¿Qué es el TAV?
Antes que nada conviene aclarar que en una sociedad como la
nuestra, donde tecnócratas expertos dirigen todos los aspectos de la vida y
donde la libertad no es sino otro nombre del despotismo, el lenguaje no es un
medio de comunicación entre personas libres, sino la herramienta por la cual
los dirigentes transmiten sus ideas y sus órdenes a las masas dominadas. Cada
palabra, especialmente si es un neologismo, sostiene una realidad opresiva
disimulada tras una apariencia técnica. Sabemos que la técnica no es neutral ni
el neologismo tampoco. Así pues por TAV no podemos entender simplemente un
artilugio que marcha a 300 km/h. El TAV es el emblema tecnopolítico de la
mundialización. En tanto que trasporte preferido de los dirigentes en la media
distancia, es una condición necesaria de la economía globalizada; en tanto que
figura política del marketing internacional ciudadano, es la pura Razón de
Estado.
¿Por qué ahora hay
tanta prisa con el TAV?
El TAV ha de construirse cuanto antes porque los intereses
del poder así lo requieren. No se trata tanto de ganancias inmediatas, como por
ejemplo las de las constructoras de obra pública, los fabricantes de trenes o las
empresas de seguridad; tampoco de intereses privados ligados a oligarquías
locales; es más bien cuestión de intereses generales relativos a la clase que
domina el mundo, y del mundo tal como resulta del dominio de esos intereses.
Cuando la población se concentra en unas pocas regiones metropolitanas, la
acumulación ampliada de capital depende mucho más de la circulación, incluida
la circulación de ejecutivos financieros, empresariales y políticos. Éstos
necesitan un medio de locomoción más eficaz que el avión entre dos sistemas
suburbiales, es decir, entre dos megaciudades: ese es el TAV.
¿Qué beneficios
aporta?
La respuesta depende de si la pregunta se hace a los
dirigentes o a los dirigidos. Para los primeros el beneficio es incuestionable,
puesto que todo lo que contribuya a la movilidad colabora en la transformación
del mundo conforme a su interés. La “intermodalidad”, es decir, la coordinación
de las distintas formas de transporte, sería un buen ejemplo del mundo de los
ejecutivos, donde “los rápidos se comen a los lentos”. Sin embargo, todo lo que
resulta ventajoso para aquellos, forzosamente ha de resultar perjudicial para
los demás, pues refuerza su sometimiento y su alienación.
Pero ¿y la rapidez?
Si el criterio racional contara, la fórmula perfecta sería
un tren de bajo impacto que combinara celeridad y precio. Tales trenes existen
y además competirían con las autopistas. Sin embargo para la clase cuyo tiempo
es oro, una ganancia de segundos significa un lucro importante, por lo que la
velocidad goza de prioridad absoluta. La alta velocidad de los trenes es la
alta velocidad de los negocios.
Sin embargo, lo que
es bueno para la economía ¿no es de alguna forma bueno para todos?
Más bien lo contrario. Si la riqueza se concentra, la
pobreza se difunde. Indudablemente los bancos, los especuladores inmobiliarios,
las refinerías, la industria turística, el comercio de coches y el sector
logístico, van a amasar mucho dinero. Habrá migajas para unos cuantos. Pero en
la medida en que se terciariza la economía con la inestimable ayuda de ese
caballo de Troya en forma de tren, se imponen para la mayoría las condiciones
de trabajo y de vida que le son propias: precariedad, salarios ínfimos, horas
extras, hipotecas, vivienda indigna, transporte público infame... Eso es todo
lo que saldrá ganando la mayoría.
¿Qué consecuencias
tiene el TAV para las ciudades?
Las ciudades “situadas en el mapa” por el TAV acumulan
población y, por lo tanto, van extendiéndose como mancha de aceite hasta
penetrar en las provincias adyacentes. Mientras el centro de la ciudad original
se museifica y peatonaliza para devenir mitad parque temático, mitad centro
comercial, la periferia pierde sus límites y se transforma en un entorno
artificial, caro, invadido por vehículos, ruidoso, contaminado e insalubre
tanto física como síquicamente.
¿Qué papel juegan las
estaciones?
Son los edificios por donde llegan las elites de la
globalización; arquitectónicamente representan sus valores, sus delirios, su
falta absoluta de sensibilidad y su mal gusto. Evolucionan hacia un híbrido
entre el centro comercial y el complejo hotelero, pues la intención es que el
transporte acabe siendo una actividad económica entre tantas, exactamente igual
que sucede con los aeropuertos. La estación del TAV determina un reordenamiento
total de la barriada donde se ubica que se convierte en un auxiliar
monitorizado de la estación, a través de cuyas pautas toda la ciudad va a
remodelarse. La estación en realidad es la ciudad futura en pequeño. Contiene
una promesa de ciudad radicalmente distinta, carcelaria y consumista a partes
iguales, que sólo espera inversiones para desplegarse.
¿Qué significa el TAV
para el conjunto del país?
El TAV contrae el espacio a la vez que la economía lo
coloniza. Tiene pues un efecto centralizador. Las conurbaciones quedan
conectadas entre sí como densos nódulos de una red gobernada por un enjambre
electrodirigente. El territorio resulta agredido de mil maneras, quedando
fragmentado, desequilibrado y reducido a decorado paisajístico.
Entonces ¿hay que ir
contra el progreso?
Solo si el progreso significa despilfarro energético y
dilapidación de recursos, desequilibrio territorial, cultivos transgénicos,
líneas de muy alta tensión, motorización, centrales nucleares, neurosis y
exclusión social. El TAV es esa clase de progreso.
¿Cómo funciona la
lucha anti TAV en Cataluña?
Desgraciadamente en Cataluña una lucha de esas
características no existe. Lo que hay es una oposición farisea, mediatizada por
partidos y alcaldes, que se opone a determinados trazados o que exige
soterramientos, pero que no cuestiona la necesidad del TAV, ni mucho menos se
interroga sobre la sociedad que lo reivindica. Las plataformas cívicas anti TAV
hablan el mismo lenguaje que el poder que lo construye y concuerdan con sus
fines. En sus métodos no buscan provocarlo, sino abrir vías de diálogo y
colaboración institucional. Pero sucede que por propia naturaleza el TAV no
puede permitirse demasiada flexibilidad y tiene poco que ofrecer aparte de
dinero. Normalmente las inversiones culturales o deportivas suelen bastar para
que los representantes de los intereses locales lesionados miren para otro
lado. En último extremo las plataformas tratarán de consolarse con inútiles
caceroladas, recogidas de firmas y pleitos administrativos.
¿Cuál es la
alternativa?
La lucha contra el TAV no tiene sentido sino dentro de la
lucha contra el modelo político y económico de sociedad a la que va asociado.
No ha de reivindicar sólo otro transporte, sino otra sociedad. Es una lucha
contra todas las infraestructuras típicas de una economía desbocada,
autopistas, superpuertos, túneles, macroaeropuertos, etc., y también una lucha
contra el automóvil, la suburbialización, la alimentación industrial, la
artificialización de la vida, la destrucción del territorio, la explotación del
trabajo, etc. Es una lucha antidesarrollista y anticonsumista. La lucha de los
afectados por el TAV es una lucha contra la clase dirigente, por lo que ha de
saber reconocerse como lucha de clases. Ha de poner en marcha mecanismos
organizativos autónomos capaces de elaborar puntos de vista críticos de manera
colectiva, así como formas de lucha directa alejadas de la política y el
sindicalismo. De ellas ha de nacer un sujeto histórico, una comunidad de
oprimidos capaz de enfrentarse como clase a las fuerzas de la dominación y
cambiar el mundo según sus deseos.
Vale, pero ¿no es eso
abarcar mucho y apretar poco?
Evidentemente una lucha de tal envergadura no es cosa de
meses ni de guerras civiles para mañana. Es cuestión de saber fijarse objetivos
a medio y corto plazo, por ejemplo, la detención de las obras. Su simple
parálisis daría un respiro al territorio y sus pobladores, ralentizando la
degradación. Sabotear la política de tierra quemada que emplean los dirigentes,
obligándoles a retroceder mediante movilizaciones lo más numerosas posible,
como en Valsusa. Cuando es la causa de la libertad la que está en juego,
primero hay que ir poco a poco; después, cuando pinten la ocasión, ya se
procederá de golpe.
Para acabar y a nivel
más personal, ¿qué es para ti el TAV?
Es la prueba de la insolente rapidez con que unos pocos,
cuya autoridad cuestiono, deciden cómo va a ser la vida de todos.
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