alzadoencanto@yahoo.com
Quito – Ecuador - 2022
4. Los ucranazis, émulos de la “peste parda” hitleriana
El 27 de enero de 1945 el Ejército Rojo liberó a los prisioneros sobrevivientes del campo de concentración de Auschwitz. “Arbeit Macht Frei”, [“El trabajo los hará libres”], decía en la puerta de entrada de aquel lugar que fue la expresión del odio, de la muerte, de la barbarie, de la deshumanización total.
Anatoli Pavlovich Shapiro fue el primer oficial soviético en ingresar a ese sitio lúgubre. Nacido en Konstantinogrado, Ucrania, en 1913, Shapiro no olvidaría nunca las duras impresiones que le produjeron a él y sus soldados la crueldad existente en ese campo de concentración nazi: el hedor era insoportable debido a la existencia de fosas comunes, así como de la sangre de las víctimas y de los excrementos humanos; ahí estaban, medio muertas, personas desnutridas, cadavéricas, convertidas en armazones de huesos y pellejo, vestidas apenas con harapos, muchos pertenecientes a otras víctimas ya fallecidas, cuyos cadáveres yacían en los suelos, desnudos, que apenas lograron salvarse de los hornos crematorios, de la cámara de gases.
Hacinados en barracas, durmiendo en literas de madera, con la misma ropa que utilizaban durante todos los días, depositando sus desechos en baldes, alimentándose con una sopa desagradable con algo de pan y una bebida amarga, los prisioneros apenas resistían un tiempo, mientras desfallecían producto de la disentería y la desnutrición crónica, lo que, sumado al trabajo extenuante, prácticamente en calidad de esclavos, así como a las duras condiciones climáticas, les conducía a la muerte.
Entre 1941 y 1945, 1,3 millones de personas fueron detenidas en el complejo de los campos de concentración y exterminio de Auschwitz. De ellas, 1,1 fueron asesinadas, muchas en la cámara de gases, expuestas al pesticida Zyklon B.
Ubicado en Polonia, Auschwitz estaba compuesto por tres campos y 44 subcampos en donde se utilizó el trabajo de los prisioneros para el desarrollo de las actividades productivas e industriales del Tercer Reich, así como de empresas capitalistas alemanas como la I. G. Farben, Siemens y otras de propiedad de las SS.
Ese campo del horror se convirtió además en un centro de acopio de las pertenencias de las que fueron despojados los prisioneros, a quienes se les rapaba para luego usar su cabello en la producción de sogas y diversos materiales textiles, como lo hizo la empresa Schaeffler. Nada se escapaba de la práctica de despojo y acumulación llevada adelante por los nazis que sustrajeron hasta de los muertos el oro que contenían algunas piezas dentales.
A los prisioneros también se los sometió a experimentos médicos. Años atrás, los nazis ya habían emprendido en esas prácticas criminales con discapacitados físicos y mentales, personas con síndrome de Down de la propia población alemana, a quienes se practicó la eutanasia en aplicación de las disposiciones contenidas para llevar adelante lo que se conoció como el programa Aktion T-4. El objetivo era lograr la creación de una raza superior.
Josef Mengele, conocido como “El ángel de la muerte”, y Eduard Wirths fueron los médicos carniceros nazis que jugaron con la vida de los prisioneros para llevar adelante sus investigaciones, sin importarles el sufrimiento causado a sus víctimas. Esterilizaciones, mutilaciones, inoculación de sustancias químicas o virus, experimentos en el cuerpo de las personas, incluida la realización de operaciones innecesarias, son una muestra de las brutalidades cometidas por el aparato criminal de “salud” del régimen hitleriano en los campos de concentración.
El pasado 20 de marzo de 2022, Gennadiy Druzenko, miembro del servicio médico ucraniano, declaró en el canal Ukraine 24 que dio órdenes estrictas de castrar a todos los heridos rusos porque “son cucarachas, no humanos”. Druzenko ha trabajado para el Ministerio de Defensa y el Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania. Además, ha mantenido vínculos con la USAID, el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson y el Instituto Max Planck de Alemania. Las palabras de Druzenko recuerdan las de los funcionarios del régimen nazi que en sus discursos deshumanizaron al otro, no ario, al que veían como un elemento inferior e infeccioso para Alemania.
El 15 de septiembre de 1935 se aprobaron las leyes de Nüremberg, a través de las cuales se elevaba al plano legal la política racista contra judíos y gitanos por parte del régimen nazi. Las humillaciones públicas contra estos grupos, que se aplicaron también contra la población afroalemana y contra los homosexuales, se extendieron cada vez más por la Alemania nazi.
El régimen inhumano que Hitler edificó, sostenido con la ayuda de un poderoso aparato de propaganda dirigido por Himmler, Goebbels y Rosenberg, duró hasta 1945. Gozó del apoyo de empresarios, banqueros e industriales capitalistas, pero también de las potencias occidentales y sus políticos que no se inmutaron ante el rearme de la Alemania hitleriana, a la que consideraban un mal menor frente al peligro comunista soviético. Chamberlain, Daladier, Pétain fueron ejemplo de la cobardía y del colaboracionismo de Inglaterra y Francia al régimen nazi.
Algunos hechos anecdóticos, aunque para nada irrelevantes, permiten comprender como occidente estaba fascinado con Hitler.
Frédéric Rossif, en el documental “De Nüremberg a Nüremberg” narra como en la inauguración de las olimpiadas celebradas en Alemania en 1936, los atletas estadounidenses, austriacos, búlgaros, italianos y franceses hicieron el gesto nazi, mientras se acercaban a saludar a Hitler. El conde Baillet Latour, presidente del Comité Olímpico Internacional, señaló en ese entonces que en Alemania se podían realizar las olimpiadas sin dificultad política alguna, en una atmósfera de generosa simpatía, relata Rossif. El 14 de mayo de 1938 la selección de Inglaterra hizo el saludo nazi en Berlín, obedeciendo las órdenes del Ministerio de Relaciones Exteriores británico y del embajador de ese país en Alemania, Sir Neville Henderson. El rey Eduardo VIII, que abdicó de su cargo y se transformó en el Duque de Windsor, era un ferviente admirador de Hitler y un anticomunista declarado. El periódico “ABC” en su portada del 20 de abril de 1939 publicó un dibujo con el rostro de Hitler en homenaje por su cumpleaños.
EEUU y las potencias europeas tienen hoy la misma política condescendiente con los neonazis en Ucrania, a los que enarbolan como defensores de la libertad, la paz y la democracia, en un pretendido intento de ocultar la historia de los crímenes cometidos por los ultranacionalistas ucranianos como Stepán Bandera, mientras presentan a Rusia y a Putin como exponentes de la guerra y la tiranía.
Babi Yar, [“El barranco de la abuela”], es el testimonio fehaciente de la brutalidad y deshumanización del nazismo. El 22 de junio de 1941 se dio inicio a la invasión de la Unión Soviética por parte de la Alemania Nazi. La ‘Operación Barbarroja’ tenía que ejecutarse: la aniquilación de las poblaciones que conformaban los territorios de la URSS era uno de sus objetivos. El 19 de septiembre del mismo año, las tropas nazis llegaron a Kiev, capital de Ucrania. La resistencia voló varios edificios en los que se encontraban los ocupantes alemanes. Eso aceleró la decisión que previamente el régimen hitleriano había tomado: la limpieza étnica, el exterminio. El 28 de septiembre los invasores emitieron un bando en el que ordenaban a la población reunirse con sus documentos, pertenencias, dinero, joyas y ropa abrigada en la esquina de las calles Melnikovsky y Dokhturov. Conducidos hasta el barranco por los Einsatzgruppen, los escuadrones de la muerte de las SS, se les ordenó desnudarse. A los que se negaban, los apaleaban. Colocados en hileras, los verdugos procedieron a fusilarlos.
Entre el 29 y 30 de septiembre de 1941, 34.000 personas fueron asesinadas por los nazis, que contaron con el apoyo de fuerzas nacionalistas locales, opuestas al poder soviético. Hasta 1943 la cifra ascendió a 200.000. Los cuerpos de hombres, mujeres y niños, muchos de ellos gitanos, enfermos mentales o prisioneros del ejército soviético, yacían amontonados en Babi Yar, transformado en fosa común. Junto a los nazis actuaron los miembros de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, fundada por Andriy Melnyk de la que Stephan Bandera fue parte.
Decía Adolf Hitler al ideólogo del racismo nazi, Alfred Rosenberg:
“Ucrania me interesa solo como una reserva, como una colonia. De la población local dejaremos solamente a los jóvenes y sanos, capaces de realizar cualquier trabajo. No necesitamos al resto”.
Ucrania fue liberada por el Ejército Rojo el 28 de octubre de 1944. Casi un quinto de la población pereció a causa del régimen invasor. En el frente murieron 1,3 millones de ucranianos y 1,1 millones más en los campos de concentración.
Los nacionalistas ucranianos, entre ellos el hoy erigido como héroe de Ucrania, Stepán Bandera, colaboraron con los nazis y perpetraron masacres contra su propia población.
El documental “Ucrania en llamas”, dirigido por Igor Lopatnok y producido por Oliver Stone, subido a YouTube en noviembre de 2016, hoy colocado bajo la categoría de censurable, muestra los lazos históricos entre las fuerzas nacionalistas que colaboraron con los nazis en Ucrania en la Segunda Guerra Mundial, con los grupos de la ultraderecha que desde 2014 tienen mayor presencia en la sociedad ucraniana.
Desde esa fecha, miembros de los batallones neonazis se fueron integrando a las estructuras militares del ejército de Ucrania. Son responsables de crímenes contra la población civil en Donetsk, Lugansk y Mariúpol.
El documental de Lopatnok y Stone explica la relación estrecha de esos grupos en la ejecución de actos criminales, cometidos durante el golpe de Estado contra Yanukóvich en 2014. Esa es una de las razones por las que ha sido silenciado por los grandes medios de comunicación al servicio de la propaganda estadounidense, europea y del régimen ucraniano.
Los grupos neonazis en Ucrania están atados a través de un fuerte cordón umbilical con los ultranacionalistas de antaño. “La historia no se repite, pero rima”, decía Mark Twain, frase que se cita en el documental para comprender los nexos históricos existentes entre las fuerzas criminales de hoy, con las del pasado.
En “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, Carlos Marx expresó que: “la historia parece repetirse dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. El avance de los movimientos neonazis en Ucrania es una confirmación de esta expresión de Marx.
Slavoj Žižek cita a Herbert Marcuse quien dice que “algunas veces, la repetición a modo de farsa puede ser más terrorífica que la tragedia original”.
El presidente Vladimir Putin ha proclamado que uno de los objetivos de la operación militar rusa en Ucrania es lograr la desnazificación del país.
Tanto EEUU, como sus socios de la OTAN, así como el mandatario ucraniano y los medios de comunicación occidentales, han manifestado que aquello es un pretexto absurdo y un instrumento de la propaganda rusa para justificar la invasión militar. Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido se ha referido a la “desnazificación” de Ucrania como “una mentira grotesca”. Volodímir Zelensky es judío, su abuelo combatió contra las tropas hitlerianas en el ejército soviético, entonces, cómo puede ser nazi Zelensky, han cuestionado al unísono las diferentes cadenas de noticias internacionales partidarias del gobernante ucraniano.
Encubrir lo que sucede en Ucrania, limpiando la imagen del mandatario de ese país y los grupos que lo apoyan, es una estrategia para dispersar la atención de un sinnúmero de hechos que desde el año 2013 se vienen suscitando y que han permitido que los movimientos de ideología nazi se hayan fortalecido.
Eso es lo que precisamente revela el documental “Ucrania en llamas”, por lo que resulta bastante incómodo para la narrativa prefabricada de occidente que minimiza la existencia de las agrupaciones neonazis en el país, a la vez que justifica sus raíces históricas.
Mientras la fábrica propagandística de occidente considera que los grupos ultranacionalistas no tienen mayor presencia política en Ucrania, señalan que el origen del nacionalismo se debe a las políticas económicas que Stalin implantó en esa región que formó parte de la URSS, conocidas como Holodomor, que condujeron a la hambruna y muerte de millones de ucranianos, por lo cual se desarrolló un sentimiento antisoviético, lo que a su vez les condujo a aliarse con los nazis.
En un artículo de Silvia Nieto, publicado el 4 de marzo de 2002 por el periódico español “ABC” con el título “¿Quiere Putin ‘desnazificar’ Ucrania? Así utiliza el Kremlin el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial”, la autora afirma que “resulta imposible negar la existencia de grupos de extrema derecha en Ucrania, que a menudo coquetean con una estética e ideologí a de indudable inspiración nazi o nacionalista radical”, pero, dice Nieto, “su relativo auge”, tal como señala el Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo, que ella cita, “se debe al hostigamiento ruso, aunque su papel es minoritario”, según sostiene dicho observatorio.
El culpable del apogeo neonazi en Ucrania es Rusia, aunque no debe generar preocupación puesto que esos grupos solo “flirtean” con la simbología y creencias nazis. De esa manera simplista, el tema de los movimientos neonazis en Ucrania es superado por la periodista del “ABC”.
El canal France 24 en artículo titulado “El crucial papel de la desinformación en la invasión rusa a Ucrania”, publicado el 25 de febrero de 2022, señalaba que “cuando Vladimir Putin habla de la ‘desnazificación’ de Ucrania, está de nuevo creando un discurso falso. Aunque hay grupos extremistas en Ucrania, como en el resto de Europa, el país no está bajo el yugo nazi.”
Por su parte elDiario.es publicó el 9 de marzo de 2022 un trabajo de María Ramírez con el título “No, Ucrania no es un país ‘nazi’: las mentiras de Putin para justificar la invasión”, en el cual la autora cita a algunos historiadores occidentales para sostener que lo expresado por el mandatario ruso, al que acusa de haber dicho que “Ucrania es un país nazi”, es una “fantasía, absurda y ridícula para justificar el expansionismo e invasión rusa, así como para consentir el cometimiento de crímenes contra la población civil si llega a ocupar el país”.
A la versión occidental otanista no le conviene que se difunda otra versión de lo que pasa en Ucrania. Así como el documental Donbass, de la cineasta y periodista francesa Anne Laure Bonel, no ha sido del agrado de los defensores de la “libertad de expresión” por poner en evidencia los crímenes que se cometen contra la población civil por parte del ejército ucraniano y los batallones neonazis en esa región, “Ucrania en llamas” les resulta incómodo porque demuestra con hechos el peligro del accionar de los grupos de la ultraderecha en ese país desde 2014 cuando se dio el “Euromaidán”.
En 2010 el presidente ucraniano Víktor Yúschenko firmó un decreto por medio del cual declaró héroe del país al líder nacionalista, colaborador de los nazis, Stephan Bandera. Nacido el 1 de enero de 1909, Bandera se caracterizó por ser un antisemita y un anticomunista. Hoy se pretende minimizar el rol colaboracionista que tuvo Bandera con los invasores nazis al inicio de la guerra.
El “héroe” de Ucrania, al que hoy han levantado monumentos y nombrado una avenida en su honor, formó parte del Ejército Insurgente Ucraniano, organización militar que durante la Segunda Guerra Mundial llevó adelante acciones terroristas contra el Ejército Rojo, además de haber participado en la matanza de polacos en la ciudad ucraniana de Volinia, el 11 de julio de 1943.
El presidente Petró Poroshenko proclamó en 2015 como “luchadores por la independencia” a la Organización de Nacionalistas Ucranianos y al Ejército Insurgente Ucraniano.
El ascenso de las fuerzas de la ultraderecha en Ucrania se remonta a la década de los 90 del siglo pasado, tras la implosión de la Unión Soviética y la caída del llamado “campo socialista de Europa del Este”.
El 13 de octubre de 1991 se fundó el Partido Social Nacional de Ucrania, que en 2004 pasó a llamarse Svoboda. Admiradores de Bandera y del Ejército Insurgente de Ucrania, se caracterizan por tener una ideología ultranacionalista, neonazi. Tras la quema de la Casa de los Sindicatos incitada por grupos de la extrema derecha en Odesa, que provocó la muerte de 50 personas, la entonces diputada por Svoboda, Irina Farion, publicó en su Facebook: “Bravo, Odesa. Que los demonios se quemen en el infierno”. Entre esos “demonios” estaba el joven de 17 años Vadim Papura, militante del Partido Comunista de Ucrania. Farion también es una ferviente partidaria de la eliminación de la lengua rusa. En 2014 Svoboda participó activamente en el golpe de Estado contra el presidente Yanukóvich, tras lo cual algunos de sus militantes fueron nombrados en cargos importantes en el gobierno interino de Alexánder Turchínov.
En mayo de 2015 el parlamento ucraniano aprobó un cuerpo de leyes para la “Condena de los regímenes totalitarios, comunistas y nacionalsocialistas en Ucrania y la prohibición de su propaganda y su simbología”. Basada en esto se procedió a la ilegalización de las organizaciones comunistas. El entonces ministro de Justicia ucraniano, Pável Petrenko, dijo que la proscripción del Partido Comunista de Ucrania, el Partido Comunista Renovado y el Partido Comunista de los Trabajadores y Campesinos de Ucrania, “se llevará hasta sus últimas consecuencias”.
La medida se aplicó a dichas organizaciones, más no a los grupos neonazis que, por el contrario, han tenido todas las posibilidades de acción en Ucrania, manteniendo estrechas relaciones con el aparato político y militar de ese país, a la par que los partidos de la ultraderecha, que exaltan la ideología nazi, no han sido proscritos.
El actual gobernante ucraniano, Volodímir Zelensky, también ha hecho lo suyo con la ilegalización de 11 agrupaciones políticas bajo el pretexto de mantener vínculos con Rusia. Por supuesto que los partidos de la ultraderecha y neonazis no están en esa lista.
Aris Roussinos, en un artículo muy detallado sobre el rol de los movimientos neonazis en Ucrania, publicado en marzo de 2022 en la página Web de la revista Nueva Sociedad con el título de “La verdad sobre la extrema derecha ucraniana”, sostiene que, “si bien Ucrania no es un Estado nazi”, es indudable que “desde 2014 el Estado ucraniano ha provisto de financiación, armas y otras formas de apoyo a milicias de extrema derecha, incluso neonazis” como el batallón Azov.
Las condecoraciones a militantes de ideología nazi, tampoco han estado ausentes desde el Maidán en 2014.
Petro Poroshenko, presidente de Ucrania hasta 2019, condecoró a Serhiy Korotkykh, miembro del partido de extrema derecha Unidad Nacional Rusa y también miembro fundador de la neonazi Sociedad Nacional Socialista (NSS) en Rusia, según manifiesta David Stern en su artículo “Ucrania minimiza el papel de la extrema derecha en Ucrania”, difundido por la cadena BBC el 13 de diciembre de 2014. Poroshenko otorgó a Korotkykh la nacionalidad ucraniana por sus servicios prestados para combatir a las fuerzas separatistas en Donetsk.
Por su parte, Zelensky condecoró a Dimytro Kotsyubail, líder del partido ultranacionalista Sector Derecho, agrupación en la que también ha participado el neonazi Dmitró Yarosh que ocupó el cargo de asesor del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania.
El periodista Aris Roussinos, en el artículo citado, hace una exposición resumida de las agrupaciones de la ultraderecha que actúan en Ucrania.
La que más sobresale de ellas es el Batallón Azov, organización paramilitar, de ideología neonazi, integrada a la Guardia Nacional ucraniana, fundada en 2014 por el historiador Andriy Belitsky, conocido como el “führer blanco”. Este batallón neonazi ha sido responsable de un sinnúmero de acciones militares en la región de Donbass y en Mariúpol, las cuales han provocado la muerte de civiles y prisioneros de guerra desde el año 2014.
La simbología que utiliza este grupo de extrema derecha, ligado a la barra ultra “Secta 82” del equipo de fútbol ucraniano FC Metalist, es la misma que empleaban unidades del ejército hitleriano. El emblema en su escudo y bandera es parecido al “wolfsangel”, símbolo heráldico alemán inspirado en las trampas hechas para lobos, usado por unidades de la Wehrmacht y de las SS como la 2da División SS “Das Reich”. También han hecho uso del Sonnenrad, el sol negro utilizado por los nazis como parte de sus elementos simbólicos. Los integrantes de este grupo también exhiben tatuajes con insignias nazis en sus cuerpos.
El Batallón Azov ha gozado del respaldo de las autoridades estatales ucranianas que le facilitaron el uso de una propiedad ubicada en la Plaza Maidán, en Kiev, conocida como la “Casa Cosaca”, convertido en centro de reclutamiento y entrenamiento.
“Es un escenario impactante: además de las aulas para las conferencias educativas que brindan con financiación estatal, la Casa Cosaca alberga el salón literario y casa editorial Plomin, donde jóvenes y glamorosos intelectuales hípster se ocupan de organizar seminarios y traducciones de libros de derecha, bajo pósters lustrosos de luminarias fascistas como Yukio Mishima, Cornelius Codreanu y Julius Evola”, relata Roussinos.
Más allá de esto, no debe perderse de vista las actividades criminales de estos grupos de neonazis que actúan bajo la protección del régimen ucraniano que se ha valido de sus servicios para llevar adelante acciones violentas contra las poblaciones de Donetsk y Lugansk y combatir a las milicias populares, a las que Kiev acusa de terroristas.
El Comité Internacional de la Cruz Roja denunciaba en 2015 el bombardeo del Hospital No.3 especializado en la atención de ancianos y niños, así como de jardines de infantes, escuelas, hogares y otros componentes de infraestructura civil en Donetsk.
La existencia de fosas comunes es otra demostración de las brutalidades cometidas por el Batallón Azov en Donbass, si bien los medios occidentales han querido minimizar este hecho, expresando sus dudas sobre la veracidad de las informaciones acerca de la existencia de dichas fosas y los cadáveres.
Las matanzas de estas organizaciones paramilitares neonazis continúan hasta el día de hoy en Mariúpol y el Donbass. En 2019 congresistas de EEUU pidieron al entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, que se incluya en la lista de organizaciones terroristas extranjeras al Batallón Azov. El propio Departamento Estado de los EE.UU. describió al Cuerpo Nacional, el brazo político de Azov, como un grupo de odio nacionalista.
Esta organización ha utilizado las redes sociales para reclutar partidarios en otros lugares del mundo. El periodista Tim Lister refiere que “Olena Semenyaka, la jefa del departamento internacional del Cuerpo Nacional, asistió a un festival en 2018 organizado por neonazis alemanes; y en 2019 habló en el Foro Scanza de ultraderecha en Suecia junto al neonazi británico Mark Collett”. Lister dice además que “desde su formación en 2014, el movimiento Azov ha crecido hasta incluir una milicia, campamentos de verano para niños y centros de entrenamiento paramilitar” en los cuales “lleva a cabo actividades, incluyendo festivales de música, eventos políticos y torneos de artes marciales mixtas, mientras se promociona en el espacio internacional de la ultraderecha”, según consta en el artículo de este periodista publicado por la cadena CNN el pasado 29 de marzo de 2022.
Nada de esto ha hecho que EEUU y sus socios de la OTAN se distancien de estos grupos neonazis que se han convertido en pilar fundamental de las operaciones militares ucranianas ante la ofensiva rusa.
El filósofo francés Bernard-Henry Levy, intelectual que ha apoyado todas las guerras desatadas por EEUU y la OTAN, no ha dudado en encontrarse con militantes neonazis integrados en las filas del ejército ucraniano. El 15 de marzo de 2022 Henry Levy publicó un tuit en el que decía que se había reunido con el gobernador de Odessa, Maxim Marchenko. Este personaje, que formó parte del Batallón Aídar, otro grupo paramilitar de ideología neonazi, es responsable del cometimiento de crímenes contra la población civil en Donbass. El filósofo francés llama “perros de la guerra de Putin” a los miembros de la resistencia en Donetsk y Lugansk.
Mientras el aparato de propaganda ucraniano, apoyado por el oligarca Georges Soros y las ONG's pantalla de la CIA, continúa con la promoción de la imagen de Zelensky, que incluso ha dado un discurso en la ceremonia de los premios Grammy, presentándolo como un héroe que lucha por la libertad y la paz, el régimen mantiene lazos con criminales neonazis y mercenarios provenientes de distintos lugares del mundo que operan con el ejército ucraniano, como el portugués Mario Machado, a quien insólitamente el Tribunal de Instrucción Criminal de Lisboa le levantó las medidas que le impuso por posesión ilegal de armas, en una investigación por crímenes de odio, racismo y violencia, para que así pueda combatir en Ucrania.
Machado, junto a otros neonazis provenientes de Canadá, Inglaterra y España, como el tarraconense Miguel Faro Salmerón, se han sumado al batallón Azov para combatir al ejército ruso. Los medios occidentales no han tenido ningún reparo en blanquear la imagen de estos mercenarios a los que han presentado como héroes y a los que EEUU, Gran Bretaña, Italia y España abastecen de armas.
Los medios de comunicación que reproducen la versión otanista del conflicto, han pretendido suavizar la imagen del Batallón Azov. En el artículo “Clubes de medios occidentales para blanquear a los neonazis ucranianos”, publicado en la página web de 101 Noticias, se exponen algunos ejemplos de como se lo ha ido deslindando de su filiación neonazi, para convertirlo en un grupo militar, despolitizado, que combate a los rusos. Sobre el uso de su simbología se dice tendría más que ver con el paganismo, que con el nazismo.
En fin, a los integrantes del Batallón Azov poco a poco se los van limpiando de su ideología neonazi, para transformarlos en patriotas nacionalistas, que luchan por la independencia, mientras se acusa a Rusia de utilizar como pretexto para la invasión y como un instrumento de su propaganda, las acusaciones que hacen contra este grupo.
“Qué es el Batallón Azov, chivo expiatorio de Rusia, entre el heroísmo y el fantasma nazi” es el título de un artículo de Darío Silva D’Andrea publicado en el matutino argentino Perfil el 27 de marzo de 2022, en el cual el autor cita a algunos “expertos” para demostrar la desideologización del Batallón Azov, tal como lo hace un artículo de la DW titulado “¿Qué rol juega el Batallón Azov en la guerra de Ucrania?, en el que Andreas Umland, del Centro de Estudios de Europa del Este, afirma que el uso de la simbología de este grupo tiene más que ver con el paganismo, lo cual está aceptado por la población ucraniana que, además, ve al Batallón Azov como un grupo de “combatientes que defienden a su país contra un agresor que busca invadirlos”.
En un diálogo con el periodista George Galloway, el ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines, Scott Ritter, manifestó que la OTAN ha dado entrenamiento militar a neonazis ucranianos del Batallón Azov. Oficiales canadienses e ingleses han entrenado en el uso de armas a miembros de este batallón, así como al Centuria. También la CIA ha contribuido para la formación de estos “nuevos patriotas” fabricados por la propaganda otanista.
El 17 de diciembre de 2021, EEUU y Ucrania votaron en contra de una resolución de la ONU, propuesta por Rusia, para “Combatir la glorificación del nazismo, neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia”. EEUU argumentó que dicha resolución va en contra de la Primera Enmienda de la Constitución sobre la libertad de expresión.
Ha sido el propio Estado ucraniano el que desde 2014 ha posibilitado el avance de los movimientos neonazis, de ultraderecha. Al batallón Azov se suman otras agrupaciones como ‘Sector Derecho’, ‘Tradición y Orden’, ‘C14’.
El presidente Zelensky dispuso la incorporación de presos ultranacionalistas a las filas del ejército ucraniano para combatir al ejército ruso. Miembros de la ‘Unidad Tornado’, acusados de una serie de delitos atroces como violaciones a menores de edad y bebés, torturas, saqueos, han sido liberados para participar en los combates contra las tropas rusas.
Los grupos neonazis en Ucrania están íntimamente ligados al aparato estatal del país, teniendo presencia notable en las instituciones militares. El neonazi Vadim Troyan, por ejemplo, ocupó anteriormente el cargo de viceministro del Interior, así como el de jefe Adjunto de la Policía Nacional ucraniana.
Como puede evidenciarse, la existencia de grupos neonazis en Ucrania no es un hecho aislado, carente de importancia. Son agrupaciones que hoy gozan de reconocimiento como estructuras militares, las cuales también han ido ganando espacios dentro de la sociedad, fundamentalmente en sectores de la juventud e incluso de la niñez, por medio de la realización de campamentos, publicación de obras y toda una simbología para difundir y afianzar su ideología.
A través de un sinnúmero de vídeos y fotografías difundidos en las redes sociales, se ha podido observar las brutalidades que grupos neonazis y soldados ucranianos han cometido contra civiles y prisioneros de guerra del ejército ruso: personas atadas a postes, gitanos en su mayoría, con cintas colocadas de la cabeza a los pies, pintadas su rostro de verde, algunas golpeadas con palos en sus nalgas desnudas, disparos a las rodillas de soldados rusos que han sido detenidos, la llamada desde el celular de un militar ruso muerto a su madre, realizada por el soldado ucraniano Ivan Zaliznyak para burlarse de ella, el cadáver de una mujer marcada en el vientre con una esvástica nazi, encontrado en el sótano de una escuela en Mariúpol, son solo una muestra de los crímenes que comete el régimen.
El uso de civiles como escudos humanos, el bombardeo a poblaciones por parte del ejército ucraniano con misiles Tochka-U, ha sido silenciado por los noticieros occidentales que, además, como parte de la guerra psicológica de desinformación que llevan adelante, ha culpabilizado de las mismas a los militares rusos.
La coalición de medios de comunicación al servicio de EE.UU., la OTAN y el régimen ucraniano no solo oculta, minimiza o pone en duda estos hechos. También se hacen eco de las informaciones que provienen de los laboratorios de propaganda del imperialismo, sin cuestionar absolutamente nada.
Ya lo hicieron en Siria cuando reprodujeron las acusaciones lanzadas contra el gobierno del presidente Bashar al-Ássad sobre un supuesto ataque con armas químicas en Duma, al este de Damasco. La fuente principal de aquella información fue la organización conocida como los “Cascos Blancos”, fundada por el ex oficial del Ejército Británico James Le Mesurier en el año 2013. Cercanos a los grupos terroristas que se oponen al gobierno sirio y financiados por la USAID, los “Cascos Blancos” han llevado operaciones de montaje para acusar a al-Ássad de crímenes contra la población civil. El documental sobre esta organización producido por Netflix, fue galardonado internacionalmente. Todas las piezas conectadas adecuadamente: presentar ante el mundo a los “Cascos Blancos” como una ONG humanitaria, sensibilizar a la gente sobre su trabajo para que el público se termine identificando con ellos y con lo que hacen y, finalmente, presentar sus versiones como ciertas. Una operación de relaciones públicas muy bien elaborada, que permitió a esta ONG difundir mentiras como verdades, montajes como hechos reales.
Ese mismo aparato de propaganda y relaciones públicas se ha puesto al servicio del régimen ucraniano. En 2015 se estrenó el documental “Winter on Fire”, del director Evgeny Afineevsky, producido también por Netflix y, de igual manera que el de los “Cascos Blancos”, galardonado internacionalmente. Mientras el documental de Oliver Stone, “Ucrania en llamas” ha sido censurado por la coalición mediática al servicio de EEUU, la OTAN y Ucrania, “Winter on Fire” se lo presenta como un material necesario para comprender “la lucha de un pueblo valiente en busca de la libertad”. En este audiovisual nada, absolutamente nada se dice sobre quienes estuvieron detrás del golpe de Estado, nada, absolutamente nada sobre los grupos neonazis que respaldaron el Euromaidán, nada, absolutamente nada sobre el papel de EEUU y la CIA en lo sucedido en 2014 en Ucrania. Por supuesto, “Winter on Fire” no podía perder la oportunidad de acusar a Putin de ser el responsable de los hechos dolorosos que Ucrania vivió en esos momentos.
Desde antes de iniciada la operación militar rusa contra Ucrania, el 24 de febrero de 2022, los operadores propagandísticos al servicio de EEUU y del régimen ucraniano, ya habían llevado a cabo un sinnúmero de ataques mediáticos contra el mandatario ruso, al que Biden acusó de asesino en marzo de 2021.
Destruir la imagen de Putin y de su gobierno, así como la de Rusia ha sido constante. Cuando se desarrolló la primera vacuna contra el Covid-19, la Sputnik V, las descalificaciones no se hicieron esperar para minimizar el desarrollo científico ruso. Anteriormente los ataques los hicieron contra los atletas rusos a los que se los ha estigmatizado, acusándoles permanentemente de recurrir al dopaje.
Estas operaciones mediáticas han tenido bastante éxito. Después de todo, son expertos en la manipulación de la mente de las personas. Goebbels estaría contento. Zelensky, otrora comediante, ha hecho muy bien su papel, asumiendo el rol de actor dramático durante el conflicto.
Varias mentiras se han reproducido hasta hoy: el falso bombardeo ruso a una central nuclear en Ucrania, las supuestas declaraciones de Lavrov amenazando al mundo con una tercera guerra mundial y un conflicto nuclear, helicópteros rusos derribados con imágenes sacadas de un vídeo juego, la información falsa de que Putin podría liberar un arma biológica, la difusión de la noticia de que Putin está enfermo, los montajes de los bombardeos al teatro y maternidad en Mariúpol, fotografías de personas muertas en Donbass, provocadas por el ejército ucraniano, haciéndolas pasar como aniquiladas por los soldados rusos, etc.
Otro hecho relevante es el que se refiere al mutismo que los medios occidentales han mantenido sobre la red de laboratorios para la producción de agentes biológicos, potencialmente útiles para el desarrollo de armas químicas, que EEUU y Alemania han mantenido en Ucrania, a la vez que, siguiendo el mismo guion que en Siria, acusan a Rusia de pretender hacer uso de esas armas. Un recurso psicológico, propagandístico utilizado para proyectar en los otros, lo que ellos hacen.
El silenciamiento de medios como Rusia Today y Sputnik, el bloqueo de cuentas en Twitter y Facebook, el etiquetamiento de cuentas en Twitter como “medios afiliados al gobierno ruso” ha posibilitado que el “Ministerio de la Verdad”, como define José Manzaneda al aparato de propaganda otanista, haciendo relación a la obra de George Orwell, “1984”, imponga como ciertas sus mentiras prefabricadas.
EEUU ha logrado que Rusia sea suspendida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sometidos a los dictados de Washington, 93 países votaron a favor de la iniciativa presentada por EEUU. La jauría mediática pro yanqui inmediatamente ha difundido la noticia, manifestando que “las atrocidades cometidas por el régimen de Putin desde el inicio de la invasión a Ucrania, le ha valido este repudio”.
En 2018 EEUU abandonó el Consejo de DDHH de la ONU al que señaló de ser “una organización hipócrita y egoísta que se burla de los Derechos Humanos”, declaración que la realizó en defensa de su socio, el Estado sionista de Israel, permanentemente acusado de crímenes contra el pueblo palestino en dicho Consejo.
La resolución, aprobada el 7 de abril de 2022, está basada en la acusación realizada contra Rusia por parte del régimen ucraniano que culpabiliza al ejército ruso de haber cometido crímenes atroces contra la población civil en Bucha.
Las imágenes terribles de los cuerpos de personas tirados en las calles de la ciudad de Bucha, han conmovido al mundo. Para los medios de difusión occidentales hay un solo culpable: Putin. Para ellos, no hay ninguna duda de su responsabilidad. La versión oficial ucraniana-estadounidense ha sido aceptada sin beneficio de inventario. El acusado no tiene derecho a la defensa y sus argumentos no tienen validez alguna. La condena es implacable, pese a que no ha habido una investigación imparcial sobre lo sucedido.
Las inconsistencias de la parte acusadora no han sido sometidas a análisis por falsimedia: Los militares rusos abandonaron Bucha el 30 de marzo pasado, el alcalde de esa ciudad, Anatoly Fedurok, que hoy habla de que “los rusos dispararon por diversión y en venganza por la resistencia ucraniana”, realizó un sinnúmero de vídeos el 31 de marzo en los cuales no habla sobre las víctimas y tampoco presenta imágenes de los cadáveres en las calles, entre el 1 y 2 de abril la Policía Nacional ucraniana publicó otro vídeo en el cual tampoco se ven los muertos. Finalmente, las dolorosas imágenes aparecieron el 3 de abril, culpando inmediatamente de esos asesinatos a los soldados rusos.
El gobierno de Putin ha pedido que este tema sea tratado al más alto nivel internacional, además de proponer una investigación a fondo en la que participen organismos internacionales de derechos humanos.
Lo cierto es que el aparato de propaganda imperialista, puesto a las órdenes del régimen ucraniano, ha infringido un duro golpe a Rusia. Más allá de que la ONU decida llevar adelante una investigación seria y profunda sobre lo sucedido en Bucha, en el imaginario de la gente quedarán grabadas las imágenes de los cadáveres de la gente y la creencia de que efectivamente fueron los soldados rusos los que cometieron esas atrocidades.
Mientras tanto, los paladines de la libertad, representados por el presidente estadounidense, Joe Biden, el mandatario ucraniano, Volodímir Zelensky y el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell continuarán con su cruzada para evitar que el mundo conozca al Ballet Bolshoi, las piezas musicales de Tchaikovsky o las obras de Dostoievski, a la vez que la FIFA, siguiendo los designios de EEUU y la OTAN, prohíbe la participación de la selección rusa en el mundial y la Federación Internacional Felina la de los gatos rusos en cualquier competencia.
A estas medidas hay que sumar la del despido del director de la Filarmónica de Munich, Valery Gergiev, por su amistad con Putin.
“Cuando escucho la palabra cultura, saco mi revólver”, decía el líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur Von Schirach.
Aprovechando este escenario, Finlandia pretendió apoderarse de obras de arte rusas, muchas pertenecientes al museo del Hermitage, valuadas en 46 millones de dólares, las mismas que regresaban a Rusia luego de que fueran prestadas para ser exhibidas en museos de Italia y Japón. Al final, las autoridades finlandesas terminaron devolviendo las obras que ilegalmente incautaron en su aduana. Entre tanto, el gobierno y parlamento de este país han planteado solicitar su ingreso a la OTAN.
Así, lo impensable se va normalizando, como diría Edward S. Herman.
(Continuará con el capítulo 5: La mentira como arma de guerra de EEUU y la OTAN)
★
No hay comentarios :
Publicar un comentario