Miquel Amorós
El 19 de julio de 1936 el proletariado
español respondió al golpe de estado franquista desencadenando una revolución
social. El 23 de febrero de 1981 tuvo lugar un golpe de estado ante la
indiferencia más absoluta de los proletarios, quienes apenas movieron el dial
de la radio o el mando del televisor. El contraste de actitudes obedece al
hecho de que el proletariado era en el 36 el principal factor político social,
mientras que en el 81 no contaba ni siquiera como factor auxiliar de intereses
ajenos. Si el golpe del 36 iba en contra suya, el del 81 fue un ajuste de
cuentas entre diferentes facciones del poder. Ni en los análisis más alarmistas
la conflictividad obrera fue tomada en consideración por la sencilla razón de
que era mínima. Los golpistas pasaron del proletariado porque no era más que
una figura secundaria de la oratoria política, algo históricamente agotado.
Durante los años de la “transición económica” hacia las nuevas condiciones del
capitalismo mundial –los 80– la clase obrera fue fragmentándose y resistiendo a
escala local a su “reconversión” en clase subalterna, hasta la huelga mediática
del 14 de diciembre de 1988, cuando se convirtió en masa de maniobra de
operaciones políticas y sindicales que terminaron por destruirla. El movimiento
antinuclear y el movimiento vecinal habían terminado un lustro antes. Uno de
los resultados de ese periodo fue la ruptura entre los obreros adultos, mejor
situados en las fábricas, y los obreros jóvenes, peones y precarios, que
impulsaron las primeras asambleas de parados. Esa fractura tuvo sólo un fruto
comestible: una nueva conciencia basada en la crítica radical del trabajo
asalariado, deteriorado en extremo, o lo que viene a ser igual, basada en el
rechazo del trabajo como actividad central de la vida cotidiana. A partir de
1985 se desarrolló un medio juvenil fuera del mercado laboral, preocupado por la
okupación, la represión, la contrainformación, el antimilitarismo, el
feminismo, la movilización estudiantil, etc. En ese medio la cuestión social
perdía su carácter unitario y se desagregaba, replanteándose sus pedazos como
problemáticas particulares. El centro de gravedad social se desplazó desde las
fábricas a los espacios de relación juveniles, herederos involuntarios de
tareas históricas imposibles de asumir por el carácter heterogéneo de esos
espacios, lo que contribuyó a la confusión de la década siguiente. Todos los
esfuerzos por coordinar actividades, fomentar debates y conectar con luchas
urbanas tropezaron con los mismos problemas: la dispersión, la ausencia de
reflexión, el compromiso relativo, la falta de referencias, el
enclaustramiento... Al no resolverse, conforme desaparecían las luchas reales
el medio juvenil se volvía un gueto conformista en el que la crítica social
revolucionaria era sustituida por la indefinición, la pose, los tópicos
contestatarios y la moda alternativa. Se revelaba como un medio de transición
para una vida adulta integrada, como el instituto, la FP o la universidad. Los
intentos habidos entre 1989 y 1998 por superar esa situación fueron puramente
organizativos, formalistas, a base de “campañismo” y encuentros de la diáspora
antiautoritaria, por lo que a la larga resultaron un fracaso. Así terminó la
llamada “área de la autonomía.” Había que haber llevado a cabo una reflexión
profunda sobre los logros y los fracasos de las luchas precedentes, pero antes
incluso que analizar las derrotas y recuperar la memoria de las luchas
radicales, había que efectuar una crítica despiadada al propio medio, a sus
inconsecuencias, a su frivolidad y a su falta de coraje intelectual, con el fin
de depurarlo tanto de adherencias sentimentales burguesas como de mitos y
prácticas militantes. No se hizo lo suficiente o se tardó demasiado y el medio
se estancó, permitiendo la amalgama con los residuos del izquierdismo y del
patriotismo periférico, que trataron de reconstruir a toda prisa un nuevo espacio
social, el espacio que había sido abandonado por los partidos y sindicatos al
incrustarse en el aparato de la dominación. Las movilizaciones contra la Guerra
del Golfo y por el No a la OTAN, las campañas por el 0’7%, por la renta básica
o por los zapatistas, fueron las primeras martingalas de ese intento de
acercamiento a la política institucional que en 1997 cristalizó en el
“ciudadanismo”. Durante el proceso de globalización de la economía y de la
reestructuración de la clase dominante, el propio sistema de dominación se puso
a la cabeza de la lucha contra los desastres que él mismo había provocado y con
Internet de por medio creó el espejismo de un “espacio ciudadano” donde
desarrollar las actividades complementarias a la política institucional de los
partidos y sindicatos. Toda la escoria posmoderna y toda la chusma vanguardista
que pululaban en los medios juveniles, deseando reciclarse en algo por el
estilo, se apuntaron al carro y alumbraron “plataformas”, “espacios”,
“colectivos”, “redes”, “casals de joves”, y “fórums”, que redescubrieron los
encantos del sindicalismo minoritario, del nacionalismo, del tercermundismo, de
las subvenciones y de la política neoestalinista. Las nuevas tecnologías
proporcionaron la estructura mínima para garantizar las apariencias de
movimiento. Con el impacto de Seattle, del localismo se pasó sin transición a
operar a escala internacional. El gueto juvenil se vio de pronto sumergido en
los montajes ciudadanistas, los movimientos contra cumbre y contra la guerra,
verdaderos estados generales de la confusión y la recuperación, que, después de
Génova, se convirtieron en la quinta rueda del carro electoral de la
socialdemocracia. El impacto tecnológico había creado en las masas juveniles la
ilusión de una comunidad mundial provista de un proyecto de cambio social,
mientras que el turismo antiglobalización fomentaba la ilusión de un movimiento
anticapitalista. Pero lo que las telecomunicaciones facilitaron fue un espacio
virtual, y por consiguiente irreal, donde verter la frustración y la miseria
espiritual de miles de personas, de forma que la abundante base social sobre la
que erigir una causa quedase atrapada en las redes de la inexistencia. Y
mientras se generalizaba el espectáculo de un movimiento, las líneas de comunicación
directa subsistentes quedaban irremisiblemente dañadas, como demuestra la
desaparición de revistas, el cierre de locales, librerías o editoriales, la
decadencia de las asambleas, la degeneración del lenguaje, etc.
El espectáculo como relación social se
había apoderado de la sociedad y los jóvenes tecnófilos se habían convertido en
la vanguardia de su imperio; por primera vez y gracias a las nuevas tecnologías
de la comunicación irrumpían los jóvenes como masas, aportando al espectáculo
de la acción los rasgos psicológicos de la pubertad, a saber, el culto del
presente, el rechazo del esfuerzo y de la experiencia, el narcisismo, la
búsqueda de la satisfacción inmediata, la confusión entre el ámbito privado y
la vida pública, entre lo serio y lo lúdico, etc. Las masas juveniles son más
sensibles que las adultas al mayor mal de la sociedad del espectáculo: el
aburrimiento. Lejos de sentir como suya la causa de la libertad o la lucha
contra la opresión social, lo que realmente sienten es una necesidad ilimitada
de entretenimiento. Las masas juveniles, profundamente despolitizadas y sin
ningún interés por politizarse, salieron masivamente a la calle a divertirse
luciendo su pañuelo palestino, escenificando su falsa generosidad y proclamando
su compromiso volátil. En la sociedad del espectáculo la protesta es una forma
de ocio y el pathos trágico de la lucha de clases ha de retroceder ante la
comicidad, el desenfado y la fiesta, formas genuinas del espíritu contestatario
que halló en las cacerolas su mejor medio de expresión. Forzosamente, entre los
autoproclamados portavoces de la movida juvenil tenía que dominar una actitud
que pretendía ser pragmática, es decir, levemente crítica y profundamente
conformista, dispuesta a caminar por las sendas trilladas y a discurrir por los
cauces inocuos. Encontraron sus herramientas intelectuales en ideologías light como el negrismo, el
castoriadismo, el ecologismo, o los productos de las marcas IPES y ATTAC.
Conceptos como “movimiento de movimientos”, “lo social”, “el imaginario”,
“ciudadanía”, “pluralidad”, etc., sirvieron para la evacuación de arcaísmos
ideológicos obreristas, derribando de paso conquistas intelectuales básicas,
aportaciones críticas imprescindibles, y en general, echando por la borda todo
el bagaje teórico de la lucha precedente. Como coartada política se buscó un
proletariado de sustitución en los seres inermes y amorfos calificados por los
pensadores orgánicos de “multitud”, ciudadanía, sociedad civil o simplemente
“la gente”. El nuevo sujeto histórico era pura ficción puesto que el verdadero
había sido liquidado por el capitalismo, pero su imagen ficticia era necesaria
porque el espectáculo del combate social necesitaba un fantasma; su legitimidad
no podía apoyarse en una clase real sino en una de prestado. Una nueva clase
imaginaria escapaba de los verdaderos escenarios de lucha para situarse en el
terreno del espectáculo, puesto que ni ella era clase, ni su lucha era lucha.
Después de la manifestación de Barcelona “contra la Europa del capital”, todo fue
procesión pactada y controlada. Quienes ante la crisis de las ideologías
obreristas optaron por la protesta encarrilada y falaz, optaban realmente por
PRISA y la socialdemocracia (y lo sabían). La adopción del pacifismo como
principio indiscutible de acción purgó de las asambleas y las manifestaciones a
los radicales, pero su objetivo principal era el diálogo con el poder. No
querían enfrentarse a nada; no aspiraban a cambiar el mundo sino a participar
en su gestión. Con ellos otra gestión capitalista era posible. Lo que
pretendían reformar no eran más que los mecanismos de cooptación de la clase
dominante. Las páginas web, las ONGs, los foros sociales y las concentraciones
anticumbre eran los instrumentos de acceso a la elite. Su lenguaje se iba
volviendo cada vez más apologético: con las fórmulas verbales adecuadas el
plomo de la nimiedad –votar, enviar mensajes, navegar por la red, amontonarse—
se transmutaba en el oro de la lucidez histórica y el heroísmo. Tal disparatado
discurso quería cubrir una actitud colaboradora hasta lo indecente, por eso en
la medida que definían una política “desde abajo a la izquierda”, aunque la
maquillaran con añadidos “imaginativos”, ésta era la política de siempre; en la
medida que reclamaban una alianza, era con los partidos y sindicatos de
siempre; en la medida en que llamaban a votar, era a los candidatos de siempre.
En realidad nos contaban que una vía más asistencial hacia el totalitarismo era
posible, para lo cual otra burocracia dirigente era necesaria. Quienes hablaban
y se comportaban de tal guisa, habiendo querido ser reformistas, acababan
llamando a la puerta del poder como vulgares pretendientes. Si hoy nos podemos
alegrar de su fracaso fue porque contaron con la complicidad de las masas.
Igual que cualquier partido, pensaron que el número de manifestantes, de
votantes o de mensajes SMS bastaba para justificar sus pretensiones políticas.
Sin embargo, sentarse sobre las masas es como sentarse sobre un dedo. El mismo
tedio que las mueve, las paraliza. Despolitizadas por definición, no son ni
pueden ser ningún sujeto político dispuesto en todo momento a seguir a sus
dirigentes. Las masas no quieren hacer política, quieren ser objeto de la
política; no quieren cambiar la sociedad, en todo caso quieren que alguien se ocupe
de ellas. Por eso son masas. Los verdaderos dirigentes lo sabían. La eternidad
de la lucha de clases era un tabú intocable que no se empezó a profanar hasta
después de la huelga general francesa de diciembre de 1995. Para el activismo
social continuista la existencia de una clase portadora de los ideales
manumisores estaba fuera de cualquier duda, puesto que si hubiera prescindido
del concepto el edificio teórico por él sostenido se hubiera desmoronado, y con
él la justificación de dicho activismo. Pero como los hechos eran tozudos, la
clase obrera iba evaporándose, convirtiéndose sólo en un lugar común de la
verborrea social obrerista, en un dogma de consolación. La agitación social que
se mantuvo en esas posiciones se desconectó de la realidad, degradándose y
quedándose al margen, dando pie a tertulias inocentes o a sectas
fundamentalistas. La alternativa a la fe, a falta de una verdadera crítica del
periodo final de la lucha de clases, a falta de una crítica de la recuperación
posmoderna, a falta del restablecimiento de una perspectiva histórica de los
combates sociales, tenía que ser otra fe. Así los nuevos remedios para el
sectarismo, fueron forzosamente sectarios. Hubo intentos verdaderamente cómicos
de restaurar la ideología leninista, voluntaristas anclajes en el
anarcosindicalismo y sospechosas reposiciones del situacionismo. Para sus
partidarios no había nada nuevo bajo el sol; todo estaba dicho. La aparición de
las masas juveniles con toda su alegre intrascendencia no hizo sino reforzar
ese atrincheramiento. La huida hacia delante ante las nuevas realidades se
resolvió en dos opciones igualmente delirantes: o la posmodernidad “plural”
anteriormente descrita, o las viejas ideologías, opción subdividida entre la
fosilización contemplativa o el activismo extremista. Los activistas sectarios
eran los partidarios del enfrentamiento inmediato con el sistema y por lo
general se despreocupaban de las contradicciones que oscurecían e impedían la
reformulación de la cuestión social, planteando la supremacía de la acción
práctica sobre la reflexión y reduciendo ésta a una actividad subalterna al
servicio de aquella. De este modo la crítica social quedaba disminuida a
propaganda, simplificada en análisis, fórmulas y consignas aptas para el
consumo quinceañero. En caso extremo, había incluso quienes veían en la
reflexión, a no ser que se limitara a la glorificación de las llamas, un
impedimento más que una guía para la acción. Caían en un pragmatismo de otro
tipo y el empobrecimiento de la crítica comportado fue también el de la propia
acción. El menosprecio del pensamiento es el de la estrategia. La acción
privilegiaba uno de sus momentos, el choque, y se olvidaba de los demás.
Aparecía como respuesta inmediata independiente del lugar, del tiempo y de la
oportunidad, puntual, minoritaria y violenta. La acción devenía un fin en sí
misma, más necesitada de técnica que de ideales. Para el activista no era
necesario saber nada que no estuviera directamente relacionado con la acción. Y
ésta no trataba de delimitar campos para lograr un terreno donde los oprimidos
ejercitasen la libertad, sino que pretendía ser un acto ejemplar susceptible de
despertar admiración y tener imitadores. El grado de destrucción conseguido
determinaba la calidad, pues el fetichismo de la acción inducía a la
mistificación de la violencia y asimilaba ésta al radicalismo; asimismo
confundía con frecuencia dominación con represión de tal forma que, creyendo
combatir al orden establecido simplemente disputaba con su policía. En los
medios activistas, a la falsa oposición entre teoría y práctica correspondía la
contraposición entre organización de masas y agrupación informal. Hasta
entonces la organización siempre había significado fuerza; no negaba la
informalidad sino que la complementaba: la sociabilidad de clase, los
entramados de ayuda mutua y solidaridad, el compañerismo, la entrega...
proporcionaban a la organización solidez a la vez que la impedían degenerar en
burocracia. Evidentemente las estructuras informales son hoy la única forma
posible de organización entre otras cosas porque las bases informales que
constituían los cimientos de formas más coordinadas han sido destruidas por el
enemigo. La enorme dificultad que existe para que los individuos entablen
relaciones transparentes y se comprometan con la causa de la libertad obliga a
ser muy flexible en cuestiones organizativas, pero eso no es un logro, sino una
condición impuesta por el deterioro de las personas y de las luchas. Los
niveles de organización dependen del desarrollo de la conciencia de clase y
esta depende de las luchas. La estructura informal se impone cuando no hay
clase manifiesta y las fuerzas son débiles y dispersas. La organización es por
lo tanto un proceso que está en función de la generalización y la
radicalización de las luchas, ambas cosas necesarias para la aparición de
proyectos revolucionarios de envergadura. Por otro lado, la informalidad no es
una vacuna contra la burocracia; la burocracia puede muy bien adaptarse a las
apariencias de informalidad. Tampoco es un remedio contra la infiltración; los
provocadores saben manejarse tanto por esos medios como por los otros. Son
otros factores los que cuentan: la experiencia, la calidad humana, la
astucia... Lo que desde luego no se puede hacer informalmente es pasar a la ofensiva,
pero por desgracia, estamos lejos de poder permitirnos algo parecido a eso.
En realidad la actitud activista y la contemplativa se comprenden
perfectamente si nos damos cuenta de que no son más que formas políticas de la
mentalidad adolescente y la senil. Dado que la dominación tiende a mantener a
toda la población en minoría de edad permanente, el activismo se da también en
gente ya muy entrada en años. Dentro del sistema se suele estar en la edad del
pavo, pero una adolescencia perenne no excluye los síntomas de la senilidad,
por eso ambas mentalidades son menos opuestas de lo que parece; con facilidad
se pasa de la herejía a la ortodoxia, y el extremista de hoy puede con toda
probabilidad convertirse en el pacifista renegado de mañana. La inconsecuencia
es un aspecto de la inmadurez cercana a la esclerosis, que lo es de la vejez,
por lo que no son de extrañar tales mutaciones. La inmensa capacidad de
autoengaño de cadetes y vejestorios contribuye a ello. De la improvisación y
atolondramiento activistas puede pasarse sin etapas intermedias a la
sofisticación ideológica y la corrección política. Son conductas que anuncian
una toma de conciencia de clase, pero de la clase que domina. Juvenilización y
senilización son dos lados del proceso masificador, destructor de la
individualidad y por tanto, de las clases oprimidas en tanto que comunidades de
individuos conscientes. Dicho proceso prosigue hasta su conversión en masas.
Han mantenido un grado elevado de conciencia social solamente aquellos que han
sabido tener la edad apropiada, sacando el mayor partido de su experiencia y de
la experiencia de otros. Así han podido escapar a las trampas de la ideología,
del espectáculo y del activismo, reanudando la tradición de los oprimidos.
Ellos son los verdaderos radicales, porque no contemporizan, porque no pactan,
porque no olvidan; en una palabra, porque van derechos a la raíz de las cosas.
Pero sólo van derechos los que saben reconocer dicha raíz, y tal conocimiento
no está ligado a ningún lugar, sino a la historia: no depende del espacio, sino
del tiempo.
Llegit, et deixo aquest enllaç, no està gens malament el anàlisi que fa de Ellul.
ResponderEliminarhttp://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article485
Salutacions
Efectivament, no està gens malament l'anàlisi. De fet, ha despertat el meu interès per Ellul. al qual he de reconèixer que no coneixia. Llegiré tot el que d'ell trobi.
EliminarGràcies per l'enllaç.
Salut
Et deixo un article molt interesant del Carlos al seu blog "Conspiración Abierta".
ResponderEliminarhttp://conspiracionabierta.blogspot.com.es/2015/03/podemos-es-keynes-y-keynes-es.html
Jo mai vaig confiar en Podem, però el meu anàlisi del mateix no hauria arribat tan lluny com el de Carlos, amb qui estic d'acord. La seva hipòtesi, impecable i molt ben argumentada, m'ha recordat el paper de mamporrero del PSOE durant la Transició i posteriorment (OTAN d'entrada no). M'ha vingut a la memòria una conversa que vaig mantenir amb un oficial, d'alta graduació, del CESID un parell de dies abans del referèndum de l'OTAN. Li vaig preguntar què passaria si sortia vencedor al NO i em respondión, impassible i amb jactància, que "aquesta opció no es contemplava". Vaig insistir. Suposem que surt No, què passaria? La resposta va ser contundent: "No insisteixis. Va a sortir SÍ". Guardo una incòmoda sensació d'aquella breu conversa, l'esforç de molta gent a favor del NO va ser titànic i encara em fa mal pensar que inútil, atès que les cartes estaven marcades per endavant. T'agraeixo molt l'aportació, aquesta és l'única manera d'obtenir informació crítica.
EliminarSalut