CORREO
DE LOS TRABAJADORES – 14/11/2019
¿Cómo se ha podido
desmoronar el proceso político que más igualdad generó en el país
más desigual de América Latina y el Caribe?
Quizás en la misma
pregunta está la respuesta.
La derecha nacional e
internacional nunca le perdonó a Evo Morales, un indígena aymara,
que se tuvo que campesinizar para hacer frente a los estragos del
neoliberalismo, que nacionalizara los recursos naturales de Bolivia
el 1º de mayo de 2006, tan sólo tres meses después de tomar
posesión, y convocara a una Asamblea Constituyente que otorgaba
derechos como nunca en la historia a las mayorías sociales, al
sujeto indígena originario campesino.
Y por eso le dieron un
golpe de Estado en cuanto pudieron. En cuanto se acumularon
suficientes errores sobre los que montarse. En cuanto se generó el
clima social adecuado para poder consumarlo sin que pudiera ser
revertido.
Hoy el golpe de Estado en
Bolivia traza una línea que divide no ya a los antimperialistas,
sino a los demócratas, de quienes se amparan en cualquier error
cometido por el gobierno de Evo Morales para justificar o mirar para
otro lado ante el golpe contra la democracia que supone lo sucedido
en el país andino-amazónico.
Porque un golpe
cívico-policial, con la complicidad de las fuerzas armadas, y
empujado por una oleada de violencia sin precedentes que quemaba
casas de militantes del MAS-IPSP o secuestraba personas, dirigida por
la derecha racista y reaccionaria, es un golpe de Estado se mire por
donde se mire, sin eufemismos.
Y si Galeano escribía
que la historia de América Latina es la historia del saqueo de sus
recursos naturales, parece innecesario subrayar que también es la
historia de la injerencia estadounidense sobre su patio trasero.
Injerencia mediante golpes de Estado, pero también mediante
mecanismos de dominación como la Organización de Estados Americanos
(OEA). Una OEA que tiene responsabilidad directa en el golpe no sólo
por omisión, sino por acción, manipulando a la opinión pública
nacional e internacional sin presentar una sola prueba de fraude, tan
sólo las irregularidades propias de cualquier proceso electoral, y
que de ninguna manera variaban el resultado final de la misma: la
victoria de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo por más de 10
puntos de diferencia sobre Carlos Mesa. También en algún momento
habrá que depurar responsabilidades sobre quién al interior del
gobierno boliviano empujó para aceptar como vinculante una auditoría
de la OEA y Almagro, que es lo mismo que decir del Departamento de
Estado estadounidense, ante un escenario de retroceso de la
integración política latinoamericana, donde los cipayos locales de
EEUU han destruido la Unasur y vaciado la CELAC.
Porque tampoco cabe
ninguna duda del rol jugado por EEUU en la crisis posterior al triunfo
electoral. A pesar de haber sido expulsados de Bolivia el embajador,
la DEA y la Agencia para el Desarrollo estadounidenses, la oficina de
la CIA al interior de la embajada en La Paz ha seguido operando los
últimos años, fragmentando el movimiento social en varias partes
del país.
Se hace necesario aquí
reconocer la grandeza y liderazgo de Evo Morales, que ha preferido
renunciar a un proceso que tanta sangre alteña y boliviana costó en
los años anteriores a 2006. No es casualidad que esta crisis
política se salde sin un solo muerto por represión gubernamental,
en contraste con lo que sucede en Chile, Ecuador, Honduras o Haití,
en este caso con el silencio cómplice de la OEA.
Un Evo que ha preferido
asilarse en México, cuando podía haberse atrincherado en el Chapare
y liderar la contraofensiva ante el vacío de poder que se abre en
una Bolivia sin gobierno, sin quorum en la Asamblea Legislativa
Plurinacional para nombrar a una presidenta interina (el MAS tiene
2/3 de la Asamblea), sin ningún liderazgo opositor nacional más
allá de los liderazgos regionales, y donde la resistencia al golpe
continúa creciendo, sobre todo a partir del núcleo irradiador de El
Alto. Las contradicciones entre el heterogéneo bloque opositor, el
ejército, la policía y las élites económicas no van a tardar en
salir a la luz, y será necesario desnudar los intereses detrás del
golpe de Estado.
En esta época de
posverdad, donde se justifica un golpe de Estado sin que nadie,
incluida la propia OEA, haya mostrado una sola prueba de fraude, ya
habrá tiempo de analizar los errores cometidos por el gobierno
popular de Evo Morales. Pero ahora son tiempos de resistencia. De
cuidar a los compañeros y compañeras perseguidas por sus ideas
políticas, y de generar un movimiento mundial de solidaridad con el
proceso de cambio boliviano y su presidente indígena,
antimperialista, anticapitalista y anticolonialista. Tiempos de
organizar la resistencia interna, que va a ser de larga duración.
Ya habrá tiempo de
reflexionar por qué no pudieron, con una potencia de fuego,
político, económico y mediático, diez veces superior, con la
revolución bolivariana, donde a pesar de todos los errores se pudo
construir no sólo una unidad cívico-militar, sino un pueblo con
conciencia crítica y un partido que no fue vaciado por el Estado y
fue clave para la movilización popular.
Bolivia no es Venezuela,
ni el proceso de cambio la revolución bolivariana. Pero Evo sí es
Chávez, es Allende, es Mandela, es todas y cada una de las personas
que luchan por un mundo mejor, con justicia social y ambiental.
Evo somos todos y todas.
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