Capítulo extraído del ensayo de
Claude Bitot:
Investigación sobre el capitalismo llamado triunfante.
Título original: Enquête sur le
capitalisme dit triomphant
Traductor: Emilio Madrid
Expósito
Ediciones Espartaco Internacional
V
EL AGOTAMIENTO
IDEOLÓGICO
Necesidad de un sistema de creencia colectivo
Toda sociedad de clases necesita un sistema de creencia colectivo
que cimiente todas las clases y así las trascienda. Decimos bien sistema de “creencia”: no tiene nada que ver con una
teoría, una ciencia o una filosofía; se trata de una idea, de una fe política
que arrastra la adhesión de las masas y que se puede definir como una ideología.
Semejante sistema de creencia es absolutamente indispensable
para una sociedad presa de divisiones, de tensiones, de choques entre las
clases que revelan que los intereses no son los mismos. Para evitar que todo
esto estalle en conflictos violentos, en luchas de clases que desestabilizarían
la sociedad, se necesita que una ideología dominante se imponga y acabe por
incorporar todas las clases a su carro.
En el marco del capitalismo, la tarea de elaborar tal ideología
recae muy naturalmente en la burguesía, es decir, en la clase que posee los
medios de la producción “material” y,
por tanto, los medios de la producción “espiritual”.
(Marx-Engels, citados anteriormente, en la Ideología alemana). Dicho de otra manera,
la burguesía debe convertirse en la clase que dirija ideológicamente la
sociedad y no se contente con entregarse a sus ocupaciones económicas y
comerciales. A este nivel, es necesario que asuma sus responsabilidades, si no,
revela que todavía está inmadura para dirigir la sociedad o bien que en lo sucesivo
es una clase agotada y decadente.
Para la clase dominante en la que recae la producción de tal
ideología el fin de la operación es llegar a presentar su interés particular
como si fuese el interés general de la sociedad. Así “el Estado”, o bien la
“Nación”, que serían reputados encarnar y defender este “interés general”. Más aún, tal ideología debe ser capaz de arrastrar la adhesión
suficientemente fuerte de la sociedad, es decir, un sistema de creencia capaz
de provocar un “ímpetu”, un “entusiasmo”, como el “patriótico” con ocasión de una declaración
de guerra, o bien el “republicano” en
una crisis social grave.
Históricamente, la ideología dominante revistió formas variables,
según los países, y se impuso siguiendo un proceso más o menos complejo. Así en Alemania durante mucho tiempo –hasta 1918 – la burguesía
poco madura políticamente abandonó su papel ideológico en manos de la
aristocracia terrateniente y de su casta militar que, a su vez, produjeron una
ideología supernacionalista, arrogante y conquistadora.
En Inglaterra la burguesía hizo un compromiso con la aristocracia
de los lores; de ello resultó una ideología mitad y mitad, una especie de
ideología nacional liberal teñida de monarquismo.
En Francia la ideología dominante burguesa no se impuso
verdaderamente más que después de 1871. Fue la Nación confundida con la República.
Antes de esta fecha la idea de nación no era una idea burguesa, sino más bien revolucionaria:
hasta la Comuna de 1871 la patria fue reivindicada por los revolucionarios
extremos tipo blanquistas u otros, pues Francia era para ellos “la patria de la revolución”, el país
que había hecho la Revolución en 1789-94, la había vuelto a comenzar en 1830,
1848, 1871 y que de este modo mostraba a todos los demás países el camino a
seguir. Un tal nacionalismo revolucionario se corroboró todavía con la Comuna
de París cuando ésta, aun enarbolando la bandera roja, decretó la “patria en peligro”; con ello
manifestaba a la burguesía, tras la vergonzosa capitulación de Sedan (2 de
septiembre de 1870), que ésta había traicionado a la nación y que en adelante
ya no le pertenecía, era al “pueblo trabajador” al que volvía. Después de 1871
todo se modificó, la burguesía recuperó en su favor la idea de nación
consiguiendo hacer creer que pertenecía a todas las clases. Tuvo éxito más allá
de lo esperado cuando en 1914 el pueblo, es decir, todas las clases, marchó
alegremente a “defender la patria” y consintió durante 4 años sacrificios inauditos
en favor de esta causa. Al hacer esto, la burguesía había conseguido soldar
todas las clases, “agrupar a todos los franceses”,
para hablar su lenguaje. El socialismo, que se presentaba como
internacionalista, registró entonces una cruel derrota. Más tarde el gaullismo,
entre 1945 y 1968 (ayudado por el partido estalinista francés, que se
presentaba como “el heredero” de la tradición revolucionaria entre 1789 y 1871
y que mezclaba de esta manera la bandera roja con la tricolor), recogió esa
antorcha nacionalista, aunque “en un tono atenuado y algo grandilocuente”.
Pero hoy, ¿qué hay de la ideología burguesa dominante?
El derrumbamiento de las creencias políticas
Si se observa el mundo de las sociedades capitalistas llamadas
avanzadas, un hecho evidente se impone hoy: en este mundo ya no hay pasiones
colectivas, ni grandes concentraciones políticas, ni sistema de convicción
capaz de arrastrar la adhesión de las muchedumbres, de provocar el entusiasmo y
de suscitar la esperanza. Desde el punto de vista ideológico es un mundo
sombrío y desierto el que se ha instaurado. Únicamente las manifestaciones
deportivas, a veces, llegan a provocar un arrebato colectivo pero que vuelve a
caer pronto, no siendo esto más que espectáculo.
Se podrá hacer observar que la vida política, los debates que
suscita, ahora se desarrollan en la pequeña pantalla y que las masas modernas
ya no tienen por eso que desplazarse y reunirse para ir a escuchar a sus
líderes políticos, al tenerlos directamente a la vista mientras están sentadas
ante sus televisores. Los politicastros de todo pelaje lo saben. Por eso se les
ve sin cesar en los platós de televisión para dar sus opiniones, respondiendo a
las preguntas de los periodistas y otros “animadores”
especializados. Queda por saber si tales emisiones interesan a mucha gente. Ni
siquiera es necesario consultar las cuotas de audiencia, basta ver a qué hora
tienen lugar estas emisiones políticas para darse cuenta inmediatamente que si
tienen lugar tan a última hora de la noche es porque apenas tienen el favor del
público, prefiriendo éste las emisiones de variedades o deportivas. En pocas
palabras, la política-espectáculo en televisión ya no es taquillera.
Una constatación se impone: asistimos a una despolitización
y a una des-ideologización casi generalizada. Las masas modernas se han hecho
insensibles a todo lo que se refiere a la “cosa
pública” y a los “debates de ideas”.
Todo esto les fastidia profundamente y prefieren distraerse a escuchar a los
politicastros, de los que, en cualquier caso, no tienen más que una pobre
estima. Incluso durante las famosas discusiones “en el bar” se habla de
cualquier otra cosa.
Pero vayamos más allá en la investigación. Si las masas se
desvían así de la política, eso equivale a constatar que han dejado de estar
bajo su influencia, que ya no es capaz de “hacerlas
soñar” en “mañanas radiantes” y
en “causas sagradas”. He ahí lo que
resulta revelador. Un tal estado de hecho interpela en primer lugar a la
ideología burguesa puesto que es ella la dominante
en la sociedad; se ha vuelto incapaz de suscitar la adhesión activa de las
muchedumbres, pues ha dejado de ilusionarlas;
y de hecho, como hemos visto anteriormente, las ideas burguesas de “patria”, de “república”, de “democracia”
están ya en caída libre.
Precisemos, no obstante. Las ilusiones concernientes a las
ideas burguesas dominantes han caído, no porque las masas, al haber tomado
conciencia de su carácter artificial las habrían obstaculizado oponiéndoles un
rechazo; si hubiese sido así, habría habido una politización de los espíritus;
se han desmoronado porque el capitalismo, entrado en su final de ciclo, ha
hecho imposible su supervivencia: así la idea de nación, condenada con este
capitalismo a un declive irremediable, o bien la idea de democracia, que se ve
en adelante cortocircuitada por la “democracia
de mercado”. Dicho de otra manera, el capitalismo, falto de ideología, ha
acabado por destruir todas las ideologías, incluso las burguesas.
El agotamiento ideológico
Ciertamente, la burguesía intenta todavía engañar los espíritus,
queriendo manipular las conciencias. Pero, ¿de qué está hecha su ideología en
lo sucesivo? Veremos que ha perdido toda consistencia.
Para ilustrar esto, tomemos la idea de los “derechos del hombre”, de la que los
medios y los politicastros de todo pelaje se han apoderado y con la que no
dejan de calentarnos los oídos evocándola a cada paso. ¿Qué significa semejante
diluvio de derechos del hombre”? En realidad, estos son, en el fondo, lo contrario de una ideología o creencia
colectiva: son la Declaración de los derechos del hombre, egoísta e
individualista, de la burguesía de 1789 cuya crítica hizo Marx en “La cuestión judía”; con ellos, lo que
se valoriza es el hombre privado, el hombre de la propiedad privada. La
burguesía del siglo XIX, al erigirse en clase que dirige ideológicamente la
sociedad, tuvo mucho cuidado en poner sordina a tal Declaración burguesa-liberal-individualista.
Hacía falta otra cosa para “agrupar a todos
los franceses”: la Nación, la República... es decir, sujetos políticos que
sugiriesen ideas de comunidad, de colectividad. Por esto subsiste hoy una
fracción burguesa –muy minoritaria– que, rechazando los “derechos del hombre”, querría volver, aunque sin poder
conseguirlo, y con razón, a la República de los Gambetta y de los Clemenceau, a
la Escuela laica de Jules Ferry y, por supuesto, a la Nación “una e indivisible”...
Si la burguesía ha sacado del armario los “derechos del hombre”, es simplemente
porque ya no dispone de un sistema de creencia colectivo; más aún, porque ha
dejado incluso de comprender su necesidad. Prueba de ello, la energía que gasta
desde hace ya cierto tiempo en combatir las antiguas ideologías que tuvieron
curso en el siglo XX y que llama los “totalitarismos”
(el fascismo, el comunismo, que ella asimila al estalinismo, pero poco
importa); “totalitarismos” con los
que, dicho sea de paso, guisoteó en el pasado, habiendo simpatizado con el
hitlerismo (“Más vale Hitler que el Frente Popular”, rugía la burguesía
francesa en 1936) o bien habiéndose aliado sin ninguna vergüenza con el
estalinismo, como hicieron las burguesías americana e inglesa en la segunda
guerra mundial a partir de 1941; lo que equivale a la poca seriedad y
coherencia que entraña este género de críticas a los “totalitarismos”; pero para la burguesía actual poco importa, la
condena atronadora e insistente del fascismo y del “comunismo” no tiene más que un solo objetivo: encontrar una
justificación tranquilizadora a la ausencia de toda creencia colectiva,
sirviendo de cómodo repelente los “totalitarismos” en cuestión.
En realidad, la ideología burguesa dominante ha llegado a
ser tan poco consistente que ya no es más que una letanía moralizadora: un
magma de ideas fofas, “tolerantes”,
de causas de buen tono (las “causas humanitarias”) que “conmueven” mucho, pero que no movilizan políticamente a nadie. Es
el pensamiento cero en toda la línea o, si se prefiere, lo “políticamente correcto”.
Sólo hay la economía donde la burguesía no bromea. Pero ahí
opera sin ideología ninguna. Sólo obedece a las leyes del capital, a las
exigencias del mercado, a la dura necesidad de la rentabilidad, no dudando el
patrón más humanista en despedir implacablemente si es necesario, mientras que
las multinacionales no tienen ningún escrúpulo en utilizar el trabajo forzado
de los niños. En eso da pruebas de tal firmeza que se vuelve ciega en lo
concerniente a la solidez y durabilidad de su sistema de dominación. De este
modo, he aquí lo que se podía leer en Le Monde del 12/11/99 bajo la pluma de
uno de sus intelectuales, R. Redeker, profesor de filosofía y miembro del comité
de redacción de la revista “Les Temps Modernes”.
“¿Cómo vivir sin lo
desconocido ante uno?”, preguntaba René Char. Ya no tenemos “lo desconocido”
ante nosotros. Todas las perspectivas se han cerrado, llevadas a la reiteración
indefinida del capitalismo. La muerte del comunismo va acompañada por un
retraimiento del alma humana: ya no hay horizonte para las sociedades. De ello
resulta un duelo, una glaciación de la esperanza: el hombre condenado a
permanecer tal como es (la historia no dará a luz al hombre nuevo), las sociedades
condenadas al capitalismo, a la propiedad privada, a ‘la privatización del
individuo’ (por emplear el vocabulario de Castoriadis). El hombre contemporáneo
tiene frío: la muerte del comunismo lo deja desolado ante la ausencia de
futuro”.
Lo que hay de remarcable en este pasaje no es la desolación
que parece embargar al autor en lo concerniente a la ausencia de alternativa al
capitalismo con lo que él llama “la muerte
del comunismo” (¿desolado por la muerte del estalinismo? ¡Pero dejémoslo
con esta muerte de un comunismo que jamás ha existido!); es el pavor que lo
embarga al pensar que el capitalismo es eterno, estando condenada la humanidad para
el resto de sus días a sufrir la impronta de tal sistema. Ahí tenemos la última
ilusión de la burguesía, por más que sea de izquierdas y escriba en “Les Temps Modernes”. Hoy ya no cree ideológicamente
en gran cosa; reconoce incluso, como acabamos de leer, que su sistema no es muy
regocijante, pero, añade, es indestructible, invencible. Esto continúa
creyéndolo a pies juntillas. Lo que equivale a imaginarse que el capitalismo podría
durar indefinidamente sin un sistema de creencia colectivo capaz de dar sentido
a la existencia y, por tanto, resistir las pruebas y remontar los obstáculos.
Pura ilusión, en efecto, pues precisamente es esto lo que les falta a las
sociedades capitalistas actuales. Claro está, que el capitalismo es inmensamente
triste y doloroso si no va acompañado de una ideología fuerte capaz de
sublimarlo en la “Patria”, la “República” y otros ideales. A partir
del momento en que llegue una crisis “tipo
29” u otra, ¿qué pasará? Las sociedades capitalistas actuales, a la vista
de su ausencia total de razón ideológica de existir, cederán y se hundirán al
primer golpe, y se producirá la gran desbandada, siendo las “élites” las primeras en dar ejemplo.
Por lo demás, es lo que ya ha ocurrido recientemente en el Este: cuando el
bloqueo económico fue tal, se vio al antiguo sistema llamado comunista, al que
se creía indestructible desde el interior por su “totalitarismo”, hundirse en un instante, al habérsele acabado la cuerda
ideológicamente al seudo-comunismo, es decir, el sistema de convicción colectivo
en curso y que lo había sostenido hasta entonces. Un tal agotamiento ideológico
está igualmente teniendo lugar en las sociedades capitalistas occidentales y,
una vez llegada la crisis, nos daremos cuenta de que todo se sostenía
ideológicamente nada más que por un hilo. Una sociedad de clases no vive impunemente
felicitándose del “final de las
ideologías”.
Después de pasajes tan ilustrativos y dada la fecha del texto, debe estarse fraguando el siguiente paso burgués, el cual no será sino una variante de más de lo habido, como demuestran todos los ejemplos que conocemos en el Planeta.
ResponderEliminarEso seguro.
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