(diciembre, 2007)
¿Quién duda? Escribir
[…]
De aquí pues en adelante pongo bombas
dialécticas. No me importa la pirotecnia.
Mayo 1977
Los revolucionarios del 68 no transformaron la vida. Tampoco modificaron siquiera ni una sola de las relaciones sociales que constituyen el mundo real capitalista, en cuyo seno vivían, en cuyo ámbito luchaban, en cuyo sólido y violento dominio ni una de sus relaciones de producción se desvanecieron o transmutaron cuando levantaban adoquines. Las barricadas en las calles para nada sirvieron, sino para refortalecer la capacidad incansable de asimilación y mercantilización, de compra y venta —y viceversa— permanente, escenario del más furioso capitalismo, reciclado y puesto a prueba, a la última utilidad y más rabiosa moda para jóvenes rebeldes. Iconoclastas. Cuestión de biología. Fantasmas. Aquellos bellos y hermosos guerreros. Los héroes del 68.
No había playas debajo del asfalto. Y el poder, los poderes de clase, echándole imaginación, toda la imaginación del mundo y de sus habitantes los nuevos pequeñoburgueses nacidos de una acumulación de ganancias que propiciaban las energías eléctricas, atómicas y petrolíferas, sustentadoras de aquellos mismos poderes de clase recientemente vencedores en dos guerras mundiales contra el proletariado, no dudaron: su táctica intermedia de tierra quemada o vacío de poder propulsó el espontaneísmo, el izquierdismo, toda la parafernalia de flores y piedras en las revueltas callejeras, fantasmagorías, dialécticas urbanas y asamblearias para una destrucción del estado que sólo suponía la presunta destrucción del gobierno del estado gracias a la puntual confluencia de una huelga general obrera y social, apenas realidad vivida y desde el comienzo de su convocatoria cogida entre las sangrientas pinzas de la única tenaza de clase históricamente válida o probada, esto es, la fuerte e invencible tenaza de la represión. Con fusiles, tanques o gendarmería más o menos soldadesca, según las territorialidades capitalistas. Acciones duras y directas represivas, con la total connivencia de los partidos socialdemócratas y comunistas democráticos, junto con sus correas de transmisión sindicales. Esto, de una parte; porque de la otra nunca, en ningún momento, situación o lugar dejarían de funcionar el encuadramiento de la mercancía, las leyes del mercado, la normalidad consumista, la modernidad del capital.
Así que, entre represiones quedaría aquello. Y no sólo en París, desde luego. Porque aquí entre nosotros, donde no habrían kermés o fiesta o baile público donde probáramos los márgenes o extremos de nada para saber que el capitalismo funcionaba a tope y al límite de sus formas dictatoriales, aquí, en la territorialidad capitalista de España, la maquinaria productiva seguía a trompicones o torpezas internas su desarrollismo o acumulación particular y salvaje de ganancias. Igual que seguían intactos sus originarios aparatos de guerra, políticos, policiales y totalitarios represivos, control social, control de los aparatos ideológicos de clase y de estado, radio, televisión, periódicos y prensa, editoriales, enseñanza, universidades, etc. Igual que seguía intacto el juego de la oposición política, la subversión política, la lucha política, la represión política a cuenta de la horda roja de judíos, masones, marxistas y comunistas. No había más. La dictadura fascista y el comunismo subversivo junto con sus aliados circunstanciales o compañeros de viaje. Y al envite de parte y parte, el cuerpo de funcionarios ideológicos en su varia jerarquía, sus respectivos ideólogos e intelectuales orgánicos, esa parafernalia de agentes, técnicos, gestores y productores de ideología, de la ideología necesaria para que sirva y funcione, se legitime y socialice el juego y sus reglas exclusivas, el histórico envite de tales fuerzas excluyentes, únicas, totalitarias, y no de otras, imposible las otras, impracticadas e impracticables, irreales.
En París —aunque no sólo en París, ya digo—, el moderno engranaje de control para la sumisión social pasaba por una primera fase de rebeldía e izquierdismo. A los sones de la Internacional y con la protesta abierta del aparato comunista, los actos y las proclamas, los hechos y el pensamiento en la práctica, el pensamiento práctico de mayo del 68 se adjudicó a “las ideas de izquierda”. Magnífica la jugada, que todavía hoy les rinde altos intereses a los poderes de clase; desde aquella fase iniciática, y luego en cuantas fases el servilismo les obligaba a colaborar a los técnicos intelectuales e ideólogos de la modernidad capitalista; y a cuantos escapaban del servicio, no queda ni se les deja más resquicio que la postura complementaria, el compromiso, el papel de los intelectuales comprometidos. Servilismo y compromiso, como las dos caras de la misma falsa moneda todavía hoy de curso legal llamada colaboracionismo.
Sólo que en España, la modernidad colaboracionista del 68 no tendrá lugar fuera del dominio fascista, ni aun en las quiebras o contradicciones de la dictadura fascista; sino en su proceso transaccional o de falsa transición a la democracia, para servirle de coartada o camuflaje o validez o legitimación o socialización. Para socializar o naturalizar un fascismo democrático, como la vida misma, nuestra vida, la que vivimos hoy. Hoy, cuando la nostalgia de una supuesta izquierda, tan inexistente y colaboracionista, como comprometida y progresista, vale, vende, entra en el mercadeo o circulación de productos o de bienes culturales, el fantasma o la herencia de mayo del 68 parece no tener adjudicatarios, sino que se utiliza y queda en la abstracción negativa o la más absoluta negación generacional, grupal, canónica o paradigmática siquiera. Ni canon, ni paradigma. No hay nadie que practique su intelectualismo ni su literatura. Cuando, sin embargo, los hechos y los escritos de los protagonistas desmontan el juego de inventar historias. Aquí, la modernidad capitalista y colaboracionista la practicaron cuantos jóvenes— cuestión de biología, ya digo; no biologicismo, sino mero recambio biológico—se propusieron volverse ciegos para no ver y mantener o guardar silencio, volverse de espaldas contra la realidad vivida y cotidiana al alcance de la mano y de su intelecto, montarse excursiones culturalistas o exquisitas a Venecia y alrededores. Se llamaron novísimos —novelistas, ensayistas, poetas—y construyeron la más eficaz desinstrumentalización del trabajo intelectual que el dominio fascista y sus funcionarios ideológicos se pudieron permitir sin que se les notara la máscara o el disfraz. Iban codo con codo con los restos del polivalente frente de intelectuales antifranquistas —o el último de los cuarteles de invierno donde hibernan los Camisas Viejas del intelectualismo orgánico del fascismo junto a los camaradas del SEU que no hicieron la guerra, los jóvenes de Laye, Acento, La Hora, etc.—. Al igual que, en estricta lógica política e ideológica, iban junto a los compañeros de viaje, los militantes de izquierda, encuadrados en el PCE. Conformándose así una mezcla o mezcolanza cuya guía o razones de fuerza dominaban los maestros de la razón o literatos e intelectuales orgánicos del liberalfascismo y liberal republicanismo, vulgarizados ya como generación del 27 o de la República, ya Ortega y los orteguianos de preguerra o de guerra o postguerra fascistas, etc. En una mezcla o mezcolanza, en donde todos al unísono contribuían a la búsqueda y captura de las libertades democráticas, sin rastro o resto alguno de fascismo por parte ninguna, en ningún texto o práctica del pensamiento.
Toda una maravilla de integrismo e integración, de la que pueden dar cuenta múltiples hechos. Propongo algunos, graves y dominantes. En primer lugar, la sacralización de los señoritos de la literatura —vulgo: generación del 27—; en donde la obra —vida, pasión y muerte— de Federico García Lorca alcanza posiciones frentepopulistas, o la poesía de Rafael Alberti pasa por poesía política y aun poesía comunista, o los casos o comportamientos de Unamuno o Jorge Guillén se soslayan o se depuran de co/responsabilidades con el fascismo de guerra, etc. En segundo lugar, las sistemáticas apología y hagiografismo que desde 1968 hasta hoy todavía ensalzan a los intelectuales orgánicos y funcionarios ideológicos de nuestro fascismo. Y, en tercer lugar, la muestra aun intonsa de las páginas culturales de Triunfo, El Viejo Topo, Ajoblanco, Liberación, El País, etc. Téngase aquel número 85 de La Calle, de noviembre de 1979, en donde se preguntaba públicamente ¿Dónde están los intelectuales?, en portada y páginas interiores, con foto de grupo a los pies de los leones del parlamento; ténganse a los convocados; considérese uno a uno y todos juntos su trabajo, su práctica, su papel histórico, su función, su funcionamiento en activo, y por supuesto el aparato ideológico en donde va a establecerse esa busca y captura de intelectuales, esa mezcla o mezcolanza.
Una práctica intelectual y literaria novísima —y alrededores: los compañeros de viaje—, para no escribir la realidad. O para escribirla sin que se noten las “ideas de izquierda”, sino transmutadas como ideas de consenso, pacto o silencio, bajo las que encubrir o camuflar o recargar el conformismo o consentimiento a los reajustes y las reconversiones del capital en España. Para que no haya en ninguna escritura de los intelectuales más problemas ni conflictos político sociales, excepto aquellos normales y naturales derivados del normal y el natural crecimiento de toda sociedad en vías de expansión y desarrollo hacia la última modernidad, que pasaba por la confluencia con Europa y el mercado único, la globalización, la OTAN y las guerras en pie de paz, la paz social para el normal y natural sometimiento a la explotación, los contratos de trabajo basura/s, las “fábricas de ideas” y de intelectuales o tecnócratas de las ideologías, nada sofisticados escritores o poetas para nada aquejados de fiebres redentoristas, sino del canto consuetudinario del mundo bien hecho, que el mundo está / bien hecho igual en el amor o la intimidad o que en la maravilla de la técnica o la vida moderna, nuestra vida de sujetos o ciudadanos normales, esto es, normalizados, encuadrados o sometidos a las normas más normales y naturales del más normal y natural capitalismo más violento y salvaje, el capitalismo del fascismo democrático de nuestros días.
Las variantes de esta dominante inescritura de la realidad capitalista, como en todo mercado, se ofertan estableciendo una competencia entre ellas y aun una contradicción fuerte, mediante la que se niegan unas a otras, hasta el punto y hora de ocupar todos los posibles e imposibles —el eclecticismo las define—resquicios de enfrentamiento, de oposición. Todos los frentes están ocupados; por supuesto, los frentes internos, porque no hay frentes externos, no hay una escritura ni menos todavía un intelectualismo, unos intelectuales organizados que desde fuera de ellos y su dominio se les enfrente, vengan a presentarles batalla y con sus mismas armas, en su mismo campo y a campo abierto, en cuantos “espacios de la sociedad civil ofrecen libertad y frescura intelectual”, y con unos aparatos ideológicos propios, luchen contra ellos, no les dejen por denunciar, por desvelar o descubrir pieza ninguna de su eficaz montaje, rentable a plazo inmediato, medio y a largo plazo, puesto que ellos y no hay más rentabilizan todo el trabajo intelectual —pero no toda la fuerza de trabajo intelectual— que el capitalismo salvaje hoy contrata y explota.
Estas variantes de la inescritura de la realidad del capitalismo salvaje tienen un fundamento único, un pensamiento moral, la moral como trampa y coartada. A partir de aquí, su clonismo comienza a confundirse y a propiciar la apariencia de variedad, diversidad, y aun de contrarios. En el mercado, se pueden comprar productos de high school, cuyos apologies days propugnan continuos autos de fe de vida “en la selva oscura de la existencia”, contra “el enemigo sin rostro”, “contra el mal” e “intransigentes contra las ideologías”. Los cruzados de la causa igual celebran un striptease colectivo y cerebral a base de la exaltación continua de “la cultura de occidente” y su “perpetua modernidad” aun —aún más—en nuestros malos tiempos de miseria para la lírica, ¡oh, “el veneno de la lírica”!... Igual que vaticinan “el hundimiento de todos los valores” en “un crepúsculo planetario”, ¡oh, “el nuevo terrorismo nihilista universal”!, para así entablarnos la “última batalla del humanismo”. Por supuesto, “la lucha empieza en el interior de cada uno”, en la intimidad o domesticidad nuestra, también nuestra sagrada familia, “vidas de novela”, “la copiosa novela de una vida común” o la poesía de un ciudadano normal, para un ciudadano normal; cuyo objetivo primero y último consiste en hacer confundir, en que se confundan los lugares públicos y los lugares privados, ámbitos imborrables para el capitalismo hasta ahora, hasta hoy día, cuando interesa con un alto e inmediato interés predominante que desaparezcan las razones históricas —políticas, económicas, sociales, ideológicas; de clase; de la lucha de clases— bajo razones sentimentales, intimistas e interiores, de la lucha por la vida, de la experiencia vital inmediata y subjetiva, biográfica y aun autobiográfica aunque interpuesta a base de máscaras o personajes lírico poéticos o narrativo novelescos. Y ese anecdotario en que acaban de convertir la escritura, la materialidad público social de la escritura literaria, está a punto de dar al traste con todo el gran montaje, el gran negocio de los bienes culturales para uso y consumo de ciudadanos normales —en cuanto que normalizados o sometidos a la normalidad de las normas o de la vida bajo el dominio del capitalismo salvaje—.
No hay nadie, ni un solo escrito que pase a descortezar los frutos del capitalismo real. El clonismo se constituye en su propio canon, todos repiten a todos, libro a libro, propuesta a propuesta, ad nauseam. La inefabilidad entonces, el irracionalismo —¡Oh “es tan extraña la realidad”!— aparece como única huida hacia delante, una aporía donde ya no hay nada que decir, que escribir. El originario re/humanismo sin solución de continuidad, y empacho de lecturas débiles —de la LOGSE como mucho— de Galdós, de Bécquer o Campoamor, de Lorca y Alberti, a cargo de filósofos versificadores o novelistas metafísicos, sin que falten tampoco los poetas solidarios y emprendedores, queda así una antigualla, una pieza de museo de los horrores después de Auschwitz, del 11-S neoyorkino o de las matanzas fundamentalistas de Irak o de Madrid.
La guerra santa capitalista que todo lo devora, con estricta lógica productiva ideológica, exigirá que pasen página y capítulo a sus propios intelectuales orgánicos. Han quedado obsoletos los discursos quintaesenciando o melodramatizando “el hombre y su novela” —o su poema—, cuantas folletinescas “vidas de novela” —o de poesía ciudadana— se terciaban debidamente puestas al día del “maravilloso y atroz siglo XX” con detalles al gusto urbano o al gusto historicista —aquellos héroes románticos del fascismo en España, aquella “anacronía de la guerra civil”—, o al gusto populista —los eternos “excluidos de la sociedad y de la historia, desterrados y perseguidos”, con “un linaje de desterrados secretos”, esto es, resistencia silenciosa— o al gusto verborreico —de envolventes meditaciones reflexivas, frases infinitas, trascendentes y metafísicas de andar por casa, poemáticas o autofictivas—; para el siglo XXI ha de reciclarse el trabajo de los intelectuales puestos a su servicio, en un estricto cumplimiento del servilismo orgánico intelectual; sometidos a los poderes y los intereses objetivos e históricos del capitalismo salvaje que habitamos y vivimos.
Y esos mismos poderes otorgarán prestigio y cargos, a cuenta del presupuesto público o de los capitales exoneradores de impuestos ¿invertidos en bienes culturales e ideológicos, y así doblemente rentables?, a cuantos funcionarios de la ideología dediquen su trabajo a una pura y dura metaforización de palabras, palabras, palabras, hábil juego de hacer versos o novelas cual espeleología de la belleza —nada convulsa, por supuesto— o de la ataraxia intelectual o de la esencia espiritual, travesuras o peripecias —nada irónicas, por supuesto—a la búsqueda y captura de la paz —interior, social, universal— o la espiritualidad —ascética y mística, hacia el espíritu y su unidad de destino en lo infinito y más allá—, para resolver el mal de estos “tiempos de fríos intereses económicos” y la permanente “crisis que padece el sistema”.
¿Cómo acabar, pues, con ese pensamiento intelectual y literario servil, clasista, sectario y soberbio, beligerante y violento?
No vale una puesta al día de aquella vieja fórmula —obsoleta, pues— que abría una división entre contrarios inagotables, entre los integrados y los apocalípticos; que ahora se ofertarían como integrados y resistentes, y, entre estos últimos, las huestes de los ecologistas en acción, otra fábula moral más de complaciente desobediencia cívica, una eficaz barricada frente a radicales y liberticidas. Ni valen las trampas estalinistas. Que el sectarismo y la criminología aquí y en París, en Pekín, en Berlín, Vietnam, Chicago o Moscú, el pietismo y la teología, las cárceles y el fideísmo, el fundamentalismo y los campos de concentración y exterminio, los dogmas y las verdades impuestas a punta de fusiles y de tiros en la nuca o también a golpes de aparatos ideológicos y de represión policial, jurídica, militar, carcelaria, política o escolar, constituyen y han constituido desde la noche de los tiempos, bajo el dominio de las leyes del mercado, sin excepción, continuos ataques, violencia de clase, acciones directas contra la —puta— base proletaria de la historia, contra el proletariado, derrotado pero jamás vencido ni cautivo, sino en cada barricada traicionado, en cada batalla y cada revolución vendido, invicto hasta nuestra lucha final. Como armas contrarrevolucionarias contra las posiciones proletarias.
No cabe tampoco negar el mundo —hombre sin mundo—, sino por el contrario no más contemplaciones, no más concesiones. Que ya no es tiempo de cordialidades, sino de tomar posesión de él, de saberlo y utilizarlo con todas las fuerzas que históricamente nos acompañan, unidos, porque este mundo lo hemos construido también nosotros, los explotados, los muertos y nosotros. Con toda la propiedad pública y social que nos da la explotación, situarnos en sus perversos desajustes y contradicciones, dislocar sus perversos lugares y situaciones, desmercantilizar sus perversos hábitos y productos, pervertir la sagrada propiedad privada.
Así que tomemos posiciones. Frente a las perversidades capitalistas, que sus hagiografistas y apologistas proclamarán propias y naturales no de un capitalismo salvaje sino del capitalismo real, en primera instancia habría que actuar radicalmente desnudando a los militantes de la progresía, cuyas exégesis prácticas del trabajo intelectual bajo las condiciones del servilismo a la dictadura del capital constituyen una guía dura e impagable —en sentido estricto— de nuestra estrategia y táctica de ocupación y de zapa. Ascendiendo —ellos, los progres— con su militancia, con su modernidad —¡qué bella es la vida moderna!— y su manual de transgresiones animadas, han llegado arriba —a la cima— en la jerarquía del funcionariado ideológico de clase, escalando puestos y prestigio en los aparatos del estado —todos colocados—en pago a los servicios prestados, por las plusvalías —económicas y sociales, políticas e ideológicas— extraídas y acumuladas gracias a su obra, esa falacia estética y moral con que subliman la realidad de muerte y miseria que la división de clases nos materializa día a día. Andan embebidos en su sectaria soberbia y aunque disfracen por arte de magia o de metáforas su naturaleza servil —de ancianos académicos reales, de jovenzuelos posmodernos— los reconocemos, porque ejercerán su voracidad obsesiva y contumaz incluso en su propia red de relaciones y complicidades, de moralidades y depredación.
En segunda instancia, dejaremos de lado las teorías o teoricismos del último clonismo postmarxista o postmarxiano que nos venga a la moda, y no sólo de París. Exigiremos una lectura directa —sin intermediarios— de Marx y Engels, de Lenin, de Gramsci y Althusser; y sus razones, sus conceptos, su utillaje y herramientas las desempolvaremos de sagradas interpretaciones o dogmáticas falsas discusiones. Sin emplastes teóricos o curanderismos para uso de las clases instruidas, actuaremos en la práctica, en la historia práctica del intelectualismo orgánico del capitalismo y sus formas, y en la actualidad práctica de los intelectuales y escritores salvajes de hoy. Poco a poco, paso a paso, trabajaremos con hechos y objetivos marcados por la realidad material del dominio de clase burgués capitalista, desnudándolos de sus máscaras, de sus disfraces, del ectoplasma de sus espiritualidades, sin halo de fantasmas o fantasmagorías que incluso les valga para sacralizar un mero acto mercantil o contractual de compra/venta de fuerza de trabajo ideológico e intelectual.
Habrá que desnudar así las históricas y actuales prácticas mercantiles, ideológicas e intelectuales, en el proceso de extracción de los trabajadores y en el proceso de producción de sus obras, objetos o mercancías. Sin olvidar los aparatos de extracción y de producción, situándolos como fábricas, como espacios y lugares de dominación, como cuarteles en donde la reproducción del dominio de clase ocupa estrictas posiciones beligerantes y se organiza como estrictas acciones directas contra los enemigos o contra los desafectos, contra los que por edad se educan
y van incorporándose a las relaciones de producción —económica, social, política, ideológica—, y máxime contra los subversivos.
He aquí, pues, los objetivos de nuestro frente de lucha ideológica. Habrá que escribir la realidad en sus términos reales, exactos, en sus relaciones desnudas. Escribir la realidad sin falacias ni tapujos, sin fraudes o edulcorantes melodramáticos o sentimentales. Sin metáforas —ni siquiera ecológicas—. Sin fábulas o estéticas morales que eludan e inescriban, que borren o tergiversen, que encubran o sublimen, o espiritualicen la situación concreta de explotación en las condiciones de trabajo y de vida que soportamos para beneficio de las clases dueñas de los medios de producción y control social. Habrá que escribir los mecanismos de esta explotación, la violencia con que se ejecuta día a día sobre el hombre —el hombre colectivo, sujeto colectivo— de carne y de hueso, sin atributos abstractos ni universales, sin derechos —ni tampoco izquierdos—, ni otras alienaciones ni amenas distracciones. Escribir el hombre de la clase histórica expropiada y enajenada, paria hasta la batalla final, aquí y ahora, desnuda en su lucha contra la explotación y violencia de las clases capitalistas. Habrá que escribir la realidad de esta lucha. Escribir que no hay más realidad que esta lucha. Que no hay más historia ni más realidad que la lucha de clases. Habrá que escribir, en fin, la lucha de clases.
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