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Estamos en una etapa de incertidumbre radical. Retorna el viejo dicho: «quien sepa lo que va a pasar, es porque no tiene suficiente información». Sin abandonar esa perspectiva, quiero poner a discusión algunas hipótesis.
EL FIN DEL CAPITALISMO
La primera cuestión es que no cabe preguntarnos cómo se sostiene el capitalismo, porque no se sostiene. Sugiero que el capitalismo ya murió.
Un régimen muere cuando no puede reproducirse en sus propios términos. Eso es lo que ocurrió con el capitalismo. Junto con el capitalismo habrían muerto sus formas políticas: el estado nación y el estado de derecho democrático. Persisten sus rituales, pero se convierten cada vez más en fetiches y conforman las supersticiones dominantes. No hemos podido organizar el funeral, aunque el cadáver apeste cada vez más, porque persiste el patriarcado. Se mantiene aún, exacerbado, bajo formas poscapitalistas.
Para no exponer esta formulación a la famosa descalificación de incierto origen, aquello de «los muertos que vos matáis gozan de cabal salud», quiero dar mayor precisión a lo que quiero decir. Se dice que el capitalismo nos está llevando a la barbarie; sostengo que ya nos llevó, que desde hace tiempo estamos en ella. Anselm Jappe tuvo razón desde el principio: el fin del capitalismo no es buena noticia ni oportunidad de emancipación, sino deslizamiento a la barbarie. «Es la catástrofe la que está programada, no la emancipación; las cosas abandonadas a su discurrir espontáneo sólo conducen al abismo» (Jappe, 2011: 17).
La barbarie ha existido siempre. El capitalismo es un ejercicio bárbaro. Pero si bien las formas de ayer siempre retornan, su significado es diferente según el contexto. La esclavitud es buen ejemplo: la que existió en el modo de producción esclavista, la de la sociedad estadounidense del siglo XIX o la actual son esclavitudes muy diferentes. La barbarie de hoy no tiene precedentes. Algunos de sus rasgos son singulares, únicos, en el marco de una crisis civilizatoria.
Las crisis son una forma de existencia del capitalismo; las utiliza en sus propios procesos de transformación. Aunque en diversas crisis anteriores se habló de la muerte de ese régimen, en ninguna estuvo realmente en peligro. La condición actual no es una crisis más: el «límite interno», identificado por el grupo Krisis y elaborado actualmente por Jappe, establece otra condición.
El capitalismo parece estar a la vista de todos, vivito y coleando. La mayor parte de lo que actualmente se produce en el mundo parece operar dentro de la lógica capitalista y administrarse bajo diversas formas de capitalismo. La hipótesis que propongo explorar es que esa operación que seguimos llamando capitalista ha cambiado su naturaleza. La lógica de operación de un régimen está determinada por su capacidad de reproducirse en sus propios términos. Al agotarse esa capacidad, el modo de producción capitalista se transformó en modo de despojo, en el que opera ya otra lógica de funcionamiento. Estaríamos en un mundo de zombis controlados por vampiros. Las empresas «capitalistas» no saben que han muerto. Atribuyen sus dificultades, en particular la caída de las ganancias, a China, a los bancos, al gobierno, a cualquier cosa; no son capaces de ver que ya murieron, por eso son zombis. Arriba de ellas hay un grupo de vampiros que les saca a ellos y a todos los demás cuanto pueden. Algunos de ellos actúan como capitalistas… pero ya no lo son.
Se ha dicho que el capitalismo ha regresado a su fase de acumulación originaria, pero el ritmo de despojo es mucho mayor que el de aquella acumulación y tiene una diferencia sustancial: aquella originaba el capital, pues lo que se despojaba se convertía en capital al emplearlo en la compra de fuerza de trabajo. Esto es exactamente lo que ya no puede hacerse. Las cifras del empleo lo confirman. Hechas las correcciones por lo que ocurre en China e India, que requiere análisis especial, puede verse que la actual acumulación sin precedentes no logra convertirse en compra de fuerza de trabajo.
Requiere también análisis especial la caracterización del despojo. Algunos despojos corresponden a la lógica anterior y forman aún parte de la acumulación capitalista; la guerra contra la subsistencia autónoma, por ejemplo, que nació con el capitalismo y lo hizo posible, continúa ahora con despojos de tierras, aguas y muchas otras cosas. Otros despojos son acumulación de riqueza en la forma poscapitalista; si bien la producción privada de dinero, la especulación y otras prácticas actuales del sistema financiero existieron también con el capitalismo, una proporción creciente de lo que ocurre en esta área no puede ya convertirse en capital, en la compra de fuerza de trabajo, y genera una acumulación y concentración de riqueza sin precedentes que, en rigor ya no es de capital pero son medios para diversos despojos; algo semejante puede decirse de formas del extractivismo. Algunos despojos tienen motivos políticos, no económicos, como la destrucción de sindicatos y organizaciones sociales o el desmantelamiento del estado de derecho. Y hay también despojos que responden a la pura inercia destructiva, como numerosos crímenes, incendios, desertificaciones y contaminaciones.
La transición no siguió el patrón que pronosticaba John Maynard Keynes, cuando en 1934 advirtió que hacia 2010 llegaríamos a una forma de capitalismo sin acumulación. Keynes casi atinó en su pronóstico de que hacia 2010 la ganancia del capital llegaría a cero; ocurrió un poco antes. Vivimos ya, como dice Jappe, en una sociedad autófaga: se devora a sí misma (Jappe, 2017). Cuanto se hace para reanimar o resucitar el capitalismo lo hunde más.
Estamos ante la última fase del patriarcado. Su «odio a la vida», su patrón de destruir lo vivo para transformarlo en algo que se supone mejor a través de una transformación alquímica, se lleva hoy al extremo, a una destrucción que no parece tener límite; el caso más destacado y conocido es el de las semillas (Von Werlhof y Behman, 2010).
Hay una destrucción física. Su magnitud y extensión propician la multiplicación de «cachondeos apocalípticos», en que se anuncia con excitación el fin de la vida en el planeta. A menudo, esos «cachondeos» y las advertencias sobre el efecto de las emisiones de gases de efecto invernadero esconden o disimulan la destrucción más grave y peligrosa: la causada por la geoingeniería militar, que destruyó ya buena parte de la capa de ozono para convertir el clima y el propio planeta en arma de guerra, que ya se usa como tal (Bertell, 2016).
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Loam, te deseo un 2023 pletórico de lucha contra vampiros y zombis. Salud y resistencia! Y gracias por todas las aportaciones que nos haces.
ResponderEliminarA los vampiros, estaca y estacazo, a los zombis libros, conciencia y Escombros con Hoguera.
EliminarQue el 23 nos sea propicio, Conrado. Un abrazo y salud!
Muy interesante. El grado de acumulación es tal que impide su propia circulación. Pero eso no es sin duda lo peor. Lo peor es que el núcleo central del capitalismo, aquello por lo cual se acumula y se sigue invirtiendo, es la satisfacción de necesidades. No hace falta explicar qué sucede cuando esas necesidades, por bizarras que nos parezcan, no son satisfechas. Van a acabar con los humanos y con la humanidad en el largo plazo si no se le pone remedio a la acumulación. Salud!
ResponderEliminarHay que arrojar grasa a raudales en el tobogán por el que se deslizan.
EliminarSalud!