luisbrittogarcía – 10/08/2024
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Nada más cierto que la calificación de la democracia venezolana como participativa: todos los poderes del planeta quieren participar en sus elecciones y su petróleo. El secretario de Estado de Estados Unidos Anthony Blinken designa de una vez ganador al candidato opositor, el Fiscal de ese país mantiene la recompensa por quince millones de dólares sobre la cabeza del Presidente Maduro; el surafricano Elon Musk exige que sea elevada a cien millones de dólares y desata bloqueos mediáticos, los 27 Estados de la Unión Europea dictaminan que el candidato opositor “parece ser el ganador de las elecciones presidenciales por una mayoría significativa”; los representantes de Chile, Uruguay, República Dominicana, Panamá, Ecuador y Perú en la OEA proponen invalidar el resultado electoral, sin lograr el consenso: el uruguayo Almagro, secretario de dicho organismo, solicita de la Corte Penal Internacional orden de captura contra el Presidente de Venezuela; los estadounidenses del Centro Carter se retiran cuestionando los resultados definitivos antes de conocerlos; la ex dictadora boliviana autonombrada Jeannine Añez pretende encabezar una procesión de ex mandatarios españoles y latinoamericanos derechistas para que decidan sobre nuestros comicios, el premier panameño José Mulino convoca una cumbre para resolver sobre ellos. Venezuela tiene la mayor reserva de energía fósil, oro y otros recursos naturales del planeta; no extraña que extranjeros y apátridas se agolpen generosamente para obligarla a que la entregue sin recibir nada a cambio.
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¿Qué sentido tiene esta francachela transnacional donde cada forastero pretende nombrar Presidente de Venezuela y deslegitimar al electo? Es la más pura expresión del mundo financiero y cultural en que vivimos, en el cual la verdad inconveniente es sustituida por la simulación artificial. El capital comercial, que revendía mercancías elaboradas por campesinos y artesanos, fue suplantado por el industrial, que producía los bienes, y éste por el capital financiero, que no produce bienes sino dividendos especulativos. El último funciona gracias a una Cultura del Espectáculo o del Simulacro, que esparce escenarios virtuales cada vez más alejados de la realidad. Amazon no fabrica ni un alfiler: comercializa lo manufacturado por otros. You Tube no crea ni un minuto de contenido: comunica el originado por terceros. Facebook (ahora llamado Meta u Horizon World) comercia con los datos que le proporcionan sus usuarios, lo mismo que Twitter, alias X, Whatsapp y demás redes sociales.
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Ejemplos de este mundo virtual con el cual se intenta ocultar el real: el apagón mediático que acompañó el secuestro del Presidente Chávez en 2002; el auto atentado de las Torres Gemelas el mismo año; el sabotaje informático que poco después paralizó PDVSA; las inexistentes “armas de destrucción masiva” pretextadas para destruir Irak; la falsa represión contra manifestantes alegada para aniquilar Libia; la autodesignación del presidente fake Guaidó, quien nombró ministros postizos y embajadores fantoches para robar nuestros bienes en el exterior; la fabricación mediática del presidente títere Edmundo González.
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Para ello, un sector de la oposición bloqueó la transmisión de los resultados definitivos del CNE y encomendó a una firma privada que diera datos inexistentes. ¿Debemos acatarlos? No, gracias. Según el numeral 5 del artículo 293 de la Constitución de la República Bolivariana, es competencia del Consejo Nacional Electoral, y sólo de él, “La organización, administración, dirección y vigilancia de todos los actos relativos a la elección de los cargos de representación popular de los poderes públicos, así como de los referendos”. Los opositores María Corina Machado y Edmundo Gonzalez no acudieron a la convocatoria del Tribunal Supremo de Justicia para que plantearan sus objeciones, ni consignaron las supuestas actas que les habrían dado la victoria, ni presentaron pruebas del supuesto fraude. No olvidemos que quien alega un hecho es quien debe probarlo. Mientras ello no ocurra, el Presidente electo es Nicolás Maduro Moros.
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Examinemos los resultados indudables. Según el Ministerio del Poder Popular para la Planificación, la población estimada para Venezuela en 2021 sería de 33.236.481. Si de ella restamos el padrón electoral de 21.620.705 habilitados para votar, obtenemos la cifra de 11.615.716 habitantes fuera del mismo. En Venezuela aproximadamente la mitad de la población forma parte de la fuerza de trabajo; si presumimos que esta mitad con edad para trabajar tiene los 18 o más años necesarios para inscribirse en el Registro Electoral Permanente, tendríamos un cálculo (muy aproximado) de unos 5.207.850 ciudadanos con edad para inscribirse en el Registro Electoral Permanente que por una u otra razón no lo han hecho. El boletín definitivo registra una abstención de 53,47% de los 21.620.705 debidamente inscritos y habilitados para votar, lo cual arroja una cifra de 11.605.909 abstencionistas, la cual, sumada a los 5.207.850 ciudadanos que no se han inscrito en el Registro Electoral, daría una muy aproximativa sumatoria de 16.813.759 ciudadanos que voluntariamente no ejercieron el derecho del sufragio a pesar de estar jurídicamente capacitados para ello. Esta falta de votos es a su vez un voto negativo cuyo sentido debemos interpretar.
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En primer lugar, en el último tercio del siglo pasado, los porcentajes de abstención y de no inscritos en el Registro electoral crecieron acompasadamente, a medida que los gobiernos imponían paquetes neoliberales. La llamada Cuarta República murió de mengua política y neoliberalismo, destino que urge evitar.
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En segundo lugar, debe reflexionar la derecha que la causa de sus derrotas no reside en supuestas fallas del sistema electoral, sino en su programa, Por algo lo redactaron en inglés, y lograron que You Tube sacara del aire a La Iguana TV durante más de una semana cuando divulgué su traducción en entrevista con Clodovaldo Hernández. Si ustedes mismos juzgan inaceptable su programa, cámbienlo.
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En tercer lugar, preocupa la vulnerabilidad de nuestros sistemas informáticos, evidenciada en el bloqueo que retardó la transmisión de resultados definitivos del CNE. Con este sabotaje la oposición fraguó el único pretexto para dudar de los resultados de un sistema electoral al cual Jimmy Carter había considerado como “quizá el más perfecto del mundo”. Chávez emitió hacia 2004 un decreto ordenando que las comunicaciones públicas migraran hacia el software libre, lo cual prácticamente no se ha cumplido. Si las potencias hegemónicas no nos han retirado sus redes informáticas, es porque les son útiles para el espionaje y para crear apagones estratégicos en el momento más delicado. Imaginemos un bloqueo informático en caso de una invasión extranjera. No podemos dejar que zancadillas de tal índole nos tomen de nuevo por sorpresa.
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En tercer lugar, nuestro sistema político socialista ha arrojado resultados espléndidos, que hemos comentado y celebrado. Al mismo tiempo, ha mostrado vulnerabilidades internas inaceptables. La ausencia de mecanismos de control previo, concomitante y posterior eficaces posibilitó la repetición periódica de mega latrocinios, como los de Cadivi, los de la administración interna de PDVSA y otras empresas públicas o el del Petro, que casi nos han infligido tantos daños como el bloqueo externo. Al mismo tiempo, la falta de adecuados mecanismos de selección de las dirigencias ha encumbrado a funcionarios sin obra, trayectoria ni ideología a posiciones que les facilitaron perpetrar tales desfalcos y descargar la mayor parte del peso del bloqueo sobre la población de menores recursos.
El PSUV debe desechar toda tentación que induzca a las masas a confundirlo con el derrotado programa neoliberal entreguista de la derecha.
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