ZAPATEANDO – 21/07/2021
Javier Hernández Alpízar
El cuento de Hans Christian Andersen "El traje nuevo del emperador" es un clásico. Incluso si alguien no lo ha leído, sabe la anécdota núcleo del relato: un emperador amante de los trajes es embaucado por unos estafadores que le venden un traje de tela mágica que solo los inteligentes pueden ver.
El emperador, sus ministros y luego casi todo el reino caen presas del engaño, pues nadie quiere pasar por tonto y todos fingen ver un maravilloso traje en un suntuoso desfile en el que el emperador estrena el traje engaña bobos.
Solamente un niño, no atrapado todavía en las convenciones hipócritas y mediocres de los adultos, se atreve a decir en voz alta lo que sus ojos ven: no existe ningún traje mágico, el rey va desnudo.
Aunque no figura en todas las versiones-traducciones del cuento, la frase "El rey va desnudo" se he vuelto proverbial. Enuncia un desvelamiento político prístino: la apariencia de legitimidad de algo fraudulento no lo hace real: Si Maquiavelo dice que el pueblo solo conoce la apariencia del príncipe, pero no su realidad, cuando una legitimidad basada en meras apariencias (como en la sociedad del espectáculo el fetichismo de las mercancías políticas) se diluye ante los ojos del pueblo, basta la primera voz que se atreva a verbalizar que "el rey va desnudo" para que las conciencias comiencen a rechazar la falsa legitimidad basada en meras apariencias.
En una lectura política contemporánea, el cuento es una summa de pensamiento crítico, de escuela de la sospecha. "El rey va desnudo" es en la política lo que el "Dios ha muerto" en la metafísica. Pareciera que el niño del cuento leyó a Maquiavelo, Marx, Maurice Joly y Gramsci.
Pero el cuento podría no haber tenido un final tan perfecto, pues sin la voz del niño, el engaño podría haber sido exitoso, como la dictadura perfecta.
Imaginemos que el niño decide no ir al desfile porque "es una farsa". Estaría en todo su derecho, en algún lugar debe estar garantizado el derecho a la pureza. Y un desfile de un emperador cuya mejor cualidad es la apariencia (sus nuevos trajes) es de suyo una farsa. Entonces el niño hubiera conservado su pureza y el engaño su éxito.
Tal vez el niño se arriesgó yendo al desfile: ¿Qué dirán sus camaradas si lo ven participando de esa farsa? ¿Qué pasa si, por más fuerte que grite, la voz de la multitud apaga su denuncia? ¿Qué pasa si los porristas del emperador ahogan su grito con el coro "¡Unidad, unidad!, ¡Es un honor, estar con el emperador!"? ¿Qué pasa si la masa se empeña en seguir fingiendo que cree en la mentira y lo cubren de ridículo o de insultos a él, por decir la verdad? ¿Qué, si el emperador lo acusa de estar financiado por un reino rival?
Ir al terreno del emperador y denunciar su desnudez es arriesgarse a muchas cosas, de las cuales, la represión es apenas una de ellas.
El niño que gritó tuvo éxito, pero muchas cosas pudieron haber pasado que lo pudieron haber hecho fracasar. Ningún éxito es seguro, el mañana nadie lo conoce. Motivos para no ir a ese desfile de farsa le sobraban quizá, pero lo hizo, y por ello su grito de "¡El rey va desnudo!" resuena como un discurso crítico contundente, lapidario, memorable por su brevedad y precisión.
Debemos agradecer que el niño venciera su tentación de pureza y se parara en medio de la farsa con su grito rebelde.
También nosotros hoy podemos engordar nuestro CV de la pureza: yo nunca voto, yo ni credencial de elector tengo, yo no participo en consulta alguna, yo no tomo coca cola, yo no serviré. Quizá haya otro, otras, otres, cuyo plumaje no tema pasar la prueba de ir al pantano de la política de arriba para decir: la pregunta no es esa: no es sobre la popularidad de un presidente y un puñado de expresidentes (¿qué traje de emperador es favorito del pueblo?), es una pregunta sobre el derecho de las víctimas a la verdad y la justicia.
Tal vez, por las víctimas, podemos correr el riesgo de que nuestros camaradas, fieles a los principios de su pureza, nos den la espalda. Pero si las víctimas van hasta la boca del infierno a buscar a sus seres queridos ausentes, ¿acaso no podemos nosotros ir al desfile del emperador plebiscitario con nuestra pancarta de "Verdad y justicia"?
La verdad es algo tan valioso que puede poner en riesgo la apariencia de pureza, pero la túnica blanca de la pureza, después de todo, es, como el del emperador, solo un traje.
El rey va desnudo, y si es Juancarlos, es que está en un puticlub.
ResponderEliminarSalud!
Dudo mucho que el demérito levante ya "cabeza".
EliminarSalud!