Z-Network – 20/08/2024
Traducción del inglés: Arrezafe
A pesar de las innumerables atrocidades, asesinatos y violaciones del derecho humanitario e internacional, los políticos estadounidenses y los grandes medios de comunicación recitan hasta el infinito el argumento consensuado de que Israel tiene "derecho a defenderse". Desde su perspectiva distorsionada, sólo el agresor merece esa prerrogativa.
La reivindicación de Israel de su legítima defensa nunca se pone en tela de juicio. Aunque posee uno de los ejércitos modernos más fuertes (581 aviones de combate, incluidos los F-15, F-16 y los cazas furtivos F-35), posee los sistemas de defensa aérea más modernos, acumula 400 armas nucleares con sistemas de lanzamiento y tiene a Estados Unidos, la mayor potencia militar del mundo, listo para protegerlo, debemos creer que la integridad física de Israel está en peligro.
Por otra parte, a los palestinos, que son los más necesitados de defensa, se les niega ese derecho. Se les dice que acepten una vida colonizada en el campo de concentración de Gaza, que acepten la marginación, la injusticia y la humillación para siempre; que no tienen derecho a resistir al régimen apartheid israelí. Y Estados Unidos y sus representantes occidentales amenazan a la República Islámica de Irán, a Hezbolá en el Líbano y a otros miembros de la Resistencia Palestina por atreverse a desafiar la guerra genocida de Israel contra Gaza.
Aunque el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás), la Jihad Islámica Palestina y otros grupos más pequeños no cuentan con un ejército moderno organizado, ni con una fuerza aérea, ni con una armada, ni con sistemas de defensa aérea, ni con armas nucleares, ni con aliados occidentales que los defiendan del terrorismo israelí, debemos creer que son una amenaza.
Además, la narrativa estadounidense-israelí sobre los palestinos y sus aliados regionales está plagada de contradicciones. Estados Unidos e Israel pueden elegir a sus aliados, mientras que los iraníes y los palestinos no pueden hacerlo sin suscitar controversias.
Israel no es precisamente la víctima que se nos presenta. Su expansión colonial mediante el uso de la fuerza comenzó cuando destruyó más de 500 ciudades palestinas y desposeyó violentamente a más de 750.000 palestinos para establecer un Estado judío exclusivo en 1948. Estado que se amplió con la guerra árabe-israelí de 1967, que llevó a Israel a ocupar tierras palestinas en la Franja de Gaza y Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, así como al control de la península del Sinaí en Egipto y los Altos del Golán en Siria.
Los registros históricos revelan que durante muchos años, antes de 1967, Israel tuvo la intención de apoderarse de Cisjordania y los Altos del Golán. No había entonces ninguna amenaza militar ni preocupaciones de seguridad. La guerra se libró por el deseo de demostrar el poder de Israel y lograr ganancias territoriales.
Israel sigue apoderándose de tierras palestinas e incrementando su expansión. Actualmente, unos 700.000 "colonos" judíos viven en 150 "asentamientos" ilegales y 128 puestos de avanzada en toda la Palestina ocupada.
El mito israelí, muy extendido, de un pequeño David que se defiende de un Goliat árabe se hizo añicos con la fuga de la prisión de Gaza del 7 de octubre. Una fantasía sustentada por el presidente Joe Biden y muchos miembros de la clase política estadounidense y a la cual siguen abrazados.
La realidad del brutal asedio israelí a Gaza y Cisjordania también ha obligado a muchos judíos de la diáspora a reconocer que Israel no ha sido su defensor. Por el contrario, la mezcla del judaísmo con el sionismo (religión y nacionalismo belicoso) ha alimentado el antisemitismo.
Para convertirse en un Goliat nuclear regional, Israel ha violado innumerables leyes internacionales y humanitarias. Tel Aviv aún no ha tenido que enfrentarse a una ley que haya estado dispuesta a obedecer o a la soberanía de un país al que se haya visto obligada a respetar.
La Carta de las Naciones Unidas de 1945 y el conjunto de leyes internacionales consagradas en sus convenciones, tratados y normas se crearon para establecer y regir relaciones respetuosas entre las naciones, y para asegurar que los horrores de la Segunda Guerra Mundial nunca se repitieran.
La Carta, por ejemplo, prohíbe estrictamente la adquisición de territorio por la fuerza. Sin embargo, Israel comenzó a violarla poco después de proclamar su condición de Estado y de nuevo en su guerra preventiva de 1967.
Como consecuencia de las guerras árabe-israelíes de 1948-49 y 1967, Israel ocupó permanentemente el territorio arrebatado y no ha permitido que los palestinos, convertidos en refugiados por las guerras, regresen a Palestina y a sus hogares. La ocupación es, por definición, temporal hasta que las condiciones sean tales que el territorio pueda ser devuelto a su soberanía original.
Israel ha violado de manera flagrante uno de los principios más importantes establecidos en el derecho internacional moderno: una potencia ocupante no puede, bajo ninguna circunstancia, adquirir el derecho a anexar o imponer su soberanía sobre cualquier territorio bajo su ocupación.
Además, el Artículo 49 del Cuarto Convenio de Ginebra de 1949 establece que: "La Potencia ocupante no deportará ni transferirá partes de su propia población civil al territorio que ocupa" y prohíbe "los traslados forzosos, individuales o masivos, así como la deportación de personas protegidas del territorio ocupado".
Cabe destacar que, en lo que respecta al 7 de octubre y sus consecuencias, es especialmente importante sopesar dos principios del derecho internacional relativos al uso de la fuerza.
Para los palestinos, el derecho internacional reconoce que la resistencia, por todos los medios disponibles, incluida la lucha armada, es un derecho legítimo de las personas que se encuentran bajo ocupación ilegal (Protocolo adicional 1 a los Convenios de Ginebra de 1977).
Respecto a Israel, cuando existe una ocupación, como en Cisjordania y Gaza, el ocupante (Israel) no puede utilizar la fuerza militar en respuesta a un ataque armado; sólo puede utilizar la fuerza policial para restablecer el orden (Convenio de Ginebra de 1949 relativo a las leyes y costumbres de la guerra terrestre).
En esencia, el derecho internacional deja pocas dudas: Israel es un ocupante ilegal. La Corte Internacional de Justicia manifestó justamente eso el 19 de julio de 2024. En su opinión consultiva, dictaminó que Israel debía poner fin a su ocupación ilegal y que los "colonos" debían ser expulsados de toda la Palestina ocupada.
Las reiteradas condenas, informes y resoluciones de las Naciones Unidas no han impedido que Israel desafíe las reglas y normas que otros miembros de la comunidad internacional están obligados a observar. Estados Unidos y sus representantes le han permitido convertirse en el Estado rebelde que es hoy. Y en el proceso, han hecho posible la guerra genocida de Israel contra Gaza.
De manera inaudita, mientras Israel intensifica su proceder violento en Oriente Medio, Estados Unidos advierte a Irán y a otros aliados palestinos que no lo hagan.
Para colmo, en agosto, Washington aprobó una transferencia adicional de armas a Israel por un valor de 20.000 millones de dólares (aviones de combate F-15, misiles, decenas de miles de granadas de mortero y tanques), lo que dio a Israel luz verde para continuar su guerra en Gaza y la escalada regional.
En esta y en muchas otras acciones, la administración estadounidense ha demostrado su inequívoca defensa de Israel.
Desde el asesinato a fines del mes pasado de los líderes de Hezbolá y Hamás en Beirut y Teherán, Israel ha propiciado un ataque en represalia. Para mitigarlo, Estados Unidos inició el 15 de agosto nuevas negociaciones para un alto el fuego.
Para sabotear las conversaciones, Israel intensificó la guerra bombardeando a los habitantes de Gaza que se refugiaban en escuelas en ruinas y sobrevivían en precarias tiendas de campaña. Provocativamente, los ultranacionalistas israelíes irrumpieron en el patio de la mezquita Al-Aqsa, reservado para el culto musulmán, en Al-Quds (Jerusalén) ocupada.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como lo ha hecho durante 20 años, sigue persiguiendo implacablemente su sueño de arrastrar a Estados Unidos a una guerra contra Irán.
Curiosamente, Irán, a través de su Misión ante las Naciones Unidas, ha declarado que apoyaría un alto el fuego reconocido por Hamás. Sin embargo, también ha mantenido su legítimo derecho a responder al asesinato de Ismail Haniyeh, presidente del Buró Político de Hamás, y a la violación por parte de Israel de su seguridad nacional y su soberanía. Irán también es muy consciente de que si el asesinato en su territorio queda sin respuesta, simplemente "estimulará el apetito del ocupante israelí para perpetrar más transgresiones y agresiones".
Es ilógico describir las acciones de Israel en Gaza durante los últimos diez meses como defensivas. Lamentablemente, eso es lo que han estado haciendo muchos en los pasillos del poder estadounidense y en los medios de comunicación respaldados por Israel.
No obstante, por fin la narrativa ha comenzado a cambiar. Cada vez se escuchan más voces que exigen que se reconozca el derecho de los palestinos a defenderse, a resistir la ocupación y a luchar por su liberación. El agotado recurso de la "defensa", arteramente utilizado para proteger a Israel, ya no convence. Es hora de desecharlo.
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