante.

No es la avidez o codicia de los dirigentes empresariales y de la clase dominante, en general, lo que explica la realidad de la crisis. Al contrario, la avidez y el latrocinio imperantes son posibilidades inherentes a la forma de reproducción social que denominamos capital en las actuales condiciones históricas. La posibilidad de enriquecimiento personal depende de la posición social que se ocupe en el proceso general de valorización, pues esa posición será la que permita apropiarse, mediante diferentes dispositivos del tinglado socioeconómico, de una mayor o menor cuota de excedente (plusvalía).

La estratificación social surgida al calor de la financiarización del capital y las oportunidades de ascenso social de directivos empresariales y emprendedores de todo tipo de chiringuito relacionado con los productos financieros, traducen en el plano sociológico el proceso de acumulación y distribución de la riqueza en las últimas décadas. El ascenso de los altos directivos a los consejos de administración de las empresas y las posibilidades de que disponen los gestores empresariales, en general, en la orientación de las estrategias de negocio es lo que ha dado nuevas oportunidades a aventureros y arribistas de cualquier ralea pertrechados de las técnicas de contabilidad creativa, o dicho de otro modo, de las técnicas contables para escamotear la realidad subyacente de las pérdidas reales (desvalorización de las inversiones) tras la realidad aparente de los beneficios nominales en la cuenta de resultados.

La realidad aparente del capital virtual, sin embargo, oculta la realidad subyacente del capital como relación social que se realiza en la materialidad de la vida cotidiana de la gente. Es la desviación entre el valor y su representación dineraria lo que ha llevado a que la virtualidad propiciada por el juego especulativo de los gángsters de la gestión financiera tenga implicaciones inmediatas sobre las condiciones materiales de vida de la población proletarizada. El automatismo del capital financiero, la producción incesante de su realidad virtual, es de hecho la proyección práctica del fetichismo de la mercancía, del proceso de ocultación de la realidad social y de sus contradicciones tras la realidad virtual aparente.

Una fisura se abre, sin embargo, entre la forma financiera dominante del capital y las condiciones materiales de la vida proletarizada, precisamente porque los movimientos del capital financiero, el juego especulativo, tiene implicaciones directas sobre la vida concreta de los individuos y las comunidades. Las operaciones especulativas de los fondos de inversión, que aparentemente están al margen de la ley del valor, descansan sobre la modificación concreta de las condiciones de vida de la población proletarizada, ya se trate del desplazamiento de población por la privatización y explotación de tierras fértiles o mediante las llamadas políticas de austeridad en los países capitalistas desarrollados. La supresión aparente del valor llevada a cabo en la esfera del capital financiero no comporta la supresión real del valor, sino su redimensionamiento como contradicción social concreta.

Una vez más, la contradicción del modo de reproducción social capitalista salta al primer plano de forma ejemplar en los movimientos de cada vez mayores masas de capital (fondos de inversión) orientadas a la adquisición de tierras y explotación de todo tipo de recursos naturales. En la fase histórica del paroxismo fetichista del valor y de la realidad virtual, la materialidad más elemental –la tierra– reaparece como fuente real de valor. ¿Una reactualización de la fisiocracia en el universo desmaterializado de la megamáquina electrónica?

Romper ese círculo paradójico del capital financiero es una cuestión práctica que no hay que confundir con una operación meramente técnica. Poner normas de funcionamiento, tasas, etc., a las transacciones financieras para conferirles un carácter supuestamente democrático, además de ser técnicamente, operativamente, difícilmente factibles, no abordan la cuestión de fondo, a saber, el combate contra nuestra dependencia de tales operaciones y la conversión de nuestros recursos comunes de la biosfera en mercados de futuro, de acuerdo con la jerga de la economía política.

La burbuja no es la anomalía en el desarrollo del capital sino la forma fenoménica

El advenimiento de la denominada economía virtual, favorecida por las operaciones financieras en el universo virtual de internet, potenció en un primer momento la fenomenología especulativa sobre la mercancía electrónica (servicios telecom), una burbuja que se resolvió con el estrepitoso derrumbe bursátil de las punto.com que abrió el inicio del s. XXI. Esto tuvo un doble significado: fue una clara advertencia acerca de las expectativas creadas una vez más en torno a la promesa tecnológica –particularmente, en torno a la realidad virtual (Internet)–, y provocó la aceleración de la acumulación especulativa (no directamente productiva) de capital.

Los medios electrónicos aceleran exponencialmente la posibilidad de las transacciones nominales (virtuales) de los capitales en la escala planetaria: el gran casino mundial del capital financiero. La hiperaceleración de los movimientos financieros comporta la hipergeneración de beneficios virtuales en un tiempo cada vez más comprimido. Es de este modo como se ha llegado a generar, además de expectativas de beneficio futuro ilimitado, la existencia de trillones de dólares que superan exponencialmente el valor material de las mercancías, materias primas y recursos de cualquier tipo, así como el valor nominal mismo de la forma dineraria de referencia, pues el valor nominal del tinglado financiero superaba en cifras astronómicas la liquidez real de la forma dineraria (Ver Ramón F. Durán. Capitalismo [financiero] global y guerra permanente).

El fenómeno burbuja no es algo accidental al modelo de desarrollo capitalista; es consustancial al mismo. La sobreproducción y el sobredimensionamiento son dos formas bien representativas. El fenómeno burbuja está vinculado al ritmo crecientemente acelerado del ciclo de acumulación de capital que se realiza en el sobredimensionamiento o crecimiento desproporcionado (sobreproducción, colosalismo, hiper-comunicación).

La desproporción es inherente al proceso de acumulación de capital. La particularidad de nuestra hora presente es que la tendencia a la desproporción se ha acelerado de tal modo que se vuelve incompatible con el curso de la vida y de la historia humana (miseria material y psíquica y devastación de la biosfera) y con el propio proceso de acumulación de capital. Alcanzada cierta dimensión, la tendencia al crecimiento exponencial colapsa porque, como ejemplifican la proliferación de infraestructuras y la sobreoferta de mercancías y medios de transporte marítimo, ya no propician el retorno de la inversión.

Por su misma definición, el desarrollo del capital, de la acumulación de capital, conlleva el efecto burbuja. En este punto, cabe señalar dos ejemplos. La burbuja inmobiliaria que actuó como detonante de la crisis financiera mundial emigra hacia nuevos territorios (Turquía, China, Brasil) una vez agotado el ciclo en determinadas áreas geográficas (España, Portugal). Y lo mismo podría decirse del espectáculo por antonomasia, el fútbol, donde el crecimiento deficitario de los clubes y la imposibilidad de rentabilizar sus inversiones en el propio país, está obligando a la internacionalización de la mercancía (club y espectáculo deportivo) y a su realización a escala mundial (campeonatos transnacionales).

La crisis financiera, la quiebra bancaria motivada por la burbuja inmobiliaria, solo ha sido el comienzo. En la medida que la recesión se prolonga a escala mundial, el sostenimiento de las actividades especulativas que alientan el espejismo de la rentabilidad de algunas facciones del capital evidencian cada vez más una fragilidad que apunta a profundizar los desequilibrios financieros. Un claro ejemplo lo aporta el transporte marítimo. Su particular burbuja, materializada en la tendencia al gigantismo (de las naves y de las infraestructuras portuarias) arroja los primeros síntomas de quiebra debido a la insolvencia de las grandes líneas de navegación, incapaces de hacer frente incluso a los pagos de intereses de sus naves de última generación porque, a causa de la reducción de los intercambios comerciales, ya no son competitivas.

La financiarización de la vida: las contradicciones del capital se realizan como paradojas en la vida cotidiana

El carácter fetichista que reviste la realidad aparente en la sociedad burguesa hace que las contradicciones reales inherentes al sistema de dominación capitalista aparezcan como paradojas subsecuentes del quid pro quo de que hablaba el erudito de Tréveris.

La progresiva extensión del capital a todos los ámbitos de la vida material, social e individual (dominación real y total), que persigue la valorización integral del individuo y de su propia socialidad, se lleva a cabo en el contexto histórico marcado por la tendencia a la universalización de la mediación monetaria en todas las relaciones humanas y la creciente reducción de la condición humana a su capacidad de valorización del capital.

El proceso de financiarización del capital hunde sus raíces en la evolución del propio sistema capitalista y en la experiencia de las limitaciones objetivas y prácticas de la generación de valor, plusvalía y beneficio.

La expansión del capital especulativo y la consiguiente financiarización de la economía fue el resultado, precisamente, de las limitaciones del capital productivo para neutralizar la tendencia a caer la tasa de beneficio y garantizar la continuidad de la acumulación de capital en el último tercio del siglo XX. Fue, precisamente, la experiencia práctica de los límites de la economía mixta (keynesianismo), sustentadora del pacto social de la posguerra mundial, la que indujo la financiarización del sistema capitalista.

Verificada la imposibilidad de obtención de beneficio en la proporción adecuada para el mantenimiento de la acumulación de capital en la esfera productiva de bienes y servicios, a pesar incluso de las reformas laborales, de los controles salariales, de la externalización/deslocalización de las actividades y de la introducción de nuevas técnicas de fabricación flexible y de sistemas de organzación del trabajo, una buena proporción del capital acumulado se orientó hacia los nuevos “productos” creados desde el ilusionismo financiero promotor de píngües beneficios a corto plazo.

Así fue como el valor nominal referenciado en la forma dineraria se multiplicó hasta proporciones astronómicas mientras el valor real subyacente a esa masa dineraria circulante se quedaba infinitamente atrás. El dinero, como referente formal del capital, pierde valor en la proliferación de productos financieros cuyo valor es virtual, nominal, en el papel o remite a un improbable beneficio futuro. La producción financiera ha asfixiado la producción concreta de bienes y servicios precisamente porque el crecimiento de aquélla ha disipado el contenido de valor del dinero. La crisis financiera, bancaria, pone en evidencia la desvalorización del dinero, de manera que el valor nominal del billete de banco carece de respaldo real de valor. La crisis del euro, a su manera, revela esa desvalorización al poner en el primer plano del debate la diferencia de valor del euro en cada país de la UE una vez abolidas las monedas nacionales, ya que la productividad de los países arroja acusadas diferencias.

La reestructuración capitalista de las últimas décadas del siglo XX y la autonomización aparente del capital financiero conlleva la autonomización de la gestión y, con ella, la reorganización de la propia clase dominante, al propiciar la constitución de una clase dominante, decisoria, formada por la burguesía propietaria nominal del capital y la franja emergente de técnicos profesionales encargados de la gestión ejecutiva de las actividades empresariales. Esta autonomización aparente, operativa, de la nueva burguesía gestora con intereses específicos en cuanto a la constitución de su propia esfera de poder y patrimonio personal, ha inducido la errónea percepción de ser la responsable de la crisis (escándalos financieros, gestión fraudulenta, corrupción, etc.).

La capacidad de decisión de la burguesía gestora se ha visto incrementada por la acumulación de capital propiciada por la expansión capitalista de la segunda mitad del siglo XX; una acumulación de recursos financieros en forma de ahorros, planes de pensiones, etc. que conforman los fondos de inversión que son gestionados por esa burguesía emergente. La necesidad de presentar cuentas de resultados con beneficios nominales fue lo que indujo la falsificación de las cuentas y los trucos de la llamada ingeniería contable, precisamente como respuesta a la tendencia general declinante de beneficios en el contexto capitalista mundial.

El proceso de financiarización tiene también una vertiente política como instrumento de dominación de clase. La financiarización fue una cortina de humo para crear la ficción del llamado capitalismo popular que, mediante la generalización del crédito, favoreció el ascenso de la nueva burguesía gestora al frente de bancos y entidades financieras, cuya consolidación social como clase dominante gestora está vinculada al endeudamiento privado y a la inyección de los ahorros y planes de pensiones de una masa de la población asalariada obcecada con el aumento del beneficio inmediato de sus ahorros como medio de compensación de la disminución real de los salarios, apoyándose en la promesa de los beneficios inflados por la ingeniería financiera.

El denominado capitalismo popular representa el último estadio en la legitimación de la democracia en descomposición al corroborar el principio de delegación política que la caracteriza con la delegación en la burguesía gestora emergente de los recursos personales (ahorros, planes de pensiones) destinados a su conversión en productos financieros. De este modo, los recursos acumulados por la población asalariada al tiempo que impulsan la vertiente financiera de la economía, convierten a los propios trabajadores en “inversores” dependientes de la espiral especulativa; se democratiza la actividad especulativa, en fin. Pero el llamado capitalismo popular es en realidad una fórmula de dependencia, complementaria a la dependencia laboral, de la clase trabajadora respecto a la clase dominante gestora del capital financiero. Y también un mecanismo de expropiación de los recursos (ahorros) de la población asalariada en las tormentas financieras. Los productos financieros son dispositivos de expropiación (el caso de las preferentes y de las inversiones piramidales son ilustrativos) y de transferencia de ahorros y recursos financieros de la población asalariada hacia los centros hegemónicos del capital (financiero).

La realización histórica de la dominación real y total del capital se materializa en la financiarización de la vida. El sistema de crédito que avaló el crecimiento de los treinta gloriosos y de la sociedad de consumo sólo es uno de los aspectos aparentes de la financiarización de la vida cotidiana en la sociedad capitalista. Las contradicciones que entraña la hegemonía del capital financiero sobre la actividad económica se transfieren a la sociedad a través de la financiarización de la vida cotidiana, de modo que redimensiona sus contradicciones en la escala social a través de las múltiples paradojas que la mediación dineraria genera en nuestra vida cotidiana.

Es así porque el capital financiero entraña una circularidad perversa consistente en que los agentes gestores del capital financiero transnacional (bancos, agencias de calificación, fondos de inversión, que tienen todos ellos una misma matriz) ejercen su dominación mundial sobre la economía capitalista que descansa en buena medida sobre los ahorros de los trabajadores, sobre los depósitos y fondos de pensiones. La paradoja radica en que la necesidad de valorizar los fondos de pensiones y los depósitos bancarios, en general, en manos de los operadores del mercado financiero son un instrumento necesario y una fuerza motriz de la vorágine especulativa. Nuestro futuro (pensión) depende de la evolución del mercado financiero y éste a su vez depende –en cuanto a su valorización– de los aumentos en la cuota de explotación de la población proletarizada en la escala mundial (precarización, sobreexplotación, expropiación, etc.) y de los recortes en las prestaciones sociales, incluidas las pensiones.

Las implicaciones de la financiarización comportan asimismo la penalización del ahorro y del dinero conservador que no se pone en juego como capital productivo/explotador. El dinero quieto no vale nada, pierde valor, por eso hay que ponerlo en juego, arriesgarlo, tiene que funcionar como capital en las diferentes fórmulas de inversión (fondos, bolsa, bonos, preferentes, etc.). Y no sólo eso, sino que las expectativas individuales de valorización han de funcionar igualmente como dinamizadores del capital financiero, de ahí el endeudamiento privado (hipoteca, crédito, etc.) y la desviación de una masa de ahorro de la población trabajadora hacia los planes de pensiones y de inversión privados que es una manera directa de participar en la esfera financiera.

El desarrollo del capital financiero, al suprimir tendencialmente toda referencia al valor, desprovee de significado la forma dineraria del capital, de manera que el dinero contante y sonante ya no representa nada, se pierde en la inanidad: el dinero no vale nada, ya no remite a un valor susceptible de ser cuantificable objetivamente, en oro o trabajo, sino que es mero papel cuyo valor remite a una convención, al consenso (confianza) que crea en el intercambio cotidiano el fetichismo del valor.

La obsolescencia del dinero (A. Jappe) en cuanto representación del valor es una consecuencia de la desviación creciente que subyace en el dinero como convención social basada en la confianza (aceptamos el dinero–papel con la confianza de que otros aceptarán su valor nominal). Esa desviación entre valor y representación del dinero alcanza un nuevo estadio con la aparición de las bitcoins o monedas virtuales que vuelve a reproducir el fetichismo del valor, aunque realizándolo bajo una forma renovada acorde con las nuevas herramientas de gestión financiera.

Las bitcoins, al omitir cualquier referencia al valor-trabajo, significan un paso adelante en el despliegue histórico del fetichismo del valor y de sus límites. Como en el caso de las transacciones financieras de alta frecuencia, el algoritmo que crea las bitcoins es simplemente una abstracción, una operación de ilusionismo electrónico cuyo fundamento es la confianza o fe supersticiosa en el valor atribuido a la bitcoin. Pero esa disipación de la referencia al valor material no significa supresión del valor, superación del fetichismo del valor. Se trata simplemente, como en cualquier expresión financiera del capital, de la abolición formal de su mediación física (trabajo) para afirmarse en su mediación abstracta, ilusoria. Sin embargo, el valor de las bitcoins, la suprema abstracción del proceso de valorización inmaterial de las bitcoins, remite en última instancia a valores materiales, en correspondencia con lo que ocurre en el sistema financiero en general y la orientación de las inversiones hacia la producción material básica (tierras cultivables, agua, recursos energéticos).

El grado de desarrollo del capital, como entidad fetichizada en la forma financiera, exige un cambio de mentalidad sobre la base práctica de la experiencia del capital financiero. La crisis del capital financiero representa, de hecho, una interpelación apremiante en la concepción de la vida y de la noción misma de futuro en lo que se refiere a nuestra vida como individuos sociales, donde aspectos como vejez, enfermedad o desvalimiento personales ya no pueden depender de ese particular mercado de futuro en el que se ha convertido el sistema de pensiones que opera como capital financiero, sino que ha de atender a otros principios y categorías que tienen que ver con el espíritu de comunidad y el deber de asistencia general y transgeneracional entre los humanos. En cierto modo, bajo forma mistificada, el sistema del estado de bienestar apunta en este sentido, pero lo hace de manera que los principios de universalidad y solidaridad transgeneracional están supeditados a que los recursos de futuro operen como capital en el mercado financiero. Ahí estriba su límite histórico y el hecho de que su desmantelamiento revista las características de expropiación (privatización de la seguridad social) por parte de la clase dominante, que aprovecha una correlación de fuerza favorable en el presente para proceder a la liquidación del sistema asistencial (sanidad, enseñanza, pensiones, etc.) de la manera más ventajosa para ella (privatizaciones).

2 comentarios:

  1. Anónimo9/05/2018

    La polaridad social se constata en lo económico cuando las clases populares siguen haciendo hincapiés en la importancia del ahorro mientras las clases aburguesadas -élites y traidores-, usan el crédito. A tal punto lo usan que como menciona el artículo llegan a castigar el ahorro.
    El problema de las ficciones es eso, que son ficciones, y cuando te chocas con la dura realidad solo quedan restos de la fiesta, deudas y gente que se cree con el derecho de matarte por cobrarlas.
    Conozco a dos tipos de personas que chocaron con la ruina: los que pulieron su riqueza o los que no trabajamos. Este es el presente de individuos, empresas y sociedades enteras.
    Salud! Pablo Heraklio

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    1. Finalmente, ya sabemos quién paga la deuda (la clase trabajadora) y quién se encarga de cobrarla (el Estado).

      Salud!

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