04 octubre, 2024

Cinco ideas falsas sobre “la cultura” — Esteban Krotz

 



La cultura es el elemento que distingue a la especie humana de todas las demás especies. Esto significa, que la cultura es tan antigua como la especie humana. Mejor dicho: las culturas humanas son tan antiguas como lo son los diferentes grupos humanos, etnias, y pueblos que forman la humanidad(1).


Pero mientras que la cultura humana tiene muchos miles de años de edad, el análisis científico de la cultura, -es decir, su estudio sistemático, realizado por una comunidad de especialistas que usan para ello métodos, conceptos y teorías creadas para tal fin- tiene apenas un siglo. Tal vez tenga que ver esta discrepancia con que entre los especialistas en el estudio de la cultura haya todavía tan poco consenso sobre muchas cuestiones y que entre los no especialistas se encuentren todavía muchas ideas equivocadas sobre la naturaleza y las características de los fenómenos culturales. Sí, en cambio, han podido crear un cierto consenso relativo acerca de la falsedad de determinadas concepciones de "lo cultural".


En este ensayo se identifican cinco ideas equivocadas acerca de la cultura que se detectan con mucha frecuencia en el habla común, en comentarios periodísticos y hasta en conferencias académicas. Hay que tomar en cuenta aquí que los antropólogos y otros especialistas en el análisis cultural no sólo somos especialistas: también somos practicantes del habla común (a menudo la mayor parte del día) y por esta razón también nosotros reproducimos en ocasiones estas equivocaciones, aunque sepamos, cuando nos ponemos a trabajar como especialistas que tales nociones falsas ya han sido superadas por nuestra ciencia.


Primera idea falsa: Se puede tener y no tener cultura


Muchas veces se puede escuchar que una persona critica a otra, diciendo: "Fulano no tiene cultura" o "Mengano es una persona sin cultura". En este enunciado, cultura es algo que un ser humano puede tener o no tener. Desde el punto de vista de la antropología, tal expresión carece de sentido: todos los seres humanos, por definición, tienen cultura.


Como se dijo al comienzo: tener cultura, pertenecer a una cultura es el rasgo característico de la vida humana en comparación con todas las demás formas de vida en este planeta. Esto quiere decir: ser parte de la especie humana significa ser un ser cultural. Y en efecto: ningún individuo humano simplemente "procesa información", sino lo hace en términos de uno de los miles de idiomas que existen y que aprendió desde pequeño; no simplemente "asimila proteínas, carbohidratos y grasas", sino come y bebe ciertos alimentos de acuerdo a ciertas reglas y horarios que varían de pueblo en pueblo, no simplemente "inicia y termina su existencia", sino nace y es educado y muere dentro de ciertas estructuras familiares y comunitarias y en el marco de determinadas creencias colectivas y costumbres. En la medida en que alguien pertenece a un grupo, una etnia, un pueblo, cualquier tipo de "comunidad" humana, participa en la cultura de éste y sólo así es ser humano. No tiene sentido, entonces, afirmar de alguien, que no tiene cultura.


El malentendido se produce por un uso muy restringido del significado de la palabra "cultura". En muchos idiomas de origen europeo, "cultura" significa a menudo algo así como "buena educación"(2). A menudo se identifican con "cultura" ciertas actividades artísticas consagradas y los resultados de éstas (la música llamada "clásica", la literatura llamada "buena", cierto tipo de arquitectura, etc.). A cierto tipo de educación y a estos bienes culturales suele tener acceso siempre sólo un pequeño segmento poblacional, mientras que los demás quedan excluidos. Pero la cultura es mucho más que estas partes. Por tanto, lo único que se puede decir es que ciertas personas no poseen tales o tales conocimientos, aptitudes, gustos, pero no que "no tienen cultura" cuando, por ejemplo, no les significa nada cierta regla de comportamiento o determinado deleite estético.


Segunda idea falsa: Hay una jerarquía natural entre culturas (y entre subculturas)


Como ya se indicó en la parte introductoria de este ensayo, la cultura humana no es una. Es tan polifacética y variada como la humanidad misma. De hecho, la cultura humana es un mosaico: está compuesta por una cantidad enorme de culturas pasadas y presentes. Esta multiplicidad cultural aumenta aún más si se toma en cuenta que las culturas de los pueblos y las naciones no son homogéneas en modo alguno. Todo lo contrario: al interior de un país nos encontramos –como, por ejemplo, en el caso de México– con gran número de subculturas, o sea, culturas de determinados segmentos sociales tales como etnias, poblaciones regionales o grupos profesionales; también hay diferencias culturales que responden a diferencias de edad y de hábitat, etc.


Como siempre, cuando hay multiplicidad, surge el impulso de comparar. Y no sólo esto sino también de agrupar. Una forma frecuente de agrupar fenómenos sociales y culturales aplica criterios jerarquizados. De acuerdo con tales criterios se afirma que una cultura es en algún sentido "más" que las demás. El famoso libro de Guillermo Bonfil sobre el "México profundo", por ejemplo, describe cómo a lo largo del medio milenio desde la conquista europea, en México se ha difundido la idea de que ciertas culturas extranjeras –primero la hispana, luego la francesa y finalmente la norteamericana– eran y son más valiosas que cualquiera de las culturas mesoamericanas(3). Algunos europeos, a su vez, suelen opinar que las culturas de la llamada "antigüedad clásica", o sea la griega y la romana, eran más valiosas que todas las culturas europeas actuales.


La misma clase de ideas se encuentra no sólo con respecto a las culturas de países y épocas diferentes y con respecto a la riqueza cultural al interior de un mismo país, sino también con respecto a ciertas áreas de la cultura o fenómenos culturales específicos. Por cierto, también aquí, la cultura calificada de "inferior" se encuentra casi siempre al borde de la descalificación completa como cultura. Así, por ejemplo, hay amantes de cierto tipo de música orquestal europea de los siglos XVIII y XIX que la consideran esencialmente superior al rock o a la trova; incluso llegan a afirmar que estas últimas formas musicales "no son cultura".


Hablando con propiedad, es menester aclarar que no existe absolutamente ningún criterio objetivo, y mucho menos científico para establecer este tipo de jerarquías. No hay nada que indique que la cultura del maíz sea mejor o peor que la del trigo o del arroz, que la forma musical del "lied" valga más que la del "son", que los libros de "ciencia ficción" sean esencialmente inferiores a las obras literarias del realismo decimonónico. Desde luego, hay tacos, panes, piezas musicales y cuentos de mejor calidad que otros, pero es sabido que incluso aquí es difícil ponerse de acuerdo. En todo caso, con respecto a las diferentes clases de manifestaciones culturales no se pueden aplicar tales criterios jerarquizantes. Lo único que se puede decir es que a uno le gusta más esta expresión cultural y a otro más aquella. Es algo semejante a una persona que domina varios idiomas y opta en determinada situación por uno que le gusta más que los demás. Este ejemplo nos lleva enseguida a una de las características más maravillosas de la diversidad cultural en nuestras sociedades.


¿O acaso no es fabuloso que una persona puede cambiar de opinión al respecto de un fenómeno cultural? ¿Que incluso pueda, por ejemplo, escuchar un tipo de música por la mañana, otro por la tarde y otro más por la noche?(4)


Al interior de una sociedad, esta jerarquización de subculturas y de expresiones culturales va casi siempre a la par de la estratificación social: las clases ricas y poderosas determinan lo que debe ser llamado "alta" cultura y lo que es solamente cultura "baja"; la primera suele ser vista como la cultura propiamente dicha, mientras que la segunda casi no merece el nombre de cultura. Pero esta clasificación sólo refleja determinada distribución de poder en una sociedad y época dada, no tiene nada que ver con los contenidos culturales respectivos.


Tercera idea falsa: Hay culturas "puras" y "mezcladas"


La todavía reciente conmemoración del "Quinto Centenario" de la llegada de los europeos a América ha contribuido a fortalecer otra idea falsa muy extendida, la de la existencia de "culturas puras". Como es bien sabido, esta idea fue utilizada durante toda la Colonia como pauta para la organización de la sociedad, en consecuencia se afianzó la concepción del mestizaje biológico y cultural como algo esencialmente negativo y hasta peligroso y, en todo caso, inferior a la pureza de la piel blanca, los apellidos españoles y la procedencia peninsular(5).


Es curioso ver cómo se puede mantener una idea así, cuando todo el mundo sabe que es falsa. Cuando los españoles iniciaron la conquista americana acababan de terminar con varios siglos de dominio árabe en sus tierras, pero sin poder borrar, hasta el día de hoy, la influencia cultural de éste; además, cualquier niño español aprende en la escuela una historia de las primeras poblaciones de la península ibérica de acuerdo con la cual se da cuenta que esta historia ha sido, siglo tras siglo, una historia de mezclas biológicas y culturales de todo tipo.


También en cuanto a la cultura yucateca habrá poca gente que no pueda dar muchos ejemplos de cómo esta cultura se ha venido conformando por herencias mayas, españolas y libanesas, a las que se agregan las de origen africano, coreano y caribeño, además de las más recientes influencias europeas y norteamericanas. Por otra parte, es ampliamente sabido que la influencia cultural proveniente de un mismo origen puede adoptar formas muy diversas, por lo que, por ejemplo, la herencia española se expresó y se expresa hoy de modo bastante diferente en los Altos de Jalisco, el centro de la ciudad de México o la costa veracruzana.


Lo que sucede es que quienes reflexionan sobre una cultura o tratan de transmitirla a otra generación o de distinguirla de otras culturas, siempre están en la tentación de presentarla como un todo integrado, como algo completamente propio y concluido en sí mismo. Por tanto, suelen perder de vista el carácter de mezcla de todas las culturas. Además, las influencias no son cosa del pasado, únicamente repárese sólo un momento en cómo artefactos inventados en otras culturas, tales como la televisión, el fax o la computadora, han modificado recientemente y siguen modificando la cultura yucateca. Y lo mismo sucede en todas las demás culturas y subculturas también.


Cuarta idea falsa: Los recintos propios de la cultura son los museos, los teatros y las bibliotecas.


Recordando lo que se acaba de exponer sobre las concepciones equivocadas que identifican una parte de la cultura (por ejemplo, las "bellas artes") con toda la cultura y que pretenden distinguir las culturas "esencialmente" valiosas de las que no lo son, el rechazo de esta cuarta idea falsa no debería ser muy difícil.


Sin embargo, la educación escolar ha contribuido fuertemente a que para muchas generaciones la palabra "cultura" haya tenido y siga teniendo una connotación inevitable de solemnidad: cultura es algo muy especial, cultura es algo a lo que uno se debe acercar con respeto, cultura es cierto tipo de patrimonio colectivo creado por admirables genios de épocas pasadas. Por tanto, un hogar típico de la cultura, un lugar típico para encontrarse con la cultura es el museo, por ejemplo, galerías de arte, museos de antropología e historia; otro hogar típico es el teatro, donde se escucha la música que vale la pena y se ven las obras dramáticas realmente importantes de diferentes épocas y países. También la biblioteca con sus anaqueles llenos de pesados y empolvados volúmenes, a los que sólo al término de engorrosos trámites se tiene acceso, es entendida por muchos como un lugar típico donde se reúnen los acervos culturales de un país.


Lo que tienen en común los tres tipos de "hogar” de la cultura es fácil de reconocer: se trata de lugares a los que sólo un muy pequeño porcentaje de la población suele acudir.


Hay que señalar aquí que no pocos antropólogos contribuyen, a menudo sin quererlo, a esta visión equivocada de las cosas. Por más que promueven que en los museos aparezca lo que suelen llamar "cultura popular": la música tradicional de las regiones, el teatro campesino, las artesanías, la arquitectura, la vida cotidiana de los grupos étnicos contemporáneos, las múltiples costumbres, fiestas, artefactos y prácticas sociales actualmente en uso, también para ellos la cultura es algo "consagrado", o sea, algo que ha sido creado alguna vez y que en la actualidad se considera de gran valor. Por tanto así se opina, sólo debe ser admirado, conservado y reproducido tal cual y cualquier modificación es vista como lamentable "pérdida", pérdida cultural, pérdida de tradiciones y pérdida de valores.


Esta manera errónea de ver la cultura está confundida con respecto a dos cuestiones. Desde luego hay creaciones culturales que son dignas de admirarse y que deben ser conservadas en el estado en que se encuentran. Pero en su conjunto, la cultura, todas las culturas y sus manifestaciones son algo vivo, algo que surge y se transforma sin cesar y a veces incluso desaparece después de haber existido algún tiempo. Y constantemente, en la historia de todas las áreas de la cultura la emergencia de algo nuevo, ha sido considerado como "pérdida" o incluso como "traición". Mozart y Beethoven, por ejemplo, que para mucha gente pertenecen a los más geniales creadores musicales de todos los tiempos, tuvieron que enfrentarse más de una vez a durísimas críticas por "no respetar la tradición" musical consagrada en su tiempo. Pero su lugar en la historia de la música fue la de innovadores, y la generación posterior a ellos volvió a romper los moldes establecidos por ellos.


Además, conviene caer en la cuenta que a pesar de su innegable importancia, los museos, los teatros y las bibliotecas son sólo algunos de los muchos hogares de la cultura. La mayor parte de la vida cultural se realiza, se conserva, se reproduce y se transforma fuera de ellos. Es cierto, que también en Mérida y en Yucatán necesitamos muchos más museos, teatros y bibliotecas, pero también en el periodismo y en los medios electrónicos, en las casas y los talleres, en los restaurantes y en las calles y en muchos espacios más se produce y se reproduce cultura a diario. Mucha de ella es efímera, otra encuentra su entrada a los recintos mencionados. Lo que importa destacar aquí es que la vida cultural es más amplia y más rica de lo que se reúne, colecciona y exhibe en los solemnes espacios especiales destinados a su conservación.


Quinta idea equivocada: La existencia de la cultura depende del Estado


Como muchas concepciones falsas, también ésta se basa en ciertos elementos verdaderos. Así, es cierto que en México casi todas las instituciones que de alguna manera tienen que ver con la creación cultural especializada y la conservación del patrimonio cultural en general, son instituciones que no dependen de los creadores de la cultura, sino de los gobiernos: los institutos estatales de cultura, la educación escolar básica y superior, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, los museos, las escuelas de bellas artes, las revistas y las estaciones de radio llamadas culturales, etc. Desde luego, esta dependencia puede ser decisiva porque la asignación o no de un subsidio gubernamental a una propuesta cultural a menudo decide sobre la existencia o no de esta última. Además, como en muchos otros países, también en México gran parte del fomento a las más diversas manifestaciones culturales se realiza bajo la óptica del "fortalecimiento" de la cultura "nacional" y de este modo se justifica la fuerte presencia del Estado en estas cuestiones.


Los Estados han tenido siempre interés en intervenir en la creación cultural y la conservación del patrimonio cultural porque de esta manera controlan y a veces incluso crean un importante factor de cohesión social. Pero cualquier mirada breve al mapa demuestra lo absurdo de esta concepción. Por más que las fronteras "nacionales" sean delimitaciones territoriales claramente definidas, objetivos de sangrientas luchas y complicados tratados internacionales, es obvio que no son fronteras culturales (y algo semejante vale para las subculturas al interior de un país). Rasgos de la cultura norteamericana se encuentran en todo el país y en pleno Paseo Montejo. Manifestaciones de la cultura mexicana no sólo se hallan en regiones enteras de los Estados Unidos, sino que muchas veces las dominan completamente. ¿Cómo se distingue en el Soconusco la cultura mexicana de la guatemalteca? ¿Dónde termina la cultura de Yucatán y dónde empieza la de Campeche?


Desde luego existen diferencias culturales y, en consecuencia límites entre culturas: desde el comienzo de este ensayo se indicó que la cultura humana no es una, sino que constituye un compuesto de culturas diferentes. Pero aunque los Estados y sus instituciones suelen traer, al igual que los museos, los teatros y las bibliotecas, de petrificar la cultura en el sentido que se acaba de mencionar, el ámbito de la creación y reproducción cultural es mucho más amplio que el ámbito de las instituciones estatales. Esto también porque, a fin de cuentas, la historia del Estado cubre sólo una mínima fracción de la historia de la humanidad.


Para terminar: Cinco equivocaciones, una oposición


En este ensayo se han presentado cinco ideas equivocadas sobre la cultura bajo la forma de cinco oposiciones. Primero se opuso la idea de que se puede o no tener cultura a la concepción antropológica de la cultura, según la cual todos los seres humanos tienen cultura aunque sus culturas siempre son diferentes unas de las otras. En segundo lugar, se confrontó la equivocada idea de que existe una jerarquía objetiva entre las diversas culturas y manifestaciones culturales con la ausencia de criterios científicos para determinarla. En tercer lugar, se opuso a la errónea concepción de la existencia de culturas puras y por eso valiosas, la realidad empírica de la mezcla cultural por doquier. En cuarto lugar, se estableció frente a la idea de que la cultura se encuentra únicamente en ciertos recintos solemnes, tales como museos, teatros y bibliotecas, la evidencia empírica de la enorme amplitud de los procesos de creación, reproducción, transmisión y transformación de la cultura. Y finalmente se opuso a la opinión de la liga intrínseca entre Estado y cultura la realidad de una vida cultural mucho más comprensiva.


Mientras que estas oposiciones constituyen oposiciones entre ideas verdaderas y falsas sobre la cultura, es pertinente concluir este ensayo con unas consideraciones sobre una oposición de otro tipo. Hay una oposición en el terreno cultural de suma importancia para todos quienes analizan y, más aún, quienes viven y participan en una cultura. Esta oposición es la oposición entre la cultura propia y la cultura impuesta(6).


Como se ha dicho anteriormente, en todas las culturas y en todos los tiempos se han documentado influencias de unas culturas sobre otras. El problema no radica en la existencia de tales influencias, sino en que si los seres humanos pertenecientes a una cultura pueden decidir libremente sobre si quieren aceptar tales influencias y, en dado caso, cuáles y cómo. Poder escoger entre alternativas presupone, claro está, conocer alternativas y reconocer a una influencia concreta como una alternativa entre otras posibles.


Este último aspecto vale no solamente para un país (se recordarán las recientes discusiones sobre esta temática durante la preparación del Tratado Norteamericano de Libre Comercio), para una etnia (varios de los comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional han insistido en que determinadas políticas gubernamentales contribuyen a destruir las tradiciones culturales de los pueblos indígenas), sino también para regiones con una identidad cultural tan marcada y tan antigua como Yucatán. Precisamente porque la cultura no es sólo lo que se encuentra en museos, teatros y bibliotecas, sino también lo que está en las calles y las casas, la opción por una influencia cultural con alternativas culturales tiene que ver con la identidad colectiva de una población, o sea, de cómo ésta ve la vida y quiere vivirla y qué sentido encuentra en ella. Pero esto remite enseguida a la estructura del poder vigente en el seno de esta población: ¿Quién tiene la capacidad de reconocer alternativas, quién puede decidir sobre cuál se acepta o no? y, en dado caso, ¿cómo? Reconocer estos elementos críticos de una situación cultural implica admitir que el estudio de la cultura siempre tiene que ser crítico. Porque se trata de reconocer aquellos elementos en los procesos culturales que contribuyen a la emancipación de los seres humanos y a una vida más humana digna y feliz de todos. Esto, empero, no tiene que ver con esta cultura o aquella, con este pueblo o aquél con esta época u otra.


En todos los tiempos, regiones y pueblos se han generado y se siguen generando elementos culturales que apoyan y reproducen estructuras de dominación y otros que abren caminos de liberación. El estudio científico de la cultura puede contribuir al fomento de cualquiera de ambos. Una aportación significativa a la segunda perspectiva mencionada consiste en combatir las ideas erróneas que siguen existiendo y difundiéndose sobre los fenómenos culturales.


NOTAS

1 Este texto es la versión revisada de la ponencia presentada el 1 de junio de 1994 en la "Primera Mesa de la Cultura Popular Yucateca", organizada por la Unidad Regional de Yucatán de Culturas Populares en la Casa de la Cultura del Mayab. Se publicó en la Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, volumen 9, de octubre diciembre de 1994, núm. 191, págs. 31-36.

2 Este significado no es el mismo en todos los idiomas ni ha sido igual siempre. Un interesante relato de los cambios del término ocurridos precisamente en la época del surgimiento de las ciencias antropológicas se encuentra en la introducción del libro de R. Williams, Culture and Society 1780-1950, Ed. Chatto, Londres 1958. Véase para el tema también a E. A. Hoebel "La naturaleza de la cultura", en H.L. Shapiro, Hombre, cultura y sociedad, págs. 231-245, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1975.

3 Véase G. Bonfil, México profundo. Ed. SEP-CIESAS, México 1987. Una reseña de este libro se publicó en el núm. 11 (abril de 1989) del boletín editado por la Biblioteca Central de la UADY, el libro del mes.

4 Con esto no quiero decir que todas las manifestaciones culturales son equivalentes en términos absolutos. Tal posición equivaldría a un tipo de relativismo cultural insostenible, que no se defiende aquí. Sin embargo, no puede discutirse aquí este problema. Una breve aproximación se encuentra en E. Krotz, "Los escenarios de la diversidad", en: Opciones, n. 44 (septiembre de 1993), págs. 10-11.

5 Esta problemática se encuentra reseñada de manera magistral en A. Gerbi, "La disputa del nuevo mundo". Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1982 (2ª. Ed. Corr.)

6 Esta idea se apoya en la teoría de Guillermo Bonfil sobre el control cultural, una versión de ésta se incluyó como capítulo segundo de su libro antológico Pensar la cultura (Ed. Alianza Mexicana, México, 1991).


Extraído de:

http://trabajaen.conaculta.gob.mx/convoca/anexos/Cinco%20ideas%20falsas%20sobre%20la%20cultura.PDF



2 comentarios :

  1. Los cinco errores que menciona el autor provienen, cómo no, de una visión clasista, elitista, colonialista, estatista y simplista de la cultura, muy adecuada para reproducir las estructuras de dominación. Salud, Loam!

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    1. Exacto. Lo que en ocasiones conduce a delirantes supremacismos genocidas.

      Salud, Conrado!

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